Habladurías
Los días de siembra llegaron a su fin y para ello, Maika había preparado una gran cena. Albert había salido de caza y traído varias codornices. Maika había preparado pastel de manzana y la huerta había dado hortalizas para agasajarse. ¡Era como que todo se hubiese dispuesto perfectamente para ese momento!
Mikasa terminaba de confeccionar un atuendo para un quinto espantapájaros mientras que Taki y Jean jugaban a la pelota fuera de la casa. Se habían vuelto muy cercanos, casi ya lo quería más que a Mikasa, cosa que a la hermana le sacaba ronchas.
-¿Crees que podrás con todo mientras estoy en el pueblo, Maika? -preguntó Albert revisando la nota de materiales que ya habían comprado para la reparación de la casa de Robensen.
-Absolutamente, amor -respondió ella revisando el horno, un exquisito aroma invadió la pequeña estancia -Todo estará perfecto. Te esperaremos cada día con la cena. Mikasa es buena cazando y parece ser que tendremos muchas codornices -dijo con entusiasmo -Debería escabechar unos conejos. Mikasa es buena cazando conejos.
-Más conejos escabechados, más comida para el invierno -sonrió Albert -Será una buena temporada.
Pero algo en el semblante de Albert no trajo tranquilidad a Maika. Se sentó junto a él y le tomó la mano derecha. El hombre soltó una espiración larga.
-Traté de tomar el arado ayer -comentó Albert -Mi pierna no da… Si no tenemos un caballo para la siguiente siembra…
-Lo tendremos, Bertie -aseguró Maika -Lo tendremos. Cuando recibamos el pago por las cosechas compraremos uno. Y un arado a tracción. Lo haremos y todo se solucionará. Mikasa es fuerte, ella puede hacerlo. Taki pronto crecerá y podrá hacerse cargo. Yo puedo hacerlo también.
-No, Maika. No puedes arruinar tus manos. Tus bordados nos dan de comer -dijo Albert -Eres tan talentosa, tan hermosa… -ella le sonrió amplio -Siento tanto no haberte dado la vida que mereces.
Maika se sorprendió, se arrimó a su esposo y lo besó con dulzura.
-Te tengo a ti. Es más de lo que merezco. Tenemos una preciosa familia… Mi vida junto a ti es maravillosa. Te amo el mundo y más.
-Y yo a ti.
Mikasa ingresaba a la cabaña luego de estar terminando de cubrir las semillas, trabajo que Taki había abandonado para ir a jugar con Jean. No podía culparlo, era un niño. Al ver a sus padres en actitud cariñosa, no pudo sino hacer bastante ruido para hacer notar su presencia.
-Todo listo -informó la chica sentándose a la mesa tomando un papel a medio escribir -¿Falta mucho para cenar? -preguntó a su madre.
-Una media hora.
-Genial, me da tiempo para terminar mi carta.
Maika vio a Mikasa releer las líneas que escribía a Eren. Unas pocas cada día, hasta intentar completar la carta que quería enviar antes de que comenzara el mal clima. Bien sabían todos que pronto, en cosa de un par de semanas, el clima haría imposible el intercambio entre Boeringa y Shinganshina.
El ambiente siguió en silencio mientras Mikasa escribía con gran cuidado. No había mucho que contar, salvo cosas del campo. Pero Mikasa ponía todo su corazón en cada letra. ¡Le hacía tanta ilusión poder contarle a Eren sobre su vida! Y, quizás, que él cumpliera con su promesa de visitarlos.
-Mikasa…
La voz del padre hizo que la chica dejara su carta de lado por un momento.
-¿Puedo contar con tu ayuda uno de estos días? -retomó Albert -Hay algunas cosas que requieren un toque femenino en mi trabajo.
Mikasa enarcó una ceja.
-¿Quieres que te ayude a elegir un papel tapiz para la casa del sargento? -dijo displicente.
-No. Pero pensaba que necesitaría cortinas y si me ayudas con la tela, tu madre podría confeccionarlas.
