Un medio, no un fin

El fuego de la chimenea siquiera entibiaba el ambiente. Fue un grave error no encenderla a penas se levantó por la mañana. Sus subalternos se lo habían advertido, pero él siempre sería un cabezota. No había nada más horrible que salir de la cálida cocina después de almorzar, para caer en un congeladero que era su oficina en ese momento. Aun no caían las primeras nieves y, aun así, ya estaba más helado que lo que jamás estuvo en la capital. Tal como decía Mikasa, se congelaría el culo todo el invierno.

Atizó el fuego y agregó otro leño, en eso se encontraba cuando escuchó a alguien cuadrarse en la entrada de la oficina. Se volteó.

–Sargento, tiene visita desde Shinganshina –anunció Benson –Un oficial de la Legión de Reconocimiento.

Jean frunció el ceño. ¿La Legión de Reconocimiento? ¿En Boeringa? Le hizo un gesto con la mano a Benson para que ingresara el oficial, no sin antes recordarle que no olvidara llevar las balanzas a los campos durante su ronda. El soldado se retiró para cuando otro soldado ingresaba.

–Nos volvemos a encontrar… cara de caballo.

Jean se quedó mirando al recién llegado un momento sin dar crédito a lo que sus ojos veían. Parpadeó un par de veces. El soldado caminó hasta él y lo palmoteó en la mejilla amistoso.

–¿Estás borracho? –le preguntó de buen humor –Me perdí la diversión.

Jean frunció el ceño y el recién llegado sonrió animado.

–Siempre tienes que estar jodiéndome. ¿Verdad, Jaeger?

Eren sonrió pícaro y palmoteó el brazo de su antiguo compañero de generación. Le tenía afecto a Jean, no habían sido precisamente cercanos, pero no tenía malos recuerdos de él. Alguna que otra vez tuvieron diferencias, ninguna tan grave y que un par de puñetazos no pudiesen resolver.

–Cuando Mikasa me escribió y me dijo que estabas aquí lo primero que me pregunté fue en qué diantres hiciste para terminar en este lugar –exclamó mirando a todos lados –Es lo más lejos del muro Sina que puedo imaginar –se volvió hacia él –Pero me imagino que fue tu gran bocota –lo bromeó –Aunque no es tan malo, ¿verdad? Es un lugar muy tranquilo, o solía serlo hace unos años. Supongo que no ha cambiado mucho.

–Es un lugar muy tranquilo –afirmó Jean teniendo sentimientos encontrados, realmente estaba contento de ver un rostro conocido, pero tenía una sensación que lo insegurizaba de pronto –Estoy bastante a gusto la verdad. Buena paga, poco trabajo –hizo una pausa –Y fue por mi gran bocota –terminó animado –Pero no es tan malo después de todo.

–La verdad es que no –dijo Eren con convencimiento –Tranquilidad es lo que todos querríamos, ¿verdad?

Jean asintió.

–¿Cómo van las cosas en la Legión? ¿Cómo es que aún no has cumplido tu sueño suicida?

Eren soltó una risa.

–Llevo más titanes muertos que los que te podrías imaginar –respondió estirándose, Jean el indicó que tomara asiento, Eren negó –Llevo medio día de cabalgata, lo que menos quiero es sentarme, Necesito estirar el culo un momento antes de volver a subir al caballo –hizo una pausa –Vine a ver a Mikasa. No podía pasar por el pueblo y no visitar a un viejo compañero, ¿verdad? –Jean asintió –Quise venir antes de las primeras nieves. Ya debes saberlo, los Ackerman quedan aislados del pueblo. Y el mismo Boeringa queda aislado de todos en cuanto se desate el invierno. Acá es crudo.

–Lo sé –respondió Jean sintiendo que todo el cuerpo se le tensaba, el solo hecho que Eren mencionara a Mikasa lo hizo ponerse en guardia –Me lo han advertido.

Eren continuó hablando, de la Legión, de Shinganshina, de sus tiempos de reclutas. Era un tipo simpático, un tipo que siempre llamó la atención por su personalidad y determinación. Tenía una gran pasión por su búsqueda de la libertad y eso contagió a muchos durante sus tiempos de recluta. No había perdido en nada su carisma.
Pero Jean no podía escucharlo realmente, aunque tratase. En ese momento su mente solo iba hacia Mikasa. Finalmente, Eren había aparecido en Boeringa, algo que no creyó posible o, al menos, no de momento. Jamás creyó que verlo en el pueblo fuese a volverse realidad. Prefería que todo fuese una ensoñación y que se quedara en el olvido… pero ahí estaba.

