La última palabra

Nota de autora: ¡Muchas gracias por todas las lecturas y comentarios en el capítulo anterior. Después de tanto tiempo sin actualizar, me sorprendieron gratamente. Me alegro mucho que les guste la historia, tanto como a mí me gusta escribirla.

Para este capítulo les comento que lo escribí escuchando en loop Somewhere only we know en la versión de Lily Allen. Si pueden escucharla mientras leen creo que les transportará un poco a la escena.

Espero que disfruten el capítulo.

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El sol estaba alto en el cielo, ya de la tormenta no quedaba más que el recuerdo y la tierra algo húmeda, pero trabajable perfectamente. Jean repasaba los antiguos surcos con bastante facilidad, Mikasa tras de él junto con Taki cargaban unas bolsas cruzadas donde estaban las semillas que lanzaban sobre los surcos. Aunque el menor de los Ackerman más se divertía espantando a los pajaritos que iban a hacerse de las semillas.

-¿Y bien? -preguntó Mikasa viendo a Jean a su lado que llevaba el arado.

-¿Y bien qué? -respondió sin entender la pregunta.

Mikasa tomó un puñado de semillas y la arrojó a un lado. Alzó la voz:

-¿Cómo son los inviernos en Trost? -volvió a preguntar -Dijiste que cuando sembráramos me lo contarías.

Jean continuó su labor y retiró una piedra lanzándola hacia un grupo de pájaros que esperaba semillas, los que salieron volando hasta otro lugar.

-Lluviosos -respondió Jean, Mikasa lo escuchaba con atención -Pero la vida continúa aunque el cielo se caiga a pedazos. Las calles están empedradas, se forman muchos charcos. A veces llovía tanto que las calles se convertían en ríos.

-¿Calles empedradas? ¡Eso es un lujo! -exclamó Mikasa -Como en las ilustraciones de los libros… -pensó en voz alta -¿Es cierto que las casas son muy altas?

Jean asintió y detuvo el arado.

-Hay algunos sectores donde las casas son tan altas que no puedes ver el sol -comentó -Y las calles huelen a orines. Sobre todo cerca de los muros. Desde Trost no puedes ver las montañas. Solo ves casas y más construcciones…

-No puedo imaginarme no ver las montañas todos los días -dijo Mikasa más bien reflexiva -Debes sentirte algo encerrado estando en las ciudades amuralladas.

-No cuando es la única realidad que conoces -respondió Jean retomando la marcha -Aunque debo reconocer que lo único que deseaba era marcharme de Trost.

-¡Y vaya que lo lograste! -bromeó Mikasa soltando una risa -Al menos puedes recorrer kilómetros sin ver las murallas -agregó pensativa -Eren siempre decía que vivimos como enjaulados, pero yo no lo creo, no realmente. Es cierto que existen los muros y fuera de ellos hay monstruos… -miró al cielo -Pero esos muros nos protegen y, estando aquí, hay tanto espacio que no me siento enjaulada. Realmente no lo siento.

-La libertad del ser humano es un constructo complejo -retomó Jean -¿Qué es lo que te hace realmente libre? Yo… yo creía que sería libre estando en la Capital. Lejos de mis padres, ganando mi propio dinero. Pero la verdad es que mientras no sepas realmente lo que te hace feliz, jamás serás libre.

Mikasa se lo quedó mirando. Pasó a repartir más semillas sobre la tierra.

-Lo que quiero decir -continuó Jean -Es que podemos creer desear algo, pero una vez que lo tenemos nos damos cuenta que no es suficiente. Nunca será suficiente… Quien quiere dinero, siempre querrá más. Y no se detendrá hasta tener tanto dinero que no sepa en que gastarlo… es solo un ejemplo.

