Vino en la mesa

¡Muchas gracias a todos por sus comentarios! Me cuesta trabajo responderlos uno a uno, pero quiero que sean que su apoyo es muy importante para mí. Espero que este capítulo les guste y nos leemos pronto en un próximo capítulo.


–Este es el mapa de todo Boeringa –dijo Haller extendiendo el mapa sobre el escritorio de Jean –Todas estas tierras pertenecen a Ritze –indicó unas tarjadas –Estas son las de Gruen –pasó el dedo hacia abajo.

Jean prestaba atención siguiendo las indicaciones del soldado. Iba anotando en un costado las tierras, el metraje y la posición junto con los nombres de los dueños de las tierras y sus inquilinos principales.

–Y todas estas son las que ahora se encuentran en posesión de su padre, sargento –indicó demarcando con un lápiz un gran sector al oeste del pueblo –Lo que es bastante.

Jean asintió.

–En cuestión de tierra productiva actual, ¿de cuánto estaríamos hablando?

–Del 50% de la tierra cultivada a la fecha, pero su producción solo corresponde al 28% del total de la producción del pueblo –aclaró Haller –Ritze se deshizo de la tierra no productiva. El daño a sus ingresos es menor, considerando que aún tiene un 30% de las tierras las que acumulan el 53% de la producción total.

–No voy a desconocer la inteligencia de ese hijo de puta –hizo una pausa –En simples palabras, engañó a mi padre –miró a Haller, quien hizo un gesto algo dubitativo –¿No?

–No exactamente –dijo el soldado sentándose frente al sargento –Las tierras tienen potencial, el problema es la inversión para ello. Son tierras poco explotadas y que hace años que no reciben un tratamiento para renovarlas. Eso implica dinero –miró a Jean fijamente.

–No sé qué idea tienes de mí en este minuto, pero no soy millonario –respondió a aquella mirada inquisitiva –Mi padre sabe de ventas e inversiones, pero de cultivos sabe tanto o menos que yo a estas alturas –soltó un bufido y se pasó las manos por el cabello llevándolo hacia atrás –Esta fue una inversión sin ánimos de ganancia. Solo lo hizo para joderme –volvió a bufar –¿Qué podemos hacer al respecto?

Haller retiró el mapa y lo enrollo para pasarle una liga y dejarlo a un lado perfectamente ordenado.

–Nada, sargento –sentención –No hay nada que como policía podamos hacer, fue una venta completamente regular. La inscripción se hizo hace dos semanas, su hermano fue quien la hizo. Su padre solo se vino a dar una vuelta, acordó con Ritze y ya. Benson me lo dijo.

Jean enarcó una ceja y apoyó los codos sobre el escritorio clavando los ojos en los claros de Haller.

–¿Y cómo es que Benson está tan informado de los movimientos de mi padre en Boeringa?

Haller se alzó de hombros sin dar respuesta. Jean se reclinó en el respaldo de la silla y se cruzó de brazos. No había nada que hacer. Las tierras pertenecían a su padre, Ritze lo había timado –aunque su padre no era idiota y seguramente lo sabía –Y su padre sacó a los Ackerman de las tierras, solo a ellos, a nadie más. Aun cuando la producción de muchos otros predios era igual o, incluso, peor. ¿En serio creía que con eso lograría separarlo de Mikasa? Solo propició que ahora su hogar no solo fuesen dos, sino cinco.

–Usted sabe, sargento, que no me gustan las habladurías –alzó la voz Haller, Jean lo miró incrédulo –Se dice que su padre adquirió esas tierras para darle a usted más poder frente al alcalde. Y que la salida de los Ackerman no es más que para darles una mejor posición en otro predio.

Jean se sonrió divertido.

–La gente tiene mucho tiempo libre últimamente –respondió el sargento –De un minuto a otro, resulta que los Ackerman son una especie de santos dentro del pueblo. Sospechosamente después que todos supieran que Mikasa y yo estamos juntos.

Haller puso cara de inocente.

–Señor, es mejor que deje de decir que "están juntos" si ya son un matrimonio. Suena a que son cualquier cosa menos eso –aclaró –No quiere que alguien lo escuche y ponga en duda su unión. Sobre todo que el reverendo Castle no ha estado en Boeringa desde antes del invierno.

