Quien sabe cosas

El silencio caía entre la joven pareja, interrumpido por el sonido de los cascos de los caballo y el movimiento de la diligencia. Mikasa miraba por la ventana pensando en lo que debía estar pasando ahora con su familia y el por qué no fueron sinceros con ella cuando le escribían. En esas cartas el relato era siempre positivo, cargado de buen humor, de anécdotas de la vida simple del campo. Nada que la advirtiera sobre lo que estaba ocurriendo. O, quizás, aún no habían sido notificados cuando enviaron la última carta.

Solo podía pensar en la desesperación de su padre, quien solo sabía de cultivos, que había trabajado desde niño en el campo. Era la única vida que conocía. Pensaba en su madre, en el terror que le ocasionaba salir de la chacra, en la desconfianza que tenía hacia todo y cómo la expulsión del campo significaría para ella la peor de las pesadillas. Y Taki, él era aún muy joven, pero debía sentir la presión de ayudar en algo. Si ni siquiera ella podría ayudar en algo.

Sacó la vista de la ventana para ver a Jean, quien estaba del otro lado también con la vista en la ventana. Puso su mano derecha sobre la del muchacho estrechándola suavemente.

–Perdóname –le dijo él sin mirarla, era la vergüenza y la culpa lo que se lo impedían –Me dijiste que no me metiera con Ritze, me lo advertiste –finalmente fijó su vista en ella –Me dijiste que me querías lo más lejos de ti que fuese posible y tampoco te hice caso...

–Respecto a Ritze –dijo Mikasa con voz suave –Solo cumplías con tu deber –soltó su mano para ordenarle un poco el flequillo –Puede que no te importara demasiado en un comienzo lo que pasara en Boeringa, pero a la primera irregularidad decidiste intervenir. Eso es muy tú –le sonrió ligeramente, un gesto de confort –Eres un hombre íntegro. Ni muchas advertencias te hubiesen hecho retroceder en tu determinación. No es tu culpa, no hubieses podido hacerlo de otra manera.

Jean asintió desganado y luego alzó la voz:

–¿Y lo otro?

Mikasa volvió a tomarle la mano con firmeza.

–Esa fue mi decisión –le dijo con seguridad –Si realmente no hubiese tenido un interés en ti, hubiese usado la escopeta –bromeó y luego soltó un suspiro –Lo hecho hecho está. No creas que no estoy preocupada y si me quedo en silencio es porque no puedo dejar de pensar en mi familia. Pero también sé que difícilmente podríamos haber mantenido el campo un par de años más.

–No, yo hubiese puesto todo de mi parte para que eso nunca sucediera –repuso Jean con seguridad.

–Pero en el escenario que planteas, aun cuando no te metieras en problemas con Rizte, aun cuando jamás hubiese accedido a una relación contigo... Perder el campo era inevitable –Jean la miró desbastado –Esa es la verdad. Todo Boeringa lo sabía, y nosotros también. Hasta antes de conocerte incluso entonces, solo sobrevivíamos. Tú nos diste una esperanza –hizo una pausa –Pero, si cuando dices que hubieses hecho lo que estuviera en tu poder para evitar esta situación, implica haber tenido que vivir a costa de tu generosidad... Eso solo darle la razón a tu padre.

Esas palabras salieron sin pensarlas y de inmediato Mikasa se arrepintió de decirlas. Vio el rostro de Jean tensarse.

–Dime qué fue lo que te dijo –no era una petición, era una orden.

Mikasa suspiró y dejó sus manos sobre su regazo, apretando la tela de su vestido.

–Si tu padre tomó la decisión que tomó es porque quiere sacarte de Boeringa. No es algo que desconozcas, sabes que él solo quiere que salgas del pueblo de mierda, como él lo llama.

–Qué fue lo que te dijo –insistió Jean.

–No tiene importancia –sentenció Mikasa.

–Claro que la tiene si ha decidido comprar los terrenos del camino a la montaña y expulsar específicamente a tu familia. Mi familia –corrigió –porque cuando decidí pedirte que te casaras conmigo, también quiero ser parte de tu familia.

–Sabes que te quieren de yerno –le dijo de buen humor.

–Por lo mismo –insistió Jean –Dime qué te dijo mi padre.

Mikasa dejó su semblante volverse meditabundo.

–Tu padre cree que yo soy el motivo que no quieras salir de Boeringa. Y también cree que mis padres ven en mí una salvación a las dificultades económicas.