Mikasa asintió pensativa. Continuaron en silencio por un momento. ¿Qué quería ella? ¿Salvo a tener una buena cosecha para primavera? Quería… quería que sus padres tuvieran buena salud, que Taki creciera para convertirse en un buen hombre. Quería que nunca faltara comida en la mesa, no pasar frío en invierno. Quería ver cada primavera los cerros plagados de flores, ver nacer terneros, ver a los pollitos tras sus mamá gallina. Quizás un bonito vestido para el festival de primavera. Ella no pedía mucho de la vida, quizás porque su vida era plena, así como estaba. Así tal cual. Porque en una vida llena de carencias, el solo satisfacer lo básico ya era felicidad.

-Tienes razón -concluyó Mikasa logrando que Jean se detuviera para prestarle atención -La libertad, la felicidad, es subjetiva.

Jean le sonrió ligero.

-Así es -afirmó -No puedes buscar fuera lo que está dentro de cada uno.

Mikasa buscó a Taki con la mirada. Estaba dichoso repartiendo semillas por el extremo del bajo. Se preguntaba si su hermanito era feliz, si continuaría siendo feliz cuando notara las injusticias de la vida, si podría seguir feliz cuando tuviese que hacerle frente a las vicisitudes de la vida. Si podría mantener el buen humor tal como lo hacían sus padres. Destacando lo que tenían por sobre lo que carecían.

-¿Por qué tus padres no querían que te unieras a la milicia? -preguntó Mikasa de pronto.

Jean se tomó un momento para responder.

-Mi papá tiene un negocio en Trost, uno que comenzó mi abuelo. Tal como a mis dos hermanos mayores, papá me preparó desde niño para eso. Pero no era lo que yo quería.

-¿Por qué? Parece sencillo, podrías haber tenido una vida tranquila. En una ciudad grande, con todas las comodidades de ella…

-Porque no quería tener a mi padre tras mi espalda toda la vida remarcándome lo perdedor que soy, que no era tan bueno como mis hermanos. Supongo que buscaba mi libertad.

Mikasa lo miró extrañada.

-¿Y preferiste seguir las órdenes de otros a las de tu padre?

-No conoces a mi padre -respondió Jean de buen humor -Hasta el instructor de la academia parecía un osito de peluche al lado de papá.

Jean retomó su trabajo y Mikasa se quedó algo más atrás. Sacó otro puñado de semillas y lo repartió por la tierra. Mientras Jean se preguntaba cuanto quedaba de su padre en él. Podía imaginar bramando en cuanto llegara su carta a casa, ese solo pensamiento logró hacerlo sonreír. Finalmente su padre había tenido razón, era tan idiota que ni para seguir órdenes de un capitán había servido. Había acabado en un pueblo lleno de gente ignorante… eso diría su padre, gente bruta que no servía sino para abastecer a las grandes ciudades. Gente que no valía la pena siquiera mirar ni preocuparse por ellos, simples animales siquiera pensantes.

Y él mismo había llegado a Boeringa con ese pensamiento. Tal vez no era diferente a ellos, quizás no necesitaba mucho más que un enorme espacio de tierra que ver cada día, saber que el día siguiente sería exactamente igual que el anterior… esperar que pasaran las estaciones, ver el mercado lleno de frutas y verduras… y fiscalizar que nadie cobrara más que lo que debería. No era que la gente del campo fuese bruta, algunos lo eran, pero tenían otras necesidades, unas en las que el dinero no es más que un factor, no una meta. Así debería ser para todos.

-Ingresar a la policía militar no es fácil -la voz de Mikasa junto a él lo sacó de sus pensamientos -La última vez que vi a Eren algo comentó de ello… que solo los mejores de cada generación podían tener un puesto en la policía. Eso quiere decir que eras de los mejores, ¿no?

Jean asintió.

-Fui el primer lugar de mi generación.

Mikasa se sorprendió. Sin duda Jean debió poner esfuerzo en ello, tiempo y sacrificio.

-Tu padre debió estar orgulloso…

-Mi padre cree que soy un idiota -retomó Jean sin rencores, simplemente era una realidad.

