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Pero si quería su parte de la herencia, tenía que lograr mantenerlo a su lado y la única manera de conseguirlo sería acostándose con él y hacer que su matrimonio fuese un matrimonio verdadero y no una simple farsa.
Si conseguía tenerlo satisfecho, no le entrarían tentaciones de salir por ahí en busca de aventuras. Se frotó la mandíbula pensando en ello. Acostarse con Jimin sería sin duda una experiencia inolvidable. Sintió la sangre hirviéndole en las venas sólo de pensarlo.
Era un chico desinhibido y descarado, sin complejos ni vergüenza. No conocía límites en lo relativo al sexo. Sonrió al imaginarse con él en la cama.Desde que podía recordar, siempre había existido entre ellos una fuerte atracción mutua. No sería ningún castigo para él hundirse dentro de él hasta oírle gritar su nombre en lugar del de uno de esos desconocidos de los clubes nocturnos que frecuentaba.
Jimin salió del cuarto de baño después de más de media hora. Llevaba el cabello negro aún mojado, pero le caían algunos mechones húmedos por la cara. Tenía puesto uno de los suaves y esponjosos albornoces blancos del hotel. Descalzo, sin el maquillaje ni los zapatos, parecía más joven y delicado.Tenía un color ligeramente sonrosado en las mejillas, producto sin duda del baño.
Cuando pasó junto a él, para dirigirse a donde había dejado las maletas con su ropa, vio que llevaba las uñas de los pies recién cortadas y de un color rosáceo. Hubiera resultado muy difícil no darse cuenta de ello, pues resaltaban poderosamente frente a la blancura de su piel de porcelana.
-¿Sabes tú lo que ha podido pasar con el masaje que tenía reservado para esta hora? –preguntó Yoongi.
Jimin se apartó un mechón de pelo de la cara y se lo puso detrás de la oreja, sin levantar la vista de la maleta que acaba de abrir. –Yo lo cancelé. –¿Por qué?
- ¿Con qué derecho te has atrevido a hacer una cosa así? Me apetecía mucho un masaje después de haber estado todo el día de reuniones.-Reclamó Yoongi.
Jimin lo miró muy seguro de sí mismo, mientras se dirigía hacia el armario con unos cuantos vestuarios que había sacado de la maleta. –Yo puedo dártelo si quieres –replicó él, doblando los pantalones y colgando las camisas en las perchas del armario–. Todo el mundo dice que lo hago bastante bien.
-Estoy seguro –dijo Min siguiéndolo con la mirada mientras se dirigía de nuevo a donde había dejado el equipaje.
–¿Cuál te gusta más? –dijo Jimin sacando de la maleta dos camisas una roja y una azul y poniéndoselas por encima. Min pensó que estaba tratando de jugar con él nuevamente. Jimin podía cambiar de actitud en menos de un minuto. Podía pasar de ser un hombre temperamental, lleno de genio, a un niño pequeño jugando con su ropa.
-El rojo –dijo Min, dirigiéndose hacia la mesita donde estaba la cubitera de plata con el champán metido en hielo.
Se sirvió una copa y echó un trago mientras contemplaba la camisa con el pantalón negro. Parecía como si él estuviera protagonizando un espectáculo de striptease, pero al revés.
Había salido del baño mientras él se estaba sirviendo una copa, y ahora se estaba poniendo unos boxers de color rojo y negro, de una talla tan ajustada que permitía ver sin gran dificultad su miembro perfectamente depilado.
Min sintió un vuelco en el corazón y notó que la sangre volvía a correr alocadamente por sus venas. Echó otro trago de champán, pero no pudo apartar los ojos de Jimin.
Jimin sacó una camisa sin mangas a juego con la ropa interior que ya traía puesta. Tenía unos pectorales bien formados, coronados por unos seductores pezones rosados. Tras colocarse la playera de manga corta, se sacudió enérgicamente el pelo y se coloco una boina. Min estaba a punto de explotar.
–¿No vas a ducharte ni a cambiarte? –le preguntó pasando muy cerca de él con su estuche de maquillaje. Él le agarró del brazo sintiendo la suave calidez de su piel entre los dedos. Luego clavó la mirada en aquellos ojos verdes y profundos como el mar. –¿Qué me dices de ese masaje que me prometiste? –Más tarde –respondió Jimin, lanzándole una mirada llena de sensualidad–.Primero la cena. Si te portas bien prometo hacerte algo especial cuando volvamos.
Yoongi apretó la mano un poco más, al ver que trataba de apartarse.
–Es así como consigues que los hombres acaben haciendo lo que quieres, ¿verdad?
