Convivencia


La nieve siguió cayendo con más o menos intensidad durante cinco días consecutivos, el frío se hacía sentir con mayor intensidad desde temprano en la madrugada, hora en que Mikasa bajaba a poner un par de leños más al fuego. Aun así parecía que frío se colaba por cada espacio. No recordaba otro invierno así, salvo cuando alguna vez estuvo en misión de entrenamiento. Tenía que reconocer que su vida había bastante cómoda y no pensó que Boeringa pudiese tener, en su plácido acontecer, un elemento tan crudo.

–No voy a decir que tienes buen semblante, pero al menos estás despierto –bromeó Benson ayudándolo a ponerse de pie. Jean se dejó alzar sintiendo que el cuerpo no le reaccionaba del todo bien –¿Cómo lo haces para ir al baño? Pareciera que tienes ochenta años y acabas de pasar la adolescencia –continuó con buen humor.

–No voy a entrar en detalles humillantes, pero solo diré que Mikasa me ayuda a llegar a la puerta.

–Es una buena enfermera –comentó Benson mientras salían al pasillo –Muy diligente –hizo una pausa –Aunque se la nota exhausta. Debe haber sido una semana extenuante para ambos –tomaron una pausa a mitad del pasillo –No estás nada bien.

–Dime algo que no sepa –dijo Jean de buen humor –Siento como si un titán me hubiese pasado por encima. Por mucho que tome las medicinas que envió Rascall, no me alivian nada el dolor. ¿Qué mierda es esta peste?

Retomaron la marcha por el pasillo, lo que se podía recorrer en segundos, ahora parecía una caminata montaña arriba con el viento en contra.

–He visto a los más fuertes no pasar la fiebre –comentó Benson, ahora serio –Y a otros solo les da un leve catarro. Supongo que no te pilló con buenas defensas. Peleaste duro muchacho, no te restes méritos.

–Si pasé la fiebre no fue gracias a mi estado físico, fue gracias a Mikasa. Si no fuese por ese Jaeger, me caso –bromeó al tiempo que Benson abría la puerta del baño –Aunque no creo que a Mikasa le gustaría un esposo tullido.

Benson rió mientras la tortura continuaba. Finalmente el sarpullido había abandonado su cuerpo y sus cuidadores personales –Mikasa y Benson– habían decidido que era hora de que el sargento jabalí se desprendiera de sus hedores. Justamente, por eso el ahora sargento subrogante se encontraba ahí. Aunque Mikasa dijo que ella podía hacerse cargo de aquello, Jean se opuso rotundamente.

–Lamento informarte que tu esposa me ordenó que no me moviera de aquí aunque eso sea irrespetar tu intimidad.

–No tengo nada que no tengas –respondió Jean sentándose en una silla que habían colocado estratégicamente junto a la tina –Creo que después de las duchas generales en la academia no queda ningún pudor, ¿verdad?

–Ninguno –respondió Benson teniendo el criterio suficiente para voltearse mientras el sargento se desnudaba –Puedo traerte algunos informes para que te diviertas en tu tiempo libre.

–Sería bueno para el espíritu.

Benson le tendió una mano para ayudarlo a meterse dentro de la tina, pasó a sentarse en la silla no sin primero arrojarle la barra de jabón a su superior. La verdad era que le preocupaba su estado, a todos los muchachos les preocupaba. Jean era un joven atlético y ahora pareciera que hubiese perdido varios kilos. Incluso diría que estaba más enjuto que Hasse, que parecía un espíritu que toda ropa le quedaba enorme.

La puerta del baño se abrió de sopetón.

–¿Todo bien? –preguntó Mikasa asomando la cabeza –La habitación está lista.

Antes que Benson pudiese decir que todo estaba bien, Jean alzó la voz:

–¿Qué haces aquí? –exclamó –¡Que no ves que estoy en bolas!

–Nada que no haya visto ya, sargento jabalí traserito de bebé.

Benson ahogó una risotada. Mikasa dejó un par de toallas en junto al lavabo. Se quedó mirando a Jean un momento.

–Creo que iré a comprar un par de gallinas al mercado. Estás muy delgado. Y papas, muchas papas –agregó mentalmente para luego salir del baño cerrando la puerta tras de ella –Me llevo tu abrigo –se escuchó desde el pasillo.

Benson se rió, Jean bufó mientras se refregaba el jabón por los brazos y las axilas.

–No te enfades con ella, Jean –le dijo Benson con una sonrisa amistosa –Está preocupada. Si no fuera por la supuesta historia del muchacho de la Legión, diría que está completamente enamorada de ti –no hubo bromas de por medio –O te ve como un hermano mayor.

