Capítulo 23
*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Libro publicado en formato físico en Amazon. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo en Patreon.com/chispasrojas
Capítulo 23. As de corazones
Yoongi lanzó el teléfono contra su cama tras una tercera llamada perdida a Jungkook. Sabía que no volverían, probablemente se habían conseguido una condenada habitación o estarían haciendo algo potencialmente estúpido en un lugar poco seguro. ¿Es que nadie iba recordarles que estaban en una situación límite?
Fuera como fuese, pasó la noche con un ojo abierto, tanto por la marcha de Jimin, como la desaparición de los otros dos. Se levantó antes de que saliese el sol y recogió la cocina. Más tarde salió al porche y suspiró, perdiendo sus iris en el amanecer tras una errática noche.
—¿Dónde diablos está todo el mundo? —farfulló con ganas de patear su propia zona zen, la cual no logró ayudarle demasiado.
Luego, salió de la ducha sacudiéndose el pelo con una toalla. Se puso una camiseta negra y volvió a mirar su teléfono. Afortunadamente, había recibido un mensaje de texto de Jungkook.
Jungkook (8.53am): Lo siento, nos quedamos durmiendo... ¿va todo bien?
Yoongi (8.57am): Capullo. Me parece genial que te escapes una noche con tu musa, pero, ¿podrías al menos comprar el pan? Y una docena de huevos. Y beicon. Desayunaré como un rey.
Jungkook en línea (8.58am): Ok.
Yoongi (8.58am): ¿Y ya está? No vas a decirme dónde os habéis metido. Lo pillo.
Jungkook (8.58am): :D
Yoongi (8.58am): :D???? Oh. Vale.
Jungkook (8.59am): Tardamos unos minutos. Hasta luego.
Yoongi bloqueó el teléfono justo después de eso. «Noche de amor y pasión», pensó. Lo veía justo después de tanto tiempo. Él se centró en hacer su cama, recoger el desastre de su dormitorio y ponerse unos jeans decentes que no pareciesen recién sacados de la secadora. No supo cuánto tiempo pasó, pero cuando el timbre de la casa resonó en sus oídos, alzó ambas cejas imaginándose un buen desayuno con huevos fritos y beicon.
Bajó la escalera desgarbadamente, rascándose la nuca. Fue hasta la puerta, olió su propia camiseta preguntándose de dónde salía ese aroma tan varonil y cuando alzó la cabeza, se encontró con el único ser del planeta que no había esperado allí.
Kim Namjoon. Y tras él, dos castaños, uno alto y elegante, y el otro con mechas rubias y aspecto sureño. Yoongi les reconoció, por supuesto que lo hizo; Seokjin estaba tras Namjoon, y Hoseok, a unos pasos más atrás, junto a un Volkswagen negro recién aparcado. Su mirada fue casi de reojo, como si hubiese algo de lo que no estaba orgulloso. Seokjin permanecía sereno, y el señor Kim, ni siquiera presentó una lectura visible en su rostro.
Yoongi empujó la puerta para cerrarla tan pronto como se percató de qué diablos estaba pasando.
—Lo siento, no compro biblias —soltó.
«Les habían traicionado». Jin, Hoseok. Cualquiera de los dos. Puede que ambos. ¿Qué diablos? Jungkook le dijo que habían sido mejores amigos en el pasado. Y ese tipo de vínculos nunca se perdían, ni cuando uno era lo suficientemente adulto como para desprenderse.
La puerta no se cerró, Seokjin metió la punta de su zapato y Namjoon empujó la puerta en la otra dirección, iniciando un forcejeo seguido de unos cuantos imperativos.
—¡Abre!
—Y-Yoongi, espera —jadeó Seokjin.
—Iros a la mierda, ¡hijos de puta!
—Oh, dios —escuchó verbalizar a Namjoon con un tono grave—. ¿Todos son así de testarudos?
—¡Yoongi! ¡Puedo explicártelo!
—¡Llamaré a la policía!
Tras unos tensos segundos, Yoongi supo que estaba en desventaja. Sólo era uno, más delgado y menudo. La puerta se abrió de par en par y él se tambaleó unos pasos hacia atrás. Sus ojos se posaron sobre Seokjin: sabía que era él. Él les había traicionado.
—Jamás debimos haber confiado en ti.
—Yo sí que debería llamar a la policía —intervino Namjoon, recolocándose la chaqueta grisácea—. Técnicamente, asaltasteis una zona privada. Os llevasteis algo que me pertenecía y agredisteis a alguien del personal de seguridad.
—Joon, no estamos aquí para eso —dijo Jin, puso un pie en la entrada y se aproximó al pelinegro alzando las manos en señal de paz.
—Ah, ¿no? —dudó el primero.
Yoongi fruncía el ceño con fuerza, parecía tan molestos con ellos, que blasfemó en voz alta.
—¿Quieres que te recuerde por qué invadimos tu propiedad privada, imbécil? —comenzó—. ¡Tenías a una sirena prisionera! ¡A una sirena! ¡Muriéndose!
—Yo no la estaba matando —repuso Namjoon.
—Oh, no, ¡sólo estabas dejando que se muriera! ¡Jungkook hizo tu sucio trabajo! —Yoongi embistió contra el pecho de Seokjin, cuando se interpuso entre ambos. Y acto seguido, sus iris fueron a parar hasta él mismo—. ¡Y tú...! ¡Dijiste que guardarías el secreto! ¡Sabes que están enamorados!
