V
Három
●ღ●
Tras alejarse de quien enarbolaba la bandera de su perdición, se dirigió al portón donde un grosero guardia no le permitió el paso, con la excusa de que "no traía escolta y no había manera de que confirmara su identidad" no importó que Hannah le pidiera amablemente e incluso rogara que le permitiese probar que enserio era quien decía, puesto que hasta que el señor del castillo no se presentó frente a ella, el guardia no dejó de buscar excusas para no dejarle entrar.
Era quizá tan alto como Lorand, pero... en efecto, muy diferente.
—¿Quién sois y qué queréis?
—Soy Hannah Rainer, señor, vuestra prometida
—¿Quién os ha enviado?
—Mi padre.
—¿Y cuál es el nombre de vuestro dichoso padre?
—Gerald Rainer, Marqués de Norfolk
—Desde luego, Marc dejadla pasar.
—Pero señor...
—Haced lo que os ordeno sin rechistar —murmuró acercándose al portón. Por lo general no caminaba por esas zonas, pero aquel día le había parecido extrañamente maravilloso para salir a tomar aire fresco. Lo que no esperaba, era encontrarse con aquella mujer haciendo alboroto frente a la puerta.
Una vez la dejaron entrar, la escoltó hasta su habitación y con una fría reverencia cerró la puerta, a la cual le echó el cerrojo de inmediato, sí, era cierto que esperaba una prometida, pero hasta que no estuviera seguro de que aquella mujer era quien decía ser, no se arriesgaría a permitirle pavonearse por ahí.
Oh.
Pero Hannah ni siquiera se percató de este hecho, en cuanto vio la agradable cama de dosel, se quitó los zapatos y se acostó, ya una criada la ayudaría a quitarse la ropa.
●ღ●
Hannah durmió hasta el día siguiente, ajena a su encierro y en la mañana le enviaron dos criadas una con su desayuno y la otra para ayudarla a vestirse.
¡Qué vergüenza! Que la encontraran con la ropa llena de polvo que trajo del camino. Sin embargo las criadas tuvieron el tacto de no decir nada al respecto.
—¿No desayunaré con el conde?
—Me temo que no, mi lady —dijo amable la criada que la vestía.
—¿Qué podría hacer entonces? Ya he dormido lo suficiente, me gustaría explorar la casa...
—Preguntadle al conde cuando venga a veros —respondió la otra con una mueca de lástima. Hannah confundida frunció el ceño.
—Os traerá unas noticias importantes, así que sentaros tranquila a desayunar.
Entonces cuando salieron de la habitación, fue que Hannah entendió que estaba encerrada.
Lo supo en cuanto corrió hasta la puerta y no pudo abrirla... ¿Hasta cuándo seguirían encerrándola como si hubiese cometido una especie de delito? Le molestaba y no tenía escapatoria alguna, ni nada que la entretuviese hasta que el conde se dignara en asomar la cabeza.
Y no fue hasta pasada la tarde que la envió a buscar con las mismas criadas, para comer juntos la cena.
En un extremo, autoritario y exigente, la miraba por encima de la codorniz que le habían servido y empezaba a enfriarse, analizando a detalle el interrogatorio que le haría para descubrir si era en realidad quien decía ser.
La mujer por su parte, no dudó en mostrar sus maneras correctas, que solo una dama inglesa de la alta sociedad podía presumir y degustó de manera impoluta el banquete que había sido preparado en su "honor".
Kuna se limitó a comer en silencio y observarla de cuando en cuando.
—¿Habéis disfrutado la cena?
—En efecto, mi lord.
—Me complace escuchar eso, desde ahora este es vuestro cocinero también, así que es bueno que os guste la comida... ¿Vino?
—Sí, por favor.
Le hizo servir una copa y ordenó que los dejaran terminar la velada solos, frente a la chimenea del salón donde ya se había preparado previamente para atosigarla de preguntas.
—¿Qué edad tenéis? —inició invitándola a sentarse con un gesto flojo, que Hannah decidió por su bien acatar.
—20 años, señor
—Estáis muy vieja, ¿Por qué habéis venido hasta ahora?
—Por diferentes motivos, pero si os llegó la carta de mi padre, sabréis que intentamos venir hace dos años y la peste nos lo impidió —señaló con voz acartonada, el haberle dicho vieja la había ofendido, pero no quería demostralo.
—Nunca me llegó dicha carta, si es cierta su existencia.
—Sí es...
—No me apetece una solterona por esposa... —interrumpió—. Además estáis escuálida, demasiado delgada para mi gusto.