-¡El espantapájaros!

La voz de Taki llenó el ambiente. Albert traía un espantapájaros hacia el bajo y el niño corrió hasta su padre con entusiasmo. Jean los veía a la distancia debatir dónde sería el mejor lugar para colocarlo.

¿Era ese niño bruto por entusiasmarse por un espantapájaros acaso? Si hasta él mismo estaba embobado viendo al señor Ackerman cargarlo por el campo hasta enterrarlo firme en el centro y ver a los pájaros salir volando de súbito.

Retomó su trabajo mientras escuchaba a Taki hablar con Mikasa a la distancia. Estaba tan concentrado en sus surcos que no notó que Albert caminaba a su lado.

-Hace años que no lográbamos labrar todo el bajo.

La voz de Albert sacó a Jean de su ensimismamiento. El hombre retomó:

-Sobre el préstamo que le hiciste a Mikasa… que nos hiciste -Jean detuvo su arar -Tendrás tu dinero para antes del invierno -aseguró -Tras la siembra, ya mi rodilla está mejor, podré emplearme pronto. Jenkins necesitará alguien que lleve sus ovejas a los terrenos a pastar. Solo… dales un vistazo en mi ausencia -se volteó hacia sus hijos -Regresaré antes de las nieves.

Mikasa le había hablado de ello. Luego de las siembras, los hombres salían con los rebaños para prepararlos para el inviernos. Algunos otros se los llevaban lejos, a sectores donde el invierno no era tan crudo.

-Creo que le tengo una mejor propuesta, señor Ackerman -dijo Jean apoyándose en el arado -Necesito alguien que sepa de reparaciones y pueda vigilar a unos trabajadores. No será más de un mes, es más descansado para su rodilla y pago bien. O, más bien, paga la Corona -Albert frunció levemente el ceño -Usted es honesto y no confío en nadie más que usted para ese trabajo.

-¿De qué se trata? -preguntó Albert aun indeciso.

-Comenzaré las reparaciones de la casa de Robensen. Deberé contratar a hombres y, la verdad, no confío en dejarlos solos. Pueden hacerse de materiales o cambiar los que tengo por unos de menor calidad. No me quiero arriesgar.

-No creía que te interesara recuperar esa propiedad…

Jean caviló.

-El cuartel dispone de habitaciones, es verdad. Pero están pensadas para quienes montan guardia. No puedo pasarme todo el invierno allí. Además, es una buena propiedad. Después de las reparaciones quedará habitable y, espero, acogedora.

Albert se sonrió para luego alzar la voz:

-Siempre he dicho que el hombre construye, pero es la mujer la que hace de una casa un hogar. Digamos que solo puedo asegurarte que quede habitable.

-Me basta, para lo otro, tengo paciencia -respondió Jean.

-¿Cuánta paciencia?

-Toda la vida.

Albert volvió a sonreír y palmoteó a Jean en la espalda amistoso.

-¿Cuánto más vas a tardar Albert Ackerman? -Maika gritó desde el alto con otro espantapájaros -No te esperes que lleve este armatoste hasta allá.

Albert se alejó un par de pasos de Jean.

-De tal palo, tal astilla, muchacho -le dijo cómplice -Te enseñaré que el hombre siempre tiene la última palabra -alzó la mano hacia Maika -Sí, mi amor. Ya voy -se volteó hacia Jean y se alzó de hombros risueño.

Jean no pudo sino reírse mientras veía a Albert subir hasta Maika mientras ella le reclamaba que llevaba "horas" esperándolo cargando ese peso. Mientras Albert regresaba al bajo con el espantapájaros, Mikasa llegó hasta Jean.

-¿Y tú qué? -exclamó ella con las manos en las caderas -Si no avanzas no puedo sembrar.

-Ya, ya, mujer -respondió volviendo a ponerse en marcha -Que no pueda recobrar el aliento un momento.

