Control


La felicidad estaba hecha de pequeños momentos, eso es lo que todos deberían tener en conocimiento. No se puede esperar ser feliz en todo instante, eso es algo ingenuo de pensar. Menos cuando esa felicidad se basaba en observar rostros sorprendidos o descompuestos. El concepto de felicidad de Mikasa estaba algo desvirtuado, tal y como el de Jean. Quizás eso los convertía en un buen equipo a la hora de avergonzar a medio Boeringa.

Todo comenzó el mismo día que Benson fue a anunciarles la fuga de información, a eso de mediodía ambos jóvenes se dirigieron hasta la tienda de la señora Adler por las telas que Mikasa necesitaba para su primer proyecto de costura. Berenice Adler era de esas mujeres de mediana edad que solía no meterse mucho en la vida del resto, a diferencia de muchas otras pobladoras. La respuesta era fácil, la tienda de telas era un lugar donde muchas mujeres aprovechaban para charlar de sus cosas lejos de sus esposos. Un símil al bar. Ningún hombre ingresaría a una tienda de telas, a no ser que fuese un sastre. Y no había sastres en Boeringa.

–Necesito papel para patrones –comenzó Mikasa –Cinco pliegos.

–Un proyecto grande –comentó la señora Adler atenta a las siguientes peticiones.

–Así es –respondió la muchacha sacando una lista –Un abrigo. ¿Estará bien lo que calculé en tela? –preguntó entregándole el papel de la lista a la mujer.

–Le recomiendo un metro más, por las dudas –indicó la tendedera –No es bueno unir la tela con poco borde, es mejor que sobre. Luego recorta los retazos, pero dese espacio para poder manejar –le regresó la lista –Pase por acá para mostrarle las telas. El forro lo veremos cuando decida el color.

Mikasa siguió a la mujer hacia un costado de la tienda donde había muchos rollos de tela. Jean la observaba desde el mesón donde se dedicaba curiosear. Tal como la última vez que estuvieron en esa tienda, la señora Adler no pareció tener ningún tipo de reacción, más allá de preguntar por su salud, tema contingente del pueblo. Pero ahora había otro tema contingente que, parecían, no querer dejar entrever estar en conocimiento. Mezquina sociedad pueblerina. Para insultar a Mikasa no tenían reparo, pero ahora que deberían tratarla con mayor respeto, simplemente era como si toda la vida hubiese vivido en pleno centro de Boeringa.

Mikasa eligió una tela de un gris claro, algo azulado, bastante gruesa. El forro a tono en un gris algo más oscuro. Hilos, botones, todo contabilizado por la señora Adler y aclarando las dudas que Mikasa pudiese tener. Sin duda, fue tan amable como siempre, nada diferente. Exceptuando cuando ya se retiraban de la tienda y la tendedera la llamó a un rincón con el pretexto de mostrarle algo antes que se marcharan.

–Sin ánimo de incomodarla, señora Kirstein –le dijo en voz baja –Pero debería considerar peinar su cabello un poco más adulta –le dirigió una sonrisa al verla toda confusa tomando un cadejo que se soltaba siempre de su pelo trenzado –Un bonito recogido la haría ver más madura y elegante –hizo una pausa –La señora Rascall puede ayudarla con eso –le recomendó.

Fue un paseo corto, donde la siguiente parada fue, justamente donde los Rascall. Claro que tardó más de lo que tanto Jean como Mikasa esperaban y, por la ayuda prestada antes, por la decencia del matrimonio y la amistad que el señor Rascall tenía con el padre de Mikasa...

–Es un malentendido –confesó Jean mientras se servía unas papas en el plato, ambos muchachos invitados a compartir el almuerzo con los ancianos –Uno que no tenemos intención en desmentir, pero que me veo en la necesidad de transparentar con ustedes. Espero su discreción, porque no podría verlos a la cara sin ser honesto. El resto del pueblo, me vale.

