• Día 1 •

¡advertencia!

1- es un au de vampiros/hombres lobo, así que hay potencial mención de sangre y leve violencia

2- no es (tan) angst

Que Bokuto Koutarou llevara más de tres siglos viendo hombres lobo, eso no significaba que —casi— siempre se le escapase un respingo cada vez que se cruzaba uno.

Su anterior clan siempre le decía que era un ingenuo, un atolondrado, y un soso. Es que, ¿por qué iba a sorprenderse ante la visión de aquellas grotescas criaturas, llenas de pelo, ojos desencajados, mandíbulas malolientes y garras cubiertas de sangre seca y putrefacta?

Los hombres lobo no eran como los vampiros. No eran esbeltos, pálidos como una estrella en una noche de invierno, con miradas sabias y oscuras que ocultaban el saber milenario que se traspasaba de generación en generación, del vampiro más antiguo al más reciente como una antorcha divina que nunca podía apagarse.

En definitiva, los hombres lobo no eran como los vampiros.

Ergo, ellos no podían ser como Bokuto.

Porque, claro, Bokuto era un vampiro —uno de trescientos cuarenta y ocho años, si quería ser exacto.

Si decía aquella cifra a algún mundano, seguramente se desmayaría de la sorpresa. Para los vampiros aquella era una cifra casi ínfima; ¿qué eran trescientos años cuando algunos de ellos habían estado allí para ver la caída del Imperio Bizantino?

No es como si a Bokuto le interesara en absoluto recordar esas cosas. De hecho, había estado presente en la Revolución Francesa —vio a sus camaradas ser decapitados cruelmente por luchar en lo que creían, y no era algo que deseara recordar a menudo.

Vivir una larga vida no solo significaba disfrutar las maravillas exóticas de cada era, sino también acarrear contigo el peso de la cruel humanidad que perduraba por los siglos de los siglos.

Los humanos eran criaturas despiadadas. De hecho, los vampiros coincidían que eran mucho más sanguinarios que las criaturas que se alimentaban de aquel fluido conocido como sangre —y es que los antiguos tratados les prohibían asesinar a diestra y siniestra desde mucho antes que Bokuto fuera transformado en uno de ellos.

Para un vampiro solo bastaba con unas gotitas de sangre para subsistir durante tres lunas completas. Tenía ya sus proveedores, a quienes pagaba una buena suma de dinero humano para que le ofrecieran su cuello durante unos breves minutos. ¡Nunca podría haberle hecho un daño más grande a alguno de ellos!

Por supuesto, todavía existían los vampiros sin clan que drenaban la sangre humana por nada más que lisa y llana diversión; sin embargo, una vez que el Concilio de Mayores se topaba con uno de esos, no tenían ningún reparo en clavarle una estaca en el corazón para evitar mayores conflictos con una raza que bien podría haber extinguido a los vampiros si así lo quisieran.

Los vampiros respetaban a los humanos. Les admiraban, en una pequeña parte, y también, muchas veces, les servían.

La monarquía, sin importar, su país, tenía a su servicio a uno de los clanes mayores de vampiros para ayudarles con cuestiones históricas. Los mejores ejércitos del mundo dependían también de algún grupo de criaturas de la noche. Su mismo clan servía a la industria de la belleza y la cosmética, porque nadie sabía más de secretos ancestrales que un ser que los ha visto todos durante su vida.

Pero Bokuto se mantenía alejado de eso. Le gustaba ser un alma libre —para el pesar de Kuroo y Yaku, sus hermanos vampiros que le salvaron de una muerte segura hacía trescientos treinta años, cuando solo era un humano de dieciocho inviernos—, y vagar de aquí para allá conociendo las maravillas del nuevo mundo que avanzaba a pasos agigantados.

Y era en esas exploraciones deseando conocer más del inmenso mundo que Bokuto se cruzaba con muchas otras criaturas nocturnas.

Había una de ellas, una que solo podía ver una vez al mes durante la luz de la luna llena, que siempre llamaba su atención.

Un aullido quebró la noche de repente. Sus ojos zumbaron de entre la copa del árbol en que se encontraba encaramado, y puedo captar con sus ojos la visión que ya estaba esperando encontrarse luego de aquel sonido lastimero.

Un hombre lobo.

Podría haberlo reconocido incluso sin verlo ni oírlo —el olor a muerte y putrefacción emanaba de ellos como si fuera una segunda capa de piel permanente, al igual que el aroma a perro mojado y lodazal.

Aun así, Bokuto se sorprendía cada vez que los miraba: ninguna criatura, humanoide o animal, podría haberse asemejado al horror de los hombres lobo cada vez que salía la luna llena.

Caminaban erguidos y cubiertos de pelo oscuro encrespado, pero con sus espaldas encorvadas, como si estuvieran siempre al acecho. Cada garra tenía el largo de su mano completa.

Los filosos y pequeños colmillos de Bokuto nada tenían para hacer cuando se trataba de las fauces de un hombre lobo.

El hombre lobo arrastraba algo despellejado y sanguinolento entre sus patas, y Bokuto no estaría seguro si se trataba de un zorro o, quizás, un humano pequeño. No quería pensar demasiado en ello.

Se movió entre las ramas para poder observarlo mejor. No sabía qué era tan llamativo de aquella criatura; si su inusual tamaño, o la torpeza con la que se movía.

¿Sería un nuevo hombre lobo? ¿Un pobre y desdichado humano que sobrevivió al ataque de otro y, ahora, estaría obligado a vagar hasta el fin de sus días convirtiéndose en una asesina criatura sin conciencia?

Una ramita crujió bajo los pies de Bokuto antes de que se diera cuenta. El hombre lobo viró rápidamente sobre sí mismo para olisquear el aire y buscar al intruso entre el follaje.

Mierda —masculló Bokuto entre dientes, y se tapó la boca al instante.

El hombre lobo le estaba mirando ya fijamente.

Sus ojos amarillentos, bestiales y sin razón, se posaron sobre las rendijas doradas de Bokuto. Aquellos tres segundos en los que compartieron mirada parecía estar tomándose una eternidad con solo la luna llena como su testigo.

Preparó sus propias uñas afiladas y colmillos para el ataque. No le gustaba pelear, pero si debía defenderse para sobrevivir a la paliza de un hombre lobo inexperto, por supuesto que lo haría. Y no es como si Bokuto fuera un vampiro débil.

Para su sorpresa, algo en el hombre lobo se ablandó por casi un instante. Como un cachorrito herido que escapó del peligro, y cuando encontró cobijo se dio cuenta que tenía el cuerpo lastimado.

