IX

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●ღ●

Las ansias de que llegara el día siguiente pudieron tanto con Pruna, que en cuanto tocó su cama quedó dormida. Era como cuando recordaba tanto algo que cuando necesitaba expresarlo, lo olvidaba.

Sin embargo despertó, que era lo más importante.

Talló sus ojos con desesperación tratando de borrar las lágrimas que se agolpaban en sus ojos, un día más sin saber de su hermano, un día más lejos de su hermana ¿Quién dice que no le afectaba? Solo que no podía demostrarlo, al parecer Lorand tenía razón con eso de que tenía dos personalidades luchando dentro de ella... pero no era sólo eso, no debía hacer escenas, una dama no tenía permitido este tipo de actitudes y tampoco era una niña para estar haciendo berrinches.

Aunque era doloroso, cómo ya no estaba bajo la tensión y miedo que sentía en el castillo, podía preocuparse libremente por su familia.

Girándose divisó un bonito vestido de muselina y como a unos metros más lejos, sobre una vieja mecedora: enaguas, un corsé y un par de guantes descansaban ¿Quién se había tomado la molestia? Dedujo que fue Lorand, ¿Quién si no?

Entonces, no dudó en acercarse a la montaña de ropa, apareciendo tras ella Harmat, quien cómo si la hubieran llamado con la mente, la ayudó a colocarse el vestido.

—Oh, mi lady, ¡Os queda divino! —expresó con sinceridad una vez terminó su labor.

—Muchas gracias Harmat.

Entonces, con rapidez se dispuso a empezar con su nueva rutina matutina.

En cuanto salió de la alcoba, movió mecánicamente su cuerpo hasta la cocina y con agilidad tomó de la repisa los ingredientes para preparar el desayuno, ya que la cocinera estaba enferma y una de las condiciones en las que habían quedado Lorand y ella, era que cocinaría mientras tanto. Así que con ánimo, aquella mañana inició su labor.

Advirtió por el sonido de unas botas aproximándose hacia ella, que el señor Lorand ya estaba despierto, así que dio media vuelta para saludarle.

Pero no era Lorand...

No era Lorand.

Aquel joven parecía como si hubiese crecido unos centímetros más desde la última vez que lo vio, con aquella ridícula casaca desgastada, los ojos vívidos grises iguales a los de ella y el cabello revuelto pidiendo un buen corte.

Las lágrimas se agolparon en sus ojos y corrió sin importarle si era apropiado de una dama o no, a los delgados brazos del joven que le sonreía cual gato...

Su Rupert... su hermano, estaba allí. Y era casi un sueño.

—¡Rupert! —Sollozó—. ¡Oh! Rupert, cuanto debiste sufrir... ¿Estás bien?... ¡Oh Dios mío!... ¿Estás herido en alguna parte?

—No, mi lady, no lo estoy, estoy bien. Me imagino que estás peor dado a que te trataron como un animal, pensé que seguro te habías lastimado. —Pruna vio la agonía en los ojos del joven y de inmediato supo donde se dirigían sus pensamientos—. Hubiera querido...

—No fue la gran cosa, ¿Y qué pretendías? ¿Ir contra hombres con 10 veces tu peso y fuerza? Hubiese sido imposible.

—Pero se supone que debía protegerte y yo...

—No fue tu culpa, además estoy bien, el señor Császár me ha cuidado muy bien.

—Me alegro que estés bien, de verdad, a pesar de que no pude protegerte... pero haré mi mejor esfuerzo de ahora en adelante, lo prometo. Nunca más tendrás que sentirte insegura y desprotegida... —habló con peso y Pruna supo que hablaba en serio, algo había cambiado en Rupert durante todo aquel tiempo en el cual habían estado separados, ya no le parecía más un niño—. Y respecto al señor Lorand, mmm... más tarde hablaremos sobre eso ¿De acuerdo?

—¡Oye!, ¿Qué hay que hablar? desde cuando das tú las órdenes, pequeño bribón —bromeó ella regresando a su lugar para seguir con su faena.

—Siempre he sido yo —se regodeó—. ¿Qué haces?

—¿Qué te parece que hago?

—Te pregunto qué haces porque el desayuno ya está servido... por casualidad, ¿Te acabas de levantar?