–De nosotros no te preocupes, muchacho –dijo el señor Rascall tomando el tiesto de papas que ahora le extendía Jean –Guardaremos el secreto –desvió la mirada hacia Mikasa –Creo que es mejor mantener las cosas tal como están.

La señora Rascall miraba a Mikasa fijamente, mientras los dos hombres charlaban ya de otra cosa.

–Tendremos que esperar que te crezca el flequillo –dijo la mujer finalmente refiriéndose al cabello de Mikasa –Pero de momento podemos llevarlo hacia un lado –la chica asintió –Llevar un recogido es práctica y requiere de bastante tiempo por las mañanas hasta que le tomes el ritmo. Y muchas pinzas –agregó –Te enseñaré una forma fácil, te verás aún más encantadora, cariño.

–Gracias –respondió la muchacha con una ligera sonrisa y un bonito rubor en sus mejillas.

–No hay nada que agradecer –le dijo de forma maternal –Así es como las jovencitas se convierten en mujeres.

Jean les prestó atención.

–No creo que sea necesario seguirles la corriente –comentó ligeramente –No tienes por qué cambiar para darles en el gusto, Mikasa. Si no quieres, no. Muy sencillo.

–Tranquilo –desestimó la chica –Mamá se recoge el cabello cuando viene al pueblo. Así como yo me lo trenzo. No es como que vaya a coartar mi libertad –agregó despreocupada –Es la usanza, algo como el paso de jovencita a señora –agregó con algo de malicia –Además, creo que la señora Rascall tiene razón, voy a verme muy bonita.

Fue así como el resto de la tarde, Mikasa y la señora Rascall se la pasaron practicando ese sencillo recogido que de sencillo no tenía nada. Trenzado de cordón por ambos costados, no muy tieso, no muy suelto para unirse en una trenza tradicional baja, enroscarla sobre sí misma y luego sujetarla con pinzas. No sería difícil para alguien con poco cabello, pero Mikasa tenía bastante cabello y grueso.

Mikasa tuvo bastante trabajo logrando la maestría en ello durante tres días, tardando bastante por las mañanas, cosa que la frustraba un poco, pero que se callaba mientras Jean no se hacía problema en encargarse él encender el fuego y preparar todo para desayunar. Tampoco era como que el trabajo abundara como para molestarse porque luego Mikasa se sentaba en la máquina de coser para continuar con sus confecciones, le daba a él tiempo para poder afinar sus escasos dotes culinarios bajo la premisa "no se ve bien, pero sabe rico".

Cuando se cumplía una semana, Haller los acompañó para ir por la mercadería, además de ayudar a cargar las telas que Mikasa compraría ahora para continuar con su segundo proyecto.

–Vaya, es un buen trabajo –dijo la señora Adler gratamente sorprendida al ver a la muchacha con su nuevo abrigo –Definitivamente, heredó el talento de su madre, señora –admiró –¿Cuál es el proyecto esta vez?

Mikasa le entregó la lista. Haller esperaba afuera junto con el sargento fumando un cigarrillo. ¡Cuánto le hubiese gustado a Jean poder ser honesto con Haller! Pero sabía que eran buenos amigos con Hasse, y también sabía que un hombre bueno como Benedict entendería cuando se destapara la olla.

–Permiso para romper la formalidad, señor –solicitó Haller muy formal.

–Benedict, estamos fuera del cuartel, estoy de baja temporal. Puedes tomarte esa atribución –lo bromeó.

Haller asintió.

–Lamento no haber podido detener a Phillip. No tuve modo de saberlo antes, y ya sabes cómo es Marty, la esposa de Hasse. Cuando me enteré por la noche por la otra cotilla de mi esposa, ya sabía todo Boeringa –dijo dejando escapar el humo entre sus labios, la vista al cielo –Me imagino que tanto Mikasa como tú debieron tener sus razones para mantener todo en secreto –lo miró –Pero lo entiendo. Los Ackerman han pasado por muchas cosas, no necesitan al pueblo metiendo sus narices en su privacidad.

