• Día 8 •
—¡Te he dicho que no, Kuroo! —escuchó la voz de Akaashi Keiji elevándose al otro lado de la puerta—. Que seas mi mánager no te da derecho a darme ninguna orden. Me niego.
Bokuto Koutarou irguió su postura mientras lo escuchaba. Su trabajo era postrarse en la puerta del camarín hasta que su protegido decidiera salir y tuvieran que regresar a la enorme casa al pie de la colina de Hollywood donde ambos residían.
Perdón. Era donde residían cuando Akaashi tenía que rodar una película. Cuando no lo hacía, podían darse el lujo de volver hasta su Japón natal para disfrutar de los festivales, las aguas termales y los deliciosos dulces que poco podrías encontrar en las caóticas calles de Estados Unidos.
—¡No iré a esos premios de mierda con el novio falso que me estás obligando a salir! —continuó mascullando Akaashi—. Me importa una mierda que se lo prometieras a su mánager. No voy a ir. No puedes obligarme. Tendrás que arrastrarme para que lo haga, y aun así no podrías salirte con la tuya. No soy tu jodido juguete en el cual depositar tus frustraciones.
Bokuto empezó a removerse incómodo. Conocía a Akaashi desde hacía tres años cuando sucedió al anterior guardaespaldas en su puesto, y rara vez —por no decir nunca— tenía esos brotes de ira como los que últimamente parecían dominarlo.
Desde que su carrera despegó tras aparecer en esa serie de misterio —donde no era el protagonista y se moría en el penúltimo capítulo, pero cosechó fans como si fuera político mentiroso en campaña—, su carrera solo continuó ascendiendo.
De hecho, habían llevado una vida más o menos tranquila hasta ahora. Actualmente, solo andaban de premiación en set de grabación en estudio para entrevistas en campañas de publicidad. Bokuto trabajaba codo a codo con Kuroo Tetsurou, quien llevaba dicha agenda, y se le licuaba el cerebro cada vez que tenía que recordar todo.
Sin embargo, Bokuto recordaba perfectamente los planes para aquella noche: Akaashi la tenía completamente libre.
Al menos, hasta ahora... que Kuroo, al parecer, quería obligarlo a asistir a una premiación de música, o eso pensaba... el novio falso de Akaashi pertenecía a una banda masculina de pop.
Miya Atsumu. Ese era el nombre del susodicho que tanto irritaba a Akaashi.
—No me jodas, Kuroo. No eres mi madre. Te crees muy importante, y no lo eres. De verdad, deja de meterte en mi vida si no quieres quedarte sin trabajo —La lengua afilada de Akaashi no tenía descanso—. Oh, ¿planeas arruinar mi carrera si lo hago? ¡Pues qué bien! Tal vez podrías hacer lo que yo tanto deseo y no tengo ningún valor de hacer.
Se hizo un silencio sepulcral en el que Bokuto ni siquiera hizo amague por respirar. Sintió el sudor bajando por su camisa y comenzando a aguar la espalda de su chaleco.
Al final, Akaashi dijo una última frase, pero ya no sonaba enojado. Solamente dolido.
—Vete a la mierda, Kuroo.
Acto seguido, Bokuto escuchó el estruendo de un objeto frágil estrellándose contra una pared. Lo tomó como su excusa para meterse al camarín del muchacho —en su contrato decía que, ante cualquier ruido extraño o sospecha de peligro, tenía permitido meterse sin siquiera tocar la puerta.
La imagen allí dentro era desgarradora.
El móvil de Akaashi, ese de última generación que la marca Samsung le envió el pasado mes, yacía con la pantalla destrozada en un rincón del sobrio camarín. Pero eso era lo de menos; cuando tenías a Keiji en una esquina, agazapado contra sí mismo, y temblando tanto de la rabia que ya comenzaba a murmurar solo.
Bokuto se mordió la lengua. Pese a que solo era un año más grande que su protegido, a veces lo sentía como un niño pequeño. La fama lo envejecía a pasos agigantados, pero su corazón continuaba siendo inocente, y los cambios tan bruscos en su estilo de vida solo le provocaban malestares.
