Riesgos y oportunidades
Nota de autora: Les agradezco a todos desde el corazón, todo el apoyo que me han dado en los últimos capítulos. No sé que le pasa a mi wattpad, pero tengo algunas complicaciones para visualizar capítulos de manera inmediata cuando actualizo y, muchas veces, por eso no puedo responderles a sus comentarios. Pero se los agradezco muchísimo.
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–¿Desea más mantequilla, señor? –el dueño del hostal donde se hospedaba se acercaba a él con un gesto amable.
–Más té, solamente –respondió Dieter Kirstein sentado junto a le ventaba que daba hacia la calle principal de ese pueblo donde su hijo menor se había convencido que podría hacer algo para mejorarlo.
El hombre asintió y fue hasta la cocina. Dieter vio como algunas personas circulaban por aquella calle. Calle Larga, la llamaban y cómo no hacerlo, si era la única calle que se extendía fuera del pueblo. Otro par de pequeñas calles rodeaban la plaza, algunas casas de piedra y madera completaban el paisaje. Casi podía comprender a Jean, había cierto encanto en Boeringa.
La noche anterior habían tenido una discusión, como solía ser. No había forma de llegar a su hijo y, por un momento, se cuestionó si había sido muy duro con él. No, era su esposa, Ellie, quien había consentido a ese muchacho, dejándolo hacer lo que quisiera desde niño, creando en él ese espíritu voluntarioso y con poco respeto hacia su propia familia.
–¿Crees que estaría bien? –la voz de su esposa lo sacó de sus pensamiento recordando su visita a Boeringa –Dijiste que el invierno era crudo por ese pueblo. Está a pies de las montañas... mi pobre pequeño –terminó con un suspiro.
Dieter soltó un bufido y dobló el periódico que leía sentado en la sala de la cómoda casa.
–Creo que es más relevante lo que está sucediendo en el muro Sina, querida –concluyó –Al menos estamos lo suficientemente lejos como para que no viviésemos el golpe contra la monarquía.
–Falsa monarquía querrás decir –respondió la mujer sentándose frente a él alisando su mandil –No puedo creer que la familia real se hubiese mantenido oculta dejando un monigote como un falso rey. ¿Para qué? ¿Cuál es el objetivo de ello? –volvió a suspirar –Al menos, la muchacha se ve una buena persona. Ya viste lo que ha hecho por los desamparados. Historia Reiss, es un nombre elegante, ¿no crees? Y los retratos de ella en el periódico la hacen ver hermosa. Simplemente encantadora.
Dieter dejó el periódico sobre la mesita junto al sillón.
–Una chica que salió de la nada y que nada sabe de gobernar –opinó severo –Pero tiene tras de ella a todo el ejército –espiró pesadamente –Espero que esto traiga cierto orden a todo y nos favorezca. El falso rey era un tirano que nos sometía para ver crecer sus ingresos y mantener al muro Sina con comodidades que otros muros no –hizo una pausa –Creo que el ejército es más cercano a la realidad, al menos saben más de las necesidades... Sobre todo la guardia estacionaria.
Ellie asintió.
–Nuestro pequeño podría estar entre ellos –se quejó –Sería un héroe y no un pobre sargento en ese pueblo perdido. No tendría que sufrir un invierno tan crudo.
–Tu hijo se involucró con la mafia de la policía militar –refutó Dieter –Hizo bien, lo reconozco. Espero que esas irregularidades se puedan controlar con el reinado de la chica Reiss. No conozco un sector del ejército más corrupto que la policía militar.
–Corrupción hay en todos lados, querido.
–La hay –afirmó su esposo –Y Jean no es de los que tolere esas situaciones. Tiene un concepto de la justicia que me llega a sorprender –reflexionó –A pesar de todas sus múltiples falencias, algo bueno tiene.
–¿Orgulloso de tu hijo? –preguntó Ellie con una dulces sonrisa.
–Boeringa es un pueblo corrupto, al menos eso entendí de él –respondió haciendo caso omiso a la pregunta de su esposa –El alcalde es un tipo avaro que explota a los campesinos. No es muy diferente a otros que conozco. Pero si la Corona logra instaurar medidas más caritativas, es probable que esos hombres vayan cayendo por su propio egoísmo.
Ellie asintió.
–Eso puede jugarnos en contra, Dieter querido –suspiró –Si los precios aumentan...