—Han sido los estragos de un mal viaje, permitidme reponerme.
—Si por mí fuera, no os tomaría por esposa... sin embargo, ambos sabemos que no estoy en condiciones de elegir... y vos tampoco.
Hannah se atrevió a mirarlo con gesto beligerante, y altiva respondió:
—No me casaré
—¿Os parece injusto mi lady? No me hace mucha gracia a mí tampoco, de ser posible me rehusaría... pero, no ha sido ni será nuestra elección, estamos atados desde el momento en que nacisteis, lo sabéis a la perfección.
El mal sabor en la boca de Hannah no le ayudaba mucho a mantener la compostura... ¡Ay! Pero en aquellas circunstancias, estaba a punto de lanzar por la borda años de estudio sobre comportamiento.
—Necesito que me ayudéis a encontrar a mi hermano, de lo contrario no me casaré.
—¿Y dónde está vuestro hermano? ¿Viene en camino con vuestro padre y madrastra?
—¿En camino con mi padre?
—Oh... olvidé deciros que vuestros padres estarán aquí para la boda... ¿Por qué?, ¿nerviosa? No deberíais estarlo, a menos que ocultéis algo, desde luego.
—No tengo nada que ocultar, solo me sorprendió un poco, eso es todo. Aun así es natural, vienen a la boda de su amada hija —convino exhalando un dejo de rencor que pasó desapercibido.
—En efecto...
—Pero como os dije, no me casaré hasta ver que mi hermano llegue y no viene con mi padre, era mi escolta y el capitán que nos traía lo secuestró.
—¿Enserio?... Qué triste, pero no es asunto mío, y ahora tampoco lo es vuestro.
Sorprendida y a la vez resentida, Hannah se incorporó indignada, sin poder creer lo que acababa de escuchar —¿Cómo podéis decir eso?
—Ahora que seréis mi esposa, tendréis que someteros a algunas reglas.
Pero ya las hablaremos más adelante, por ahora no os preocupéis por vuestro hermano, lo preferible es que no tengáis contacto con ningún otro hombre que no sea yo, no toleraré engaños, no aceptaré a una adúltera bajo mi techo, además, hubiera sido mejor si no hubieseis sido tan insensata como para perder vuestro escolta.
—No me llaméis insensata si aún no me conocéis, mi lord.
¿Acaso había insinuado una especie de relación entre ella y su hermano o Hannah había interpretado mal?
—Espero que haya quedado claro, ya he dicho todo lo que tengo que decir por hoy, mi lady, ahora iré a dormir y espero que estéis lista para recibir a vuestros padres, porque en cuanto lleguen celebraremos lo esponsales.
¿Había sido condenada a pasar el resto de su vida con aquel hombre? Sí, se temía. Desde niña la habían criado para que supiera como complacerlo y se encargaron de que estuviera al tanto de la mayoría de sus excentricidades... pero una cosa era recitar cómo le desataría las botas llenas de barro al llegar a la casa, a tener que soportar sus comentarios hirientes.
No quería, pero debía.
Debía aguantar todo por lealtad a su corona y a su reina.
●ღ●
Los días pasaron y Hannah por suerte casi no tuvo contacto con el conde, comía solo cuando su mente le permitía y dormía de tanto en tanto.
No había ganado mucho peso, por lo que seguía siendo solo una sombra.
Sin embargo, a pesar de que a duras penas existía, pudo ser testigo de la llegada de Trina y su padre al castillo. Los miró por el ventanal cuando uno de los criados del conde los anunció y supo de inmediato que su destino había sido sellado inminentemente. También vio a un reverendo que no conocía, ingresar al castillo.
Quería escapar pero no tenía posibilidad alguna, en los días interminables de encierro, había considerado todos los orificios de la habitación y no cabía por ninguno, tampoco había podido convencer a las criadas de que la ayudaran, eran de una manera que Hannah consideró enfermiza, demasiado leales a su señor, lo que imposibilitaba un escape.
Así que se resignó.
Y se colocó un vestido Celeste que su madrastra odiaba.
Tal y como esperaba la llamaron para que bajara a cenar, y la escoltaron hasta el comedor, vigilando que no fuese a ninguna parte, por supuesto, y al entrar ninguno de los presentes se levantó para recibirla, mas no le afectó porque pudo ver que quienes yacían en la mesa no eran sus padres, sino Lara su hermana menor y el misterioso fraile que vio en la mañana. Por lo que comieron en un tenso silencio donde ni siquiera se molestaron en mirarse.