El fresco de pastillas para dormir lucía como un trofeo de guerra bajo el espejo. Estaba a medio consumir, y Bokuto recordaba perfectamente que hacía menos de dos semanas que fue enviado a conseguirlo en una farmacia.
—No preguntes —masculló Akaashi frotando sus propios hombros—. O me veré obligado a lanzarte algo a ti también, Bokuto-san.
Bokuto le dio una sonrisa tierna. Si bien solo debía protegerlo de los peligros externos, se tomaba muy en serio su trabajo de cuidarlo.
—¡No hace falta, Akaashi! ¡Escuché todo detrás de la puerta! —Akaashi refunfuñó algún insulto entre dientes—. No le hagas caso a Kuroo. Desde que Yaku le dejó por ser un obsesivo del dinero y la fama... creo que la abstinencia le ha traído más tonto que de costumbre.
Sabía que estaba siendo injusto con Kuroo Tetsurou. El joven hombre no era malo. Nada de lo que había hecho jamás fue para su beneficio personal, o para arruinar la carrera de Akaashi —al contrario. Kuroo siempre hacía lo correcto para posicionarlo cada vez más en la cima.
Pero, a veces, se desubicaba más de lo que correspondía. Y Akaashi se frustraba. Y odiaba su vida. Se maldecía a sí mismo por haberse permitido arrastrar hasta aquel punto en los abismos de Hollywood.
La ruptura amorosa solo le había convertido en un obsesivo compulsivo del trabajo. No dejaba de hacerlo nunca, y pretendía que todos siguieran su ajetreado ritmo. Supuso que no le gustaba quedarse solo con su alma y sus pensamientos pensando en todas las metidas de pata que llevaba cometiendo en menos de treinta años de edad.
—No quiero ir a esos premios de mierda —soltó Akaashi de pronto—. Solo quiero descansar. Quiero un rato para mí mismo. Me niego a ponerme otro estúpido traje azul y dejarme abrazar por Miya, mientras sonrío a las cámaras y recito una historia de amor que no es real.
Algo en su interior se rompía ante la imagen de aquel jovencito que fue obligado a crecer tan rápido. Ese niño dulce, serio y educado que solo conoció por fotos, y que ahora tenía en frente como un joven hombre que iba fragmentándose cada vez un poco más.
Como su guardaespaldas, Bokuto había presenciado muchos momentos desagradables. Desde fans acosándole y persiguiéndolo por toda la ciudad, las amenazas de muerte, los intentos de drogarlo con bebidas en fiestas. Hubo una época, cuando recién iba ascendiendo, que las amenazas de muerte lo traían tan nervioso que debían adormecerlo con calmantes y andaba como zombie el resto del día.
Bokuto incluso probaba su comida antes, cuando era algún evento masivo. No podían arriesgarse a nada.
—Vamos al centro —propuso Bokuto, y estiró su mano como si se la ofreciera. Se retractó casi al instante, pero no dejó de sonreír—. ¡Te llevaré a comer los mejores dulces que podamos encontrar en el Chinatown! Y después... irás a la cama.
Akaashi tragó saliva con dificultad. Sus labios se veían resecos. Miró nervioso hacia los restos del celular descuajeringado en el suelo.
—Kuroo va a matarme —replicó Akaashi ya con calma y ahora que empezaba a pensarlo con la cabeza fría—. Quizá si me cambio... llegue a tiempo a los premios de Atsumu...
—¡Ni hablar! Si Kuroo dice o quiere hacerte algo, ¿para qué tengo yo a este bebé? —Bokuto se palmeó lo que colgaba de su cinturón: era una pistola que llevaba a todas partes—. Esta es tu noche y así te lo prometieron. No dejaré que nadie te lo arruine. ¿Sí, Akaashi?
Akaashi seguía viéndose dubitativo. Lo que decía Bokuto era, por lejos, muy tentador. Pero el muchacho siempre era tan correcto que no le parecía insólito que buscara destrozarse a sí mismo en el proceso de complacer a todos los demás.
Volvió a ofrecerle su mano. Ya no le importaba si su gesto era desubicado, o no. Nadie los estaba mirando. Y Akaashi no era solo un actor famoso que le pagaba por sus servicios.
Era su amigo.
