El fin del otoño

"Impuesto semestrales a las cosechas y/o producción animal de los pueblos interiores del Muro María.

Todo dueño de tierras o, en su defecto, en comodato que obtenga ganancias a través de las cosechas y/o producción animal deberá pagar un 10,5% de lo adjudicado por las ventas de sus productos en la temporada de verano-otoño del año en curso.

En el caso de los inquilinos, quienes no tienen derecho a las tierras, pero sí a un porcentaje de su producción, deberán pagar únicamente el impuesto en función de dicho porcentaje, no el total de la producción. Será el dueño de las tierras quien deberá pagar el impuesto relativo a las ganancias generadas por la tierra que posee.

Respecto al porcentaje de producción entregado al inquilino, este deberá considerar las necesidades de alimentación de la familia, el almacenamiento de semillas que aseguren la productividad de la temporada entrante y no podrá ser inferior al 30% de la producción total. El cálculo de la producción será realizado por un oficial de la Policía Militar, siendo esta entidad quien procure el cumplimiento de esta orden.

Los precios de cada producción se detallan en el documento adjunto, manteniendo un precio local para los residentes de Boeringa y los terrenos pertenecientes a dicha jurisdicción. En el caso de los valores para abastecer a otras localidades, los precios de venta también son detallados en el documento adjunto y se encuentran regidos por el impuesto a la producción propia establecidos por la Corona.

Para efectuar el pago de impuestos, el dueño o productor deberá dirigirse a la oficina del cuartel de la Policía Militar con los siguientes documentos:

Certificado de pago de impuestos del semestre que verifique el pago de los últimos 12 meses.

Si usted posee deudas, éstas podrán ser pactadas en cuotas en durante el pago actual y hasta 24 meses a continuación de esta fecha. Lo anterior sin perjuicio del pago del presente semestre

Contabilidad de producción por terreno en posesión o en comodato del año en curso

Contabilidad de ventas locales y externas a la fecha correspondiente al semestre primavera-verano del año en curso

El pago de los impuestos será gestionado a través de la Policía Militar, sin existir ningún intermediario entre la mencionada entidad y el productor agrícola.

Sgto. Jean Kirstein

Policía Militar

Cuartel de Boeringa, Muro María"

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La vida en el campo no era para nada similar a la de una ciudad. En las grandes urbes los pequeños avances de ingeniería llegaban para facilitar la vida de los habitantes. Mientras que en las ciudades amuralladas existía un sistema interconectado de aguas y colectores, en el campo dicha modernidad no estaba ni cerca de volverse una realidad. El agua provenía de pozos o de algún riachuelo, los servicios estaban fuera de las casas en su gran mayoría y, pensar en una ducha diaria con agua caliente era algo irreal. Lo más cercano a ello era meterse en una gran batea y tirarse el agua encima con un jarro y, si había quien ayudara, esa agua sería caliente.

La mañana comenzaba en la última chacra del camino que llevaba a la montaña. Frente al potrero una fogata calentaba un recipiente de agua que era vertido luego en una batea de madera dentro de la construcción.

-Debiste bañarte ayer como todos -reclamó Maika mientras Mikasa estaba dentro de la batea enjabonándose -Hoy te lavabas por partes y ya. No estaríamos contra el tiempo –con un jarro dejó caer el agua entibiada sobre la cabeza de la muchacha –Deja que te ayudo con el cabello. ¡Tardará todo el día en secarse! Vas a parecer un pollo mojado.

Así era la forma en el campo, las mujeres se ayudaban entre ellas y los varones entre ellos. Ayer había sido el turno de Albert y Maika, el pequeño Taki fue el último por la tarde, para quitarle la mugre de jugar todo el día en la tierra. Pero Mikasa insistió en hacerlo el mismo día del festival por la mañana. Su madre batallaba refregándole la cabeza con el jabón para hacer suficiente espuma.

-Lávate bien detrás de las orejas –ordenó la madre.

-Sé cómo bañarme, mamá -refunfuñó la chica enjabonándose las axilas. Maika le arrojó un balde entero de agua encima -¡Ay, pero qué bruta, mamá!

Maika volvió a refregarle el pelo con el jabón. Ahora Albert ingresaba trayendo más agua caliente que dejó a un costado.

-¡Papá! -exclamó la chica cubriéndose el pecho.

-Tanto escándalo porque tu padre te vea desnuda –rio Maika –Te conoce desde antes que te crecieran las lolas -bromeó -¿O vas a ser tan quisquillosa cuando tengas esposo?

-¿Qué? ¿Por qué sacas ese tema?

Albert salió del potrero todo risueño. Maika continuó restregándole el cabello, mientras Mikasa se pasaba el jabón por las piernas en una posición bastante graciosa sacando las piernas del agua.

-Porque no lo vas a hacer con la luz apagada, eso es muy aburrido –la bromeó su madre ahora enjabonando los largos del cabello –Los hombres son visuales, hijita. Así que no me dejes en vergüenza y que crean que crie a una mojigata. Eso déjalo para las muchachitas de ciudad todas tiquismiquis.

-En serio, no necesitamos tener esta conversación -reclamó la chica.

Maika hizo un moño con el cabello para dejarlo sobre la cabeza de su hija. Se puso junto a la batea encuclillándose para poder mirar a Mikasa al frente.

-Sí tenemos que tener esta conversación -dijo ahora seria –Hubiese querido que mi madre hubiese vivido lo suficiente para que me explicara ciertas cosas. Un padre no puede explicarle estas cosas a una chica, primero porque no es mujer y segundo porque cualquier padre querría que su hija se metiera a monja y jamás estuviera con un hombre. Enjabónate bien el cuello también -llevó un dedo para refregarle en un costado. Volvió a ponerse de pie para mojar los largos del pelo con una jarra y quitar de a poco el jabón -Tienes veinte años, Mikasa. ¿No tienes dudas al respecto?