Mikasa jugó con el lápiz entre sus dedos.
-¿Y eso porqué tendría que involucrarme a mí? -preguntó sin retirar su actitud -Por mí que usen tela de sacos, me da igual.
Maika se sobresaltó.
-Mikasa, es la casa de Jean. No querrás que tenga tela de sacos en sus ventanas. Busca algo lindo, tú tienes buen gusto. Una casa es hogar con un toque femenino. Tiene que sentirse a gusto.
-Bueno, pues que las elija él. Es su casa, no la mía. A mí bien me vale qué cortinas tenga mientras no me de el sol -comentó volviendo a su carta. Sus padres en completo silencio, eso era raro -¿Qué?
-Espero que el invierno te haga recapacitar -suspiró Maika -Cuando Jean deje de venir vas a extrañarlo. Y ahí querrás que algo en su casa le recuerde a ti.
-¡Pero qué cosas dices mamá! Me interesa poco y nada que me recuerde y me añore -exclamó tomando su carta -Y me voy a mi cuarto. Quiero que Jean deje mi carta en el cuartel y si me siguen distrayendo no podré contactar a Eren antes del invierno.
Se retiró y dio un portazo. Maika soltó un suspiro, Albert se alzó de hombros.
-Te dije que no estaba bien que ese chico viniera tan seguido -masculló Maika de malhumor -Te lo dije mil veces Albert. Ese chico tenía a los titanes entre ceja y ceja. No iba a elegir a Mikasa por sobre su obsesión. Pero tu dale y dale que era un buen partido porque su padre era médico. Y del padre nunca se supo nada. Desapareció y ya.
Albert soltó una espiración.
-No es fácil buscarle un marido a tu hija -se defendió Albert -Claramente el sargento no le gusta. Tendremos que abortar la misión.
-Oh, no, no y no -exclamó Maika -Mikasa se casa con él y fin del asunto. Le tengo fe al chico. Es guapo y todo amoroso -miró a Albert con amor -Me recuerda a ti. ¿Cómo no le va a gustar?
-¿Te tengo que recordar por todas las que me hiciste pasar hasta que, finalmente, reconociste que también me amabas?
-Me vino una amnesia que ni te imaginas -se excusó Maika poniéndose de pie -¿Por qué no le dices a los chicos que se aseen antes de entrar a cenar?
Albert se puso de pie, con un gesto divertido ante la actitud de Maika. Fue hasta la puerta y anunció que servirían la cena. Pocos minutos pasaron hasta que todos estuvieron sentados a la mesa con gran apetito. Mikasa ingresaba a la sala con el sobre en sus manos, uno que extendió de inmediato a Jean sentado frente a ella.
-¿Puedes enviar esta carta a Shinganshina?
Jean recibió el sobre y lo guardó en su chaqueta. Ya bastante había tardado Mikasa en responderle a Eren, casi creyó que lo había olvidado. Y, por alguna razón, quiso que así hubiese sido. ¿Por qué tenía tanta insistencia en mantener contacto con él? ¿Sería que había algo más que amistad de por medio? El solo pensar en que la primera carta tuvo respuesta en pocas semanas le daba una mala espina. ¿Y si Jaeger venía hasta Boeringa y…? ¿Sería que Mikasa y Eren…? ¡No! Ella había dicho que era solo un amigo. Ella seguro quería seguir manteniendo contacto con él por esa amistad. Además, Jaeger solo pensaba en titanes. No vendría hasta Boeringa para declararle su amor a Mikasa, formar una familia con ella y dejar la Legión. Eso no sería acorde al Eren que él conoció.
Pero… ¿no había cambiado él tanto por causa de ella? Mikasa tenía esa magia, esa capacidad de sacar lo mejor de cada persona, de querer hacer su vida junto a ella, de disfrutar de su compañía… No, eso era válido solo con él. Ese era el efecto que Mikasa tenía en él. No tenía que ser así con todos. Menos con Jaeger. Si en años no dio señales de vida, menos ahora.
