Camino a la montaña

Mikasa ante todo era una chica que respetaba el concepto de familia. Para ella su familia era lo más importante en el mundo. Se había criado sabiendo que los suyos serían incondicionales y serían siempre el lugar seguro a dónde acudir. Sus padres se esforzaron por criarla a ella y a Taki con buenos valores, los educaron lo mejor que pudieron y ella estaba completamente orgullosa de dónde venía y quienes conformaban su familia.

–¿Dónde te estás hospedando, cariño? –la voz de la señora Kirstein la sacó de sus pensamientos.

Habían ido a almorzar a un restaurante cerca del hospital, justamente donde los mismos funcionarios de salud se reunían para tomar las comidas. Podía ver a varios médicos y enfermeras en las mesas cercanas.

–En un hostal a unas cuadras de aquí –indicó en la dirección que se encontraba donde se hospedaba.

Un silencio cayó de pronto y continuó hasta que sirvieron los platos frente a ellos. El padre de Jean estudiaba cada movimiento de Mikasa. Puede que haya parecido plácido ante la noticia, pero tenía cuestionamientos, para él muy válidos. ¿Desde cuándo conocía a esa muchacha? Jean llevaba menos de un año en Boeringa y ya se encontraba comprometido con esa chiquilla.

Reconocía que era una chica atractiva, que hablaba de manera correcta y parecía muy devota a su hijo. A simple vista, parecía una excelente candidata a nuera, sin embargo nada le cuadraba.

–¿A qué se dedica tu padre? –preguntó la señora Kirstein con la sana curiosidad de conocer a la chica que había conquistado a su muchacho.

Mikasa se sobresaltó un poco por la pregunta, no porque estuviese mal, sino porque estaba demasiado concentrada en cortar un trozo de jugosa carne.

–Es agricultor –respondió con simpleza.

–Tiene tierras entonces –dijo el señor Kirstein con un tono que daba para aclaración.

Mikasa hizo una pausa y luego negó suavemente.

–Somos inquilinos. La gran cantidad de las tierras de Boeringa pertenecen al alcalde, el señor Ritze.

Dieter afirmó lentamente. Inquilinos, eso significaba que no eran dueños de las tierras, simplemente las trabajaban y deberían pagar al dueño con la producción del campo. Dieter conocía de producciones agrícolas, sabía lo que significaba ser inquilino. Trabajar de sol a sol por un plato de comida y un techo para vivir. Una vida, a su parecer, miserable. Su propio bisabuelo fue inquilino, con gran esfuerzo envió a su hijo –el padre de Dieter –a estudiar a Trost. Un hombre que resultó muy inteligente y con ojo para los negocios. Así se instaló con una pequeña verdulería, la que con el tiempo se convirtió en un mercado. Dieter heredó aquello e hizo crecer el negocio familiar aún más cuando se casó con Ellie, cuyo padre tenía una buena posición. Sus hijos se habían involucrado en el negocio familiar logrando tener una vida muy cómoda. Todos, excepto Jean, el rebelde muchacho que tuvo siempre todo lo que quiso y no lo valoró. Y ahora terminaba en un pueblo de mierda, enfermo por causa de su terquedad y comprometido con una campesina. Todo lo que el mismo Jean nunca hubiese realmente querido.

–Debe ser una vida bastante sacrificada –comentó Ellie sintiendo admiración por la familia de Mikasa –Me imagino que debes ayudarles también, ¿o tienen trabajadores?

–Usualmente mi padre hace todo el trabajo, se turnan con otros inquilinos ayudándose mutuamente. Pero, este verano papá tuvo un accidente y se lastimó una pierna. Así que tuve que hacerme cargo con la ayuda de Jean –dijo con orgullo –Sin su ayuda jamás hubiésemos terminado a tiempo –dijo con una sonrisa dulce.

Dieter enarcó una ceja, gesto que Mikasa no logró captar.

–¿En serio? –preguntó Ellie asombrada –¡Eso es tan dulce!

–La verdad es que todos los soldados del cuartel ayudaron a diferentes chacras, Jean los motivó a ello –Mikasa intentaba hacer sentir orgullosos a los padres para que vieran el increíble hijo que tenían, una persona generosa y empática con las necesidades de otros –Ha logrado muchas cosas en el pueblo, se ha ganado el respeto de muchos.

Dieter asintió pensativo. Su hijo, el que quería ser capitán y darse la buena vida en la capital terminó siendo un jornalero de unos inquilinos. No era tonto, también había sido joven, los muchachos hacían muchas tonterías con tal de meterse entre las piernas de una chica bonita. Seguramente, ese era el caso.

Su mirada se dirigió de inmediato a la vestimenta de Mikasa. No era algo que llamara particularmente la atención, era un traje sencillo, no se comparaba con la vestimenta de las ciudades, pero era más de lo que la hija de un inquilino pobre podría costear.