Cuando los padres de Hannah y Kuna aparecieron, ya habían terminado de comer, e incluso los criados habían retirado los platos. Trina desde que vio el atuendo de Hannah, no tardó en lanzar su miradita de reprobación.
—Oh, habéis empezado sin nosotros.
—De seguro Hannah lo ha iniciado, niña insolente —murmuró Trina.
—No ha sido ella...
—Lara —advirtió la mujer.
—Sí, he sido yo. Y si me disculpáis, voy a subir a mi alcoba para descansar.
—Pero si apenas empezamos esta velada —cínico intervino, el ser humano que Hannah menos quería ver en aquel momento.
—Si me disculpáis —repitió haciendo más énfasis en la frase—, estoy indispuesta. —Recogió sus faldas y abandonó la mesa, y no pasó mucho tiempo antes de que Lara también se levantara y se excusara.
Realmente estaba exhausta y quería descansar, no estaba apta para tener una discusión familiar y mucho menos frente al futuro marido de Hannah. Entonces se encaminó hasta su habitación, sin percatarse de cómo justo a su derecha una criada encerraba a su hermana para que no "importunase" al conde.
Hannah se quedó dormida, hasta las 4:36 de la madrugada cuando la puerta de su habitación fue abierta con lentitud, espantándola.
Era él, con su maquiavélica media sonrisa y ojos fríos. Hannah pensó que nunca lograría descifrar esas lagunas pálidas, él por su parte cerró la puerta y se sentó junto a ella en la cama.
—No provocáis en mí ningún tipo de deseo, solo me traéis problemas, me habéis faltado el respeto frente al fraile y vuestros padres... y no me respetáis en lo más mínimo.
—No es eso...
—No os he pedido que hablaseis... no me interesa vuestra opinión y quiero que quede claro desde ahora, mi lady. Acataréis mis reglas o tendré que castigaros...
¿Acababa de decir que la castigaría?
Entonces sin previo aviso la tumbó sobre su regazo y levantó sus faldas, mientras ella asustada, creyendo que la abusaría intentaba zafarse. Mas, para su sorpresa y dolor, lo que hizo fue empezar a palmear con fuerza sus nalgas como si fuera un chiquillo, ejerciendo sobre ella su dominio y humillándola.
Una, dos, tres... le costaba mantener el ritmo de las nalgadas, sus lágrimas y los sollozos a la vez, ¿Cómo se atrevía a tratarla como si fuera una niña malcriada a la que había que disciplinar?
Cuando acabó, la sentó bruscamente, sacándole una mueca de dolor, y la besó con rudeza.
—Esto es lo menos que puedo haceros, Hannah, así que si os lleváis de concejos, no volváis a avergonzarme delante de nadie en el futuro, o tendréis que afrontar las consecuencias. Lo que más odio son las mujeres rebeldes, que hacen lo que les da la gana.
Y así se marchó dejándola furiosa y humillada sobre la cama, pensando con seriedad tomar la jofaina que tenía al lado y plantársela en la cabeza hasta que su cráneo fuese hecho polvo.
Sin embargo, la intervención de alguien más en la habitación hizo que aquel pensamiento se desvaneciera.
—No grites —fue todo lo que pudo escuchar, antes de que la figura aun borrosa por sus ojos hinchados entrara en la alcoba.
La gitana que tanto había esperado se dignó en aparecer con una boba sonrisa de culpabilidad y Hannah ya no pudo contenerse, empezó a sollozar desconsolada
Su padre le había pegado de niña, muchas veces... pero Hannah pensaba que aunque mucha gente te golpeara todos los días, nunca se sería capaz de acostumbrarse al dolor y la humillación de ser golpeado.
Hannah tuvo miedo de pasarse el resto de su vida con aquel hombre.
Lorena mordió sus labios al verla tan deshecha.
Mientras Kuna golpeaba a la mujer, unas 100 maneras en las cuales ella asesinaba al hombre pasaron por su cabeza, pero no le convenía intervenir, si lo hacía corría el riesgo de arruinar lo que restaba de su plan, y no podría salvar a Hannah. Sin embargo, una vez Kuna abandonó la habitación no pudo soportar más y entró de inmediato a la alcoba. Al verla allí tirada, con los ojos rojos y una mueca de dolor, corrió hacia ella y la abrazó, meciéndola de manera maternal, no le importaba ser una completa desconocida.
Hannah sintió que aquel momento era lo más parecido al calor materno que había recibido en su vida. Pero estaba demasiado abrumada para pensar en otra cosa, más que su realidad misma.