Bokuto también detuvo su brutal ataque. Sus miradas no dejaban de encontrarse, o quizás estaban buscándose. Buscando algo más.

En menos de un instante, el hombre lobo dejó su estropajo sanguinolento sobre el suelo enlodado del bosque. Le aulló una vez más a la luna llena, y salió huyendo en dirección hacia el centro de la ciudad.

Bokuto no volvió a pensar en aquel encuentro con el extraño hombre lobo durante meses. No tenía por qué. Se cruzaba bastantes extrañas criaturas a menudo, por lo que no iba a preocuparse de una más de ellas o en dónde metían el hocico.

O le hubiera gustado no pensar en ello. Si Kuroo y Yaku no se hubieran molestado en enviarlo de misión a un pueblito a las afueras de Tokio para lidiar con otro de aquella especie.

—¡¿Por qué soy siempre yo el que tiene que apalear hombres lobo?! —Bokuto hizo berrinche—. ¡Ya cacé como veinte durante la última década!

Kuroo y Yaku se encontraban en un mismo sillón cerca de la chimenea, la cual era hilarante porque tenía una lámpara con forma de fuego para que los alumbrase en las noches. Ninguno quería llamas reales.

Los dos compartieron una mirada cómplice, aunque Yaku se veía más cansado que de costumbre. Era el más ancestral de los tres.

—Justamente porque cazaste como veinte durante la última década, grandísimo tonto —Yaku suspiró, y puso más recta su espalda—. Hay demasiadas denuncias de los humanos acerca de muertes violentas por el pueblo. Trece, para ser exactos. Primero pensaron que sería un asesino en serie, pero ningún asesino en serie los deja medio devorados y despedazados en cuatrocientos trocitos.

—De momento, la teoría que tienen es la de un animal salvaje que huyó de algún zoológico —agregó Kuroo, pero estaba sonriendo de costado. Era difícil para él no llevar esa expresión—. Pero no tardarán en darse cuenta que ningún animal puede causar este caos. Y mucho menos que lo haga solo durante la luna llena...

—Empezarán a hacer teorías —completó Yaku las palabras de Kuroo—. Ya sabemos lo propensos que son los humanos a teorizar sobre cosas que no deben.

—Podrían ir Omi y Tsumu —dijo Bokuto alzando ambos brazos—. ¡Son el dúo especializado en cazar hombres lobo!

Sakusa Kiyoomi y Miya Atsumu eran los únicos vampiros más jóvenes que conocía. El segundo tenía ciento veintitrés años, mientras que el primero no llegaba al siglo. Eso no quitaba que fueran letales para cualquier bestia que ostentara con perturbar la paz de los humanos.

Yaku se puso de pie. Su altura no era ninguna amenaza —de hecho, si fueran humanos normales, a Bokuto no le costaría partirlo en dos—, pero tenía un aura que infundía el terror con tan solo ponerte un ojo encima.

—Ellos están en otra misión, Bokuto —Yaku dijo tajante.

—Si con misión te refieres a modelar unos cuantos perfumes para las grandes compañías...

Por supuesto. Los vampiros tenían un aroma corporal afrodisíaco, y las grandes empresas de la perfumería solían contratarlos como modelo de sus perfumes para ser presentados a los patrocinadores. Era casi imposible decirles que no luego de que se mezclara con el embriagador olor de los vampiros.

—Te toca ir a ti. Hazlo, porque si esto escala, tendremos más problemas.

Bokuto refunfuñó. Normalmente no se quejaría, y aceptaría gustoso cada misión en la que pudiera lucirse con quien sea que le ofreciera un gramito de atención.

Inconscientemente, no quería aquella misión. Y no supo por qué hasta que viajó en tren durante la noche anterior de la siguiente luna llena en cáncer hasta aquel pueblito —en donde se escondió en una de las tantas casas de su clan, esperando el momento idóneo para salir a hacer averiguaciones; por supuesto, sin luz solar de por medio—, ese que había estado muy cerca de su último paseo bajo la luna hacía un par de meses atrás.

Por supuesto, ahora entendía por qué.

Su misión fue rápida. Mucho más rápida de lo esperado. En definitiva, aquella criatura era una nueva e inexperta que no sabía cómo ocultarse o hacer su bestial trabajo de alimentarse.

Lo supo de inmediato cuando se encontró otra vez cara a cara con los ojos amarillentos y desencajados, esos que podían convertirse en los de un cachorrito sin darse cuenta.

¡Era el mismo hombre lobo!

Solo que, esta vez, se veía muchísimo menos pacífico. Y definitivamente lo que cargaba entre sus garras eran restos sanguinolentos de algo más que pequeños animales.

—Vaya, vaya —rio Bokuto desde la copa de un árbol. Le gustaba treparse en ellos para sorprender a sus víctimas—. ¡Te ves un poco más grande que la última vez que nos vimos!

No era solo eso, sino que Bokuto podía apreciarle más de cerca —era nauseabundo. Un monstruo salido de una pesadilla cualquiera, que olía tan mal como una entrada al mismísimo infierno, y habría dado un infarto a cualquier humano de corazón débil.

La bestia gruñó en respuesta, enseñando los colmillos amarillentos y con hilillos de sangre que se perdían entre la mandíbula. Bokuto tragó saliva —que fuera un vampiro experimento no significaba que algunas imágenes pudieran causarle algo de repelús. Y esa lo estaba haciendo.

El hombre lobo se veía más salvaje y violento que la última vez; como si hubiera adquirido algo de técnica en sus asesinatos, si es que eso tenía sentido. Lo cual no lo tenía. Los hombres lobo necesitaban décadas para recuperar un poco de su conciencia y la voluntad de sus movimientos.

Bokuto bajó entre las ramas con cuidado. Cualquier movimiento haría que la bestia se le abalanzara sin cuidado. Mientras más de cerca podía verlo y olfatearlo, más se daba cuenta que era una criatura jovencita.

—Bueno, bueno, cachorrito —se mofó Bokuto cuando ya estaba a solo una rama de distancia del suelo—. Hagamos esto rápido, ¿te parece bien? Estás aterrorizando a los humanos. Y, por ello, Yaku me aterroriza a mí. Te prometo que seré rápido. No soy un admirador del sufrimiento, excepto cuando ya me tocan las pelotas, pero tú todavía no lo has hec-...

El hombre lobo arrojó a lo lejos los restos humanos con los que cargaba. Se encaramó sobre sus cuartos traseros, y rugió con todas sus fuerzas hacia Bokuto —al punto en que restos de sangre, saliva y mal aliento fueron lanzados en su dirección.

