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Pero él siempre había querido algo más. El problema era que, cuanto más deseaba una cosa, más inalcanzable se volvía.

Como con Yoongi...

Trató de alejar de sí aquellas ideas y se puso a pensar en las motivaciones de Yoongi para dar aquel paso. Estaba claro que Yoongi sólo pensaba en él como un medio para conseguir sus fines. En un mes estarían casados oficialmente y estarían en camino de lograr lo que querían: la herencia. 

Para Yoongi, él era sólo un bonus extra que le venía dado de forma gratuita, una fantasía erótica que provenía de aquel tiempo en que el colegial estúpido se había enamorado locamente de él. ¿Qué hombre con un mínimo de sangre en las venas no querría revivir aquella experiencia tan excitante y llena de sensualidad? Pero lo que Yoongi no sabía era que él, en el fondo, no era ese chico fatal devora hombres que pintaban las revistas.

–Me gusta mi forma de vida –dijo Jimin.

–¡Vamos, Jimin! Tienes ahora... ¿cuántos?, ¿veintiséis años? Estás en la flor de la vida. ¿No te gustaría hacer algo? ¿No sé..., estudiar o hacer algún tipo de curso?

–Odiaba la escuela. No me veo matriculándome en ningún curso académico –respondió el–. No tengo la disciplina suficiente para ello. Mi hermano heredó todo el talento de la familia.

–Creo que te estás subestimando –afirmó Yoongi–. Sé que tu hermano era muy inteligente, pero tú llevas su misma sangre. Es sólo cuestión de que encuentres una actividad que te guste y puedas desarrollar en ella tus habilidades.

–No te preocupes por mí –dijo Jimin, con un gesto de indiferencia–. Viviré muy feliz en mi papel de hombre de mundo, asistiendo a actos sociales, mientras tú haces lo que tengas que hacer.

–¿Sabes acaso en qué consiste mi trabajo? ¿Te interesaría saberlo? –le preguntó Yoongi.

–Sé que tiene algo que ver con la cadena de hoteles Min –respondió Jimin con cierto sentimiento de culpabilidad por su ignorancia–. Eres el director financiero o algo parecido, ¿no?

Yoongi elevó los ojos al cielo en un gesto de incredulidad o de frustración o tal vez de ambas cosas.

–No, ése es el papel que desempeña mi hermano Namjoon. Yo soy el promotor inmobiliario de la empresa. Me encargo de buscar oportunidades de negocio, encontrar inmuebles bien situados para construir algún nuevo hotel para la cadena o simplemente para mejorar la cartera de inversiones de la familia. Actualmente tengo varios proyectos en distintos países.

Jimin pensó en seguida en aquellos hoteles en los que tendría que alojarse con él si finalmente decidía acompañarlo en sus viajes. En los dormitorios y cuartos de baño que tendrían que compartir si querían que dar la imagen de un matrimonio normal y no despertar las sospechas del servicio.

–¿Has pensado en la logística de todo esto? –preguntó Jimin–. No podemos dormir en habitaciones separadas en todos los hoteles a los que vayamos. La gente es muy dada a los rumores y las habladurías.

Yoongi le sonrió con esa sonrisa tan seductora que hacía bullir su sangre en las venas.

–¿Crees, de verdad, que no vas a querer acostarte conmigo cuando estemos casados, o lo dices sólo para provocarme y abrirme el apetito?

–No, Yoongi, lo digo en serio. No quiero que me toques.

–¿Por qué será que tengo la impresión de que dices eso para tratar de convencerte a ti mismo? –exclamó Yoongi, inclinándose hacia Jimin con un gesto de recelo.

–Lo digo porque te conozco y sé cómo eres –replicó Jimin  con un leve rubor en las mejillas–. Estás acostumbrado a que todos los seres vivos caigan rendidos a tus pies.

Yoongi apoyó los brazos sobre la mesa, y lo miró con sus ojos negros de forma desafiante.

–¿Qué te parece si hacemos un pequeño trato, Jimin? En público, me mostraré contigo tan afectuoso como suele comportarse cualquier marido con su esposo, pero en privado no te pondré un dedo encima a menos que tú me des tu consentimiento con esos ojos verdes tan seductores que tienes. Ni un dedo, ¿de acuerdo?

Jimin lo miró durante unos segundos con aire de sospecha. El corazón le latía como un tambor que estuviese tocando alguien sin mucho sentido del ritmo.

¿Podría confiar en que Yoongi mantuviera su palabra? Y quizá lo que era aún más importante: ¿podría confiar en él mismo?

–De... acuer... do –contestó Jimin al fin, con la voz temblorosa.

–Bien –dijo Yoongi echándose hacia atrás de nuevo en el asiento y llenando las copas de champán–. Trato hecho.

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