Tormenta de Otoño
El alba lo vio salir del cuartel, cuando sus compañeros siquiera estaban comenzando a despertar. Meredith se dejó ensillar, pero parecía reticente a salir tan temprano de su establo. Sus colegas caballos la miraron desde sus pesebreras.
-Te prometo que te lo compensaré -le dijo Jean palmoteándola en el cuello -Tengo una gran y jugosa manzana para ti. ¿A que suena fantástico?
Con un seco golpe en los costados comenzaron un galope fuera del pueblo en dirección al norte. Le gustaba galopar, le recordaba sus tiempos de recluta, cuando todos se entrenaban para cualquiera de las ramas del ejército. Los caballos del ejército tenían aguante y gran velocidad, además su galope era suave, lo que disminuía el dolor de espalda en un comienzo. Ya luego se acostumbró. Tal como al uso del equipo de maniobras, recordaba lo muy bueno que era en ello. Era literalmente volar. Y cómo le picaba a Eren.
Se sonrió malicioso. Le gustaba darse ínfulas con su desempeño brillante. No en especial para molestar a Eren, de hecho habían sido buenos compañeros. Pensaban diferente, pero después de su primera desavenencia de reclutas en primer año, lograron establecer la paz. Más de alguna vez compartieron una cerveza, aunque pertenecían a grupos diferentes. Él compartía más con Franz, Hana y Marco. Los dos primeros pasaron a Tropa Estacionaria y Marco lo acompañó a la Policía Militar, pero de inmediato fue trasladado al norte del muro Sina, mientras que él se mantuvo en Utopía. A veces se escribían.
¿No lo saben?
Las palabras de Mikasa se le vinieron a la mente. No, sus padres no sabían de su traslado a Boeringa, tampoco era como que les escribiera demasiado. Él había dejado Trost era para alejarse de todo. Su mamá era quien le escribía y él respondía solo para no romperle el corazón. Había sido un adolescente rebelde y respondón, algo de ello seguía a la fecha.
Aunque su madre tratara de consentirlo -y lo había logrado- su piedra de tope era su padre. Siempre encima y comparándolo con sus hermanos mayores. Tal vez el que tuviese suficiente edad para ya ser abuelo, en lugar de padre, también había afectado. Quizás esa era la razón porque le gustaba ir donde los Ackerman, no lo veían como si fuese un maldito fracasado sin futuro que más servía como carnada para titanes. Era una bonita familia, una que le hubiese gustado tener, aunque hubiese tenido que romperse el lomo arando la tierra. No era tan malo después de todo.
Para cuando llegó a la chacra de los Ackerman, la luz de la cabaña aun estaba apagada. Perfecto, se dijo. Dejó a Meredith junto al abrevadero y le entregó la manzana prometida que sacó del bolso donde llevaba su almuerzo. Sacó la cantimplora y la llenó de agua.
En eso estaba cuando escuchó la puerta de la cabaña abrirse. Estando Jean tras de un árbol, Mikasa que salía con un balde para traer agua no detectó su presencia hasta que llegó al abrevadero.
-¡Ahh! -chilló espantada cerrando el enorme chaleco que llevaba sobre su camisola -¿Qué mierda haces acá tan temprano? -exclamó sosteniendo con firmeza ambos extremos de su chaleco cruzándolo alrededor de su cintura.
Jean se sonrojó al haber siquiera dado un vistazo de casualidad a Mikasa antes que ella cerrara su chaleco. Traía una sencilla camisola blanca bajo el chaleco enorme de lana, uno que dejaba ver claramente su escote, que aunque no muy generoso a decir verdad, logró llamar su atención. La camisola la cubría hasta bajo las rodillas y calzaba sus botas. Era una dulce imagen en todo caso.
-Dijiste que se comenzaba al alba y aquí estoy –dijo Jean con tranquilidad, desestimando la situación.
Mikasa frunció el ceño.
-Pero no me advertiste. Me hubiese levantado y vestido -espetó severa.
Jean levantó el balde olvidado en el piso y lo llenó de agua.
-No vi nada que no debiera, tranquila -desestimó Jean -Te ayudo con esto, está pesado y para llevarlo tú tendrías que soltar tu chaleco.
Mikasa le arrebató el balde dejando su chaleco en paz, botando algo de agua al suelo en el proceso.
