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Sin embargo,ahora mirándo a Jimin , sintió un deseo incontrolable. 

Era como una fuerza magnética que le atrajera poderosamente. Había hecho el amor con él esa misma mañana y, sin embargo, sentía una fuerte excitación por el solo hecho de pensar en tenerlo de nuevo.

Jimin se apartó de la ventana y lo miró. Se pasó la punta de la lengua por los labios.

–Ven aquí –le ordenó Yoongi.

–¿Por qué no vienes tú aquí? –replicó Jimin, alzando la barbilla con aparente arrogancia. En esa ocasión se veía claramente que era sólo un gesto de coquetería y provocación.

–Te deseo aquí.

Jimin se dirigió lentamente hacia Yoongi, moviendo las caderas con una sonrisa provocativa.

–Siempre consigues lo que quieres, ¿verdad, Gigi? –dijo Jimin en un susurro, poniendo las palmas de las manos sobre el pecho de Yoongi.

Yoongi sonrió mientras Jimin iba deslizando las manos hacia abajo, por su estómago y su vientre, hasta rozar su erección.

–¡Oh, para un momento, cariño! –dijo Yoongi besándolo en la boca.

Jimin se apretó a su cuerpo, agarrándole del cuello con las manos y frotando sus glúteos contra el miembro duro y erecto de Yoongi, mientras sus lenguas entablaban una especie de combate erótico.

Era evidente que había un entendimiento, una compenetración, una química entre los dos.

Pero, ¿lo amaba? 

No, aquello no era amor, era sólo sexo. Yoongi deseaba su cuerpo y nada más.

Yoongi le acarició el pecho con las manos y Jimin respondió con un gemido de placer. Luego le quitó la playera y lo besó en el cuello, mientras le sacaba la camiseta para poder acariciarle los pezones con los labios y la lengua. Jimin, anhelante de placer, hundió los dedos en su pelo y arqueó la espalda como una gata para incitarle aún más. Yoongi lo deseaba tanto que sintió que la ropa era un obstáculo para poder gozar plenamente de Jimin. 

Jimin, como adivinándolo, le quitó el cinturón y le desabrochó la cremallera del pantalón.

Yoongi trató de no perder el control cuando Jimin comenzó a acariciarle con la mano, lentamente, arriba y abajo, frotándole el miembro con los cinco dedos cerrados como una presa alrededor de él. Se puso tenso al verlo luego arrodillarse frente a él y acercar sus gorditos labios cálidos y húmedos cada vez más.

–No tienes por qué hacerlo –dijo Yoongi casi jadeando.

–Quiero hacerlo –dijo Jimin mirándole con sus ojos verdes llenos de sensualidad.

Yoongi sintió un nudo en la garganta cuando Jimin rozó su miembro con la lengua y se puso luego a lamerlo como hace un gatito para probar su plato de leche. Todos sus músculos, además de ése, se pusieron tensos y todas sus terminaciones nerviosas se activaron como dispuestas a recibir alguna sensación  especial.

 No podía hablar, ni siquiera podía pensar más allá de lo que estaba sintiendo en ese momento. 

 Jimin siguió jugando con su lengua. Luego abrió la boca y la acercó poco a poco, hasta introducirlo todo dentro. Parecía acompañar el ritmo de una música de compás binario, entrando y saliendo, uno, dos, entrando y saliendo, uno, dos. Una y otra vez. Yoongi trató de  moderar la velocidad tomándole la cabeza entre las manos, pero Jimin interpretó el gesto como un deseo de ir más allá y aumentó el ritmo y la presión de su boca, hasta que Yongi comprendió que había llegado a un punto sin retorno. Iba en un tren del que ya no podía bajarse en marcha porque iba demasiado rápido. Explotó como la ráfaga de fuego de un cañón. Sintió todo su cuerpo estremecerse y dobló parcialmente las rodillas mientras Jimin apuraba hasta la última gota de su esencia masculina.

En el pasado, Yoongi nunca había experimentado nada parecido a lo que sentía ahora. Era algo primitivo y casi sagrado.