–Me temo que lo hacen de todos modos –comentó Jean viendo al cigarrillo, Haller se lo acercó –No, gracias, paso. Si Mikasa me ve con eso, me mata –Haller soltó una ligera carcajada –¿Qué dicen? –preguntó –¿Qué has escuchado de tu mujer? Me refiero a todo esto...

Haller ladeó la cabeza pensativo, volvió a fumar.

–No mucho –dijo Haller con sinceridad –Es como si, de pronto, les hubieran comido la lengua los ratones. Creo que temen que te enteres de algo y los mandes a encarcelar a Shinganshina –Jean asintió satisfecho –Quien se ha mantenido muy silencioso es Ritze –bajó la voz –Esperaba que llegara algún comentario sobre él, pero nada. Quizás aguaste sus planes –agregó malicioso.

–¿Lo dices por la mocosa esa? –preguntó Jean, Haller se sorprendió –Sí, fui bastante tonto como para dar a entender que podía estar interesado en la mocosa. Es increíble como una sola tregua con Ritze puede tergiversarse de tamaña forma –soltó una espiración –Pero, de toda esa familia, quien más me preocupa ahora, es precisamente esa niña.

–¿Líos de faldas, sargento? –bromeó antes de darle otra calada a su cigarrillo.

–No la quiero cerca de mi mujer ni menos que tenga algo que decir sobre ella, simple –se volteó justamente para ver que Mikasa le hacía señas –Creo que Mikasa te necesita, Haller.

El soldado fue hasta el interior de la tienda para recibir la compra de Mikasa. Sin duda fue una buena idea aceptar la ayuda de Benedict, aunque Jean se sintiera algo lisiado por no poder ser él quien la ayudara como correspondía. Pero, al menos, le permitía acompañarla. Aunque eso último era para un placer personal.

–Buen día, sargento. Señora –el señor Testart hizo una ligera venia con la cabeza –¿Lo de siempre?

–Lo de siempre –respondió Mikasa dándole un repaso a la tienda –¿Quieres algo más, cariño? –se volvió hacia Jean con una sonrisa perversa.

–Una buena botella de licor estaría bien –dijo con naturalidad –Lo mejor que tenga que no sea esa porquería de cidra –agregó displicente para no perder las costumbres –Me daña la tripa.

–Como diga, sargento –respondió el hombre perdiéndose al interior de la bodega.

Ambos muchachos se quedaron a solas, ella soltó una risita. Jean se la quedó mirando.

–¿Qué? –preguntó Mikasa.

–Tienes algo junto a la boca –le indicó Jean pasando el pulgar por la comisura de la boca de la chica.

–¿Qué tengo? –insistió al verlo acercarse muy concentrado.

–Esto.

La atrapó entre sus brazos y le dio un beso corto, pero no la soltó.

–Déjame, acá no –se quejó, pero se reía mientras él le repartía cortos besos en la mejilla –Que no.

Jean se apartó y le atrapó la nariz juguetón. Ella lo imitó. Y en esos juegos estaban cuando el señor Testart regresó y puso la botella sobre el mesón. Ambos muchachos retomaron la compostura mientras el hombre iba ordenando la mercadería sobre el mesón. Haller, quien aún cargaba las compras de Mikasa los observaba risueño desde fuera de la tienda.

–Dicen que Ritze planea vender algunas tierras si la Corona no replantea los precios de las cosechas... –Haller se volteó para notar al señor Olgreen junto a él en actitud casual fuera de su tienda, despejando la nieve –Dicen –retomó –que venderá aquellas más alejadas del radio del pueblo y que tiene varios interesados en invertir en ellas –lo miró fijamente –Soy de los que creen que más vale diablo conocido que diablo por conocer. O, quizás, estoy lo suficientemente viejo como para conocer cómo funciona Ritze. Él jamás haría algo para contrariar a la autoridad, pero puede asegurarse no ser quien se ensucie las manos –hizo una pausa –El muchacho me agrada, pero no habrá nada que él pueda hacer ni nadie del pueblo, si aquellas tierras caen en manos de gente sin escrúpulos. ¿Me hago entender?

