En quien depositar la confianza

"120 coronas por un mes. No menos"

Mikasa contó las monedas que había recibido en la tienda de empeños y se llevó la mano al pecho, donde antes bajo la ropa siempre llevaba una sencilla cadenita que sus padres le habían regalado al cumplir quince años. 30 coronas había recibido por ella, más las 30 del bordado de la señora Gruen solo tenía la mitad para pagarle a Jenkins por la renta del arado manual. Si tuviese un caballo tampoco hubiese podido rentar uno a tracción. Pero si trabajaba de sol a sol, quizás podría terminar en esas dos semanas.

Retirándose por la calle larga desvió la mirada hacia el cuartel de la policía y apretó la bolsita que cargaba. Una sensación de pesadez le invadía el pecho desde el día anterior. Vergüenza, así la reconocía. Vergüenza por haber perdido la cordura frente al sargento Kirstein. ¿En qué minuto llegó a pensar que podía esconder la carta? Bueno, era un idiota irrespetuoso sin consideración por los espacios personales y con una personalidad irritante. Pero eso era completamente diferente a ser una mala persona.

Se detuvo en una pequeña banca en la plaza y comió una manzana que había recogido en el camino de una de las ramas de un árbol que sobresalía sobre una cerca. Al menos eso mataría el hambre hasta la cena.

No solía permanecer mucho tiempo en el pueblo y nunca se había dado un espacio para sentarse en la plaza, al contrario de los habitantes de Boeringa. Pero ese día decidió que era un buen momento o, tal vez, era una especie de angustia la que le impedía terminar con lo que había ido a hacer al pueblo.

Soltó un suspiro pesado y bajó su vista al bolsito que cargaba ahora sobre su regazo. De niña su madre siempre le dijo que, cuando se hacía sentir mal a una persona, había que compensarlo de alguna forma. ¡Quizás ese gran idiota debería ofrecerle una disculpa primero! ¡Ella no debía sentirse mal por decirle un par de verdades! Pero lo hacía. Se sentía mal. Quizás porque, a pesar de su falta de criterio, no era una mala persona… ¿verdad?

No lo conocía mucho, y claro que desconfiaba. Básicamente ella desconfiaba de todo el mundo. Sus padres la habían criado así. Sobre todo hicieron especial hincapié en los hombres. Hubo una época, una en que el clan de su madre fue perseguido. En ese tiempo las mujeres eran alejadas de sus familias y vendidas a hombres pervertidos en la capital. Si bien esos tiempos habían terminado, nunca se podía estar segura, eso decían sus padres. Ya era expuesto que fuera y viniese sola del pueblo. ¡Pero no se podía quedar encerrada por siempre! Era un temor contra el que debía luchar y lo había hecho estoicamente.

Quizás por ese mismo temor se había apegado a Eren. Lo conocía desde niña y sabía que podía confiar en él. Había sido su único amigo. Quizás su ansiedad por buscarlo nacía de esos remansos de ensoñaciones de niña donde pensaba que el destino había llevado a Eren a conocerla y sería con quien se casaría. Cosas de niña, claramente. Todas las chicas habían tenido un enamoramiento así alguna vez. O eso le decía su madre, quien le contaba que de niña le gustaba un amiguito, el hijo de uno de los antiguos vecinos. Uno que en la inocencia de la niñez no la rehuía por lucir diferente.

Pero luego los vecinos vendieron sus tierras y se marcharon al norte. Su madre le contaba que había llorado amargamente por ese amor frustrado. Y un día, cuando su madre contaba con diecisiete años, su padre llegó a trabajar los campos del nuevo vecino. Su madre, tal como ella, era recelosa, pero algo en su padre le decía que podía confiar en él.

¿Podía ella misma confiar en Jean? No en un sentido romántico, sino como persona. Porque de romance ni hablar. Podía ser todo lo guapo que quisiera y tener es estúpida sonrisa bonita toda pícara, pero eso era tema aparte.