No quiso pensar en ello. Prefirió ayudarl a Jimin a ponerse de pie. Lo abrazó y se puso a acariciarlo con las manos por todo el cuerpo hasta llegar a su entrada,  con un dedo deliciosamente húmedo y caliente lo penetró para lubricarlo. Lo tumbó en el suelo, se arrodilló junto a él y le fue quitando la ropa hasta dejarlo completamente desnudo. Lo contempló de arriba abajo, recreándose en la perfección de su cuerpo y en las suaves, pero rotundas líneas de sus curvas. Sus pezones parecían, ahora que estaba tumbado boca arriba, más rosados. Tenía las piernas ligeramente separadas, como invitándole a entrar por aquella pequeña rendija secreta que estaba lubricada especialmente para él.

No se hizo mucho de esperar. Sintió una nueva erección que prometía ser aún más poderosa que la anterior.

–Nunca me sacio de ti –dijo Yoongi, besándolo en el pecho–. Te sigo deseando incluso después de haberte tenido.

–Yo también te deseo –replicó Jimin, soltando un gemido al sentir el dedo en su interior.

–¡Qué húmedo estás! Quiero que estés así de húmedo siempre para mí. -Dijo Yoongi con voz ronca.

Jimin exteriorizó sin ningún pudor el placer que le proporcionaban sus caricias. Yoongi lo veía gemir y jadear y siguió acariciándolo lentamente como si quisiera prolongar su goce el mayor tiempo posible. Pero Jimin ya no podía aguantar más. Deseaba la liberación que sólo su cuerpo podía darle y se lo pidió con urgencia.

–Por favor, ahora, Yoon. Ahora.

Yoongi se quitó el resto de la ropa y se puso encima de Jimin, abriéndole un poco más las piernas con sus muslos. Lo penetró de una forma más contundente e impetuosa de lo que lo había hecho en las otras ocasiones. Jimin sintió una oleada de placer recorriéndole el cuerpo. Se abrazó a Yoongi con los brazos y las piernas para sentirle dentro de forma más íntima y completa. Creyó ver, entre gemidos y gritos de placer, cómo las puertas del paraíso se abrían ante sus ojos, mientras los dos alcanzaban el orgasmo casi de forma simultánea. 

Se quedaron así juntos sin moverse durante unos minutos, casi tan agradables como los anteriores.

–¿Sabes una cosa? –dijo Yoongi, apoyándose en un codo para mirarlo a los ojos.

–¿Qué? –exclamó Jimin  tímidamente sonrojándose.

Yoongi le pasó un dedo por la mejilla.

–Si hacemos el amor en todas las habitaciones de esta casa y en las de mi villa de Corea, se pasará volando este primer año de nuestro matrimonio. ¿Yoongi quería que su matrimonio se pasase volando?, se preguntó Jimin.

–¿Cuántas habitaciones hay aquí? –dijo Jimin, tratando de ocultar su angustia.

–Unas cincuenta, creo –respondió Yoongi, pasándole ahora el dedo dulcemente por el labio superior.

–¿Y en la de Roma? –preguntó de nuevo Jimin, mientras Yoongi comenzaba a mordisquearle una oreja.

–Treinta, más o menos –contestó Yoongi–. Tengo pensada una que puede ser perfecta para tu estudio.

Jimin lo miró con cara de sorpresa.

–¿Quieres decir que puedo tener otro estudio también en Corea?

–Puedes tener todo lo que quieras –dijo Yoongi con una radiante sonrisa.

No, no era verdad, pensó Jimin con tristeza. Lo que de verdad más quería estaba fuera de su alcance y siempre lo había estado. Yoongi lo deseaba ahora. Pero era sólo por cuestión de conveniencia. Igual que su matrimonio. Pero no para siempre.

–Deberíamos salir a cenar esta noche –le dijo Yoongi besándolo suavemente en los labios–. La prensa estará esperando que nos dejemos ver. ¿Qué te parece? ¿Te apetece salir?

Jimin hubiera preferido quedarse, pero comprendía que Yoongi quisiera salir y ver a otras personas. Se había pasado casi encerrado una semana entera allí en la villa.

