Capítulo 3
Los días fueron pasando e Imara se mantuvo lo más alejada que pudo del conde y su nueva amante. Incluso había limitado sus visitas al establo para hablar con Hans y desquitarse hablando de su desdicha. El pobre hombre la escuchaba hasta que ella terminaba llorando, la abrazaba y le decía que todo iba a salir bien y que siguiera soportando, por ella y por su bebé. Ella sonreía y asentía.
Pero ya había decidido dejar esa práctica atrás, si bien es cierto que necesitaba un amigo, Hans no era su burro de carga. Sus problemas le concernían únicamente a ella. Así que se había limitado a existir.
Su niño había aprendido a comer otras cosas además de lactancia materna, era la alegría del corazón de su madre. Lo sacaba al jardín y al patio para jugar, así podía correr y expulsar la energía y vitalidad que exuberaba, no quería que se amargara dentro de las cuatro paredes. Tal y como ella estaba haciendo.
De cuando en cuando Hans los acompañaba y jugaba con el niño, ella lo agradecía, porque la distraía para no pensar en el conde y su amante.
Una tarde, el conde irrumpió en su habitación mientras ella se vestía, se cubrió de inmediato porque pensó que su cuerpo le era repugnante al hombre.
Él sin embargo se acercó despacio con una dulce sonrisa, que ya Imara sabía lo que significaba.
—Quisiera que me acompañaras a checar unas propiedades, podemos ir a caballo... Lady Katrina irá con nosotros.
—No estoy en condiciones de ir, mi señor, disculpadme. Estoy indispuesta.
—Imara, no seas así, solo quiero que me acompañes.
—No puedo mi lord, lo siento, no estoy en condiciones de ir a caballo, espero que podáis entender.
—¿Desde cuando me hablas con tanta formalidad? ¡Solo ven! —su rostro parecía risueño pero el agarre que tenía en su mano la lastimaba, forcejeó con ella hasta lograr que el camisón con el que se cubría cayera al suelo.
Imara nunca en su vida se había sentido tan humillada, los trapos sucios y ensangrentados que cubrían su ingle, delataban su indisposición, la "condición" de mujer, Leónidas solo entonces entendió a qué se refería.
—Lo lamento mi lady.
Él sabía que la había ofendido, y había denigrado su dignidad, e Imara se juró ser fuerte, pero no pudo ocultar las lágrimas ni los sollozos de que la hallaran así. Leónidas intentó acercarse, pero ella se encogió sintiéndose sucia, era una vergüenza total que la encontrase en dicha forma tan degradante, que un hombre nunca, jamás, debía presenciar.
¿Cómo iba a mirarle a los ojos de ahora en adelante?
El hombre escapó dejándola sola en su humillación, mientras que Imara lo único que quería, era que la tierra se la tragase.
Ese día no comió ni bebió nada, solo pidió para alimentar a su bebé.
Más tarde mientras acunaba a Lorand para que durmiese, y lo acostaba en su habitación—el niño dormía al lado de Imara, en otra habitación, donde era atendido por una criada, en caso de que los señores quisieran tener más hijos—al entrar de nuevo en su alcoba, Hans la esperaba sentado en una mecedora que tenía en la habitación.
—Quiero enseñarte algo, pero para eso tienes que venir conmigo.
—¿Ir a dónde?
—Ya lo verás.
El hombre se acercó a la pared y empezó a hundir sus dedos en esta, hasta que se abrió un oscuro pasaje, tan o quizás más negro que el cabello de Imara.
La condujo por allí y caminaron hasta lograr que la mujer se desorientara por completo, y aun luego de ahí caminaron más, Imara estaba ciertamente sorprendida de que Hans anduviera con total seguridad como si aún a oscuras conociera el lugar a la perfección.
—Mi madre, esta era su ruta de escape antes de que mi padre la matara.
—¿Tú padre qué?
—La mató de tristeza y desdicha, fue el peor marido, la humilló y dañó hasta que de ella solo quedó una sombra, y terminó por supuesto sucumbiendo a la muerte.
