Normalizar


Aun cuando en invierno los días eran más cortos, no importaba si aún estaba oscuro, Mikasa tenía un muy puntual reloj biológico. A las seis de la mañana su sueño se volvía tan ligero que bastaba un mínimo sonido o movimiento para despertarla del todo. Pero no fue ni un sonido, ni un movimiento lo que inició esa mañana. Fue, más bien, una sensación cálida contra su coronilla, una sensación que iba y venía cadenciosa.

Había pasado un par de días desde la visita del doctor Steiner y diez días desde que Jean cayó enfermo. Diez días que parecían una eternidad. Estaba exhausta por esos días sin dormir de los que aun no se recuperaba, pero también exhausta por la preocupación. A veces deseaba poder quedarse durmiendo más tiempo para poder compensar su cansancio. Quizás cuando Jean ya pudiese valerse por sí mismo, podría darse vacaciones y aprovecharse de él para que la sirviera. Sí, sería una buena paga.

Y hablando de valerse por sí mismo, Jean aun necesitaba asistencia en cosas tan sencillas como siquiera salir de la cama. Benson lo bromeaba con que parecía un anciano, Mikasa evitaba ese tipo de comentarios, sabía que no le hacían nada bien. Ella intentaba normalizarlo todo. Por Jean y también por ella.

Abrió los ojos con pereza, hubiese querido quedarse más tiempo solo dormitando, pero la temperatura comenzaba a bajar, indicando que el fuego de la chimenea se había apagado.

Trató de normalizarlo todo y, en ello, cayó en una rutina que poco tenía de normal. Tenía que reconocerlo. No, no era que levantarse a encender el fuego, llevar una casa, ir de compras y todo aquello se alejara de la norma. Lo que sí lo hacía era haber vuelto una costumbre en la última semana compartir la cama.

Todo comenzó aquel día que se durmió rogando que su corazón no dejara de latir. Al día siguiente lo dio por obvio porque no iba a dejarlo un segundo solo en caso que volviera a subir la fiebre. Tampoco se marchó a la habitación del frente al día consecutivo cuando Benson y Maurant trajeron una cama del cuartel. Porque Jean podía necesitarla y no iba a estar gritándola. ¿Qué pasaría si ella no despertara por su cansancio acumulado?

No era solo su responsabilidad, Jean no hizo reparo alguno. Con extraña normalidad le había dicho que no le complicaba compartir la cama, que no sería la primera vez y que si eso la dejaba tranquila, por él estaba bien. Y así había pasado una semana.

Se incorporó con cuidado de no despertarlo al moverse ya que tenía la nariz enterrada en su cabellera. Claramente sí la sintió moverse y se giró ligeramente para quedar con el rostro hacia la ventana. La sintió moverse, pero no despertó. Se lo quedó mirando un momento pensando en si debería cambiarse de habitación cuando Jean ya no la requiera para cosas sencillas y pudiera apañárselas por sí mismo. Pensando en si quería realmente cambiarse de habitación. Soltó un suspiro.

Podría dar varios motivos lógicos y no tanto para quedarse allí aun como que eventualmente Jean volviera a caer enfermo, o que empeorara, o que hiciera demasiado frío, o que una tormenta golpeara demasiado fuerte contra la ventana de la otra habitación, o que no estaba acostumbrada a dormir sola... Excusas que se creaba solo para no aceptar que le gustaba que él fuese lo último que viera antes de dormir y lo primero al despertar. Aun cuando estuviese desaliñado o hubiese roncado la noche entera. Aunque no roncaba en realidad, solo lo hizo un par de días por la congestión que traía por la peste. Luego era silencioso como un niño.

Bueno, si a Jean le molestara que durmiera junto a él, ya de lo hubiese dicho y la hubiese mandado a dormir a la otra habitación. Pero eso no había ocurrido. Tampoco había intentado algún acercamiento de interés por aprovechar la instancia. Nada. Para él parecía normal y totalmente carente de algún significado más profundo.

Se puso de pie y se puso otro par de calcetas que había dejado a los pies de la cama. Se echó encima de su camisola de dormir una manta y se levantó de la cama.

–¿A dónde vas? –lo escuchó en un murmullo algo ronco.

A pesar de la oscuridad podía adivinar que la miraba.

–A avivar el fuego, está frío.

Lo escuchó girarse completamente hacia la ventana para acomodarse y retomar el sueño.

–No te quedes luego en la cocina, vuelve a la cama –le dijo y lo escuchó acomodar las colchas –Es muy temprano.