–No deberían –respondió –Si están inflados ya por los excesivos impuestos que los mismos dueños de los terrenos cobran a sus trabajadores –hizo una pausa –Vi pobreza en ese pueblo. Así como gente muy acomodada. No soy tan justiciero, pero reconozco que es injusto. Mi propio padre vivió esa vida de sacrificios y luchó para cambiar el destino de sus hijos.
Ellie suspiró y se puso de pie con una gran sonrisa.
–Quizás, ahora, nuestro pequeño pueda hacer algo para cambiar el destino de los hijos de otros. ¿No lo crees? Podrías darle una mano, aun cuando no quiera saber nada de ti, por tu imprudente forma de hablarle. Sabes que hay que ir con cuidado por su carácter.
–Y él debería andar con cuidado por mi carácter, ¿no crees, mi adorada esposa? –preguntó con cierto sarcasmo –¿Solo me pregunto, en qué momento tu hijo decidió dejar la comodidad de la ciudad por intentar salvar un pueblo? Pudo intentar hacer un cambio en alguna ciudad amurallada.
–Hay un detalle que quizás estamos pasando por alto –su esposo la miró ahora con atención –Puede que quiera hacer un cambio, luchar por ese pueblo, ser visibilizado y ser alguien importante. Pero, creo que nuestro pimpollo está enamorado.
–¿Qué te hace pensar eso?
Ellie se alzó de hombros.
–En otro momento hubiese aceptado tu propuesta –dijo con simpleza –Me gusta pensar que lo hace todo por el bien de Boeringa. Pero, hasta hace un año, miraba a los desposeídos como gente ignorante. ¿Qué crees que lo hizo cambiar de opinión tan rápido si no es el amor?
–Por favor, Ellie –exclamó Dieter –¿Desde cuándo a Jean le interesa alguien más que su propia comodidad?
La mujer alisó su mandil.
–Desde que recuerdo que todos los Kirstein tienen un talón de Aquiles dentro de su gran orgullo –le dijo con una sonrisa –Y ese factor es que poco piensan cuando están enamorados. ¿O me equivoco?
–Me haces parecer un mandoneado –masculló –Pero te daré la razón, porque es un argumento con sentido –suspiró –¿Quién crees que sea la chica?
–Una que lo ha motivado a hacer de ese pueblo un lugar más justo. Una campesina, tal vez. O una chica con altos valores. O ambas.
–O una trepadora que solo quiere salir del pueblo.
–Si ese fuese el caso, Jean hubiese regresado contigo y traído a esa muchacha con él –insistió la mujer –Puede que tengamos una boda para primavera, ¿a que no es genial? –Dieter bufó. Su hijo menor con una campesina y sargento de un pueblo miserable. Volvió a bufar –Debe ser guapa, a Jean le gustan las muchachas guapas –hizo una pausa –Quizás deberíamos visitarlo cuando mejore el clima.
Dieter resopló, mientras Ellie se regresaba a la cocina.
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–Si te sientes mal, vuelve a casa. No te hagas el invencible, aun estás recuperándote. ¿Sí? –dijo Mikasa mientras arreglaba la solapa del abrigo de Jean, ambos frente a la puerta –Te llevaré el almuerzo.
–Cariño, hay una cocina en el cuartel y Benson cocina bastante bien –aseguró Jean tomándola por la cintura.
–¿Y si no es saludable? Necesitas comer bien, ganar algo de peso para que te recuperes del todo. Procura que el fuego esté encendido y no caminar para todos lados. El reposo es importante.
–De acuerdo.
Poco sacaba con responderle algo más. Sabía que la preocupación de Mikasa no era exagerada, sabía del esfuerzo en su recuperación y lo mínimo que podía hacer era cuidarse. Por él y, sobretodo, por ella.
–Que tengas un buen día –le dijo la chica mientras él se colocaba la gorra.
Jean la atrajo hacia él para un beso de despedida para luego salir de la casa. Mikasa cerró la puerta y fue hasta la ventana para seguirlo con la mirada hasta que se perdió calle arriba. Tomó desde uno de los sillones unas telas ya cortadas e hilvanadas para sentarse frente a la máquina de coser.
Habían sido semanas productivas en su nueva entretención en casa. Hasta ahora había confeccionado un abrigo, dos faldas y su nuevo proyecto era un vestido que le estaba tomando algo de esfuerzo. El clima comenzaba a mejorar y no había nevado hacía una semana. El invierno comenzaba a alejarse y pronto Boeringa recuperaría el acceso hacia Shinganshina, luego de eso, el camino a la montaña estaría nuevamente transitable.