La cena comenzó charlando sobre los planes a partir del día siguiente.
-Vendré temprano para la entrega del arado -informó Jean -Traeré a los hombres de Jenkins de forma de asegurarme que no haya problemas. El pago se hizo efectivo hace unos días. Pero no está demás asegurarse.
-No es necesario -dijo Albert con tranquilidad -Puedo hacer entrega del equipo. Llegaré luego de eso a la obra en la casa de Robensen.
-¿Y cómo llegarás? -preguntó Maika de súbito -¿Caminando? No te encuentras en forma para ello, Bertie.
-No se preocupe por eso, señora Ackerman -interrumpió Jean -Meredith se queda con ustedes mientras el señor Ackerman trabaje para mí. Es parte del trato.
-¿Y tú cómo pretendes llegar hasta acá sin Meredith? -preguntó Maika.
-Traigo otro caballo y ya -explicó Jean -Siempre hay un par en el cuartel -casi se sentía intimidado por esa menuda mujer.
-Entonces que mañana traiga a Meredith, el otro caballo y la gente de Jenkins -sentenció Maika.
-Momento -interrumpió Mikasa -Entiendo que papá no pueda ir a pie al pueblo, pero Jean tiene sus dos piernas buenas. Además yo voy al pueblo a pie y nada que lo cuestionas -agregó incisiva -Me parece de lo más injusto. Te preocupas por Jean y no por mí.
-Claro que me preocupo por ti, hijita. Dios sabe cómo me quedo con el corazón en la mano cada vez que partes al pueblo. Sabiendo la malicia de tanto hombre que puedes encontrarte en el camino. Hemos tenido tanta suerte que, mientras Jean ha estado trabajando en el campo, puedes ir al pueblo en su caballo.
Mikasa dejó escapar una risotada nada elegante. Su madre se pasaba. Pero Mikasa no podía saber que las preocupaciones de su madre sí eran ciertas, pero que no podía explicitarlas entonces para no contrariar a su padre. Para Mikasa no era más que ensalzarle el ego a Jean, a quien se lo veía de lo más enaltecido. ¡Cómo caía en las tretas de su madre! Pobre hombre. Para ser de ciudad, nada sabía de las manipulaciones femeninas.
-Señora Ackerman, todo estará bien. Se lo aseguro -dijo Jean con convicción, ahí iba la victoria de mamá, se dijo Mikasa -Pueden utilizar a Meredith todo lo que requieran.
Mikasa chasqueó la lengua. ¡Pobre hombre! Poco quedaba en ella la imagen inicial del un aprovechado. Las mujeres se aprovecharían de él si él no aprendía a leer la malicia en ellas. Tendría que hablar con él, darle una cátedra de cómo su madre manipulaba a su padre hasta el infinito y más allá… y cómo lo hacía con él. Estos hombres y su complejo de héroes.
-Mikasa tendrá q ir al pueblo, tiene que elegir las telas para las cortinas de la casa. Yo las confeccionaré. Y no tienes que pagarme, lo haré con gusto -informó Maika.
-¿Qué? -exclamó Mikasa.
-Por supuesto que no -siguió Jean -Yo pagaré por su trabajo -pasó la vista a Mikasa -Gracias, Mikasa. Le hará bien a la casa tener un toque femenino. Si no existiera el uniforme creo que no sabría combinar un par de calcetines.
-Es lo que yo digo -dijo Maika.
Jean parecía desconcertado.
-No creí que Mikasa debiese ir más al pueblo…
Mikasa se alzó de hombros.
-Ya ves, tengo que ir de todos modos -masculló la chica dándose por vencido -Por insistencia de mamá.
-Seguro Mikasa también quiere que tengas una casa de lo más acogedora -dijo Maika ensoñada -Tienes buen gusto, cariño. Seguro encontrarás la tela más bonita -agregó dándole un puntapié a su hija bajo la mesa con una sonrisa pícara -Además seguro quieres ver una tela bonita para el festival de la siembra. Te ayudaré con tu vestido.
