• Día 4 •

atención:

1- tiene un nsfw leve, aclaro por las dudas... es bien leve, pero está

—Capitán —La profunda y aburrida voz de Sakusa Kiyoomi le sacó de su ensimismamiento—. ¿Debería acabarlo ya? Su cara me está fastidiando.

Bokuto Koutarou, a quien llamaban capitán, dio una profunda calada de su cigarrillo antes de apagarlo contra una mohosa pared del sótano. Había estado demasiado enfrascado en tararear la musiquilla electrónica como un eco que salía de arriba, en el antro en que se encontraban, que no escuchó absolutamente nada del interrogatorio que Sakusa llevó a cabo con ese hombrecito.

Sakusa era su matón más fiel. Vestía siempre de negro, como la muerte misma, y cubría la mitad de su cara y manos para no ensuciarse demasiado cuando había que hacer el trabajo pesado. Justo como en ese mismo momento.

Bokuto dio una mirada hacia Sakusa —quien ya estaba haciendo movimientos con su muñeca para que no crujiera a causa de sus dolores crónicas—, y de allí hasta el hombre maniatado y con la frente empapada en sangre y sudor. Ni siquiera recordaba su nombre.

Lo único que sabía es que pertenecía a la banda de Los Gatos, una de las mafias más poderosas de todo Tokio.

Los Gatos eran la banda rival de Las Lechuzas Blancas, aquella liderada por Bokuto —lo cual los volvía rivales de aquel hombrecito que yacía en el suelo.

Bokuto necesitaba otro cigarrillo. Pero ya no le quedaban más en ningún bolsillo de su chaqueta blanca, y se negaba a consumir del tabaco prensado que tanto le gustaba a Sakusa.

Quien, por cierto, comenzaba a impacientarse. Puede que fuera su matón más fiel, pero también era un muchacho que se movía demasiado por sus propias convicciones y deseos. Bokuto le dejaba ser; le gustaba tanto la gente eficiente que no le importaba si eran fastidiosos en algún punto u otro.

—Haz lo que quieras —Bokuto sonrió, encogiendo los hombros—. Pero si lo haces, asegúrate de enviarle el regalo a Kuroo. Y déjale claro que fue hecho específicamente por nosotros.

Sakusa no sonreía, pero creyó ver un brillo de emoción en esos dos oscuros ojos cubiertos por unos rizos todavía más negros. El hombre a los pies de ambos comenzó a verse como si empezara a sentir terror de verdad.

—¿Por quién me has tomado? —bufó Sakusa—. ¿Te crees que soy como el inútil de Los Zorros? Yo hago bien mi trabajo.

Bokuto sonrió ante la fijación que tenía Sakusa con Miya Atsumu, el mayor de los letales gemelos que formaban parte de la pandilla de Los Zorros. Sin embargo, no se sentía muy interesado en molestarle aquella noche.

Le urgía un cigarrillo.

—Provecho, entonces —dijo Bokuto, y se dio la vuelta de una forma tan dramática que su chaqueta blanca ondeó. Era una prenda demasiado pulcra para la suciedad y sangre que era aquel sótano—. Cuenta hasta diez antes de empezar, por favor.

Bokuto se encaminó hacia las escaleras mientras escuchaba a Sakusa contar lentamente hasta diez. Era el tiempo suficiente hasta que abandonara ese habitáculo. Escuchaba al hombre gimotear a lo lejos como pidiendo piedad.

Sus intentos eran inútiles. Bien podría haberse guardado aquello para morir con algo de dignidad —Sakusa no tendría ningún reparo en asesinarle a sangre fría cuanto antes; solamente podrían ablandarlo los niños, a quienes se negaba a hacerles daño.

Cerró a sus espaldas la puerta que conducía al sótano. Para su suerte, la música electrónica amortiguó lo que sea que estuviera ocurriendo allí abajo. Aunque Bokuto fuera el líder, no le interesaba meterse en las minucias del trabajo sucio que conllevaba su oficio.

No es que tuviera lástima o algo por el estilo. Aquel hombre se lo había buscado al infiltrarse como espía en las mismas fauces del monstruo. Era como si un ratoncito se adentrara en el nido de una lechuza hambrienta y pretendiera que esta no se la comiera de un solo bocado.