-¿Recobrar el aliento? ¿Un soldado? Se supone que te entrenaron para el trabajo pesado. Ah, se me olvida que te gusta la buena vida y engordar tu trasero en la oficina.

Jean se volteó.

-Mikasa… cállate -le dijo risueño.

-¿Qué me calle? ¿Quién te crees para hacerme callar? Ah, claro, eres el sargento de Boeringa… El máximo ejecutor de la ley de la Corona…

Mientras Mikasa seguía despotricando, Jean retomaba su trabajo, la escuchaba, pero no caería en sus discusiones. Había aprendido que era mejor obedecerla que rebatirle palabra. Eran, sin dudas, las mejores órdenes que había recibido en su vida. Tal vez porque su voz era tan bonita aun cuando estuviera molesta, o porque le causaba gracia que una cosita que parecía tan frágil tuviese tamaños cojones, o porque estaba perdidamente enamorado de ella y lo había hecho perder la cordura.

-¿Me estas escuchando? -exclamó Mikasa al final de su discurso al notar que Jean solo guardaba silencio mientras labraba.

Jean la miró. Mikasa se cruzó de brazos.

-Sí, mi amor -le dijo con una sonrisa pícara.

Mikasa se volvió muy roja y se agachó rápidamente a coger un puñado de tierra que se lo tiró al cuerpo.

-¡Eres insoportable!

Se marchó a zancadas hacia un extremo ya labrado y sin sembrar. Jean se alzó de hombros y se sacudió la tierra. Albert terminaba de colocar el segundo espantapájaros. Taki pasaba por cada zanja cubriendo las semillas con tierra usando la punta de sus botines. Al cabo de una hora Maika anunció que el almuerzo estaba listo. Entonces Jean se tomó un descanso para comer su sandwich bajo el árbol a un costado del bajo. Quizás se tardó más de lo necesario, porque al cabo de un momento en que se sacudía las migajas le llevó una manzana directo al pecho.

En completo silencio, Mikasa se sentó a su lado con su propia fruta dándole una mascada. Jean hizo lo propio con la mirada perdida en el campo. No podía creer que casi estuviese listo. Cuando llegó allí solo lo hizo con la actitud, pero no creía tener el tiempo suficiente. Ver que solo faltaran un par de días de trabajo lo hacía sentir orgulloso.

-La primera vez que papá se fue con los rebaños de Jenkins yo tenía diecisiete años -dijo Mikasa con voz suave -Fueron un par de meses. Gracias a Dios no nos faltó nada ni tuvimos que ir al pueblo. A papá no le gusta que vaya… ahora no le ha quedado otra opción.

-Lo sé, me lo has comentado -respondió Jean.

-Antes el campo nos daba buenas cosechas, podíamos confiarnos. Si la cosecha no era tan buena, papá realizaba algún trabajo en el pueblo. Pero año a año se ha vuelto más difícil. Ritze aumentó su cuota para entonces, y papá debió salir. Recuerdo haberme ido a dormir intranquila cada noche. Nunca ocurrió nada de cuidado, pero sin papá en casa siempre estaba esa sensación que algo malo pudiese ocurrir.

-Al menos sabes utilizar el rifle -comentó Jean tratando de aligerar el momento, Mikasa le sonrió leve.

-Supongo que nadie me preparó para hacerle frente a la vida fuera de esta chacra. Papá nunca previó que no siempre podría hacer todo por nosotros. Siempre fuimos al pueblo en su compañía, mamá no va. Nunca.

-Lo sé.

-La primera vez que fui sola al pueblo, fue cuando pasé al cuartel. Papá se había accidentado un par de semanas antes y debía entregar unos pedidos de mamá.

Jean la miró con sorpresa. Eso explicaba en parte la primera impresión que tuvo de ella, un inocente venado.