–¿Me acompañas hasta la chacra? –dijo Eren con ese entusiasmo aun –Es un largo trayecto y aún no he terminado de mosquearte. Podríamos beber algo luego. Por los viejos tiempos.

–Claro –respondió Jean –Ensillaré a mi caballo.

Trató de no pensar demasiado durante el trayecto hasta la chacra de los Ackerman. Prefería perderse en la verborrea de Eren. Porque nada pasaría, ¿verdad? Porque esta era solo una visita producto de las cartas de Mikasa, porque Eren no venía a reclamar nada de ella. Solo era una cordial visita. Eso no cambiaría nada de las cosas, no cambiaría nada. Nada.

El estrecho sendero poco a poco se abría dejando visibilizar la huerta y cabaña de los Ackerman. Un par de figuras enfaldadas se divisaban a lo lejos. Maika repartía grano a las gallinas, mientras que Mikasa cargaba agua en la noria. Al escuchar los cascos de los caballos, la chica sacó la vista del balde para dejarlo caer y rodar por el suelo.

–No puedo creerlo… -murmuró y se llevó las manos a la boca -¡Eren!

Maika se volteó hacia su hija y la vio correr hacia los oficiales, Albert salió desde el interior de la cabaña. Eren descendía de su caballo y Mikasa se le colgaba del cuello para darle un cálido abrazo. Eren se quedó algo rígido, pero correspondió al gesto de su vieja amiga, quien hacía miles de preguntas y lo volvía a abrazar. Jean se quedó observando desde su caballo sin siquiera ser notado por Mikasa. Podía entenderlo, pero aun así se sentía horrible. Pero ella extrañaba inmensamente a Eren y lo único que deseaba hace meses era solo una escuálida respuesta a sus interminables cartas. Tener allí debía ser increíblemente maravilloso para ella.

Fue Mikasa quien le dijo a Eren donde amarrar a su caballo. El muchacho saludó con aprecio a Maika y luego a Albert. Ambos estaban sorprendidos y agradados por la visita. Mientras Mikasa prácticamente arrastraba a Eren hacia la cabaña, Albert se acercó hasta Jean.

–Pasa a tomar algo caliente, hace frío –le dijo con una pacífica sonrisa.

Pudo negarse, pudo dejarlo hasta ahí. No era necesaria su presencia en ese reencuentro. Era el momento de Mikasa y él no quería estorbar. Y tampoco quería presenciar nada que terminara por hacerlo perder las ilusiones que guardaba. Porque por mucho que se quisiera convencer que la sola amistad de Mikasa le bastaba, era una gran mentira. Un engaño que se decía cada día para no flaquear. Porque nunca había sentido así por una chica y porque estaba dispuesto a seguir convenciéndola día a día.

Pero, cada persona tiene un poco de masoquismo, un instinto que busca autoboicotearse. Quería convencerse que todo estaría bien aun con Eren o después de él, quería ver con sus propios ojos que así sería. Aun cuando la primera señal ya fue dada. Nada estaría bien.

Se bajó de Meredith y la ató junto al caballo de Eren. Sintió un par de palmadas amistosas en la espalda por parte de Albert, mientras caminaba hacia la cabaña. Maika fue especialmente demostrativa con él, aunque ya lo era normalmente.

–Ya creíamos que no sabríamos de ti hasta primavera –comentó Maika dejando un tazón de hierba buena frente a Jean, todos sentados en torno a la mesa.

–Pues, Eren necesitaba compañía y no pude decirle que no –respondió Jean de buen humor –Seguramente pensó que se iba a perder.

–¿Perderse? –dijo Mikasa risueña y miró a Eren –Conoce el camino mejor que nadie, no necesitaba compañía.

Maika abrió los ojos tan grandes como sus facciones asiáticas se lo permitieron. Albert tomó la palabra preguntando a Eren por su madre, la que se encontraba bien, viviendo aun en Shinganshina y siempre preocupada por su bien. Ya estaba de nervios la pobre mujer cada vez que tenían una avanzada fuera de los muros.