–Te llamó prostituta, ¿verdad? –preguntó sabiendo el cómo era el trato de su padre.

–Yo creo que él piensa que alejándote de mí, cederás a regresar a casa –desvió el tema –Lo que piense de mí, lo que diga no es importante. Te insisto que Ritze ya tenía esto en mente. Las tierras del camino a la montaña no le proveen las ganancias que él quisiera. Solo encontró a alguien a quien vender lo que para él ya no le era rentable. Y quien compró consideró que un hombre con problemas en su rodilla, sin hijos que pudieran tomar el trabajo ni dinero para pagar jornaleros, debían ser desechados. Esa es la realidad.

–No, Mikasa –negó con firmeza –Este es mi padre declarándome la guerra. Atacándome donde más me doliera para hacer ver, una vez más, que soy un inútil y que no valgo nada sin su apoyo. Si cree que voy a dejar las cosas así y voy a correr a hacer su voluntad, está muy equivocado –hizo una pausa –Lo primero es poner a mis suegros y a mi pequeño cuñado a resguardo. Sé cómo actúa mi padre, y Ritze es un payaso comparado con él. Buscaré la forma de recuperar las tierras, te lo juro.

–Buscaremos la forma –respondió Mikasa tomándolo de la mano –Los dos. O los cinco si consideramos a mis padres y a Taki.

Jean asintió conforme.

–Sí, tienes razón. Taki sabe cosas.

–Más de las que debería.

No hubo un descanso al regresar a Boeringa. Jean se dirigió de inmediato al cuartel y tomó una carreta que utilizaban para cargar materiales cuando iban en ayuda de algunos campos. Mikasa dejó las valijas en la casa y se encontró con Jean en el cuartel.

–No hubo nada que pudiésemos hacer –se excusaba Haller mientras Jean colocaba los estribos a los caballos que preparaba para la carreta –Hemos tratado de dilatar la salida de los Ackerman del campo. De hecho, su hermano, el señor Maurice, intervino para darle tiempo de llegar al pueblo. Pero es un tema particular, no tenemos potestad en esos temas.

–¿No? –preguntó Jean con sorna –Claro que lo tienen. No se puede dar la orden de expulsar a inquilinos a su suerte. Sobre todo cuando son pobladores de Boeringa.

–Sargento, entiendo que es un tema personal, pero debe recordar cuáles son las restricciones que tenemos como milicia –continuó Haller –¿Acaso cree que no me importa?

Jean iba a continuar descargando su frustración contra Haller, pero la presencia de Mikasa lo detuvo.

–Sé que debes haber hecho lo que estuvo en tu poder, Haller –dijo la chica con una sonrisa que denotaba comprensión –Gracias.

–Lo siento mucho, Mikasa. De verdad. Todos lo sentimos mucho.

Jean terminó de preparar los caballos.

–Sentirlo no cambiará nada –refutó el sargento con severidad –Si quieres ayudar en algo, consigue otra carreta. Debemos sacar a los Ackerman hoy mismo de la chacra.

Haller se cuadró.

–Sí, señor.

Se retiró inmediatamente en dirección al cuartel saliendo de las caballerizas. Jean enganchó los caballos a la carreta, para luego ayudar a Mikasa a subir. Iniciaron la marcha hacia el campo de los Ackerman. Ni él ni Mikasa hablaron demasiado en el camino. No hasta visualizar la cabaña.

–Ayuda a tu madre a empacar, yo cargaré todo. Haller llegará pronto. Saldremos hoy mismo.

–¿Hacia dónde? –preguntó Mikasa.

–A casa –respondió –Luego nos sentaremos a planificar lo que haremos.

–Estás tomándote esto con demasiada premura...

–¿Premura? –exclamó Jean –Tú no conoces a mi padre. En este mismo momento debe estar buscando a algunos desgraciados sin escrúpulos que estén dispuestos a todo para asegurarse el desalojo –miró a Mikasa serio –A todo.

–¿Realmente crees a tu padre capaz de hacer algo tan vil?

–No lo sé...

Al sentir ingresar la carreta en la propiedad, Maika y Albert salieron por la puerta. Jean notó que Albert dejaba a un lado la escopeta. Claramente, las órdenes de su padre no habían sido pacíficas. Mikasa ni siquiera esperó que la carreta se detuviera, simplemente saltó fuera de ella y corrió a abrazar a sus padres. Jean, por su parte, se tomó el tiempo de detener la carreta, amarrar a los caballos junto al abrevadero y caminar lentamente al encuentro de la familia.