-No las tengo -preguntó justo antes que su madre le arrojara toda la jarra en la mollera, Mikasa se pasó la mano por la cara para descorrer el agua -Sé lo que tengo que saber.

Maika volvió a verter agua en su cabeza para terminar de enjuagarle el pelo.

-Cuando conocí a tu papá creí que lo sabía todo -retomó Maika estrujando el cabello –Porque todo el proceso parece sencillo desde afuera. Dos personas se conocen, se enamoran... idealmente. Después se casan y vienen los hijos. Las mujeres trabajamos en la casa, los hombres en el campo. A veces ambos deben trabajar a la par para sacar un campo adelante -Maika retiró una toalla que estaba colgada de un clavo en uno de los pilares y envolvió el cabello en ella –Pero no es tan fácil. Más allá de la convivencia que puede ser más o menos difícil, a veces lo más difícil es dar el paso –Mikasa se enjuagaba el jabón del cuerpo –Enamorarse de alguien, amar a alguien no implica que ames menos a tu familia. Es un paso para formar la propia y salir del nido –le envolvió el pelo en la toalla y lo afirmó en una especie de turbante –Y puede ser aterrador -agregó poniéndose ahora al lado de su hija –En particular, tuve mucho miedo que amar a tu padre significara dejar el campo, dejar mi casa y a mi propio padre. La sola idea de vivir fuera de aquí, de lo que yo conocía, era algo que me retenía de aceptar los cortejos del pobre Bertie. Hasta que llegó el momento en que su trabajo aquí había terminado, la siembra estaba lista. Tu padre se marcharía a otro pueblo, uno donde el invierno no fuera tan crudo y, tal vez, nunca regresaría. Era joven y nada lo ataba, su vida era ir de acá a allá trabajando en lo que pudiese. Solo me pidió una cosa, que lo acompañara al festival de la siembra en el pueblo. En ese momento decidí, no sin que mi padre me diera una charla similar a esta, que los hijos no pertenecen a sus padres, sino que a la vida. Ser padre o madre, en este caso, es amar tanto a sus hijos como para verlos partir para caminar su propia vida. Tuve la suerte que mi padre requería alguien que lo ayudara siempre y que Bertie estuvo de acuerdo en ello, que nunca quiso salir de aquí porque había encontrado un lugar donde realmente quería estar. Pero si nunca se hubiese enamorado de mí, eso no hubiese ocurrido. Todo en la vida tiene un propósito.

-Sigo sin entender por qué estamos teniendo esta conversación -dijo Mikasa apoyando las manos en el borde de la batea para ponerse de pie.

Maika le entregó una gran toalla para que se envolviera en ella.

-Mikasa, no tengas miedo. Es solo eso. No te escudes en excusas para no tener que tomar decisiones de adulta. Ya no eres una niña, déjale eso a Taki. Que no sea el miedo el que te paralice. Si quieres quedarte para siempre con nosotros, hasta que seamos viejos y no recordemos ni tu nombre, que sea porque nos amas tanto como para empeñar tu vida y tu felicidad. Pero no porque fue el miedo el que te retuvo en este lugar.

La chica comenzó a frotarse con la toalla para secar la humedad, salió de la batea y apoyó los pies en un trozo de tela sobre el piso cubierto de heno. No dijo una sola palabra en respuesta al discurso de su madre. Simplemente terminó de secarse, su madre le entregó la ropa interior mirándola a los ojos, mirada que Mikasa esquivó. Se vistió en ese silencio que solo da la reflexión. Su madre la ayudó a abotonarse el vestido por la espalda, dejando sobre su hombro un cadejo de cabello que había escapado de la toalla.

-A veces –dijo Mikasa con voz suave mirando sus pies, aun descalzos –A veces hubiese querido nunca ir a dejar esa carta. Si papá no se hubiese empeñado en reparar el techo, si hubiese aceptado la ayuda de Elliot, jamás hubiese caído del techo y yo nunca hubiese tenido que ir al pueblo. Si tan solo nunca hubiese puesto un pie en el cuartel... Pero ya no lo puedo detener, porque no quiero detenerlo. Y no sé cómo pasó eso, simplemente no lo sé.

-La vida nos da sorpresas, hija. Todo en la vida pasa con un propósito, nada es porque sí.

-Si tan solo ese idiota nunca hubiese hecho lo que sea que hizo para que lo destinaran a este lugar -extendió un brazo hacia la salida indicando en dirección al pueblo, la voz quebrada –Nada de esto estaría pasando. Seguiría pensando que la policía militar son todos unos malditos vendidos, que a todos les importaría un carajo lo que pasaba con los que nos deslomamos para mantenernos día a día, para tener un plato de comida. Si yo nunca hubiese ido a dejar esa maldita carta –Maika le sonrió dulce, Mikasa dejó escapar una espiración trémula –El muy maldito tenía que ser estúpidamente atractivo, tenía que tener ese carácter que me saca de quicio y ser completamente diferente a como yo esperaba que fuese con su maldito palo metido en el culo. Porque se suponía que debía ser tal como los otros –hizo una pausa –No debería ser así... no así.

-Demasiadas maldiciones para mi gusto –le dijo sin ánimo de reproche, sino un tono cariñoso -No batalles contigo misma, Mikasa. Las cosas son más simples de lo que parecen en tu cabeza.

La chica espiró largo y pesado, se puso las largas medias que le entregaba su madre sentándose en una banquita a su espalda.

-¿Y si un día decide que quiere volver a la capital? Yo jamás saldré de Boeringa, nunca.