–¿No te alegra, Dieter? –preguntó Ellie con fascinación –Nuestro hijo es un buen sargento que apoya a los más necesitados. Quizás no está en la capital como siempre soñó, pero está haciendo un gran trabajo.

–Es el mejor sargento que hemos tenido –afirmó Mikasa –No lo digo solo yo, lo dicen en el pueblo. Sus subalternos lo admiran mucho y han estado siempre pendientes de prestar ayuda en estos meses que ha tardado su recuperación.

Mikasa solo hacía lo que cualquier muchacha de una familia que se ama haría, hablar las cosas buenas de sus miembros. Quería que sus padres se sintieran conformes y alegres de quien era su hijo. Sin embargo, aun cuando Ellie parecía muy conforme, el padre de Jean fruncía a cada momento más el ceño.

–¿Y qué opinan sus padres sobre su compromiso tan repentino? –preguntó Dieter finalmente, Ellie le dirigió una mirada de reproche –Simple curiosidad, solo tenemos varones. Tres para ser exactos. Recuerdo cuando Maurice, nuestro hijo mayor, se comprometió con Alice. Una chica excelente, hija de unos amigos cercanos. Se conocían desde siempre. Una chica de buenos modales, de buena familia. Su padre dirige los barcos que cursan por el río que une Trost con Shinganshina. Una excelente posición social, un matrimonio conveniente para ambos, usted comprenderá. Eran el uno para el otro –dejó caer marcando la similitud social –Luego el segundo, Jacques, está comprometido. Un compromiso muy acertado a mí parecer, una buena chica, una compañera de escuela. Es importante conocer bien a la persona con la que se espera compartir la vida completa. Por lo mismo, señorita, me imagino que sus padres deben estar sorprendidos y quizás hasta preocupados por una decisión... impulsiva y adolescente. ¿No lo cree?

Mikasa frunció el ceño, de pronto el estómago se le hizo pequeño, aun cuando no llevaba ni la mitad del plato.

–Seguro los padres de Mikasa deben estar dichosos –defendió Ellie –¿No es así?

La chica asintió y agregó con algo de picardía.

–Mi madre las hizo de celestina un buen tiempo –comentó mirando específicamente al padre –Y papá quiere a Jean como a un hijo. Lo apoya en sus decisiones, lo aconseja, y sobre todo, lo respeta por como es.

Ellie pasaba su vista entre su esposo y Mikasa. Tal parece que la muchacha no era tan dulce ni plácida como parecía. La madre no era una mujer tonta y notó de inmediato que las palabras de la chica iban dirigidas a la mala relación que su hijo y su marido llevaban. Todo lo que relataba sobre la relación entre Jean y el padre de la muchacha hacía hincapié en lo que Jean y Dieter no eran.

–Me alegra que Jean haya encontrado una familia que lo acogiera, no es fácil ser un sargento. Es un cargo que debe conllevar bastantes enemistades –comentó la mujer con sinceridad –Y estoy muy contenta que haya encontrado una buena chica –le sonrió amistosa.

–Debe ser un alivio para ellos, además –agregó Dieter –Saber que su hija no tendrá que tomar las riendas de un campo nunca más consiguiendo un buen matrimonio. Bueno bajo el precepto que es lo mejor que en un pueblo como Boeringa puede conseguirse como buen partido. Un sargento jamás sería alguien muy codiciado en una ciudad.

–Un buen hombre siempre es un buen partido, Dieter –defendió Ellie y miró al plato de Mikasa –¿No es de tu gusto, cariño?

Mikasa negó con ligereza.

–Estaba delicioso, pero de pronto se me cerró el estómago –comentó con un tono de fingida sumisión.

Dieter se sonrió malicioso. Comenzaba a ganar terreno en la batalla. Sabía a lo que jugaba esa chica hablando maravillas de su hijo. Ella quería conseguir la aprobación para ese matrimonio y hacerse parte de su familia. Con ello, asegurarse un patrimonio que la salvara de la miseria. Y su hijo era un idiota si no se daba cuenta a lo que jugaba esa muchacha.

–Debería comer más, señorita –insistió el padre –Porque ni Jean ni usted me engañan. Creen que no sé el motivo de su compromiso tan precipitado, pero es obvio –Mikasa frunció el ceño –Coma bien para que tenga un fuerte y saludable bebé. Hizo un buen trabajo, señorita. No sé que le hizo a mi hijo que no haya probado en la capital para que estuviese tan embobado con usted.

-¡Dieter, por Dios! –exclamó Ellie –Por favor, contrólate. ¿Te das cuenta de lo que estás diciendo? es la chica que nuestro hijo eligió, que ha cuidado de él con dedicación. 