Muy bien. Ahora sí le estaban tocando las pelotas.

Bokuto dio un salto y pateó en el aire la rama que segundos atrás le sostuvo. Su fuerza descomunal la desprendió del árbol, y con el envión salió volando hasta el rostro del hombre lobo; a pesar de que pudo prever el ataque, intentó alejarse. El ataque fue lo suficientemente rápido para que algunas ramas le rasparan la gruesa piel cubierta de vellos.

Aprovechó ese desconcierto para moverse velozmente y atacarlo por atrás.

—Te tengo... —sonrió Bokuto con autosuficiencia, pero al instante se le desfiguró el rostro—. ¿Huh?

El hombre lobo tenía unos reflejos increíbles, y hundió las garras en el antebrazo de Bokuto que se aproximaba al ataque. Pese a que una herida así no podía causarle ningún daño real, Bokuto siseó a causa de la molestia que le provocaban esas inmundas garras penetrando en su piel.

¡Tenía suerte de no ser un humano, o la septicemia lo mataría en pocas horas!

La criatura usó su fuerza para arrastrarlo como si fuera una muñeca de trapo. Bokuto se estampó contra un árbol, y el golpe casi le dejó viendo estrellas. ¿Desde cuándo un insulso hombre lobo podía contra un vampiro lo suficientemente fuerte para derribar una manada de ellos?

Se levantó a duras penas, pero sabía que la bestia tenía ventaja. Las ramitas no habían sido más que un mísero rasguño, y Bokuto necesitaba unos minutos para conseguir regenerarse.

Sin embargo, sí que tenía algo a su favor. Se limpió la sangre del borde de la boca, de color negra como una espesa noche, hacia el cielo donde brillaba la luna llena.

Estaba llegando a su punto más alto. En breve, la transformación de aquel hombre lobo hacia un humano insulso comenzaría muy pronto.

Y por supuesto que lo sabía, porque sus ojos lobunos se llenaron de terror al sentir que, muy pronto, pasaría de depredador a presa —puede que pudiera darle una paliza como hombre lobo, pero no tenía una pizca de oportunidad ante Bokuto mientras fuera un humano.

Bokuto consiguió levantar y le enseñó los dientes, la criatura dio un par de pasos hacia atrás, pero no fue lo suficientemente rápida.

Los colmillos del vampiro se le incrustaron en la carne del hombro casi al instante. La bestia rugió y aulló de dolor.

A simple vista, los colmillos de un vampiro eran delgados y afilados como simples agujas en el taller de un costurero —pero eso era solo la fachada, puesto que la saliva de los vampiros era una fuerte toxina que adormecía a la víctima para que no sufriera dolor mientras su sangre era drenada.

Bokuto tenía la urgencia de sacar su boca de la piel del hombre lobo. La sangre de las criaturas mágicas era asquerosa, amarga, y ponzoñosa. Tardaría una buena cantidad de días en sacarse ese amargo sabor del paladar, pero esa era su única opción.

Succionó una buena cantidad de sangre, y pudo notar que el veneno de su saliva actuaba poco a poco en el otro. Los movimientos del hombre lobo eran cada vez más torpes y débiles.

Debió haberse descuidado un momento en su casi cantada victoria, porque el hombre lobo soltó un último rugido antes de apartarlo de un fuerte manotazo que casi le envió a volar de nuevo. Bokuto siseó otra vez, y cuando se recuperó, se dio cuenta que la bestia volvía a encaminarse hacia el centro de la ciudad.

Pero no poda dejarle escapar. En breve volvería a ser un humano, y perdería su rastro por completo. No podía perder otro ciclo lunar hasta la próxima luna llena.

La bestia era rápida corriendo en sus cuatro patas, pero Bokuto trepaba entre las ramas de los árboles con una velocidad también envidiable. Además, no tenía veneno de vampiro en su sistema. El otro se debilitaría cada vez más, sumado a la bajada de la luna llena.

En cosa de nada sería suyo, y podría acabar con todo ese desastre.

El pueblo era antiguo, bastante tradicional y simplón. Para su suerte, ni un alma humana se atrevía a acercarse por las noches —no desde que había un sanguinario asesino merodeando por sus callejones.

Bokuto tuvo que abandonar su terreno seguro en los árboles y perseguirle a través de los techos y tejados. Podía ver al hombre lobo huyendo, pero cada vez se asemejaba más a un perro grande que a una bestia de la noche que devoraba humano. Era el rastro de sangre bajo sus patas lo que le delataba ante cualquier cosa.

Intentó imaginarse a qué clase de refugio intentaría huir, pero la punta de una pagoda en la lejanía hizo temblar todos sus sentidos.

—Al diablo si crees que te dejaré llegar —Bokuto apretó los dientes, pero estaba sonriendo—. ¡No lo harás!

Aquella pagoda era el único templo sagrado en ese pueblo casi fantasmal. Una pagoda cumplía casi la misma función que una iglesia, una sinagoga, o una mezquita para los vampiros: era tierra santa.

Los vampiros, quienes habían desafiado a la muerte y el ciclo natural de la vida impuestos por los dioses, no eran bienvenidos en esos lugares, que eran como embajadas del mundo de los espíritus en la tierra.

Y ese hombre lobo estaba bien entrenado, o ya estaría regresando en sus sentidos humanos. Sabía que Bokuto no podría perseguirlo adentro del templo. Si huía antes de que viera su rostro, entonces era un hombre libre.

Pero no planeaba permitírselo.

La transformación era cada vez más evidente; el paso de la criatura se volvió más lento y torpe mientras se erguía en dos piernas larguiruchas y muy humanas. La melena desapareció para dar lugar a oscuros cabellos negros que solo poblaban una diminuta cabeza.

Era solo un muchacho. Ni siquiera debía tener más de veinte años. Alto, flacucho, frágil.

Humano.

Bokuto lo tenía casi en sus garras. Los arcos del templo estaban ya a solo unos metros. Tendría que emboscarlo, o no iba a llegar.

El muchacho, que iba con el torso desnudo y unos pantalones rotosos —ni siquiera notó que los llevaba puestos durante su transformación, pero claramente estaban—, volteó una milésima de segundo mientras Bokuto se le lanzaba encima para darle la estocada final.

Vio el terror en los ojos del muchacho, los cuales ya no eran amarillentos y animales, sino de un verde azulado que le recordaba a una laguna en el bosque.

Bokuto se sorprendió de ver algo tan bonito. Pero esa sorpresa le costó demasiado caro, porque el muchacho aprovechó el desconcierto para sacar algo de una bolsita que colgaba de su cinturón y lo arrojó hacia el vampiro.