Soltó otro suspiro repasando la tela de su bolsito. Debía reconocer que tanto interés lograba darle una cosquillita en el estómago cuando pensaba en ello. Pero no era más que por la ausencia previa de algo así en su vida. Era esperable que se sintiera… ¿halagada y bonita? ¡Pero tenía que besarla y arruinarlo! ¡Bruto idiota! Ya estaba bonito así como había sido… Momento, ¿bonito? No tenía nada de bonito. Nada. No y no.

Volvió a suspirar. ¿Qué debía hacer? ¿Debía seguir plantándole la guerra hasta que se marchara del pueblo o firmar la paz entre ellos? No sería la única que le hiciera la vida imposible, ya solo se la hacía cuestionándose su castigo por meter sus narices donde no correspondía. O eso dijo él.

¿Qué había hecho como para que lo trasladaran a Boeringa? Debió ser grave como para alejarlo de Sina. Bueno, seguro se lo ganó con su falta de tino. Quizás se puso cargante con la hija o la esposa de alguien importante. Eso seguro. Iba con su personalidad. Debió ser una hermosa y elegante mujer, una que no supo ponerle atajo y lo denunció por aprovechado. Eso seguro.

No, no fue eso. Dijo algo de irregularidades. ¿Serían similares a las que lo llevaron a enfrentarse a Ritze? Já. Seguro que no. ¿Con lo alzado y egoísta que era?

Momento. ¿No estaba prejuzgando demasiado? ¿Solo por una poco delicada respuesta, un beso robado y su poca paciencia? Bueno, digamos que la última fue provocación de ella.

Otro suspiro se unía a los anteriores. ¿Qué debía hacer? ¿Se arriesgaba a que él no le entregara la carta a modo de venganza? No, él dijo que no lo haría. Que él no era así.

¿Qué debía hacer?

La respuesta llegó cuando por el extremo de la calle larga escuchó los cascos de un caballo. Volteó por reflejo. Ahí estaba el culpable de sus cavilaciones dirigiéndose al cuartel a paso lento. La vio, pero ella volteó nuevamente haciéndose la desentendida. Un molesta sensación se le instaló en el pecho y decidió ignorarla apretando su bolsito con cierta ansiedad.

Por el rabillo del ojo lo vio bajarse de su caballo mientras Hasse llevaba al animal a los abrevaderos. Pudo jurar que Jean la miró hasta ingresar al cuartel. ¡Cuánto descaro!

Sin duda no iba a terminar lo que había ido a hacer. Se puso de pie y cuando iba a emprender su marcha alguien la llamó. Se detuvo y vio al suboficial Haller ir a su encuentro.

–Mikasa –le dijo sin protocolo y le extendió un sobre –Llegó anoche. El correo se retrasó. Creo que es lo que esperabas. El sargento que la acaba de entregar, revisó recién…

Mikasa vio su nombre sobre el sobre y lo volteó. En el remitente el sello de la Legión de Reconocimiento y el nombre de Eren Jaeger. Una alegría enorme la invadió. ¡Era la respuesta que tanto esperaba! Volvió a sentarse en la banca y miró a Haller.

–Muchas gracias, Haller.

–No hay porqué –dijo con una ligera venia –El correo sale el martes, ya lo sabes. Por si quieres enviar otra carta.

–Sí… –respondió una sobra abrupta sobre su rostro –Creo que no podré enviar nada por unas semanas. Temporada de plantación…

Haller asintió y se retiró dejándola sola con su carta. Mikasa abrió el sobre con sumo cuidado. Podía reconocer la caligrafía de Eren y lo mucho que habían mejorado sus trazos… Pero seguía haciendo la "f" al revés.

Mikasa:

Me dio alegría recibir tu carta y saber que todos se encuentran bien en casa. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que nos vimos. Tengo buenos recuerdos de aquellas visitas a Boeringa. Lamento haber dejado tanto tiempo pasar sin contactarlos, ha sido muy ingrato de mi parte.