–Por favor, Ellie. Mírala, es una prostituta. He visto otras como ella, las mismas facciones... es una mestiza asiática. Las tienen en las casa de entretenimiento, las entrenan desde niñas para complacer a los hombres. Son una rareza y un gusto que solo algunos se pueden dar. ¿De dónde saliste niña? ¿Cómo lograron esconderte de la purga? –Mikasa se mantuvo en silencio solo pudiendo escuchar esas palabras una y otra vez –No va al caso de todos modos. No voy a consentir este compromiso, no voy a permitir que mi hijo se arruine la vida casándose con una mocosa muerta de hambre e hipoteque su vida en ese maldito pueblo. Tú eres la única razón por la que sigue estando ahí... y por tu ambición mi hijo se encuentra luchando por seguir respirando en ese maldito hospital. Tú –la apuntó con el dedo –tú trajiste la maldición a su vida. 

Mikasa se puso de pie y salió rápido del restaurante, al tiempo que Ellie se ponía de pie para seguirla, pero la perdió de vista a penas en la puerta del local.

Aceleró el paso por las calles y se metió en una especie de callejón. Viéndose sola, apoyó su espalda en la pared y se dejó deslizar hasta quedar sentada en el suelo. Tenía rabia, tanta rabia, que solo podía llorar de la frustración. Escondió su rostro contra sus rodillas, las que abrazaba con fuerza. Ese hombre era un monstruo. Era lo más horrible del mundo y pudo comprender la angustia que Jean debió sentir toda su vida. Dieter Kirstein no era diferente a toda esa gente horrible que hablaba a sus espaldas, esas que la acusaban de prostituta, las que decían que había parido un bastardo, esas personas que tanto quería rehuir. Jean no merecía un padre así, daría todo porque tuviese un padre que estuviese orgulloso de él. Ella no quería la admiración ni menos el cariño de Dieter, solo quería que, por una vez, respetara las decisiones de su hijo. Pero para él, su hijo ni siquiera tenía el derecho de encontrar una mujer que lo quisiera por como es, sino por lo que tenía para ofrecer. Y eso la ofendía muchísimo, porque ese monstruo insinuó que estaba con su hijo por dinero, pero por sobre todo, porque insinuaba que él no era más una posición. 

No supo cuánto tiempo estuvo vagando por las calles de Shinganshina tratando de calmarse, incluso decidió no regresar al hospital ese día. No podría ocultarle a Jean lo ocurrido, su rostro la delataría de inmediato. No quería incordiarlo y esperaba que su madre pudiese controlar a ese horrible hombre que tenía por esposo y evitara cualquier comentario que pudiese alterar a recuperación.

Fue hasta el hostal cuando el sol comenzaba a ponerse para encontrarse con la sorpresa que estaba siendo esperada en la sala principal. La madre de Jean se puso de pie de uno de los sillones en cuanto la vio cruzar el umbral. Se encontraba sola.

–Quiero hablar un momento contigo, cariño –le dijo dulcemente acercándose para tomarle las manos –Vamos al jardín, hay unas mesitas muy agradables para tomar el té.

Mikasa la siguió sin saber muy bien porqué, bueno, sí lo sabía. Aquella dulce mujer no tenía la culpa de los horrores que su esposo le había dicho hace unas horas. Y, sinceramente, parecía afectada por aquello. 

Un mozo les trajo un par de tazas de té que la señora Kirstein ordenó y también unos pastelillos. 

–Espero que sean de tu agrado –le dijo Ellie con voz suave –Siempre he dicho que no hay nada mejor para quitar un mal sabor de boca que un buen trozo de pastel.

–No quiero ser grosera, señora Kirstein, pero no tengo hambre –dijo con voz suave –Y no estoy embarazada. Puedo haber vivido bajo el mismo techo que su hijo, pero eso no significa que lleváramos una vida de pareja íntimamente. 

La mujer asintió dando a entender que creía en las palabras de la muchacha. No desconfiaba de ella como lo hacía su esposo.

–A veces los padres tenemos aprehensiones respecto a las decisiones de nuestros hijos –habló Ellie, Mikasa miraba a la taza de té –Dieter nunca ha aprobado ninguna de las decisiones de Jean, no sé muy bien por qué. He tenido que intervenir demasiadas veces y ya estoy cansada de ello. Amo a mi esposo, aunque reconozco que puede ser un ser detestable, como lo fue hoy contigo. Y, por lo mismo, te debo una disculpa, de todo corazón.

–No fue usted quien me ofendió, no tiene por qué disculparse.

–Debo hacerlo, porque debí detener a mi esposo antes. Él está realmente preocupado por la condición de Jean, tanto como tú y como yo. Solo está descargando su frustración y buscando culpables. Él mismo se siente como un inútil en este momento. Sé que no es una excusa y que lo que te dijo es horrible.