Así comenzaba la jornada. Primero pasaría al baño, bajaría a la sala, tiraría un par de leños y se quedaría allí a asegurarse que encendieran. Bebería un vaso de agua que estaría muy fría, volvería a subir y le preguntaría si necesitaba algo.

Le sorprendió verlo a mitad de pasillo camino a la habitación.

–Te he dicho que no intentes levantarte si no estoy –lo reprendió tendiéndole una mano –Pudiste caerte.

Jean aceptó el apoyo y se recargó en ella. Al menos había podido llegar hasta el baño y salir de él airoso y digno. Era lo más lejos que había podido llegar solo luego de la visita del doctor Steiner. Mikasa lo ayudó hasta que pudo sentarse nuevamente en la cama. Normalmente solo se metería de regreso entre las sábanas, pero se quedó sentado en actitud derrotada. Mikasa se sentó junto a él y le acarició la espalda.

–No te exijas, ¿si? Sé un buen paciente. El doctor dijo que sería un proceso lento, pero que te recuperarías.

–¿Y si no es así? –preguntó en un murmullo.

–Solo han pasado un par de días, Jean. No seas ansioso –le dijo pasándole suavemente una mano por el cabello –Te aseguro que cuando comiencen a derretirse las nieves ya estarás del todo bien –Jean guardaba silencio –Anda, métete a la cama. El frío no te hará mejor.

Mikasa se puso de pie para que él pudiese acomodarse. Hasta que no estuvo nuevamente recostado no se retiró de su lado. Le ordenó las colchas solo por consentirlo un poco y regresó de su lado de la cama para meterse a dormitar un poco.

–No creas que no te entiendo –murmuró –Cuando papá se accidentó pensaba muchas cosas y estaba preocupado de no poder volver a caminar correctamente. Pero ya ves que se recuperó, solo era cuestión de paciencia.

Jean guardó silencio un momento.

–¿Qué pasará si no mejoro?

–Solo han pasado un par de días. Por favor, ten paciencia. Tienes todo el invierno y si tardas más que el invierno eso no es problema. Ninguno de los dos va a ir más lejos que Boeringa –sonrió aunque él no pudiese verla, el tono de su voz transmitía esa sonrisa de todos modos –No te desesperes. Vas a mejorar y no importa el tiempo que tardes, estaré contigo el tiempo que sea. Aun si pasa el invierno, la primavera... si tienen que pasar todas las estaciones, no me moveré de aquí.

–No tienes que hacer esto. Cuando el camino a la montaña vuelva a estar transitable tienes que volver a casa. Puedo contratar a alguien.

–¿Crees que dejaré que alguien se meta en esta casa y tenga que soportarte? Es demasiado castigo para cualquiera –bromeó.

Lo escuchó soltar una pequeña risa, pero era una cargada de desánimo. Entendió en ese momento porqué Jean no le había dicho que se fuera a otra habitación. No era por comodidad ni porque la necesitara en caso de urgencia. Era porque se sentía devastado y solo. Entonces hizo lo que cualquiera hubiese hecho. Se le apegó y lo abrazó.

–Vas a estar bien, te lo prometo –susurró con el rostro escondido en la curva de su cuello –Vuelve a dormir.

Fue así como eliminar la distancia al dormir se normalizó. Si antes dormía cada uno dándose las espaldas, ahora ella buscaba abrazarlo cada noche. Se sentía calientito y agradable. Así ella tampoco se sentía sola. No acostumbraba tener tanto espacio para dormir si Taki y ella compartieron la cama desde que tenía poco más de un año y salió de la cama de sus padres. De eso seis años.

Tras una semana, los dolores en sus rodillas comenzaron a ceder y ya no estaban tan rígidas como al inicio. Benson subió dos de las poltronas de la sala hasta la habitación de junto, también una pequeña mesa y día a día traía algo de trabajo administrativo. Eso mantenía a Jean más concentrado en algo que no fuese su lenta recuperación.

–Desocupa la mesa que traeré la cena –informó Mikasa desde la puerta para luego escucharla bajar por las escaleras.

Jean miró a Benson, quien esa tarde al salir del cuartel pasó a visitarlo como cada tarde. Era una presencia común en casa a la hora de la cena. Mikasa decía que era porque se sentía solo en el cuartel sin Jean.

–Toma –Jean le entregó un documento firmado, Benson lo guardó en una carpeta –No le comentes una palabra sobre esto.

–Ya te lo dije, será nuestro secreto –afirmó con seguridad –Pero creo que exageras. Te recuperarás.

–Si no lo hago y ocurre cualquier cosa, eso la asegura –indicó a la carpeta –A cualquiera otra persona le parecería una miseria de dinero, pero es una miseria que recibirá toda la vida.

