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Jimin miró las burbujas de champán que giraban dentro de la copa, igual que us pensamientos dentro de él.

–¿Cómo te las arreglas? –preguntó, mirando a Jin de nuevo–. Con la prensa, me refiero. Yo estoy ya bastante acostumbrado a ello, pero aun así, a veces me sacan quicio. Tiene que resultarte difícil, acostumbrado a tu vida tranquila en Melbourne, donde podías salir a la calle como cualquier persona.

Seokjin dirigió la mirada hacia su marido y una radiante sonrisa le iluminó la cara. –Después de un tiempo, te olvidas de la prensa –respondió Jin–, y acabas centrándote en tu esposo y en ti, en construir una familia fuerte y sólida, capaz de resistir cualquier injerencia externa. Comprendo que la gente se sienta fascinada por las celebridades –dijo ahora mirando a Jimin–. En cierta medida, yo también lo hacía, pero ahora me doy cuenta de que todos somos sólo personas normales tratando de hacer las cosas lo mejor posible en el poco tiempo de que disponemos en esta vida. Tienes que sacar el máximo provecho de ella. Pero puedo decirte por experiencia que el matrimonio en la familia Min es una cosa maravillosa. Nunca me he sentido tan amado y aceptado, a pesar de que aún no he conseguido dominar el idioma. ¿Tú hablas italiano?

–Lo entiendo más o menos, pero me cuesta mucho hablarlo –dijo Jimin–. Soy bastante inútil para los idiomas, con decirte que aún tengo problemas con el coreano y el inglés...

–Pues necesitas hablarlo, es lo que los Min esperan de ti –afirmó Seokjin–. Taehyung me está dando lecciones. Voy bastante mejor de lo que esperaba, pero si te digo la verdad, me avergüenza reconocer que mi hija la pequeña Suran lo habla mucho mejor que yo.

Yoongi se acercó en ese momento y le pasó el brazo por el hombro a Jimin con mucha naturalidad.

–¿Cómo lo llevas, tesoro mío? -Pregunto Yoongi.

–Me está empezando a doler la cara de tanto sonreír –dijo Jimin en un arranque de sinceridad.

–No te preocupes –replicó Yoongi–. La fiesta está a punto de terminar. La boda de Namjoon y Seokjin se prolongó durante horas y horas, pero luego acabó muy bien, ¿verdad, Jin ?

Seokjin sonrió mientras miraba a Hoseok y Tae que seguían abrazados, recordando sin duda la noche loca de amor que habían pasado aquel día de su boda y que había sido el comienzo de su reconciliación, en un momento en que estaban sumidos en un enconado proceso de divorcio.

–Más que bien –respondió Jin–. Discúlpenme –exclamó al ver a Minjae llorando.

Jin se alejó discretamente apara atender a su hijo, dejando solo a Jimin con Yoongi.

–Seokjin cree que puedes llegar a ser un padre fabuloso –dijo Jimin, tanteando el terreno con el valor que le daba el poco champán que había tomado.

–No opino lo mismo –replicó Yoongi, con el ceño fruncido–. Es cierto que me encantan los niños, pero los de los demás. Yo no quiero tener hijos. Es mucha responsabilidad y dan mucho trabajo. Además suponen una atadura de por vida y yo valoro mucho mi libertad.

–La mayoría de la gente pensaría que eres un egoísta –dijo Jimin, haciendo girar de nuevo la copa, sólo para hacer algo con las manos.

–¿Tú quieres tener hijos, Jimin? –le preguntó Yoongi, mirándolo fijamente.

 Jimin  trató de sostener su mirada, pero no lo consiguió más de dos o tres segundos.

–Por supuesto que no –respondió Jimin, dejando la copa en la mesita que tenía más cerca–. Tener un hijo trastocaría mi estilo de vida. No se puede ir de fiesta con un bebé, y además, imagínate cómo se me quedaría la figura, después de cuidarlo y no dormir en meses después de adoptarlo. No, no, ¡qué horror!

–¿Quién es ahora el egoísta, Jimin? –exclamó Yoongi, alzando las cejas.

 –Yo no he dicho que pensase que eso es ser egoísta –respondió Jimin con una sonrisa irónica.  -Sólo dije que la mayoría de la gente lo vería así.

Yoongi continuó mirándolo detenidamente como si pensase que sus palabras no encajaban del todo con la expresión que creía leer en sus ojos.

–Por lo que veo, ninguno de los dos queremos tener niños –dijo Yoongi, balanceándose sobre los talones con las manos en los bolsillos del pantalón–. Al menos tenemos las reglas claras desde el principio. Supongo que estarás tomando algún anticonceptivo por si acaso das una sorpresa, ¿no?