–Castle me tiene sin cuidado, él su tonta fe de los muros –dijo Jean despectivo –El asunto acá es otro. ¿El pueblo cree que mi padre está de mi parte? –Haller asintió –Mierda, eso me convierte en un hijito de papá.

–Señor, con todo respeto –disculpó el soldado –Todos ya piensan eso de usted, desde que llegó al pueblo –sonrió amistoso, Jean frunció los labios –Al comienzo todos nos sorprendimos con la compra de los terrenos y peor cuando se ordenó la salida de sus suegros, pero la gente comenzó a elucubrar... como siempre –Jean asintió dándole la razón –Y no pudieron pensar sino que esto era a conveniencia.

–Una pregunta, Haller –interrumpió Jean –Si mi padre, hagamos un supuesto, reestableciera a los Ackerman en algún predio... ¿cuál sería el más idóneo en ese caso? Según veo, todos tienen inquilinos.

–Todos los productivos, señor –aclaró Haller –Hay sectores, como ya le dije, que hace años que no son explotados.

Jean volvió a asentir.

–¿Hay algún predio que no esté dentro de los que compró que cumpla con esas características?

Haller miró al techo pensativo.

–Hay dos sectores –dijo volviendo a sacar el mapa para extenderlo en la mesa –Este que corresponde a los Gruen –indicó en el lugar –Y este que pertenece a Moller. ¿Ve que acá está el predio de Pierrot? –Jean asintió –Este al norte, el inquilino se marchó el otoño pasado y desde entonces no encuentra nadie para trabajarlo. Tampoco lo hizo él mismo –Jean asintió conforme –Por cierto, sargento... el cerdo volvió a dar problemas.

Jean se puso de pie y se puso la chaqueta que estaba tras la silla. Salió de tras del escritorio.

–Iré donde Gruen –aclaró caminando hacia la puerta –No creo que tarde demasiado. Cuando vuelva quiero que tengas mi escopeta lista –Haller asintió –Creo que comeremos cerdo toda esta semana.

Salió por la puerta y Haller volvió a guardar el mapa. Los pasos de Jean se perdieron por el pasillo y cuando Haller pasaba la cinta por el mapa, Hasse ingresó con apremio.

–¿Y? –preguntó en actitud curiosa –¿Qué te dijo?

Haller alzó la vista con tranquilidad.

–Irá a hablar con Gruen y luego irá donde Moller a ver el tema del cerdo –informó dejando el mapa en una de las repisas –¿Lograste algo con Benson?

–La situación está complicada, Benedict –Hasse se sentó en el puesto de Jean, Haller volvió a tomar asiento –Por mucho que los inquilinos le tengan cariño al jefe, el tema de la venta de las tierras los tiene nerviosos. La salida de los Ackerman para ellos fue la antesala de una expulsión generalizada que no están dispuestos a tolerar.

–¿Qué dice Benson?

–Está tratando de hacerles ver a los campesinos que Jean no tiene nada que ver con esto –aclaró Hasse –Que su padre solo vio una opción de inversión y que consideró que los Ackerman no hacían un buen trabajo... que digamos que es verdad –agregó con cierta culpa, Haller asintió –Las aguas están divididas, sobre todo porque es un padre que expulsa a los suegros de su propio hijo –se hizo hacia Haller en actitud cotilla –Si me preguntas a mí, creo que ese señor solo actúa en consecuencia con lo que cree. No tengo nada en contra de los Ackerman, pero no me gustaría que una de mis hijas se acercara demasiado a, por ejemplo, Taki Ackerman. Son... raros.

–Por la boca muere el pez, Phillip. No vaya a ser que con esto de tenerlos en el pueblo se los deje ver más seguido, se acostumbren a estar acá y la más pequeña de tus nenas se fije en él.

–Ni en él ni en nadie –exclamó Hasse poniéndose de pie y apuntándolo con el dedo, Haller se sonrió divertido –Fedora será monja.

–Sí que eres bien idiota –suspiró Haller –Bien, manos a la obra. Tenemos que aclarar con los campesinos que el jefe no tiene nada que ver con esto y que su padre solo quiere joderlo. Tenemos que minimizar el daño colateral de todo esto. Impedir que se subleven pensando que se les sacará de sus tierras... y que la carguen contra Jean. Porque, puede que pidan su cabeza y, con ello, librarse también de su padre que quiere controlar Boeringa, solo para controlar a su hijo.