Por la manera que quemó su piel como si fueran brasas encendidas arrojadas hacia él, Bokuto supo al instante que era tierra santa.

—¡Agh! —masculló, y cayó hasta el suelo rodando por los adoquines—. ¡Mierda!

El chico le dejó retorciéndose unos segundos, los cuales fueron suficientes para atravesar el arco del templo hacia las escaleras empinadas que lo separaban del lugar seguro.

Bokuto gruñó, y sin importarle que su piel ardiera, se levantó como pudo y trató de atravesar también los arcos.

Su piel volvió a arder, y soltó un chillido de dolor que seguro resonó por todo el pueblo. Era como si un campo de fuerza hecho de fuego le abrasara la piel cada vez que intentaba cruzarlo. Se prendería fuego allí mismo si continuaba presionando.

El hombre lobo —o, más bien, el muchacho que era ahora—, se volteó en mitad de los escalones. Jadeaba tanto que su pecho, cubierto de sangre seca y suciedad, subía y bajaba de forma violenta mientras intentaba recuperar el aire.

Bokuto le miró casi con odio, indignado de que se escapara de su agarre. ¡Había estado tan cerca...!

¡Tan cerca!

Pero ahora que conocía su rostro, Bokuto no le dejaría en paz. No podría salir durante la noche sin que Bokuto le acechara como una sombra. Si quería asesinar un solo humano más en ese pueblo, tendría que hacerlo por encima de su cadáver.

Bueno, que técnicamente ya era un cadáver andante...

El chico volvió a darse la vuelta, dispuesto a meterse en el interior del templo. Seguramente sería su refugio, pero no imaginaba que habría dentro. ¿Toda una manada? ¿Él solo?

¿Qué ocultaba aquel templo?

—¡Regresa, cobarde! —masculló Bokuto, y se arrastró por los adoquines. No podía mover la mano ni medio centímetro o volvería a atravesar los límites de los arcos y la tierra santa—. ¡Ni creas que estarás a salvo! ¡Te esperaré en las sombras, hasta que pueda agarrarte otra vez entre mis garras! ¡Y... y te mataré!

El muchacho arqueó una poblada ceja. Bokuto sabía que su amenaza no era del todo convincente, puesto que en realidad no quería matarle. Por mucho que fuera un asesino, solo planeaba...

¿Qué planeaba?

¿Qué demonios planeaba? No tenía muchas opciones con los hombres lobo. De nada servía amenazarlos, porque ellos siempre hacían lo que les salía del trasero, mataban a mansalva, aterrorizaban el ganado y ciudades enteras.

Eran como una plaga imposible de controlar, porque con apenas una mordida de uno de ellos podrías transformarte en un hombre lobo.

Si Bokuto fuera un humano, ya estaría jodido a causa de la mordida en su brazo. Pero, también, si Bokuto fuera un humano que se cruzó a un hombre lobo tan bestial... seguramente no estaría contando la historia.

El muchacho se dio la vuelta por completo. Bokuto observó su cuerpo con más detenimiento; el olor a sangre que desprendía era casi insoportable. Porque era olor a sangre coagulada, seca, muerta.

Los vampiros no soportaban la sangre que no fuera fresca, recién saca de las venas de sus víctimas. Roja, tibia, pulsante.

A los hombres lobo les gustaba la carne y la sangre en todas sus formas. Eran bestias insaciables que comían por comer, y asesinaban por asesinar. Descuidadas, desprolijas, brutas. Dejaban una carnicería a su paso, no tenían una saliva mágica que amortiguase todo el dolor para los humanos que atacaban.

Eran una completa y total plaga. Bokuto debió matar al chico de los ojos bonitos en cuanto tuvo la oportunidad.

El muchacho fue acercándose hasta él. Bajó los escalones con piernas temblorosas, posiblemente cansadas por la carrera de escape.

Mientras se acercaba, Bokuto notó que algunas cosas estaban erradas: no era un chico flacucho, sino que sus piernas eran esbeltas y musculosas. Su torso estaba más o menos trabajado, lo cual seguramente era una influencia en su forma de hombre lobo.

Pero no era solo eso lo que notó, sino que también era guapo.

¡Oh, no...!

¡El hombre lobo al que debía matar era guapo!

El chico se acercó tanto que tenía una primera plana de sus pies descalzos y cubiertos de tierra. Estaba casi en el borde del arco, y le miraba desde arriba, como teniéndole lástima por ser un vampiro inútil que no podría ni atrapar a un hombre lobo inexperto.

Bokuto se sintió tan furioso que quiso atravesar, una vez más, los arcos. Volvió a sentir como si todo su cuerpo ardiera ante el intento.

—Yo que tú no haría eso —dijo el muchacho, y su voz era grave y melodiosa—. Sabes muy bien que esto es tierra santa y los vampiros no pueden cruzarla.

—¡N-no quieras darme lecciones...! —Bokuto chirrió tanto los dientes que sus propios colmillos le hirieron la piel—. ¡Lo sé perfectamente!

—Entonces, ¿por qué intentas entrar?

Bokuto apretó los puños en frustración. Un sonido gutural escapó de su garganta como un quejido. El muchacho no se inmutó en absoluto; es más, era casi como si no hubiera vida en esos ojos tan bonitos...

Pero, si miraba un poco más, se daba cuenta que no era tan así. Sus ojos estaban tan ensombrecidos que podría confundirse con desinterés y muerte, pero estaba seguro que lo único que había era fatiga y soledad.

Bokuto era solo un sensiblón. Quería que dejara de verle con esos ojos tan tristes, o se le haría cada vez más complicado el quitarle la vida.

¡Era por un bien común! ¿Verdad? Matarle era la única solución. Por muy guapo, triste e inexperto que se viera.

—¿No te sientes culpable de lo que haces? —Bokuto soltó, sin pensárselo—. ¿No te da culpa asesinar a mansalva?

—Lo dices como si tu especie no se alimentara a base de humanos, también —El chico respondió a la defensiva—. Como si no llevaran milenios haciéndolo.

—¡Eso no es cierto! ¡Nosotros no asesinam-...!

—Mi familia murió por un ataque de vampiros —se apresuró en decir el chico—. De hecho, yo me salvé de pura suerte, pero todavía tengo las marcas de sus colmillos. No llegaron a drenarme la sangre, supongo que porque se habían saciado lo suficiente con mis padres...

El muchacho movió algunos cabellos de su nuca y giró la cabeza para que Bokuto viera los dos perfectos puntos rojizos —los cuales jamás curaban del todo— que adornaban su tersa piel.

