II
Jimin llegó al hotel de Venecia sobre las cinco de la tarde. Un paparazzi le había dicho que Yoongi se alojaba allí, justo en el Gran Canal. Se sentía bastante satisfecho de sus indagaciones. Había conseguido saber también que Min estaría en una reunión de negocios hasta las ocho y luego volvería al hotel para darse un masaje antes de salir a cenar. Lo que no había logrado averiguar era si tenía intención de cenar solo o con alguna de su legión de admiradoras.
Min era de ese tipo de hombres acostumbrado a llevar siempre al lado a una mujer maravillosa que además le bailaba el agua. Alguna vez, para su vergüenza, él había sido, en cierta ocasión, uno de ésos. Aún se ponía enfermo al recordar que lo había rechazado cuando tenía dieciséis años y estaba locamente enamorado de él. Aunque reconocía que había sido culpa suya por haber sido tan directo con él, no podía evitar echarle parte de la culpa por la experiencia tan horrible que había sido para él su primera relación sexual. Era algo que no le había dicho nunca a nadie. Ni siquiera el hombre al que le había entregado su virginidad tenía idea del calvario tan terrible que le había supuesto. Pero siempre se le había dado muy bien el fingir y engañar a los demás.
Sonrió al empleado de la recepción, batiendo las pestañas de forma seductora, con la habilidad innata que había ido perfeccionando a lo largo de los años.
–Scusi, signor. He quedado aquí con mi prometido, il Signor Min Yoongi. Pero quiero darle... ¿Cómo se dice en italiano?
–Una sorpresa, signor –dijo el conserje con una sonrisa de complicidad–. No sabía que el signor Min estuviera comprometido. No he leído nada en la prensa.
«Lo leerá muy pronto», se dijo Jimin para sí con una sonrisa maquiavélica.
–Sì, signor, todo ha sido muy en secreto. Ya sabe lo poco que les gusta a los hermanos Min la intrusión de la prensa en su vida privada –dijo Jimin sacando del bolso una foto en la que estaba Min con él, el día del funeral de su abuelo Sehun y mostrándosela muy sonriente al conserje–. Como puede ver, la prensa nos sigue a todas partes. Por eso quiero tener un rato de intimidad con él, antes de que nuestra relación sea de dominio público. No sabe cómo le agradezco su colaboración.
–Es un placer para mí, signor –dijo el hombre devolviéndole la foto y sacando un impreso para que lo rellenara–. Si es tan amable, ponga aquí su nombre completo y su dirección para nuestro registro.
Jimin sintió un momento de pánico, pero se repuso de inmediato y esbozó su mejor sonrisa haciendo medias lunas con sus ojos.
–Lo siento, signor, pero me quité las lentillas para el viaje y debí de meterlas en alguna de las maletas. No veo prácticamente nada sin ellas, y odio las gafas. Son algo anticuado y pasado de moda y además la hacen a uno horrible, ¿no cree? ¿Le importaría meter mis datos directamente en el ordenador?
–Por supuesto que no, signor –respondió el conserje con una sonrisa, tecleando los datos que él le iba diciendo.
–Es usted muy amable –dijo Jimin mientras el hombre le entregaba la tarjeta de la habitación.
–El signor Min se aloja en la planta de arriba, en la suite del hotel. Le llevarán allí el equipaje en unos minutos.
–Grazie, signor. Sólo una cosa más –dijo él, inclinándose un poco más hacia el conserje y mirándole con una de sus sonrisas más seductoras–. Mi prometido tiene un masaje para las ocho. ¿Le importaría cancelarlo? Yo me encargaré de dárselo. Así será mejor, ¿no le parece?
–No me cabe la menor duda, signor –replicó el conserje muy cordial.
Jimin se dirigió al ascensor. Pasó dentro y sonrió al ver reflejada su imagen en las puertas metálicas. Se había puesto uno de los pantalones que mejor le sentaban, uno negro escandalosamente ajustado que hacia resaltar su trasero y con una camisa muy atrevida, dejando desabrochados los primeros botones y llevaba unos zapatos tipo mocasines con un tacón bajo de ésos que hacen volver la cabeza a todos los hombres. Llevaba también unas joyas muy llamativas que sin duda contribuían a completar su imagen de hombre frívolo y jactancioso.
Encontró la habitación sin ningún problema y pidió nada más entrar que le subieran una botella de champán. Necesitaba armarse de valor. Pero tenía que ir con mucho cuidado si quería conseguir lo que quería. Yoongi se pondría furioso, pero él no iba a salir a la calle a buscar un trabajo, como Min le había propuesto irónicamente. ¿Quién demonios le iba a dar un empleo?
Miró por la ventana a los turistas que paseaban animadamente. El conjunto de canales y el colorido de las diversas casas y palacios que se levantaban en sus márgenes era exactamente igual a lo que había visto en las postales. Incluso la luz era la misma. Los tonos pasteles, a la puesta del sol, teñían los centenarios edificios de colores rosas, naranjas y amarillos. La pintura era su pasión secreta. Habría deseado tener más tiempo para pintar. En su improvisado estudio en su apartamento de Busán apenas había sitio ya para sus obras. Nadie las había visto nunca. Así nadie podía criticarlas.
Entró en el dormitorio y vio la cama tan enorme que había. La probó, presionando con la mano en el colchón, pero la retiró en seguida pensando en todas las personas que se habrían acostado allí cuando él estaba de viaje. Seguramente, él habría perdido la cuenta. Él, sin embargo, a pesar de lo que la prensa había publicado de sus aventuras, podría contar con los dedos de una mano los amantes que había tenido y aún le sobrarían dedos. ¿Por qué todo el mundo le daba tanta importancia al sexo? Desde luego, para él no había sido nunca gran cosa.
Un mozo del hotel llamó a la puerta. Era el champán que había pedido. Abrió y le dio una propina. Se sirvió luego una copa para calmar los nervios. Estaba muy nervioso, el tiempo se echaba encima y no estaba claro si Min querría o no ayudarlo. Era demasiado arriesgado dejarlo todo en sus manos, él tendría que poner algo de su parte si no quería verse en la indigencia. Tendría que volver a fingir una vez más ser un hombre frívolo. No le quedaba otra salida.
Casarse con Min lo resolvería todo. Todos sus problemas se terminarían si hacía lo que Sehun había dejado escrito en el testamento. Su abogado se lo había explicado todo después del funeral. Tenía que casarse con Min antes del primer día del mes siguiente y estar casados al menos durante un año. Los dos tenían que permanecer fieles. Él no sabía por qué razón su padrino había impuesto esa condición. No tenía intención de acostarse con Min. Él lo había rechazado ya en el pasado. ¿Por qué no habría de hacerlo de nuevo?
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top