-No le veo ninguna intención de irse, si me preguntas –la vio calzarse las botas –Tal vez encontró un lugar al cual pertenecer. Está haciendo su mejor esfuerzo por hacer las cosas bien. Quizás en primera instancia lo hizo por ti, no lo niego. Sus intentos de cortejarte eran bastante graciosos y un poco burdos. Pero tampoco digamos que tú eres muy fácil de convencer. Si vamos a hacer una competencia de cuál de los dos es más tozudo, creo que sería un empate sin dudarlo -soltó una risita suave –Sin embargo, lo que comenzó por un enamoramiento terminó sacando lo mejor de él. Y él lo sabe, no es un muchacho tonto –Mikasa asintió dándole la razón -Te voy a dar un consejo y espero que me escuches esta vez en serio. Vas a ir al festival, pero ya no con miedo. No le tengas miedo, no tengas miedo a lo que sientes. Las cosas se darán de manera natural porque ya no hay nada que esconder, ¿verdad? Tendrás que ser honesta contigo mismo esta vez, ¿vale?

Mikasa miró al suelo y asintió suave. No, no había nada más que esconder. Ya no podía seguir haciéndose la tonta a sí misma, ya no. Volvió a espirar pesado. Debía dejar de luchar contra algo que había ya ganado en su corazón.

-De acuerdo, vamos a tratar de secarte un poco el cabello y ordenarlo.

La madre la tomó de la mano como cuando era una niña pequeña. Ambas salieron en dirección a la casa, Maika llevando las toallas que luego colgó en unas lienzas a un lado de la cabaña. Ingresaron finalmente. Mikasa tomó asiento y Maika le retiró la toalla del cabello. Cerca del fuego Maika peinaba el cabello húmedo de su hija batallando con los nudos. Su padre terminaba de anudarse la corbata, mientras que Taki estaba perfectamente peinado hacia un lado terminando la tarea.

-Mi hija es la chica más guapa de todo Boeringa -dijo Maika pasando al frente de la chica y ordenándole el flequillo.

-¡Pero qué muchacha tan bonita! –exclamó Albert siguiéndole el juego a Maika.

-Es el festival –se excusó la chica –Es el momento de lucir impecable.

Taki la miró ligeramente por sobre su lectura.

-Por eso que llevas horas arreglándote –le dijo con una sonrisa pícara –Nunca te había visto tan preocupada y arreglada para ir al pueblo –Mikasa se puso las manos en las caderas dispuesta a rebatirle –No nos inventes excusas. Acá todos sabemos que la razón de tu extraña preocupación por tu aspecto es alto y viste un uniforme –volvió a su lectura.

-¿Y tú qué sabes? –exclamó Mikasa completamente roja -¿Acaso no puedo querer verme bien para ir al pueblo?

-No –respondió el chico risueño, su hermana frunció el ceño –Pero creo que eres la chica más linda de todo Boeringa.

Maika fue hasta Taki y lo abrazó.

-Eso fue muy dulce, hijo –le dio un beso en la mejilla y miró a Mikasa -¿Por qué estás enfadada? Te acabó de decir que eres la chica más linda del pueblo.

-Pero lo hizo luego de molestarme –refunfuñó la chica cruzándose de brazos –Dile que no me moleste.

Albert fue hasta Taki y puso una mano sobre su hombro.

-Hijo, no molestes a tu hermana –le dijo el padre con un tono cariñoso –Menos conversación y más acción. Elliot nos está esperando para ir al pueblo dentro de una hora y parece que el cabello de Mikasa tardará bastante.

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Era extraño ver al pueblo convertido en un centro social. Usualmente había un ligero movimiento, pero tal como los Ackerman, había muchos pobladores que escasamente se dejaban ver por Boeringa. Ya sea porque no tenían la necesidad de hacerlo salvo en contadas ocasiones, o porque no estaban todos al mismo tiempo en el mismo sitio. Por lo mismo, esta era una ocasión especial. Todo el radio que incluía los terrenos de Boeringa era habitada por unas mil personas, sin contar la población flotante que se podría triplicar en contados momentos del año, como la época de siembra y la de cosecha.

Habían puestos de comida y bebidas, juegos para niños y no tan niños, algunos pobladores vendían sus propios productos también. Nunca Boeringa tuvo tanta vida como ese día. Y, aun cuando estaba de civil ese día, tendría que estar atento a cualquier movimiento extraño. Lo mismo corría para sus compañeros, excepto para Benson quien prefirió permanecer en el cuartel.

-¿Disfrutando el movimiento, sargento? –escuchó a su espalda.

Jean se volteó para encontrarse con el alcalde, quien caminaba algo adelantado de su esposa e hija, las que miraban unos puestos un poco más al fondo de la calle.

-Buenos días, señor Ritze –saludó cordial –Nunca había estado en una festividad que no fuese en los muros.

-Debe parecerle muy pintoresco –comentó el hombre repasando el lugar con la mirada –Un festival de siembra no debe ser nada comparado con los que hay en las grandes ciudades, sargento. Puede que le parezca algo demasiado burdo, en comparación a lo que está acostumbrado –volvió a mirar al muchacho –Ésta es una época movida, hay mucha gente que ha venido a trabajar a los campos desde otros lugares. Me imagino que, a pesar de vestir de civil, estará preocupándose por la seguridad de este pueblo. En esta época hasta las cosas más inimaginables pueden pasar en un pueblo como Boeringa.

-Lo tendré en cuenta, señor –asintió Jean.

Antes que Ritze se retirara, fue su esposa e hija quienes fueron hasta él para saludar al sargento. La mujer de Ritze tomó a su esposo del brazo, la chica junto a ellos.

-¿No le parece adorable el festival, sargento? -preguntó la señora Ritze, como siempre muy amable -Le aseguro que nunca había visto a todo el pueblo reunido. Es uno de esos momentos donde se puede disfrutar de la compañía de todos. Tiene que probar el pastel de la señora Pickbell, es lo mejor de todo Boeringa. Y el señor Testart trae el mejor licor del muro María.