Bokuto apretó los dientes. Hubiera querido replicar, pero sabía muy bien acerca de los vampiros sin clan y que devoraban humanos a su propio gusto. No era fácil darles caza a todos, por mucho que lo intentaran.

Además, un asesinato de vampiros podía camuflarse perfectamente con un asesinato humano. Los vampiros no eran tan toscos y brutos, como los hombres lobo.

—¡Mi clan jamás les haría daño a los humanos! ¡Nos dedicamos a la cosmética...! —Bokuto rezongó—. ¡Ellos me enviaron a lidiar contigo, porque justamente queremos proteger a los humanos!

—Supongo que eso no importa mucho, ¿verdad? —El chico encogió los hombros—. Mis padres siguen estando muertos a causa de los vampiros.

Bokuto trató de imaginarse a Atsumu y Sakusa, que modelaban perfumes, haciendo daño a algún humano. O tal vez a Kuroo, que tenía un refugio para gatos y lo mantenía a través de los siglos. Incluso a Yaku, que fue quien le puso en la situación actual...

—No, la verdad es que no importa —resopló Bokuto—. No puedo negar que tienes razón.

El chico no hizo ninguna mueca. No parecía ser alguien de muchas expresiones, pero un repentino cansancio le nubló la mirada un momento. Se tambaleó hacia adelante, justo afuera del arco que delimitaba la tierra santa.

Los sentidos de Bokuto se pusieron en alerta casi al instante, pero no por las razones que debía.

Podría haberlo despedazado en ese momento. Justo en el instante en que las rodillas le fallaron y se vino abajo por el cansancio, Bokuto podría haberle partido el cuello. Rápido. Sin dolor.

Y, sin embargo...

Sus fuertes brazos se apresuraron en acunarlo para que no se golpeara contra los adoquines. Aunque fuera una bestia, seguía teniendo un frágil cuerpo humano que se dañaría contra la piedra.

El chico tembló al sentirse apresado por aquellos brazos. Quizá sabía que ya no tenía escapatoria, y que si la muerte quería llevarlo en ese instante no tendría más opción que sucumbir ante esos deseos.

Bokuto se cargó al hombro al adormecido chico. No era muy pesado, y él tenía mucha fuerza.

Lo sujetó como pudo, y se dio cuenta que la noche se esfumaría en cualquier momento para dar paso a la mañana misma. Así que se escondió entre la oscuridad de los callejones, y siguió el camino hacia la pequeña casita abandonada que los vampiros tenían a su disposición.

Al chico le tomó más de un día completo en despertarse. Cuando lo hizo, habían transcurrido ya unas veintiocho horas desde que Bokuto los escondió a los dos en esa casita en medio del casco histórico de la ciudad.

—Ah, al fin despiertas —sonrió Bokuto mientras lamía un caramelo rompedientes en palito. Si bien no podía tragarse la comida humana, le gustaban los caramelos duros para sentir que tenía algo en la boca—. ¡Ya pensé que casi no lo harías!

El chico, que ya casi no lucía impasible y calmado, ahora jadeaba de los nervios. Debía estarse preguntando en dónde estaba secuestrado, y qué estaba esperando ese vampiro al retenerle contra su voluntad.

¿Estaría jugando con él? ¿Esperando a torturarlo? Bokuto podía leer todas esas dudas en sus ojos, los cuales eran iluminados por unos leves rayos de sol que se filtraban por la ventana. Se veían mucho más bonitos, como si eso hubiera sido posible.

Él no planeaba acercarse a la luz del sol, pero sabía que la vitamina D ayudaría a aquel chico a recobrar energías.

—Si piensas que voy a matarte en cualquier momento, despreocúpate —continuó Bokuto con una amigable sonrisa—. No podrás escapar en caso de que lo haga, así que es mejor que te rindas ante ello. Sería inevitable

La broma —o no tan broma— pareció ayudar a que algo de los nervios del muchacho se disiparan. Se removió entre las sábanas que cubrían su cuerpo, ya un poco más limpio y con una amplia camiseta que pertenecía a Bokuto. Le había limpiado la sangre y suciedad con un trapo húmedo. No podía soportar el hedor.

—¿Así como me asesinaste anoche? —preguntó el chico con calma, pero estaba seguro que había sorna en su voz—. Yo me veo inevitablemente vivo.

Bokuto sonrió con algo de amargura. Estaba testeando su paciencia.

—Para tu información, no fue anoche. Fue anteanoche, porque la verdad es que duermes como un tronco. ¡De verdad, podría haberte matado de unas cuarenta y tres formas diferentes!

Esperaba que aquello le recordada al cachorrito que, por mucho que le salvara, seguía siendo un prisionero de un experimentado vampiro. Que le dejara con vida la vez pasada no significaba que lo haría para siempre, puesto que todavía era un problema para la sociedad.

El chico volvió a removerse entre las sábanas.

—¿Por qué solo cuarenta y tres? Es un número extraño —dijo él—. ¿No podrían ser cuarenta y cuatro? ¿O cuarenta y cinco?

—¡Silencio! —bramó Bokuto, golpeando la mesa con ambas palmas de la mano—. Me niego a continuar esta cháchara antes de que me digas tu nombre. Hazlo, o puede que encuentre la manera número cuarenta y cuatro de mandarte al otro lado.

Sacó sus colmillos para verse ligeramente más amenazante. El chico no parecía impresionado, pero giró la cabeza para quitarse el cabello oscuro y apelmazado de sudor de la frente.

—Akaashi Keiji —contestó tras pensárselo unos segundos—. De nada sirve ocultarlo, ¿no? Ya viste mi cara y, de todas formas, ese nombre no significa mucho. No encontrarías a nadie con el mismo apellido para extorsionarme.

—¡No iba a hacer eso! ¡Deja de pensar que quiero asesinarte!

—Entonces, ¿por qué ibas a hacerlo? —preguntó Akaashi; se sentía bien saber su nombre. Cruzó los brazos contra el pecho—. La verdad es que no he elegido esto que me toca ser. Primero vampiros, y luego tuve la mala suerte de cruzarme a un hombre lobo. Sobreviví ambas veces, pero quizá tengas razón y no debería estar vivo...

Bokuto apretó los labios. No sabía si ese chico buscaba jugar con su cabeza, o qué cosas. Tenía que enfocarse. Un hombre lobo que no había vivido más de dos décadas no podía ganarle en juegos mentales.

—¿Cuántos años dijiste que tienes? —preguntó Bokuto para cambiar drásticamente el tema.