Nadie que estuviera involucrado en el bajo mundo era ignorante a lo que ocurría cuando cruzabas los límites.

—Pobre bastardo —Bokuto chasqueó la lengua mientras empujaba a los jóvenes, borrachos, drogados o ambos, para poder acercarse a la salida principal del antro—. Eso le pasa por trabajar con Kuroo. Yo no soy tan descuidado con mis súbditos.

Sonrió con sorna al imaginar la cara de Kuroo cuando obtuviera su sorpresita. Aquel gato bastardo se había mofado bastante de Bokuto en los últimos meses, y comenzaba a tocarle las pelotas. Ya ni Los Zorros ni tampoco Los Cuervos eran tan fastidiosos como la pandilla liderada por Kuroo Tetsurou.

Su antiguo co-capitán, cuando fueron antaño los dos líderes de una misma pandilla juvenil, parecía esforzarse en querer llamar la atención de Bokuto. Espías, cartas bomba, sicarios para acabar con los suyos, robar su clientela más fiel.

¿Kuroo quería atención? Pues Bokuto le daría la atención que tanto pedía a gritos.

Pero primero...

Su cigarrillo. No iba a seguir con aquello hasta que no tuviera al menos tres en cajas en su poder.

Podría haber enviado a cualquier otro de sus lacayos, pero eligió darles la noche libre para no preocuparse por ninguno de ellos mientras él y Sakusa se encargaban del espía.

Los mini-markets ya no se encontraban abiertos a esas horas de la madrugada, pero para suerte de Bokuto, tenía uno de sus apartamentos que usaba como cuartel a no muchas calles del antro. Caminó entre los adoquines húmedos, adentrándose en el corazón más oscuro de la ciudad de Tokio; aquel barrio era conocido por albergar guaridas para las mayores escorias del mundo criminal, y no es como si Bokuto se librara de aquel título.

Para su suerte, el edificio ya estaba en silencio. La mayoría de sus residentes con vidas normales ya se encontraba dormitando en sus cómodas y cálidas sabanas, ajenos a la vida subalterna que transcurría durante la hora oscura.

El ascensor lo llevó rápidamente hasta el último piso —aunque a Bokuto no le gustaran las cosas ostentosas, en especial en sus guaridas secretas, sí que le gustaban las cosas más preciosas que pudiera encontrar en todo el universo.

¿Cuál era el problema? Bokuto apreciaba la belleza en todas sus formas.

El apartamento que ocupaba toda la planta —casi podría haber sido un pent-house, de no ser porque el ascensor no daba directamente al lugar— se iluminó en cuanto puso un solo pie adentro.

Bokuto apretó las cejas mientras inspeccionaba el lugar. Todo parecía seguir en su lugar —el mobiliario con tapiz negro, la araña en el techo, los cuadros de arte abstracto donde escondía dinero y algunas armas, la katana que hizo robar de un museo solo porque le llamó la atención, la pecera de metro y medio con vida marina tropical...—, pero algo en sus agudizados sentidos le hacía pensar que el lugar no estuvo deshabitado todas esas semanas en las que decidió no utilizarlo.

Regresó hasta la puerta para comprobar algo: el papelito que siempre calzaba en lo más alto del marco, se encontraba tirado muy lejos de la misma. Pero no se había caído con su reciente entrada, ya que no lo escuchó en ningún momento.

—Conque era eso...

Una sonrisa maliciosa apareció en sus labios. Giró sobre sus propios talones e hizo taconear el talón de sus zapatos italianos por el piso de frío mármol. Inspiró con gran fuerza y exhaló haciendo un sonido como si estuviera en éxtasis.

—Espero que no te hayas robado nada en mi ausencia... —Bokuto sondeó toda la sala, desde la botella de vino descorchada en la encimera y los demás pequeños detalles que solo le iban dando la razón—. ¡Aunque robar nunca fue tu especialidad! ¿O sí...?

Se detuvo en seco al sentir el frío filo de un metal punzante apoyarse sobre la vena de su garganta. Bokuto no le tenía miedo en absoluto; pero su cuerpo reaccionaba acelerando inconscientemente su corazón. O puede que eso ocurriera por otros motivos.

