Quien sabe cosas, parte 2

El ruido en la planta alta de la casa se había acallado, solo escuchó unos pasos que descendían la escalera. Mikasa regresaba a la sala para acercarse nuevamente a él, quien estaba sentado frente a la chimenea. Ella se sentó a su lado y recargó la cabeza en su hombro, él la besó en la coronilla y la abrazó con el brazo libre, en la otra mano aun sostenía el vaso.

–¿Cuántos te has bebido ya? –preguntó la chica incorporándose.

–Los suficientes para pasar el mal trago –respondió dejando el vaso finalmente en una mesita lateral, soltó una espiración –Hay cosas que ocurrían bajo mi nariz y yo sin notarlo.

–¿Qué cosas? –preguntó Mikasa mirándolo.

–Los campesinos se estaban organizando contra Ritze, desde antes que cayera el invierno.

–Quizás tú mismo lo propiciaste –le dijo con algo de intriga –Yo estoy libre de toda culpa, no sabía nada al respecto. Pero, te recuerdo que hiciste valer las indicaciones de la Corona respecto a los impuestos. Eso debe haber empoderado a los campesinos, y no solo a ellos, sino que a los terratenientes. Ellos no estaban exentos de los abusos de Ritze.

–Una cosa es la ley, y una muy diferente un levantamiento –aclaró Jean –Aun cuando las necesidades y derechos de las personas es algo por lo que debo velar, también sobre la seguridad de cada uno de los habitantes de este pueblo. Y si se alzan contra Ritze, también tengo que detenerlos... a cualquier costo.

–Tú mismo dijiste que Ritze ya no es un problema –lo interrumpió la chica –No habría razón para algo así.

–Tienes razón, ya no es Ritze... ahora es mi padre –había preocupación en su voz –Una cosa es una batalla hijo contra el padre por la emancipación del yugo paterno –su tono fue algo más juguetón –Sin embargo, si el pueblo se alza contra él, debo defenderlo. Si no da ningún paso en falso y se mantiene dentro de los límites legales, cualquier levantamiento sería una amenaza injustificada, una rebelión en la que tengo que intervenir –hizo una pausa –Expulsar a tu familia no es ilegal, solo es cruel. Haller tiene razón por mucho que me disguste –Mikasa lo observaba en silencio –Estarán bien, ya están fuera de la propiedad... Y sé que debe ser difícil todo lo que está pasando. Ha sido su hogar por generaciones y ahora son retirados por orden de un nuevo propietario que no respeta la historia ni tiene un mínimo de compasión... porque para él, cualquier persona que no sea más que un trabajador, es un simple animal de carga.

Mikasa volvió a recargarse en él y le tomó la mano con suaves caricias.

–No sigas pensando en eso, tú lo dijiste, ya estamos a salvo. Si tu padre intentara hacer algo más, sería fuera del marco de la ley. Es un hombre cruel, pero no es idiota. No se va a exponer a ponerse en riesgo. Sabe que eso sería enfrentarse a la justicia. Nos quería fuera de su propiedad, ya lo estamos.

Jean asintió pensativo. Mikasa tenía razón, ya estaban a salvo. Solo quedaba preguntarse en qué se ocuparían tanto Maika como Albert. Maika estaba acostumbrada a estar en casa, pero diferente era en la seguridad de la lejanía, ahora tendría que enfrentarse a sus grandes miedos. Sobre todo en un espacio, que si bien no era pequeño, no tenía la libertad que presentaba el campo. No tenía un jardín donde perderse caminando, no estaba la chacra, ni tampoco había una huerta... aunque podría hacer una. Para eso había espacio. ¿Qué haría Albert? Lo conocía lo suficiente para saber que era un hombre activo, que le gustaba sentirse útil y, claramente, vivir a expensas de Jean no estaba en sus planes. Tampoco quería que se empleara en cualquier cosa por sentirse en deuda.

–Ahora que mamá está aquí, podría dedicarle más tiempo a las confecciones de vestuario –comentó Mikasa alegre, Jean sabía que tener a su familia cerca era una de sus mayores alegrías, aun cuando las circunstancias estaban cargadas de melancolía. Sabía también que lo hacía para liberarlo de sus culpas –Me imagino que ya deben haber llegado telas nuevas.