Benson asintió. Dejó la carpeta a un lado justo cuando Mikasa ingresaba a la habitación y dejó la bandeja con ambos platos en ella.

–Ya cené –dijo Mikasa –Quiero terminar algunas cosas abajo.

No le molestaba cenar sola. De hecho, quería darle un espacio a Jean de hablar cosas de hombres con Benson. Era alguien a quien Jean consideraba su amigo, podían hablar del ejército, del cuartel, de lo que lo distrajera un poco. Había notado que le hacía bien. También cuando Maurant pasaba de cuando en vez. Haller iba una vez por semana para ayudarla a mantener los pisos de madera bien encerados y a correr los muebles para limpiar bien bajo ellos. Hasse no se había vuelto a aparecer desde que ayudó a bajar la fiebre. Mejor, su esposa era una chismosa. Aun recordaba cuando echó a correr en el pueblo el rumor que Taki era su hijo, que se había embarazado de un afuerino. Si la señora Elliot no se hubiese enterado, ella menos. ¡Había que ver cuánta gente ociosa existía en ese pueblo! Su padre quería ir a decirle sus verdades, pero fue su madre quien lo detuvo. No había necesidad. Seguirían hablando de todos modos, siempre hablarían de ellos y las palabras de su padre solo atizarían más el fuego.

Cuando Benson se hubiese marchado y Jean estuviera ya acostado, Mikasa se dio un tiempo para su nuevo pasatiempo favorito: los baños de tina con agua caliente. Un lujo que ahora podía permitirse. Le gustaba quedarse ahí hasta que los dedos se le arrugaban y el agua comenzaba a enfriarse. Luego se pondría su camisola, bajaría frente al fuego para secar su cabello mientras hacía alguna labor o leer algo. Luego volvería a subir.

–Las calderas son el mejor invento que pudo crearse –dijo sentada de su lado de la cama ya vestida para dormir –Eso y el champú. Hace lucir mi cabello tan bonito –dijo con una enorme sonrisa.

Tanto en Trost como en la capital, las mujeres prestaban especial atención a su cabello. Lo limpiaban y aromatizaban, lo peinaban en elegantes recogidos. Él se lavaba el pelo con la misma barra de jabón del cuerpo, pero cuando Mikasa le mencionó la novedad que había llegado a la tienda de Testart, se tentó de comprar una botella solo para probarlo.

–Tu cabello siempre me ha parecido bonito –comentó Jean sacando la vista del libro que leía –Pero me gustó ese champú. Es costoso, pero vale la pena. Huele mejor que el jabón. Siento que toda la cabeza me huele a fresco. ¿Tendrá menta o algo así?

Mikasa se llevó la punta de su cabello a la nariz. Luego se le acercó y le olisqueó el pelo como si fuese un pequeño cachorro.

–Hueles a que necesitas un baño –lo bromeó. Jean la miró de reojo –Mañana me dices a Benson que te ayude.

–Puedo hacerlo solo –respondió Jean.

–Sé que puedes refregarte solo, ¿pero entrar y salir de la tina? –preguntó insidiosa. Jean la ignoró –Si tienes vergüenza de seguir recibiendo asistencia de Benson, ya te dije que no tengo problema en ayudarte.

Jean la miró serio.

–No.

Mikasa se alzó de hombros sin darle importancia.

–Ya te vi las nalguitas de bebé –continuó picándolo.

–Humillante, pero no es lo mismo. Hay límites, aun entre amigos. Sobre todo cuando no son del mismo género. ¿O acaso viste alguna vez a Eren desnudo?

Mikasa frunció el ceño.

–¿Por qué preguntas eso? Eren no se enfermó de peste ni tuve que cuidar de él. Y no entiendo porqué sacas a Eren en esta conversación.

–Porque es tu amigo más querido, ¿no?

–Era mi único amigo y nunca lo vi siquiera sin pantalones si ese es tu problema.

–No podría importarme menos –dijo Jean sin siquiera mirarla.

–Eres bien insoportable cuando quieres serlo –se volteó para darle la espalda y se cubrió con las frazadas hasta las orejas –Buenas noches.

–Buenas noches –respondió de mala gana, dándole la espalda y apagó la lámpara de aceite.

