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Min se echó a reír a carcajadas porque sabía que eso lo ponía furioso.
–Sí, lo reconozco. Sé que resulta hipócrita viniendo de mí, pero así es. La doble moral es algo que sigue imperando aun en estos tiempos supuestamente modernos y avanzados. Al final, todo sigue siendo igual que antes, a los hombres les gustan las chicas y los chicos alegres para divertirse, pero no para casarse.
– ¿Quieres decirme que vas a renunciar a la herencia que legalmente te corresponde? –preguntó él con el ceño fruncido.
–Es sólo dinero –replicó él, encogiéndose de hombros.
– ¡Sí, pero es una fortuna! –exclamó Jimin con los ojos como platos.
– ¿Y qué? Yo ya soy rico –dijo Min, disfrutando de la situación–. Si me lo propongo, puedo ganar el doble de esa cantidad en menos de dos años.
–Pero, ¿y qué me dices de tu empresa y de tus hermanos, Namjoon y Hoseok? ¿No se verían perjudicadas sus acciones si las tuyas caen en manos de algún desconocido?
–No me preocupa –dijo Min impasible, sin mover un solo músculo–. No es lo que yo hubiera querido, pero tampoco puedo estar a expensas de las fantasías y los caprichos de un viejo.
– ¡Pero no se trata sólo de ti! –Exclamó él sin poder ocultar su indignación–. Yo también estoy metido en este asunto. Y necesito ese dinero.
Min se arrellanó de nuevo en el asiento y cruzó las piernas con aire displicente.
–Pues sal a la calle y consigue un trabajo. Eso es lo que hacen las personas que no han nacido en el seno de una familia rica. Podría acabar gustándote. Sería un cambio en tu vida, tendrías otras cosas en que preocuparte, además del pelo y las uñas.
Él habría querido fulminarle con la mirada.
–No quiero un trabajo. Quiero ese dinero. Tu abuelo, mi padrino, me lo dio, quería que fuera para mí. Me lo dijo poco antes de morir.
–Lo sé –dijo Min muy serio–. Siempre tuvo cierta debilidad por ti. Dios sabrá por qué, teniendo en cuenta tu reputación. Pero a mí siempre quiso manipularme y que hiciera todo lo que él quería. Y yo no estaba dispuesto a eso.
Jimin apretó los labios y se puso a pasear por el despacho. Yoongi lo contempló desde la silla. Estaba preocupado y con razón. Sin la asignación de su padre, no tendría ni un céntimo. No tenía ningún tipo de ahorros. Vivía a crédito y contaba con la asignación de su padre para pagar las facturas del mes. No había trabajado en su vida. No había terminado siquiera sus estudios en el instituto. Lo habían expulsado de tres prestigiosos centros privados coreanos y no había durado ni una semana en el cuarto. Era un chico ciertamente problemático.
Se dio la vuelta y clavó en Yoongi sus ojos verdes, con un gesto suplicante.
–Por favor, Yoongi –dijo él casi en un susurro–. Por favor, haz esto por mí. Te lo ruego.
Yoongi respiró profundamente y lo miró con atención. Estaba más fascinante y seductor que nunca. Se sintió atrapado en una tentación de la que iba a resultarle difícil salir victorioso. Podía sentir cómo su determinación se iba derritiendo poco a poco como la cera al calor del fuego.
Un año de matrimonio.
Doce meses viviendo como esposos para conseguir una fortuna. Por suerte, la prensa no estaba enterada de los términos del testamento de su abuelo y Min iba a poner todos los medios a su alcance para que nunca llegara a conocerlos. Sería una vergüenza para él que la gente supiera que iba a ir al altar con la soga que su abuelo le había puesto al cuello
Pero Jimin tenía razón. Era una fortuna. Mientras él gozara del prestigio y la reputación que se había ganado en el mundo de los negocios, podría seguir ganando dinero, pero, ¿qué pasaría si entrase en juego un tercer accionista? Sus hermanos se habían portado muy bien con él hasta el momento. No le habían sometido a ninguna presión, ni le habían forzado a hacer nada que él no quisiera, pero sabía que Namjoon, como director financiero de la empresa, estaba muy preocupado con la crisis económica por la que estaba atravesando toda Asia.
Sabía que era la oportunidad para demostrar a su familia y a la prensa que él no era el playboy estúpido que todo el mundo creía. Podría hacer ese sacrificio para asegurar la estabilidad y la solidez de la empresa y, cuando pasase el año, podría verse de nuevo libre de ataduras sentimentales. Libre para viajar por el mundo y asumir los riesgos que otros no eran capaces de tomar. Sintió que sus glándulas empezaban a segregar adrenalina. Era la misma euforia que sentía cada vez que firmaba un contrato de varios millones de dólares.
Sí, cumpliría la voluntad de su abuelo, pero no porque Jimin se lo impusiera.
No había nacido aún nadie que le dijera a él lo que tenía que hacer.
Echó hacia atrás la silla y se levantó.
–Seguiremos hablando de esto –dijo él–. Tengo que ir a Venecia a ver una propiedad que se ha puesto en venta. Parece una oportunidad interesante. Estaré fuera sólo un par de días. Te llamaré cuando vuelva.
Jimin parpadeó asombrado, como si hubiera esperado una respuesta muy diferente. Pero en seguida su bello rostro volvió a mostrar la misma indignación de antes.
–Te estás haciendo de rogar, demorando tu decisión, ¿verdad?
Min le dirigió una sonrisa burlona.
–¿No te ha dicho nadie que, cuando se consigue algo después de haberlo deseado mucho, el placer es mil veces mayor?
–Te haré pagar por esto, Min Yoongi –dijo él casi gruñendo, mientras tomaba el bolso de diseño que había dejado en una silla y se lo colgaba del hombro–. Puedes estar seguro.
Y, con una última mirada de desdén, abandonó el despacho.
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