–Puedes ir mañana a revisar, creo que ambas pueden divertirse en ello –respondió Jean uniéndose al ánimo de Mikasa –Quizás tu padre podría acompañarme a dar algunos paseos, como recomendó el médico. Creo que también podría hacerle bien para su rodilla.

–Es una excelente idea –afirmó la chica –Y también podría encargarse de armar el gallinero, a Taki le encantará ayudarlo.

–Yo también puedo ayudar, no tengo los dedos crespos.

–Pero tienes un cuartel que dirigir... y una revuelta que frenar, antes que todo siga escalando.

Jean afirmó y se llevó una mano al mentón.

–Y también debería ir a ver esos terrenos de los Gruen. Puede que la propuesta de Taki no sea tan descabellada. ¿Quiénes son los inquilinos de esas parcelas?

–Dresder y su familia –respondió la muchacha –Son relativamente cercanos a papá, trabajaron juntos en algún momento llevando las ovejas a las tierras bajas. Es de los amigos de Elliot, pero no sé si estará muy de acuerdo con su forma de ver las cosas. Es un hombre trabajador de bajo perfil, jamás haría algo que incordiara a un patrón. Pero me imagino que la venta de parte de las tierras de Gruen debe tenerlo preocupado de una posible venta de sus tierras a posterior.

–Hablaré con los Gruen, quizás si no están interesados en vender, sí en rentar la tierra bajo un porcentaje de la producción. Y no sean tan usureros como Ritze.

–No lo son, son bastante decentes. De hecho, el señor Gruen tuvo algunos problemas con Ritze en su minuto, hace un tiempo. Justamente por los impuestos. El señor Gruen ya tiene suficiente edad como para querer retirarse o, al menos, dejar el trabajo pesado a otros y vivir de las rentas.

Jean se puso de pie y bebió lo que quedaba en el vaso, para luego extenderle una mano a Mikasa.

–Vamos a dormir, ya es tarde y tengo que madrugar. Me extraña que Benson no se haya aparecido por acá –Mikasa asintió dándole la razón –Quizás anda de putas en Shinganshina.

–¡Por Dios, Jean! Hemos hablado de tu lenguaje de taberna y cómo no lo quiero en mi casa. En serio, es mejor que no se te ocurra hablar así delante de mis padres. Sobre todo porque ahora compartimos habitación estando bajo el mismo techo. Papá no lo aprueba para nada.

–Yo tampoco lo aprobaría si tuviese una hija –le dio un toque juguetón en la nariz –Por lo mismo, iré a la habitación, tomaré un par de colchas y me vendré de regreso a la sala.

–¿Ah? Vienes saliendo del hospital, sin haber terminado tu terapia, ¿y crees que voy a permitir que duermas en el sillón solo porque a mi padre se le puso entre ceja y ceja que no quiere que durmamos juntos hasta que nos casemos? En ese caso, tú duermes en la habitación y yo duermo en el sofá dado que Taki se encerró en la habitación por dentro... niño malcriado –masculló.

–Bueno, voy a reconocer que ese muchachito nos puso en un aprieto –respondió animado –Porque si otras fueran las circunstancias –la tomó por la cintura –Podríamos tener una noche de mimos después de tanto tiempo. Además, no sería la primera vez que compartiéramos la cama bajo el mismo techo que duermen tus padres...

–No es lo mismo cuando entonces no te daba pelota –aclaró, Jean la miraba con una sonrisa pícara –Siempre fue tu plan, ¿cierto? Que huyera a la madrugada a la habitación con Taki.

–Pero qué mala imagen tienes de mí, cariño. Jamás hubiese siquiera cruzado por mi mente esa posibilidad.

–Y tú eres pésimo mintiendo, sargento –respondió zafándose de su agarre y le extendió una mano –Vamos a la cama. Bajaré antes que mis padres despierten. Creo que nos merecemos un tiempo para nosotros, después de tanto. He extrañado esos momentos... pero vendrán muchos de ellos, ¿verdad?

–Así es.