La vida en la milicia es dura, pero me llena saber que estoy haciendo algo por la humanidad. Desde niño siempre quise ir fuera de los muros y saber lo que allí había. Más allá de los titanes, fuera de los muros se respira la libertad, Mikasa.

El capitán Levi y su escuadrón son admirables y, aunque de momento no estoy bajo sus órdenes, espero alguna vez estarlo. Ahora estoy en el escuadrón de formación a cargo de Ouro, que es un imbécil mal imitador del capitán Levi. Él es parte de su escuadrón. Así que lo excluyo del resto en admiración, pero debo admitir que su desempeño es muy bueno, pero la caga su actitud.

Fue una sorpresa para mí que mencionaras de Jean Kirstein está en Boeringa. No suelen enviar a oficiales a sitios tan alejados del muro Sina, así que se debe haber mandado alguna de sus imprudencias por hablar de más. De todos modos, es un tipo bueno con demasiada labia y sin filtro. Puedes confiar en él si necesitas ayuda en algo. Sobre todo, ahora que tienes una gran responsabilidad sobre tus hombros. Sinceramente espero que tu padre se recupere pronto y su accidente no deje secuelas.

Te envío mi más fraternal afecto a ti y tu familia, en memoria de nuestros viejos momentos juntos. Espero, algún día ir a visitarlos. Dale mis saludos al cara de caballo de Jean.

Eren.

Mikasa se sonrió amplio y releyó la carta un par de veces. Era la respuesta que ansiaba hace semanas, las noticias que deseaba tener desde que Eren se enroló en el ejército. Tantas veces quiso escribirle, pero dirigirse al viejo degenerado del viejo sargento le daba resquemor. Por eso, al saber que ahora era un joven muchacho el que lo reemplazaba se animó a hacerlo. Y si Eren decía que era confiable. Sí, le daría una oportunidad.

Pero lo importante de momento era que deseaba escribir una respuesta y no podía esperar dos semanas para ello. Solo para que Eren supiera que había recibido la carta. Estaba tan contenta. Quería desearle buena suerte, decirle que esperaba que lograr su sueño de la ansiada liberta. Sabía que él podía hacer la diferencia, lo sabía. Y quería que él también lo supiera. La promesa de visita era una vacía y lo sabía. Eren estaba lejos, sus ambiciones estaban mucho más allá. Lo sabía y le alegraba. Tal vez, algún día, la vida los volvería a reunir. Y esperaba, que para entonces, él hubiese logrado lo que se había propuesto. De todo corazón.

Sin pensarlo demasiado y con las ansias que la embargaban, se dirigió al cuartel y Haller se la quedó mirando sorprendido.

–¿Puedo escribirle aquí?

Haller le sonrió amigable y asintió. Supuso que no traía papel ni lápiz así que le facilitó ello y algo para apoyarse mientras se sentaba en las bancas dispuestas en el recibidor.

Se concentró en poner sus pensamientos en orden antes de ponerse a escribir, mientras todo en el cuartel seguía como siempre. Pasos iban y venían, algunos salían y otros entraban. Un par de palabras vigilando el vocabulario dado que ella estaba presente.

–Benson, ¿podrías ir al mercado y calibrar la pesa de Foster?

Mikasa sintió el estómago apretársele cuando reconoció la voz del sargento. Todos los presentes se la quedaron mirando esperando alguna reacción, una que fue que Mikasa sacara la vista de su carta y viera a Jean. Él siquiera la miró.

–Buenas tardes.

Fue lo único que le dijo antes de devolverse a su oficina al final del pasillo. No fue un tono desagradable ni nada por el estilo. Pero se sintió horrible. ¿No iba a picarla siquiera? ¿Por qué le molestaba que no le hablara? Se supone que era lo que ella quería, ¿verdad? Sí. Eso era lo que quería. Que la dejara en paz.

Nuevamente otros pasos se dirigían hacia la salida del cuartel.

–Voy donde Moller –anunció Jean –Tardaré. Haller quedas a cargo.

