Zona Roja
Había sido una semana ardua, aunque no lo quisiera reconocer. Si bien el trabajo era tranquilo, sin demasiada exigencia física, el estar sentado todo el día sin poder recostarse cuando lo necesitara, le había pasado la cuenta. Benson se preocupaba que pudiera estirar las piernas y traerle una bolsa de agua caliente cuando sintiera molestias, pero no había como quedarse más tiempo en la cama. Por eso, ese domingo, lo agradeció de sobremanera. Maurant y Hasse estarían de turno y eso le traería un día de descanso de las preocupaciones y de posturas que lo anquilosaban un poco.
Mikasa había traído el desayuno a la cama y la bandeja estaba entre ambos. Ella parecía muy concentrada en no derramar la mermelada de su pan, mientras que él le daba un sorbo a su leche caliente y dejaba la taza a medio beber sobre la mesita de noche. Ahora ella se chupeteaba el índice donde había se había manchado con algo del dulce.
–Puedes quedarte en la cama si quieres –le dijo intentando mantener la mermelada a raya sobre el pan –Hoy te consentiré –agregó con una gran sonrisa.
–Soy un afortunado –respondió Jean tomando un trozo de pan y embetunándolo de mantequilla –Pero no me parece justo quedarme holgazaneando si tú estás haciéndote cargo de todo.
–Tampoco es tanto –desestimó Mikasa –Haller me ayudó con el piso el viernes. Fui por las compras ayer y quedó estofado en la olla. Solo debo hacer pan y galletitas. Arrasaste con ellas.
–Estaban deliciosas.
La chica le sonrió.
–Estaba pensando en hacer una receta nueva. Quizás con un glaseado o rellenas con dulce. Ese recetario que compré donde los Testart tiene muchas recetas interesantes –comentó con entusiasmo –Dulces y saladas, pero sabes que tengo una debilidad por lo dulce –agregó con cierta vergüenza –Quiero hacer algo especial.
–Bueno, puedes comer todos los que quieras –respondió Jean antes de darle una mascada al pan.
Mikasa dio un sorbo a su leche y la dejó en la mesita de noche, tal como antes había hecho Jean. Ahora se preparaba un pan con mantequilla. Debió hacer huevos revueltos, era un día de descanso y un buen desayuno permitiría no almorzar tan temprano. Se sentía algo culpable de poder estar disfrutando de comidas deliciosas cuando sabía que muchos estarían privados de ello. No tanto por no tener recursos, sino que las reservas a esa altura del invierno comenzaban a mermar. Bueno, y sí se sentía culpable también por llenarse de galletas cuando muchos no se lo podían permitir. Si bien agradecía los gastos extras que sus padres hacían para fechas importantes y, hasta entonces, le parecían un lujo, ahora esos lujos eran cosa de cada día. Podía comer dulces, carne, no tener que escatimar en ingredientes... vestir hermosa.
–Creo que yo soy la afortunada –dijo de pronto logrando que Jean dejara de poner atención a su pan.
–¿Afortunada de tener que cuidar a un viejo decrépito como yo? –bromeó.
–No digas eso, ya te he dicho que no es molestia y lo hago con gusto –le dijo con una ligera molestia –Creo que eres muy generoso conmigo, yo soy la consentida. Has tenido que gastar dinero que no tenías contemplado solo por mis caprichos.
Jean se la quedó observando, cuando ella finalmente mascaba su pan con mantequilla. Mikasa no gastaba de más, no más que para dos personas viviendo con el presupuesto que él manejaba... o más bien traía a casa y ella administraba. Era prudente y consiente. Otra mujer hubiese derrochado, Mikasa siempre lograba ahorrar aun cuando él no se hubiese opuesto a que lo gastara todo. Claro que habían tenido algunos gastos extra que eran lógicos: calzado, ropa, sus cosas privadas para esos días... Pero ninguno de ellos había mermado sus finanzas.
–No eres caprichosa –le respondió con sinceridad –No conoces lo que es un capricho en realidad –ella lo miró con atención –Ropa nueva cada temporada o para cada situación importante. Joyas, cenas en restaurantes carísimos donde sirven unos platos que te quedan en una muela, accesorios tan ridículos como sombreros con plumas, pelucas... Podría seguir enumerando, pero no recuerdo nada más. ¡Ah! Una chica cierta vez me exigió –recalcó –para acompañarme a una cena de la policía, que debía comprarle un collar con aretes a juego. Me arrastró hasta la joyería y eligió lo más caro...