–Definitivamente la segunda opción –respondió Jean, Benson se alzó de hombros –No es fácil ni lo será –soltó una espiración –Pareciera que estuviésemos jugando a la casita.

–¿No era la idea? –bromeó Benson –Te trasladaste a esta casa con esa intención, dejando el "jugar" de lado.

–Eso fue antes de saber la gravedad del factor Legión de Reconocimiento –dijo el sargento continuando con el jabón –Es muy frustrante. Comienzo a disfrutar esto más de lo que debería, ¿sabes? Y me siento completamente culpable por ello. Es una curiosa mezcla entre disfrute y masoquismo.

–El masoquismo incluye el disfrute.

–¡Peor aún! –exclamó Jean –Solo soy un masoquista entonces –hizo una pausa –A veces preferiría que no estuviera aquí. Pero no hay manera de regresarla a casa. No hasta que pase el invierno. Mikasa es como una dulce tortura.

–No digas eso, puede escucharte –advirtió Benson –No quieres ser un malagradecido. Después de todo si ella no hubiese llegado a buscarte al cuartel, nadie se hubiese cuestionado el por qué no llegaste ese día a trabajar. Todos te hacíamos alistándote para el invierno. Si hubiésemos llegado al día siguiente, no estaríamos hablando ahora –Jean caviló –¿Y por qué te buscaba ese día? Ya nevaba cuando llegó al pueblo.

–Ni idea –respondió Jean mojándose el pelo con descuido para hacer espuma mientras refregaba el jabón –Yo supuse que había venido a dejar una carta... aunque eso sería bastante absurdo si luego de nevar este pueblo queda completamente aislado del mundo. No me lo cuestiono la verdad. Quizás vino por provisiones o algo así.

Benson negó.

–Haller dijo que llegó a buscarte.

–Pues no tengo idea –respondió Jean.

–Deberías preguntarle, ¿no crees? –insistió Benson –Los Ackerman jamás se arriesgarían a salir de la chacra cuando comienza a nevar. Podrían llegar al pueblo, pero no podrían regresar. Debió ser algo importante –hizo una pausa –O las asiáticas son realmente brujas y tuvo un mal presentimiento.

–Eres peor que Hasse con sus habladurías –masculló Jean.

Benson le alcanzó un tiesto para que se enjuagara el pelo. Jean lo tomó y se tiró una gran cantidad de agua sobre la cabeza. Se pasó una mano por la cara para retirarla.

–No deberías prestar atención a los rumores, ya te lo dije alguna vez. Benedict aún está molesto con Phillip por haberte hecho llegar ese malintencionado rumor. Dice que los tiempos no le cuadran para nada y que Maika Ackerman aún es lo suficientemente joven para traer hijos al mundo. La diferencia de edad entre Mikasa y Taki puede deberse solo a circunstancias de la vida. En la pobreza y la hambruna no hay muchos niños que sobrevivan ni embarazos que resistan.

Jean lo miró fijo.

–No me gusta que Mikasa se convierta en el centro de las conversaciones del cuartel –advirtió serio –No estamos hablando de cualquier chica del pueblo. Puede que no sea mi novia ni mi esposa, pero van a tener que empezar respetarla como si lo fuera. ¿Me hago entender?

–Perfectamente, señor. No permitiré más comentarios de la señora Kirstein en el cuartel.

–Si eres bien hijo de puta, Tomasin –masculló Jean.

Benson se sonrió malicioso.

–Y luego dices que es una tortura tenerla en casa. Seré un hijo de puta, pero tú eres un inconsecuente, Jean –había cierta crítica en el comentario –Creo firmemente que esto es un malentendido. Puede que comenzara por una carta, pero Mikasa no es una mentirosa. Te lo dijo desde un primer momento, el chico de la Legión es un amigo. ¿Cuántos amigos crees que Mikasa ha tenido en su vida? –dejó la pregunta en el aire –Ese muchacho debe ser uno y el otro eres tú. Nadie más. ¿No crees que el interés que tuvo enviar esas cartas, es el mismo que tiene ahora por cuidar de ti? Yo creo que es muy similar.

–No pongas en mi cabeza ideas que trato de erradicar, ¿quieres?

–Entonces deberías dejar de tratar de erradicarlas y escucharme, en lugar de dejarte llevar por habladurías. Porque insistes en que lo son, pero realmente las crees.

–No necesito de habladurías cuando tuve la realidad frente a mis ojos. Tú no la viste ni la escuchaste. Todo era Jaeger... y a mí, pues que me comieran los perros. No creas que soy tan infantil como para celarme porque prestara atención a Jaeger, puedo entenderlo completamente –Benson lo miraba con atención –Pero, realmente fue como si no existiera. Ni siquiera como un amigo o un conocido cordial.