Hasse asintió. Iba a ser una tarea difícil, pero no imposible. Sobre todo cuando contaba con la mejor esparciendo noticias: su mujer.

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Dieter ingresó a la sala de la casa que compartía ya solo con su esposa, la vio sentaba cómodamente en uno de los sillones bordando, siquiera lo miró al ingresar. El hombre dejó caer su maletín con fuerza sobre la mesa de centro logrando que su esposa desviara ligeramente la mirada de su labor.

–Maurice partió a Boeringa esta mañana –dijo con voz imponente –¿Qué sabías tú de eso?

Ellie dio una puntada más y dejó la aguja enterrada en el bastidor para dejarlo luego en una cesta que mantenía junto al sillón.

–¿Sobre qué, querido esposo?

–Sobre Maurice, el mayor de nuestro hijos, yendo a ese pueblo infesto perdido en medio de la nada.

–¿Pueblo infesto donde compraste una cantidad absurda de tierras inservibles? –respondió con fingida inocencia –Pues, me imagino que a ver qué puede hacer con ellas para que no pierdas tu patrimonio por tomar una decisión en caliente –dejó caer con el mismo tono.

Su esposo frunció el ceño.

–Vas a comenzar por cambiarme ese tono desagradable, mujer –impuso con voz dictatorial, Ellie enarcó una ceja –Son mis decisiones, es mi dinero.

Ellie suspiró.

–Querrás decir el dinero que mi padre me dejó al morir y que tú has hecho crecer –respondió cansada –Eres bueno para los negocios, amado esposo, pero eres muy imprudente cuando se trata de tus hijos. No, cuando se trata de Jean –se puso de pie para mirarlo frente a frente –Maurice solo fue a poner paños fríos a una situación que se salió de control. Déjalo, es bastante más diplomático que tú, en eso se parece a mí –Dieter frunció el ceño –¿Qué? ¿Vas a decirme algo? Porque sabes que debes cuidar muy bien tus palabras. Soy la madre de tus hijos y me debes respeto, que no se te olvide.

–Lo hice por su bien –respondió el hombre con algo de desespero –¿Acaso no lo ves?

–No, cariño, no lo veo –le dijo ahora con voz calma –No solo insultaste a esa muchacha, la humillaste cuando ella solo fue cordial con nosotros y ha tratado a nuestro hijo con amor... ¿te suena esa palabra o tu corazón se ha vuelto tan duro que ya no sabes lo que es?

–Amo a mi hijo y si hice lo que hice fue justamente por eso –exclamó Dieter –Tú no viste esa chacra, no viste en las condiciones que vive esa familia. No tienen ni siquiera un baño.

–¡Como toda la gente que vive en el campo! Te recuerdo que hasta hace poco en esta ciudad también existían las letrinas. Qué poca memoria que tienes, o se ha vuelto selectiva para tu propio beneficio –hizo una pausa –Está bien, Jean se enamoró de una chica humilde, pero de buen corazón. ¿Eso no basta para ti?

–Es una aprovechadora –replicó el hombre –Una chica bonita y pobre solo tiene dos opciones para surgir en la vida. O se vende al mejor postor, o engatusa a un chiquillo tonto e iluso –hizo una pausa, Ellie negó reprobatoriamente –Es una asiática. Esas mujeres son brujas, por eso los persiguieron por todos los rincones.

–Después de todas las cosas que hemos sabido de la Corona, ¿realmente crees que eran brujos? Pues yo no. Hay que tener dos dedos de frente para darnos cuenta que hemos sido manipulados todo este tiempo por los poderosos que solo nos quieren en la completa ignorancia. ¿Qué sabes tú de lo que realmente era los asiáticos? Quizás solo los perseguían por ser diferentes, por pensar diferente. ¿Acaso eso es ahora un pecado, Dieter? –el hombre iba a rebatir, pero se quedó sin palabras –Has puesto a nuestro hijo en una situación delicada. Es el sargento de ese pueblo, y ahora su propio padre compra una gran cantidad de tierras y lo primero que hace es expulsar a la familia de su novia. ¿Qué crees que están pensando todos ahora? En el mejor de los casos pensarán que eres solo un padre que desaprueba las acciones de su hijo. Porque en el peor de ellos desatarás un levantamiento que puede terminar con nuestro hijo fuera de Boeringa –Dieter sonrió –o con una bala en la cabeza.

