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 Jimin trató de darle una patada, pero Yoongi lo agarró del tobillo. Luego trató de hacer lo mismo con la otra pierna y entonces Yoongi le agarró también el otro tobillo,  sujetando los dos con fuerza entre sus manos.

–¡Apártate de mí, malnacido! –exclamó Jimin, revolviéndose como un gato salvaje.

–¿Qué modales son ésos, Park Jimin? Tienes que aprender a hablarme con más respeto.

Los ojos verdes de Jimin brillaban como los de un felino a punto de saltar sobre su presa, y sus dientes blancos e inmaculados parecían estar a punto de morder a alguien.

–Nunca te perdonaré esto –dijo Jimin–. Si me pones un solo dedo encima, te sacaré los ojos.

–Apuesto a que le dices eso a todos tus amantes –replicó Yoongi con una sonrisa burlona.

Jimin luchó contra él con una fuerza tal que resultaba difícil creer que pudiera salir de aquel cuerpo tan frágil y delicado. Se revolvió y agitó con tanto ímpetu que Yoongi decidió soltarlo temiendo que pudiera hacerse daño él mismo. 

Se alejó de él, arrastrándose cautelosamente hacia atrás, como un cangrejo, recogiendo la sábana que Yoongi había tirado al suelo y envolviéndose en ella de los pies a la cabeza, como si fuera un sudario.

–Si crees que puedes hacer lo que quieras cuando te venga en gana, estás muy equivocado Min –dijo Jimin con una mirada retadora.

–Lo mismo te digo, cariño –replicó Yoongi–. Ya es hora de que aprendas a comportarte y si es necesario te enseñaré yo mismo.

Jimin le sacó la lengua. Yoongi se echó a reír.

–Vas a ser dinamita en la cama. No es de extrañar que haya hombres babeando por ti. Pero yo no puedo esperar hasta la noche de bodas para comprobarlo.

–Si quieres acostarte conmigo, tendrás que pagarme por ello –le dijo Jimin mirándole fijamente.

–Ya te he pagado, Park –respondió Yoongi, mientras abría la puerta para salir– Te pagué con mi libertad y espero recoger los frutos tan pronto estemos casados oficialmente.

Jimin sintió un escalofrío al oír el sonido de la puerta al cerrarse. Seguramente, no hablaba en serio. Yoongi no insistiría en acostarse con él si él no quería. Se mordió el labio inferior. El problema era que Jimin sí quería. Lo estaba deseando.

Cuando Jimin bajó a la mañana siguiente, Yoongi estaba nadando en la piscina. Lo miró desde la ventana de la salita donde se servía el desayuno. Su cuerpo blanquecino surcaba el agua como un atleta olímpico. Jimin, a duras penas, se mantenía a flote. Ése era otro de sus fracasos en la vida. Nunca había conseguido aprender bien a nadar.

Se dio la vuelta con un suspiro y se fue a la cocina. Los platos y cacharros de la cena de la noche anterior estaban aún en la encimera, donde Jimin los había dejado. Había también un vaso con restos de zumo de naranja que Yoongi debía haber usado antes de irse a nadar. Se encogió de hombros y salió de allí.

Yoongi entró en ese momento por la puerta de la terraza. Estaba desnudo de cintura para arriba, y llevaba una toalla enrollada a la cintura.

–¿Está listo el desayuno? –preguntó Yoongi, echándose hacia atrás el pelo que tenía aún empapado de agua.

–¿Perdón? –dijo Jimin con el ceño fruncido.

–Sí, café y fruta y algunos panecillos recién hechos –respondió Yoongi–. Espero que lo tengas todo listo para cuando salga de la ducha.

–¿Esperas que yo haga todo eso para ti? –dijo Jimin, abriendo los ojos como platos.

–Bueno, mi ama de llaves se marchó de esta casa por un arrebato tuyo –le recordó Yoongi–. Parece justo que tú asumas su papel hasta que encuentre a alguien que la sustituya.

–No pienso hacer tal cosa –dijo Jimin muy indignado–. Hazte tú tu maldito desayuno.

Yoongi lo miró fijamente hasta que Jimin comenzó a sentir una especie de hormigueo por todo el cuerpo.

–¡El desayuno, Jimin! ¡Y date prisa! Tengo una reunión muy importante en mi despacho esta mañana.

Jimin apretó los labios y clavó los ojos en él. Había una gran tensión en el ambiente. Era el choque entre dos personas acostumbradas a hacer siempre su santa voluntad. Jimin no estaba dispuesto a convertirse en su esclavo, ni a aceptar sus órdenes como si fuera un empleado más del servicio. Sonrió para sus adentros pensando en lo que iba a hacer para demostrárselo.

Yoongi se acercó a Jimin y le dirigió una mirada desafiante.

–¿Tengo acaso que repetírtelo? –le preguntó Yoongi.

–Estará listo en cinco minutos –respondió Jimin  muy obediente.

–Buen chico –dijo Yoongi, acariciándole la mejilla con un dedo antes de salir.

Jimin preparó café y cortó unas rodajas de fruta y las puso en un plato. Encontró pan reciente en una bolsa que había en la encimera. Supuso que lo habría llevado alguien de la panadería esa mañana a primer ahora. Llevó una bandeja con todo a la salita y la puso en la mesa que daba a la terraza.

Yoongi llegó un par de minutos después, ajustándose el nudo de la corbata.

–Buen trabajo –dijo al entrar–. Sabía que podías hacerlo si te lo proponías.