Ah, el festival de la siembra. El pueblo se engalanaba cada otoño para dar término a la temporada de siembra y se reunía en la plaza. La feria estaría abierta, música por cada rincón. Una fiesta a la que los Ackerman nunca acudían por ser una época donde las finanzas no eran fuertes.
-No creía que fuésemos -dijo Albert sorprendido -Pero es una buena idea. ¿Te parece bien, Mikasa? ¿Un vestido nuevo?
-Aprovecharé de usar el de la fiesta de primavera pasada -dijo la chica tan sorprendida como su padre -Solo tiene un par de posturas. Y es muy bonito.
-Con tu padre nos pusimos de novios para el festival de siembra -suspiró Maika toda emoción -¿Te recuerdas, cariño?
-¡Cómo olvidarlo! Eras la chica más hermosa de todo el pueblo…
Mientras sus padres recordaban su historia de amor, Taki interrumpía preguntando qué cosas había de entretenidas ese día y si podía comer una manzana confitada. Así continuó la cena, hasta que una vez que cada uno comió su trozo de tarta de manzana, Jean se dispuso a regresar al cuartel.
Como ya era usual, Mikasa lo acompañó hasta Meredith.
-Gracias por lo de las telas, de verdad que no sabría cuáles son buenas para cortinas -dijo Jean estando junto a la yegua.
-Sí… -respondió Mikasa mirando hacia la cabaña y soltando una espiración -No hay problema. Después de todo, estoy en deuda contigo.
-No, Mikasa. No me debes nada. En serio -dijo Jean con seguridad -Lo he hecho de buena fe. Es en serio… No es cómo crees.
Mikasa enarcó una ceja.
-¿Y cómo es eso?
Jean desató las riendas de Meredith pensativo.
-No espero nada de regreso. Solo eso. No quiero que estés en deuda conmigo. No es eso lo que quiero.
-¿Qué quieres entonces? -preguntó Mikasa.
Jean negó suave. Ella no entendía. Se había forjado una mala fama con ella, lo entendía. Sabía que era su culpa, pero quería remediarlo.
-Solo si quieres… no es un cobro ni una obligación, no lo veas así -dijo Jean con algo de nerviosismo -Pero si quieres… ¿me acompañarías el día del festival? Solo los dos… no lo sé, dar una vuelta por el pueblo… no sé que se hace en esas fiestas, pero… ¿querrías acompañarme… ser mi pareja ese día?
Mikasa guardó silencio.
-De acuerdo -suspiró -Nos veremos allí. A mediodía.
-Genial.
Jean se subió al caballo. Mikasa lo vio marchar y luego ingresó a la cabaña. Sus padres ya se habían ido a la cama y Taki estaba en la propia con una vela encendida esperando que ella ingresara. Aun estaba despierto cuando ella entró en la habitación.
-Mamá dice que deberías casarte con Jean, pero yo no lo creo -dijo el chico mientras su hermana le daba la espalda para prepararse para entrar en la cama -Le demuestras que no te gusta y se lo haces saber. A mí me da tristeza, porque creo que él te quiere y me agrada. Pero creo que eres muy pesada con él y ningún esposo merece una esposa pesada.
Mikasa se metió en la cama y sopló la vela. La habitación quedó a oscuras.
-Puedes seguir siendo amigo de Jean si te agrada -dijo Mikasa suavemente.
-¿Por qué no te gusta? -preguntó el chico de pronto y sin anestesia.
-Porque esas cosas no se fuerzan. Yo sé lo que intenta mamá. Ella quiere que tenga una vida mejor, que no tenga que preocuparme más por las cosechas ni por si habrá de comer en la mesa. Que yo le guste a Jean fue una especie de liberación para mamá. Tengo veinte años, aun no tengo marido. Ella solo ve lo que él tiene para ofrecer. Tiene dinero y posición, si yo me casara con él, todos estaríamos bien. ¿Sabes cuánto gana Jean en el cuartel? -preguntó Mikasa y el niño negó con la cabeza -Gana tanto dinero al mes que podría mantener este campo por años y años… pero, no es lo que yo quiero…
Taki se arrimó a ella.