—Lo lamento mucho
—Yo era solo un niño, pero, el refugio de mi madre de todas formas. Ambos nos escapábamos por aquí cuando él se ponía colérico. Hasta que murió mamá, entonces empecé a usarlo yo como ruta de escape al dolor que su pérdida me dejó.
—Debiste sufrir mucho.
—Consolar no es lo tuyo, mejor hablemos de otra cosa
—Que malo eres, aun cuando intento ser buena contigo.
—Mira, ya casi llegamos a la salida.
—¡Que no veo nada!
En efecto, habían llegado a una puerta de barrotes oxidados, la cual rechinó cuando Hans la empujó hacia afuera, ambos salieron y la vista maravilló a Imara.
—Esto es propiedad del señor Császár...
—¿Oh sí? ¿Y cómo es que está tan cerca del castillo?
—No está cerca, para poder llegar desde el castillo hasta acá, tardaríamos horas, por no decir el día completo, pero, estos túneles conectaban desde la edad media y no han sido destruidos, sino que remodelados. Antes conectaban directamente con el castillo que es hoy día la villa Császár, pero, por una contienda entre los Báthory y los antiguos dueños de estas tierras, sencillamente, los túneles fueron destruidos, y solo queda lo que recorrimos hoy.
—¿Solo hay un camino?
—Hay una bifurcación que te lleva al interior del castillo, para eso tendrías que girar a la izquierda, pero te perderías porque dentro de esa izquierda hay más entradas para acceder a distintos lugares del castillo.
—¿Ah sí? ¿Cómo cuales?
—La alcoba de los criados, el ala este donde está la biblioteca, y el sótano donde padre guardaba sus documentos, a todo esto se puede acceder desde dentro del túnel si doblas a la izquierda. En cambio si doblas a la derecha, el único camino que encontrarás será la salida a este hermoso valle, el valle de tulipanes de la villa Császár
—Y si era un castillo, ¿Por qué ahora es una villa?
—No tengo idea, la verdad.
—Pareces saber mucho de historia, sin embargo.
—Me gusta leer, es productivo y entretenido.
—Te gusta matar el tiempo con la nariz entre un libro.
—¿A ti no?
—No tanto como debería, mi hermana era más de esas cosas.
—¿Tuviste una hermana?
—Sí, Lency... por eso te dije que me llamaba así cuando nos conocimos.
—¿Qué pasó con ella?
—Murió, fue un trágico accidente, la lloré durante muchos años. Una tía quería apadrinar a una de nosotras, y Lency se ofreció, yo quise impedirlo, porque, ella no merecía el trato que la tía Neci le daría, no lo iba a soportar, pero yo sí, porque era más fuerte. Sin embargo el día en el que se iba me encerraron para que no interfiriera, y aunque intenté escaparme no lo conseguí. En la noche nos llegó un mensajero diciendo que la diligencia donde iba mi hermana se había volcado por un obstáculo en medio de una fuerte lluvia, y que nadie había sobrevivido. Lo más injusto fue, saber lo tonta que había sido su muerte, cuando ella era tan... llena de vida, no merecía una muerte así, ella debía morir de vejez dignamente.
—Lo siento mucho, Imara.
—Eres peor que yo consolando.
Ambos sonrieron con tristeza, sintiéndose entendidos por primera vez en sus vidas.
—A un par de metros hay algo que quiero mostrarte, ven.
Caminaron en medio del pequeño bosque que rodeaba la casa, y al suroeste de la enorme y tétrica villa, lograron encontrar un hermoso lago con agua cristalina, a su lado yacía un enorme roble cuyas raíces rodeaban parte del lago dándole un aspecto más natural del que por sí ya tenía.
—Es hermoso...
—El señor Császár me permite estar aquí de vez en cuando, así que no habrá problema si nos encuentra aquí.
—Es bueno saberlo.
—Podrías meterte al agua si así lo deseas.