Tal vez... el único amigo sincero que tenía. Podía decirlo cada vez que se sujetaba de su mano para levantarse luego de un ataque de histeria. Se agarraba tan fuerte como si tuviera miedo que Bokuto también podría haberlo dejado solo.
Akaashi dio la noche libre a su chófer, y prácticamente lo echó del auto. Le arrojó las llaves a Bokuto por encima del capot, quien sonrió mientras se dispuso a manejar hacia algún lugar al que el otro no prestaba mucha atención.
Su paseo por el Chinatown fue casi efímero. Akaashi no podía bajarse en ningún lugar muy atestado; llamaría la atención de inmediato, y la idea no era esa. Un descanso no era tal cosa si debías firmar autógrafos y sacarte una treintena de selfies.
Así que fue Bokuto quien bajó de un salto tras aparcar en una zona más calmada, y persiguió los distintos puestos de comida hasta que encontró uno específico de dulces japoneses entre toda la gastronomía asiática. Pidió si podían envolverlo bien; no quería que Akaashi descubriera de inmediato lo que había dentro del paquete.
Cuando regresó al auto, sonriente, encontró a Akaashi en la misma posición ensimismada contra el vidrio y mirando hacia la nada misma.
—Le vas a hacer un hueco a la ventanilla como sigas mirando —rio Bokuto tras pasarle el paquete—. ¡¿A dónde te apetece ir ahora?! Te dije que es tu noche, y haremos exactamente lo que tú desees.
Akaashi se encogió de hombros.
—Hace tanto que no recorro esta ciudad por puro gusto que ya ni sé qué lugares son buenos para descansar.
—Bueno, Akaashi... no es que yo sea el mejor —rio Bokuto tras cambiar de marcha y avanzar hacia una avenida de Los Ángeles—. ¡Estoy siempre contigo!
Se mordió la lengua tras ver el rostro compungido de Akaashi.
—¡N-no me estaba quejando! ¡No quise decir que eres una molestia o algo por el estilo! —buscó excusarse rápidamente.
Un brillo malicioso surcó los ojos del joven actor.
—No había pensado en que me vieras como una molestia —dijo, y echó una mirada de reojo a Bokuto—. Pero quizás ahora empiece a pensarlo...
—¡Akaashi!
Su protegido sonrió de costado al verlo berrear. Sabía que tenía una vena malvada cuando se lo proponía. Era probable que todo ello lo aprendiera con Kuroo.
Pero, aunque sonriera por unos segundos no se podían borrar las oscuras ojeras o la soledad en su mirada. Él sabía lo duro que intentaba estar vivo —las sesiones de terapia, la medicación, las clases de yoga, entre miles de otras cosas a las que Kuroo lo apuntaba para controlar su creciente depresión y ansiedad.
Ninguna daba mucho resultado, ya que no atacaban el problema de raíz: la carrera de Akaashi.
Mientras continuara siendo un joven actor que sobrevivía en un mundo tan tóxico y siniestro, ninguno de sus temas mentales podría alejarse del todo.
Aparcó cerca del Grand Park, uno de los pulmones verdes de Los Ángeles. Era como un oasis urbano que, de día, se atestaba de gente haciendo deporte, en picnics o solo saliendo a que les diera algo de sol.
De noche, era más un criadero de drogadictos y parejitas que buscaban intimidad. El lugar perfecto para que nadie reconociera a Keiji.
Aun así, Bokuto le hizo bajar con la capucha puesta —le dio una de sus sudaderas, la cual quedaba muy amplia en su cuerpo más menudo—, y sus grandes gafas de carey que pocos sabían que utilizaba. Encontraron rápidamente un lugar alejado en medio de la hierba.
Puede que nadie de los presentes les molestara porque podían pensar que eran solo una parejita que quería un lugar a solas. El corazón de Bokuto dio un brinco ante el pensamiento.
Akaashi se dejó caer contra el césped. Estiró sus entumecidos músculos —se había pasado toda la mañana y parte de la tarde grabando una escena dramática en set de interior— como si estuviera haciendo un ángel en medio de una inexistente nieve.
—Si tuviéramos tu teléfono todavía, podría hacerte una bonita foto para tu Instagram —comentó Bokuto sentándose a su lado—. ¡Los fans enloquecerían!