-¿Y qué quieres?
-Quiero… -respondió Mikasa -Quiero alguien a quien admirar. Alguien como papá. Alguien bueno, que sepa de sacrificios, de la vida dura. Que no le haga asco al trabajo, que vea mi familia como un lugar donde pertenecer, que los quiera como yo. Que tenga sueños, que… que me inspire a ser todo lo que deseo. Que siga mis sueños.
Taki asintió.
-Deberías decírselo -dijo el pequeño -Yo creo que él quiere casarse contigo.
Mikasa soltó una suave risa.
-Yo también lo creo. Pero, yo no quiero casarme con él. Yo… yo no siento que él sea la persona para mí. Es una buena persona, eso lo sé. Y es guapo y todo encantador cuando quiere -afirmó con cierto nerviosismo -Pero, cuando me sueño con una familia, no pienso en él. No con él.
-¿Sueñas con alguien más?
Mikasa se sobresaltó.
-¡Eso no te importa! -exclamó nerviosa -No lo hago con Jean y ya. Fin del asunto.
-Yo creo que sí lo haces. Pero eres muy orgullosa para admitirlo -aseguró Taki -Creo que eres hermosa, Mikasa. Eres buena y dulce. Eres muy inteligente. Que Jean sea el sargento de la ciudad y tenga mucho dinero no debería hacerte sentir mal. Somos pobres y él lo sabe. No está bien que te sientas mal por eso si a él no le importa.
-¿De dónde sacas esas cosas? No me gusta y ya.
Taki guardó silencio un momento.
-¿Te gusta alguien más?
-No. No me gusta nadie, no me gusta Jean y no voy a casarme con él.
-¿Y por qué vas a elegir sus cortinas y acompañarlo en la fiesta de siembra? ¿Es porque nos prestó el dinero? Si no te gusta, deberías decírselo.
-Ya se lo dije… -exclamó Mikasa -Supongo que ya lo entiende y quiere que seamos amigos. O no… ya ni sé. Pero tú quédate tranquilo, no me gusta y no me casaré con él por obligación. Puedo deberle todo el dinero del mundo, pero no tendrá más que mi amistad.
Taki asintió y se acomodó entre las tapas dándole la espalda.
-Espero que encuentres un buen esposo. Y también espero que Jean encuentre una buena esposa. Ojalá que cuando eso pase no te de con que era el amor de tu vida.
Mikasa frunció el ceño.
-¿Has estado leyendo mis novelas otra vez?
Taki se fingió dormido.
.
.
-¿Tiene algo para el correo, sargento?
Jean sacó la vista de unos papeles, sentado frente a su escritorio. Haller lo miró expectante. Jean abrió uno de los cajones del escritorio y sacó un sobre.
-¿Puedes enviar esta carta a Shinganshina?
Jean le entregó el sobre a Haller quien revisó la dirección y le hizo un gesto interrogante. Jean se alzó de hombros. Haller se cuadró y retiró inmediatamente.
El soldado cruzó el pasillo hasta llegar al recibidor. Guardó el sobre junto con otros en un bolso de cuero, seguido de la mirada curiosa de Hasse, quien vestía de civil, dispuesto a ir a su trabajo a uno de los campos.
-¿Otra carta a la Legión? -preguntó Hasse, Haller asintió -¿No se supone que Mikasa y el jefe…? -juntó ambos índices y los frotó con picardía -Si fuese mi novia, no me gustaría nada que se estuviese carteando con el ex -dejó caer en un murmullo.
-¿Qué dices? -exclamó con molestia -Es un amigo…
Hasse se alzó de hombros y luego se acercó cómplice a su compañero.