Iba a salir del lugar cuando se vio detenido por Mikasa de manera sutil por el antebrazo. Él se detuvo y la miró con curiosidad.

–Toma.

Mikasa le extendió lo que llevaba dentro de su bolso, un pote de vidrio con una espesa sustancia amarillo–verdosa dentro. Jean tomó el pote por inercia y lo alzó frente a sus ojos examinándolo.

–Es para los golpes. Sanan más rápido –explicó Mikasa –Mamá lo hace con hierbas y otros potingues que desconozco –agregó con un dejo a broma.

–Gracias –respondió Jean sin salir de su sorpresa. Lo dejó sobre el mostrador y miró a Haller –Nos vemos más tarde –volteó a Mikasa –Señorita Ackerman –dio un par de pasos y se detuvo. Soltó una espiración larga –Vamos, te llevo a casa.

Pudo negarse y decir que aprovecharía de escribirle a Eren. Pero sintió el impulso de aceptar, algo le decía que esta situación quedaría irremediablemente inconclusa de no ir con él. La carta… su respuesta… podía esperar.

"Puedes confiar en él"

Dio un par de pasos para alcanzarle y ambos salieron del cuartel.

Haller guardó el pote de vidrio dentro de un mueble. Benson salía de la oficina de Jean llevando un peso para calibrar las balanzas.

–¿Y Mikasa? –preguntó Benson al no verla y notar la libreta y el lápiz olvidados sobre la silla.

–Cabalgando hacia la felicidad con el jefe –bromeó Haller –Como en las novelas románticas.

Benson se rio bajito y tomó la libreta donde solo podía leerse la fecha y un "Eren" dando inicio a una misiva inconclusa. Y que no tendría continuación dentro de las siguientes semanas.

.

.

Era jueves por la mañana cuando Mikasa entregaba las monedas a Jenkins, mientras un par de jornaleros dejaban el arado manual en medio del campo a medio labrar, en el bajo del terreno de los Ackerman.

–¿Quién va a trabajarlo? –preguntó Jenkins recibiendo las monedas de la renta del arado por un par de semanas. Pero no recibió respuesta por parte de Mikasa –No terminarás en dos semanas.

La muchacha puso las manos en sus caderas.

–¿Acaso me lo va a prestar el resto de la temporada sin cobrar? –preguntó ella duramente. Jenkins no respondió –Que tenga buena tarde.

Jenkins hizo una ligera venia y se retiró de la propiedad de los Ackerman.

No era momento para llorar por su pérdida, ni por la miseria de monedas que le dieron por ella en la tienda de empeños. Era momento de sacar máximo provecho a ese dinero. Se arremangó el vestido, recogió su cabello en una coleta alta y partió al bajo. Tomó el arado, una estructura pesada de hierro y madera, que debía trazar los senderos en los que más tarde debería repartir las semillas. Pero, aun cuando el terreno estaba trabajado de años anteriores y su padre era muy cuidadoso con retirar las raíces viejas, Mikasa debió lidiar con piedras, patacones de tierra y atascos normales. Sin embargo, nada de eso la detenía.

El calor era infernal y el ruedo de su falda estaba completamente manchado de tierra, sus manos cansadas, rojas y algo tiesas ya de mantenerse siempre firmes en la misma posición contra la guía del arado. Le dolía la espalda, los brazos, las piernas... todo. Pero no podía dejarlo a medias, debía luchar por salvar ese terrero. Ni el calor, ni el dolor, ni el cansancio podrían. Así pasaron las horas hasta cuando el sol comenzaba a ocultarse tras las montañas. Y pasaron también los días.

Fue una semana extenuante para todos quienes trabajaban en el campo. Tanto para quienes aquello sería su sustento como para alguien como Jean, que insistía en convertirse en un experto en arar la tierra.

Durante su época de recluta había aprendido que el dolor de una extenuante jornada solo pasaban continuando tanto o más intenso a la siguiente. Por lo mismo no detuvo su entrenamiento en la granja de Moller hasta que notó que había cogido todas las mañas del oficio y su vigor estaba reconstituido. Mal que mal era un soldado y uno de los mejores de su generación de reclutas.