–Insisto, Jean, ¿creíste que pudiese ser diferente? Ya te lo dije, hazme caso, te llevo diez años. Ponte en sus zapatos. Para ella, tú estás en el inventario. No lo digo peyorativamente, sino todo lo contrario. Eres parte de las personas con las que convive a diario o casi a diario. ¿Acaso prestó atención a sus padres o a su hermano mientras el chico de la Legión estuvo allí?

–No realmente –respondió pensativo –Incluso fue bastante displicente con Maika y, aunque tienen sus diferencias por momentos, ella no es así con su madre. Con suerte escuchaba a alguien más a Jaeger.

Benson soltó una espiración larga.

–Mikasa no sabe tratar con las personas como lo hacemos tú o yo. No tiene mucha claridad del cómo llevar los vínculos. Es una niña socialmente hablando. Le eres tan familiar que no sabe distinguir el cómo tratarte de alguien más, a quien da por hecho. Inventario. Maika, Bertie, Taki y tú. ¿Siquiera has puesto atención en cómo llega al cuartel como si fuese una extensión de la chacra? ¿Crees que hace eso en las casas de la gente para la que trabaja su madre? Claro que no. Una vez que se siente cómoda, asume todo con naturalidad. Eres parte de su inventario y, como eres el sargento, el cuartel también está inventariado. ¿Me hago entender?

–Creo –dijo Jean pensativo –Entonces, ¿puede que me haya estado comiendo el coco por nada? –Benson asintió –¿Lloré una noche completa por nada?

–Eso es tierno –dijo Benson de buen humor –Pero tranquilo, galán. Recuerda que ahora están viviendo bajo el mismo techo. No es lo mismo que ir a cortejarla a casa de sus padres o cada vez que pasa por el pueblo. No quieres que las cosas se vuelvan extrañas de pronto. Puede que la perturbes y se sienta en la obligación de seguirte la corriente, solo porque no tiene a donde más ir. Solo procura que se sienta cómoda y que también estás cómodo a su lado. Lo más terrible que puede pasar es que tengas que esperar al final del invierno para saber si solo eres un amigo inventariado o quiere que seas algo más que eso. Controla el ímpetu juvenil y actúa como un hombre hecho y derecho.

–Lo entiendo –afirmó Jean dándose una última ronda de enjabonada –Eres un buen consejero, Tomasin. Gracias.

Desde abajo se escuchó abrir y cerrar la puerta.

–Ya llegué –se anunció Mikasa en un grito nada elegante –Traje carne.

–¿Ves lo que te digo? –dijo Benson de buen humor.

–Ya inventarió esta casa... y mis finanzas.

–No te sorprendas, muchacho. Solo procura reponerte para que seas un buen proveedor del hogar –lo bromeó. Jean lo miró frunciendo el ceño –¿Terminaste? Tampoco es bueno que estés mucho tiempo, puede que no te siente muy bien.

–Déjame dar otra ronda de jabón, no quiero a Mikasa mosqueándome con que huelo a jabalí.

–Honestamente, olías a jabalí.

Jean prefirió guardar silencio y terminar de enjabonarse por enésima vez. En el silencio terminaba de darle vueltas a las palabras de Benson. Aprovecharía estos meses en disipar las dudas y en estudiar cuidadosamente el panorama. Puede que esta batalla no estuviese del todo perdida, ¿verdad?

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Mikasa dejó el abrigo en el perchero y se retiró las botas para dejarlas a un lado de la puerta. Se tocó la planta de los pies para comprobar que traía las calcetas húmedas. Se las retiró con poca elegancia y las dejó en el tendedero que había instalado en la sala, aprovechando se sacar otro par que estaban ya secos. Dejó el paquete de carne sobre la mesa de la cocina y volvió a la sala para secar un poco el ruedo de su falda frente a la chimenea.

No era la primera vez que iba por algo a la tienda, de hecho había salido la última vez que Benson vino con los muchachos a traer una de las camas de cuartel para instalarla en la habitación frente a la de Jean. Aunque poco la había utilizado, aun insistía en cuidarle el sueño. Pero ese no era el tema.

–Mikasa –la voz de Benson mientras bajaba las escaleras la sacó de sus pensamientos –¿Necesitas ayuda con algo antes que me vaya?

–No, Benson –respondió moviendo el ruedo de la falda hacia los costados para acelerar el secado –Todo está bajo control. ¿Jean está bien? –Benson asintió –Gracias por tu ayuda. Le hace bien hablar con alguien que no sea yo y que lo distraiga de esta situación –hizo una pausa –¿Puedo ofrecerte algo? Hice bollitos dulces, a Jean le gustan mucho. No creo que se enoje si te regalo algunos –sonrió maldadosa.