-¿Qué más da? -le dijo -Ya viste y, además, seguro has visto mejores.
Jean ladeó su cabeza y la vio marcharse de regreso a la cabaña. ¿Qué fue eso? Si ella se veía más adorable que cuanto encaje vio en la capital. Le recordó en algo a una generosa chica de la taberna que por un par de monedas entregaba mucho amor. Se sonrió pícaro ante ese recuerdo. Aunque Mikasa era bastante más delgada que esa chica, esa sencilla camisola tenía su gracia.
Partió en busca del arado y a comenzar su labor, mientras que Mikasa ingresaba a su casa y vaciaba algo de agua en una olla para calentarla en la cocina. Su madre, ya vestida, cortaba unos trozos de pan horneado la noche anterior.
-Te he dicho mil veces que no salgas en esa pinta -la reprendió Maika -Nunca se sabe si hay alguien fuera.
-Pues tus vaticinios han sido escuchados -respondió dirigiéndose a su habitación -Tu adorado intento de yerno está afuera -dijo en sarcasmo.
-Pero qué mala suerte tienes, Mikasa. Ni siquiera te pasaste un cepillo por el pelo. Pareciera que una gallina anidó en tu cabeza -bromeó.
-Como si quisiera impresionarlo -bufó Mikasa -Y ahora, si me disculpas, iré a ponerme decente. Aunque debería quedarme así todo el día, a ver si acabo de espantarlo.
Cerró la puerta de su habitación. Taki aun dormía en la cama que ambos compartían. Se veía adorable, con apenas visible su cabello oscuro entre las tapas. Tomó su falda de sobre los pies de la cama y se la puso cerrando los botones por el frente y girándola nuevamente hacia atrás. Su blusa fue lo siguiente, procuró cerrarla hasta el último botón y pasó a cepillar su cabello frente al pequeño espejo que colgaba de la pared. Repasó su imagen, quizás debería trenzarlo, ya estaba algo sucio. Con gran habilidad los trenzó y lo dejó caer por sobre el hombro cayendo hacia adelante.
Volvió a salir de la habitación.
-¿Siquiera pasaste por el agua? -preguntó Maika al verla de regreso.
-Antes de salir -aclaró -Algo de dignidad tengo.
La puerta del cuarto de sus padres se abrió y Albert salía caminando bastante mejor que antes. Su recuperación iba bien y seguro pronto podría retomar sus actividades normales. Mikasa esperaba que ya para el invierno se hubiese recuperado totalmente.
-Buenos días -saludó Albert con su inamovible buen humor -Amanecieron conversadoras. Desde la habitación las escuchaba -miró a Mikasa -Ya estás vestida -la picó y ella frunció los labios -Te queda hermoso el cabello trenzado. Te ves adorable.
-Está sucio, por eso lo trencé.
-Está bien -respondió su padre sentándose a la mesa y abriendo un par de potes de mermelada -Estaba pensando en salir a recoger bayas con Taki. Mi pierna está mejor y, si la cosecha es buena, podría hacer mermelada para vender en la feria. Otros años nos ha ido bien con eso.
-¿Seguro que puedes con ello? -preguntó Maika preocupada -Puede hacerte mal sobrecargar la pierna. Es un largo trecho hasta donde crecen.
-Quiero ser un aporte y, además, ya leí cuanto libro hay en esta casa.
-Entonces deberíamos venderlos y comprar nuevos -concluyó Maika -Cuando venga el mercader de Shinganshina podríamos cambiarlos.
-Excelente -dijo Mikasa -Me estoy quedando corta de lectura.
-Solo ten cuidado con lo que lees -comentó Albert al aire y Mikasa resopló -Nada más digo. No vaya a ser que algo te perturbe.
-¿Vas a seguir con eso? -preguntó Mikasa mientras ordenaba la mesa.
Su padre le sonrió con inocencia. Así comenzaba una nueva jornada que parecía sería plácida y fructífera. Al menos el sol estaba algo cubierto por unas espesas nubes haciendo el trabajo algo menos pesado.
A mediodía Mikasa llegó hasta la chacra para ver a Jean sentado bajo un árbol devorando un sandwich.
-Mamá te manda esto -le lanzó una manzana, que Jean atrapó con una mano.