–Claro –dijo Jimin con una sonrisa forzada. ¿Por qué no?

Él lo besó otra vez y se puso de pie. Luego le alargó la mano para ayudar a Jimin a levantarse.

–Puedes ir duchándote tú primero mientras yo termino de resolver un par de asuntos pendientes –dijo Yoongi–. Reservaré por teléfono una mesa en algún restaurante. Ponte algo sexy para que me vaya haciendo la idea de lo que puedo hacerte cuando volvamos.

Jimin se duchó y se puso muy elegante y glamuroso, invirtiendo algo más tiempo de lo habitual en peinarse y maquillarse. Llevaba un traje sastre de diseño de color negro, de corte clásico que realzaba su figura.

Se había peinado hacia atrás el cabello muy elegante y se había puesto su perfume favorito. Iba a ponerse los pendientes cuando vio, por el espejo, entrar a Yoongi en el cuarto. Se dio la vuelta. Él lo miró fijamente y le puso en la mano un estuche rectangular.

–¿Qué tal si te pones esto? –dijo Yoongi.

Jimin abrió el estuche con mucho cuidado. En su interior había un colgante sencillo  de diamantes y unos pendientes en forma de estructura de adn también de brillantes. Eran tan preciosos que casi se quedó sin aliento. Estaba acostumbrado a llevar joyas caras, pero nunca había visto nada igual. Era como si le hubieran arrancado al firmamento  sus tres estrellas más rutilantes y las hubieran metido para él en aquel estuche de terciopelo negro.

–No sé qué decir... ¿Son para mí o las has alquilado?

–¿Alquilado...? ¿Crees que soy tan mezquino? Las he comprado para ti, cariño mio.

–¡Pero falta mucho aún para mi cumpleaños! –dijo Jimin, mirando entusiasmado los diamantes.

–¿Tiene que ser acaso un día especial para que te haga un regalo? –exclamó Yoongi, tomándole la barbilla con dos dedos para que lo mirara a los ojos.

Jimin sintió de inmediato la atracción magnética de su mirada y se puso a temblar de emoción.

–¿Les compras estas joyas tan caras a todos tus amantes?

–Tú eres mi esposo, Jimin, y es natural que te compre cosas –replicó Yoongi con cierta gravedad.

–No, no soy tu esposo de verdad. O, al menos, no por mucho tiempo.

–Entonces, con más razón para que te lleves de este matrimonio todo lo que puedas –respondió Yoongi–. Dinero, joyas y sexo del mejor. No es mal negocio, ¿no?

Jimin hubiera querido contestarle, reprochándole su cinismo, pero, después de todo, tenía razón. Él iba a sacar de aquel matrimonio de conveniencia eso y mucho más. Le dirigió una sonrisa de circunstancias y se levantó del tocador.

–¿Me ayudas a ponérmelos? –dijo Jimin, volviéndose de espaldas.

Yoongi le abrochó el colgante deslizando delicadamente las manos por el cuello. A Jimin se le puso la carne de gallina al contacto de sus dedos y sintió que el corazón empezaba a latirle más deprisa de lo normal, pensando en que, cuando regresasen de cenar, Yoongi volvería a quitárselo junto con todo lo que llevaba puesto.

–Hueles a dios del olimpo–le dijo Yoongi en voz baja al oído–. Si tuviéramos un poco más de tiempo, podríamos...

Jimin inclinó la cabeza a un lado y cerró los ojos al sentir su aliento en el cuello y sus labios trazando un sendero de besos por su cuello y clavículas.

–¿Necesitas que te ayude también con los pendientes?

–No, gracias..., me valgo solo –respondió Jimin en un hilo de voz–. ¿No...tienes que... ducharte y cambiarte? -Dijo porque sentía que su pantalón comenzaba a molestarle en la entrepierna.

–Sí, cariño. No tardaré nada. Espérame abajo, si no me entrará la tentación de meterte conmigo en la ducha.

Jimin se puso los pendientes y salió de la habitación. No confiaba en sí mismo. Saber que tener a Yoongi allí, a escasos metros de él, desnudo y mojado, era superior a sus fuerzas.



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