–¿Te gustaron cómo quedaron las cortinas, Jean? –preguntó Maika sacando al muchacho de la conversación de Eren –Mikasa me ayudó –agregó con una sonrisa amplia.

–Quedaron perfectas, eso le comenté al señor Ackerman –dijo mirando a Albert –Me imagino que fue mucho trabajo. Muchas gracias.

–No fue nada –respondió Maika –Has hecho mucho por nosotros. Lo hicimos con gusto. ¿Verdad, Mikasa? –la chica se volteó –Las cortinas.

–Ah, sí –asintió y se volvió hacia Eren –Con mamá estuvimos confeccionando las cortinas para la casa del sargento. Mucho trabajo, pero quedaron bien a mi parecer. Mamá siempre exagera con todo, eso ya lo sabes. En realidad, son solo cortinas, pero ella quería la perfección –rio bajito –Mientras cubran bien del sol son útiles.

–Bueno –comentó Eren –Mi madre siempre decía que unas cortinas visten una casa, supongo que tiene razón –sonrió amistoso –Veo que te aprovechas de la buena voluntad de Maika y Mikasa, Jean –bromeó.

–Oh, para nada –dijo Maika ligeramente –Jean ha hecho mucho por nosotros. No teníamos un sargento tan bueno en el pueblo desde que tengo memoria. Además, es un buen amigo de la familia. No han sido buenos tiempos, pero más vale tener amigos que dinero en la vida, ¿verdad?

Eren asintió y miró a su compañero con orgullo. A pesar de siempre haberse mostrado displicente con todos parecía haber cambiado. Se alegraba que estuviese haciendo un buen trabajo y que ayudara a una familia tan honesta y trabajadora como los Ackerman. Se notaba que le tenían cariño.

–Te perdiste la feria de otoño, Eren –dijo Albert –Por un par de días y hubieses alcanzado. ¿Recuerdas que alguna vez viniste con tus padres?

–No lo tengo muy claro –respondió el muchacho pensativo –Pero recuerdo que era una festividad importante. Hubiese sido agradable coincidir con ese día. Debe ser divertido.

–Sí, estuvo divertido –asintió Taki –Mikasa y Jean tuvieron una cita –agregó risueño.

Eren miró a su compañero y luego a Mikasa. Paseó la vista entre los dos y vio a Mikasa parpadear nerviosa con un ligero sonrojo.

–Esta es una sorpresa que no me esperaba –dijo Eren de buen humor –¿Están saliendo?

–Como amigos –saltó Mikasa de inmediato –No como insinúas –rio –A Taki le gusta hacernos bromas. ¿Verdad que sí, Jean?

El sargento asintió y se llevó la taza a los labios para beber el trago más amargo que pudo en toda su estancia en Boeringa. Como amigos, como amigos. Eran amigos. Ser amigos no era malo, estaba bien. Era la posibilidad que ya se había planteado y que estaba dispuesto a tener. Mikasa se lo había dejado claro en más de una ocasión, pero, por alguna extraña razón, por un momento pensó que podía ser diferente.

Maika miró a su hija extrañada. No, no eran solo amigos. Mikasa se lo había dicho, ella ya no pensaba en Jean como un amigo, quizás nunca lo hizo. La había llevado a cuestionarse muchas cosas, a comenzar a pensar como una mujer y no como una niña, incluso había insinuado que podía estar enamorada de él. ¿Por qué ese discurso cambiaba de pronto?

La conversación daba otro giro, volviendo a Eren, al tiempo que no habían sabido nada de él y hacer un resumen de esos años. Hasta que el muchacho dispuso que era momento de marcharse. Ya casi se acercaba la hora de la cena y no quería importunar.

–Podrías quedarte hasta mañana –propuso Mikasa con entusiasmo –No es necesario que pases la noche en el cuartel. Esta también es tu casa –sonrió ampliamente.

Eren le sonrió de regreso algo incómodo. Después de todo, habían pasado varios años y, aunque no se sentía un extraño, no quería abusar de la hospitalidad de los Ackerman.

–Por mí no hay problema, pero no quiero dar molestias –dijo mirando a los padres.

–No hay problema –dijo Albert paternal –Puedes dormir con Taki.

El muchachito se alzó de hombros sin darle mayor importancia. Estaba más interesado en mirar de tanto en tanto a Jean, quien parecía estar forzando una media sonrisa. Esto iba a ponerse feo y su hermana no estaba cayendo en cuenta.

