El silencio de la noche
En el silencio de la noche tan solo el más pequeño ruido alertaba hasta en el más profundo sueño. Aunque realmente nadie dormía en casa de los Ackerman, excepto Taki, quien estaba en la cama hace un par de horas cubierto hasta la orejas. Al escuchar los cascos del caballo, Albert se puso de pie y tomo la escopeta de tras la puerta y descorrió ligeramente la cortina. La luz de la luna dejó ver a los recién llegados y volvió a dejar la escopeta junto a la puerta.
Maika sacó la vista de su bordado, mientras su esposo tomaba la lámpara de aceite y abría la puerta. Vio a Jean bajarse del caballo y ayudar a Mikasa a descender. Albert con la mano libre sacó su reloj del bolsillo, era casi medianoche. Acto seguido salió al porche.
–Veo que nadie murió esta noche finalmente –bromeó cuando los chicos estuvieron frente a él –Tengo que confesar que me comencé a preocupar hace un par de horas. Ya iba a ir por Elliot para que me acompañara al pueblo –no bromeaba esta vez.
–Lo lamento, señor Ackerman, se nos hizo algo tarde. Pero acá está la salvadora de sargentos imprudentes –respondió Jean con buen humor, se quedó a unos pasos del porche –Que tengan una buena noche.
Mikasa ingresó a la cabaña, Maika se puso de pie y miró a Albert:
–¿Vas a dejar que se vaya a esta hora? –le preguntó bajito viendo a Jean regresar al caballo –No trae un arma. Es mejor que pase la noche aquí a que le pase algo en el camino.
Albert le dio la razón:
–Jean –lo llamó fuerte y el sargento se volteó, con las riendas en sus manos dispuesto a subirse al caballo –Deja al caballo en el potrero. Pasa. No es seguro el camino a estas horas.
–No hay problema –respondió el muchacho –Conozco bien el camino.
Maika se cruzó de brazos y se apoyó en el marco de la puerta. Jean se la quedó mirando y bajó la vista.
–Voy en un segundo –dijo Jean tirando de las riendas del caballo para entrarlo al potrero.
Albert se quedó mirando a su esposa, quien se volteó triunfante hacia el interior de la cabaña.
–Impresionante –admiró el padre de la familia manteniéndose en el porche.
Mikasa estaba apoyada en el mueble de la cocina junto a la batea. Su madre guardó sus labores en un canasto y lo dejó a un lado. La chica la seguía con la mirada.
–¿Y dónde va a dormir? –preguntó Mikasa con efectiva preocupación –No cabemos Taki y yo en tu cama, mamá.
–Eso debiste pensarlo antes de quedarte en el pueblo hasta esta hora –la apuntó con el índice directo al entrecejo y le dio un golpecito –Hazle frente a tus responsabilidades, señorita.
Jean ingresaba a la cabaña bastante incómodo, Albert cerró la puerta y la trancó. El sargento notó la escopeta tras la puerta y cuidado con el que el señor Ackerman revisaba la puerta. Acto seguido, el padre puso otro leño a la chimenea y se sacudió las manos.
–Llevaré a Taki a la otra habitación –anunció Albert.
Todos seguían de pie, Albert pasó con el chiquito completamente dormido apoyado contra su cuerpo.
–Puedes dormir en la cama de los chicos, Jean –anunció Maika.
El sargento iba a responder, pero Mikasa fue más rápida.
–¿Y yo? –preguntó Mikasa con un dejo a angustia.
–Puedes dormir en el suelo –le respondió su madre.
Maika fue hasta la habitación que compartía con su esposo y cerró la puerta, dejando a Mikasa y Jean solos en la estancia. Ambos se miraron un segundo.
–Dormiré en el suelo –le dijo Jean de inmediato –No sería la primera vez. Las campañas son así.
–Estupendo, te traeré unas mantas –respondió Mikasa yendo hasta la otra pequeña habitación.
Jean corría un poco las sillas para hacerse un espacio frente a la chimenea. La vieja alfombra serviría para aislar el frío del piso. Se retiró la chaqueta para hacerla un bulto, volvía a hacer uso de la técnica del almohadón. Mikasa volvía con un par de mantas. Se las entregó, estaban perfectamente dobladas.
–Gracias –dijo Jean.
–Buenas noches –respondió Mikasa yendo hasta su habitación.
