XXIV

●ღ●

La costa de Yarmouth nunca le había parecido tan lúgubre como en aquella ocasión, sentía que de alguna manera una parte de su corazón se quedaba allí, una parte que jamás regresaría. Trina se limitó a indicarle un escolta, quien esta vez la llevaría al lugar correcto y la protegería como debía ser, no como el intento de Rupert.

—Estás libre, Hannah.

—¿Cómo decís?

—No es necesario que vengas más aquí. La reina ha decidido no tomar cartas en el asunto, fue agradable para ella tenerte de huésped, pero ya no será necesario que la veas más. También has sido degradada como cortesana de la corte inglesa, ya no necesitarán tus servicios como se habían pautado una vez que te casaras. Has sido retirada también de la heredad de tu padre, ¿Entendido?

Pruna escuchó como aquella mujer decía todo aquello sin parpadear, y se preguntó cómo podía estar tan calmada contándole todo aquello.

—Sí

—De acuerdo, de ahora en adelante eres una total desconocida para nosotros.

Ella había perdido un bebé, había sido técnicamente secuestrada, primero por Rupert, luego por su padre y por último por la reina y ahora también le quitaban su heredad. Sin embargo suspiró aliviada, saber que ya no tendría ningún tipo de vínculo con esa gente ni con la alta sociedad, suponía para ella una dicha que no se atrevió a demostrar.

Se tomó la libertad de no despedirse, se subió al barco seguido del hombre que sería su escolta y no se molestó en mirar atrás cuando empezaron alejarse de la costa.

La experiencia en aquel barco no fue tan trágica como en la anterior, pero tuvo que lidiar con algo muy importante de igual manera.

Una vez subieron al barco, Pruna se percató de que algo andaba mal cuando vio la animadversión con la cual la trataba su escolta, así que solo por si las moscas procuró ser precavida en cuanto a las cosas que decía y hacía frente a él, tomándose además la libertad de no aceptar nada que le diese tampoco.

Esto exasperó al escolta, debido a que Trina le había pagado bastante bien para que la envenenara, ¡Pero ella no cooperaba! Iba a ser demasiado difícil, a menos que la lanzara al mar mientras todos dormían.

Sin embargo no hubo necesidad de hacer aquello, puesto que una noche tuvo la oportunidad de terminar su plan.

Era la hora de cenar y todos los marineros estaban en la cocina, había negociado con el guardia, ser él quien vigilara mientras todos comían, entonces aprovechó y llevando a Hannah del brazo la empujó contra unos barriles acorralándola contra una esquina donde no tenía escapatoria.

—¿Por qué hacéis esto? —exclamó asustada

—Eso no es importante ahora, no me gustan las charlas antes de matar, así que más vale que estéis calladita o tendré que estocaros antes de lanzaros al agua.

Pruna vio una sombra, pero en vez de gritar por ayuda, no sin antes confirmar si era un ser humano o solo eran imaginaciones suyas, decidió desarrollar un papel diferente en la escena del crimen. suspiró y cerró los ojos —matadme entonces, viva o muerta es lo mismo, llevadme con mi bebé, por favor.

—No intentéis trucos raros, señora.

—no lo hago, ¡Matadme por favor!

—Os dije que cero charlas.

Entonces sin esperarlo, el capitán del barco apareció frente a ellos con una manzana en manos, Pruna abrió los ojos sorprendida al ver de quien se trataba. Él, con una sonrisa simpática tomó al escolta sin previo aviso y lo lanzó por la borda y este inmediatamente empezó a maldecirlo, pero el misterioso capitán decidió ignorarlo y seguir con su

Rumbo. Pruna pensó que estaba destinada a ser rescatada por gigantes húngaros.

—Señora, parece que nos volvemos a encontrar en estas circunstancias, desgraciadamente os persiguen los infortunios.

—Yo también estoy feliz de veros, Stadler.

Sonrió y él hizo un ademán de autosuficiencia

—Vamos a cenar, si Lorand se entera de que no os alimenté me va a matar y más ahora que tenéis que comer por dos...

Ella hizo una mueca y trató de contener el impulso de llorar, pero no pudo y entre sollozos le dijo que ya no había necesidad de que comiera mucho. Él se tomó la libertad de colocar la mano en su hombro en señal de consuelo, no era bueno en aquel tipo de situaciones, por lo que se limitó a susurrarle lo mucho que sentía su pérdida.

—Pero Pruna, tengo que escribirle a Lorand, ¡Ha atracado en Inglaterra y decidió como un loco que iría a buscarte!