Subieron las escaleras cuidado de no hacer demasiado ruido. Mikasa fue por su camisa de dormir y se encerró en el baño. Se cambió rápidamente y procuró darse una última mirada al espejo. Soltó su cabello y lo cepilló con cuidado. Examinó su reflejo con una nerviosa sonrisa. Se sentía tonta que se sintiera nerviosa con algo que hasta un par de meses fue tan natural. No era la presencia de sus padres lo que la hacía sentirse ansiosa, sino que había pasado tanto tiempo. Siempre rodeados de personas en el hospital, el estado de Jean, todo había sido un impedimento para estar a solas y tranquilos.

Salió hacia la habitación en puntas de pie evitando el crujido de las tablas del piso, cosa que no logró del todo, pero esperaba que todos estuviesen profundamente dormidos y no se dieran cuenta. Cerró la puerta del cuarto con cuidado, Jean ya estaba dentro de la cama semisentado con los brazos tras la cabeza en actitud relajada. Mikasa se metió entre las tapas y rodó sobre su costado quedándosele viendo.

–Han pasado tantas cosas en este tiempo –dijo Jean mirando al techo –Nunca pensé que podríamos volver a esta habitación así... estando yo bien –se volteó hacia ella –Eres el motivo por el que esto es posible.

Mikasa se incorporó para quedar a su altura y sin responderle, lo besó. Un simple toque que fue seguido por otro que comenzó poco a poco a volverse más intenso. Había extrañado tanto esos momentos solos, cuando podían simplemente ser, dejar cualquier pensamiento de lado y sentirse cerca, tan cerca. Por lo mismo, ella continuó besándolo dejando cualquier timidez atrás, con la experiencia que había cogido en los tiempos en que aquellos encuentros les eran posibles. Jean enredó los dedos entre los cabellos de la chica, al tiempo que ella le apoyaba las manos en el pecho con una suave caricia. Él posó una de sus manos en la cadera de Mikasa con un firme agarre haciéndola girar de costado sobre la cama y aquella mano se deslizó hacia su espalda baja atrayéndola con ansiedad hacia él. Mikasa llevó una de sus manos hasta el brazo de Jean apretándolo en respuesta, mientras entre sus labios afiebrados escapaban aceleradas respiraciones. Los mismos labios que él dirigía ahora por la mandíbula de la chica para repasar su cuello, mezclando húmedos besos con la tibieza de su espiración, lo que logró erizar momentáneamente la piel de Mikasa, quien en respuesta aprisionó con más fuerza el brazo entre sus dedos.

Aquella mano que con firmeza se mantenía en su baja espalda fue subiendo demarcando el contorno de la cadera, la cintura llegando a posicionarse por sobre las costillas. Mikasa sentía que la piel bajo su tacto ardía y no pudo evitar que un ligero suspiro escapara de su boca. Suspiro que fue acallado cuando sus labios fueron atrapados con vehemencia por aquella boca que liberaba su cuello. Ella estaba completamente sumida a las reacciones naturales de su cuerpo ante aquel contacto. Sus manos se aferraron a la tela de la camisa de su compañero tratando de mantenerlo tan cerca como pudiese y, en esa acción también pasó una pierna por sobre la de él, lo que logró que él pasara a atraparle el muslo con firmeza a apegarla aún más. Sus dedos se enredaban en la tela de la camisola que cubría su pierna mientras la acariciaba con ansiedad, llevando el borde la tela hacia arriba.

Mikasa se sobresaltó cuando sintió aquella mano sobre la piel desnuda de su muslo, recorriéndola desde el costado hasta la parte posterior justo debajo de sus glúteos. Zona roja. Y quizás ahora entendía por qué la llamaban así. Porque aun cuando ese tacto logró distraerla por un segundo, porque era algo que jamás había vivido, deseó más de ello. Sentía como si toda ella estuviese hirviendo bajo aquellas caricias. Un sonido agudo y jadeante salió de su boca, sin que hubiese querido ni menos planeado y un segundo gemido exhaló al sentir que su camisola se descorría al tiempo que las caricias subían por su cadera hasta la cintura colándose bajo la tela. Entonces fue que la mano tomó el borde de la camisola y volvió a ordenarla perfectamente sobre su cuerpo, descansando finalmente sobre su cadera.