–¿Se lo compraste? –preguntó Mikasa con una mezcla entre curiosidad y celos. ¿Una chica? ¡Qué tenía él que andarle comprando joyas a una chica!
Jean asintió y bebió de su taza.
–Me gustaba la chica y creí que si cumplía con sus caprichos, ella estaría feliz –se alzó de hombros y volvió a darle un sorbo a la leche –Pero para la siguiente salida ya tenía nuevos requerimientos. Algunos bastante locos.
Mikasa asintió y puso atención en terminar su desayuno. Jean notó que se había vuelto silenciosa y que algo en su rostro había cambiado.
–Oye... –le dijo logrando que lo mirara –Tú me gustas más –agregó con picardía –Eres la chica más guapa de todos los muros –Mikasa bufó y desvió la mirada –Y la más preocupada y cariñosa y consentidora –retiró la bandeja y la dejó en el suelo. Mikasa seguía sin darle bola –No podría querer a nadie más que a ti a mi lado –pausa –Oye...
–Pero te gustaba esa otra chica –masculló cruzándose de brazos.
–Pero si aún no te conocía –le acarició el brazo –¿Qué iba a imaginarme que el amor de mi vida estaba en este pueblo en medio de la nada? No tengo una bola de cristal –su tono era dulce y algo meloso.
Mikasa volvió a bufar.
–Mira que andar despilfarrando tu dinero en ese tipo de mujeres –dijo severa –Una mujer que te quiera sinceramente nunca te exigiría esas cosas, esperaría que te nacieran de corazón. Las joyas son costosas, son un lujo. Deben apreciarse como tal. Deben tener un valor sentimental –por inercia se llevó la mano a la cadenita que le habían regalado sus padres –No debe ser un capricho.
–Eso es porque tú valoras esas cosas, Mikasa –respondió con tranquilidad –Es tu sencillez lo que más me gusta de ti –ella lo miró curiosa –Eso y que tienes una gran fortaleza. En serio. Si hubieses sido caprichosa, ya sabiendo a lo que me enfrentaba, solo hubieses sido una cara bonita.
La chica se sonrojó y pasó a beber lo poco que quedaba en su taza.
–Tú también tienes tus cosas buenas –respondió con timidez, aun algo avergonzada por las palabras de Jean y la facilidad con las que las decía.
–Gracias –respondió de buen humor.
Volvió a tomar la bandeja para ponerla entre ellos y terminar de comer su pan. Mientras él disfrutaba de su pan fresco y el sabor delicioso de la mantequilla producida directamente en Boeringa con animales libres y felices, Mikasa aun guardaba silencio.
–Realmente admiro lo que has hecho por este pueblo –murmuró Mikasa, Jean la miró atento –Eres valiente de enfrentarte a Ritze. Has logrado que algunas personas puedan velar desinteresadamente por otros, que realmente vean a los otros –Jean le sonrió –Pero, más allá de eso... No cualquiera se pone a arar un campo completo sin arado a tracción y sin querer recibir más recompensa que un plato de comida. Y tal vez lo hiciste por hacerte el lindo conmigo –ahora ella sonreía –Pero lo hiciste aun cuando te negué cualquier oportunidad. Eso fue generoso de tu parte. Pudiste dejarlo, pero no lo hiciste.
–Bueno, necesitaban una mano y mi trasero ya se aplanaba en la silla –resolvió con ligereza.
–Nunca miraste mal a mis padres ni hiciste un gesto de desagrado por muy humilde que fuese la cena. Tampoco has sido displicente con nosotros, ninguno de nosotros. Eres amable con mi madre y realmente te interesa hablar con mi padre.
–Ambos me agradan –dijo con sinceridad –Tu padre es un hombre admirable y tu madre te heredó la fortaleza que tienes. Son personas honradas y esforzadas, que han sabido criar a dos chicos dándoles valores y buena educación. Sé que no ha sido fácil... ahora lo sé, que he vivido de manera ajena la realidad que antes ni siquiera me hubiese detenido a mirar. Antes, cuando compraba joyas a chicas superficiales.
Mikasa asintió, esta vez sin celos de por medio. Tratando de entender un poco cómo habría sido la vida en la capital, cómo se llevaban las relaciones, aunque tenía una idea de ello. Mujeres ofertando lo que tenían, posición y belleza para escalar en la comodidad. Mujeres que veían solo lo que los hombres tenían para ofrecer, dejando de lado los valores y la bondad.
