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A la mañana siguiente, durante el desayuno, Yoongi le dijo a Jimin que debían viajar a Roma. Jimin interpretó esa decisión como el final de su luna de miel.

Comenzaba a sospechar que Yoongi estaba tratando de levantar un muro entre ellos.

Una sospecha que se confirmó en cuanto llegaron a Roma, a la villa que tenía Yoongi cerca de Villa Borghese.

Aunque Yoongi se acostó esa noche con Jimin e hicieron el amor con la misma pasión de siempre, estuvo muy callado y no quiso hablar de nada que tuviera que ver con ellos dos como pareja.

Se pasaba la mayor parte del día trabajando. Cuando no estaba en su despacho, estaba en su estudio hablando por teléfono y llevando sus negocios.

Min había contratado a una nueva ama de llaves, sin consultar con Jimin. Era una mujer muy amable y servicial, que incluso alababa efusivamente los bocetos que Jimin traía cada tarde después de haber estado recorriendo todo el día la ciudad en busca de un buen paisaje.

Jimin perdía la noción del tiempo vagando por las calles empedradas y los callejones, así como por los sitios más turísticos y famosos. Se pasaba las horas muertas en algún museo, admirando los cuadros que había hasta que le avisaban de que tenían que cerrar. Hizo bocetos de varios cuadros y  ciudades como El Vaticano, de la basílica de San Pablo y de un parterre de Villa Borghese, así como de algunos rincones típicos de la ciudad, tratando de captar la esencia de la Ciudad Eterna.

El viernes pasó la mañana en el Coliseo y luego por la tarde volvió de nuevo al Vaticano. Al salir, decidió darse un capricho, y se fue de compras por la ciudad.

Se detuvo frente a una tienda de ropa de bebés, mirando emocionado aquellas prendas diminutas en el escaparate. Su deseo de ser padre iba en aumento conforme pasaban los días. Sabía que era algo que no entraba en los planes de Yoongi, aunque no lograba entender por qué era tan reacio a tener niños cuando se mostraba, en cambio, tan cariñoso con sus sobrinos.

 Habían ido a visitar a Hoseok y a Tae en un par de ocasiones y había podido ver cómo Yoongi jugaba con el pequeño Jungkook entusiasmado. Había visto cómo lo subía por los aires y le daba vueltas. Había contemplado aquella escena familiar llena de ternura, pero con la triste sensación de estar al margen, de ser un mero espectador.

Entró en la tienda y tomó un pijamita rosa con lunares blancos de una estantería. Acarició su suave textura, imaginando esperanzado poder ser él también algún día como Jin y Tae. Ellos estaban muy enamoradas de sus esposos, y ellos, Namjoon y Hoseok, les correspondían.

No supo lo que le hizo levantar la vista de pronto. Quizá fue su sexto sentido. Vio a un paparazi apuntándole directamente con su cámara a través del escaparate. Dejó en seguida el pijamita en la estantería y salió de la tienda, mirando hacia otro lado y sin hacer caso de la avalancha de preguntas que le hacía.

–Señor, ¿está esperando al nuevo heredero de los Min? ¿Está contento su marido con la idea de tener pronto un hijo?

Se abrió paso entre un par de parejas y un grupo de turistas que se habían parado allí, atraídos por la curiosidad, y se metió por una bocacalle lateral,  tratando de esquivar al reportero, pero sin conseguirlo.

–¿Podemos hablar de un bebé fruto de la luna de miel?

Jimin se las arregló finalmente para darle esquinazo mezclándose en el grupo de una visita guiada. Cuando se cercioró de que había despistado al paparazzi, se dirigió a la villa de Yoongi. Estaba a mitad de camino cuando oyó el móvil que llevaba dentro del bolso. Lo sacó apresuradamente.

–¿Sí?

–Jimin, ¿dónde estás? –dijo la voz de Yoongi–. Acabo de llegar a casa. Son más de las seis. ¿Por qué no me dejaste una nota para decirme donde ibas?

–He estado tomando unos bocetos y luego me he ido de compras – respondió Jimin.

–Podrías haberme mandado al menos un mensaje.

–No quería molestarte. Pareces muy ocupado últimamente.

–¿Te has sentido abandonado, cariño?

–No –mintió Jimin secamente–. Sé que tienes muchas cosas que hacer. Y yo también.

–No he estado ocupado sólo en mis negocios. Te he conseguido una entrevista con el dueño de una famosa galería de arte. Va a venir a las siete para ver tus trabajos.

Jimin sintió un sudor frío por todo el cuerpo.