¿Cómo estarían sus padres y Taki? Seguramente estaría bien y sin ella en casa, no tendrían que escatimar en raciones este invierno. No como la temporada pasada, en que terminaron comiendo nada más que pan con mermelada que su madre guardaba en conservas. Eso y cebollas con papas. El invierno era crudo, pero éste había sido el más cálido que recordara, no solo porque hubiese una chimenea, agua caliente y comida siempre en la mesa. Viéndose sola y sin la agradable distracción de Jean y sus modos cariñosos, podía dejar llevar sus pensamientos hacia la vida que solía llevar. Extrañaba todo de su familia, añoraba volver a verlos.
Recordó las palabras de su madre cuando le decía que debía crecer, convertirse en una mujer adulta que tomara sus propias decisiones, que tarde o temprano debía salir del nido. Nunca había pensado en que ese momento se volviera realidad. Pero ahora sabía que había llegado el tiempo de madurar y hacer su vida lejos de ellos. Bueno, quizás no tan lejos, estaban en el mismo poblado.
¿Cómo se tomarían sus padres esa noticia? Sabía que comprenderían si ella tuviese que seguir cuidando de Jean y no habría problema con eso. Pero cuando su presencia en la casa ya no fuese necesaria, cuando se enteraran que todo el pueblo los creía casados sin estarlo, cuando supieran que estaban en una relación sin estarlo compartiendo el mismo techo... Soltó una espiración larga y pesada retirando la tela de la máquina por un momento para darle una vuelta y comenzar otra vez.
Sus padres no aceptarían que ella viviese con Jean, ya siendo una pareja, sin estar casados. Eso era un hecho. Pero tampoco llevaban una vida marital. ¡Ni pensar en eso! Compartir la cama, los besos y las caricias no implicaban nada más que eso. Ella tampoco lo consentiría, aunque a veces se sentía algo tentada en, bueno, lo que ocurría cuando se dejaban llevar un poco. Nada tan subido de tono, porque tanto ella como Jean sabían los límites... aunque a veces los traspasaran solo un poco. Las novelas que había leído algún indicio le daban sobre lo que correspondía y lo que no.
Se sonrojó sintiendo cómo le picaban las mejillas, pero obvió aquello mientras continuaba con su labor. Un par de golpes a la puerta la hicieron sacar su concentración de su labor. Miró al reloj, eran ya las once de la mañana. Fue hasta la entrada y abrió, viendo, para su sorpresa un par de muchachas. Reconoció a ambas, eran Gina Rascall –la nieta de los ancianos de la tienda– y Elisse Hasse.
–Buenas días, señora Kirstein –dijeron ambas con una gran sonrisa. Mikasa no pudo sino reírse internamente por la forma de llamarla –¿La interrumpimos en algo?
Mikasa se volteó hacia tu costura.
–No realmente –respondió extrañada por la presencia de ambas muchachas –¿En qué las puedo ayudar?
–Nos preguntábamos si pudiese ayudarnos en algo.
Mikasa se hizo a un lado para permitirles la entrada por cortesía. Las muchachas recorrieron la estancia con la vista. Era una casa grande, estaba cálida y bien adornada. Mikasa les indicó que tomaran asiento en la sala y las chicas así lo hicieron.
–Entonces... –dijo la dueña de casa.
–La señora Adler nos comentó que estaba confeccionado ropa y que era muy hábil en ello –dijo Elisse y Mikasa se sonrojó –Usualmente nosotras confeccionamos nuestra propia ropa, como es la costumbre, pero me temo que somos bastante torpes en ello.
–Oh... recién estoy acostumbrándome a la máquina de coser. Pero agradezco sus palabras –respondió avergonzada frente al halago.
–Queríamos preguntarle si está cosiendo por encargo –dijo Gina con un tono suave y bajito.
Mikasa se sorprendió.
–No lo había considerado hasta más adelante, cuando tenga más práctica –confesó y las chicas hicieron un puchero –Lamento no poder ayudarlas, pero agradezco su confianza. Sin embargo, no me siento segura de no arruinar las telas o que el acabado no quede bien y luego ceda –hizo una pausa ante el puchero –Quizás para primavera...
Ambas chicas se miraron entre ellas y volvieron la vista hacia Mikasa.
–Me parece bien –dijo Gina y Elisse asintió.