No quería hablar de ello, y por suerte Lorena lo entendió al ver su mirada contristada.
Lo que se dispuso hacer fue recoger las cosas de Hannah que pudo entrar en una especie de envoltorio que llevaba debajo de las enaguas, sin que la castaña se percatara si quiera, ésta solo pensaba en el ardor que sentían sus nalgas, y Lorena le prometió que le colocaría un ungüento no solo en su trasero, sino también que le cambiaría los vendajes de su costado y renovaría el brebaje que le derramó sobre las costillas.
—Es menester que os fortalezcáis ahora mi lady, porque os necesito en todos vuestros cabales para poder escaparnos, nos vamos esta noche, no puedo permitir que Kuna os trate como si fueseis uno de sus perros.
—Es lo que una esposa debe soportar —reconoció la más castaña muy a su pesar.
—Aun no eres su esposa, no tienes por qué soportar esto.
—¿Entonces, siendo su esposa si tendría que? No solo no quiero soportarlo como su prometida, ¡Ni de juego quiero soportarlo como su esposa! Lorena, por favor, sacadme de aquí.
Y no hubo que repetirlo.
Lorena se acercó a la pared de la habitación y empezó arrastrar sus dedos sobre esta, hasta que una de las piedras se movió.
—No puedo creer que lo hayan... ah no, sí funcionó, ¡A prisa señorita Rainer!
La pared se hundió y se abrió dejando a la vista una larga y oscura apertura, Hannah se encontró por primera vez en su vida con un pasadizo secreto.
Ambas entraron allí y por su parte Lorena se giró cerrando la "puerta".
En aquel momento para Hannah tener los ojos cerrados o abiertos, era lo mismo, de tal densa oscuridad que las rodeaba.
—Cogedme la mano —susurró Lorena—. Conozco este pasaje a la perfección, pero, no quisiera que os perdierais.
—De acuerdo
Hannah no supo qué tanto tardaron allí caminando a oscuras, pero ¡Ay! Cuánto agradeció llegar a una pequeña sección donde una antorcha orgullosa iluminaba todo el lugar, el suspiro que salió de sus labios sonó como un alarido ahogado, mas, Lorena no dijo nada.
—¿Dónde estamos?
—Estamos bajo tierra, ya salimos del castillo hace un buen rato. Este túnel conecta a una propiedad de los Császár y... hemos llegado a la salida, mi lady. Afuera os espera un carruaje que os llevará directo a la comunidad Császár.
—¿Comunidad Császár?
—Sí señorita, Császár, así como lo oís.
—Pero, ¿Y vos?
—No os preocupéis por mí, me quedaré por aquí. Os contactaré de vez en cuando para cerciorarme de que estéis bien.
—¿Y si os pasa algo?
—No os preocupéis... —empezó a buscar en su maletín y extrajo dos frascos pequeños—. Aquí tenéis un ungüento para vuestro trasero y para vuestras costillas, en este otro frasco hay un poco de láudano, aunque dudo que lo necesitéis, pero igual... ya sabéis. Tened cuidado, por favor —se despidió con gesto preocupado.
Por su parte Hannah se giró para salir hasta donde estaba el carruaje, sin embargo Lorena, sosteniéndola del brazo la hizo volver sobre sus pasos.
—Una cosa más mi lady, puede que os de hambre para el viaje, así que tomad esto —le tendió un cuenco con Ciruelas, que Hannah no quiso ni preguntar de dónde venían, ni donde las había dejado para encontrarlas en semejante oscuridad—.Y si alguien os pregunta cómo os llamáis, que ni se os ocurra decir vuestro nombre. Me temo que Hannah Rainer es un nombre que os traerá muchos problemas, de ahora en adelante os llamareis Pruna, como estas Ciruelas.
—¿Pruna?
—Sí, Pruna... Pruna mmm... ¡Pruna Boldog, eso es! Ahora idos mi lady, id.
—¿Gracias?... muchas gracias .
No la entendía, pero algo había demostrado y era que por alguna excéntrica razón estaba de su lado y tenía buenas intenciones, aparentemente. Hannah decidió que aquella mujer sería parte de su vida, de ahora en adelante, sin que pudiera evitarlo.
Lorena la guio hasta el final del túnel donde una enorme puerta de hierro estaba semi-abierta.
Fuera la esperaba el cochero, quien sin dirigirle siquiera una palabra se limitó abrirle la puerta para que entrara y así mismo cerrársela en cuanto estuvo dentro.
A Pruna le pareció un viaje camino al matadero
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