–¿El jueves crees que podrías tomarte la tarde libre? –le preguntó cambiando de tema.
–Puedo arreglarlo –respondió pensativo pasando lista en su agenda mental –¿Quieres que te acompañe a las compras? –Mikasa negó –¿Entonces?
–El jueves es mi cumpleaños y me gustaría poder pasar la tarde juntos –confesó con un ligero sonrojo –Sabes que no estoy acostumbrada a estar sola y la casa es grande y se siente muy solitaria cuando no estás. Sería el mejor regalo que estuvieses en casa.
Jean dejó su pan a medio comer en la bandeja y volvió a dejarla en el suelo. Pasó un brazo por los hombros de Mikasa para atraerla hacia él. La besó en la coronilla.
–Por supuesto que sí –le dijo volviendo a besarla dulce –De hecho, me tomaré todo el día para consentirte. No tendrás que lavar un plato, te lo prometo.
–Pero yo me encargo de la comida –agregó Mikasa de buen humor poniendo una mano en el pecho del muchacho.
–Podemos ir a almorzar a la hostería. Es bastante bueno y no tendrás que preparar nada. Tiene que ser un día de descanso y de consentirte. ¿Qué dirían en el pueblo si no invito a mi esposa a comer afuera el día de su cumpleaños? –bromeó y Mikasa se rió bajito –¿Qué vas a querer de regalo?
–Esas preguntas no se hacen, Jean –lo reprochó incorporándose para verlo –Además, ya te dije, quiero pasar el día contigo. Solo eso. Sé lo importante que ha sido para ti reincorporarte y sentir algo más de normalidad. Sé que es un sacrificio... pequeñito, pero es...
–¿Sacrificio? ¿Crees que es un sacrificio quedarme un día contigo? Me gusta volver a trabajar y sentirme útil, claro que sí. Pero cuando ya se acerca la hora de salida, solo quiero llegar a casa y poder abrazarte y besarte y meternos en la cama a regalonear –hizo una pausa reflexivo –Creo que soné como mi padre –bromeó –Sin añadir los detalles íntimos, claro está.
Mikasa se movió para salir de la cama.
–Iré por más leche caliente –le extendió la mano para que le alcanzara la taza, Jean se la alcanzó, Mikasa tomó la propia –Creo que eso llenará el estómago lo suficiente para darnos más tiempo de mimitos –sonrió inocentona.
–Mimitos –repitió Jean asintiendo lento –Tengo solo una objeción con tu trato –Mikasa se lo quedó mirando –Que sea todo un día de mimitos. Tú, yo, acurrucados. Piénsalo.
Mikasa se quedó pensativa un momento.
–Primero vas a tomar un baño, te sentará bien. Mientras yo estoy en el baño, cambias las sábanas. Y luego nos acurrucamos.
–Trato hecho.
Mikasa bajó a la cocina por la leche, Jean se quedó mirando hacia la ventana. Había vuelto a nevar esa noche, pero solo por la noche. Cuando antes las nevazones duraban días completos, ahora el clima comenzaba a ceder. Razón tenía Maurant, el invierno comenzaba a ceder. Dentro de un mes sería ya el inicio oficial de la primavera, tal vez nevara dentro de unos días por última vez. El tiempo había pasado más rápido de lo que le hubiese gustado. Si bien las primeras semanas parecieron una eternidad debido a su lenta recuperación, ahora parecía que el tiempo volaba. Con Mikasa, el tiempo volaba. Solo quería que las horas y los días se extendieran y que no tuviera que decirle adiós cuando las nieves dejaran libre el paso a la montaña.
Solo una vez le había planteado su deseo de que se mantuviera a su lado, pero no habían vuelto a tocar el tema. Y realmente, no podría soportar tener que verla marchar a casa de sus padres y conformarse con una cama vacía, una enorme casa para sí mismo y no tener un dulce beso que lo despidiera cada día al partir a trabajar, ni uno antes de dormir.
Pero era una conversación que podrían tener más adelante.
–Creo que se me pasó el hervor, deberemos esperar que se enfríe un poco –dijo Mikasa dejando ambas tazas sobre la mesita de noche, se metió en la cama –Puse un par de leños más. Pensé que ya pasaría el frío, pero la última nevada tiró por la borda mis ilusiones –bromeó acurrucándose hacia él –Creo que, cuando mejore el tiempo, te recuperarás más rápido.