–No puedo negarme a bollitos dulces –dijo Benson de buen humor.

Mikasa se dirigió a la cocina y el soldado la siguió deteniéndose en el dintel de la puerta mientras la chica extendía un paño de cocina para dejar sobre él algunos bollos. Anudó el paño y se lo alcanzó a Benson, el soldado lo recibió.

–Supongo que al sargento no le molestará que me tome su té pijo de la capital –bromeó mientras Mikasa aprovechaba de secar un par de platos.

–No lo creo –respondió con una ligera sonrisa –Pero tiene los dulces contados, no te arriesgues con eso.

Mikasa volvió a sus platos. Benson se la quedó mirando serio.

–El camino a la montaña puede que esté bloqueado, pero no creo que el camino a Shinganshina aun esté intransitable –comentó tanteando el terreno, Mikasa lo observó de reojo –Sería bueno que lo viera un médico. Haller dijo que podría comprobar la ruta hasta Sterten. Si hasta Sterten se encuentra transitable, hasta Shinganshina no habría problema.

–Jean está bien, solo le falta comer más –aseguró Mikasa ignorando el requerimiento del médico por parte de Benson –Solo ha pasado una semana.

Benson asintió, no quiso presionar. No estaba en él plantar aún más preocupaciones en esa muchacha, pero sí debía hacerse cargo. Dando las gracias por los bollos se retiró de la casa, dejando a Mikasa sola con sus cuestionamientos.

Sabía que Haller iría a chequear la ruta, pero no quería que la vieran dudar. Si alguien se tenía que mantener entera en esta situación era ella. Jean había tenido mucha fiebre y devolvió todo lo que comía hasta hace un par de días. Era normal que aun estuviese débil, pero estaba preocupada, no solo por su salud, sino porque el encierro y el sentirse inútil para él no debía ser fácil.

Y hablando de fácil, aun había algo te tenía que hacer.

–No te muevas que puedo cortarte –lo regañó Mikasa pasando la navaja –El sargento jabalí traserito de bebé cara cortada no es un buen apodo –bromeó alejando la navaja de su rostro para introducirla en el tiesto de agua que tenía sobre el velador –Me temo que no tengo la práctica para dejarte algo de barba decente. Debiste pedirle a Benson que lo hiciera.

–Rasura todo, no hay problema –dijo Jean mirándola de reojo –Ya podré hacerlo yo y recuperar mi estilo –bromeó y Mikasa volvió a pasar la navaja, ahora por la línea de la mandíbula.

–Shh, silencio –le indicó mientras estaba totalmente concentrada.

Jean la miraba con atención y podía notar cierto sonrojo en las mejillas de la muchacha. Seguro era por la concentración y la cercanía de sus rostros nada tenía que ver con ello. Estaba tan cerca que poco le importaba quedar con una cicatriz de por vida si en un brusco movimiento pudiese robarle un beso. Una cicatriz de por vida y la nariz rota, eso seguro. Pensar en eso le dio risa. Mikasa lo reprendió por moverse.

–Haller irá hasta Sterten –comentó Mikasa volviendo a limpiar la navaja, repasó con los dedos y se acercó más para revisar su trabajo, volvió a tomar la navaja –Si está transitable, mandarán a llamar al médico de Shinganshina. Eso si no hay brote de peste en alguno de los otros condados. Al menos en Boeringa eres el único que se ha contagiado. Supongo que alguno de los jornaleros pudo contagiarte, incluso pudo ser en el festival –pasó con cuidado la navaja retirando la espuma –Pero como todo el pueblo, o casi todos, ya tuvieron la peste, nadie más ha caído enfermo supongo.

–No puedo creer que haya un solo médico que realice las visitas a los pueblos.

–Bienvenido a las tierras olvidadas del muro María –dijo la chica enjuagando la navaja –Ni siquiera el reverendo Castle se aparece para exorcizar los demonios en el invierno –bromeó –Ya me imagino lo que diría si supiera que me estoy quedando aquí.

–¿Y por qué tendría que opinar algo al respecto? –preguntó Jean. Mikasa volvía a pasar la navaja.

–Ya sabes lo que todos dicen –respondió atenta a su labor –Hubieses visto la cara de la señora Gruen cuando me vio en la tienda de Testart cuando fui por la carne. Era como si hubiese visto al demonio en persona. Una señorita de bien no debería estar viviendo con un hombre, menos cuando todo el pueblo comenta que somos amantes. Soy la personificación del pecado –retiró la navaja –Levanta un poco el mentón.

Jean llevó la cabeza hacia atrás.

–Pensaba que ya eras el demonio por ser media asiática –la bromeó tratando de no moverse demasiado.