—No puedo obligarte a dar la vuelta, ¿Qué haremos?

—Podemos esperarlo en Alemania mientras regresa

—Sería una buena idea.

●ღ●

Lorand el imprudente, airado e impulsivo, aporreó la puerta de la casa de su amada, aquel lugar al que nadie podía llamar hogar, mucho menos con el trato que sus "familiares" le habían dado durante toda su vida.

—¿Qué es todo este escándalo? —cuestionó Gerald Rainer saliendo hasta la puerta, para ver a su iracundo yerno erguido cual espiga y preparado para sembrar sus puños en el rostro del anciano sin importarle nada.

—¡¿Dónde está mi esposa?! —Gritó —¡Y mi hijo!

—¿De qué habláis caballero?

—Soy el marido de vuestra hija, ¡Os exijo que me digáis dónde está, pero ya!

—No está aquí, ha sido reclutada en el castillo.

Lorand estaba hecho una furia, mas, os prometo que estaba intentando no reventarle los puños en la cara al padre del amor de su vida ¡Pero el anciano no estaba cooperando!

—¿Y por qué razón?

—No lo sé...

—¿Cómo no vais a saberlo? ¿Es que no os importa un ápice la vida de vuestra hija? ¡Señor! Estoy tratando de contenerme por el poquito respeto que os tiene mi esposa, pero tened en cuenta que en mí no hay ni un céntimo, llamadme como queráis, lo único que quiero es que me digáis dónde está ella —gruñó. No pasó por alto el hecho de que en ningún momento su bebé había sido mencionado, no quería pensar lo peor, pero el silencio del noble empezaba a ponerlo nervioso—. ¡Decidme!

—No os lo diré, porque no lo se y ciertamente no me import...

Y entonces, que bien se lo reclamaba su mano por no haberlo hecho antes, le propinó un puñetazo a su suegro, que fue capaz de derribarlo. ¡Insolente! ¡Que no le importaba! Lorand estaba a punto de enloquecer y vaya que no necesitaba ser motivado para enfermarse de ira, desolación, confusión ¿Cómo podía un padre pensar así? ¡Él no lo entendía, y ahora que era padre mucho menos! No entendía el comportamiento de los padres irresponsables que habían estado a su alrededor, no entendía a Leónidas, no entendía a Gerald, no entendía ni siquiera a quien fue su rey, Leopoldo, con lo que le había hecho a Kuna.

Y es que tuvo el modelo de un hombre que lo amó aunque no era su hijo, un verdadero padre para él aunque nunca lo mereció y él quería ser ese tipo de hombre y renunciar a la violencia intransigente de los Báthory... oh, pero en aquel momento no le apetecía nada dejar su violencia... ¡Y se atrevían los nobles en Hungría a llamarlo blando!

Indignado entonces, pensando en un montón de cosas, que nada que ver con la situación (Lo que solía pasarle cuando pensaba en vez de actuar) entró a la casa deliberadamente sin importarle nada en absoluto.

Volviendo en sí solo pensó que verla y tocarla, era suficiente por los siguientes segundos. Pero, por el contrario se encontró a Rupert recargado de una pared y a Trina bordando muy tranquila sentada en una mecedora.

—Hannah —exigió—, ¿Dónde está?

Rupert palideció y decidió que sería su final... si Lorand se llegaba a enterar de lo que él había hecho iba a desmembrarlo, mutilarlo y sabrá Dios qué cosas más, así que con sigilo trató de marcharse de la escena, sin embargo Lorand no se lo permitió —¿A dónde creéis que vais Rupert?

—Está en el castillo de la reina —respondió Trina desviando por un segundo su vista de su delicado bordado.

—¿En el... qué hace allí?

—Preguntadle al pedazo de animal que tenéis en los brazos —escupió con desdén mirando con odio al hijo bastardo de su marido. Lorand estaba confundido, pero Rupert no, con Trina era así, no se sabía si odiaba o quería a Pruna, la trataba horrible pero en secreto hacía cosas por ella, como eso de despreciar a quienes le hacían daño.

Lorand escupió una retahíla de palabrotas húngaras y exasperado miró a su víctima —¡¿Dejaos de acertijos y decidme, por qué diantres está en ese castillo?! ¡Y más os vale que me respondáis, porque estoy al límite de mi paciencia!

Trina exasperada de tener que lidiar con dicha situación, queriendo terminar su bordado respondió sin temblar, no le tenía miedo —Porque así lo ha solicitado la reina, podéis ir al castillo a buscarla si queréis, pero salid de aquí y dejadnos en paz.