–Perderé a mi mejor trabajador –dijo Moller cuando Jean le informó que su formación había terminado –Realmente me intriga su devoción por el campo, sargento.

–Interés mezquino –respondió Jean con actitud altiva.

–Uno que lo hizo resistir una semana de trabajo arduo –dijo Moller sacando una bolsa de su cinturete –Permítame pagarle por su trabajo, sargento.

Jean fácilmente pudo negarse, pero hubo algo que lo detuvo, algo que descubrió un par de días antes, cuando pasaba revisión por el pueblo. Además Benson le había dicho que nada era gratis, menos el trabajo.

–Lo que paga a sus jornaleros será suficiente, Moller.

–De acuerdo –dijo el hombre sacando un puñado bien contado de monedas –Serían treinta coronas por cada día de trabajo –le entregó el dinero.

Jean contó las monedas cuidadosamente. ¿Treinta coronas? Eso eran 210 coronas semanales trabajando de sol a sol. Y él cobraba cinco mil al mes. Solo por calentar el asiento con su respingón culo. Sin duda era injusto.

–¿Puedo hacerte una pregunta, Moller?

–Por supuesto, sargento.

–¿Cuánto ganas con tu cosecha?

–Depende de la producción –dijo el hombre sin esconder nada –Hay años buenos y malos. Tengo la suerte que mis tierras son fructíferas. Pero eso depende también de la inversión en ellas.

Jean asintió lentamente.

–¿Podrías hablarme de eso?

–Si el sargento gusta, ¿quién soy yo para negarme?

Dejó pasar el sarcasmo de Moller, todo fuese por saber aun más de todo. No podría enfrentarse con todas sus herramientas contra Ritze sin entender del todo lo que ocurría en los campos. El trabajo duro era solo una parte. Y, hablando de trabajo duro, no era aun mediodía.

Se montó a su caballo y emprendió rumbo a la última chacra antes de la ruta a las montañas. Si iba a empezar a hacer algo por ese pueblo, comenzaría por los que se encontraban en desventaja… y sacar un pequeño goce personal de ello.

–Buen día, señorita Ackerman –saludó Jean desde el caballo –Tiempo sin vernos, espero que no me haya extrañado demasiado. Odiaría romper su corazón.

Todo volvía a ser como en un comienzo. Mikasa lo miró displicente, pero con un gesto demasiado suave para su propio gusto.

–¿Qué quieres, Jean? –preguntó dejando el arado manual y apoyando sus brazos en él –¿No ves que estoy muy ocupada para darte tiempo para tus cortejos insufribles?

Jean se bajó del caballo. Mikasa enderezaba el arado y comenzaba a forzarlo contra la tierra. El ruedo de su falda y sus botas estaban completamente enlodadas. Se arremangó la blusa y continuó.

–Me pregunto –Jean comenzaba a caminar a su lado –Si no tiene un arado a tracción. Un caballo haría si trabajo más fácil.

–Lo renté –respondió volviendo a parar –Para pagarle a esos inútiles que dejaron todo a medias. ¡Que ira tan grande! –Jean le sonrió –¿Te parece graciosa mi situación?

–No, en lo absoluto –exclamó –No me malentiendas. Solo creo que te ves adorable haciendo ese trabajo –Mikasa frunció el ceño –Eres realmente admirable. Hacer esto por tu padre… es increíble.

–Alguien tiene que hacerlo –respondió secamente –Y si sigues interrumpiéndome, no alcanzaré a terminar.

Jean no retiró la sonrisa de su rosto.

–Dame ese arado, Mikasa.

La chica lo miró consternada. ¿Un arado? ¿Él? ¿El chico pijo de la ciudad, el sargento no–muevo–el–culo–de–la–silla? ¿El del té y sus dulces caros? Ahora ella sonreía y trató de aguantar una explosión de risa… que terminó por salir de entre sus labios de manera explosiva.