–¿Jugamos a la pelota? –preguntó Taki a Jean.

El sargento pareció salir de su trance y volteó hacia el muchacho. Le revolvió el cabello.

–Tengo algunas cosas que resolver en el cuartel –se excusó con la misma sonrisa fingida.

–¿No te quedas a cenar? –preguntó Maika con algo de ansiedad –Ya es tarde para hacer cosas pendientes en el cuartel. Puedes dejarlas para mañana. Y, además, sabes que no puedes decirme que no. Preparé el guiso de verduras que te gusta –le dijo tratando de alivianar el ambiente –Sabes que puedo ser muy insistente.

Jean negó, Maika sintió que se le iba el aire de solo verle la cara. Ahora ella sonrió apesadumbrada. El sargento se puso de pie:

–Que tengan una buena jornada y un buen invierno.

–No te pierdas, ¿sí? –comentó Albert poniéndose de pie para darle un cordial estrechón de manos –Te esperamos en cuanto se derritan las nieves.

Jean le sonrió leve, al tiempo que el resto de los presentes le deseaban un buen invierno.

–Pasaré mañana por el cuartel a despedirme de ti, cara de caballo –bromeó Eren –Nos debemos unas copas, aunque sea al alba. No perderemos las malas costumbres.
Jean asintió y caminó hacia la puerta.

–Jean –lo llamó Mikasa y él se volvió –Gracias por recuperar mi cadenita –la tomó ligeramente sobre el vestido.

–No fue nada –respondió para luego salir de la cabaña.

Mikasa se volvió hacia Eren y retomó su interrogatorio sobre las cosas del ejército tratando de entender la vida de su viejo amigo con un gran entusiasmo. Maika intercambió miradas con Albert antes de volverse hacia un estante y comenzar a sacar los platos. El padre fue hasta la estufa para retirar la olla con el guiso. Taki se preguntaba por qué nadie decía nada, por qué nadie le decía nada a Mikasa. Se puso de pie y se asomó por la ventana.

–Taki –lo llamó su padre –Ayuda a tu madre a poner la mesa.

.

.

Hasse dejó sobre el escritorio los reportes de las cosechas para ser cobrados los impuestos. Jean seguía en un completo silencio, tal como había regresado hace un par de horas desde la chacra de los Ackerman. Ni siquiera había probado bocado y, para nadie era misterio, que Jean era de esos que se comía hasta el raspado de la olla.
Benson había ido por unos tragos con Maurant ya estando cerrando el turno, dejando solo a Haller y Hasse en el cuartel para concluir la jornada. Haller le había advertido a su colega que no interrumpiera al sargento, que le diera un espacio, que seguramente solo era un mal sabor de boca, pero todo se calmaría en cuanto, por alguna burda razón, lo instara a volver a la chacra en un par de días. Eso si no nevaba.

Pero Hasse no era de los que se quedara callado, menos cuando este juego de quedarse callado viendo como la realidad les chocaba las narices, comenzaba a molestarle. Todo el asunto de las cartas fue divertido, hasta que ellas trajeron consecuencias. Ver ingresar a ese muchacho durante la mañana al cuartel fue la señal que estaba esperando para dar el paso que todos temían dar.

Bastó que Jean tomara la primera hoja, para que el soldado se decidiera a hablar.

–¿Permiso para romper la formalidad, sargento? –solicitó Hasse, Jean le hizo un gesto que continuara –No me quiero inmiscuir en tus asuntos, pero solo quiero que entiendas una cosa –Jean lo miró intrigado –No es tu culpa, de verdad. Deja de comerte la cabeza, porque desde que regresaste de la chacra de los Ackerman que estás más pálido que un papel.

–Honestamente, me duele algo la cabeza, pero no tiene nada que ver con ir donde los Ackerman –aseguró fingiendo que todo estaba bien, aunque efectivamente le dolía bastante la cabeza –Creo que iré a la cocina a hervir agua. Un té nunca viene mal, ¿verdad?

Hasse entrecerró los ojos, en actitud suspicaz. Un cambio de actitud demasiado veloz para su superior. Usualmente, Jean andaría mascullando maldiciones si le dolía la cabeza. Medio año conviviendo con él eran suficientes para saber su actuar a estas alturas.