-Creo que decantaré por el pastel, señora Ritze -contestó Jean -Puede que hoy esté de civil, pero sigo de servicio.

La señora Ritze soltó una risita, el alcalde asintió. Fue la hija de ellos quien alzó la voz:

-¿Está solo, sargento? No veo a ninguno de sus colegas por aquí -comentó la chica viendo a su alrededor -Si gusta puedo hacerle de guía. Va a necesitar alguien que lo oriente para que no lo timen -bromeó.

-Le agradezco su ofrecimiento, señorita Ritze, pero estoy esperando a la señorita Ackerman.

Brigitte asintió con una ligera sonrisa. Fue el alcalde quien se excusó para retirarse junto a su familia. La chica hizo un gesto con la mano a modo de despedida. Jean sacó su reloj de bolsillo para confirmar la hora, lo había mirado tantas veces que creía que podría calcular los minutos por sí mismo.

Haller llegaba a su lado y lo vio guardar el reloj de regreso en el bolsillo.

-Le traje esto, jefe –le entregó una jarra –Lo va a necesitar, para los nervios –lo bromeó.

-¿Qué acaso nada pasa desapercibido en este lugar? -bufó -Benedict, primero que todo no estamos en el cuartel. Puedes llamarme por mi nombre -recibió la jarra y la olió. Parecía un fermentado de manzana, una especie de cidra –Bueno, después de mediodía no le hace mal a nadie, ¿verdad? -se la empinó -Está buena. Pero que sea la última, estoy de servicio.

Haller chocó su jarra contra la del sargento en actitud de brindis, luego bebió un poco.

-Permíteme decirte algo, Jean –lo tuteó a pedida del sargento –Hay cosas que no pasan desapercibidas en este pueblo. Sobre todo cuando involucran a la máxima autoridad de la policía militar. Además, convengamos que los Ackerman tampoco son una familia que pasen desapercibidas. Son tan esquivos que han creado una serie de misterios a su alrededor –dijo despreocupadamente –Volver a ver a Mikasa ahora en el pueblo fue una sorpresa.

-Con que se conocían desde antes.

-Íbamos al campo de Vilken por manzanas cuando éramos niños -respondió Haller volviendo a beber de su jarra –De eso bastantes años -hizo una pausa –La vida en Boeringa es dura cuando no se es Ritze, Gruen u otro de los potentados. Las manzanas no se rechazan.

-Eso dice Mikasa -respondió Jean, ahora él se llevó la jarra a la boca.

Haller asintió llevando la vista hacia la salida de la calle. Detectó inmediatamente que se trataba de los Ackerman.

-Creo que ha llegado tu cita, pero esperaré que estén aquí para que no se note que llevas media hora solo como un perro haciendo la hora. Ante todo, dignidad –lo golpeó amistoso en la espalda –Hagamos como que hablamos algo muy interesante. Por ejemplo, hablemos del último informe que recibiste.

-¿El de la cuota de invierno para el pago del cuartel? -preguntó Jean sorprendido –Pero si es de lo más aburrido y más de lo mismo.

-Pero es muy interesante –le insistió -¿Opinas que nos alcanzará para todo el invierno?

-¿Bromeas? Es más dinero del que he manejado en mi vida -exclamó -Tiene que alcanzar. De hecho, estaba pensando que con lo que sobre podríamos hacer un sistema de financiamiento a las chacras con menor productividad. Valorar qué está faltando en las tierras para...

Haller se enderezó ligeramente y sonrió amigable:

-Señora Ackerman, señor Ackerman. Me alegra verlos por aquí. ¿Qué tal, Mikasa? -miró al hermanito –Taki, vaya si has crecido. La última vez que te vi fue cuando aun eras un bebé -dijo amable.

-Buenas tardes, Benedict -saludó Albert –Espero que no hayas estado esperando mucho, Jean. Una señorita acá se tardó más de lo esperado -bromeó a Mikasa.

-Tuve un imprevisto –se excusó con su clásico tono respondón.

Benedict bromeó con "las mujeres siempre se tardan demasiado" y se disculpó para ir a ver a su propia familia. Lo mismo hicieron los Ackerman cuando Albert detectó a Erick Rascall, uno de los pocos que podía considerar amigo en Boeringa. Maika y Taki lo siguieron, dejando a Mikasa y Jean solos.

Ambos muchachos siguieron a la familia con la vista, ninguno sabía qué decir para romper el hielo. Mikasa porque no podía dejar de repetir las palabras de su madre en su cabeza, Jean porque estaba algo embobado al ver a Mikasa tan bonita. Siempre la había considerado hermosa, desde que ingresó en su oficina hace ya unos cuatro meses. Pero hoy le parecía que estaba aun más hermosa. Y, debía reconocer que Haller tenía razón, estaba nervioso.

Usualmente sus encuentros con Mikasa eran producto de sus visitas al pueblo, al cuartel por las cartas o ya en el campo. Estar junto a ella no era la razón de su nerviosismo, era el contexto. Era en todo rigor una cita. Por un momento se arrepintió de haberle pedido que lo acompañara y comprometer un encuentro en lugar que fuese algo que se diera de forma natural, como había sido hasta el momento. Circunstancial.

-Estás muy callado -dijo Mikasa rompiendo el silencio -¿Pasó algo? ¿Ritze te hizo algún comentario sobre tu notificación? Porque créeme que Elliot no dejó de hablar de ello con papá camino hacia acá -hizo una pausa -Realmente sorprendiste a todos. Ritze debe estar muy mosqueado.

-Pues, me lo encontré antes y fue bastante amable -comentó mirando a Mikasa -Extrañamente amable.

-Entonces tendré que cuidar tu altivo trasero el día de hoy -lo bromeó -No vaya a ser que quiera cobrarse sus impuestos con tu cabeza.