–Tú me pediste que sacara a Jean de ese pueblo –la indicó acusador.

–Te lo pedí cuando pensé que debía ser rescatado –reclamó la mujer –No lo necesita. Él tiene un lugar allí que valora. Ha hecho cosas buenas, ya escuchaste a Mikasa. La gente lo respeta... y solo tiene veintidós años. Imagínate las cosas que podría hacer con el paso del tiempo. Aunque sea un simple sargento de un pueblo que no le interesa a nadie. Él se siente realizado, basta con eso. Con que sea feliz.

Dieter guardó silencio y respiró profundamente. Se sentó en un sillón a un costado de donde estaba antes su esposa.

–Ya está hecho, Ellie –dijo finalmente con la vista perdida en los adornos sobre la chimenea –Espero que Maurice convenza a Jean de salir de ese pueblo.

–¿Y luego qué? –preguntó la mujer mirándolo hacia abajo desde su posición –¿Y luego qué, Dieter? Invertiste todos nuestros ahorros en esas tierras. ¿Las supervisarás tú? No me hagas reír. Sabes tanto de cultivos como yo sé de armamentos de guerra.

–Se las regresaré al alcalde –respondió buscando en su bolsillo una cajetilla de cigarrillos, Ellie se volvió a sentar y se lo quedó mirando fijo –Me devolverá el 70% del valor en cuanto Jean salga de Boeringa.

Ellie se cubrió la cara con las manos y soltó una espiración cansada. Dieter guardaba silencio mientras encendía un cigarrillo.

–Cuán bajo has caído que haces trato con el hombre que ha sido el mayor enemigo de tu propio hijo –exclamó retirando las manos de su rostro –¿Crees que Jean podrá perdonarte alguna vez?

–No –respondió Dieter viendo el humo de su cigarrillo ascender por el aire –Pero tendrá que regresar donde le corresponde. Con su familia, en la ciudad, donde puede intentar tener todo lo que siempre quiso.

Ellie se puso de pie para salir rápidamente de la sala. Dieter continuó meditabundo fumando su cigarrillo. Lo había hecho por su hijo, aunque nadie pudiese comprenderlo jamás.

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Jean se dirigía donde Moller sobre la fiel Meredith a paso lento. No había necesidad de apuro, apenas era mediodía y tenía mucho que pensar. La respuesta de Gruen no fue positiva. No vendería más tierras y fue tajante. Ya había vendido a Ritze y las que conservaba pensaba trabajarlas para poder vivir de ellas sin preocupaciones económicas. Podía entenderlo muy bien.

Bajó de Meredith cuando llegó al límite de las tierras de Moller junto al camino. Descorrió la reja e ingresó sin volver a montarse en la yegua, simplemente volvió a cerrar y se encaminó hasta la casa guiándola. Los cascos llamaron la atención de uno de los trabajadores que fue a su encuentro para recibir las riendas.

–Gracias, Josef –dijo Jean, el muchacho asintió –¿Se encuentra Moller?

Y como el diablo que escucha su nombre y se aparece, ahí estaba el dueño de la finca con una actitud socarrona, como solía ser.

–Sargento, pero qué alegría verlo recuperado y ya recorriendo las tierras –exclamó con falsa alegría –¿Qué lo trae por acá y armado? No creo que le hayan llegado con el rumor que el cerdo se encuentra fuera de control, porque ahí lo puede ver –indicó hacia una charca –Gordo, feliz y perfectamente encerrado.

–Lástima, pensé que unas costillas de cerdo me vendrían bien para mi recuperación –respondió el sargento.

–Tengo unos lechones que podrían interesarle, puedo hacerle un descuento.

–No, gracias. Mi esposa los adoptaría y sería capaz de hacerlos dormir dentro de la casa solo porque son adorables –respondió de buen humor –Más bien, vengo a hablarle de negocios, mi estimado Moller. ¿Tiene un tiempo?