-Gracias.
Mikasa asintió en silencio antes de pasar su vista por el campo. El verlo prácticamente labrado le trajo un sentimiento de tranquilidad. Hacía años que no lograban tenerlo todo listo. Se concentraban en la tierra más cercana, por la falta de mano de obra y la falta de semillas para poder llenarlo todo. Jean había insistido en terminarlo, en que podía pedir un préstamo para comprar más semillas ese año y luego pagar con la cosecha. Su entusiasmo contagió a su padre… y a ella. Solo podía imaginar ese campo con las espigas de trigo hasta el cielo. Sería una cosecha fructífera, eso seguro. Si tenían suerte podrían comprar un caballo y un arado a tracción para el año siguiente.
El sonido de mascar una manzana la sacó de sus ensoñaciones. Buscó otra en su delantal y se sentó junto a Jean para mascar su propia fruta.
-Es una buena manzana -comentó Jean mirando a su compañera de sitio.
-Viene de un buen manzano -respondió Mikasa -Es algo viejo pero sigue dando las mejores manzanas. Una de sus ramas traspasa la cerca hacia el camino al pueblo. Ya sabes lo que eso significa -comentó algo pícara -Lo que está en la calle es para quien lo vea -mascó su manzana.
-Pensé que era de la huerta -dijo Jean pensativo -¿De quién es el árbol?
Mikasa indicó hacia el sur.
-De Wilken -la manzana aun en su mano a medio comer -Sus manzanas las vende en el mercado. Son siempre las más rojas, grandes y jugosas. Wilken padre solía llamar a los niños a ayudar con las cosechas. Nos pagaba con todas las manzanas que pudiésemos guardar en los bolsillos. Era una forma de ayudar a quienes no tenían la suerte con su campo y hacerse de mano de obra barata -hizo una pausa -Wilken hijo prefiere pagar a unos trabajadores.
-Pensaba que no compartías con otros niños cuando eras menor -comentó Jean volviendo a mascar su manzana.
-No se rechazan manzanas -bromeó Mikasa -Compartía con otros niños en el campo de Wilken o, más bien, estaba en el mismo espacio que ellos. A sus padres no les gustaba que ellos me hablaran. No sé cómo será en la ciudad, pero acá en el campo dicen que las asiáticas somos brujas. Cuando tenía unos doce años, una chica me culpó de haber embrujado a uno de los chicos que iba al campo de Wilken, solo porque el chico no gustaba de ella.
-Eres toda una rompecorazones, Mikasa -bromeó Jean -Esa chica debió odiarte con todas sus fuerzas. Las chicas pueden ser muy intensas.
Mikasa se alzó de hombros.
-Al año siguiente le crecieron los senos. Pronto tuvo a todos los chicos tras de ella -dijo sin interés -Para entonces ya fue el último año que fui al campo de Wilken. Papá temió que llamara demasiado la atención.
-¿De los niños?
Mikasa negó:
-De los adultos.
Mikasa guardó silencio tras ello y Jean solo la observó un momento antes de desviar la vista al campo. Conocía de la bajeza del ser humano, como recluta supo historias y como policía aun más. Mikasa era una joven hermosa y, sobretodo, diferente. Algunos hombres se regocijan en tomarse atribuciones con jovencitas, incluso haciéndolo por la fuerza cuando las jovencitas no sucumben a las propuestas.
-Entonces hice bien en acompañarte aquel día en el mercado -comentó Jean de buen humor -Después de todo necesitas un chaperón.
Mikasa lo miró de reojo y disimuló una sonrisa.
-Después de ese día dejé de necesitarlo seguro -comentó Mikasa -Ya deben estar diciendo que te lancé un hechizo. Totalmente involuntario, por cierto -aclaró -A veces las brujas no medimos nuestro poder -bromeó.
-No eres nada como las brujas que estaban dibujadas en mis libros de mocoso -respondió Jean -Eran bien viejas y feas. Y tú…
Iba a continuar con un piropo, pero Mikasa le metió lo que quedaba de su manzana en la boca. Se puso de pie y sacudió sus manos. Jean se quedó con la manzana en la boca y un gesto divertido.
-¿Te queda agua en la cantimplora? -preguntó la muchacha y Jean asintió -Nos veremos para la cena.