Haciéndoles que mendiguen tus favores como si fueran perros hambrientos. Jimin sacudió la cabeza otra vez, para que le quedase el pelo un poco más fuera de la boina.
–Tú no tendrás que mendigar, Yoongi, por la sencilla razón de que no va a haber ningún tipo de favor entre nosotros. Esto va a ser sólo un matrimonio de conveniencia, sobre el papel.
-Oh, vamos!, Jimin –dijo Min soltando una carcajada–. ¿Cuánto tiempo crees que va a durar eso? Tú has nacido para el placer.
–Min, no pienso acostarme contigo –dijo Jimin tratando de soltarse de él.
–Entonces, ¿por qué intentas provocarme?
–Podrás mirar pero no tocar –respondió Park muy arrogante–. Ése es el trato.
-Hay algo que aún tienes que aprender de mí, Jimin –dijo él, soltándole el brazo–. Yo elijo a las personas con las que quiero acostarme. Yo no mendigo nunca el favor de nadie. ¿Lo oyes bien? Nunca.
Jimin se dio media vuelta y se sentó junto al tocador. Abrió varios estuches y tubos y se pintó los labios y los ojos y se aplicó una crema hidratante por la cara. –Ya veremos –dijo él, mirándolo a través del espejo de su estuche de maquillaje.
Yoongi apretó los dientes y entró de un par de zancadas en el cuarto de baño. «Sí, lo veremos», pensó para sí, abriendo del todo el grifo del agua fría de la ducha.
Cuando Yoongi salió del cuarto de baño, vio que Jimin seguía bebiendo champán. Estaba profusamente maquillado como era su costumbre. Había hecho buen uso de la sombra y el perfilador de ojos, del lápiz labial rojo y de un fondo de maquillaje para el rostro con unos toques de colorete para resaltar y dar más relieve a los pómulos. Se había puesto otros zapatos, y llevaba unos pendientes espectaculares que despedían destellos de luz cada vez que echaba hacia atrás su espléndida cabeza cubierta por la boina.
Yoongi creyó ver, sin embargo, un cierto rictus amargo en sus labios, por lo que supuso que podría haber una nueva discusión en cualquier momento.
Había estado pensando, mientras se duchaba, en la situación a la que se enfrentaba. Se casaría con Jimin porque no tenía realmente otra elección, pero sería él quien estableciese las condiciones. Estaba equivocado si creía que iba a manejarle como a un pelele, si se había decidido a dar aquel paso no había sido por él sino por el bien de su familia.
-Antes de que salgamos a cenar quiero dejar bien sentadas un par de reglas–dijo Yoongi, sacando del armario una camisa limpia.
Jimin cruzó las piernas, dejó colgando el zapato de la punta del pie y se puso a balancearlo arriba y abajo como un colegial en una clase muy aburrida. –Adelante, Min, cuéntame esas reglas y yo te diré si estoy de acuerdo o no con ellas.
-Tendrás que estarlo si quieres que me case contigo –dijo él sacando una corbata del armario–. Tú necesitas ese dinero mucho más que yo, no se te olvide.
-Venga, dime de una vez cuáles son esas estúpidas reglas tuyas –exclamó Jimin.
-Tendrás que comportarte, en todo momento y lugar, con el decoro y la discreción que corresponde a tu nueva posición como esposo de un Min. Supongo que conoces a mis cuñados, ¿sì?
–Sí, los dos son muy agradables –respondió Jimin–. Estuve hablando con Jin unos minutos cuando el funeral de tu abuelo. A Taehyung, el esposo de Hoseok, lo conocí en Londres. No pude asistir al bautizo de su hijo Jungkook y ellos tuvieron la amabilidad de hacerme una visita para enseñarme al bebé. Es un niño adorable.
-Sí, es encantador –dijo Min–. ¿Y por qué no pudiste asistir al bautizo? –Tenía otro compromiso –respondió Jimin desviando la mirada con un gesto de desdén.
-¿Y qué me dices del bautizo de Minjae, el hijo de Jin y Namjoon? –preguntó él–. Fue sólo un mes después. ¿Tenías otro compromiso también ese día? El lo miró ahora fijamente a los ojos. –Tengo una vida social muy activa. Tengo la agenda ocupada hasta los dos próximos meses.
Yoongi lo miró contrariado y con gesto de desprecio. Podía imaginárselo yendo de fiesta en fiesta y de discoteca en discoteca, en brazos del primer desaprensivo que se encontrase por el camino. –Fue un detalle por tu parte que fueras a ver a mi abuelo antes de morir y que asistieras luego también al funeral.
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