Unos dedos largos y flacos le sujetaron por la muñeca para retener su brazo. La otra apuntaba todavía a su cuello, no tan fuerte para hacerle daño, pero sí que para que lo sintiera.

Bokuto podría haber usado muchos métodos para intentar identificar a su atacante, pero tenía algo que lo delataba de manera instantánea.

—Hueles a jazmines —notó Bokuto con una sonrisa—. Te estás volviendo perezoso en volverte el mejor espía, Akaashi.

El mencionado no mostró reacción más que retorciéndose ligeramente. Aun así, no aflojó su agarre en Bokuto hasta que este puso algo de fuerza para liberarse.

El muchacho de ojos verde azulados se acomodó sus anteojos de carey por el puente de la nariz. No sonreía a menudo, pero tenía una ligera curvatura en el costado izquierdo de la boca.

—O quizás te estás volviendo bueno, Bokuto-san —Akaashi Keiji hizo una pequeña reverencia con la cabeza—. Las primeras veces que me infiltré aquí no había ningún papelito que intentara delatar mi llegada. ¿Te pone ansioso saber que estoy aquí?

Bueno, ya sabes lo que suelen decir —rio Bokuto, y elevó su gruesa mano para cepillar el suave pómulo de Akaashi con sus nudillos—. Mantén cerca a tus amigos, pero mucho más cerca a tus enemigos.

La palabra enemigos hizo brillar los ojos de Akaashi. Ni siquiera hacía falta ocultarlo o fingir que no lo eran. Ambos sabían perfectamente el peligro del juego que habían elegido jugar desde aquel encuentro en que Akaashi Keiji fue enviado a asesinar a Bokuto Koutarou, líder de Las Lechuzas por órdenes de Kuroo Tetsurou.

Su jefe.

Porque, así como Sakusa era el fiel servidor de Bokuto, Kuroo también tenía el suyo propio.

Y era aquel precioso muchacho de ojos trepidantes y cabello oscuro que tenía a su merced bajo la caricia de su mano.

A Bokuto solía importarle muy poco la diplomacia o la moral. No era un nombre que se preocupara en lo correcto antes que en su beneficio propio; pero hasta un tonto novato sabría que lo que ellos dos tenían era algo que simplemente no podía suceder.

¿Qué ocurriría cuando Sakusa y todos sus súbditos lo supieran? ¿O cuando Kuroo descubriera que Akaashi estaba coqueteando con el enemigo? ¿Qué podrían hacer las otras bandas enemigas si asumían que Las Lechuzas y Los Gatos ahora trabajaban juntos?

Eran cosas que simplemente no podían suceder. Una abominación que podría costarles sus cabezas en menos de lo que suspira una jovencita en los brazos de su amante.

—Estás guapo esta noche —soltó Bokuto sin pensárselo—. ¡Me lo podrías haber dicho con algo de antelación para que también intentara verme bien!

—Siempre luces bien, Bokuto-san —contestó Akaashi; siempre que hacía cumplidos se veía incómodo de tener que exponerse tanto, pero el sonrojo en su nariz era adorable—. Además, dicen los rumores por ahí que te gustan las sorpresas.

—Ah, los rumores —Bokuto bufó mientras deslizaba sus dos manos hasta las caderas del muchacho. Llevaba unos pantalones grises que combinaban con su chaleco—. No sabía que te gustaban los rumores como a las viejas chismosas. ¿Cuál era ese otro rumor...? ¿El que te gusta el zorro plateado de esa otra banda...?

Akaashi rodó los ojos mientras enfundaba otra vez su navaja y la guardaba en una liga oculta en su pantorrilla. A Bokuto le gustaba molestarlo con aquellos ataques de celos; los cuales eran en broma que no era tan broma en el fondo.

No tenía derecho a cuestionar con quién Akaashi se acostaba cuando abandonaba las paredes de aquel apartamento —no es como si Bokuto fuera un santo. ¡Hasta él mismo había probado un poco de Osamu Miya, el zorro plateado, al igual que de su hermano!