–Sí, seguro deben decir que te enfermé para meterme en tu casa –devolvió la broma afeitando debajo del mentón –Supieran que me tienes de esclava –soltó una espiración –Supongo que ya todo Boeringa debe saber que estoy aquí.

–¿Te importa? Porque a mí no. Además, hay que ser un ignorante para pensar que alguien puede provocar una peste. ¿O no?

–Pues te doy nuevamente la bienvenida a Boeringa, sargento Kirstein –suspiró –No me extrañaría que, terminado la primavera, el reverendo viniera a santiguar la casa. De hecho, te aseguro que eso sucederá –hizo una pausa para enjuagar la navaja –Mira hacia la derecha –retomó el trabajo –Cuando papá vino hasta Boeringa a trabajar en el campo, le advirtieron que no trabajara para mi abuelo. Dijeron muchas cosas. Por entonces, la purga aún estaba en la memoria de los más ancianos del pueblo. Pero a papá no le importó –retiró la navaja –como a ti. Papá no estaba familiarizado con todo lo del clan asiático, de donde él venía no era más que un rumor, una leyenda. No es alguien que se deje llevar por prejuicios.

–Lo sé, me lo comentó.

Mikasa lo observó con atención antes de pasar la navaja bajo la nariz, esta sería la prueba de fuego. Si no lo rebanaba ahora, podía considerarse una experta del afeitado. Iba muy lento y con cortos movimientos.

–Creo que eso fue lo primero que noté en ti, después de tu falta de tino –comentó la chica concentrada –No eres prejuicioso. Al menos no conmigo.

Retiró la navaja.

–No contigo, pero sí los tuve con otros al comienzo –respondió Jean ahora libre de la navaja –Recién llegado a Boeringa traía el pensamiento de mi padre y tú misma lo escuchaste. Para él la gente del campo no es más que gente ignorante, que son similares a burros de carga.

–Bueno, hay varios que sí cuadran en esa categoría –bromeó Mikasa volviendo a acercar la navaja bajo la nariz –Como Moller y Pierrot –dijo de buen humor –¿Puedes creer que aun pelean por el cerdo? –hizo una pausa –Sí, la valla no sirvió de nada. Ese cerdo es más ágil que un gato. No sé si cavó o saltó la cerca, pero ahí está, intacta y Moller no tuvo frutillas este año. Una lástima, hacíamos buena mermelada con ellas. Nos tendremos que conformar con dulce de moras, seguramente mamá ya debe haber abierto un frasco. La preparamos en cuanto salen las primeras. La bodega está llena de ellas. Si te preguntabas en qué estaba mientras no estaba en el pueblo era en eso. Buscando moras o vendiendo mermelada.

Terminó su labor y le entregó a Jean una toalla para que se limpiara los restos de espuma. Afirmó el espejo frente a él.

–Para ser novata hiciste un excelente trabajo.

–Soy buena con las cuchillas, ¿no te lo he dicho? –dijo sonriente.

–No, pero puedo intuirlo –respondió, Mikasa retiró el espejo dejándolo sobre la mesita de noche y tomó la toalla –¿Hay algo en lo que no seas buena?

–Arando –respondió –Pero tú eres bueno en eso. Somos un buen equipo. Aunque si todo sale bien, no te necesitaremos el próximo año, peón.

–Lástima, me divertía. Honestamente, hacía tiempo que no tenía que poner tanto esfuerzo en algo. Los tiempos de recluta exigen mucho física y mentalmente. No sabía lo fuera de forma que estaba hasta que comencé a aprender con Moller –Mikasa lo miró sorprendida –¿Recuerdas los moretones?

–Cómo olvidar este encuentro donde quedaste prácticamente en bolas solo para discutirme –se rió tomando asiento en la banqueta.

–Eras tú la que estaba como loca por encontrar la supuesta carta –respondió mirándola un momento –Bueno, ese fue el día siguiente de mi primer enfrentamiento con el arado. Creo que no había estado tan adolorido hace años. Pero valió la pena. El campo quedó completamente sembrado y ahora solo queda esperar la cosecha.

–Sí.

Lo miró en silencio un segundo antes de ponerse de pie. Se le acercó e inclinó para darle un abrazo. Aguardó un momento antes de alzar suavemente la voz:

–Nunca te di las gracias –susurró contra su cuello –Gracias.

Jean llevó sus manos a la espalda de la chica para rodearla.

–No hay por qué.

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La historia nos había mantenido alrededor del fuego casi sin respirar, y salvo el gratuito comentario de que era espantosa, como debe serlo toda narración contada en vísperas de año nuevo en un viejo caserón, no recuerdo que se pronunciara una palabra hasta que alguien tuvo la ocurrencia de decir que era el único caso que él conocía en que la visión la hubiera tenido un niño.