–¿Tú? ¿Llevando un arado? –continuaba riendo –Esto es demasiado. ¿No crees que te pasas en tus métodos de conquista? Hablo en serio –se calmó, Jean simplemente la observaba –De verdad, comienzo a sentirme halagada. Pero sabes que no servirá de nada –volvió a tomar el arado –Ve a tomar un té a tu oficina, sargento Kirstein.

Iba a retomar su trabajo cuando se vio alzada del piso por la cintura y dejada a un lado del arado. Jean tomó su lugar.

–Hablas mucho, señorita Ackerman –le dijo acomodando el arado –¿Por qué no llevas a Meredith a tomar algo de agua?

–¿Quién es Meredith?

Jean comenzó a empujar el arado.

–Mi caballo o, mejor dicho, mi yegua –miró hacia el animal.

Mikasa soltó una espiración, pero no respondió. Solo lo vio continuar trabajando. Sin quererlo sonreía algo tonta, pero al descubrirse en ello masculló una maldición y fue por la yegua. Tomó las riendas y el animal movió su cabeza hacia los lados.

–Ten cuidado –advirtió Jean a la distancia –Sabe que me gustas y es muy celosa.

Mikasa miró al animal y le acarició la nariz con calma.

–Puedes quedarte con él, Meredith, está bien feo.

–Te escuché –dijo Jean de buen humor, esa Mikasa lo hacía reír.

La muchacha llevó las riendas y Meredith se dejó guiar hasta el abrevadero de las vacas. Su madre salía con un cesto a recoger los huevos.

–¿Ese no es el caballo del sargento? –preguntó al ver que Mikasa ataba al animal.

–El mismo –respondió la chica ignorando la cara de interrogante de su madre –Está en el bajo, arando –Maika la miró con una sonrisa pícara –¿Qué?

–Está enamorado… eso es muy dulce.

Mikasa se cruzó de brazos, e iba a responder cuando Meredith la empujó con su hocico.

–No lo digas tan fuerte que ésta se pone celosa –gruñó Mikasa apartándose del abrevadero –Dame esa cesta, yo iré por los huevos. ¿Y Taki?

–Con papá, aprendiendo matemáticas. Es un chico muy inteligente –dijo Maika con adoración.

Mikasa le sonrió y luego partió al gallinero. Maika se asomó por el costado de la casa hacia el bajo. Observó al sargento lidiando con una roca y lanzándola lejos. Si su hija no fuera tan boba… Suspiró.

El resto de la tarde fue bien aprovechado por Mikasa. Aprovechando la presencia de la fiel Meredith y de los cortejos de Jean, tomó al animal y fue hasta el pueblo a recoger un nuevo trabajo para la señora Gruen, incluso ofrecer en otras casas, y con ellos regresó con cuatro órdenes de bordados. Nada mal. Nunca pensó tener tal acogida, o tal vez fue su error no hacerlo desde un comienzo.

–Cenaremos en media hora –indicó su madre luego que le entregara las labores –Dile a Jean que se quede a cenar –Mikasa masculló algo –Dijo que no aceptaría paga, es lo mínimo que podemos hacer.

–Sé lo que intentas –dijo Mikasa tomando una cubeta y dejando dentro un cucharón –Y no voy a seguir escuchándote hablar todas las maravillas del sargento palo–en–el–culo.

Salió de la cabaña hasta la bomba de agua y luego al bajo. Caminó pesadamente hasta Jean, quien araba a torso desnudo y claramente víctima del sol y el calor.

–Te traje agua –Mikasa dejó la cubeta en el suelo –Y cúbrete, indecente.

Jean bebió un trago largo y se limpió la boca con el dorso de la mano.

–Gracias.

No hizo atisbo de tomar nuevamente su camisa y retomó el trabajo. Mikasa lo miró reiniciar su trabajo.

–Mamá dijo que cenaremos dentro de media hora. Insiste en que te quedes, ya que no vas a aceptar pago –hizo una pausa –Estoy de acuerdo… quédate a cenar.