—Aun estoy indispuesta, no puedo meterme al agua.
—Entonces yo tampoco me meteré.
Ambos simplemente se sentaron y quedaron allí un largo rato contemplando las aves, hasta que Hans acercó su mano al cabello de la mujer y lo acarició, ella sonrió y alejó su mano.
—No empieces, sabes que no podemos, ni debemos. Es tu hermano, y yo su esposa.
—No tan rápido señora, no tengo ninguna intención contigo y lo sabes, ¡Como de rápido me malinterpretas! Estaba retirando una hoja de tu cabello, ingrata.
—¿Me acabas de llamar ingrata? ¡Si serás!
Se persiguieron y corrieron alrededor del lago hasta que se cansaron y como oscurecía, decidieron que era tiempo de que se fueran.
Una vez se despidieron, Imara se encaminó a la habitación de su hijo, que era más cercana a la de la invitada que la suya, y en el camino una criada la detuvo para informarle que el niño acababa de quedarse dormido y que la invitada estaba enferma, que había subido a llevarle unos medicamentos.
Imara se sintió un poco feliz de que al igual que ella, esa mujer que su marido consideraba perfecta, también se indispusiera de vez en cuando.
Pero no podía ser una anfitriona tan poco preocupada, así que luego de echarle un vistazo a su hijo, tocó la puerta de la habitación de la mujer, y al no obtener respuesta, pensando que había pasado algo abrió la puerta de golpe.
Ojalá no la hubiese abierto.
Sobre el cuerpo de la "enferma" yacía su marido gesticulando de manera desagradable lo mucho que le agradaba estar entre las piernas de la rubia, y la mujer gemía indecente, mientras ninguno de los dos reparaba en la presencia de la mujer. Se sintió enferma, sucia, de pensar que así como poseía a esa otra, iría luego con su sonrisa melosa a querer yacer con ella.
El labio inferior de Imara tembló y sintió como otra vez Leónidas le rompía el corazón.
Lloró mientras los miraba. Los ojos de ella destilaban miel a pesar de su aspecto enfermizo normal, pero era el deseo y el brillo que se podía contemplar en los ojos de él bajo la tenue luz de la vela que la hacía arder en celos y enojo. Cerró la puerta con violencia para de alguna manera hacerse sentir, pero entonces provocó que Lorand se despertara y empezara a llorar, asustado por el repentino ruido.
Ella lo cargó en brazos arrullándolo, y tratando de calmarlo cuando ella misma no podía parar de llorar.
Por fortuna, el conde no tuvo las agallas suficientes para enfrentarla en su alcoba por los siguientes días, y ella, decidió quedarse en su habitación donde apenas comía y era para alimentar a su hijo.
Se enfermó y su marido nunca fue, su hijo también enfermó y el dichoso hombre no apareció por ninguna parte. Imara llegó a la amarga conclusión de que prefería andarle levantando las faldas a su "amiga" antes que atender a su familia.
...
Imara se deprimió un buen tiempo y decidió que dejaría de tocar el pianoforte aunque Leónidas le exigiera que volviera hacerlo. Se enfermaba cada tanto e incluso pensó que iba a morir, su ser por completo se había marchitado, era apenas una sombra de la vívida mujer que había sido. Estaba rota, herida, enferma de amor por un hombre que ni siquiera la miraba, sintiéndose culpable por usar a Hans para olvidarse un rato de su dolor, celosa de que aquella ridícula extranjera se hubiera robado el amor de su marido, amargada en su totalidad con el gesto en los labios fruncidos.
Sin embargo, un día cuando se animó a salir para que su pequeño tomara un poco de sol, los criados le informaron que la señora había tenido una recaída, y que el señor había subido atenderla y no había bajado en toda la tarde.
Imara sonrió cansada.
Agradeció a la informante y se encaminó al jardín con su regordete retoño en brazos.
Como era de esperarse, Hans aguardaba por ella bajo un sauce con gesto desafiante.
—¿Cuánto pensabas seguir escondiéndote de mí?