El chico elevó el mentón con suspicacia.

—Cumpliré veintidós este año —respondió con cuidado—. Y no te lo había dicho. ¿Cuántos años tienes tú, eh...?

Se quedó un minuto en silencio intentando recordar si había algún nombre por el cual llamarlo en sus recuerdos. Bokuto se palmeó en la frente.

—¡Qué despistado soy! ¡Me llamo Bokuto Koutarou! —señaló su propio pecho con el pulgar—. ¡Y tengo trescientos cuarenta y ocho años!

Akaashi dio un sutil salto sobre sí mismo al escuchar sobre su edad. Lo cual solo confirmaba a Bokuto que solo se trataba de un cachorrito que apenas conocía del mundo.

Pero los hombres lobo no viven demasiado, pensó para sí mismo. Entre las cacerías, la luchas por ser el alfa de una manada y la esperanza de vida humana, con suerte llegan a los cincuenta o sesenta años.

Y eso era, claro, con mucha suerte. Un gran porcentaje de ellos apenas pasaba las tres décadas de vida. Un simple suspiro en comparación de un vampiro.

Era casi fascinante y horrífico pensar que ese chico no sería más que una efímera aparición más en su larga vida. Bokuto no sabía si viviría cien, quinientos, o tal vez dos mil años más —sea lo que fuera, Akaashi solo sería efímero. Posiblemente ya ni recordaría ese encuentro en un par de décadas más.

Por eso mismo los vampiros no se encariñaban con sus humanos. Algunos de ellos pasaban vidas enteras junto a algunos, pero no era nada fácil verlos partir; pensar en sufrir el luto y la pérdida durante siglos, tantos que borrarían hasta el sonido de sus voces de la memoria.

Bokuto era cariñoso cuando debía serlo, pero también ponía sus límites. No le gustaba sufrir. Demasiado había sido cuando tuvo que decir adiós a todas las personas de su antigua vida humana, hacía casi trescientos años ya.

¡Vaya criaturas molestas podían ser los humanos! ¡Siempre había que protegerlos de algo, e incluso cuando ya no lo hacías, te limitabas a extrañarlos hasta el fin de los tiempos!

Akaashi continuaba viéndole curioso mientras Bokuto se perdía en sus pensamientos. Ni siquiera sabía por qué. No es como si fuera a encariñarse con un humano.

—Entonces... —Akaashi decidió romper el hielo—. ¿Vas a matarme, o no? Mi mejor amiga me dijo que tengo ascendente en capricornio, y que por eso tiendo a querer tener toda la situación controlada...

—¿Ser el rehén de un vampiro luce cómo tener la situación controlada?

—No, pero estoy tratando de omitir los detalles o mi cabeza va a estallar —Akaashi se sujetó las sienes—. Desde que me mordiste he tenido una migraña insoportable...

—¡Ah! —Bokuto exclamó con alegría—. ¡Es que la saliva de vampiro tiene unas toxinas que adormecen el cerebro, y eso ayuda a que nuestras víctimas no sientan dolor! Aunque nunca me he quedado a ver cómo afectan en los hombres lobo...

—Saliva. Comprendo. Encantador —suspiró Akaashi, y se dejó caer otra vez en la cama—. Desde la mordida no pude evitar el transformarme otra vez en humano. Me quedaban una o dos horas extra, si no fuera por la saliva...

—¿Oh? —Bokuto preguntó con algo de curiosidad—. ¿Fui yo el que aceleró tu transformación a humano?

—Bueno, es mi única teoría —continuó el chico de cabello oscuro. Bokuto se asomó, y se dio cuenta que su perfil también era fino y bonito—. La verdad es que soy un hombre lobo desde hace tres o cuatro meses. Nos atacó una manada de hombres lobo a mí y a mi mejor amiga. Ella murió. ¿Suficiente pasado trágico, o debería seguir?

Bokuto no dijo nada. Sabía que no fue un ataque agradable, porque recordaba las marcas de dientes y garras que encontró en su costado derecho y que apenas habían sanado.

No era bueno dando consuelo, o aliento. Hacía mucho tiempo atrás abandonó el luto y los sentimientos de pérdida. ¿Qué podía decirle a un chico que había sufrido tanto como Akaashi?

Sin embargo, tuvo un fugaz recuerdo de la noche de tres meses atrás, cuando se cruzó un hombre lobo feroz con ojos desolados. Recordó reconocer en Akaashi ese mismo hombre lobo.

¿Acaso esa habría sido su primera noche?

No quería imaginar lo asustado que estaría al despertarse como humano de nuevo y encontrarse en una pila de sangre, carne y restos humanos. Con el horror de la muerte grabado en todo su cuerpo, y el desconocimiento de lo que era ahora mismo.

Rememoró su propia transformación, cuando aquella pelea callejera lo abatió hasta la muerte. Bokuto era fuerte incluso como humano, pero ni siquiera un dios podría contra un grupo numeroso y armado.

Kuroo y Yaku fueron los que le ofrecieron de su sangre antes de la primera luna nueva desde su muerte, y Bokuto regresó a la vida en esa misma luna.

Qué curioso le parecía, y cómo marcaba una diferencia entre los vampiros y hombres lobos. Ellos eran los dueños de la luna nueva, los creadores de todo el ciclo lunar por el que se regía el mundo entero. Sus enemigos lo cerraban junto a la luna llena junto con toda la destrucción que dejaban a su paso.

—¿Puedo preguntar por qué no vas a matarme? ¿O por qué todavía no lo haces? —Akaashi se recargó contra su codo, y le miró a los ojos mientras permanecía a su lado—. Mi instinto de supervivencia me protegió antes, pero ahora no podría evitarlo bien como dijiste.

—No quiero matarte —dijo Bokuto con las cejas fruncidas—. ¡No me gusta asesinar! Por supuesto, si Yaku me lo dice lo hago sin chistar... y lo hago muy bien...

Wow —Akaashi interrumpió, pero estaba sonriendo de costado—. Nunca creí que alguien se jactaría de que era bueno asesinando, Bokuto-san.

—¡No estoy diciendo eso! —reclamó, y usó su dedo para apuntar al hombre lobo—. ¡Solo soy bueno acatando lo que sea que me pidan! Tampoco me gustan mucho las órdenes, pero me encanta ser alguien eficiente. Quiero proteger a quien deba hacerlo. No asesino por placer o aburrimiento, y eso nos diferencia de aquellos que le hicieron daño a tu familia.