Sin más se retiró y Jean se retiró la manzana de la boca, para volver a acomodarla y darle un mordisco. Una vez terminada, se dispuso a retomar su trabajo. Solo quedaban tres días para que Mikasa debiera devolver el arado de Jenkins. Y si debía amanecerse labrando la tierra, lo haría.
Quizás sí estaba hechizado, se dijo en broma.
Para cuando cayó el sol, Jean estaba conforme. Un viento frío lo arremetió de pronto y alzó la vista al cielo. Las nubes habían cubierto completamente el cielo. Subió hasta la cabaña e ingresó luego de dar un par de golpes en la puerta anunciándose. Como siempre, todo estaba dispuesto perfectamente. Taki guardaba sus libros, Mikasa servía los platos que luego Maika ponía en la mesa.
-Parece que va a llover -comentó Jean sentándose a la mesa.
-No es poco común en esta fecha -respondió Albert sin darle importancia -Un poco de agua no viene mal. Son lluvias de otoño, nada grave. Ya te quiero ver en invierno cuando la nieve cierre los caminos. El invierno en Boeringa es muy crudo.
-Eso me han comentado -dijo Jean tomando un trozo de pan -Que este camino queda intransitable.
-Estamos acostumbrados -comentó Maika -Cada invierno es así. Pero estamos preparados. Nos preparamos cada año para ello -le dijo cómplice -Espero que te sea leve.
-Por supuesto -saltó Mikasa sentándose frente a Jean con su plato de sopa -Seguro el sargento ya tiene todo lo que necesita para calentarse el culo.
-¡Mikasa! -exclamó Maika -Tu hermano está presente.
Taki miró a Jean con una sonrisa.
-Yo tengo calzoncillos de lana -dijo con simpleza.
-Suena calientito y a picazón -comentó Jean.
-Se ponen sobre la ropa interior, tonto -dijo Mikasa -Pero seguro tu oficina estará con bastante leña en la chimenea. No tendrás comezón, descuida.
-Siento alivio -respondió Jean de buen humor -Tendré que aprovisionarme de bastante leña.
-Tus lacayos lo harán por ti -bromeó Mikasa -No dejarán que su adorado sargento se congele. ¿Qué sería de este pueblo sin ti?
Jean la miró un segundo y volvió a su cena. Afuera podía escucharse el silbar del viento. Debería terminar pronto su cena si no quería que la lluvia lo pillase a medio camino.
-¿Nieva en Trost? -preguntó Maika con interés -Mencionaste que vivías allí de niño, Jean.
-No mucho a decir verdad -respondió -Más llueve que otra cosa. En la capital también. Debe ser que acá estamos a pie de montaña. Pero me gusta cuando nieva.
-Vamos a ver si te sigue gustando tanto cuando la nieve te llegue hasta la nariz -bromeó Mikasa.
-Como todo en la vida, en exceso nada es bueno -respondió Jean sin caer en las bromas de Mikasa y terminando su cena -Muchas gracias. Estaba delicioso.
Se puso de pie rápido. Maika suspiró mirando a Mikasa, ella se alzó de hombros.
-Iré a guardar el arado. Si llueve puede dañarse -informó Jean.
Mikasa lo siguió fuera de la cabaña hasta el bajo. Lo vio tomar el arado y sacarlo del campo para llevarlo hasta el cobertizo. Todo sin cruzar palabra.
-¿Estás enfadado? -preguntó Mikasa para cuando Jean cerró el cobertizo.
-No -respondió extrañado volteándose hacia ella. Mikasa asintió aliviada -Si llueve…
-Has avanzado mucho. Podemos perder un día de trabajo sin preocuparnos -dijo Mikasa con voz suave -Labrar la tierra demasiado húmeda no tiene sentido. Deberemos esperar que se absorba el agua -explicó -Puedes tomarte el día de mañana libre. Seguro te extrañan en el cuartel.
-Veré qué hacer para molestar a Ritze -bromeó Jean -Ya van varios días sin que me pasee por su pueblo.
Mikasa negó suavemente.
-No lo hagas enfadar, Jean. Suficiente debe tener con la intervención de la policía en las chacras menores y la fiscalización de los precios del mercado. Puede ser un tipo peligroso. Guárdate tus ganas de molestar a alguien hasta pasado mañana… puedes molestarme a mí, no tengo problemas con eso.