La chica abrió los ojos cuando sintió que era besada suavemente en la frente. La tenue luz de la lámpara de gas les permitía ver sus facciones. Sonrió aun algo embotada y subió sus manos para acariciarle el cabello, lo escuchó respirar profundo y soltar una larga espiración. Él mantenía la mano en su cadera y la acariciaba lento desde ahí hasta su espalda baja, una simple caricia que en nada aminoraba el acelerado corazón de Mikasa. Simplemente no lo pensó y volvió a besarlo con la misma intensidad que antes lo había hecho, aquella mano en su cadera se aferró nuevamente con firmeza subiendo por su costado como si ese beso hubiese encendido un fuego que parecía estarlos consumiendo. La tela era arrastrada nuevamente hacia arriba dejando sus piernas descubiertas, pero ninguna caricia se concentraba en ellas, sino que seguían subiendo por su costado hasta sentir un ligero roce, casi por error sobre su pecho. No hubo sorpresa ni nerviosismo esta vez, ni menos cuando sintió de pleno el tacto cálido sobre ese sector íntimo de su cuerpo separado de su piel solo por la tela de su camisola.

Otra zona roja era dejada de lado al tiempo que ella rodaba ligeramente para quedar con su espalda apoyada en el colchón, dejando libre acceso para sentir el calor subiendo mezclado con la humedad que era dejada en besos bajando por su cuello. Volvió a gemir, suave, totalmente extasiada de las sensaciones nuevas que la invadían. Sentía como su cuerpo se volvía independiente de su propia mente, solo pudiendo concentrarse en el calor, en el tacto, sorprendiéndose de cada ligero movimiento que por sí mismo realizaba.

Jean ya no pensaba, solo actuaba. Por instinto, por deseo, por lo que fuese pero solo actuaba. Quería sentir entre sus manos cada espacio del cuerpo de Mikasa, recorrerla completa, conocer hasta el último recoveco. Quería sentir el sabor de su piel suave, de cada trozo de piel que encontrase libre a su acceso. Estaba afiebrado, completamente ebrio. Respiraba acelerado, el corazón le golpeaba con fuerza contra el pecho. Saberla desecha por sus caricias era el placer máximo que pudiese sentir, sus gemidos le parecían lo más erótico que hubiese escuchado jamás. Era suya, completamente suya...

O no, aun no. Retiró sus manos lentamente y, tal como antes, le acomodó la ropa. Ella se lo quedó mirando expectante.

–Me pasé, perdón –fue lo único que dijo, tampoco podría decir nada más.

Mikasa parpadeó lento y lo vio tumbarse boca arriba con los labios entreabiertos. Cómo deseaba que esos labios la recorrieran completa, no solos sus manos. Pero entendía, lo entendía. Él quería hacer las cosas bien, quería esperar... aunque notaba que le costaba, y a ella también. Hoy supo lo mucho que le costaba. Ya no bastaban los mimitos ni los inocentes besos, estaba la necesidad de sentirse, de traspasar los límites, de ser y estar envueltos en el otro.

–¿Te sientes bien? –le preguntó la chica al verlo aún agitado –¿Te duele el pecho? –agregó haciendo énfasis en si su corazón se encontraba bien.

–No, estoy bien –ladeó la cabeza para verla –¿Tú?

Mikasa quiso decirle que nunca se había sentido más vida que en ese momento. Teniendo todos sus sentidos concentrados, descubriendo nuevas sensaciones. Pero simplemente asintió. Se acomodó girando sobre su costado en dirección a Jean para apegársele al costado como todas las noches. Jean sostuvo la mano de Mikasa sobre su palma estrechándola ligeramente para mover un poco el anillo en su dedo.

–¿Pasa algo? –preguntó la chica en voz baja.

–No, nada –respondió Jean dándole un ligero beso en la coronilla.

Mikasa se levantó de su posición para devolverle el beso, con sus labios como una suave caricia en la mejilla y se volteó del otro lado, acomodando la almohada. Jean giró también para quedar abrazándola por la espalda.