–¿Por qué lo has hecho? Ya te dije que no tienen ningún valor. No quiero que los vea nadie, y menos aún el dueño de una galería. Puedo imaginarme lo que va a decir. Va a resultar humillante.

–Se limitará a darte una opinión imparcial –dijo Yoongi–. No tienes por qué tomártelo como algo personal. Una opinión constructiva es siempre útil.

–No me gusta que se inmiscuyan en mi vida privada –respondió Jimin muy agitado, cruzando de prisa una calle.

–Jimin, te estás comportando de una manera un poco infantil. Y no me digas que no tengo derecho a inmiscuirme en tu vida privada. No olvides que soy tu esposo.

–Sólo hasta dentro de once meses –replicó Jimin con cierta aspereza.

Hubo un silencio que duró sólo unos segundos, pero que se hicieron angustiosos.

–Te veré cuando llegues –dijo Yoongi secamente–. El dueño de la galería estará aquí en menos de una hora. No te retrases.

–No me digas lo que tengo que hacer –dijo Jimin muy indignado, cuando Yoongi ya había colgado.

Jimin estuvo dejando pasar el tiempo. Entró en un café y se sentó tranquilamente. Luego salió y volvió andando despacio. Cuando llegó a la villa, Yoongi estaba que echaba chispas.

–¿Te das cuenta de la oportunidad que acabas de desperdiciar? Clyde Prentham estuvo esperándote más de una hora. Es un hombre muy ocupado e hizo un gran esfuerzo por venir a verte. Acaba de marcharse hace sólo unos minutos.

Jimin movió la cabeza con indiferencia y pasó junto a él sin decir nada, pero Yoongi lo agarró del brazo y lo miró de frente.

–Déjame –dijo Jimin.

–Jimin –dijo Yoongi, ahora más sereno, tratando de recobrar la calma–. Parece como si quisieras deliberadamente echar por tierra cualquier oportunidad que se presente en tu carrera.

Jimin trató de soltarse, pero la mano de Yoongi parecía una tenaza de acero alrededor de su brazo.

–¿No lo entiendes? –exclamó Jimin a punto de echarse a llorar–. No quiero que nadie se ría de mi trabajo.

Yoongi aflojó la mano lentamente y se puso a acariciarle el brazo.

–No entiendo cómo puede preocuparte tanto lo que la gente piense de tus cuadros cuando no le das ninguna importancia a lo que piense de ti como persona. Parece que tienes los conceptos cambiados, cariño. Dejas que la prensa diga cosas horribles de ti sin defenderte y, sin embargo, tratas de ocultar el talento que tienes como si te avergonzaras de él.

–Seguro que tu amigo de la galería no vería por ninguna parte ese talento del que tanto hablas –dijo Jimin secándose las lágrimas con la mano que tenía libre–. Apuesto a que pensaría que había sido una pérdida de tiempo venir hasta aquí a ver la pintura de un principiante.

–En realidad, se quedó muy impresionado –dijo Yoongi, acariciándole la muñeca  con el pulgar.

–¿Me estás diciendo que...? –comenzó diciendo Jimin con cara de sorpresa.

–¿Por qué tienes tan poca confianza en ti? Sí, se quedó realmente impresionado. Dijo que tienes una rara habilidad para plasmar la luz y los colores. No podía creer que carecieras de formación académica. Tienes un talento natural, Jimin. Clyde quiere exponer tus obras en una exposición general para ver la acogida que recibe del mercado. Si resulta como él supone, piensa que podría montar muy pronto una exposición monográfica con toda tu obra.

Jimin se quedó pensando en lo que eso podría significar. Podría ser su perdición definitiva. Quedaría en ridículo delante de todo el mundo. ¿Qué dirían de él? Un artista que no era capaz de leer un contrato ni de escribir un extracto de su propia biografía para el programa de promoción. Sería el hazme reír de la prensa. Un artista analfabeta que podía pintar, pero que no sabía escribir siquiera su propia dirección.

–¿Por qué te muerdes tanto el labio de esa manera? –le preguntó Yoongi, pasándole el dedo.

–No puedo hacerlo, Yoon. Por favor, no me obligues a hacerlo.

–Cariño, nadie te está obligando a hacer nada que tú no quieras. Tú eres el que decides. Sólo pensé que te interesaría tener un trabajo con el que podrías conseguir tu independencia en el futuro.

–Te refieres a cuando acabe nuestro matrimonio y me haya gastado todo el dinero de la herencia, ¿verdad? ¿Es eso lo que piensas?


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