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     Las palabras de Yoongi no pretendían, en absoluto, ser un cumplido. El abuelo Sehun lo había incluido en su testamento y por eso se había tomando esa molestia. Lo conocía lo suficiente como para saber que Jimin no hacía nada por nadie a menos que sacara algún beneficio de ello.

–Era lo menos que podía hacer –replicó Jimin asintiendo suavemente con la cabeza–. Siempre se portó muy bien conmigo. Era mi padrino. Nadie se toma ya muy en serio ese papel en estos días, pero él siempre se preocupó mucho por mí.

–Y además te tuvo en cuenta en el testamento –apuntó Min.

–Sí, bueno, supongo que tendría sus razones.

–¿Por qué crees tú que lo hizo? –preguntó Yoongi–. A lo nuestro, me refiero. No se puede decir precisamente que hayamos sido una pareja de enamorados en estos últimos años.

–¿Quién sabe? –dijo Jimin, encogiéndose de hombros–. Tal vez pensó que sería una buena forma de unir a las dos familias: la de los Park y la de los Min. Mi padre, por su parte, ya no tiene un heredero, por lo que quizá vea esto con buenos ojos. En fin, ya veremos cómo se lo toman nuestras familias.

–A propósito, se suponía que debías haber ido con tu hermano en aquel viaje que habíais organizado para ir a esquiar, ¿no? –dijo él, clavando los ojos en Jimin.

–Perdí el vuelo –respondió Jimin  bajando la mirada y encogiéndose de hombros, como si tal cosa–. Había vuelto muy tarde a casa la noche anterior y me quedé dormido por la mañana.

–¿Has pensado alguna vez que podrías estar ahora muerto como tu hermano si hubieras hecho ese viaje? –exclamó Min–. Lo más probable es que hubieras estado con él cuando se produjo aquella tremenda avalancha en la ladera de la montaña.

–¿Te importa si dejamos este asunto y volvemos a tus estúpidas reglas? –dijo Jimin.

–No te gusta hablar de tu hermano, ¿verdad?

–Tú también perdiste a tu hermanita. ¿Te gusta a ti hablar de ello?

–Ni siquiera lo recuerdo –dijo Yoongi–. Sólo tenía dieciocho meses entonces. Pero tu hermano tenía casi veintiún años, y a ti te faltaban sólo unas semanas para cumplir los dieciocho años. Debes recordarlo muy bien todo.

–Eso es algo muy íntimo en lo que tú no tienes por qué inmiscuirte –dijo Jimin, mirándole muy serio–. Quizá puedas pensar que como futuro marido tienes ciertos derechos sobre mí, pero te aseguro que ése no es uno de ellos.

Yoongi se hizo el nudo de la corbata y se lo ajustó al cuello de la camisa, sin dejar de mirar aquella hermosa cara, ahora fría como el hielo. ¿Cómo podía cambiar de expresión con tanta rapidez? Era algo increíble.

–La segunda regla es que no toleraré que, mientras estés conmigo, mantengas relaciones con otros hombres. Puedo ser condescendiente hasta cierta medida, pero no estoy dispuesto a ser el hazme reír de todo el mundo.

–Tampoco mantendré ninguna relación contigo –dijo Jimin con la mirada de quien se sabe con todos los triunfos en la mano–. Voy a estar demasiado ocupado contando el dinero.

–Si no te portas bien, tendrás que atenerte a las consecuencias –dijo Min muy serio–. Un movimiento en falso y te quedarás sin un céntimo. No es que yo lo diga, está escrito en el testamento. Si no permanecemos fieles el uno al otro, automáticamente el testamento de mi abuelo quedará anulado.

–Tendrás que comportarte entonces con mucha discreción, ¿no te parece? –replicó Jimin, alzando una ceja con gesto irónico.

–No me crees capaz de hacerlo, ¿verdad?

–¿Hacer qué? –dijo Jimin–. ¿Estar un año sin acostarte con ninguna persona? No, francamente, no. A propósito, ¿cuál es tu última amante? ¿Sigue siendo aquella rica brasileña, o tienes ahora alguna otra?

–Un año sin sexo es mucho tiempo, Jimin. Tanto para ti como para mí. No veo por qué no podemos aprovecharnos de la situación.

–Min, lo único que quiero es el dinero, no a ti. Pensé que lo había dejado suficientemente claro.

–Lo dijiste con la boca pequeño –replicó él–. Apuesto a que antes de un mes ves las cosas de otra manera. Supongo que todo esto forma parte del juego, ¿no? Es lo que sueles hacer habitualmente con los hombres: provocarles hasta que te desean tanto que olvidan sus principios y sus promesas.

–Crees que me conoces muy bien, ¿eh? Mejor. Así no habrá sorpresas desagradables cuando estemos casados.

–Me temo que tendremos que hacer una boda por todo lo alto. Espero que eso no suponga ningún problema para ti. Es lo que, estoy seguro, desean mi familia y mis amistades.

–Está bien –dijo Jimin–. Pero no estoy dispuesta a ir de blanco. Yoongi se inclinó hacia él, y lo miró con una sonrisa burlona en los labios.

–No estarás pensando en ir de negro, ¿verdad?

–No soy virgen, Yoongi –dijo Jimin sosteniendo su mirada–. Y no me gusta fingir lo que no soy. Yoongi frunció el ceño, desconcertado por aquellas palabras.

–No recuerdo haber dicho que eso fuera un requisito para nuestro acuerdo. Si vamos a eso, yo tampoco soy un ángel que digamos. Quizá debería darme vergüenza decirlo, pero he perdido ya la cuenta de las amantes que he tenido. Tú quizá lleves un recuento más preciso.

–No –mintió Jimin, mirándose las uñas con aparente atención–. Yo también hace mucho que perdí la cuenta de mis amantes.

Se produjo entonces un silencio tenso. Jimin levantó la vista al cabo de unos segundos y vio la expresión inquietante con que la estaba mirando.

–¿Hay algo más? –preguntó –. ¿Queda alguna otra regla tediosa que tenga que cumplir?

–No. Eso es todo, por ahora –respondió Yoongi, poniéndose la chaqueta–. Bueno sólo una cosa más, mantente alejado de la prensa. Yo me encargaré de ellos, sé cómo tratarlos.

–Sí, señor –dijo Jimin con ironía, descruzando las piernas y levantándose de la silla.

Se colgó del hombro un bolso de noche muy elegante y se dirigió a la puerta moviendo ostensiblemente las caderas.

–Ten cuidado, Jimin –le advirtió él–. Un paso en falso y nuestro acuerdo quedará sin efecto. Hablo en serio.

Jimin se quedó impresionado por la amenaza, pero trató de que él no lo advirtiera. Quizá fuese sólo una argucia pero, ¿cómo podría saberlo a ciencia cierta? Desde luego, Jimin necesitaba el dinero mucho más que Yoongi. Min tenía una buena cuenta corriente y un montón de propiedades, mientras que Jimin no tenía nada. Pero en un año todo eso iba a cambiar. Conseguiría al fin independizarse de su padre y no tener que necesitar de la generosidad de nadie para vivir.

–Voy a portarme bien, Yoon –dijo poniendo la cara más dócil y sumisa que pudo–. Seré un buen chico, ya verás.

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