Mikasa, tendida en la cama junto a Jean, leía aquel libro que había encontrado entre unas cajas que la familia de Robensen no quiso y que el sargento había guardado bajo la escalera. Era un libro de terror y, aunque no fuese una fanática del tema, pensó que a Jean pudiese interesarle. Y, la verdad sea dicha, el pobre hombre solo pudo acceder. El aburrimiento comenzaba a hastiarlo y las dos semanas que ya llevaba guardando cama lograron comenzar a mermar el buen humor que mantuvo hasta entonces.

El caso, debo mencionarlo, consistía en una aparición en una casa tan antigua como la que nos acogía en aquellos momentos, una aparición terrorífica a un niño que dormía en el mismo cuarto que su madre, a quien despertó aterrorizado; pero despertarla no disipó su terror ni lo alivió para recuperar el sueño, sino que, antes de haber conseguido tranquilizarlo, también ella se halló ante la misma visión que había atemorizado al niño.

A Mikasa le gustaba leer, a Jean también, y eso parecía distraerlo de la batalla interna que peleaba día a día. No, no era una batalla propiamente tal, pero intentaba mantenerse positivo frente a un hecho que comenzaba a preocuparlo más y más. Nada lo tranquilizaba, ni Mikasa ni Benson con sus excusas de que la recuperación requería tiempo. No quería cargar sus frustraciones con ninguno de los dos, no lo merecían, no después de tanta dedicación y preocupación. Pero era el sentirse un maldito inválido cuando hasta antes de la peste fue un joven con mucha energía y buen estado físico. Era un estado humillante, sobre todo para alguien como él, a quien su apariencia le importaba mucho. Podía decirse que era algo superficial en este aspecto, algo que aún le quedaba de su anterior ser.

La observación dio lugar a que Douglas replicara algo sobre cuyas interesantes consecuencias quiero llamar la atención. Otra persona contó otra historia, no demasiado impresionante, y vi que Douglas no la seguía. Entendí que eso indicaba que Douglas tenía algo que contar, con tal de que esperásemos. En realidad, esperamos hasta dos noches después, pero en aquella misma velada, antes de separarnos, Douglas dejó entrever lo que estaba pensando.

Llamaron a la puerta y Mikasa dejó su lectura en voz alta, para dejar el libro en la cama entre ella y Jean. Se puso de pie para salir de la habitación y dirigirse hacia la puerta. Se llevó una sorpresa cuando no vio a Benson en la entrada, sino que a un hombre de unos cincuenta años de barba tupida, sombrero y un largo abrigo, acompañado de Maurant.

–Buenas tardes –dijo Mikasa con un tono interrogante en su voz.

–Señora Kirstein, soy el doctor Robert Steiner. Vengo de Shinganshina a revisar el estado de su esposo.

Maurant tras el médico se sonrió pícaro, Mikasa le dio una mirada de soslayo. Pedazos de mierda que eran ese clan de soldados del cuartel. Ahora no solo se había convertido en la "amante" del sargento, sino que ahora era su "esposa". Bueno, era más digno que ser la amante, después de todo.

Mikasa se hizo a un lado.

–Pase, doctor Steiner. Lo llevaré –miró al soldado –Gracias, Maurant.

–Un placer, señora –respondió con la misma picardía. Mikasa dejó escapar un ligero bufido al cerrar la puerta.

La muchacha recibió el abrigo y el sombrero del hombre para dejarlos colgados tras la puerta, luego subió las escaleras, seguida del médico y lo guió hasta la habitación. Aun cuando la puerta estaba abierta golpeó un par de veces para anunciarse.

–Jean, el doctor Steiner ha venido a verte.

El médico ingresó en la habitación. Se acercó a Jean para presentarse y estrechar su mano. Mikasa hizo el amago de retirarse, pero el médico quiso saber sobre la historia de la enfermedad y la evolución del cuadro de la fuente directa. El doctor, mientras escuchaba el relato de Mikasa, iba sacando una serie de adminículos de su maletín que dejaba sobre la banqueta junto a la cama.

–Ha habido pequeños brotes en los poblados –informó el médico –No hemos tenido pérdidas que lamentar afortunadamente. La medicina ha avanzado desde la última –informó tranquilizador.

–¿Puedo ofrecerle algo para beber, doctor? –dijo Mikasa antes que comenzara el chequeo –¿Una taza de hierbabuena? ¿Un vaso de agua?

–Un vaso de agua estará bien, señora.

Mikasa se retiró de la habitación y el médico pasó a medir la presión sanguínea.