–Ya decía yo que su padre en su afán expansionista no tardaría en enviar a su hijo a preguntar por las tierras al oeste de mi propiedad –dejó caer con malicia –Dígame, sargento Kirstein, ¿planea su padre comprar todo Boeringa para asegurarse que usted se encuentre a gusto? ¿O hay otra razón de fondo que logre explicarme el por qué decidió expulsar a los Ackerman de su chacra? Eso no es muy amistoso entre consuegros, si me permite.

Jean acomodó la escopeta en su hombro con simpleza.

–No vengo de recadero de nadie, no es lo mío. Si traigo recados serán solo órdenes de la Corona –aclaró –Más bien, quien quiere hacer negocios soy yo, no mi padre.

–Ajá, veo que mis deducciones entonces son equivocadas, lo lamento –excusó Moller –Permítame tomarme una atribución, estimado sargento –se acercó a él en plan amistoso –Usted me agrada. Es un joven con ímpetu. No le bastó que la chica Ackerman le volara la cara de una cachetada, usted fue y labró el campo hasta que la convenció que sus intenciones eran honradas. Hizo valer las órdenes de la Corona, aun cuando eso pudiese traerle problemas con el alcalde. Y sobrevivió a una peste que hace años desoló este poblado. Honestamente, lo admiro –hizo una pausa –Y por lo mismo, aunque usted y yo tengamos nuestras diferencias, le seré sincero... No crea todo lo que ve, no todo es lo que parece. Ritze no es un idiota, tampoco es un timador. Es un maldito hijo de puta muy inteligente y que, claramente, supo dar la jugada más conveniente. No nos engañemos, Ritze lo quiere fuera del pueblo desde el primer minuto en que usted puso su citadino trasero en ese cuartel. Intentó pasarlo de su lado, sí. Incluso intentó meterle a su chiquilla por las narices –se acercó aún más –Yo creí que con eso usted caería y al menos si no podía sacarlo de Boeringa, lo tendría de las bolas. Pero no fue así. ¿No le parece siquiera sospechoso, que cuando Ritze quiere vender tierras, el primer comprador fuese su propio padre, sargento?

Jean lo miró frunciendo el ceño al tiempo que Moller se alejaba.

–El terreno tiene diez hectáreas –retomó Moller e indicó hacia la ladera de un cerro –En pendiente son seis, las otras cuatro en plano. Tiene agua y el total de tierra cultivable son unas tres y un poco más si hace buen uso de los espacios –hizo una pausa mientras Jean miraba hacia la propiedad –Tiene acceso por el costado hacia el camino principal y también una salida que da al camino ya casi llegando al pueblo, pasando por las tierras de Fuster –Jean asintió –Seré un hombre correcto y le daré un precio justo. Ciencuenta mil Coronas. Créame que solo estoy cobrándole por el terreno cultivable, es un buen terreno. En eso no le voy a mentir.

Jean hizo cálculos en su cabeza de manera rápida. No tenía tal cantidad de dinero, eso era obvio. Tenía ahorros, pero no cubrían ni un cuarto de lo necesario.

–Hagamos algo, sargento –volvió a alzar la voz Moller –Se lo rentaré con compromiso de compra. Usted me da un pie de digamos... diez mil coronas. Y podrá pagarme con porcentajes de la cosecha, más dinero en efectivo con un total anual del mismo monto, diez mil coronas. En cinco años sería completamente suyo. ¿Qué me dice?

Jean asintió. No tenía otra opción.

–Me asegura que los Ackerman podrán vivir ahí sin que nadie les moleste, ¿tal como en el camino a la montaña?

–Nadie molestará a los Ackerman, sargento. No tengo nada contra Bertie ni menos contra su mujer ni ninguno de sus hijos. No soy como Jenkins, no soy ningún desgraciado como Vilken tampoco. Y como muchos del pueblo, tampoco quería que los expulsaran. No hacían mal a nadie –extendió la mano –Además, ¿quién querría meterse con la familia de su esposa, sargento? ¿Tenemos un trato?

Jean estrechó la mano del hombre con firmeza.

–Trato hecho –soltó el agarre –Prepararé los papeles y firmaremos mañana mismo en el cuartel. Tendré para entonces su primera paga.

.

.

Mikasa regresaba del pueblo con varios altos de telas, los que dejó sobre la mesa de trabajo que tenía al fondo de la sala de la casa. Maika se acercó a ella saliendo de la cocina en cuanto la escuchó llegar. Taki estaba en el jardín con Albert ayudando con las plantas.