-Si no te molesta que te moleste entonces no es molestar -respondió Jean comenzando a caminar fuera del campo, Mikasa a su lado.
-Puedo fingirme molesta.
-Es una buena estrategia -afirmó Jean -No se te ocurra ser todopoderosa y querer arar con mal clima. Si la lluvia es tenue, vendré de todos modos. No quiero que cojas una gripe y tener que traerte un médico desde Shinganshina.
-He sobrevivido años sin visitar un médico -aseguró con orgullo -Pero descuida, quien se va a agripar eres tú, no yo. Tus lacayos cuidarán bien de ti en ese caso.
-No puedo agriparme hasta terminar mi trabajo.
Jean llegó hasta Meredith, se subió a la yegua y Mikasa la desató, le entregó las riendas a Jean.
-Si mañana solo llueve tenue… -dijo Mikasa algo bajito -Podría comenzar a sembrar… y… tal vez podrías hablarme de los inviernos en Trost.
Jean recogió las riendas para indicarle la vuelta a Meredith.
-¿Y eso? -preguntó el sargento.
-Es bastante injusto que te metas en mi vida de esta manera y no sepa absolutamente nada de ti -respondió Mikasa avergonzada -Puedes ser un asesino psicópata -agregó de súbito.
Jean soltó una risotada. ¡Mikasa y sus ideas! Se lo tomó de buen humor. Comenzaba a entenderla un poco.
-De acuerdo. Sembraremos y te hablaré de los inviernos en Trost.
Mikasa asintió.
-Nos vemos, entonces.
-Hasta mañana, Mikasa.
Jean le dio un golpe suave en los costados a Meredit y emprendieron la marcha. Mikasa los siguió con la mirada hasta que se perdieron por el sendero.
… tal vez podrías hablarme de los inviernos en Trost
Al recordar sus propias palabras se volvió muy roja y se sintió realmente tonta.
-Estúpida, Mikasa -se dijo a sí misma avergonzada para marcharse dentro de la cabaña.
Unas pequeñas gotas comenzaron a caer sobre el campo. Ligeras, tan ligeras como el rocío.
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Los truenos invadían el silencio de la madrugada y sobre el vidrio de la habitación del cuartel la lluvia caía copiosamente. La primera tormenta de las muchas que vendrían.
Ajustó la luz de la lámpara de gas sobre el escritorio volviendo a cerrar las cortinas. Sería un día de trabajo perdido en el campo. Un día perdido del arado de Jenkins rentado por los Ackerman. Con esa cantidad de agua que caía sería imposible lograr una buena labranza.
Se sentó frente al escritorio y revisó planea algunos documentos que había recogido la tarde anterior al regresar de la chacra. Informes y más informes. Pudo escuchar esas palabras con la voz de Mikasa en su cabeza. Muy a su pesar debía reconocer que ella tenía razón. Nadie prestaría atención a unos informes de un pueblo perdido en medio de la nada. Lo único que importaría a todos sería la cosecha y los impuestos a la corona. Dejó los documentos sin tocar, la verdad era que solo a él le interesarían. Se puso de pie y se puso un viejo chaleco sobre el pijama, para luego bajar al primer piso del cuartel.
Esperaba ser el único despierto, pero alguien se le había adelantado, puesto que podía ver luz tras la puerta de la cocina. Ingresó con sigilo, solo para notar a Benson poniendo a hervir agua y con una taza sobre la mesa.
-Buenos días -saludó Jean logrando que Benson diera un respingo -¿Qué? ¿Todavía creyendo que en este cuartel hay espíritus malignos?
Benson se cuadró y negó posterior a ello. No iba a preguntar la razón por la cual el sargento estaba en pie, seguramente la tormenta lo despertó antes que su despertador.
-¿Va a querer un té, señor?
-Sí, pero ya déjalo -indicó Jean yendo hasta el aparador de la vajilla -Lo tengo bajo control.
El silencio invadió nuevamente la cocina, salvo por el ligero sonido del agua comenzando a ebullir dentro de la tetera. Jean ponía un par de hojas de té dentro de su taza, con un gesto le preguntó a Benson si le apetecía, a lo que el soldado asintió. Pronto estuvieron uno frente al otro bebiendo en el mismo silencio que Benson rompió.
