Bola de pelos - segunda parte
- No sabía que habías vuelto, ¿está todo bien con tus viejos?
- Si, si, ellos están bárbaros. Medio hincha pelotas, como siempre.
- Bueno, eso es porque te quieren y te quieren ver bien.
Luego de un silencio incómodo, ella se animó a hacer la pregunta que estaba flotando en la cabeza de ambos desde que abrió la puerta.
- ¿Cómo estás? Mi mamá me contó lo que le pasó a tu mujer. Lo siento muchísimo. Debe haber sido horrible.
- Gracias Coti. La verdad es que estoy destrozado. Todos los días podía ver como ella se iba apagando de a poquito con el asma. Los episodios se volvían más complejos, pero yo tenía que ir a trabajar. Ella terminó recluida en casa, pero no me gustaba la idea de dejarla sola. Un día me encontré una gatita que siempre veía dando vueltas por la cuadra y la traje para se hicieran mutua compañía. Ahora es todo lo que me queda. Estoy muy solo, no sé qué hacer.
Constanza vio su oportunidad y trató de tomar la mano de Luciano con el mayor sigilo posible, pero una bola de pelos enfurecida arañó su pierna izquierda sin piedad.
- ¡¿Qué es eso?!
- ¡Melina, no! Mala gatita. Perdón, es que se pone nerviosa con los extraños. No recibimos muchas visitas después de lo de...
Luciano se desplomó en el sofá, apenas pudiendo contener las lágrimas.
Constanza se acercó estaba vez con más cuidado y se sentó en el sofá, manteniendo contacto visual con el animal tricolor, quien se había sentado automáticamente en el regazo del joven para demostrar su autoridad. Se dio cuenta entonces de que ella detestaba a los gatos, siempre creyéndose los amos y señores de todo.
Constanza soltó el primer botón de su abrigo con mucha sutileza y buscó tomar a Luciano entre sus brazos para dejar que desahogara sus penas en su pecho. Luciano tomó esto como un gesto maternal y se descargó con ganas, no pudiendo permitirse un minuto más reprimir su congoja.
La gata no tuvo más remedio que salir de su camino y esperar sentada en el suelo, meneando su cola enfurecida.
Los pezones parados de Constanza y la humedad entre sus piernas eran cada vez más evidentes, sabía que tenía que ser paciente ya que cualquier paso en falso podía ser el fin de todo. Tenía que verse como un accidente feliz, no como el ejercicio calculado que era. Tantas veces había repasado esa escena en su cabeza, ofreciéndole su consuelo en el caso de que se peleara alguna vez con su novia, pero nunca había sucedido y finalmente se habían casado. Ahora era su momento y debía aprovecharlo.
Posó su pequeña mano en la pierna de Luciano, un poco más abajo de donde estaba su entrepierna y comenzó a frotarla, con actitud inocente, como quien palmea la espalda de alguien para reconfortarlo. El truco no tardó mucho en surtir efecto y lento pero seguro empezó a sentir la virilidad de Luciano hasta convertirse en un bulto punzante que saltaba dentro de sus pantalones, listo para salir y penetrarla.
Luciano comenzó a besar su pecho, su cuello y sus labios como desenfrenado y ella luchó para deshacerse de los botones del abrigo cuando la gata una vez más entró en acción, saltando sobre ellos y colocándose en la cabecera del sillón que ocupaban.
La gata nuevamente los había interrumpido, pero Constanza no se iba a rendir tan fácilmente.
-Perdón Lu, ¿dónde está el baño?
Luciano salió de su embrujo por un momento y tratando de recobrar su compostura dijo:
- Es la primera puerta a la derecha, al lado de la habitación.
Bingo, pensó ella. Era todo lo que necesitaba saber.
-Permiso- dijo y se metió en el baño a tramar la última parte de su plan.
Se miró al espejo del baño y miró en el estado en el cual se encontraba. Desordenó su cabello para dejarlo en un estado más salvaje y seductor posible, se despojó del incómodo abrigo y dejó caer una tira del negligé para dejar expuesto uno de sus pechos. Deslizó su ropa interior empapada entre sus muslos y la dejó colgada en el picaporte de la puerta del baño, deliberadamente del lado de afuera, para que fuera lo primero que Luciano encontrara cuando viniese a su rescate.
Fingiría que tropezó en el baño y él, como todo un caballero, vendría a darle una mano.
Ya estaba lista para empezar con el simulacro cuando escuchó un ruido bajo y amenazador proveniente del techo del baño. La gata, que parecía una bola de pelos enorme, estaba tapando el respiradero. Sus ojos ambarinos prometían desde la distancia destajarla si se acercaba más a su territorio.
Constanza odiaba a la gata y la gata odiaba a Constanza. Era un hecho, pero también lo que estaba por suceder.
Pegó un grito agudo y se desparramó por el sueño, dejando sus piernas convenientemente abiertas para quien entrara al recinto del baño.
Luciano no tardó en venir a su rescate, entró con una mano todavía en el picaporte y con la otra sostenía su ropa interior. Azorado, le preguntó si se encontraba bien.
-Me caí, vi una sombra en la ventana y me asusté. Soy una tonta ¿No me ayudas a levantarme?
Todo fue muy rápido. Él la ayudó a incorporarse, no sin antes escanear hasta el último recoveco de su cuerpo expuesto.
Ella lo abrazó entonces y no lo soltó jamás, lo empujó hasta la puerta de la habitación, lo tiró en la cama y con un portazo los encerró a ambos en un torbellino de pasión desenfrenada por horas, donde el único sonido que lograba ahogar sus gemidos eran los arañazos y los maullidos de la gata del otro lado de la puerta.
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