—Sí... Kuroo va a matarme también por eso —resopló Akaashi—. Pero, ¿qué más da? Puedo costearme otro. Además, me estaba poniendo nervioso que tuviera tantas cosas nuevas. Extraño mi viejo teléfono... podría intentar desempolvarlo.
Bokuto no dijo nada. No sabía qué tanto podría agradarle a Kuroo el hecho de que Akaashi utilizara un móvil antiquísimo para llenar su Instagram y su TikTok, el cual era conocido por lo estético de su feed y fotos.
La magia no venía sola. La encargada de redes sociales, Yachi Hitoka, era un verdadero encanto. Y tenía un increíble gusto.
Bokuto hizo una seña para que Akaashi abriera el paquete de los dulces. El muchacho se sentó, y la capucha voló enseñando un montón de cabellos oscuros y apelmazados en diferentes puntos. Se veía tan tentado de acomodárselo con sus propios dedos.
No. ¡No!
Bokuto debía empezar a aprender sus límites. Ya estaba cruzando demasiados como para que lo hiciera con otro más.
Los ojos verdeazulados de Akaashi se desorbitaron cuando vio lo que había en su interior. Incluso el estómago de Bokuto empezó a rugir tras olfatear el aroma a caramelo.
Seis perfectas bolitas de harina de arroz —tres en cada pincho— ocupaban todo el hueco del paquete. Las había de tres colores: rosa, verde claro y blanco.
—Dango —susurró Akaashi tras ahogar un jadeo—. ¿Dónde lo...?
—¡Y es verdadero dango japonés! —Bokuto se palmeó el pecho con orgullo—. ¡Tu favorito! Me pasaron la data hace unas semanas, pero nunca encontraba el momento de llevarte hasta allí...
No fue su intención que los ojos de Akaashi se cubrieran de una película acuosa. El chico rara vez lloraba, pero sabía lo duro que, a veces, quería hacerlo.
Le alentó rápidamente a que probara uno. Con algunas dudas, Akaashi estiró la mano para sujetar el palillo por la punta. Los dedos rápidamente se le llenaron del caramelo que cubría las bolitas de arroz.
Lo escuchó ahogar un gemido en cuanto hincó los dientes sobre la bolita de color rosa. Ese era su sabor favorito: relleno de fresas.
—¡Parece que alguien tenía mucha hambre! —exclamó Bokuto tras unos minutos de silencio en los que Akaashi devoró con ganas las tres bolitas de su pincho—. ¡Toma, come las otras...!
—Pero, Bokuto-san... —Akaashi se limpió la boca con el dorso de la mano—. ¿No vas a comer tú?
—Yo no tengo hambre —negó Bokuto. Estaba mintiendo de manera magistral—. ¡De verdad! Me degusté la mesa de canapés en el set mientras estabas grabando. ¡Te lo juro!
Akaashi apretó los ojos. Ambos sabían muy bien que todo aquel que fuera ajeno a los actores o managers, tenía prohibido tomar aunque sea un solo bocadillo de esas mesas llenas de delicias.
Sin embargo, Bokuto siempre fue un ladronzuelo bastante hábil. Conseguía robarse algunos pastelitos y empanadas en un pañuelo que nunca nadie descubría cómo consiguió.
Continuó insistiendo a Akaashi para que devorase con confianza el otro pincho de dango. Sabía que lo necesitaba. El dulce podría elevar la secreción de sus endorfinas, y de verdad lo necesitaba en ese momento.
Bokuto trotó hasta el auto otra vez para conseguir una botella de agua mineral que siempre guardaba en la guantera. Akaashi se lo agradeció después de la cuarta bolita de arroz.
—¿Estás mejor? —preguntó Bokuto luego de un momento—. ¿Puedo llamar ya a Kuroo para que no se vuelva loco y queme toda esta ciudad?
—No le llames —suplicó Akaashi tras dar otro sorbo de agua. Abrazó sus propias rodillas—. Si no quema la ciudad, entonces va a quemarme a mí... le dije cosas horribles.
Bokuto suspiró. No es como si eso fuera una mentira.
—Estoy seguro que habrá escuchado cosas peores de Yaku cuando le dejó hace unos meses —dijo. Palmeó entonces la espalda de Akaashi—. ¡No creo que se tome tan a pecho lo que un actor estresado tenga para decirle!