-Papá debería partir con los rebaños de Jenkins -continuó Mikasa con un gesto de desagrado recordando a ese cerdo -Pero… dijo que trabajaría en el pueblo esta temporada -miró a Jean un momento y luego a la manzana en su mano -No sé qué fue lo que trajo a Boeringa, pero… -soltó una espiración -Pero llegaste justo a tiempo para arreglarlo todo. No solo aquí, la gente habla. Hay muchos que podrán tener cosechas decentes porque mandaste a los soldados a los campos.

-No los mandé yo, ellos fueron por su voluntad, no les restes méritos. Son buenas personas y conocen de Boeringa mejor que yo.

-Pero si no hubieses movido tu trasero de la silla como lo hacía Robensen, jamás hubieran tenido el brío de tomar cartas en el asunto -continuó Mikasa -Dijiste que tu padre decía que eras un idiota o algo así y, sí, coincido. Pero eres un idiota con un buen corazón.

-¿Algún día dejarás de creer que soy un idiota? -preguntó Jean de buen humor. No podía tomárselo de otra manera. Sabía que, más allá del insulto, Mikasa le estaba siendo honesta y eso lo agradecía.

-Lo veo poco probable -respondió con una ligera sonrisa -Pero antes de conocerte creía que toda la policía era igual. Me llevé una grata sorpresa contigo. Más allá que te hayas vuelto una especie de benefactor porque te gusto, me alegro que así haya sido.

-Sí -respondió Jean desviando la vista hacia el espantapájaros frente a él -Yo también. Sinceramente, si no te hubiera conocido, creo que seguiría siendo el mismo idiota de siempre. Has hecho de mí una mejor persona, Mikasa. Gracias.

Mikasa no se esperaba esa confesión y se puso nerviosa. Comenzó a jugar con el fin de su trenza.

-Con esto que pronto terminará la siembra y que tu padre trabajará en el pueblo, supongo que no nos veremos en un buen tiempo -dijo Jean.

-Así es -afirmó Mikasa -Quizás hasta después del invierno. Tal vez para el festival de primavera. Eso si sigues en Boeringa después del invierno.

Jean la miró de reojo. Las palabras de Benson se le vinieron a la mente de súbito.

-Estaré -dejó escapar con algo de ansiedad.

Mikasa se sorprendió nuevamente. ¿Se quedaría otra temporada?

-Estaré para primavera y para la siguiente y todas las que sigan de ella -retomó Jean -Vendré a instalarme a tu casa, sentarme a la mesa y charlar con tu familia. A intentar una y otra vez que dejes de pensar que soy un idiota.

-Suenas como uno en este preciso momento -rió Mikasa suave -Creo que no vale la pena tanto esfuerzo, ni menos que te quedes en un lugar que odias solo para hacerme cambiar de parecer.

-No te creas tanto, comienzo a verle la gracia a este pueblo -respondió Jean con una actitud algo mimada -Pero si puedo hacerte cambiar de parecer, creo que me gustaría más.

Mikasa se puso de pie y sacudió su falda.

-Bueno, la forma en que podrías comenzar, es dejar de perder el tiempo. Aun queda tierra que arar. Una vez que se comienza a sembrar no hay segundo que perder.

Para sorpresa de Jean, Mikasa le extendió la mano para ayudarlo a ponerse de pie. Jean la tomó y Mikasa jaló ligero, pero aun estando frente a frente, no soltaron sus manos de inmediato. Estaban demasiado cerca el uno de la otra. Un momento que se extendió un par de segundos en que solo se miraron a los ojos. Mikasa soltó la mano de Jean de súbito.

-A trabajar -ordenó indicando hacia el arado.

Se alejó de él hasta el espantapájaros y recogió el saco de semillas para continuar la siembra. Se mantuvo varios pasos tras de Jean, más que nada para no tener que continuar con la charla y no tener que admitirle que, a pesar de llamarlo idiota, no creía que lo fuese. Ya no.

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