–¿Cómo tomas el café? –le preguntó Jimin, esforzándose por mostrarse amable y servicial.

–Con leche y un terrón de azúcar –respondió Yoongi, sentándose a la mesa.

Jimin le sirvió una taza de café y echó con mucho cuidado la cucharada de azúcar. Luego tomó la jarra de leche caliente.

–Tú dirás –dijo mirándolo a los ojos mientras le derramaba toda la jarra por los pantalones.

Yoongi saltó de la mesa como un resorte, tratando de limpiarse a duras penas con la servilleta.

–Eres un... –exclamó Yoongi, lleno de ira.

–No me dijiste hasta cuándo –respondió Jimin con una mirada de inocencia Yoongi arrojó la servilleta al suelo y se acercó a él. Jimin no había esperado que reaccionara con tanta rapidez. 

Lo agarró por los hombros y lo miró con ojos de fuego.

El tiempo pareció detenerse durante unos segundos. Luego, tras soltar una maldición, Yoongi murmuró algo, se inclinó hacia Jimin y lo besó.

Jimin había perdido ya la cuenta de las veces que lo habían besado. Había disfrutado algunas veces y otras había sentido asco. Pero ese beso era distinto de todos. La boca de Yoongi era como una llama abrasando la suave carne de sus labios y alimentando un incendio forestal dentro de él, un fuego furioso e incontrolado que se extendía por toda su piel. Su beso le estaba dejando marcas, pero a Jimin no le importó. Le encantaba su sabor fresco y varonil.

Yoongi tomó su cabeza entre las manos y lo besó con mayor intensidad, introduciendo la lengua en su boca en un gesto lleno de erotismo y sensualidad.

El beso siguió y siguió.

Jimin  sintió el sabor de la sangre en su boca, pero no estaba seguro de si era suya o de Yoongi. Jimin le había mordido en los labios con tanto ímpetu como Yoongi a él.

Sus dientes se habían enfrentado en un duelo sensual, compitiendo por ganar la supremacía. Sintió como si hubiera estado toda su vida esperando ese momento.

Era un gran placer sentir su boca junto a la de él y su miembro, cálido y duro, entre los muslos.

Pero tan repentinamente como había comenzado, terminó.

Yoongi se apartó de Jimin, limpiándose la boca con el dorso de la mano, y con la respiración tan entrecortada como la suya.

–Será mejor que te marches de aquí. Estoy tan enfadado que no sé lo que sería capaz de hacer contigo en este momento.

Jimin se pasó la lengua por los labios inflamados, haciendo un gesto de dolor al sentir una pequeña herida en el labio. Lo miró entonces a los ojos y creyó ver en ellos un gesto de remordimiento.

–Maldita sea, Jimin –dijo Yoongi, acercándose a él y pasándole suavemente la yema del dedo índice por la herida del labio–. ¿Te duele?

–No –respondió Jimin en un susurro.

–Lo siento –dijo Yoongi, acariciándole el cuello con la mano.

–Yo también.

–Me temo que no tengo tiempo para ayudarte a recoger esto –dijo Yoongibajando la mano de su cuello y apartándose unos pasos de Jimin–. Ya voy con retraso y aún tengo que cambiarme.

–¿A qué hora volverás?

-Te llamaré cuando lo sepa. Quizá tenga que volver a Río de Janeiro. Si es  así, nos veremos en Bellagio, tal como habíamos planeado.

–¿Yoon?

–¿Sí? –dijo Yoongi, desde la puerta.

–Siento que se marchara el ama de llaves. -Dijo apenado Jimin.

–Olvídalo –replicó Yoongi con una sonrisa–. Estaba pensando en despedirla de todos modos. Creo que me estaba sisando el vino de la bodega.

–¡Oh! - Dijo Jimin sintiendo un poquito de dolor en su labio.

–¿Por qué no echas un vistazo a las demandas de empleo del periódico? – dijo Yoongi–. Así podrás entrevistar a todas los candidatas y elegir a la que te parezca mejor.

Jimin volvió a sentir esa sensación de pánico que había sentido últimamente varias veces.

–Oh, no, no puedo hacer eso. -Se apresuró a decir.

–¿Por qué no? Claro que puedes –dijo Yoongi algo extrañado–. Sólo tienes que llamarlas y concertar una cita para hablar con ellas.

–Pero no entiendo el italiano.

–Puedes hacerlo también en inglés, por Intenet –dijo–. Hay un ordenador en mi estudio. Hay montones de páginas de agencias de empleo.

–¿Puede esperar hasta que volvamos de Bellagio? –preguntó Jimin.

Yoongi se quedó mirándolo muy pensativo durante unos segundos.

–Por supuesto que sí –dijo Yoongi al fin dirigiéndose a la puerta, pero antes de abrir se quedó muy pensativo con la mano en el picaporte y se volvió hacia Jimin como si se le hubiera ocurrido algo–. Por cierto, sabes usar un ordenador, ¿verdad?

–¡Qué cosas dices! –respondió Jimin, con aparente indignación–. ¿Quién te crees que soy? ¿Uno de esos chicos con menos cerebro que un mosquito como  los que acostumbras a salir?

–No, Jimin, todo lo contrario. Creo que eres una de las personas más inteligentes que he conocido. Poca gente me ha sorprendido alguna vez con la guardia baja, y tú lo has hecho no una, sino dos y hasta tres veces. Me pregunto cuántas sorpresas más me depararás a lo largo del año.

–Tendrás que esperar a verlo –replicó Jimin mientras Yoongi salía por la puerta.

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