–Son hermosas –exclamó la madre pasando la mano por las telas –Debieron costar una fortuna.

–No tanto, la verdad –dijo Mikasa con una sonrisa amplia –Valen la pena. Tengo varios modelos que quiero realizar, quizás poder vender algunos.

–Si mi niña resultó tan talentosa –le pellizcó una mejilla –Seguro tendrás compradoras, además en esta época ya hay tránsito a Startten. Puede que te hagas conocida más allá de Boeringa –Mikasa se sonrojó, Maika hizo una pausa –Ahora que no están los hombre... ¿qué querías preguntarme?

Mikasa asintió y dejando olvidadas las telas, arrastró a su mamá hasta el sofá.

–Verás –comenzó la chica –Sé que hemos hablado de este tema antes, cuando leí ese libro...

–Que aún no sé cómo llegó a tus manos –suspiró Maika.

–Eso ahora es lo de menos –repuso Mikasa –Pero tengo miedo...

–¿Miedo de qué? –preguntó Maika extrañada –Pero si ya sabes de qué se trata. Ya te lo expliqué. Los hombres tienen pene, las mujeres vagina. Cuando un hombre y una mujer...

–¡Ay, mamá ya! Eso lo sé –exclamó sonrojada –Es... lo otro.

–¿Qué otro? No, mija, el culo no lo prestas.

–¡Mamá! –volvió a chillar –Que me escuches –Maika asintió –No es el acto mismo de lo que necesito hablar... sino de... bueno... ¿y si lo hago mal? –su madre ladeó la cabeza –Si no le gusto, si hago algo que no se debe, o algo raro... –Maika le sonrió –Me siento nerviosa e insegura. Y sé que Jean va a hablar con ustedes pronto para formalizar nuestra relación y...

–No hay nada a qué tenerle miedo, Mikasa –le dijo de manera comprensiva –Es normal que estés nerviosa, es algo que no conoces –puso una mano sobre la de su hija –Pero te aseguro que será una experiencia que nunca vas a olvidar. Claro que al comienzo una es un poco... no sé cómo decirlo para que no se malentienda, pero algo... aburrida. Pero es simplemente por la poca experiencia y por timidez. No sabes qué hacer con tus manos, ni como ponerte, ni nada de eso. Pero –le ordenó el cabello tras las orejas –Tampoco creo que ese futuro esposo tuyo sepa demasiado –soltó una risita –Vamos a hablar de mujer a mujer, tu papá tampoco sabía mucho más que yo. Al principio todo era un verdadero desorden –se rió bajito –Pero el tiempo hace que las parejas se conozcan más, tengan más confianza. Solo tienes que ser honesta y decir qué te gusta y que no. Ya verás cómo las cosas se van dando de manera natural. Es puro instinto, nada más.

Mikasa asintió lentamente.

–Mamá, ¿cómo fue tu noche de bodas?

–¿Ah? –preguntó Maika.

–Eso, tu noche de bodas...

Maika pensó un momento.

–¿Me preguntas por la noche de bodas o por la primera vez que lo hice con tu padre?

Mikasa la miró entre asustada e impactada.

–¿No fue el mismo día?

–¡Claro que no! –exclamó Maika –De hecho, fue un par de meses antes. Luego nos casamos. Vino Robensen, firmamos un papel y listo. Castle no casa a asiáticos, que lo sepas. Si esperabas que te diera la bendición de esa mugre del credo de los muros estás soñando, hijita.

Mikasa trataba de entender todo en su cabeza.

–¿Te acostaste con mi papá sin estar casada?

–Claro –afirmó Maika con total naturalidad –Era invierno, no había cómo ir al cuartel y ya no nos aguantábamos. No se puede tener a dos jóvenes enamorados encerrados un invierno completo esperando que no hagan nada. Simple lógica.

–¿Qué dijo el abuelo? ¿Se dio cuenta?

–Claro, iba a ponerle una bala en la cabeza a tu padre, pero como yo estaba embarazada, pues no tuvo más remedio que dejar de apuntarlo con la escopeta –sonrió inocente.

–¿Estabas esperándome a mí?

Maika negó.