La lámpara de aceite seguía encendida. Jean la apagó antes de tenderse sobre la alfombra. El fuego de la chimenea iluminaba la pequeña sala de los Ackerman. Se quitó las botas y las dejó a un lado. Se cubrió con las mantas y se quedó mirando el techo, podía ver con claridad las vigas y las tablas unas junto a las otras. Entre algunas de ellas podía notar un poco de la paja que cubría el techo por fuera. Desde su posición comenzó a recorrer con la vista la estancia. En efecto le parecía más pequeña que estando de pie en ella. Se giró dándole la espalda a la chimenea y cerró los ojos para conciliar el sueño. Se acomodó, buscando una posición adecuada. Entre tanto movimiento se le destaparon los pies. Se incorporó para estirar las mantas y volteó a tenderse. Sin duda habían pasado varios años desde que no dormía en el suelo y su cuerpo le reclamaba un colchón. Pero no podía ser un malagradecido con la preocupación de los Ackerman. Siguió intentando encontrar una posición que le permitiera dormirse.
No supo cuánto tiempo había pasado para cuando escuchó unas pisadas descalzas sobre la madera.
–Sé que no duermes –escuchó a Mikasa en un murmullo. Jean alzó la mirada y la vio medio cubrirse por sobre la camisola con una manta –Ven.
Mikasa lo destapó con brusquedad e hizo un bulto desprolijo con las mantas. No le dejó a Jean más opción que ir tras ella, levantó su chaqueta del suelo y la dejó tras una silla. El cuarto de la chica estaba completamente oscuro, pero sus ojos pronto se acostumbraron a ello. Mikasa dobló las mantas y las dejó dentro de una especie armario que no tenía puertas.
–Métete dentro mirando hacia la pared –le indicó hacia la cama –Si me robas las mantas, te daré un codazo –le advirtió. Jean dudó –Es solo compartir la cama, no seas tan puritano, sargento Kirstein.
–¿Tú estás loca? Tu padre va a matarme –murmuró severo.
–Y mi madre me matará a mí si descubre que te dejé dormir en el suelo –respondió Mikasa –No serás tú quien tenga que lidiar todo el día con ella.
Se quedaron mirando por un momento, Mikasa ladeó la cabeza y le hizo un gesto con el mentón indicándole que se metiera de una buena vez a la cama. Jean se sentó en el borde del colchón aun indeciso, fue Mikasa quien le dio un empujón para hacerlo caer y lo empujó por la espalda para moverlo hacia la pared con la poca sutileza que la caracterizaba. Acto seguido se sentó en la cama y llevó las tapas hacia arriba. Se recostó y le dio la espalda.
–Si tan solo una de tus manos me toca, te rompo las pelotas –murmuró girando la cabeza ligeramente por sobre su hombro.
–¿Y si estoy dormido y lo hago sin querer? –la picó Jean.
–Cuánta inocencia hay en ti, sargento Kirstein –respondió Mikasa rodando sobre el colchón para quedar boca arriba, sus manos tras la nuca –No puedo creer que hayas caído en la treta de mi madre. En serio, eres bastante ingenuo.
–Tu madre se preocupa por mí –dijo con fingida inocencia volteándose hacia ella –Deberías aprender un poco de su generosidad y buen corazón.
Mikasa soltó un bufido.
–Bueno, convengamos que esto es el resultado de haberme quedado hasta estas horas en el pueblo. Por esta vez y solo por esta vez, eres inocente –espiró pesadamente –Finalmente mi madre logró su objetivo. No puedo creerlo –ladeó la cabeza hacia Jean –Logró meterte en mi cama.
–Puedo volver a la sala –le dijo incorporándose, Mikasa lo jaló de la camisa y lo hizo caer sobre el colchón nuevamente –¿Qué?
Se quedó de espalda mirando al techo.
–Te quedas acá y fin de la discusión –concluyó la chica. Volvió a espirar –¿Qué van a pensar tus subalternos cuando vean que no pasaste la noche en el cuartel?
Jean pensó un momento:
–Que me fui de putas –Mikasa lo codeó con fuerza y él se quejó llevándose la mano al costado –¿Qué te pasa ahora? No puedo meterme en sus mentes y hacerlos que dejen de pensar en eso. ¿O acaso prefieres que piensen que pasé la noche contigo? Eso no sería muy adecuado, ¿no crees? Menos si eso llega a los oídos del reverendo Castle. Te quemará en la hoguera amarrada contra el Muro María para expiar tus pecados de la carne.
Mikasa lo empujó por el hombro para obligarlo a girarse hacia la pared.
–Hazte más allá –masculló Mikasa –Eres muy grande, invades mi lado de la cama.