Mikasa sonrió amable. Después de todo, Jean tenía razón. Podría sacar algún provecho de su tiempo de encierro y, quizás, poder apoyar a sus padres económicamente cuando pudiese emprender su propio negocio.
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Como buen cuartel de pueblo, salvo que fuese una emergencia, nadie atendía durante la hora de almuerzo. Benson servía los platos mientras los muchachos se sentaban a la mesa. Usualmente, quienes tenían familias, regresarían a almorzar con ellas y luego regresarían pasadas un par de horas. Sin embargo, ese día querían hacer notar su compromiso dado que era el primer día que el sargento estaba de regreso.
–El clima ha estado favorable –comentó Maurant cuando Benson puso el plato frente a él –Gracias.
–Sí –afirmó Haller –Me pregunto cuánto tiempo más tendremos el acceso a Shinganshina bloqueado.
–No le doy más que un par de semanas, tres a lo sumo –retomó Maurant –Luego de eso, también tendremos transitable hacia la montaña. Tendremos que recorrer los terrenos y asegurarnos que nada haya ocurrido en las chacras. El año pasado hubo un par de cabañas que necesitaron reparación.
–Asumo que ninguno de ustedes movió el culo para hacer algo al respecto –dejó caer el sargento con tono severo.
Los muchachos intercambiaron miradas y guardaron silencio. Llamaron a la puerta y Haller se levantó para abrir. Deberían poner un par de leños más en la chimenea, el pasillo y el recibidor estaban gélidos. Abrió la puerta para encontrarse con Mikasa vestida con un grueso abrigo y una bufanda que le tapaba hasta la mitad del rostro ocultado su nariz y dejando a la vista solo sus ojos.
–Traje el almuerzo para el convaleciente –informó pasando al interior y retirándose la bufanda.
–Pasa, estamos en la cocina –indicó Haller haciéndose hacia un lado.
–No es necesario, no quiero importunar –le extendió una vianda.
Haller recibió el almuerzo del sargento, vio a Mikasa ordenar nuevamente la bufanda y salir del cuartel. Cerró la puerta y se dirigió hasta la cocina dejando la vianda frente al puesto de Jean. El sargento lo miró con curiosidad.
–Dijo que no quería importunar –informó Haller.
–Muy prudente –comentó Hasse con algo de picardía viendo como Jean abría la vianda –¿Lo tienen en engorde, sargento? –preguntó manteniendo el tono.
–Hace bien –comentó Maurant –Me refiero a la señora Kirstein –dijo con total naturalidad –Perdió bastante peso. Casi está tan delgado como tú Phillip –bromeó a Hasse –Sin ánimo de ofender, sargento.
Jean tomó el servicio y cortó un trozo de papa. Humeaba y olía delicioso. Se sentía un consentido de lo peor, pero le agradaban todas las molestias y la dedicación de Mikasa. No pudo evitar que su anterior severo semblante se suavizara. Todos comenzaron sus almuerzos mientras comentaban asuntos del cuartel y algunas anécdotas familiares. Nadie sacó el tema del matrimonio del sargento, ni ninguna habladuría al respecto.
–He estado revisando algunos informes –alzó la voz Jean, los muchachos lo miraron con atención –Necesito una contabilidad de los gastos del cuartel en este par de meses que estuve fuera y una proyección sobre el próximo mes. Tendremos que ver si podemos financiar algunas reparaciones si son necesarias. Podemos dar un crédito amigable.
–No sé si eso es posible o legal –comentó Haller, quien era el más versado en esos temas de contabilidad.
–Tampoco lo que hace Ritze es legal –interrumpió Jean –Por lo tanto, me vale. Y a ustedes también tendrá que valerles –miró a Hasse –Me imagino que estarás de acuerdo, Phillip.
El soldado tragó costosamente el trozo de tortilla de su plato. Con que el sargento estaba al tanto que él había metido sus narices en documentos que no importaban y él estaba involucrado en la fuga de información. Por su mente pasó una visión futura sobre las consecuencias de sus actos. La que se resumía en una desvinculación o, algo peor, ser el peón del sargento.
–¿Y qué haremos con las ganancias de ese crédito amigable, sargento? –preguntó Maurant con justa curiosidad.
–Invertirlas en más créditos –respondió Jean con simpleza.
Haller permanecía en silencio. De pronto alzó la voz interrumpiendo la conversación y el acuerdo que estaban concretando.