Jean caviló. Había pasado una semana de su comunicado y no había recibido ninguna queja de Ritze. Cuando tuvo su primer enfrentamiento con él cuando solo llevaba unos tres meses en el pueblo, no le pareció alguien que se quedara tranquilo cuando su dinero y sus malas formas peligraran.

-¿Puedo preguntar cuál fue tu imprevisto? -la tonteó Jean cambiando abruptamente el tema.

-Por supuesto que no -respondió Mikasa y le indicó la jarra -¿Qué bebes?

Jean le entregó la jarra y Mikasa la acercó a su rostro para olerlo primero. Hizo un gesto de curiosidad y probó un poco.

-Fermentado de manzana –dijo la chica y le devolvió la jarra –No te recomiendo beber más que una jarra o tendrás que correr a la letrina. Es en serio. Me pasó una vez. Es muy vergonzoso.

-¿Compartiremos historias vergonzosas? Porque tengo muchas de ellas -respondió risueño -¿Comienzas tú? Las damas primero –dijo en tono de falsa galantería.

Iniciaron la marcha por la calle larga. Jean pasó a regresar la jarra al puesto de bebidas sin tomar el resto, mientras Mikasa relataba su historia de cuando Vilken regaló a los inquilinos vecinos a sus tierras un par de botellas de fermentado de manzana. Ella tendría unos dieciocho años y su padre le había dado permiso para beber con él y su madre. El fermentado era dulce y hacía cosquillas en la boca. Mikasa simplemente se fue por el agradable sabor, a pesar de las advertencias de su padre. Con las consecuencias esperables al caso.

No era una historia encantadora, sin duda. Ni siquiera supo por qué sacaba ese tema. Serían los nervios. Trataba que pareciese que todo era como siempre, pero le estaba costando. Se notaba y esperaba que Jean no se diera cuenta. Desearía no haber tenido esa charla con su madre, podría haber mantenido la compostura. No, aun sin aquella conversación no hubiese sido como siempre. No era un encuentro casual, ni Jean estaba dándoselas de galán de medio pelo jugando al yerno ideal. Era una cita concertada a la que ella había accedido casi sin pensarlo. Una respuesta que salió no sin reticencia, pero una que esperó durante una semana. ¿Por qué tenía que sentirse tan raro ahora? Normalmente no era así, ella no hablaba incoherencias ni él se quedaba callado sin hacer alarde de su labia ocurrente.

La chica se detuvo frente a un puesto de cachivaches mirándolos fingiendo interés.

-Mikasa -la llamó Jean y ella se volteó -¿No sientes que esto está... raro? Tú, yo y este ambiente enrarecido -hizo un gesto circular con la mano.

Mikasa suspiró aliviada.

-Absolutamente -le sonrió amplio.

Jean imitó el gesto y la tomó suave por los brazos.

-Quédate aquí, mirando eso -indicó los cachivaches. El tendedero los miraba con curiosidad, también otro par de personas que estaban frente al puesto -Tardo un segundo.

Mikasa lo siguió con la mirada, Jean le indicó con la mano que volviera su vista a los productos. Ella se alzó de hombros y puso atención al puesto. Entre tanta cosa había algunas interesantes. Repasó con la mirada varios y se detuvo en uno en particular, parecía una moneda vieja. La sostuvo en su mano y la alzó al frente para verla bien.

-¿Disfrutando el festival, señorita Ackerman? -escuchó a Jean tras de ella.

No se volteó inmediatamente. Disimuló la sonrisa que se le había dibujado en los labios frente a la ocurrencia de Jean. Finalmente se dio media vuelta.

-Sargento Kirstein, veo que ha decidido mover su humanidad del cuartel para compartir con el pueblo. Me siento halagada.

Dejó la moneda de regreso sobre el improvisado mesón. El tendedero los ignoró, juegos de chicos. Una señora preguntó por el precio de unas cucharas viejas.

-Ver las costumbres de Boeringa es parte de mis funciones. Además, puede que vista de civil, pero sigo de servicio. Hay mucho afuerino y ya sabe, nunca se sabe lo que puede pasar cuando llega gente que no habita en este pueblo ni sus alrededores.

Mikasa le sonrió y soltó una ligera risa, Jean se sintió aliviado. De pronto, todo volvía a ser como siempre.

-¿Vino sola? -continuó con su actuación.

-Vine con mi familia. De las pocas veces que venimos al pueblo. Eso usted lo sabe, porque se la pasa en mi casa enterándose de cada detalle. ¿En serio no se aburre de la charla de unos campesinos?

-En lo absoluto -respondió Jean -Comprender el actuar del habitante de Boeringa también es parte de mis funciones.

Mikasa asintió.

-¿Y acompañarme en mi recorrido por los puestos también lo es? -preguntó risueña.

-Coincidencias, señorita Ackerman -dejó caer con simpleza -Pero si me permite hacer el recorrido con usted, me sentiría halagado. Después de todo, creo que es la chica más guapa que he visto en este lugar.

-Debería ignorar sus cortejos, sargento, pero lo dejaré pasar por esta vez. No quiero arruinar mi buen humor -lo miró fingiendo displicencia -Ya que, al parecer, tenemos el mismo recorrido, creo que sería descortés no aceptar su compañía. Debo reconocer que no es usted el patán que creí en un comienzo.

Jean le ofreció su brazo y Mikasa aceptó no sin darle un pequeño empujón por el costado y soltar una risa suave. Siguieron pasando la vista por los puestos, Jean parecía especialmente atento a aquellos que vendían alimentos por peso ya fuesen dulces, grano o frutas. Los tendederos lo miraban con inocencia y lo saludaban a la distancia. Pero mientras Jean estaba concentrado en una balanza en particular que parecía desalineada, Mikasa notó que la gente a su alrededor los miraba con curiosidad.