–Una de las complicaciones de la peste es la fiebre, sargento Kirstein –comentó el médico mientras retiraba el aparato de presión –Pero no es solo eso. La fiebre alta puede ser fatal, pero no es lo único que esta peste puede ocasionar. Verá, le explico –continuó al ver el rostro interrogante de Jean –La peste es ocasionada por una bacteria, el cuerpo trata de combatirla, y eso puede causar inflamaciones en diferentes partes del cuerpo. Eso explica los dolores que ha estado sintiendo. Si se puede retirar la parte de arriba de su pijama, por favor.

Jean obedeció y dejó que el médico lo auscultara. Notó que se tomó bastante tiempo en ello, como esperando escuchar o cerciorarse de algo. Retiró el estetoscopio y le indicó que volviera a vestirse no sin antes revisarle los codos y las muñecas.

–A veces me duelen –informó el sargento cuando el médico guardaba el estetoscopio en su maletín –El mayor problema son mis rodillas, a veces no puedo ni siquiera flectarlas.

El chequeo continuó donde el médico constató la inflamación de las rodillas y los tobillos. Mikasa regresaba justo cuando Jean volvía a cubrirse con las tapas de la cama. La chica le entregó el vaso de agua al médico y él bebió un largo sorbo, dejándolo sobre la mesita de noche.

–Como sospeché, es fiebre reumática –concluyó dejando a ambos muchachos sin entender nada –Es una inflamación producto de la peste. No es anormal, pero es de cuidado.

–¿Volveré a caminar bien? –preguntó Jean de inmediato.

–Por supuesto, le administraré un medicamento que combatirá la infección que aun su cuerpo está combatiendo. Eso ayudará a que la inflamación remita. Pero tendrá que tener paciencia, le recomiendo no hacer muchos esfuerzos físicos mientras aun sienta dolor. Dese el tiempo de reponerse –sacó del bolso tres botellitas y una jeringa –Le colocaré la primera dosis y dejaré para dos dosis más, en caso que el camino hacia Shinganshina se vuelva intransitable en cuanto vuelvan las tormentas. Una cada cuatro semanas bastarán.

Preparó en silencio una gasa que se dispuso a empapar en alcohol.

–Le voy a pedir que se tienda de bruces en la cama, sargento y que se baje los pantalones.

–Iré a ver las papas que tengo en la olla –dijo Mikasa acelerada.

–Sus papas tendrán que esperar, señora –la detuvo el médico –Le enseñaré a colocar las inyecciones. Porque será su tarea. Deberá colocar una cada cuatro semanas. Para entonces no debería ser necesario volver a inyectar medicamentos. Pero lo chequearé en cuanto pase el invierno.

El médico le hizo un gesto a Jean para indicarle que hiciera lo que le pidió. Aquello ya superaba todas las humillaciones, era la gota que rebalsó el vaso. Jean se giró sobre la cama y se entregó a su patético destino. Hundió lo que más pudo el rostro en la almohada mientras con una mano bajaba un poco los pantalones del pijama bajo las colchas. Fue el médico quien lo destapó con la naturalidad de un proceso que se realiza normalmente. Claro, para él.

–Muy bien, señora. Esto no es difícil, lo más importante es que esté tranquila y su mano no tiemble. Primero deberá empapar la gasa en alcohol y limpiar la piel. No escatime en alcohol, es mejor que se asegure que quede desinfectado –pasó la gasa empapada por la piel –Ahora, para cargar la jeringa introduzca la aguja en el frasco y lo succiona llevando esta parte hacia atrás –le demostró y Mikasa asentía totalmente roja, pero sin dejar de poner atención –Ponga al aguja hacia arriba, dele un suave golpecito para que, si ingresó aire, este se vaya hacia arriba. Presione levemente la base para comprobar que solo haya líquido. Saldrá un poco por la aguja, eso está bien. Se asegura que no haya aire –Mikasa asintió –Va a imaginar una cruz que divida en cuatro parte iguales el glúteo.

Mikasa estaba completamente roja, sin aún podía ponerse más roja. Daba gracias a Dios que Jean tenía la cara embutida en la almohada, aún más vergonzado que ella.

–El costado superior externo siempre será donde se colocará la inyección. Procure que la aguja esté limpia y seca. Cargará la dosis y tomará con firmeza la zona. La aguja debe insertarla de esta forma.

–Pon atención, Mikasa –masculló Jean.

–Lo hago –respondió la chica atropelladamente.

–Esta inyección es bastante dolorosa, por lo que le recomiendo que alterne los sitios. Siempre en el cuadrante superior externo. Yo la guiaré esta vez, ¿de acuerdo? –le entregó la jeringa –Yo la orientaré.

–Yo...

–Hazlo de una maldita vez, mujer –masculló Jean.