—Cuanto fuera suficiente... quisiera cerrar los ojos y dejar que me amaras, pero tengo mucho que perder.
—Eres muy testaruda.
—Y tú muy liberal, no voy a engañar a mi esposo.
—Tú te lo pierdes —dijo muy suelto como si no le afectara en lo más mínimo. A esas alturas ya Imara no sabía qué tanto bromeaba el hombre, y qué tan enserio iba, pero decidió que ignorar dichos sentimientos, era lo mejor.
Sin embargo, unas horas después, cuando ella vio de nuevo a su marido con la mujer colgando de su brazo, pavoneándose como si fueran los señores de la casa, los celos ardieron en ella y sin meditarlo previamente tomó a Hans de las solapas, y en el momento justo cuando Leónidas volteó, ella lo besó.
No pasaron ni dos minutos cuando el hombre la mandó a buscar con uno de los criados, había soltado a la rubia y la esperaba en su despacho con una tabla en mano.
—No puedo aceptar mujeres adúlteras en mi familia —dijo— mucho menos mi esposa, la mujer que lleva la cara de la parte más importante de mi vida.
—No seáis hipócrita —escupió ella— ¿Creéis que no sé lo que hacéis vos y Durandi? ¿Os atrevéis a reclamarme cuando vos cometéis el mismo error?
Él se acercó peligrosamente a ella y sosteniendo su mandíbula con fuerza le gruñó.
—Tenéis que aprender a respetarme, ¡Y de todos los hombres habidos y por haber! ¿Os burláis de mí, esposa? Espero que lo hayáis disfrutado mucho.
Ella no dijo nada, solo lo miró con gesto desafiante, jamás había tenido la intención de engañarlo, rebajarse a su nivel era lo último que ella quería; pero ver su descaro, andando con ella del brazo como si fuera la otra su esposa, simplemente le hirvió la sangre.
—No me importa que tengáis amantes, ya no deseo más ir a vuestro lecho, así que lo único que voy a pediros es que seáis más discreta. Y respecto a la señorita Durandi, no tenéis ninguna razón de poneros celosa, así que olvidadla y concentraros en lo vuestro.
El sonido de la puerta los interrumpió, y entró Hans con sonrisa beligerante.
—Oh, hermano... tienes una visita real, su majestad Leopoldo primero te espera en el salón.
—Leopoldo no vendría personalmente.
—De hecho, luce muy desesperado, y tiene un niño en brazos así que quizás lo mejor sea, que vayas antes de que se enoje al no ser bien recibido.
—No os mováis de aquí, tengo un asunto pendiente con vosotros.
El hombre se giró y cerró la puerta tras de sí con llave.
Hans sospechándolo se acercó a la puerta e intentó abrirla.
—La cerró, le encanta encerrar personas, por lo que veo.
—Debe haber una salida, Hans.
—De hecho si la hay, tienes suerte de que esté aquí contigo. Este era el antiguo despacho de padre, por lo que debe andar una llave del sótano por aquí, pero, ¿Dónde estará?
—¿De qué color es la llave? —cuestionó Imara preocupada.
—No tengo ni idea.
—¿No hay otra salida?
—El túnel no tiene conexión directa con esta habitación, así que tendremos que buscar la llave hasta que la encontremos.
—¿Y si tratamos de ver si hay alguna forma de abrir la puerta sin la llave?
—Eso no creo que sea posible, padre siempre dejaba el sótano bajo llave —dijo Hans contagiado con la preocupación de Imara.
La mujer se acercó a la puertecilla en el suelo, que conducía a dicho lugar, e intentó abrirla, pero tal y como dijo Hans, la puerta no cedió.
—Tendremos que quedarnos aquí hasta que Leónidas llegue.
Mas, contrario a lo que pensaban, la puerta fue abierta antes de lo que pensaban, una señora de porte altivo y mirada severa los estudió a ambos.
—Hans Báthory, ¿Qué narices se supone que haces aquí?