Jean se alejó del puesto, con la mente en dejar un momento a Mikasa con sus padres e ir por los pesos para calibrar al cuartel. ¿Dónde se había metido Benson? Esa era su labor esta misma mañana.

-Me siento observada –murmuró Mikasa sacándolo de sus pensamientos.

Jean miró a su alrededor, efectivamente había algunos que ponían su atención en ellos, pero luego fingían no haberlos visto ni notado que se paseaban tomados del brazo como si fuesen una más de las parejas del pueblo.

-¿En serio? –preguntó Jean sin darle importancia a las miradas que les daban de tanto en tanto –Quizás están extrañados de verte en el pueblo.

Mikasa frunció los labios indicándole que no se compraba su excusa barata. Había una razón más. El que estuvieran juntos, paseándose por el pueblo llevaría a todos a dar por confirmadas sus especulaciones.

-No estoy jugando, Jean –insistió Mikasa -¿No tienen nada mejor que mirar?

-Yo no, al menos –le dijo mirándola y guiñándole un ojo.

Mikasa se volteó para ver a las personas que pasaban a su lado y notó que un par se sonreía al verlo juntos. La chica soltó un suspiro. Al menos no había malicia en los rostros de quienes los veían con curiosidad, era una mirada que rayaba en la ternura. Y, la realidad era así. La gente sabía la reticencia de las mujeres Ackerman a ir al pueblo, ver a Mikasa en el último tiempo, aunque era algo común, siempre llamaba la atención. Pero verla con el sargento, sabiendo además que la influencia de ella era la que lo había hecho tomar ciertas determinaciones que nunca antes nadie hizo, era simplemente enternecedor.

En Boeringa no había un solo joven que pudiese poner su interés en Mikasa, no porque fuese una chica fea, todo lo contrario. Sino porque los rumores en torno a su ascendencia eran increíbles. Muchos se burlaban de esas habladurías, pero aun así tenían cierto respeto "por si acaso". Algunas personas mayores simplemente evitaban hablarle incluso. Pero más allá de las habladurías, a muchos pobladores les conmovía que finalmente fuese un afuerino quien estuviese dispuesto a hacer caso omiso y, con ello, traer un cambio completo al pueblo. Ver al sargento palo-en-el-culo con cara de enamorado viendo a la chica más humilde de todo Boeringa era un espectáculo. Tanto como ver a aquella chica que rehuía de todos totalmente cómoda en su compañía. Y eso era lo que miraban, de eso era de lo que hablaban una vez que se alejaban de ellos.

Cerca de la plaza, los Ackerman charlaban con un par de personas, parecían cercanos. Taki se paseaba cerca entre los puestos de comida.

-Me temo que el tipo de las nueces tiene cargada su balanza -dijo Jean, Mikasa asintió -Vuelvo en un momento.

Mikasa se acercó a sus padres y saludó a los padres de Benedict Haller. Se sumó parcialmente a la conversación, más pendiente que Taki no se perdiera de su vista.

Jean fue hasta el cuartel que se encontraba con la puerta cerrada. Se extrañó, porque usualmente se mantenía abierta a no ser que estuviese ventoso o hiciese frío. Abrió la puerta y las campanitas tintinaron. Nadie tras el mostrador.

-¿Benson?

No recibió respuesta, iba a medio camino hasta la bodega para sacar los pesos para calibrar la balanza, cuando el soldado bajó desde el segundo piso donde estaban las habitaciones.

-Sargento -se cuadró en cuanto estuvo frente a Jean -Disculpe mi ausencia, estaba cambiándome la camisa. La manché con mermelada de frutilla que claramente no debí estar comiendo si estoy de guardia, señor.

Jean le hizo un gesto para que dejara de cuadrarse.

-Ve a la feria. El tipo de las nueces tiene adulterada la balanza.

-Sí, señor -volvió a cuadrarse y fue hasta la bodega.

Jean iba a retirarse cuando escuchó un crujir de las tablas del segundo piso. Se volvió hacia la bodega. Mermelada, sí cómo no. Ese Benson no era tan correctito después de todo. Había metido a una chica al cuartel. Ya le daría una charla de los límites que tenía el puterío bajo su mando. Regla número uno: no chicas en los cuartos. Para eso el segundo piso de la taberna tenía varias habitaciones disponibles.

Se retiró del cuartel cerrando la puerta tras de él. Comenzó su caminar por la calle dando la vuelta a la plaza, cuando se escuchó nombrar.

-Sargento, veo que no pudo resistirse a dar una vuelta por la feria –comentó el señor Rascall detenido fuera de su tienda de variedad de productos que traía desde Shinganshina -Espero que, a pesar de su simpleza, pueda pasar un buen rato.

-Un momento de esparcimiento hace bien para el espíritu –respondió Jean.

-Me pareció que vino en compañía de la señorita Ackerman –comentó el hombre sin mala intención –Bertie y yo somos buenos amigos. Tanto como para que me compartiera sus aprehensiones respecto al futuro de sus tierras. Hizo bien, sargento Kirstein, alguien debía poner un alto a los abusos –Jean lo miró serio –Créame que somos muchos quienes apreciamos lo que ha hecho en este pueblo. No lo digo de adulador, es la verdad.

-Hago lo que corresponde –respondió algo seco –Pero le agradezco sus palabras.

Rascall miró a la plaza. Los chicos Ackerman se divisaban a la distancia. Otros chicos jugaban a la pelota y uno de ellos fue por Taki, sin siquiera conocerlo, solo como son los niños.

-¿Me acompañaría un segundo a interior de la tienda, sargento? Hay algo que quiero hablar con usted, en privado.

El hombre ingresó y Jean lo siguió, cerró la puerta logrando que las campanitas colgadas tintinearan. Rascall pasó tras el mostrador y buscó algo entre las gavetas. Dejó frente a él un pañuelo doblado, Jean lo miró.