–Puede que tengas razón –respondió acomodando el brazo para poder rodearla –Al menos ya puedo valerme por mí mismo.
–No abuses de eso tampoco, ya lo hablamos. Nada de esfuerzos innecesarios. Tal vez, si te cuidas adecuadamente en lo que queda del invierno, ya para primavera estarás del todo bien –dijo animada –Podrás ir tú mismo a constatar el estado de los campos, estar allí cuando vengan los compradores de la ciudad, imponer la autoridad –agregó bromista –Podrás cumplir con tus funciones y sé que eso también mejorará tu ánimo.
–Estoy de buen ánimo –respondió Jean, Mikasa se incorporó solo lo suficiente para verlo a la cara –Todo va estupendamente bien. Y, para cuando sea primavera, el doctor dijo que vendría a chequearme una vez más. Cuando dé el visto bueno, volveré a mis andanzas –agregó bromista –Que nadie en Boeringa crea que se manda solo.
–Así se habla, sargento Kirstein.
Mikasa se hizo a un lado y se sentó en la cama, tanteó una de las tazas y la tomó por la oreja para extendérsela a Jean, quien la recibió y se la llevó a los labios dando un sorbo. Ya no estaba tan caliente. Mikasa hizo lo propio manteniendo un plácido silencio en el que, cada uno, volvía sus pensamientos hacia el fin del invierno, los deshielos y las ilusiones que ninguno quería explicitar para no incomodar al otro. Jean no quería dejar ir a Mikasa, pero entendía que quizás ella querría regresar donde sus padres y él no podría oponerse a ello. No porque no quisiera, sino porque no debía hacerlo. Por otro lado, Mikasa no quería dejarlo, no podía imaginarse nuevamente a verlo solo en sus semanales idas al pueblo y sabía que él tampoco contaba con el tiempo suficiente para visitarla a diario. Tenían, a esta altura, una agradable rutina que ninguno de los dos estaba dispuesto a abandonar, pero que lo harían si era necesario... si el otro tomaba esa determinación.
Mikasa se puso de pie cuando el contenido de su taza se hubo acabado.
–Dejaré esto en la cocina –anunció –Podrías aprovechar de darte un baño mientras ordeno.
–Creí en que habíamos quedado que era un día de descanso –dijo Jean sentándose en la cama y sacando las piernas fuera dispuesto a ir al baño.
–Odio el desorden, además tardaré solo un momento. Lo suficiente para que te asees y dejes atrás al jabalí que habita en ti.
Se retiró de la habitación mientras Jean levantaba los brazos para olerse las axilas. Mikasa exageraba, no estaba tan mal. Sin duda, había tenido peores momentos jabalísticos. Sacó una toalla del armario y se dirigió al baño. No pudo evitar repasar su reflejo en el espejo sobre el lavabo mientras llenaba la tina. Quizás debería comenzar por una rasurada rápida. Así que tomó los adminículos y se puso en faena. Jean era bastante cuidadoso con su aspecto y se había dejado barba en cuanto ya estuvo lo suficientemente tupida para no hacer el ridículo. Aunque, últimamente, solía rasurar todo ya pasados un par de días. Sintió que era el momento de volver a su viejo aspecto. Repasó el crecimiento con los dedos y comenzó a perfilar con la habilidad que el tiempo y la costumbre le habían dado. No tardó demasiado y tras una última revisión, decidió que era momento de despedirse de su jabalí.
Desabotonó la parte superior del pijama y lo dejó a un lado para luego dejarlo en la cesta del lavado. Tanteó el agua con una mano y terminó de desnudarse.
–Te traje toallas limpias –escuchó al tiempo que sentía la puerta abrirse.
Mikasa se lo quedó mirando de arriba abajo petrificada. Sabía que tenía esa mala costumbre de llegar y abrir sin anunciarse. ¡Pero si el agua llevaba corriendo tanto rato era porque se suponía que debía estar dentro de la tina! Usualmente ella dejaría las toallas sobre el lavabo, le bromearía algo picarón solo para incomodarlo un poco. Pero jamás lo miraría de la cintura hacia abajo.
–¡Se supone que ya deberías haber estado dentro de la tina! –exclamó la chica volteándose rápido hacia el lavabo.
–Y se supone que deberías llamar a la puerta –le respondió Jean completamente calmado –Y ya tengo toallas. Pero gracias.