–Lo siento –se disculpó –No saben cuánto lo siento...

Fue Albert quien lo abrazó con fuerza, como lo haría un padre a su hijo cuando lo ve destrozado.

–No pidas disculpas por lo que hace una persona, por mucho que esté ligada a ti por sangre. No eres responsable de nada de lo que está ocurriendo –terminó el abrazo para mirarlo fijo a los ojos –No es tu culpa, hijo.

Maika se acercó a ambos hombres y le dio un par de palmaditas en la espalda a Jean.

–Veo que ya estás recuperado, eso me conforta –le dirigió una dulce sonrisa.

Mikasa alzó la voz:

–No hay tiempo que perder, debemos empacar todo lo que podamos –dijo con voz directiva –¿Dónde está Taki?

–Con los Elliot –respondió la madre –Desde hace un par de días.

Mikasa comprendió que lo hicieron por su seguridad. Ambas mujeres partieron al interior para guardar la ropa en sacos vacíos de harina. Al poco tiempo, Haller y Maurant llegaron a la chacra para ayudar a cargar las camas y un par de muebles sencillos. El señor Elliot junto con su hijo trasladaron la vaca y las gallinas hasta su propiedad, asegurando a la familia Ackerman que estarían a resguardo. Mikasa aseguró que volverá al menos por las gallinas. Ese comentario le hizo gracia a Jean, al menos ella tendría a sus benditas gallinas.

Esa misma noche, los Ackerman estaban instalados en Boeringa, en la casa que el sargento compartía con su hija y, que el mismo muchacho había dicho, ahora sería también su casa. Al menos mientras no recuperaran el campo. Al contrario de lo esperado, Maika no opuso ninguna resistencia a tener que permanecer en el pueblo, simplemente asumía que era la realidad que le tocaba vivir. Mientras que Albert se mantuvo ocupado ubicando las pertenencias en las diversas habitaciones de la casa. La habitación que se suponía que era la de Mikasa la ocuparía Taki, mientras que sus padres dormirían en la continua a esa última. Otros muebles que les pertenecían, como un par de cómodas donde guardaban sus pertenencias fueron dispuestas en las habitaciones correspondientes.

Estaban los cinco sentados a la mesa, comiendo unas improvisadas papas cocidas con un par de huevos, algo que Mikasa pudo cocinar en el poco tiempo y con las pocas provisiones que tenían dado todo el tiempo que estuvieron en Shinganshina. Taki jugaba pensativo con un trozo de papa ensartado en el tenedor y rodeando el borde del plato en completo silencio. La conversación durante la cena se centró en los meses en Shinganshina, el proceso de recuperación, en cómo se veía la ciudad y la diferencia con el pueblo... nada que hiciera énfasis en la situación que estaban viviendo. Cuando Taki fue a dormir, luego de darse un baño de tina que lo tenía fascinado, los adultos se quedaron sentados frente al fuego. Jean le ofreció una copa a Albert, quien aceptó, mientras que ambas mujeres pasaron de ello.

–Sin duda los arreglos quedaron fantásticos, querido –comentó Maika a su esposo pasando la vista por la casa –No te lo dije antes, quizás no presté demasiada atención. Y las cortinas, un lujo –se halagó a sí misma por su excelente trabajo –Lamento haber arruinado su intimidad, chicos –les dijo a la joven pareja –Pero nos instalamos en la habitación más lejana de la suya –agregó risueña.

–Jean parece estar completamente recuperado, creo que los cuidados de Mikasa durante la noche ya no son necesarios –comentó Albert reticente ante los ligeros comentarios de su esposa.

–¡Ay, por Dios, Albert! –exclamó Maika –Es su casa, son sus reglas. Nosotros solo estamos de visita mientras vemos la solución a toda esta situación.

Albert bebió un largo trago de alcohol y refunfuñó por lo bajo.

–Tiene que haber una solución –dijo Jean con convencimiento –Mi hermano mayor dijo que me comunicara con él, envié un telegrama a Trost antes de partir hasta acá. Si él tuvo la deferencia de informar a mi madre significa que no está de acuerdo con las medidas de mi padre. Pero mi prioridad es ponerlos a resguardo –miró a Albert –No compartiremos habitación con Mikasa, descuide.

Ahora fue Maika la que refunfuñó, mientras que Albert sonreía triunfante. Mikasa notó que Jean perdía la vista en el fuego en actitud pensativa, fue hasta él y colocó su mano en el hombro, él no retiró la vista de la chimenea.