Jean se volteó sorprendido.

–¿En serio?

–Si te pagamos con comida al menos no te deberemos nada que después haya que cobrarnos.

–¿En verdad no crees en la buena voluntad?

–No de la gente como tú.

Jean la vio darse media vuelta y subir por el camino que llevaba hasta la cabaña. ¿Qué hizo para merecer a esa mujer y su puto carácter? Hacía unas horas se sentía halagada y ahora lo trataba con la punta de sus botas. Decidió no cuestionarse más y terminar el último surco. Al menos, las cosas volvían al inicio y él era un hombre simple. Si se le trataba medianamente bien, él mantendría la calma.

Cuando llegó la hora de cenar, Jean supo que estaba fuera de forma, el campo de los Ackerman era más difícil que el de Moller. Estaba exhausto y hacía enormes esfuerzos por no zamparse toda la comida dispuesta en la mesa.

–Hay más pan –dijo Maika al notarlo literalmente hambriento.

–Estoy bien.

Mikasa le pasó su plato sin tocar.

–Come. Es tu paga. No tengo hambre –resolvió y se puso de pie –Permiso. Iré a tomar aire.

Salió sin más, dejando a su familia y a Jean bastante sorprendidos. Pero de todos modos el sargento tomó el plato de Mikasa para darle el bajo.

Fuera de la cabaña, Mikasa tomó una gran respiración, profunda. Caminó hasta el huerto y se sentó sobre un tronco caído a observar a la distancia las flores. Solía ir allí cuando necesitaba pensar y, ahora, lo necesitaba.

Había sido un mes intenso. La lesión de su padre, tener que enfrentarse a un mundo que rechazaba constantemente, la espera de la respuesta de Eren… y la sorpresiva aparición del sargento Kirstein en su vida. Todo era confuso, más que nunca. Actualmente sentía dejando de lado sus valores. Todo lo que juró rechazar se estaba colando en su vida y ahora estaba cenando con su familia. Y eso la irritaba y perturbaba enormemente.

–Ya me marcho…

–Creía que te quedabas a dormir –respondió con sarcasmo –A mis padres les falta poco para meterte en mi cama.

–Suena tentador, pero paso. No es mi intención contigo. Solo quiero ayudar.

–¿Qué no es tu intención? –exclamó molesta –¿Acaso se te olvidó que te sobrepasaste conmigo aun sabiendo que yo no quería tus atenciones ni cortejo?

–No lo olvido y estuvo muy mal de mi parte. Lo reconozco. Verás… –indicó la banca donde estaba sentada –¿Puedo?

Mikasa desvió su mirada hacia el espacio vacío junto a ella. Por un minuto se vio tentada en permitirlo, pero lo contuvo.

–Ya vete de una vez.

Jean asintió.

–Buenas noches, Mikasa –una ligera venia. Iba a retirarse y dado unos pasos, pero se detuvo y volteó hacia ella –No es fácil dejar la ciudad, ¿sabes? Ni menos acostumbrarte a tratar con personas completamente diferentes con códigos diferentes. Lo que hice… en la ciudad no hubiese sido más que un coqueteo.

Mikasa guardó silencio. Jean esperó un segundo una respuesta o que solo lo mirara, pero no hubo tal gesto. Retomó la marcha notando que estaba cambiando, más de lo que ya lo había notado. El viejo Jean hubiese desistido de ayudarla en ese mismo instante o incluso mucho antes de ello. Pero ya no se trataba solo de ella, sino de su familia y tratar de prestar apoyo en un lugar donde todo estaba mal, donde los ricos abusaban de los pobres. Porque los Ackerman eran pobres, humildes, pero generosos con lo poco que tenían. Quizás hoy podía prestarles una mano a ellos y, tal vez, mañana fuese por otro. De hecho, debería pasearse por el resto de los campos. Pero no antes de terminar de labrar esas tierras le gustara a Mikasa o no… y llevaría su propio almuerzo.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top