–Eso no es de tu incumbencia –dijo Jimin muy arrogante–, y además carece de importancia teniendo en cuenta que lo nuestro no va a ser un matrimonio normal.

–Veo que sigues insistiendo en tu idea de un matrimonio de camas separadas, ¿eh, cariño? –dijo Yoongi inclinándose hacia Jimin hasta hacerle sentir su aliento en el cuello–. Deberías pensártelo dos veces. Los invitados están a punto de marcharse y nos quedaremos solos. Tú, yo y un documento que dice que estamos legalmente casados.

Jimin no pudo reprimir un estremecimiento. Dio un paso atrás y tomó la copa que había dejado en la mesa. Bebió un buen trago tratando de encontrar el valor que le faltaba, pero sólo consiguió darse cuenta una vez más de lo indefenso y vulnerable que era cada vez que se hallaba cerca de Yoongi.

La fiesta concluyó finalmente.

Yoongi agarró a Jimin por la cintura mientras se iban despidiendo de todos los invitados. Fue una despedida un poco larga y pesada, pues todo el mundo quería felicitarles y expresarles sus mejores deseos de felicidad. 

Jimin estaba ya tan cansado de poner aquella sonrisa forzada toda la noche que pensó que, en cualquier momento, podría rompérsele la cara en dos.

Todo resultó más fácil con la familia de Yoongi, que iba a salir desde allí hacia Milán. Ellos conocían todas las cláusulas del testamento de Sehun, pero aun así, Jimin se preguntaba si alguien, en especial Tae y Jin, tendrían alguna idea de lo que él  sentía. 

Jimin también se sentía confuso por la ambigüedad de sus sentimientos. Había aceptado casarse con Yoongi para conseguir la seguridad e independencia económica que tanto deseaba, pero no había tenido en cuenta cómo podría afectarle estar con él un año entero.

 Ahora, al mirarlo, empezaba a sentirlo. Era un vacío en el estómago, unas palpitaciones en el corazón, un ahogo en el pecho, una extraña desazón en el punto más íntimo de su masculinidad.

Min Jennie, su suegra, no pudo evitar las lágrimas. Pero Jimin sabía que no era  por ellos, sino por la emoción que sentía de estar en aquel lugar donde había muerto su pequeña Yoonji, hacía ya más de treinta años, y donde no había vuelto a estar desde entonces. Jennie besó a Jimin en las mejillas y le dio de nuevo la bienvenida a la familia.

–Ya sé que no es esto lo que ninguno de los dos hubierais querido, pero traten al menos de llevarse lo mejor posible, Jimin. Mi matrimonio tampoco fue fácil al principio, sin embargo luego pasé unos años muy felices con mi Ji-Yong.

–Estoy seguro de que pondremos todo de nuestra parte para que salgan bien las cosas –afirmó Jimin, no muy convencida de sus palabras.

–De todos mis hijos, Yoongi es el que se parece más a su padre –dijo Jennie–. Es igual de inquieto y... ¿Cómo dicen en Inglaterra...? Un espíritu libre, ¿no?

–Sí, eso es exactamente –replicó Jimin. 

Jennie le dio un fuerte abrazo.

–Yoongi y tú tienen muchas cosas en común –añadió Jennie–. Sehun siempre decía de ti que, eras un ángel. Es lo mismo que le pasa a Yoongi.

Tiene un corazón de oro escondido en su alma, lo que tienes que hacer es saber encontrarlo y llegar a él.

Jimin sonrió sin ganas mientras la familia acompañaba a Jennie a la limusina que les estaba esperando fuera. Estaba sorprendido de la actitud de su suegra. No había muchas madres que hubieran recibido en su familia a un chico con una reputación como la suya, pero tal vez Jennie estuviese deseosa de que su hijo sentara de una vez la cabeza, aunque no fuera con la persona más adecuada.

Se quedó mirando cómo la limusina que llevaba a los Min al aeropuerto se iba perdiendo en la distancia. Yoongi se acercó entonces a Jimin. Sintió un escalofrío a pesar de que la noche era aún cálida. Se dio la vuelta y lo miró a los ojos con una sonrisa forzada.

–Bueno, parece que esto ha salido bastante bien, ¿no crees?

–Todo el mundo estuvo de acuerdo en decir que eras el novio más bello que jamás habían visto –replicó Yoongi con un brillo especial en la mirada–. No te lo dije antes, pero me quedé sin respiración cuando te vi entrar en la mansión Min del brazo de tu padre.

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