Mikasa no se movió hasta que lo escuchó meterse en la tina. Tanto como para no verlo por respeto, como para no verlo por la vergüenza que sentía. Jean observaba a la chica dándole la espalda.
–Mikasa, no es tan terrible –la bromeó aligerando el ambiente –¿Acaso no fuiste tú quien me cuidó cuando estaba enfermo? –ella asintió sin voltearse, ahora se llevaba la toallas limpias al rostro –No hay nada que no hayas visto entonces. Tú misma lo dijiste –ella negó apresurada –No te sientas tan incómoda.
–Una cosa es pincharte el culo y otra muy diferente es eso. ¡Por dios, qué vergüenza tan infinita! –exclamó contra las toallas –Bromeaba, ¿de acuerdo? Los chicos del cuartel es encargaron meterte en la cama cuando estuviste inconsciente, no yo. Una señorita no debería ver eso. Yo nunca vi nada. ¡Ni siquiera he visto a mi padre desnudo y a Taki dejé de verlo cuando aprendió a ir al baño solo!
Ahora Jean fue quien se sintió incómodo. Más que nada porque ella estaba así de nerviosa o porque, quizás había algo mal con eso, como lo llamaba Mikasa. Bajó la vista para revisarse bajo el agua. No, todo seguía igual que siempre.
–Lo lamento –dijo Mikasa retirándose rápidamente del baño.
El estruendo de la puerta retumbó por toda la casa. Jean podía dar su día de mimitos por olvidado. Soltó una espiración pesada y comenzó a frotarse la barra de jabón. No tardó demasiado y tuvo cuidado de asegurarse que, cuando saliera del baño, Mikasa no estuviese en la planta alta. Y claro que no lo estaba, se lo había pasado preparando masa para pan en la cocina buscando una forma de calmar su vergüenza.
–El baño está desocupado –escuchó desde el piso de arriba y luego el cerrar de la puerta de la habitación principal.
Había metido la pata y lo sabía. Desde siempre su madre le dijo "debes llamar a la puerta". Claro que nunca había pasado por una situación así. Tampoco se lo podía tomar con el desparpajo que la caracterizaba, porque fue totalmente no dentro de sus planes de broma. Al menos Jean no estaba molesto o algo. Podría haberlo estado. Ya la había reprochado por no llamar a la puerta antes y solía cerrar con llave cuando estaba vistiéndose en la habitación. ¿Por qué no cerró con llave también la dichosa puerta del baño?
Ah, sí. Fue ella misma la que dio esa orden. Si llegaba a pasarle algo y estaba encerrado no podría ir a ayudarlo. No era lo mismo la habitación, podría colarse por la ventana, el árbol que daba justo hacia ella tenía buenas y firmes ramas. Pero esa ventanuca del baño estaba fuera de su alcance. Y la condición de Jean frente a su imposición fue "entonces vas a tener que aprender a golpear la puerta". Y, como siempre, no hizo caso.
No subió enseguida, sino que terminó de amasar lo que ya había leudado para darle forma de pequeños bollos que iba dejando sobre la lata enmantequillada.
–Eres tan imprudente, demonios –masculló para sí golpeando la masa contra la superficie del mueble.
Soltó un suspiro. Cómo extrañaba ahora a su mamá, ella la reprendería, pero luego le bajaría la angustia frente a la situación. Le diría algo como: "Es lo que hace a los hombres diferentes de las mujeres, cariño. Macho y hembra. Como los perros, el ganado, las ovejas. Cuando el macho monta a la hembra, pues cachorritos, terneritos y corderitos... y así sucesivamente. ¿Ves? Si lo piensas, la concepción de la vida es mágica". Volvió a suspirar. "En el caso del hombre y la mujer, no es tan así como los animales, es diferente. Como en ese libro que no sé por qué llegó a tus manos. Hay besos, caricias, palabras de amor y puede ser incómodo al principio, pero si tu hombre es cuidadoso solo será un momento. Es divertido... y no solo es para hacer bebés, es para dar y recibir un inmenso amor".