-Recibo muchos empeños, sobre todo en época de siembra. No es a lo que me dedico, pero ya sabe, los dueños de pequeñas tiendas solemos recibir cosas de quienes requieren un poco de dinero extra. Si viese la cantidad de cosas que tengo guardadas en cada una de estas gavetas. Cosas que cada tanto las personas vienen a venderme para sacar unas cuantas coronas. No las vuelvo a vender, me parte el corazón –observó el pañuelo –Siempre espero que vengan por ellas. Algunas veces eso no ocurre, no solo porque recuperarlas es un gasto que no siempre pueden darse, sino que otras es por vergüenza. Dejar algo de valor sentimental y ponerle un precio es crudo. Pero es una realidad a la que me he acostumbrado –hizo una pausa –Hace poco unos dos meses recibí esto –abrió el pañuelo, era una delgada cadenita de plata –Le di treinta coronas por ella. No vale más de doce, lo sé, porque yo se la vendí a su padre hace cinco años. A Bertie Ackerman -agregó -Le dije a la muchacha que podía prestarle el dinero, pero tanto usted como yo sabemos de lo que está hecha esa chica. Es muy orgullosa. Por lo mismo, no quise devolvérsela, no quiero ofenderla. La dignidad es lo único que la gente pobre tiene, no puedo arrebatarle eso. Pero si usted se la entrega, ella lo tomará como un regalo y aligerará mi conciencia.

Jean tomó la cadenita entre sus dedos. Era delgada y sin ningún adorno más que su propia estructura, simple y ligera.

-Bertie se la regaló para sus quince años –agregó Rascall -Cuando mi hija cumplió quince años, me pidió un par de aretes. Tengo una buena posición, un campo que me da lo suficiente y que no necesito trabajarlo yo mismo. He tenido suerte, no lo negaré -hizo una pausa -Fui hasta Shinganshina para traerle un par de aretes a mi niña. A veces me pongo a pensar que mientras más tenemos, menos valoramos los pequeños gestos y la simpleza de ellos, el cariño y el esfuerzo que hay detrás.

Jean volvió a dejar la cadenita sobre el pañuelo y lo dobló tal como Rascall lo tenía guardado. Dio un par de dobleces más y lo guardó en el bolsillo interior de su chaqueta.

-Anótelo en mi cuenta -le indicó.

-No es necesario...

Jean apoyó un codo en el mostrador en actitud cómplice.

-Dígame una cosa, señor Rascall. ¿Usted cree que esa señorita va a perdonar a mi trasero si no saldo la deuda? Ya me llevaré un sermón por meterme en sus asuntos e involucrarme en esto.

-Lamento que esto sea un problema para usted.

-¿Problema? Escucharía esos sermones gustoso el resto de mi vida -se incorporó -Gracias, Rascall. Esto habla bien de usted.

-Eso nos hace dos, entonces -sonrió el hombre -Que tenga un buen día.

-Usted también.

Abandonó la tienda con una extraña sensación. Tal como había mencionado Mikasa, efectivamente la gente miraba más que de costumbre. No pudo evitar repetir en su mente las palabras de Rascall. Su notificación había tenido un impacto en los pobladores de Boeringa, una que parecía positiva. Sin embargo, esperaba algún tipo de reclamo por parte del alcalde. Pudo hacerlo cuando se lo topó antes en la feria, pero no era el estilo de Ritze. Preferiría enfrentarlo en privado antes de echarse medio pueblo encima. La batalla estaba diplomáticamente comenzada.

Prefirió dejar esos pensamientos de lado, no iba a arruinar su día rumiando en su cabeza cuál sería el siguiente paso que daría Ritze... y cuál sería el propio. Se dirigió al lugar en la plaza donde los Ackerman se habían sentado sobre una manta para disfrutar de algunas de las comidas que vendían en los puestos.

El resto del día pasó bastante rápido. Había bastante movimiento, muchas cosas por ver y con una buena compañía. Por instantes estaba la familia reunida, sin embargo, se las arreglaban para dejarlo a solas con Mikasa al estilo de los Ackerman. Eso es, sin nada de disimulo. Afortunadamente, los instantes incómodos no regresaron, pero no pudo evitar que Mikasa no estaba tan a la defensiva como siempre. A pesar que disfrutaba sus pequeños enfrentamientos y le parecían muy ocurrentes, fue un diferente que calificaba como bueno. Tal vez, Mikasa solo se estaba controlando por estar rodeada de muchas personas, pero sabía que eso poco y nada de importaba después de todo. Curioso, pero no quiso hacerse expectativas, sabía muy bien cuál era su lugar en toda esta historia, era el sargento estirado citadino y ella una chica de pueblo con mucha labia y una reticencia a la milicia. Podía vivir con eso sin dudas.

Más allá de cómo había comenzado todo entre ellos, y aun cuando en un impulso inicial quiso hacer a lo que estaba acostumbrado, Mikasa le había dado una gran lección. Tal vez, a pesar de los sentimientos que tenía por ella, nunca podría ser algo más que un amigo. Pero se sentía conforme con eso. Quizás Mikasa solo había sido un primer impulso para comprometerse con todo lo que la rodeaba. Mientras hablaban podía ver todo a su alrededor, a cada persona que había concurrido al festival, ver a Boeringa en todo su esplendor. No eran personas ignorantes, no eran animales de carga que solo servían para abastecer a las grandes ciudades y cada uno de ellos se merecía más que unos cuantos reportes a las ciudades amuralladas contabilizando las producciones. Ellos no eran número, no eran sacos de grano. Eran personas con sueños, con esperanzas y, sobre todo, que merecían mucho más que lo que obtenían. Mikasa le había sacado una venda de los ojos y él se la dejó retirar sin demasiada pelea.

-Papá me dijo que en un par de días ya podrás tener tu casa totalmente a tu disposición.