—Oh, ¿Enserio?... qué tonta, ni siquiera chequé el comedor.

—Venga, vamos a desayunar.

Caminaron hasta el comedor y se sentaron cerca de Lorand y un caballero a quien Pruna ya conocía.

—Vos debéis ser la señorita Boldog —espetó Stadler levantándose y haciendo una pequeña reverencia.

—Mucho gusto y vos debéis ser el señor Stadler.

—El mismo, un placer igualmente —ambos se dedicaron una miradita de incredulidad, aquel había sido el hombre que la había "escoltado con amabilidad" a su alcoba cuando Hauser prescindió de ella.

—Por favor, tomad asiento y disfrutemos de esta comida —anunció Lorand con una sonrisa misteriosa. Él ya sabía que Stadler y la mujer se conocían, pero le pareció divertido ver cómo se empeñaban en fingir desconocerse.

—¿Boldog? —susurró Rupert

—Te explicaré después.

El desayuno fue tranquilo, mas, no bien terminó ella de engullir el último pedazo de fruta, se levantó de la mesa y excusándose le pidió a Rupert que la acompañara, aún no se había acostumbrado a la informalidad del lugar donde vivía, por lo que no podía evitar seguir haciendo este tipo de cosas.

No temía llevarlo a su habitación ya que era su hermano, además, no podían manchar el honor de una doña nadie, ¿Cierto?

Así que en efecto llevó a su hermano a su alcoba donde tendrían más privacidad y en cuanto entraron se sentó sobre la cama dejándole la mecedora libre.

—¿Qué es eso de Boldog? —abordó sin perder el tiempo, sonaba mucho a Rupert.

Pruna sonrió

—Pruna Boldog... es mi nombre ahora...

—¿Así debo llamarte?

—Sí y cuando estemos en frente de la gente, háblame con un poco más de respeto.

—¿Así queréis que os hablé mi lady?

—Sí, por favor.

—De acuerdo... ¿No me vas a contar por qué usas otro nombre que no es el tuyo?

—Pues es sencillo... —Pruna le explicó lo más breve que pudo luego de ser interrumpida unas diez veces, lo que había pasado con el conde Báthory.

—No puedo creer que haya hecho eso... ¡Ese bastardo! —rugió levantándose con brusquedad de la mecedora.

—Pues créelo, porque así fue. ¡Siéntate!, sé lo que estás pensando, pero no resolveremos nada de esa manera.

—¿Qué harás entonces?

—El señor Lorand y yo tenemos un plan...

—Pruna, respecto al señor Császár...

—¿Qué pasa con él?

—Es solo que... nada... olvídalo.

—¡Dímelo o te haré cosquillas!

—¡Ya estoy mayor para las cosquillas!... y no, no te lo diré.

—¡Ay si serás!...

Nada elegante, Pruna había aterrizado sobre su hermano a hacerle cosquillas, cuando luego de un breve toque que ninguno escuchó, fue abierta la puerta y un Lorand con una ceja enarcada miraba la escena.

—Oh mi lord, lo siento... —dijo incorporándose la mujer, Rupert frunció el ceño.

—¿Por qué no tocáis la puerta de la habitación de una dama?

—¡Rupert! —exclamó azorada, mas, el joven tenía razón.

El lord se limitó a sonreír encontrándose graciosa la escena

—¿Por qué os disculpáis?, no habéis hecho nada de qué avergonzaros... espero —expresó risueño.

—Es solo que una dama no debe...

—No tenéis que darle explicaciones "mi lady".

—¡Rupert!

—Los caballos están listos —dijo divertido.

—¿Para dónde vais, señor Császár?

—Vamos —corrigió—. Vamos a la villa Császár a celebrar la fiesta de la cosecha y... sí toqué —añadió con una sonrisa inocente que irritó a Rupert.

—Más tarde me hablarás de tu fabuloso plan —susurró por lo bajo, logrando que solo su hermana lo escuchara.

—Y tú me contarás lo que tanto te preocupa del señor Császár

●ღ●

No bien salieron de la habitación, Lorand le pidió a Harmat que vistiera a los niños y preparara una muda de ropa, y que tomara a unas cuantas sirvientas, para que ayudaran a preparar la casa. La noche anterior Pruna y Lorand habían hablado sobre aquello, pero la emoción de ver a su hermano había hecho que olvidará la famosa fiesta de la cosecha.