–Buenas noches, bonita.

–Buenas noches, cariño.

Sería difícil olvidar lo ocurrido, ni menos no volver a repetirlo, para ambos. Si el amor los unía, ahora se sumaba el imperante deseo de poder estar en completa intimidad. Jean escondió en rostro entre el cabello de la muchacha. Debería hablar con los padres de Mikasa, no podía esperar más por poder compartir cada espacio como lo deseaba, siendo marido y mujer. Como correspondía, como ella lo merecía.

La escuchó soltar un pequeño gemido al momento que se acomodaba entre sus brazos.

Tendría que hablar con sus padres mañana mismo.

.

.

Con los deshielos comenzaban ya los atisbos de la primavera, los árboles comenzaba a generar nuevos brotes, el pasto comenzaba a surgir por sobre la tierra que había dejado ya la nieve y el sol invadía con sus rayos tenues al menos unos días a la semana. Y ese día en particular, el sol brillaba desde el alba.

Mikasa rodó sobre la cama para quedar boca arriba y se estregó los ojos. Ladeó la cabeza para ver a Jean profundamente dormido. La chica se estiró en la cama y se sentó suavemente. Lo observó por un largo momento, sintiendo que finalmente toda la pesadilla había pasado. Había vuelto a ser el mismo Jean de siempre. Se encontraba de buen humor, bromista, decidido. Aun cuando la situación actual no era idílica, si bien quedaba una larga lucha... ¡Sus padres estaban en la casa y ya estaba de día y ella no había bajado a la sala!

Saltó de la cama rápidamente, se cubrió con una bata y abrió la puerta silenciosamente. Un chirrido de las bisagras logró que apretara el rostro. Se deslizó sigilosamente fuera y caminó por el pasillo tan ligero como podía para no ocasionar ruido alguno. Bajó con el mismo cuidado las escaleras y se tendió en el sillón tomando una manta que estaba sobre él y cerrando los ojos fingiéndose dormida.

Una falsa tos la hizo abrir los ojos. Frente a ella su madre le sonreía maliciosa.

–¿Y bien...? –le dijo sin quitar esa sonrisa de sus labios –¿Besa bien?

Mikasa le sonrió de regreso y soltó una risita coqueta. Recordaba cuando su madre le hizo la misma pregunta aquella noche que Jean y ella compartieron su cama en la cabaña, mucho antes que su relación se volviera romántica. Maika le hizo un gesto para que la acompañara a la cocina. Mikasa agradeció no ver ni a su padre ni a Taki allí. Iba a preguntar por ellos, pero su madre le dijo que aún dormían. Maika ya tenía todo dispuesto para desayunar. Seguro se había levantado bastante temprano, porque había bollos humeantes dentro de la panera y tazas y platos estaban listos para ser dispuestos en la mesa.

–Estoy muy contenta por ti, hija –le dijo Maika mientras ponía la tetera sobre el fuego –De verdad. Aun cuando las circunstancias parecen adversas, todo estará bien –Mikasa bajó la vista –Confía en mí, lo sé.

Mikasa asintió lento y se asomó por la puerta, volviendo luego junto a su madre. Maika lavaba unos huevos y los iba dejando sobre un plato, sin duda su madre no dejaba nada al azar.

–Ve a alistarte –le dijo su madre –Tu padre no creerá que dormías mientras yo estaba en la cocina. Tu secreto está a salvo conmigo.

Mikasa se volvió muy roja.

–No hicimos nada que no debíamos –farfulló.

Maika se volvió hacia la estufa y puso una sartén sobre ella, para preparar los huevos. Se volteó levemente los huevos.

–¿Segura? –le preguntó con un tono pícaro, Mikasa frunció los labios –Aprovecha de despertar a Jean, el desayuno estará en unos quince minutos –la chica iba a salir de la cocina –Mikasa –la aludida se volteó –Si tienes dudas siempre puedes preguntarle a tu madre.

Mikasa se la quedó mirando un instante.

–La verdad sí tengo una duda –dijo con timidez –¿Podríamos hablarlo más tarde?

Maika sonrió agradada.

–Claro que sí.

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