Haller asintió y el hombre se retiró tan sigiloso como llegó. La puerta de la tienda se abrió desde dentro, Jean y Mikasa salían con las bolsas. Era momento de regresar a casa y la caminata se mantuvo en un extraño silencio, algunas veces interrumpido por algún comentario de Jean sobre el jodido clima y como no ayudaba nada con sus rodillas y que era un maldito viejo tullido. Haller se ofreció a ayudar a Mikasa a ordenar la alacena mientras Jean descansaba probando su nuevo licor, aun cuando su esposa le reclamara que aun ni siquiera cenaban.

¿Podía ser que el silencio de Ritze se debiera a las habladurías sobre su hija y el sargento? No, Ritze no era tan básico. Podría encontrarle un mucho mejor prospecto a Brigitte si lo quisiera –y lo haría– sin desmerecer a su superior, claramente. Esto no tenía que ver con la hija del alcalde. Si estaba guardando silencio era porque estaba en la calma antes de la tormenta. No había que ser idiota para saber cómo podría actuar Ritze en respuesta de la ordenanza de impuestos de la Corona y la negativa de Jean de continuar con el sistema que el alcalde tenía para exprimir a los inquilinos.

Las tierras menos productivas serían las primeras en ser vendidas y esas eran las del camino a la montaña, también las más alejadas, tal como lo dijo el viejo Olgreen. Y si Ritze quería vengarse de Jean, la forma más fácil de hacerlo era atacar a quienes más le importaban en todo el pueblo: los Ackerman. Ahora Ritze tenía la excusa perfecta. Vendería las tierras, el nuevo dueño vería que Bertie no era capaz de completar el campo, ni aunque Jean se volviese a deslomar en el bajo esa tierra sería productiva con poca mano de obra. La chacra de los Ackerman estaba a un cuarto de su potencial de producción y un nuevo dueño no tendría piedad con ellos.

Pero, quizás, la nueva condición de Mikasa como esposa del sargento podría detener los planes de Ritze y darle un tiempo a los Ackerman. Al menos una temporada más. Pero si no eran los Ackerman, Ritze buscaría a otra víctima y, con ello, lograría que el pueblo se volviera contra Jean pensando que otros sufrían lo que les correspondería a los Ackerman, solo por influencias. Ritze estaba planificando una verdadera guerra civil dentro de Boeringa, una donde los perjudicados serían los de siempre: los pobres.

La única esperanza sería que alguien del pueblo estuviese dispuesto a comprarlas, sean cuales fueran las tierras que Ritze vendería. Ninguno de los habitantes de Boeringa atacaría a otro... más allá de discutir por un cerdo y unas frutillas. Todos se habían criado allí, habían luchado juntos en las hambrunas, combatido incendios, ayudado durante las sequías y heladas. El verdadero enemigo de Boeringa siempre sería Ritze y nadie más que él... y no sería fácil de vencer si insistía en dividir a todos. ¿Podía haber una manera de unirlos a todos para ir contra el alcalde? Si Jean fue capaz de movilizar a un cuartel para ir en ayuda del pueblo, romper el estereotipo de policía e imponerse frente a Ritze; ¿cómo podría él asegurarle a los pobladores que el alcalde no tenía más poder que él mismo en Boeringa?

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–¿No notaste algo raro a Haller antes de que se fuera?

–No, nada –respondió Jean ayudando a Mikasa a desprenderse de las pinzas del cabello, las dejaba sobre el velador –Quizás solo estaba algo perturbado por acompañarnos de compras –bromeó.

Mikasa pasó las manos por su cabello para deshacer las trenzas y tomó el cepillo para desenredar por cadejos. Quizás Jean tenía razón, aunque los hipócritas del pueblo no dieron ni señas de asombro o algo. Más allá de cambiar su actitud y dejar de murmurar a sus espaldas, poco había cambiado. Bueno, bastante.

–¿No te parece extraño que nadie comente absolutamente nada? –insistió Mikasa.