Una vez estuvieron todos listos, de inmediato una de las criadas llevó al pequeño Árpád hasta Pruna, quien lo cargó en brazos y Boriska sonriendo bajó corriendo las escaleras, extendiendo a su vez los delgados brazos hacia su padre.

No reparó en lo rápido que se estaba acostumbrando a la delicadeza y ternura de los pequeños que no eran sus hijos, ni en lo agradable que se le antojaba la escena con esa familia, que no era la suya.

El viaje lo pasaron en silencio.
La "villa" como con humildad la habían llamado, parecía más un castillo, que una simple villa, se levantaba imponente y oscuro, haciendo que Rupert se inquietara cada vez más por la seguridad de su hermana en manos de ese... Lorand Császár.

Lorand rodeó a toda prisa los caballos para ayudar a bajar a Pruna, ella apoyó su mano enguantada en los forrados hombros de él, sintiendo la temperatura subiendo aun cuando el clima estaba fresco, mas el frenético latido de su corazón ¿Latía el suyo así?

Se preguntó si había contagiado a Lorand de aquella enfermedad que había adquirido al llegar a la comunidad, o si solo lo sentía ella, esos síntomas que despertaban en ella un instinto primitivo, que quería obligarla a descubrir ciertos lugares que para ella eran inexplorables, palpar superficies a ciegas y escalar tramos de un material desconocido... lanzarse al vacío y aterrizar en los labios de Lorand Császár. Y ya era demasiado peligroso pensar de esa manera, con esa condenada boca tan cerca, y esa miradita cargada de un anhelo misterioso... la incertidumbre, era en efecto lo que acabaría con ella.

Por el rumbo que tomaban sus pensamientos enrojeció y se separó del lord, quien se limitó a verla confundido.

Rupert enarcó una ceja y carraspeó.

—Mi lady, bienvenida a la villa Császár —suspiró Lorand saliendo de su trance.

—Gracias mi lord... aunque esto parece más un castillo de algún rey, o algo así...

—Un rey oscuro, querréis decir —inoportuno intervino Rupert, más fue ignorado.

—Lo fue en su momento, como bien podéis ver... pero en algún tramo de la historia, pasó como legado a esta familia.

—¡Magnífico!... —exclamó interesada.

—Magnífico —susurró Rupert imitando su voz con burla, ganándose una mirada desdeñosa por parte de su hermana.

—¿Entramos?

—Sí, por favor.

Gentilmente el lord ofreció su brazo y la condujo dentro del castillo, con todos los demás siguiéndoles.

Por dentro la villa para sorpresa de todos era brillante, comparada con el lúgubre aspecto exterior. Pruna pensó que ni siquiera había un jardín que le diera un poco de vida, no obstante, luego de ver el interior, incluso el jardín de las rosas más hermosas les pareció innecesario. De todas formas plantar bonitas flores fuera del castillo solo agrandaría la fealdad de este destacándose solo ellas. Así que Pruna se limitó a quedar satisfecha con el aspecto interior de la imponente edificación.

Rupert miraba a todos lados inseguro por la majestuosidad de aquella casa, nunca había estado en el castillo de un rey, por lo que no podía asegurar que tan buena fuera "la villa". Sin embargo, muy a su pesar, tuvo que admitirse a sí mismo, que el lugar no tenía nada que envidiarle a la casa de cualquier noble.

—Las habitaciones están por aquí, ¿Os molestaría seguirme?

—En absoluto, mi lord, continuemos.

Las habitaciones no eran ni por asomo menos lujosas, con telas bellísimas en los edredones, almohadas mullidas y suaves colchones de algodón, tapizados magníficos y antiguos, rústicas pero elegantes cómodas, una belleza total, por un momento ambos se sintieron en una alcoba real.

Luego de haber inspeccionado cada alcoba, Lorand, todo un caballero por supuesto, le indicó a Rupert cuál sería su habitación y luego la dejó a ella en su alcoba que estaba justo al lado de la de su hermano y que era más amplia de lo que ella esperaba. Dejó a Harmat como su doncella a su cargo, y se despidió con una breve inclinación, repitiendo desde lejos una leve agitación de la mano derecha, despidiéndose.

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