–No, cariño. Lo perdí a un mes de habernos casado con tu papá –su voz era triste –Pero ya sabes, el frío, el hambre no son buenos compañeros para un embarazo –volvió a tomarle las manos –Es la naturaleza simplemente. Llegaste al año siguiente, en verano. Y eras tan preciosa... y mírate lo grande y hermosa que estás. Toda una mujer que habla con su madre de su futura noche de bodas –le sonrió –Cariño, todo va a salir bien. Cuando hay amor de por medio, verdadero amor, no hay nada que pueda derrumbarlos. Absolutamente nada.

Mikasa asintió suavemente.

–Mamá...

–¿Sí?

La chica la abrazó con fuerza.

–Gracias, mamá. Por todo. Te quiero mucho.

La madre la abrazó de regreso y acarició su espalda.

–Yo también te quiero muchísimo, cariño. Y espero que seas tan feliz con Jean como lo hemos sido tu padre y yo –la apartó suave por los brazos –Y dame muchos nietos.

Mikasa se rió justo cuando Albert y Taki ingresaban a la casa. Al mismo tiempo se abría la puerta principal y Jean ingresaba apresurado. Todos se lo quedaron mirando. Llegó hasta la familia respirando acelerado, tanto que Mikasa se asustó y se puso de pie para ir hasta él.

–Dos cosas –dijo Jean recuperando el aliento –Primera, compré un loteo de Moller –Albert iba a decir algo –No, suegro, ya está hecho –Albert cerró la boca –Segundo, suegro –Albert ladeó la cabeza, Jean tomó a Mikasa por la cintura para acercarla a él –Amo a su hija, por sobre todas las cosas, prometo que siempre cuidaré de ella y será en la primera persona que piense desde que despierte hasta que me duerma. Escucharé todo lo que me tenga que decir, todos sus sermones, tomaré la culpa de todo lo que me recrimine incluso injustamente si es por el período –Mikasa lo miró horrorizada, Maika se reía bajito –Lo que quiero decir es que, quiero estar con Mikasa el resto de mi vida –Mikasa asintió –Y me gustaría contar con su aprobación.

–Yo lo apruebo –dijo Maika casi aplaudiendo. Taki alzó la mano sumándose.

Albert se sentó en el sillón más cercano y adquirió una postura pensativa, con su mano semicubriendo su boca.

–¿Qué compraste qué? –le dijo.

–Un predio de Moller –dijo Maika –Vamos, Bertie, eso no es lo importante ahora.

–¿Y lo otro? –preguntó mirando al sargento, quien resopló desviando la mirada hacia Mikasa.

–Que nos queremos casar –le dijo Mikasa –Y queremos que nos des tu aprobación.

Albert sintió pensativo aun.

–¿Cuál predio? –preguntó el padre.

Taki caminó hasta Jean y su hermana y les sonrió amplio.

–¿Estás embarazada? –le preguntó a Mikasa con sana curiosidad –Porque mis papás se casaron porque mamá estaba embarazada. Pero ese hermanito está en el cielo. Y mi abuelo quería matar a mi papá.

–¡Maika! –exclamó Albert –Mi escopeta –miró a Jean fijo –Voy a matarte...

Mientras Maika le explicaba a Albert que su hija no estaba embarazada, Taki volvía a salir al jardín. Jean intentaba volver a repetir todo lo que dijo a un Albert que recién comenzaba a poner algo de atención, Mikasa intervenía de tanto en tanto... Esa misma noche, antes de cenar, Mikasa se sentó a la mesa frente a la mirada expectante de sus padres y su hermano, Jean sentado a su lado. La chica leyó en voz alta aquel documento que hace meses permanecía guardado en la carpeta negra del estante. Uno que tenía una fecha previa, pero que para efectos legales poco importaba. Era solo un documento que no era más que una especie de reglamento, nada romántico. Pero para todos fue emocionante en el momento que Mikasa firmaba bajo su nombre y dejaba la pluma nuevamente en el tintero. Sonreía ampliamente, tal como su ahora esposo. Un corto beso selló lo que la firma hizo en el papel.

Esa noche hubo vino en la cena, Taki se fue temprano a dormir y tanto Maika como Albert bebieron lo suficiente para dormir profundamente. Quizás no hubo una gran celebración, ni una cena elegante, pero estaba la familia que era lo más importante.

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