–No vas a evadir esta conversación, chico –le dijo serio y apoyó los antebrazos en el escritorio –Acabas de darte duro contra la realidad. Eren Jaeger está de regreso en Boeringa, después de muchos años. Llegué a este pueblo hace diez años y sé bastante bien esa historia. El doctor Jaeger, el padre de ese muchacho, venía a atender al pueblo una vez cada dos semanas, a veces traía al chiquillo con él. Sé lo que su aparición significa –hizo una pausa –Y lo lamento por ti, de verdad.

–¿Lo lamentas? –preguntó Jean de buen humor -¿Por qué? Éramos cercanos cuando éramos reclutas y fui yo quien lo contactó en primera instancia para hacerle llegar las cartas de Mikasa. ¿Por qué tendrías que lamentarte por mí si el fin último de todo ese proceso era traerlo de regreso?

Hasse soltó un bufido y miró al sargento a los ojos fijamente.

–Eren es el padre de Taki Ackerman –le soltó de súbito, Jean no pudo disimular la sorpresa en su rostro –Esa es la verdad. Nadie ha tenido los cojones de decírtelo, pero yo sí. Suficiente tiempo me lo he callado y debí decírtelo antes que tu simple interés en la chica Ackerman se transformara en algo más. No preví que un sujeto de la Capital con ínfulas de grandeza terminaría totalmente enamorado de una chiquilla campesina –hizo una pausa –Esa es la verdad detrás de las cartas, es la verdad detrás de todo. Ella solo ha tenido un objetivo claro y ese no ha sido enganchar con tus cortejos, todo lo contrario. No niego que te vea como un amigo, pero nada más. Porque siempre ha estado enamorada de ese Jaeger y ha esperado por años para que regresara con ella.

–Esas son habladurías –señaló Jean severo –Sé cuánto le gustan las habladurías a tu esposa y a ti. Taki es el hermano de Mikasa. Maika Ackerman es una mujer joven, aún podría tener hijos si quisiera.

–¿Cuántos años tienen de diferencia Taki con Mikasa, Jean? ¿Seis? –tanteó Phillip –Supongo que sabes la historia de la granja de Vilken, donde los niños iban a buscar manzanas.

–¿Qué rayos tiene que ver esa historia con toda esta habladuría malintencionada? –interrogó Jean molesto –Haller me dijo que conocía a Mikasa de ese tiempo, Mikasa también me habló de ello. Que dejó de ir cuando empezó la adolescencia…

–Porque se embarazó, Jean –insistió el soldado –Y después de ese verano nunca más se vio al chico Jeager en este pueblo. No hasta hoy.

Jean se quedó en silencio. No, así no era la historia que Mikasa le había contado. Ella dejó de ir donde Vilken porque su padre temía que alguno de los hombres mayores le hiciera algo. Eso es lo que ella dejó entrever. Es lo que cualquier padre haría cuando su hija comienza a convertirse en una jovencita y desconfía de las intenciones de otros para con ella. Nada de lo del Vilken se relaciona con Eren, nada. Mikasa solo buscaba reencontrarse con su amigo cuando fue por primera vez a su oficina. Nada más.

–No te digo todo esto para hacerte daño, no creas que soy un tipo tan desalmado. Me agradas, de otro modo me hubiese callado la boca –insistió Hasse –Tómalo como solidaridad masculina, esta batalla estaba perdida desde hace mucho, soldado. Solo fuiste un medio y no un fin.

El sargento solo pudo quedárselo viendo en silencio.

–Iré a poner la tetera para un té –dijo finalmente Hasse –Nos vendría bien a los dos –se cuadró –Sargento.

Se retiró de la oficina, teniendo el cuidado de cerrar la puerta tras de él. Jean solo miraba al escritorio repitiendo las palabras de Phillip Hasse en su mente: “solo fuiste un medio y no un fin”. Un escalofrío lo recorrió completamente y se frotó los brazos con fuerza. Desvió la vista a la chimenea, aún quedaban algunas brazas. Se levantó para arrojar con cuidado otro par de leños. Podía escuchar fuera de su oficina a sus colegas reprendiendo a Hasse, voces a la distancia que eran por momentos más reconocibles que otras. Malditas paredes delgadas, malditos cuchicheos, malditas palabras que comenzaban a atravesarle el pecho.

Volvió a su escritorio y se frotó las sienes. Tomó uno de los papeles de sobre el escritorio junto con una pluma y comenzó a leer. Era el reporte de las cosechas de Jenkins. Leyó tratando de concentrarse en las cuentas.