–Y tú eres una acaparadora, vas a aplastarme –se quejó Jean tratando de abrirse espacio y evitar que Mikasa lo estampara contra la pared –¿Así tienes durmiendo a tu hermano?
–Gran diferencia, sargento Kirstein –respondió dejando de empujarlo, Jean se volvió por sobre el hombro –Es mi hermanito pequeño, no un hombre que no ha perdido tiempo tratando de seducirme.
–Lo haces ver como si fuese un pervertido –dijo Jean defendiéndose y volvió a girarse para quedar frente a ella –No soy ningún pervertido, que lo sepas. Estoy completamente vestido y portándome como un caballero. Eres tú la que está en camisola –hizo una pausa –Muy sexy.
Mikasa se retiró rápidamente su almohadón y le dio un golpe certero en la cara. Jean se rió bajito para no despertar a nadie, Mikasa le retiró el almohadón y volvió a ponerlo bajo su cabeza. Daba gracias que estuviese lo suficientemente oscuro para que Jean no detectara el furioso sonrojo que se le había instalado en las mejillas.
–No volvería a faltarte al respeto, Mikasa –le dijo con voz suave.
–Lo sé –murmuró la chica.
Jean se sonrió oculto por la oscuridad. Se acomodó un poco y ahogó un bostezo. Mikasa lo secundó cerrando los ojos.
–Buenas noches –dijo Mikasa en un murmullo.
–Buenas noches, Mikasa.
El ligero correr del viento podía escucharse afuera con claridad, algunos grillos invitaban a sumergirse en el sueño. Las respiraciones se volvieron calmadas y profundas, desde la sala pudo escucharse un crepitar del fuego. Jean fue el primero en dormirse, acostumbrado a hacerlo temprano y ya habiendo corrido bastante su horario de irse a la cama. Mikasa rodó sobre su costado para darle la espalda y acomodarse un poco. Al segundo sintió un brazo rodearla por la cintura. Se giró por sobre el hombro, dispuesta a darle un golpe, pero escuchó un suave ronquido.
–Vale, solo por esta vez –murmuró volviendo a apoyar la cabeza en la almohada.
Se le pegó un poquito, estaba calientito. Bostezó nuevamente y cerró los ojos para sumarse a esos suaves ronquidos. Se quedó profundamente dormida.
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Apenas amanecía cuando Maika se incorporó en cama estirándose ampliamente. Miró hacia su costado, Taki dormía profundamente, del otro lado Albert se sentaba en el colchón. Él fue quien abandonó primero la cama y salió de la habitación camino al baño. Maika se puso su vestido por sobre la camisola y se rodeó con una manta antes de salir. Llegó a la sala para poner un leño a las brasas que poco ardían ya a esa hora. Atizó un poco el fuego, al tiempo que Albert volvía a la sala.
Se fijó que la chaqueta de Jean estaba sobre una de las sillas, pero ni rastro de Mikasa o de él. Maika estaba toda sonrisas dejando el atizador apoyado en la chimenea y yendo hasta la cocina para encender el fuego y poner un poco de agua a hervir. Albert la miró interrogante, su esposa se alzó de hombros fingiendo inocencia.
La puerta de la habitación de los chicos crujió al abrirse. Jean se asomó a la sala, la mirada de Albert se clavó en él denotando que no aprobaba nada de lo que había pasado la noche anterior. El muchacho se quedó estático.
–Siéntate –indicó el hombre con severidad.
Jean obedeció de inmediato y bajó la vista a la mesa. Maika aprovechó para perderse dentro de la habitación de los chicos y cerró la puerta por dentro. Mikasa estaba sentada en la cama cerrando los botones de su blusa. Miró a su madre por un segundo.
–¿Qué demonios crees que haces? –se escuchó desde la sala.
No fue una voz suave, Maika se volteó hacia la puerta cerrada. Hacía tiempo que no escuchaba a Albert hablar así de fuerte y golpeado. Mikasa miró a su madre asustada. No esperaba una reacción de parte de su padre.
–¿Crees que puedes venir a faltarle al respeto a mi hija en mi propia casa, carajo?
Jean alzó la vista para ver el rostro totalmente descompuesto de Albert frente a él.
–Lo siento –murmuró el muchacho titubeante –No es lo que cree. No pasó absolutamente nada. Solo dormimos –hizo una pausa –Yo respecto a Mikasa, jamás podría aprovecharme de una situación así.