—Por supuesto que iré madame, pero vosotros vendréis conmigo.

—No puedo...

—¡No me importa!, sois tan cínicos que sois capaces de dejarla morir en un lugar lejano y no os importaría pero adivinad qué, a mi sí. Así que la voy a encontrar y vosotros —los señaló a ambos con una fiera mirada—, iréis conmigo.

Trina más que por el niñato que quería darle órdenes, como si fuese una simple criada y no una dama de la alta sociedad, por su paz mental se obligó a incorporarse y caminar junto a Lorand hasta una diligencia para llegar al castillo, ella sabía que Hannah ya no estaba allí, pero Rupert merecía ser castigado por lo que había hecho y Lorand debía chocar contra su realidad y entender, que no estaba en su comunidad, que esto era el mundo real donde muy poco podía hacer una dama y los poderes políticos importaban más que incluso la salud.
La reina lo recibió y aunque Lorand la respetaba siempre había sido muy lejana y era la primera vez que la veía, por lo que le sorprendió ver las magnitudes del cuerpo de Ana y poco pudo hacer para disimularlo. Cayendo ella en cuenta de inmediato de la impresión que había causado debido a la mueca en el rostro del hombre, sonrió irritada y lo invitó a sentarse en el comedor, su lugar favorito. Empezó a exigir excentricidades a sus criados mientras comían, y Lorand supo de inmediato que aquella mujer, más que su aspecto físico, era desagradable y grosera. Mas, una excelente estratega política y gobernante, de eso no había duda.

No tardó en preguntar por lo que realmente le importaba.

—Mi esposa...

—Partió en un barco hace un par de semanas.

—¿Cómo?

—Fue a encontrarse con vos, señor Császár.

—¿Y esperasteis hasta ahora para decírmelo Trina?

—¿Qué hubiera cambiado?

—¿Para qué me hicisteis venir si ella no está ya en este lugar? Dispensad mi imprudencia, señoras, pero no pretendo permanecer un segundo más aquí, es imprescindible que tome un barco ahora mismo de regreso a Alemania.

Se levantó e hizo una reverencia con la intención de marcharse, pero la reina una vez más habló deteniéndolo en seco.

—¿No queréis saber lo qué pasó con vuestro hijo?

Confundido Lorand se giró y al ver que tenía su atención Ana continuó:

—Rupert golpeó su vientre tantas veces, que la sangre empezó a desbordarse de sus piernas y perdió al niño ¿Sabéis lo devastada que estaba ella?, ¿No os importa?

¡Que lo juzgaran de santo! Realmente lo intentó.

Volvió sobre sus pasos y sosteniendo a Rupert desde el cuello lo lanzó sobre la mesa, el rencor que sentía hacia su cuñado era tan grande que no midió las consecuencias de tirarlo casi sobre la reina.

—¡Que insolencia! ¿Cómo os atrevéis a atentar contra la integridad física de la reina? —gritó Trina, mas, la reina divertida decidió pasarlo por alto, también deseaba ver a quien había frustrado sus planes sufriendo, no tenía ningún problema con Lorand, no, en aquel momento para ella era el enemigo, era precisamente Rupert.

Lo tomó de nuevo y esta vez lo empujó contra una de las paredes del salón.

Fuera de sí gritó, sabía que algo había pasado con su hijo, pero jamás imaginó que había sido de aquella forma tan brutal —¡Sois su hermano! ¡Y ella os ama! ¡¿Cómo podéis ser así con ella?!

—¡Por que la amo! —gritó— ¡Porque no quería verla en desgracia por los planes de esa bruja! —señaló a la reina.

—¡A ver si os dejáis de palabrerías! ¡Guardias, encerradle! —intervino Trina.

—No, Lorand tienes que creerme, ¡Tienes que creerme! —aulló asustado el chico, pero nada de lo que sucedía tenía sentido para él, su mundo giraba en dirección contraria y en aquel momento el raciocinio no era parte de él.

—No me importa la razón, ¡No te justifiques!, ¡No inventes calumnias, no te sacarán de tu culpa! Tú —rugió—, mataste a mi hijo... ¡Tú lo mataste!

—¡Guardias, encerradle!

Los súbditos obedecieron y se llevaron al chico quien entre gritos sollozaba que lo escucharan, sin embargo, nadie en aquel lugar sentía empatía por él.

Sin decir nada Lorand se marchó, no tenía ganas de ser civilizado en aquel momento, todo lo que había presenciado y escuchado lo turbó de tal manera, que las lágrimas empezaron a nublar su visión mientras se alejaba cabalgando.

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