–Cinco mil trescientos kilos de avena –dijo en un murmulló mientras en otro papel anotaba el monto –A un precio de 3 coronas el kilo –se frotó la sien -15.900 coronas. El porcentaje de retención por impuestos de un 10,5% -tomó aire profundamente -1.669,5 de impuestos –pasó a revisar el dato –Correcto –marcó un con ticket a un lado –500 kilos de cebollas…

–¿Cuánto tiempo nos queda, Mikasa? ¿Cuánto necesitas para terminar de arar y sembrar?

–Un par de días, quizás tres. La temporada termina dentro de una semana. Luego corremos el riesgo que caiga una helada.

–De acuerdo. Jenkins, pasa por el cuartel al anochecer. Pagaré por esa semana extra.

Cargó más tinta en la pluma y se frotó el entrecejo. Dejó caer la mano sobre el escritorio.

–500 kilos de cebollas…–repitió y notó que la mano derecha le temblaba, manchando la hoja con un par de gotitas de tinta. Sostuvo su mano con la izquierda, dejó la pluma a un lado –A un precio de 0,5 coronas… a un precio de 0,5 coronas…–volvió a tomar la pluma–250 coronas. El… el… el 10,5% es…

–Busco a alguien del ejército. Hace mucho tiempo que no sé de él. Su nombre es Eren Jaeger, solía vivir en Shinganshina con sus padres. Se enroló en el ejército hace seis años…

Taki tenía seis años, ¿verdad? ¿Cuántos años tenía Taki? ¿Siete o seis? Nunca le había preguntado… Ya había cambiado los dientes. ¿A qué edad él mismo cambió los dientes? ¿En qué año de escuela estaba cuando se le cayeron los dientes? ¿A los seis o a los siete? No lo recordaba bien… y aunque lo recordara, no valía la pena.

Solo fuiste un medio y no un fin.

Una punzada le atravesó la cabeza y volvió a frotarse las sienes, la pluma quedó olvidada sobre el escritorio, manchando con tinta la madera. Miró hacia la chimenea, el fuego estaba alto. ¿Por qué seguía temblando? Se puso de pie para acercarse para templar el cuerpo, frotó las manos y acercó una silla para sentarse con la mirada perdida frente al fuego.

No escuchó las pisadas que ingresaban en la estancia hasta que Haller alzó la voz:

–Vamos a cerrar el cuartel, Jean –dijo con voz suave, el sargento se volteó hacia él–¿Quieres ir por unos tragos? Benson no llegará hasta más tarde y podemos encontrarnos con él y Maurant. Así no tendremos que dejar sin trabar la puerta y podrán volver juntos…

–Me duele la cabeza, paso –respondió volviendo a mirar al fuego.

–Buenas noches –dijo el soldado y se retiró del cuartel.

Jean se puso de pie y esperó sentir el cerrar de la puerta principal. Ordenó los papeles dentro de la carpeta y salió de la oficina. Caminó hasta la salida del cuartel y el frío lo arremetió. No supo bien por qué, pero se dirigió hasta la casa de Robensen. Al ingresar tomó una lámpara de gas que estaba sobre una mesita junto a la ventana al lado de la puerta principal. La encendió y comenzó a recorrer la sala. El trabajo había quedado impecable. Aun había algunas cajas con sobras de papel, brochas y otros insumos de construcción que todavía no habían sido retiradas. Si bien todos los muebles estaban en su lugar, se sentó en el suelo con la espalda apoyada en la pared. Su vista recorría cada espacio iluminado tenuemente por la humilde luz de aquella lámpara a su lado.

No quería pensar en lo ocurrido ese mismo día, pero no pudo evitarlo. Lo había hecho todo. ¡Todo! Todo lo que estaba a su alcance, dio lo mejor de sí, había cambiado tanto que él mismo se sorprendía. Día a día se esforzó por darse el valor de permanecer, de hacerse valer, de demostrar que el haber tenido que abandonar su sueño en la Capital había valido la pena. Si había logrado tanto, si estaba satisfecho con todo lo que había hecho… ¿por qué la vida tenía que ser tan ingrata? Quizás, Mikasa tenía razón y siempre la tuvo. El, simplemente, no tenía nada que ofrecer. Nada.