—Yo asesino por placer y aburrimiento. Bueno, no yo realmente, pero una parte de mí sí que lo hace —se llevó una mano al pecho; como si adentro suyo dormitara la bestia asesina que vio la otra noche—. Y no puedo controlarla, por mucho que la deteste. Es lo que me toca ser, y soy un verdadero peligro. Durante mi segunda y tercera luna llena intenté alejarme, pero ya ves que no funcionó lo suficiente. Me topé contigo, y no sé qué cosas de mí habrás visto. Pero por los fogonazos de mi memoria y la manera en que se siente mi boca, estoy seguro que no fue nada agradable.

—¡Pero, Akaashi...!

Akaashi se mantuvo pensativo. Bokuto no podía leer mentes. Ni mucho menos era bueno leyendo el ambiente con extraños.

Sabía en el fondo, que ese extraño llamado Akaashi Keiji era una persona triste. Sí, era un hombre lobo violento. Sí, le quiso atacar ni hacía cuarenta y ocho horas.

Pero también estaba claro que Akaashi no tenía intenciones de salir huyendo o luchar contra su destino. ¿Tal vez no le importaba morirse del todo? Eso era un pensamiento muy triste. Puede que estuviera muy solo. Nadie merecía sentirse solo.

Quizá la vida no le había dado las suficientes oportunidades. Sabía que Yaku le arrancaría la cabeza con sus propios dientes si descubría lo que estaba a punto de decirle.

—Déjame ayudarte —soltó Bokuto tras ponerse de pie—. Durante las lunas llenas. Te ayudaré para que no asesines a ningún humano más. No tienes por qué ser esclavo de las circunstancias que te tocaron vivir.

Akaashi se veía un poco desconfiado. Debía imaginarse a lo que Bokuto se refería. Se agazapó contra sus propias rodillas.

—¿Estarás cada luna llena de mi vida? ¿Durante lo que dure mi existencia? Eso podrían ser muchos años, Bokuto-san... y apenas nos conocemos... ¿por qué ese afán en ayudarme?

—No importa que sean muchos para ti. ¡Para un vampiro nunca lo son! Cuando me convertí en uno, juré que ayudaría a proteger a la especie que alguna vez fui. Tú eres humano. Un humano que, casualmente, se transforma durante la luna llena. ¡¿Y eso qué?! El resto de días y noches puedes llevar una vida completamente normal, mundana y aburrida. ¡Puedo ayudarte a que eso ocurra!

Si bien Akaashi lucía abatido y resignado, algo en ese discurso pareció remover su interior. En sus ojos brilló algo ante la mención de una tan ansiada normalidad.

—Te morderé antes de la luna llena, y sacaré la suficiente sangre para que quedes drenado de energías y no puedas transformarte —Bokuto comenzó a decir—. Las toxinas de vampiro deberían servir para adormecerte quizás un día, o menos. Me quedaré a tu lado hasta que pase la luna llena, y si llegaras a transformarte, repetiré el proceso.

—¿Y si no funciona, Bokuto-san? —inquirió Akaashi, pero supo la respuesta en cuanto los ojos se ensombrecieron.

—Si nada funciona... solo cuando todos mis recursos estén agotados... y consideré que eres un verdadero peligro incontrolable...

Tragó saliva con dificultad. Ambos sabían la verdad que colgaba en el aire.

—Te mataré.

Nadie dijo nada durante unos segundos. No había mucho para decir ante tales declaraciones; agradeció que Akaashi no se viera temeroso, ni tampoco ansioso de incumplir con su trato.

—Nos encontraremos al atardecer del día de luna llena. Me esperarás aquí mismo.

—¿Y qué pasa si no me presento? —preguntó Akaashi.

—Pues también te mataré —respondió Bokuto con una sonrisa—. ¿Aceptas, Akaashi?

Bokuto estiró su pálida mano, de venas negruzcas por las cuales no corría sangre viva. Akaashi no las dejó pasar por alto, y se tomó su tiempo para debatirse si quería enfrentarse a aquello que le ofrecía Bokuto.

No era nada sencillo. No sabían si sería posible. Además, ¿qué estragos podía causar en el cuerpo de un hombre lobo la imposibilidad de transformarse?

Ambos debían estar dispuestos a enfrentar las dificultades. No eran más que dos extraños deseosos de encontrar un camino correcto.

Akaashi deslizó levemente sus tibios dedos entre la frialdad de su mano. El contraste le recordó a la luna nueva y la luna llena y sus diferencias.

Hombre lobo y vampiro. Mortal e inmortal. Extraño y familiar.

Muchas cosas eran diferentes entre ellos dos, y no sabían hasta qué punto podrían manejarlo.

Pero cerraron sus manos alrededor de la otro, y sellaron una promesa durante un día de luna menguante.

Era como si hubieran escogido un territorio neutral para que su pacto iniciara en términos equilibrados.

Bokuto serpenteó entre las callejuelas del viejo pueblito que no visitaba desde hacía casi un mes. Era una noche ciertamente activa, puesto que algún festival tradicional se estaría festejando. Las lámparas de papel que colgaban entre las casas y el aroma a azúcar quemada le revelaba este hecho.

Le hubiera encantado quedarse divirtiendo con viejos juegos y charlando con los humanos, pero tenía otros planes para esa noche.

La luna llena muy pronto aparecería en el cielo. Tenía que apresurarse.

Caminó su trayecto atravesando las partes más repletas, dando leves empujones cada vez que un grupito de jóvenes lo retrasaban. Todavía estaba con tiempo, pero quería llegar temprano siendo que sería la primera vez.

La visión de la vieja casita que pertenecía al clan lo recibió exactamente igual que la última vez, pero notaba una leve diferencia. Las casas de su clan solían ser frías —perfectas para los vampiros—, y también deshabitadas. Podían pasar décadas hasta que las necesitaran usar de nuevo.

Pero no con esta. Bokuto tenía la sensación de que, poco a poco, se volvería más y más cálida.

Atravesó el oscuro pasillo. Todos sus músculos se tensaron ante las penumbras, pero su corazón —de haber estado vivo— podría haber latido con calma cuando divisó una silueta que se dibujaba entre las sombras y las luces anaranjadas del festival que entraban por la ventana.

—Sí viniste —notó Bokuto, y se acomodó la yukata que decidió usar esa noche para camuflarse mejor—. Lamento haberme tardado.

Akaashi, quien también lucía una yukata color azul marino, se dio la vuelta en silencio. Sus ojos se veían más cansados y desencajados, su frente perlada de sudor. Estaría comenzando a sentir los malestares de la noche de luna llena.