Amor, sí claro. No era así como se lo describía en la novela que le quitó su virginidad ocular. Lo había leído tantas veces que podría recitarlo de memoria. "Entonces el joven Robert introdujo su miembro erecto y duro en la vagina de la joven Leire mientras ella gemía de placer al sentirse completamente invadida. Él la penetraba con un ritmo frenético haciéndola soltar eróticos sonidos por la boca, embargada en el placer. Pronto ella llegó a su clímax, soltando un agudo grito victorioso, mientras que él derramaba su semilla en el interior de la cálida cavidad". Puaj. No era muy distinto a ver a dos perros en celo. Bueno, en el libro no había nada sobre si se quedaban pegados o no, luego su madre le explicó que no. Además, de aclararle bastantes cosas sobre la anatomía femenina y masculina. No entraba nada por donde se hacía pipí, sino más abajo había un orificio que su madre llamó vagina y que era por donde menstruaba y por allí mismo se tenía a los bebés. Y ella jurando las primeras veces que salía por donde orinaba. En fin, anécdotas de la pubertad.
Pero la peor parte de todo fue cuando su padre se unió a la conversación tratándolo de hacerlo ver como una interesante charla familiar cuando ella no podía sentir más que vergüenza. Su padre le explicó sobre los hombres, pero no fue como la información explícita de su madre, sino que le habló sobre límites, sobre la decencia y lo mucho que debía cuidarse de los hombres que no respetaban a las mujeres. Que besos, abrazos y tomarse de la mano era lo correcto, el resto estaba absoluta y rotundamente prohibido, en especial las zonas rojas –como las llamó su padre– que eran las piernas, los senos, el trasero y entre las piernas. Y luego su mamá retomaba el tema desde el amor y cómo ser físicamente afectuosos estaba bien, que el sexo era algo natural en las parejas –de casados, insistió su padre– y que podía ser muy placentero y divertido.
En fin y en resumen, todo lo de la cintura para abajo y las lolas, eran materia de matrimonio. Y había violado una regla con su imprudencia, porque de acuerdo al comportamiento de Jean, podría afirmar que él era de la misma escuela de su padre. ¡Ay, pero en qué embrollo se había metido! No podría ocultarse una semana completa para minimizar su vergüenza y recomponer su dignidad.
Dejó todos los bollos dispuestos en la lata y la metió a la cocina. Tomó aire profundamente y se dispuso a subir hacia el baño. Notó que la puerta de la habitación estaba abierta y antes de ingresar al baño se dirigió hasta allí. Asomó la cabeza y vio a Jean terminar de acomodar los almohadones. Notó también que se había vestido. La vergüenza era algo que compartían en ese minuto.
–Te dejé las toallas en el baño –dijo él con voz baja tratando de disimular.
–Gracias –respondió Mikasa aun sin poder normalizar la situación –No olvidaré golpear la puerta –sonrió con inocencia.
–Fue un accidente, no te preocupes –desestimó –No estoy molesto, que conste. Fue una situación incómoda, pero ya pasó.
La chica asintió y se le acercó para quedar frente a él. Estaban en una situación de desigualdad. Ella había sido irrespetuosa y él jamás le había faltado al respeto. Solo había una forma de quedar empatados. Tomó las manos de Jean con firmeza y se las llevó hasta sus senos cubiertos solo por la camisola de dormir.
–Yo vi una zona roja, ahora tú tocas una zona roja. Estamos en igualdad de condiciones otra vez.
Vio como el rostro del sargento se volvía completamente rojo y bajó la vista a sus manos antes de retirarlas en cuanto Mikasa soltó su agarre por las muñecas.
–Zona roja... comprendo –murmuró en algo que sonó a un tartamudeo.
Mikasa se volteó hacia la salida para ir hasta la habitación conjunta para ir por ropa de cambio. Jean bajó la vista a sus manos sin creer que lo acababa de ocurrir. Alzó la mirada para ver pasar a Mikasa rumbo al baño.
–Lo olvidaba –la chica volvió a asomarse por la puerta –Dejé el pan en el horno. Dale un vistazo dentro de veinte minutos.
Jean pestañeó un par de veces tratando de conectar ambos hemisferios cerebrales.
–Veinte minutos, sí –dijo aun algo idiotizado. ¡Vaya bobo! Como si fuese la primera vez que sentía un par de senos –Me encargaré de ello.
–Gracias, cariño. ¡Ah! Y cuando termines de ver lo del pan retomamos nuestro día de mimitos.
Y tal como llegó, se fue. Jean podía jurar que iba dando brinquitos por el pasillo. Lapsus resuelto y olvidado. Con la simpleza que caracterizaba a Mikasa. Aunque el muchacho quedó intrigado en cómo se vería esa zona roja, seguramente adorable, como toda ella. Sin más, bajó a la cocina.
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