-Tú sabes que yo no me meto en lo que no me importa, Benedict -continuó Hasse -Pero en el pueblo la gente habla. Y qué te voy a decir a ti. Tu esposa es la reina del chisme. ¿O no te lo ha dicho?
Haller se cruzó de brazos.
-A diferencia tuya, yo no me dedico a discutir lo que sucede en el trabajo con mi esposa. A Mayra le encantan los chismes, siempre le han encantado. Por lo mismo, sé hasta qué punto llegar con ella. Y si te refieres a ese tema, es solo una habladuría.
Hasse se apoyó en el recibidor en actitud relajada.
-Ese tema no era tema hasta que nuestro jefe no se había metido en la chacra de los Ackerman. Seguro la gente lo olvidó, pero ha sido el jefe quien ha puesto los ojos de todos de regreso en los Ackerman -continuó Hasse, Haller se sentó frente al escritorio y fingió ordenar unos papeles -Benedict, tú te criaste aquí. Conoces a Mikasa desde que son niños, desde que trabajaban en los campos de Wilken. A poco no me vas a reconocer que es, por lo bajo, curioso que Bertie Ackerman haya escondido a su hija un año antes que naciera Taki. Los Nilman dicen que ese tal Eren Jaeger visitaba a los Ackerman cada año… hasta ese incidente.
-Mikasa dejó de ir a los campos mucho antes que naciera Taki. Eso lo sé bien. Teníamos trece años, Taki no nació sino un par de años después. Si Bertie tomó la decisión de sacar a Mikasa del campo de Wilken fue porque al mimado de Wilken hijo, que ya estaba bien crecidito, se le puso Mikasa entre ceja y ceja. Si yo hubiese sido Bertie hubiese tomado la misma decisión.
Hasse chasqueó la lengua.
-Como digas -bufó Hasse -Pero no deja de ser sospechoso -insistió, Haller fingió dejar de escucharlo -Años sin tener otro hijo, Mikasa ya en edad y ¡bam! Aparece un crío de la nada -hizo un gesto histriónico -Tanta insistencia con la carta… ¿no se te hace sospechoso?
Haller suspiró y se volteó hacia su compañero.
-Si las habladurías fuesen gonorrea, Phillip, ya se te hubiese caído el pito a pedazos -dijo Haller algo molesto -Deberías marcharte ya donde los Nilman y procurar que la acequia quede bien hecha antes de las siguientes lluvias.
Hasse salió de tras el mostrador y tomó su gorra del perchero. Se volvió hacia un Haller bastante pensativo.
-¿Ves? También te quedaste dándole una vuelta -le dijo Hasse desde la puerta -Los Ackerman están llenos de secretos. Nunca se te olvide, que esas mujeres son brujas.
-Ya vete de una buena vez, ocioso -exclamó Haller.
Hasse cerró la puerta del cuartel por fuera y Haller soltó un suspiro. ¿Qué diablos le pasaba a esa gente inventando cosas? ¿De dónde sacaban que Taki podía ser hijo de Mikasa? Pero si había una verdad en ello… ese Jaeger visitaba cada verano a los Ackerman, hasta… ¡no, claro que no!
La puerta volvió a abrirse. Haller se puso de pie de inmediato cuando vio al señor Ritze ingresar en el cuartel. El hombre se detuvo frente al mostrador.
-Veo que aun queda un soldado que no las hace de peón en este pueblo -dijo mordaz el hombre -¿Está Kirstein?
-Sí, señor -exclamó el soldado saliendo hacia el corredor -Le avisaré que está aquí.
Haller partió a todo lo que le daban los pies hasta la oficina del sargento, quien parecía dispuesto a salir.
-Ritze está aquí, sargento -anunció acelerado.
Jean volvió a dejar su chaqueta tras la silla y soltó una espiración.
-Que pase.
Al cabo de un minuto y, luego de los saludos de rigor, el alcalde del pueblo estuvo sentado frente al sargento.