—¿Pensabas que iba a escaparme? —preguntó con una sonrisa, pero no la estaba pasando bien; las venas en su cuello se marcaban y pulsaban con violencia—. Hace tres días que no duermo de los nervios. Esta podría ser mi última noche, ¿verdad?

—O podría ser la primera noche del resto de tu vida —Bokuto sonrió, acercándose con cuidado. No quería alterarlo más.

Akaashi asintió. No se veía del todo convencido, pero no le quedaba mucha más opción. Era aquello, o la nada misma. La muerte segura, o la posibilidad de crear una nueva vida.

Por supuesto, Bokuto sabía que morir era la decisión fácil. Rápida, certera, sin preocupaciones. Aquella solución que le ofrecía podría no ser del todo una solución, y arrebatarle en un suspiro su nueva y creciente esperanza.

Dio unos temerosos pasos hacia Bokuto. Desprendió un poco su yukata para dejar a la vista un suave cuello que solo se veía marcado por la antigua cicatriz de los vampiros que atacaron su familia.

Inconscientemente, los colmillos de Bokuto salieron a la luz. Todo ese ritual le recordaba a sus comidas mensuales, y había decidido privarse de su usual alimento para poder succionar lo que fuera necesario.

La sangre de hombre lobo era asquerosa, pero le alimentaría. Y protegería a Akaashi. Y al pueblo entero de inocentes humanos.

Su aroma no era tan desagradable como cuando se convertía en una bestia. Casi olía a un humano normal; algo frutal que venía de sus labios y el almizcle de su piel por el creciente sudor que era causado por los nervios.

Se acercaban el uno al otro como si fueran dos adictos. Bokuto, a la sangre. Akaashi, a la esperanza de una posible libertad.

Volvió a sujetarle entre sus brazos, pero lo hizo con cuidado. Con el suficiente cariño como siempre lo hacía con aquellos que le servían de alimento. Bokuto no creía en la brutalidad y la torpeza, y quería apaciguar sus miedos a ser mordidos.

Solía tararear un poco antes de hacerlo, y acariciarles el cabello si se lo permitían. Él agradecía a cada humano que había compartido una parte de su cuerpo para que no se muriera famélico por la falta de sangre.

Con Akaashi la cosa era algo distinta. Como un acuerdo mutuo. Eso no significaba que no quisiera hacerlo con todo el cuidado que le permitieran sus sentidos.

—Te ves guapo esta noche —dijo Bokuto sin pensárselo mucho—. Estás más guapo cuando no vas cubierto de sangre y de tierra.

—Muy halagador —se mofó Akaashi usando su tono neutral, pero podía sentir que algo en su cuerpo cambiaba. Su corazón latía más rápido, y lo notaba contra su cuerpo—. ¿Vas a decir que mi cuello se ve delicioso?

Bokuto sonrió. Era una sonrisa de aterradores colmillos, y no dejaba de ser la sonrisa de un depredador antes de que hinca los dientes en un pequeño conejo que esperó hasta que saliera de su madriguera.

Akaashi no parecía del todo asustado. Le estaba mirando a los ojos, y no los apartaba de encima suyo. Quizá fuera eso lo que le invitaba a mantenerse tieso y dócil entre el agarre de sus fuertes brazos.

Bokuto pasó los nudillos por encima de la marca de los vampiros. Akaashi se quejó levemente —no sabía si de dolor, nostalgia o algo más—; todos los vellos de aquella zona se le erizaron como un gato en alerta.

Olisqueó la zona de su cuello. Al pegar la nariz contra la cálida piel fue como si sus propios sentidos entraran en una embriaguez llena de éxtasis. Lo drogaba —era por eso que los vampiros no consumían mucha sangre de criaturas mágicas; en pequeñas cantidades olía muy mal, pero podía llegar a sentirse como una verdadera droga luego de exponerse a ellas.

—¿Estás listo? —preguntó Bokuto contra su piel—. ¿Para lo que sea que ocurra?

Akaashi respiró con fuerza, y se agarró de los hombros de Bokuto. El corazón le latía desbocado bajo la piel, y su piel entera estaba tensa mientras sentía el roce de los feroces colmillos del vampiro.

Dentro de poco, sería solo un cuerpo lánguido y flojo entre sus brazos. Las toxinas lo relajarían lo suficiente para que dejara de sentir el agudo dolor inicial.

—Estoy listo, Bokuto-san —dijo Akaashi, decidido y sin que su voz le temblara—. Hazlo de una vez.

Bokuto se tomó un instante para mirarle una vez más a los ojos. Unos preciosos ojos de laguna, que esperaba no tuvieran que volverse amarillentos y monstruosos en esa preciosa noche de luna llena y festivales.

Le removió unos pequeños cabellos azabaches de la cara, y poco a poco abrió las fauces para acercarse hasta su cuello, donde palpitaban sus venas a la espera de lo que pudiera ocurrir.

Akaashi apretó las uñas por encima de la yukata. Si Bokuto no se regenerase con rapidez, seguro tendría algunas marcas lo suficientemente sugerentes.

No es como si se estuviera quejando. Después de todo, aquello se volvería algo cotidiano para los dos dentro de muy poco.

Dejó de pensarlo demasiado. Hundió los colmillos en la suave piel de Akaashi, atravesando los músculos y la carne hasta llegar al torrente sanguíneo que necesitaba.

Todo se tiñó de rojo en esa luna llena, pero no era un rojo negativo.

No era el rojo de la muerte. Era el rojo de la sangre.

El rojo de la sangre llena de vida.

Y que, ambos, esperaban pudiera ser así durante mucho, mucho, mucho tiempo.

BLUES IS BAAAAAACK B*TCHES (?)

He vuelto para participar de otra week de 10 días, con mucha homosexualidad, fluff, angst, comedia, absolutamente de todo !!!!!! y este primer día bastante larguito me da la motivación para hacer lo que quiera, ah

En fin, que sea lo que deba ser... ya saben como soy, intentaré participar estos 10 días de manera puntual, y me encantaría que me acompañen uwu de verdad encontrarán de todo por acá sdjkfbdsjk

Si alguien más está participando, dejen por acá así nos apoyamos entre todos --->

Muchas gracias a quienes vayan a leer esto ;;; la verdad espero que lo disfruten mucho, tengo grandes ideas, y estoy super emocionada sdjkfsdj la NSFW me dejó sabor a poco al ser tan corta, y al fin puedo participar de la BokuAka Week en todo su esplendor ♥️

Si sobrevivo a estos 10 días, ya veremos con que otro fic sigo... por ahora, disfrutemos el momento ah

¡Nos vemos mañana! Besitos ♥️

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