–Es mejor así –concluyó Jean sin darle importancia –Aunque fue graciosa la cara de Testart, tienes que admitirlo –ella le sonrió –Creo que deberíamos dar un espectáculo en la plaza, enloquecer a todos esos vejestorios.

–¿Crees que eso funcionaría? –preguntó con algo de reticencia, él se alzó de hombros –Podríamos intentarlo la próxima vez. Tienes buenas ideas –agregó con una sonrisa –No sé si mis padres estarían muy de acuerdo, pero todo sea por reírnos a costa de esa gente cizañera.

Pero el recordar a sus padres le trajo un pensamiento a la mente, la inminente llegada de la primavera dentro de un tiempo. La nieve se derretiría en cuanto la primavera comenzara a anunciarse y, con ello, el tránsito a la montaña estaría despejado. Si Jean se encontraba recuperado para entonces, y ya estaba dando señas que así sería, debería regresar a casa de sus padres. Y era algo que quería, y a la vez, no quería. Se había acostumbrado a la rutina, a estar junto a Jean, a acurrucarse entre sus brazos para dormir. Seguramente si Taki estuviese allí tendría una salida simple y lógica.

–Sí, no creo que a tus padres les parezca buena idea –dijo Jean sacándola de sus pensamientos –Creo que deberíamos conformarnos con la falsa modestia de la basura de Boeringa en lugar de hacer algo que pudiese contrariar a tus padres. Tendremos que explicarles muy bien todo lo que ocurrió en este tiempo... –dijo más bien para sí –Omitiremos los detalles.

–¿Cuáles detalles?

–Este detalle, por ejemplo –los indicó a ambos metidos en la cama.

–Sí... buena idea –afirmó Mikasa pensativa –Pero tampoco es tan malo, ¿verdad? Ya todo el pueblo lo daba por hecho.

–Ya, pero que lo hayan dado por hecho no significa que a tus padres les parezca correcto –comentó y Mikasa asintió soltando un suspiro –Puedo irme a la otra habitación...

–No seas absurdo –bufó Mikasa –No porque hayan cambiado las cosas vamos a cambiarlo todo. Ahora resulta que mientras éramos amigos podíamos compartir la cama y ahora que somos pareja no podemos. Eso sí que te vuelve un hipócrita de lo peor.

–Eh, alto ahí –le dijo serio, ella se lo quedó mirando –No es hipocresía. Es lo que se esperaría de un hombre decente. Mantener la distancia.

–Mira lo que hago con tu distancia, señor decencia –le dijo apegándosele –¿Alguna queja?

Se acomodó para poder rodearla con un brazo, mientras ella buscaba su propia comodidad. Bueno, su intento de hacer lo correcto se fue por el caño. Tomó la mano que ella solía apoyar en su pecho y la sostuvo entre la propia. Se rió y ella alzó la mirada desde su agradable posición en su costado.

–¿De qué te ríes, señor decencia? –preguntó Mikasa con una gran sonrisa.

–¿Cómo una mano tan delicada puede ser tan pesada? –se preguntó aun risueño –Creo que tu bofetada se lleva el premio a los derechazos que he recibido. Ningún recluta se te compara –la bromeó y ella volvió a apoyarse en su pecho con la vista en sus manos –Ha pasado medio año y si estamos así, es porque hice algo bien, ¿verdad?

–Ambos hicimos algo bien –respondió la chica –Tú dejaste de ser un idiota y yo dejé de ser orgullosa y testaruda. No te lleves todo el mérito aquí, sargento Kirstein –guardó silencio un momento –¡Carajo! –se incorporó y lo miró fijo –Soy la novia del sargento del pueblo –dijo como si no hubiese caído en ello, Jean asintió extrañado –¡Carajo! Me convertí en lo que juré destruir –suspiró algo histriónica y él se rio –A veces se me olvida que eres la representación del yugo opresor –Jean enarcó una ceja –Pero eres un buen yugo, cariño.