-No pude evitar notar cierto movimiento en la casa de Robensen hace un par de días. Me preguntaba por el interés en dicha propiedad… No me malentiendas, muchacho. Es mi pueblo, tengo mi derecho en preguntar -dijo de buen humor -¿Has decidido hacer uso de ella?
Jean enarcó una ceja.
-Es lo que me corresponde al ser el sargento, ¿no?
-Por supuesto, por supuesto -respondió Ritze casual -Me temo que la última conversación que tuvimos no fue en buenos términos, en parte por mi culpa -dijo con actitud amistosa -Podrás comprender que cuando se trata de mi pueblo, puedo tener mis reticencias. Pero has hecho un buen trabajo, chico. Lo reconozco. Muchos se verán beneficiados…
-Y usted también, por supuesto -interrumpió Jean malicioso.
-No lo niego. La productividad será mejor y, con ello, podemos asegurar los impuestos y las cosechas para la Corona -insistió Ritze -Lo menos que quiero es ver hundido a este pueblo ni a sus habitantes más necesitados. Vi… me pareció ver a Bertie Ackerman en casa de Robensen. Es muy generoso darle trabajo a un pobre hombre que no podrá volver a tomar un arado. Eso solo terminará por hacerlo perder la pierna… una lástima, es un buen terreno ese.
Jean frunció el ceño. No le gustaba nada el tono falso que utilizaba Ritze. A nadie y menos a él podía importarle menos la salud de un padre de familia mientras pudiese poner a producir su tierra.
-Supongo que tu interés en la casa de Robensen significa que te quedarás más allá de lo que tenía presupuestado, muchacho -continuó Ritze -Por lo mismo, dado que ambos estamos interesados en lo mejor para este pueblo… deberíamos estar en buenos términos. ¿No crees? Trabajar juntos.
-Ni crea que voy a acceder a cobrar más de lo justo en los impuestos. De hecho, he decidido que ya no será usted quien cobre por ese trámite. Lo haré yo mismo -lo cortó Jean -Ah, y antes que se me olvide, recibí los precios estimados por cosecha para primavera -le entregó un documento -Ni una corona más. ¿Me hago entender?
Ritze repasó la lista de precios tragándose la ira. Ese crío tenía demasiadas agallas, pero poco podía hacer teniendo a un sargento de la policía militar allí. Robensen no era más que un pobre tipo, este crío tenía poder. Lo había mandando a investigar y su padre controlaba los negocios en Trost. Si hacía algo contra ese crío, los amigos de su padre en Shinganshina podrían destrozar su pequeña economía local oponiéndose a comprar nada que viniese de Boeringa. Daba gracias de no haberlo mandando a matar antes de investigar. Tenía, antes de ello, reservado el mejor árbol de la plaza para mandarlo a colgar de él.
-Me pones en problemas, muchacho -bromeó el hombre fingiendo amistad -Pero veo que solo quieres lo mejor para todos. Aprecio eso, aprecio eso… -hizo una pausa y dejó el documento sobre el escritorio -Y como muestra de mi buena voluntad y en signo de paz… acepta ir a cenar a casa. Mañana. Mi esposa cocina divino y, si no te molesta el cacareo femenino, me darías un respiro de sus temas. Si escucho hablar de un bordado más creo que me volveré loco -bromeó.
Jean repasó sus opciones. Recordó las palabras de los Ackerman, era mejor estar en paz con él.
-De acuerdo -finalizó Jean -Acepto.
Ritze le extendió la mano y Jean la estrechó. El hombre se puso de pie y se calzó su sombrero.
-Cenamos a las siete.
-Nos veremos mañana -concluyó Jean.
El hombre se retiró de su oficina con una sonrisa triunfante. Mantén a tus amigos cerca y a tus enemigos aun más cerca, se dijo Ritze. Y él… no tenía amigos en ese pueblo. Sacaría a ese crío de Boeringa a como diera lugar
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top