–Creo que deberíamos preocuparnos de aumentar la productividad de los campos, financiar algunas deudas de chacras menos eficientes –dijo finalmente –Si Ritze no va a recibir ganancias extra por sus propios impuestos a los que ha sometido a los productores, no faltará que comience a vender tierras.
Maurant lo miró reticente.
–No lo creo, no va a dejar que otros tomen sus tierras. Por muy poco que estén produciendo.
–Quizás, no las venda realmente, solo las rente a otras personas que puedan mejorar la producción. Puede hacerlo, son sus tierras. Todos sabemos que no existen contratos de por medio y si hasta ahora ha permitido que su producción no sea tan alta, es porque puede explotar a las familias por sus impuestos y cobrarse lo que requiere. Si ya no existen esos impuestos, puede hacerlo.
Hasse ladeó la cabeza.
–Odio a los afuerinos, seguro rentaría a sujetos poco confiables. Hemos tenido bastante paz en este pueblo, vivimos aislados y sin ningún problema que pueda afectarnos desde las ciudades amuralladas. Somos casi como una región independiente. Un recambio así, sería un impacto para Boeringa.
–Y un impacto para las familias a quienes se les retire del lugar –comentó Hasse –Deberán migrar a otros lugares más poblados, conseguir algún trabajo y vivir como lo hacen los pobres en las ciudades. He estado allí y no es una imagen agradable. Son barrios completos que huelen a fecas, donde la pobreza inunda y la desesperanza también. Somos nacidos y criados en Boeringa, si bien no todos nos llevamos bien, son nuestra gente. Y si nos convertimos en soldados y regresamos a nuestros hogares, fue precisamente porque queremos lo mejor para este pueblo.
Maurant le sonrió ampliamente al joven. Muy inspirador. Jean bebió un poco de agua y dejó nuevamente el vaso sobre la mesa. A veces se preguntaba desde cuando ese grupo de soldados tenía ese tipo de pensamiento y si era el temor a las represalias del alcalde lo que los mantenía a raya.
–Entonces, necesito otro informe –comentó Jean –Chacras con menor productividad que pudiesen estar en peligro de ser rentadas...
–Eso es fácil, sargento –dijo Maurant, los chicos pusieron sus ojos sobre el mayor de ellos –Todas las chacras camino a la montañan–miró a Jean –Y conociendo a Ritze como lo conozco, sé perfectamente por cuál comenzará.
–No se atrevería... –murmuró Haller –Mikasa es la esposa del sargento, no se atrevería a comenzar por los Ackerman... –miró a Jean expectante.
Jean guardó silencio en actitud pensativa.
–Resguardaremos las chacras camino a la montaña, de momento. Si surge alguna necesidad de otras, también nos concentraremos en ella –definió Jean, los muchachos asintieron –De mi familia me encargaré personalmente, no los involucraré en ello –comentó con tranquilidad –Una cosa es mi labor en el cuartel y mi puesto en Boeringa, lo otro es lo que corresponde ahora a mi responsabilidad. Ese será un asunto que conversaré con ellos una vez que se abra el camino a la montaña, y uno que trataré con Ritze personalmente.
Los muchachos asintieron en silencio, mientras regresaban a darle el bajo a sus respectivos platos. Sin embargo, Jean no estaba tranquilo aun cuando su semblante así lo pareciese. Quizás debiese anticiparse a cualquier artimaña de Ritze.
–Benson, redactarás un informativo y lo dispondrás en la carpeta del correo certificado –indicó –También lo publicaremos en el panel –hizo una pausa –Cualquier intención venta o renta de predios deberá ser informada formalmente ante la policía militar, en este caso, yo. Muy alcalde será Ritze, pero quien manda en este pueblo soy yo. Me aseguraré que todo sea lo más legal posible.
–¿Y eso puede hacerse? –preguntó Hasse intrigado.
–No sé si se puede, pero se debe hacer. Haller lo dijo, debemos resguardar la seguridad de los pobladores de Boeringa –dijo Jean con seguridad –Maurant, buscarás un resquicio legal que nos permita tomar el control de las propiedades, sé que debe haber alguno... o pediremos el consentimiento hacia el cuartel de Shinganshina. Pero estoy seguro que algo debe haber en esa inmensidad de papeles en mi oficina –hizo una pausa –Si puedo controlar los impuestos, creo que puedo controlar las transacciones de terrenos.
Maurant asintió. Si Ritze había declarado la batalla, tendría que asegurarse de dar bien sus pasos. Esta vez, el alcalde iba a perdedor. Eso era seguro.
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