Las palabras de Mikasa lo trajeron de regreso de su breve reflexión.

-Justo antes del invierno -comentó notando también que ya comenzaba a ponerse el sol y comenzaba a decaer la temperatura –Podre congelarme el trasero en la inmensidad de la casona de Robensen -bromeó.

Mikasa le sonrió y miró hacia las montañas, las nubes mostraban un leve color anaranjado.

-Deberías dejar de llamarla así -volvió a mirarlo –Si pretendes quedarte aquí, como ya me lo dijiste antes, deberías comenzar a llamarla tu casa, ¿no crees? Y sí, vas a congelar tu trasero en la inmensidad de esa casa. Robensen nunca pasó un invierno en ella, huía hacia Shinganshina –se alzó de hombros –Tampoco es como que haya mucho que hacer aquí en esa época. Todos hibernamos como los osos -bromeó.

-Conseguiré varias mantas entonces -respondió de buen humor.

–Pero no te recomiendo que vayas por algunas hoy -advirtió Mikasa -Inflaron los precios, por si acaso no lo notaste.

-Lo noté, no creas que no -afirmó Jean –No está fuera de la ley, así que no intervendré. Son precios para lo afuerinos curiosos.

-¿Acaso tú no eres un afuerino curioso? -lo picó la chica.

Jean caviló un momento paseando la vista a la lejanía.

-No -respondió con seguridad –Tengo mi casa acá, ¿no?

Mikasa le sonrió amplio y asintió. De alguna forma esa afirmación le traía tranquilidad, aun cuando Jean ya le había dicho que no tenía intención de marcharse. Sin embargo, siempre estaba esa sensación de "qué sucedería si..." Pero ahora, el invierno podría caer con toda rudeza este año, podría congelarse el frío y la nieve subir metros en el camino hacia la montaña; pero aquello pasaría, la nieve cedería, el río volvería a correr... y ella volvería al pueblo a encontrarlo sentado en el escritorio comiendo de sus dulces y tomando su té capitalino.

Todo sería como siempre cuando la primavera regresara una vez más.

Decidieron abandonar su cómodo sitio para ir en búsqueda de la familia de Mikasa. Dentro de poco el sol se ocultaría tras las montañas y el camino hacia las chacras de los extremos del pueblo se volvería oscuro y difícil de transitar. Los Ackerman estaban ya en compañía de Elliot y su hijo mayor, la llegada de Mikasa marcaba el final de la jornada. Ellos se adelantaron unos pasos luego de despedirse del sargento.

-Espera un momento –dijo Jean cuando Mikasa se disponía a seguirlos. Buscó dentro de su chaqueta y sacó el pañuelo muy bien doblado –Esto es para ti.

La chica recibió el pañuelo y lo miró con curiosidad. Iba a abrirlo, pero Jean le indicó que esperara. Mikasa simplemente lo sostuvo en su mano.

-Espero que no te hayas aburrido –dijo ella finalmente, sin siquiera cuestionarse la entrega de ese curioso atado –Yo me lo pasé bien, pero yo estoy acostumbrada a esto.

-Me lo pasé muy bien, gracias por acompañarme.

Mikasa negó suavemente.

-No tienes que agradecer nada, en serio -respondió viéndolo a los ojos –Soy yo la que debo darte las gracias por lo que sea que tengo en la mano -sonrió ligero –¿Funciona esto en la capital de regalarle algo a una chica después de una salida? -lo bromeó con un ligero sonrojo.

Jean le sonrió de vuelta algo avergonzado:

-No lo sé, ya no lo recuerdo –hizo una pausa –Hay muchas cosas que ya no recuerdo, porque todo lo que sabía acá no funcionan –Mikasa lo miraba atenta –Ya me lo dirás tú cuando sea primavera –le guiñó un ojo en jugarreta.

Mikasa soltó un ligero suspiro indetectable para él. Bajo la vista brevemente antes de volver a mirarlo y alzar la voz:

-Hasta primavera entonces, sargento Kirstein –dijo con voz suave –Procura poner mucha leña a la chimenea y hacerte de varias mantas.

Jean asintió.

-Hasta primavera, señorita Ackerman.

Mikasa le sostuvo la mirada un momento. ¿Por qué no quería marcharse? ¿Por qué tenía ese deseo incontrolable de que el invierno nunca cayera en el pueblo? Nunca se había cuestionado el encierro invernal, nunca le había parecido algo que quisiera evitar. Era natural y esperable. Pero ahora daría todo porque el otoño durara eternamente, que ese momento durara para siempre.

Una brisa helada le heló la espalda sacándola de su silencio. Inició su marcha mirándolo por sobre el hombro, él también giró para verla partir. La chica respiró profundo antes de ver hacia el frente y caminar al encuentro de sus padres. Ya en la carreta vio hacia Jean, la gente que circulaba tapó su vista. Elliot inició la marcha, comenzaron los comentarios del día, de los productos. Mikasa miró a su mano y la abrió para extender el pañuelo. Lo desdobló con cuidado, Taki miraba hacia los campos comentando lo enorme de un toro, Albert hablaba con Elliot, el hijo mayor de su vecino se sumaba a los comentarios de Taki. Maika veía a Mikasa terminar de abrir el pañuelo. Entonces la vio sonreír ampliamente. Volvió a doblar el pañuelo con el contenido en él y sostenerlo en su mano con firmeza. Perdió la vista en las montañas, rogando que ese invierno fuese el más corto que alguna vez Boeringa hubiese vivido... y poder agradecerle a Jean haberle devuelto lo más preciado que tenía y que pensó haber perdido para siempre.

Maika la miraba con disimulo.

-Será un invierno corto –dijo la madre –Lo sé.

Mikasa asintió con una gran y bella sonrisa. Sería un invierno corto, eso era lo que pedía. 

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