Pero nada ni nadie podía compararse con la belleza etérea de Akaashi Keiji. No sabía si era el sabor de lo prohibido lo que hacía de un ingrediente sublime a toda esa degustación, pero nunca tenía suficiente de aquel muchacho al que le había permitido entrar en lugares insospechados de su vida.

Como su cama. O también a las puertas de su corazón.

—Kuroo está de viaje ahora mismo —Akaashi usó sus manos hábiles para correr los cabellos de la frente de Bokuto. Le había mencionado que le gustaba cuando lo usaba hacia atrás—. No intentes sonsacarme información sobre eso. Que te preste mi cuerpo no significa que puedas tirar de mi lengua para beneficiarte.

Bokuto gruñó contra su cuello, el cual se aproximó para regar un camino de besos. Volvió a separarse para mirarle a los ojos.

Voy a tirar de tu lengua para beneficiarme, pero no en el sentido que crees ahora mismo, Akaashi.

Akaashi volvió a esbozar una sonrisa como si así estuviera aceptando el desafío.

Bokuto no iba a detenerse a pensar demasiado en ello. Aprovechó para atrapar su boca contra la suya en un feroz beso que muy pronto les dejó sin aliento, pero a ninguno de los dos parecía importarle comenzar a jadear al son de sus manos quitándose poco a poco la ropa.

Con el tiempo, Bokuto había aprendido como quitar aquel bonito chaleco del torso de Akaashi. El otro sabía exactamente cómo funcionaba el cierre de su carísimo pantalón comprado en una lujosa tienda de París.

Era como si cada uno se tomara el tiempo de comprender cómo funcionaba el otro —cuando no estaban siendo un par de criminales que, en realidad, deberían haberse intentado descuartizar en vez de comerse a besos, roces y toqueteos.

Bokuto apretó las nalgas de Akaashi en cuanto lo dejó desnudo. Le gustaba la idea de dejar su mano marcada. Era, quizás lo único que podía llevarse de aquella noche sin levantar las sospechas.

No más que recuerdos y algunos moretones y zonas enrojecidas de tanto deseo que descargaba en las mismas.

Akaashi enredó sus piernas en la cadera de Bokuto, quien le elevó en el aire y gruñó cuando sus miembros se rozaron —el del otro, desnudo; el suyo, todavía con su ropa interior.

Se conocía de memoria el camino hasta el sillón de cinco cuerpos sobre el que hacían el amor más de lo que debía corresponder. Ah, el amor. ¡Qué ridículo cuando lo pensaba de esa forma!

Pero para Bokuto, tener simple sexo era una acción que podría conseguir cuando quisiera. A la hora del día que le entrara en gana, con la persona que más le apeteciera. No era difícil conquistar a casi cualquier ser humano con el que cruzara sus caminos.

Akaashi estaba hecho de otra pasta. Mientras le besaba en los pectorales y bajaba poco a poco por su trabajado abdomen hasta llegar a su entrepierna, se preguntaba qué fue de su vida cuando todavía no estaba ese muchacho en ella.

No solo tenían encontronazos en donde follaban toda la noche sin descanso. A veces, Bokuto cocinaba porque Akaashi solo era habilidoso con los cuchillos cuando estaban contra la garganta de una persona. Otras veces, Akaashi le hablaba sobre historia japonesa y novelas de romance juvenil que se leía en los cafés o los lugares a los que le enviaban a espiar —la cual podía ser una ardua y tediosa tarea.

Muchas otras veces solo se quedaban sentados el uno junto al otro, desnudos, con sus espaldas recargadas sobre el ventanal que revelaba una exquisita visión nocturna de Tokio, pero ellos no la veían. Preferían perder su atención en el pequeño acuario de peces tropicales que Bokuto hacía instalar en cada una de sus guaridas, poniendo nombres ridículos a los peces payaso que se ocultaban entre las anémonas.

—Bokuto-san, por favor —Akaashi suplicaba después de que el asunto se torciera y fuera él quien le daba placer al más joven—, por favor.

Y cuando se lo pedía de esa forma, ¿quién era Bokuto para negarle un poco de placer que le hiciera retorcerse entre espasmos y suspiros de extremo placer?