—Leónidas me encerró.
—¡No sois niños! ¿¡Por qué tengo que seguir lidiando con vosotros como si lo fueseis!?
—Señora, ella es Aranka, mi madre.
—¿Y no habéis dicho que vuestra madre...?
—Soy la primera esposa del padre de estos dos mangurrianes, ¿Vos quién sois?
—Imara Báthory, mi señora.
—¿Qué señora ni qué cuartos? Salid de aquí antes de que os de una azotaina.
—Gracias por sacarnos de aquí.
—Sí, sí, claro. Ahora idos, tenéis suerte que andaba por el castillo, ¡Porque ni loca vuelvo aparecer por aquí!
Salieron corriendo hasta la habitación de Lorand, y ella rápidamente tomó al niño en brazos y sacó todas sus prendas de su habitación.
—¿A dónde vas?
—No lo sé, pero me voy.
—No lograrás pasar desapercibida, te cogerán antes de que llegues a la puerta, y lo sabes.
—Necesito salir de aquí, lo antes posible.
—Ya sí te volviste loca.
—Me iré a casa de mis padres un tiempo.
—¿Estás segura de que mi hermano se quedará tranquilo?
—No estoy segura de nada, quizás estoy siendo irracional, lo sé.
—Podrías quizás aguantar un poco más...o quizás no, ese comentario fue desconsiderado, lo siento.
—No importa. ¿Qué se supone que haga? ¿Qué lo soporte? Si no lo amara sería más fácil, pero no puedo vivir con esta amargura que me consume el alma, tengo que irme, aunque luego me repudie, en mi casa me recibirán.
—No puedes garantizarlo, Imara
—¿Vas a ayudarme, o te quedarás allí plantado?
—No, si vas a escaparte, tienes que hacerlo bien, no sabes nada de Szombathely, apenas y conoces Pest.
—¿Hay algún lugar donde pueda ser refugiada, hasta que pueda llegar a Pest?
—Solo hay un lugar, pero para eso tendremos que cruzar por el castillo sin que nos encuentren. Entra al pasaje y esperame cerca de la salida de la villa Császár, quédate ahí y que ni se te ocurra salir, iré a por unas provisiones para que tengas algo que comer en caso de que te de hambre.
Hans salió y ella abrió el pasaje para entrar de inmediato una vez llegara el hombre; unos minutos más tarde entró con un cuenco lleno de bollos, manzanas frescas, ciruelas y leche con miel en un brazo, y el niño cargado recostado en su pecho, sujetándolo con su otro antebrazo para que no se asustara con la oscuridad.
Caminó durante lo que parecieron horas con el peso de ambas cosas encima, lo cual era bastante para ella.
Se quejó y lloriqueó lamentándose mientras casi choca con el límite donde iniciaba la bifurcación.
—¿Dónde dijo que era? ¿Derecha o izquierda? Creo que era la derecha sí... continuemos.
Caminó cerca de la pared por si se caía, y siguió caminando durante mucho rato.
. . .
Cuando Hans llegó ella dormía, por lo que tuvo que abrir la puerta lo más despacio que pudo, de ahí en más tenían que ir caminando a la comunidad Császár, con tal de poder ser escondidos y buscar la forma de escapar sin ser interceptados por el conde y su séquito.
Tuvo que esperar entonces a que ella despertara, para que continuaran la marcha.
Rodearon el rio y entraron a la casa con la esperanza de encontrar a Francisco ahí, para comentarle la situación, pero para sorpresa de ambos, era Leónidas quien yacía esperándolos, erguido cual espiga con las manos tras la espalda y un profundo gesto de severidad, al fin y al cabo su esposa se había intentado escapar con su hermano.
Los llevaron a la plazoleta de la ciudadela que rendía cuentas al conde y los ataron a ambos a un sitio alto, con el verdugo listo para azotarlos en público. Quince latigazos a cada uno en la espalda, como reconocimiento público de su traición, y luego de esto, Hans fue desterrado del castillo Báthory
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