-La familia de Robensen planeaba marcharse hoy -comentó el soldado refiriéndose a quien fue el anterior sargento -La casa necesita reparaciones en caso que quiera instalarse allí definitivamente -Jean se alzó de hombros -Es lo que le corresponde por el rango, señor. La paga la corona. Es una buena propiedad, tendrá más privacidad.
Jean bebió un poco de su té. Al retirarse la taza de los labios alzó la voz:
-Nunca he vivido solo -la vista perdida en las hojas de té flotando -De la casa de mis padres fui a la academia, de la academia al cuartel de la capital y luego a este cuartel. Vivir solo implicará que no tendré subalternos lamebotas que hagan todo por mí -bromeó.
-Robensen tenía una criada, podría contratarla.
Jean asintió.
-La contactaré cuando deje de llover. No haré venir a una mujer bajo esta lluvia.
Jean había estado dilatando el ocupar la casa de Robensen por meses, solo como un método de negación. No quería hacerse a la idea de permanecer en Boeringa. Quería creer que pronto lo llamarían de regreso perdonando su imprudencia y podría recuperar su puesto en la capital.
Solo trataba de tapar sol con un dedo.
-Espero que no siga lloviendo el resto de la semana -dijo Jean cambiando el tema -Aun no termino de arar la tierra de los Ackerman.
-¿Cuántos días le restan a Mikasa para regresar el arado? -preguntó Benson, Jean lo miró con curiosidad -Se lo rentó a Jenkins, lo comentaron un par de hombres en el bar. También comentaron que es usted quien se encarga de ello. Dicen que la señorita Mikasa es su amante.
Jean alzó las cejas.
-Al menos eso mantendrá a algún pervertido a raya -respondió sin darle mayor importancia -Es increíble cómo inventan cosas en este lugar -resopló -Como si Mikasa fuese de ese tipo de mujeres.
-La necesidad tiene cara de hereje -dijo Benson -He visto a las personas más dignas perder su dignidad en la necesidad. Al menos, la señorita Mikasa lo tiene a usted.
-Tiene su enorme orgullo, mi estimado Tomasin -bromeó Jean -Yo… solo quiero hacer algo bueno -un trueno interrumpió la conversación -Pero tendré que esperar para seguir haciendo lo bueno cuando amaine la tormenta -soltó una espiración -Y, quizás, tomar el asunto del arado en mis manos.
-Ya lo tomó en sus manos, Señor.
Jean asintió, pero no se refería a eso. Si continuaba lloviendo, no podría terminar su trabajo donde los Ackerman. Inevitablemente el plazo se cumpliría dentro de unos días y si no lograba ponerse al día la mejor solución sería…
Bebió nuevamente de su té. Le faltaba azúcar. Compraría en el mercado por la mañana… la lluvia no detendría su gusto por los dulces.
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-¡Demonios!
Mikasa ajustó el seguro de la ventana al sentir el agua contra el vidrio caer con intensidad. Sintió a Taki moverse en la cama.
-¿Qué pasa, Mikasa? -preguntó el niño adormilado.
-Solo es una tormenta -explicó volviéndose a meter a la cama que compartía con su hermanito -No te preocupes.
Acomodó las tapas para ambos y le dio la espalda, volviéndose hacia la pared de madera. No quería que Taki notara su angustia. Arar la tierra por la mañana sería imposible. Estaría fangosa y no se podrían crear buenos surcos. Pero, por otro lado, seguramente todos los surcos anteriores habrían quedado inutilizables. Al menos no sembró en ellos aun. Hubiese perdido esas semillas también.
Todo el trabajo de una semana y un par de días se iba a la basura. ¡No debía llover aun! ¿Por qué llovía? ¿Por qué la vida la castigaba de esa manera? ¿Qué había hecho ella y su familia para recibir tantas miserias?
Mikasa quiso conciliar nuevamente el sueño, pero le fue muy difícil. Su mente la atormentaba de preguntas sin una respuesta. Tantas preguntas que se podrían resumir en una sola: ¿Qué haré ahora?
La misma pregunta que se hizo durante los tres días que continuó la tormenta.
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