Mikasa guardó silencio por un instante.

–Solo espero que no haya repetido lo mismo a Jean. No es momento para sobresaltarlo.

–No lo hizo, estuve con él en todo momento y antes de volver al hospital le dije recordé que no era el momento para discutir. Él sabe que no puede arriesgar a nuestro hijo ahora. Espero también que nunca lo haga –hizo una pausa –Se nota que eres una buena chica y que si estás con Jean no es por interés. Lo sé, soy vieja, puedo reconocer los sentimientos sinceros en las personas. También puedo entender por qué mi hijo se enamoró de ti y que todas las cosas maravillosas que dijiste de él se debe a que quiso hacer un cambio en su vida, y sé que debes tener gran protagonismo en ello.

–Nadie puede cambiar por otra persona, los cambios se dan porque nacen del corazón –respondió Mikasa –Y no hay mejor persona en el mundo que él.

Ellie sonrió ampliamente.

–Volveremos a Trost mañana a primera hora. Ya le hemos informado a Jean. Sé que está en buenas manos contigo. Lo ha estado todo este tiempo –le indicó el pastel –Pruébalo, te apuesto que está riquísimo. Tiene buena pinta.

Mikasa cortó un trozo con el tenedor y probó un bocado. Ellie probó el suyo, estaba delicioso. 

.

.

Luego de dos meses en Shinganshina, el doctor hizo los últimos chequeos a Jean. La inflamación de su corazón había cedido y se encontraba ya en perfectas condiciones. Mikasa escribía semanalmente a sus padres y enviaba el correo por la milicia, recibiendo puntualmente las respuestas enviadas directamente desde el cuartel de Boeringa. También Jean recibía correspondencia desde Benson y los muchachos. Usualmente comentaban algo del trabajo, pero más bien anécdotas, nada que indicara el estado del pueblo. Nada que pudiese incomodar o preocupar al sargento. También recibía cartas de su madre, donde le hablaba de cosas mundanas y sobre todo le hacía ver lo mucho que lo quería y que esperaba que se recuperara pronto. A veces preguntaba por Mikasa y le enviaba cordiales saludos y buenos deseos.

Cuando Jean envió la última carta a su madre, comentándole que ya se encontraba bien de salud y que permanecería un par de semanas más en Shinganshina para someterse a unas sesiones de terapia física para mejorar su estado muscular, fue que recibió una carta diferente de su madre. Era bastante larga y seria. En ella, si bien había afecto y buenos deseos, era una carta seria.

"(...) Tu padre ha hecho algunas cosas a escondidas de las que no me siento orgullosa ni menos apruebo. Ante todo quiero que sepas eso, que te quiero y que jamás haría algo que pudiese hacerte daño de ninguna manera. (...) Maurice me informó que tu padre fue a Boeringa hace un par de semanas a hacer negocios, que se había enterado por parte de uno de sus proveedores del muro María, que existían varias tierras a la venta. Ha comprado cincuenta hectáreas correspondientes a un sector que le llaman el camino a la montaña, tierras que según Maurice carecen de valor, que son poco productivas y que llevan años sin ser trabajadas completamente. El dueño de esas tierras cobró bastante barato por ellas y le ha indicado a tu padre que los inquilinos de una parcela en específico tienen altas deudas, una familia humilde que no puede cumplir con los requerimientos de producción (...). Tu padre envió a Maurice a reconocer las tierras y si sé de esto es porque tu hermano fue el único honesto conmigo. Viajó directo de Boeringa hasta casa para informarme que tu padre ha ordenado la expulsión de esos inquilinos a la brevedad. "Esos inquilinos se apellidan Ackerman y la mayor de sus hijas es la esposa del sargento" dijo que le comentaron algunos pobladores. No te escribo para cuestionarte si Mikasa es tu prometida o si ya es tu esposa, no es momento para nimiedades, solo te escribo para que estés al tanto. Quisiera poder hacer más por la familia de Mikasa, pero no puedo contradecir a tu padre.

Estoy orgullosa de ti y de todo lo que has logrado. Maurice dijo que te comunicaras con él en cuanto recibas esta carta. Te quiere mucho, tu madre."

Mikasa miró fijamente a Jean al verlo tan serio leer la carta de su madre, usualmente le comentaría las cosas que decía, pero esta vez no lo hizo. Simplemente dobló el papel y lo volvió al sobre.

–Volveremos a Boeringa –dijo poniéndose de pie desde la silla donde estaba sentado en una de las salas del hospital donde esperaba por su terapia –Hoy mismo.

–Pero aun te quedan dos semanas de terapia... –dijo Mikasa insegura por la actitud que mostraba Jean.

Jean resopló y se pasó una mano por el cabello.

–Mi padre ha comprado las tierras camino a la montaña... y ha ordenado sacar a los inquilinos. 

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