–Esas no son maneras de hablarme, Jean Kirstein –exclamó Mikasa con la jeringa en la mano derecha.

Le agarró la piel con fuerza, olvidando sus pudores anteriores, y acercó la aguja. El médico la orientó en todo momento. No fue algo rápido, el líquido era algo espeso y le costaba presionar el fondo de la jeringa. Cuando el procedimiento estuvo listo y Jean creyendo que la humillación y el dolor iban de la mano, el médico le indicó a Mikasa el mantenimiento de la jeringa y todas las precauciones de higiene. Se despidió de Jean, deseándole una pronta recuperación y prometiendo una visita para primavera. Mikasa se dirigió a la cocina seguida del médico para dejar la jeringa y luego hervirla tal como dijo el médico.

–¿Cuánto tardará en recuperarse? –preguntó ella luego de dejar todo en orden.

–Un par de meses –Mikasa asintió –La inflamación puede alcanzar otras partes del cuerpo que aún no se han manifestado. De momento, no presenta signos cardíacos que hicieran sospechar algún daño, pero ante cualquier señal como sensación de ahogo, palpitaciones, dolor al pecho, será necesario que retome el descanso. De todos modos, ya se encuentra en tratamiento y eso esperemos que sea suficiente.

Mikasa le ofreció algo de cenar antes que se retirara, pero el médico se excusó diciendo que debía volver a Shinganshina. Una vez que el hombre se marchó, Mikasa comenzó con la desinfección y destinó un espacio especial para guardar tanto la jeringa como el medicamento. Todo el peso que había sostenido sobre sus hombros, toda la preocupación, se había desvanecido. Suspiró profundo y no pudo evitarse sonreírse amplio solo pensando en que todo se acabaría pronto.

De un renovado buen humor y esperanzada subió llena de felicidad a la habitación. Podría retomar la lectura antes de servir la cena. Pero siquiera entrar vio a Jean aun boca abajo.

–¿Todavía te duele? –preguntó Mikasa sentándose a su lado y pasando una mano con suavidad por la espalda en movimientos circulares.

–Me duele más mi ego –resopló sin mirarla –Eso es absolutamente indigno.

–No seas niño, Jean. Es para que te recuperes.

–No me refiero a las inyecciones solamente, Mikasa –sacó el rostro de la almohada para mirarla –Es todo –ella le sonrió triste –Has tenido que limpiar lo que vomito, llevarme al baño, vestirme como a un niño y ahora esto... y todavía me duele.

Mikasa se extendió en la cama, las manos tras la cabeza en actitud relajada.

–No te sientas mal –le dijo mirando al techo –En serio. No me molesta cuidar de ti. Puede que no sea ésta la situación más elegante, pero estar enfermo también es parte de la vida. Ojalá nadie se enfermara, pero es algo que ocurre –ladeó la cabeza para verlo –Y no existe nadie en este pueblo que te cuidaría como yo. Tal vez mi mamá –dijo pensativa –Pero Ritze pagaría a un enfermero para que te inyectara veneno en lugar de medicina –bromeó –El secreto de tus nalguitas de bebé está a salvo conmigo.

Jean volvió a ocultar el rostro en la almohada.

–¿Seguimos leyendo? –preguntó Mikasa –Quedamos en la mejor parte –tomó el libro desde el velador de su lado de la cama y lo abrió para buscar la página.

–No estoy de ánimo, Mikasa. No trates de normalizar esto. De verdad que esto ha sido muy humillante para mí.

–De acuerdo, te dejaré solo –se puso de pie y dejó el libro de regreso en la mesita de noche –Pero quiero que dejes de torturarte. Ya escuchaste al médico, quedan largas semanas de recuperación. O te sobrepones a tus pensamientos negativos pronto, o el resto del invierno será una tortura para ambos.

–¿Quieres ponerte un poco en mi lugar?

Aún continuaba en la misma posición, pero había ladeado la cabeza para verla. Supuso que el dolor de culo todavía no me permitía apoyarse boca arriba.

–¿Quieres que te ponga paños fríos para que se te pase el dolor? –preguntó con voz maternal.

–Por favor –respondió Jean ahora más pacífico.

–Pero que niño tan bien portado –se inclinó hacia él para revolverle el cabello –Volveré enseguida. ¿Vale?

–Vale.

¿Cuánto más se podía humillar a un hombre frente a la mujer que amaba? Sin duda lo último que faltaría sería que se orinara o se cagara en la cama. Eso sería lo único que faltaba en esta seguidilla de situaciones indignas que venía viviendo junto a Mikasa. La vida simplemente lo odiaba. Había perdido todo su atractivo de macho proveedor convirtiéndose en un bebé crecido y barbón. ¡Mísera existencia!

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