–Mi madre mencionó que mi padre compró cincuenta hectáreas del camino a la montaña –se volvió hacia Albert –¿Qué terrenos considera ese espacio?

–Las tierras de Elliot, Vilken, la mitad de la parcela de los Gruen, y todos quienes viven pasado el primer giro luego de la salida por la calle larga... y la nuestra, por supuesto. Que ya sabes que es la última de esos terrenos.

–No sabía que los Gruen estaban dispuestos a vender –se sorprendió el sargento.

–Los Gruen vendieron a Ritze antes del invierno, quizás por eso no te encontrabas al tanto de ello. Lo supe por Elliot. Sus hijos se han casado y viven en las ciudades amuralladas. Ninguno de ellos tiene interés en el campo ni menos en seguir lidiando con los impuestos. Solo conservaron la casa principal en el pueblo y un par de hectáreas de las más productivas que arrendarán a Moller.

Jean guardó silencio volviendo nuevamente la vista al fuego.

–Tu padre es dueño de la mitad de Boeringa, Jean.

El sargento asintió lentamente. ¿Qué diablos estaba haciendo Ritze? Si Ritze era el dueño de tres cuartos de las tierras productivas del pueblo, una vez adquiridas las propiedades de Gruen... ¿por qué vendería la mitad del pueblo dejándolo en desventaja?

–No entiendo –murmuró el muchacho pasando la vista por la familia –¿Por qué vende sus tierras? Se sabe que hay poca producción, pero basta invertir un poco en ellas para que puedan volver a serlo.

–Quizás lo hubiese hecho si Robensen siguiera vivo y ocultara sus negocios irregulares. Pero, mientras estuviste en Shinganshina, un agente de la Corona estuvo cotejando los impuestos y la contabilidad de los diferentes terratenientes del pueblo. No solo acá, también en los poblados cercanos. Dicen que también en otros poblados de los muros. Ritze ya quería vender algunas tierras, vender más de la mitad de su patrimonio solo es una forma de salvarse.

–No puedo creer que no tuve idea de esto, nadie me informó de nada –exclamó Jean con molestia.

Maika le sonrió amistosa.

–Nadie quería interrumpir tu recuperación –excusó la ausencia de información relevante –Se nos dio la orden expresa del cuartel de evitar relatar los asuntos del pueblo a ti o a Mikasa. No era por esconderte nada, pero nadie quería que noticias como ésta pudiesen afectar tu corazón.

–Me afectan el ego –respondió poniéndose de pie para recargar el vaso –Se supone que soy el sargento de este pueblo y cuando todo se desmadra estoy moribundo. Menudo intento de policía militar resulté –refunfuñó mientras servía licor en el vaso –Y ahora mi padre es el dueño de la mitad de este pueblo...

Calló de pronto y los Ackerman lo miraban intrigados luego de escuchar sus descargos.

–Si Ritze ya no tiene mayor poder en Boeringa, significa que ya no es un problema –retomó Jean –La intervención de la Corona lo mantendrá a raya y, seguramente, se remitirá a invertir en los campos de mayor producción. Su figura de alcalde perderá fuerza y no pasará a ser más que decorativa.

Albert bebió de su copa, Maika miró a Mikasa quien se alzó de hombros.

–Lo hizo a propósito... –masculló Jean más para sí que para los Ackerman –Esta es otra de sus tantas formas de humillarme, el muy cabrón –miró finalmente a la familia –Como el pequeño Jean no puede con el alcalde, quitémoslo del medio para que el pequeño Jean pueda jugar a ser el sargento de un pueblo donde el mangánimo señor Kirstein sea la figura económica más importante –hizo una voz de remedo –Y para que el pequeño Jean se dé cuenta de quién manda, saquemos a la familia de su novia –hizo una pausa –Todos, absolutamente todos somos solo piezas en el tablero del juego en el que Dieter Kirstein siempre gana.

Los padres de Mikasa sintieron compasión de la situación. Aun cuando el tono en el que Jean lo decía era similar a la de una queja adolescente, no dejaba de tener un trasfondo cierto. Su padre simplemente estaba jugando con él y arrastraba a todos los que le estorbaban por el camino. Un hombre ambicioso, pero que ambicionaba más el control que el dinero.