—Me gusta cuando dices mi nombre en ese tono —rio Bokuto, y lo hizo mientras mordía la tersa piel cerca de los pezones—. Di mi nombre, Akaashi.

Bokuto Koutarou-san —Akaashi respondió sin vacilar, dejándose llevar por el mismísimo deseo de tenerlo adentro suyo cuando antes.

Bokuto no le haría esperar mucho más tiempo.

Ya preparado para la situación, tenía una cajita con lubricantes y condones debajo del sofá —la cual, para su desgracia, Sakusa encontró una vez—, y utilizó uno con efecto frío-calor para embeber sus dedos. La frotó un poco con las yemas antes de adentrarse en el interior de Akaashi.

El chico apretó los dientes, pero no lo hizo a modo de queja. Saltaron algunas lágrimas de sus ojos, pero suplicó contra el lóbulo de su oreja que por favor no se detuviera. Que avanzara. Que siguiera con lo que estaba destinado a ocurrir esa noche.

Así que Bokuto aceptó sin chistar. Gruñó como lo hacía cada vez que penetraba aquella zona tan estrecha, pero también se mordió su propia lengua o podría haber gritado de placer ante la fricción de sus cuerpos y el vapor invisible que emanaba de tanto calor entre los dos.

Akaashi se aferraba a su espalda, la cual arqueaba junto con su vientre contraído cada vez que Bokuto embestía con la suficiente fuerza y delicadeza para hacerlo llegar a un clímax que lo convertiría en un conjunto de extremidades lánguidas sin fuerza ni para suspirar.

Y a los dos les gustaba aquello. Les fascinaba. Les volvía locos la posibilidad de pertenecer el uno al otro, entre las sombras, ocultos de todo lo demás de sus vidas.

Era casi como construir una nueva vida sobre los cimientos de su carrera criminal. Se permitía jugar a la casita, fantaseando que volvía tras un arduo trabajo en la oficina a los brazos del muchacho que tanto amaba.

¿Amaba? Bokuto bufó por sus propias palabras. ¡Qué cosas absurdas pensaba a veces!

Akaashi era el muchacho que podría haber partido su cuello si de verdad si se lo propusiera. El joven hombre que, seguramente, hacía lo mismo con aquel zorro plateado o con el mismo Kuroo. El ser inalcanzable que apenas sí podía tocar con la punta de los dedos...

Aquel al que debería matar si alguien más descubría la verdad que yacía entre los dos.

—Eres precioso —Bokuto murmuró tras ahuyentar a todos los demás pensamientos—. Te besaría hasta el fin de los confines de todo el universo.

Akaashi se permitió carcajear mientras jadeaba ante las nuevas embestidas que tocaban su punto más sensible. Con una mano, arañaba la espalda amplia de Bokuto. Con la otra, se daba un poco de placer extra a sí mismo.

Y esa era una imagen que servía para elevar los niveles hormonales de Bokuto; como si fuera un adolescente que encuentra una vieja revista pornográfica y puede quedársela mientras nadie más lo descubra.

Bokuto tenía muchas manchas que ocultar, pero Akaashi era la más grande de todas ellas.

Era la que podría haberle costado absolutamente todo lo que construyó —a base de muerte, sudor, sangre y dolor—, pero también la única que no se veía capaz de abandonar.

Mientras fuera lo más bonito de todo el universo, Bokuto lo buscaría para siempre.

Y, para su mala suerte, la belleza de Akaashi Keiji no era solo una efímera hermosura física.

Este día me dejó con muchas de hacer BokuOsaAka (?)

Es legal hacer BokuOsaAka en la BokuAka Week? bueno, no me importa sjdkfbdsj creo que lo haré igual durante uno de los días, pero ya veremos en cual uwu

¡No puedo creer que sigo al día! XD y encima que le metí un intento de nsfw con mafia y enemies to lovers, yo pensé que esto sería una week fluff pero hey, a veces vas en busca de una cosa y obtienes otra (????)

Muchísimas gracias por todo el apoyo recibido hasta ahora ;u; espero les continúe gustando lo que tengo planeado para los seis días que nos quedan

¡Nos vemos mañana! Besitos ♥️

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