Albert lo miró fijo un momento y luego una mueca divertida se instaló en sus labios antes de largarse a reír de buena gana. Maika salió de la habitación rápidamente seguida de Mikasa solo para ver a Bertie riendo y a Jean con cara de terror.
–Tenía que hacer eso –dijo Bertie con lágrimas en los ojos de tanto reír –No sabía que iba a ser tan divertido. Casi te meas, muchacho.
Se puso de pie y fue a revisar la avena que gorgoreaba al fuego. Jean soltó una espiración larga mirando al señor Ackerman todo risueño frente a la estufa. Maika se acercó a su esposo y se rió bajito.
–¡Sí que son perversos! –exclamó Mikasa y pasó a sentarse frente a Jean mascullando maldiciones.
–Ay, cariño –dijo Albert de buen humor –Una ocasión así no puede desaprovecharse –se acercó a Jean y lo palmoteó en la espalda –Ya, deja de estar en guardia, sargento. Solo fue una broma.
Maika dejó un par de tiestos con avena frente a los chicos y otro para Albert en la cabecera. El padre le dio otra palmada en la espalda a Jean antes de sentarse a la mesa. El muchacho se llevó una cucharada de avena a la boca y comió en silencio. Menudo susto se llevó, juraba que las bolas se le habían desaparecido en ese mismo momento. Escuchó un golpetear en el borde de su plato y alzó la vista. Mikasa retiró su cuchara y le sonrió ligero, él le devolvió tímidamente el gesto.
–Está comenzando a helar y los días se hace más cortos –comentó Maika sentándose a la mesa –El invierno se nos viene encima. Habrá que ir al pueblo por algunas provisiones.
–Elliot irá con la carreta dentro de estos días, le encargaré algunas cosas –respondió Albert.
Y así el desayuno pasaba a ser como cualquier comida en casa de los Ackerman, amena y ligera. Pero Jean seguía sintiéndose inmensamente incómodo, Mikasa lo miraba de tanto en tanto.
–Yo le dije que durmiera conmigo –alzó la voz la chica interrumpiendo la conversación de sus padres.
–Por supuesto que fuiste tú –respondió Maika –Este pobre muchacho no se atrevería a hacer algo así sin tu consentimiento. Si la primera vez que intentó algo contigo le diste con toda tu mano contra la cara –se rió suave, Albert se le sumó.
Jean miró a Mikasa sorprendido.
–Por supuesto que lo saben –exclamó mirando a sus padres con severidad –Se la pasan espiándonos por la ventana –indicó hacia la mencionada.
Jean asintió con un gesto de interés.
–Astutos –comentó con liviandad.
Taki apareció por la puerta de sus padres rascándose los ojos y soltando un gran bostezo. No fue menor su sorpresa cuando vio a Jean sentado a la mesa, de pronto el haber despertado en cama de sus padres cobró sentido.
–Hola, Jean –saludó de buen humor sentándose a su lado, Maika dejó otro pote de avena frente a él –¿Ya te vas a casar con Mikasa? –Jean se lo quedó mirando sin saber que responder a eso –Porque yo creo que le gustas.
–Esto se está volviendo más divertido –se burló Maika disfrutando el momento.
–¡Taki! –exclamó la hermana –Cómete tu avena.
El chico se alzó de hombros y se acercó al sargento para susurrarle.
–Creo que está enamorada de ti –miraba a su hermana que le hacía un gesto de degollarlo –Lo que pasa es que aún no se da cuenta.
Jean se sonrió divertido.
–Lo tendré en cuenta –le dijo al muchacho y Taki miró malicioso a su hermana mayor.
–¿Qué le dijiste? –exclamó Mikasa viendo a su hermano, pasó la vista a Jean –¿Qué te dijo?
–Muere de vieja y no de cotilla –replicó Taki sacándole la lengua a Mikasa.
El ambiente ameno regresaba de pleno a la cabaña de los Ackerman. El sol ya se asomaba entre las montañas y pronto Jean y Albert se marchaban al pueblo. Maika lavaba lo del desayuno, Taki se divertía leyendo un libro, Mikasa cerraba la puerta luego de ver a ambos hombres perderse por el sendero. Limpió la mesa con un paño antes de poner algo de harina sobre él para disponerse a preparar la masa para el pan.
–Cuéntame una cosa, hija –Maika alzaba la voz volteándose por sobre el hombro para ver a su hija alzar la vista –¿Besa bien?
Mikasa soltó una espiración larga y dejó más harina sobre la mesa antes de comenzar a hacer la mezcla para el pan. Maika se rió entre dientes.
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