Unas pisadas se escucharon escalera abajo y Taki caminó hasta ellos restregándose los ojos. Soltó un bostezo y se estiró. Traía el pelo desordenado y la camisa de dormir le quedaba enorme, dándole un aspecto adorablemente desgarbado.

–Si quieres ganarle a tu padre, primero tienes que casarte con Mikasa. Todos saben que tu padre compró las tierras y saben que por su culpa no podremos vivir más en ellas. También todos saben que ustedes se aman, por lo que eso te convierte en el bueno y a él en el malvado padre monstruoso –volvió a bostezar mientras los adultos lo escuchaban con atención –Después tienes que comprar las tierras de Gruen, las que va a rentarle a Moller. Moller no va a poder con esas tierras sin tener que invertir demasiado en trabajadores, con la baja producción que tendremos este año con las lluvias prematuras, no querrá arriesgarse. Teniendo esas tierras, puedes dejarnos de inquilinos, eso te convertirá en el príncipe encantador de Boeringa –lo decía en serio –Tu padre puede tener muchas tierras y dinero, pero tú tienes al pueblo de tu parte.

Todos se lo quedaron mirando boquiabiertos. Parecía un plan perfecto.

–¿Me puedes explicar por qué siempre sabes cosas? –preguntó Mikasa algo exasperada.

–No se me ocurrió a mí –se excusó el pequeño –Escuché al señor Elliot y sus amigos la noche anterior mientras conversaban.

–¿Cuáles amigos? –preguntó Albert con curiosidad.

–Todos sus amigos, los más de veinte inquilinos de los terrenos que compró el papá de Jean –dejó caer con simpleza –Y nombraron a varios más que no pudieron llegar –agregó como un sabiondo. –Tu papá no les cae bien, pero tú les agradas –le dijo al sargento –Aunque dicen que eres un estirado que pareciera que tuvieras un palo en el...

–¡Taki! –exclamó Mikasa.

–Pero si tú también decías eso de Jean...

–¡Que te calles!

Mientras Mikasa comenzaba a perseguir a Taki escaleras arriba para tirarle la oreja y Maika trataba de ir a separarlos, Albert se acercó al sargento para rellenar su vaso de licor.

–No son los terrenos más productivos, ni los que se encuentran más poblados, ni tampoco los que tienen mayor cantidad de inquilinos ni trabajadores –comentó Albert –Pero nadie quiere que afuerinos comiencen a hacer cambios al status quo de este pueblo. Ellos no son tan diferentes a nosotros. No nos gusta lo que desconocemos. Y puede que mi familia sea la paria de Boeringa, pero somos parte de la historia de estas tierras y en este pueblo solo tenemos un enemigo real... quien venga a amenazar a cualquiera de nosotros.

–Puedo entender que quizás hay cierta parte de campesinos que comienzan a revolver las aguas frente a una amenaza...

–Esto no es de ahora, Jean. Eso lleva tiempo gestándose, desde antes que llegaras. Y son muchos más de los que piensas, más de los que Taki vio en la reunión en casa de Elliot. Ritze se ha apartado prudentemente del camino y tu padre en su soberbia acaba de desatar una revolución –chocó ligeramente su vaso contra el de Jean –Y decías que te habías perdido de la acción... llegaste justo a tiempo. A tu salud, muchacho –bebió un trago.

Y mientras Jean se preguntaba en qué momento ocurrieron todos esos movimientos bajo su nariz, en la planta de arriba se escuchaba un portazo, una risa juguetona y un par de maldiciones. Albert se alzó de hombros. Así eran sus hijos cuando se peleaban, seguramente Maika estaba tratando de hacer de árbitro en ese encuentro de titanes.

–Me temo que Taki se ha encerrado en el cuarto –dijo Albert mirando hacia la escalera –Muy conveniente... –murmuró y volvió a beber de su vaso. Jean se lo quedó mirando con curiosidad –Me iré a dormir, ya es tarde –dejó el vaso sobre la mesa y le dio un par de palmadas en la espalda –Buenas noches, muchacho.

Jean vio al señor Ackerman subir escaleras arriba mientras volvía a escuchar a Mikasa reclamar que su hermanito se había encerrado en la habitación y que no la dejaba entrar.

–¿Dónde se supone que duerma yo ahora? –la escuchaba.

–Con tu marido –era Maika toda risueña –¿Cierto, Bertie?

–A mí no me metan en esto, de los ignorantes es el reino de los cielos...

Jean volvió a beber de su vaso sin retirar la vista de la escalera. Taki sabe cosas, muchas cosas.

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