—Si quisiera renunciar y arruinarme la carrera, podría hacerlo —continuó Akaashi—. Todavía no sé cómo es que él me soporta. O tú. Ni yo mismo lo hago muchas veces, y no es que quiera autolamentarme de mí mismo... es solo la verdad objetiva.
—Bueno —tosió Bokuto—. La verdad objetiva también es que ambos te queremos. Kuroo y yo. Y Yachi. Y todo aquel que forme parte de tu equipo. ¡Incluso el papanatas de Atsumu! Queremos lo mejor para ti, y nos alegramos de todos tus logros. ¡Los cuales no son pocos para tu edad!
A Bokuto le sabía mal mencionar a Miya Atsumu, puesto que era, muchas veces, un grano en el trasero. Pero no era un muchacho malo, y accedió a ser el novio falso de Keiji durante los meses previos al lanzamiento de su nueva serie dramática con temática LGBT.
Le costaba imaginar que existiera gente que se pusiera en su camino y no pudiera quererle con todo su corazón. Akaashi Keiji era dulce en el fondo, culto, preocupado, educado, incluso divertido... y era tan, tan talentoso y dedicado...
Que estuviera un poco roto en alguna parte de su ser interior no quitaba sus muchísimas virtudes.
Bokuto salió de su ensimismamiento cuando la mano de Akaashi buscó la suya. Sus dedos eran largos, bien cuidados y delgados al lado de su mano encurtida por el entrenamiento. Antes del ejército y la policía, Bokuto había jugado al voleibol toda su adolescencia.
—Bokuto-san, no sé qué haría si no estuvieras en mi vida —confesó Akaashi, y sus ojos solo podían enfocarse en las tibias manos unidas—. Eres mi mejor amigo.
Un nudo se formó en su garganta al escucharlo. Por mucho que le gustara estar junto a Akaashi y aunque casi no tuvieran diferencia de edad, aquello no era normal.
No era normal que una joven promesa del cine tuviera de mejor amigo a su guardaespaldas. Era un preocupante indicador de lo mucho que se estaba viniendo a pique con toda la presión sobre sus hombros.
Bokuto acunó la mejilla del chico, quien le miró otra vez con esos cansados y acuosos irises verdeazulados. Tampoco era normal que...
No. ¡Ya basta! ¡Bokuto tenía que alejar esos pensamientos! ¡Ni siquiera era correcto que atravesaran su cabeza!
Pero era muy difícil cuando Akaashi buscaba de su cariño como un gatito abandonado. Cuando se colaba en su cama por las noches, y le suplicaba, en medio del estado de euforia que le dejaba la medicación mezclada con alcohol, que le diera algo que no podía darle.
No es como si Bokuto no quisiera. O como si el Akaashi sobrio tampoco lo hiciera.
Sencillamente no era algo que debía ocurrir.
Y ambos lo sabían, pero no hacían mucho al respecto. A veces, se acostaban juntos entre miembros enredados y su mano acariciando el cuero cabelludo del más joven mientras dormitaba sobre su pecho. Otras veces, les bastaba con un ocupar el mismo sillón durante las solitarias tardes de lluvia.
Nunca se besaban. Bokuto no podría permitirlo.
Era incorrecto. Era peligroso. Si cualquier paparazzi hubiera captado alguna actitud extraña entre Akaashi y su guardaespaldas, los titulares de las principales revistas, tabloides y portales digitales tendrían para hacer hasta un pastel gigante con todo el material.
Por eso ponía sus distancias cuando correspondía. Para protegerlo. El trabajo de Bokuto —a nivel moral, emocional y económico— era el de cuidarle ante absolutamente todo.
Incluso si eso significaba protegerlo de sí mismo.
Puede que la cosa no sería así para siempre. Quizá se olvidarían el uno del otro con los años. O quizá no, pero las cosas podrían ser distintas en un futuro.
O podrían seguir exactamente igual a cómo estaban en esa misma noche. Tal vez vivirían en esa sombra por el resto de sus vidas, incapaces de hacer algo al respecto por lo que ambos sentían.