Ninguno dormía realmente ni podía hacerlo tampoco. Mikasa estaba molesta por cómo Jean sacó el tema de Eren de la nada, Jean se culpaba por haber reaccionado mal. Pero ya estaba atravesado con el tema y solo salió como un vómito que no pudo detener. Mikasa no había tocado el tema de Eren en todo este tiempo, no había razón de sacarlo a relucir. Pero Jean no estaba del mejor humor, llevaba semanas sin ver grandes mejorías, estaba frustrado consigo mismo, aburrido de tener que estar siendo asistido como si fuese un anciano y temía quedarse así toda la vida. Le dolía el ego, además de las rodillas, claramente. Sin embargo, no estuvo bien, y lo reconocía.

–Mikasa... –dijo en voz baja.

–¿Mm?

Ambos se giraron para quedar frente.

–Lo siento –continuó Jean –No estoy de buen humor. No mereces que me descargue contigo. De verdad que te agradezco el que estés aquí y que hayas decidido quedarte en lugar de regresar con tu familia. Ahora podría estar con ellos y no aquí teniendo que soportar mi mal humor.

–No todo es color de rosa, lo entiendo. No soy una niña. Sé que estás frustrado y asustado, lo entiendo. Pero te lo dije antes y lo vuelvo a repetir. Si tengo que quedarme aquí después del invierno, lo haré –hizo una pausa –Y te disculpo. Para que luego no le digas al doctor Steiner que tienes una mala esposa –soltó una risita, lo escuchó reír –Jean...

–¿Mm?

–Ya que sacaste el tema de Eren –retomó la chica –Lamento haberte hecho sentir mal cuando vino de visita. Realmente lo siento –Jean iba a decir algo, pero Mikasa continuó –Mamá me regañó bien feo, que lo sepas. Agradezco que me lo dijera, porque yo misma no lo supe ver. No quería que pasara todo un invierno sin disculparme contigo y que pensaras que no me importas, porque sí me importas. Mucho –hizo una pausa –Mamá me dijo que las relaciones se cuidan como se cuida la huerta. Si no cuidas de ella, se marchita.

–Es una buena analogía –afirmó Jean.

–Lo es –afirmó Mikasa –Así decidí venir a decírtelo antes que la tormenta se desatara. Y bueno, el resto de la historia ya la conoces.

–Fuiste muy imprudente, la nieve pudo pillarte en medio camino hacia el pueblo, o hacerlo de regreso.

–Pero era necesario. No quería que te quedaras con la idea equivocada. Así que, para redondear la idea, siento haber dicho que no me importaban las cortinas, porque creo que se ven muy bien –Jean soltó una ligera carcajada –Siento haber dicho que Eren podía llegar solo a casa, porque seguro tú también querías pasar tiempo con él –Jean no respondió pero caviló –Y lamento haber negado que tuvimos una cita. Porque el día del festival de otoño tuvimos una cita y eso los dos lo sabemos. Pero ese Taki siempre habla de más y me dio algo de vergüenza que luego Eren se burlara y luego lo hicieran todos, porque sabe cómo es mi familia cuando quiere molestar.

Jean guardó silencio un momento.

–Bueno, él me lo preguntó al día siguiente –le dijo con total naturalidad.

Mikasa se volvió roja, pero nadie podría notarlo en la oscuridad.

–¿Y qué le dijiste?

–Lo mismo que tú.

–Ah –dejó escapar solo dándose por enterada –Jean...

–¿Sí?

–Creo que si estás repuesto para el festival de primavera podríamos tener otra cita. Eso si quieres...

–Claro, me parece una buena idea –respondió él con una sonrisa que Mikasa no pudo ver.

Mikasa suspiró largo.

–Me quité un peso de encima –confesó al tiempo que se le apegaba y lo rodeaba con un brazo –Buenas noches, Jean –murmuró acomodándose.

Jean la rodeó por los hombros y apegó la mejilla contra la coronilla de Mikasa. A pesar del carácter de la chica, de lo muy despierta e ingeniosa, parecía no entender ciertos códigos que cualquier muchacha de ciudad sí haría. Su primera impresión de ella fue acertada, era inocente. Recordó las palabras de Benson, Mikasa era como una niña cuando se trataba de relacionarse con el resto. Si estuviese en la ciudad, las cosas serían diferentes, salir con una chica era diferente, tenía otra connotación bastante diferente a la que tenía Mikasa. Quizás podía culpar a los libros que ella leía, libros donde los hombres tenían honrados sentimientos por la mujer a quien cortejaban. Pero también entendía la posición en que ambos estaban. No la posición física del momento actual, no era eso. Era el hecho que ahora compartían el mismo espacio y que no podía volver todo incómodo. Si le explicaba a Mikasa lo que significaba e implicaba salir con alguien, podía hacerla sentirse presionada a algo para lo que, al parecer, no estaba lista ni siquiera visualizaba.

–Buenas noches, Mikasa.

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