Respiró profundo y se llevó las manos al cabello, en una actitud derrotada. El corazón le latía con fuerza, pero al mismo tiempo, dolía. Como si alguien le hubiese atravesado el pecho, y esa herida quemara, tan fuerte, tan profundo. Nunca se había sentido así, nunca se había permitido, por un segundo, sentirse así. Él podía soportarlo, podía soportarlo todo. Pudo soportar años de agotador entrenamiento, pudo soportar el ser arrancado de su puesto y arrastrado hasta ese pueblo, pudo soportar el desprecio de todos, pudo cambiar y demostrar que no era como ellos pensaban, pudo enfrentarse a su padre y defender su postura… pero no pudo… no pudo… No pudo con un recuerdo y un anhelo que hoy se manifestó frente a él como la señal inequívoca que, hasta la preocupación y el amor más puro, no podía contra la indiferencia. No pudo, aunque lo intentó, con el fantasma de Eren. No pudo… y eso lo dejaba completamente desarmado.

¡Cómo fue tan ingenuo! ¡Cómo pudo enceguecerse tanto! Le importaba un carajo lo que decían en el pueblo. Si Taki era hijo de Mikasa no podía importarle menos. Eso no cambiaría lo que sentía por ella, no estaba en él pedirle una verdad que ni el mismo niño conocía. Eran secretos de familia y así lo entendía. No era la primera mujer que se embarazara y sus padres adoptaran a ese bebé sin padre. Pero, si tan solo ese padre ausente no fuese un anhelo en el corazón de una mujer, si ese padre que desapareció sin dejar rastro continuaba ocupando su corazón y sus sueños… Aquello lo cambiaba todo.

Mikasa llegó hasta él con un solo interés, contactar a ese viejo amor. Esperó años por él, con una devoción implacable. Y, al verlo, sus ojos brillaron con la intensidad de aquella espera, de ese anhelo que se materializaba frente a ella. Mikasa era feliz y él mismo esperaba que fuera feliz. Que este reencuentro con Eren fuera el comienzo de lo que Mikasa soñaba, que continuara siendo feliz. Solo eso quería y pedía para ella… Porque para él no podía pedir nada más. Solo rogaba por dejar de sentir esa angustia que lo invadía, que lo clavaba al piso.

Y, aun cuando desconocía esta faceta de sí mismo, no podía sino caer en ella, pensando que donde fuese, nunca sería suficiente. No fue lo suficientemente inteligente para enorgullecer a su padre, ni ser el primero de su generación lo hizo suficiente. Nunca fue lo suficientemente guapo para tener una noviecita mientras fue recluta. En la capital, no fue lo suficientemente estratégico para mantener su boca callada. Nunca tuvo un rango suficientemente llamativo como para tener la atención de una chica. Nunca fue lo suficientemente bueno nada nadie.

Y estaba en medio de la nada. Lejos de su madre, lejos de sus amigos, lejos de todo lo que alguna vez lo hizo feliz. Y cuando creyó que podía serlo, que había encontrado un lugar en ese vasto valle, se dio cuenta que terminó allí tan solo como llegó. Podía ser fuerte, ser orgulloso y tener tesón… cada piedra que la vida le puso en el camino, la supo apartar con la visión que solo sería un tropiezo, que le generaría más brío para continuar. Pero estaba harto de ser fuerte, estaba harto de fingir que todo esto estaba bien. ¡Nada estaba bien! ¡Nada!

¿Por qué tuvo que abrir su boca cuando vio a aquellos soldados robar lo confiscado a ese comerciante? ¿Por qué tuvo que declarar a su capitán las irregularidades con los dineros que recibían los oficiales para hacer la vista gorda sobre situaciones poco convenientes para la gente influyente? ¡Nunca hubiese terminado en Boeringa! Seguiría siendo ese muchacho altivo, orgulloso y dueño del mundo. Seguiría escalando puestos, seguiría forjando su carrera, hubiera podido ser capitán dentro de pocos años. Y… y no estaría llorando como un niño porque todo su mundo se vino abajo. No estaría llorando porque la única razón para seguir luchando por mantenerse firme en Boeringa le había recordado que nunca sería suficiente.

Estaba solo en un lugar en el que nunca pidió estar. Estaba solo sin sus sueños, sin todo lo que pudo ser. Y, por primera vez, sintió que nada valía la pena.

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