–De acuerdo, tomaré eso como un halago –dijo al tiempo que ella volvía a acurrucarse a su lado –Haller tiene la teoría que en el pueblo guardan la compostura por lo mismo. Dice que deben temer que los encarcele en Shinganshina si llegan a decir algo.

–Debieron pensar en ello antes –masculló Mikasa.

–Bueno, creyeron que no íbamos en serio. Que yo no iba en serio –aclaró.

–¿Y vas en serio? –le preguntó alzando la mirada.

–Muy en serio –respondió Jean con seguridad.

–¿Cuán en serio? –insistió volviendo a incorporarse para arrodillarse a su lado.

Jean se incorporó desde su posición recostada sobre los almohadones para quedar frente a ella. Le acomodó el cabello que caía desparramado enmarcando su rostro.

–Mucho –le respondió la besó suave por un breve instante –Mucho –repitió volviendo a atrapar sus labios.

Deslizó aquella mano hasta la nuca de la muchacha enredando sus dedos entre su espeso cabello, mientras ella apoyaba las manos sobre sus hombros respondiendo a aquel beso siguiendo el ritmo profundo que iba tomando. Atrás habían quedado sus torpes comienzos de hace un par de semanas que estaban embargados en la inexperiencia y la timidez, una que comenzaba ya a perder entre los besos ya compartidos, en el conocer al otro y entregarse fuera del pudor. Lo sintió recorrerle la espalda con las manos y delinear sus costados el camino hasta su cintura, para atraerla contra él al tiempo que sus labios le abandonaban la boca para besarle el cuello. No pudo evitar que un suspiro escapara trémulo mientras él recorría cada centímetro de su piel descubierta con húmedos besos y seguía aprisionándola contra su cuerpo. Volvió a atraparle la boca robándole el aliento mientras una de sus manos descorría el camino desde su cintura hacia su torso dejándola firme a la altura de su costillas. Mikasa sentía que se estaba derritiendo bajo su tacto y el calor de esos besos, si eso era lo malo de compartir la cama, pues todos debían estar muy equivocados, porque no podía sino sentirse correcto.

–Quédate –le susurró a contralabios –Quédate luego del invierno... –la besó en el cuello –Y luego del próximo invierno –otro beso quedó en la piel de su hombro –Y de todos los inviernos por venir. Solo quédate.

Estaba totalmente embriagada, tanto que no podía siquiera responder algo coherente. Hubiera querido poder articular algo más que un suave "sí" que se perdió entre suspiros, antes que sus labios fuese acallados una vez más por aquellos estaban haciéndola perder el juicio. Pero esta vez, lentamente, el calor fue volviéndose cadencioso, aquella mano que se aferraba en su costado se deslizó suavemente hasta acomodarse suavemente en su cintura y sintió una dulce caricia en la mejilla que la hizo regresar de donde sea que había estado. La respiración se fue normalizando, tal como el latido de su corazón al tiempo que Jean apagaba la luz y se recostaba acomodando los almohadones. Mikasa se recostó a su lado, como cada noche, escuchando el acelerado latir contra su oído seguido de una pesada espiración. Lo sintió tomarle la mano y besarle el dorso.

–Te quiero.

–Y yo te quiero a ti –respondió ella acurrucándose para dormir como cada noche –Buenas noches.

–Buenas noches, bonita.

Era la primera vez que lo decían abiertamente, pero no fue extraño para ninguno de los dos, ni menos algo que planearon o que uno de ellos se vio obligado a decir. Salió simplemente sin temores ni angustias, con la misma naturalidad de la que surge hacia quienes tenemos cerca y no tenemos su rechazo, porque sabemos de antemano que solo hay una respuesta para un "te quiero" y es otro de regreso.

Y mientras la respiración de Mikasa se volvía más profunda, Jean soltaba un suspiro. La observó tranquilamente dormida en su costado, con el oído junto a su corazón como cada noche. Era una imagen absolutamente tierna que traería a su mente cada vez que estuviera a punto de perder el control, tal como hoy. 

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