Bokuto captó casi al instante la tristeza en los ojos de Akaashi. Sabía que notaría casi al instante su repentina postura incómoda luego del contacto físico. Era difícil estar de esa forma mucho tiempo; Bokuto tenía autocontrol cuando se trataba de hacer su trabajo, pero tampoco quería tentar a su suerte.
Estar enamorado de su protegido había puesto a prueba sus capacidades. Siempre fue una persona atolondrada, impulsiva y que solo se dejaba llevar por lo que sentía. Hasta que Akaashi apareció para ponerle su mundo de cabeza, y Bokuto maduró de repente en busca del bienestar de los dos.
—Volvamos a casa —propuso Akaashi—. Si volvemos muy pronto, quizá Kuroo no me mate. No tanto. No quiero arruinar una noche muy bonita con la amargura que sé que tendré en unas horas.
A casa, pensó Bokuto con el corazón acelerándose. Como si les perteneciera a los dos. Que, en parte, sí que lo hacía.
El pequeño hogar que habían construido en medio de sus disfuncionales vidas. Uno al que podían regresar a pesar de que el día fuera una completa mierda luego de que la vida adulta los apaleara sin descanso. Juntos.
Era un lugar solo para los dos.
Bokuto esbozó una ancha y temblorosa sonrisa. Separó su mano de la de Akaashi, pero aprovechó para palmearlo en la rodilla desnuda. Apenas iba notando que llevaba una bermuda que costaba más de cuatrocientos dólares, y el muchacho no tuvo reparo en arrojarse contra el césped usándola.
—A que no podrás ganarme en el Just Dance esta noche —Bokuto le retó—. ¡Pienso hacerte morder el polvo, niñito!
La vena competitiva de Akaashi pulsó en algún lugar de su cuerpo. Sus ojos brillaron con algo de emoción.
—¿Debería recordarte que estoy tomando clases de danza urbana, Bokuto-san? —preguntó con calma—. Las mismas a las que me llevas todos los martes, jueves y sábados por la mañana.
—¡Ya, pero no tienes taaaanta resistencia! —se mofó Bokuto—. ¿De verdad crees que podrías competir contra alguien que tiene entrenamiento militar?
Sabía que, de esa forma, Akaashi cambiaría su modo melancólico a uno más sanguinario. Le gustaba ganar. Aunque fuera humilde y perfil bajo, hacer las cosas bien siempre levantaba su moral. Le hacía sentirse mejor consigo mismo el poder superarse un poco más cada día.
Bokuto se echó a correr hasta el auto. Se fue riéndose a carcajadas mientras Akaashi le perseguía a los trompicones, mascullando que aquello era una competencia desleal.
Quizá sus noches tenían la constante amargura de recordar que debía rechazar a Akaashi Keiji por su bien. Pero mientras pudiera seguir a su lado y regresar de la mano hasta el extraño hogar que habían construido juntos...
Bokuto pensó que todo estaría bien.
De momento, lo tenía bajo su control.
De donde salió todo este otro angst, omg (?????)
sdkjfhsdk ya, hablando en serio... se que ayer dije que publicaría el día 8, pero he estado tan cansada que sentí que estaba quedando una mierda y realmente no quería eso, por lo que decidí sacrificar llevarlo al día a cambio de poder decir que traje algo más o menos decente para que lean ;^;
De todas formas, no estoy tan atrasada. Mañana termina la week y solo me quedaría subir el día 9 y el 10. No sé si subiré ambos mañana, o si el 9 será mañana y el 10 para el lunes... pero estarán. Eso es un hecho uwu y espero los sigan leyendo
Espero les haya gustado el día de hoy. Escribiré un AU de actores también es otra cosa que tengo pendiente hace rato ugh XD me gusta muchísimo y siento que tiene un increíble potencial angst, más que nada porque es un mundo muy duro y también muy turbio. No sería de sorprenderse que un Akaashi actor sufriera de fuerte ansiedad y depresión, entre muchas otras cosas
¡Muchísimas gracias por continuar leyendo! De verdad su apoyo es lo que me hace seguir a flote. Tuve unos días duros de repente, pero trato de ir recuperándome como siempre. No me gusta estancarme en eso, así que gracias por seguir acompañándome ♥️
¡Nos vemos mañana! Besitos ♥️
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