Namjoon empezó a reírse jocosamente, tras el escudo corporal que ejercía Seokjin. Y justo en entonces, Yoongi perdió los estribos y le pegó un puñetazo en toda la mandíbula. A Seokjin casi se le desencajaron los ojos, finalmente retrocedió unos pasos y Namjoon tuvo que sujetar sus hombros.
—Eh, eh, ¡eh! —bramó.
—A-auch —se quejó Seokjin, pasándose una mano por la mandíbula.
Hoseok fue el último entrar en casa, cerró la puerta con un suave golpe de cadera y suspiró profundamente.
—Vamos a ver, calmaos todos —dijo, ladeando la cabeza—. Yoon, escúchanos. Tenemos que llevarnos a Taehyung, tienes que entenderlo. Verás, creemos que hay un-
Yoongi trató de lanzarse sobre él para zarandearle, sin darle una oportunidad para explicarse. No le importaba cualquier cosa que pudiese decir si empezaba con esa frase. Por lo que, tras unos tensos minutos de discusión y malentendidos, el propio Hoseok agarró su muñeca para sacarle por el porche con la intención de que tomase aire.
Seokjin y Namjoon se detuvieron en la puerta trasera.
—Quédate aquí —sugirió Jin, mirándole de soslayo—. Se lo explicaré todo.
Namjoon resopló, inflando las mejillas. Terminó sentándose en el sofá, cruzó las piernas y arrastró sus iris por el amplio y bonito salón cuya cocina americana se encontraba en el otro extremo.
«No estaba mal», se dijo. «Era familiar. Justo el tipo de interiores que él detestaba».
Durante los siguientes minutos, no escuchó las voces de Seokjin, Hoseok o Yoongi. Debían haber salido del patio trasero para hablar en la playa. Él se aburrió una barbaridad; odiaba que le hiciesen esperar, y aún más, cuando lo que estaban haciendo era algo tan engorroso y enrevesado.
*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Libro publicado en formato físico en Amazon. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo en Patreon.com/chispasrojas
Media hora antes
En los primeros rayos del amanecer, Jungkook pestañeó y abrió los ojos a la intemperie. Despertó lentamente, sintiendo el cuerpo amortiguado. Tenía a Taehyung a su lado, sobre un brazo que se le había dormido durante esos últimos minutos. Tenía la punta de la nariz helada. Pero tanto sus piernas como el torso, habían permanecido cálidos gracias a su abrazo y el recubrimiento. Ambos se encontraban bajo una manta suave y arrugada, la toalla salpicada ligeramente de arena y la chaqueta vaquera del joven cubriéndoles desde la cintura hasta los hombros. La hoguera hacía rato que se había extinguido. Taehyung se estiró a su lado y se incorporó un poco junto a su regazo, mirándole desde lo más alto. Sonrió con la expresión más ingenua y dulce que había visto, su cabello era tan dorado como el sol, desordenado, con mechones ondulados y mullidos sobre su cabeza. Jungkook pensó que él formaba parte de aquel amanecer en la playa, bajo un precioso cielo azul celeste.
—Buenos días —murmuró Tae, y dejó un beso en su mejilla, luego otro sobre sus tiernos labios, los cuales se abrieron lentamente para recibirle con afecto.
—Buenos días —contestó el segundo, con sus dedos enterrándose en la nuca de su compañero y un par de yemas deslizándose hasta su mentón para valorar lo mucho que adoraba aquel par de carnosos labios—. Deberíamos... vestirnos... ¿no crees?
Y acto seguido, la sirena se inclinó sobre su cuello para dejarle unos cuantos besos. A Tae le gustaba recibirlos, pero encontró cierto encanto en devolverle a Jungkook todas las sensaciones físicas que la previa noche le había producido.
—Si alguien pasase por aquí, sería divertido que viese a un par de hombres desnudos —sonrió ligeramente, su aliento acarició la dermis de su cuello antes de que sus húmedos y sedosos labios se deslizasen por allí, hasta el borde de su mandíbula.
Jungkook exhaló una risita débilmente, su pecho retumbó bajo el del rubio. Quería levantarse, pero Taehyung se lo estaba poniendo difícil con aquella cantidad de mimos.
—¿Cuándo comprenderé que problema tenéis los humanos con la desnudez? —agregó la sirena, volviendo a mirarle.
—Venga ya —presionó la lengua contra el interior de su propia mejilla—, ¿te sentirías cómodo si yo fuese por ahí, como Dios me trajo al mundo?
—Oh —abrió la boca y pareció cavilar sobre el impacto que eso tendría en su vida—. Aun así, podrías nadar sin ropa. Debe ser más cómodo.
El pelinegro tapó su boca con la mano, con la intención de detener sus sugerencias obscenas. Taehyung le había salido exhibicionista, y, además, a esa hora le detectó excesivamente cariñoso y aquello era un auténtico peligro.
«A no ser que tuviese un mejor plan, como volver a tener sexo en la playa», pensó.
En definitiva, Taehyung se hizo el remolón hasta que su compañero decidió abandonarle. Jungkook se liberó de la manta, se levantó perezosamente y se pasó una mano por el cabello lleno de arena. Caminó sobre el terreno, agarró sus boxers y jeans hechos una triste bola en el suelo. Luego se los puso, y seguidamente estiró los brazos por encima de la cabeza desperezándose. En ese instante, se fijó en el cálido amanecer que sostenía al sol como una bola de fuego dorada sobre el agua.
El rubio siguió sus pasos, si bien él decidió primero vestirse con la ropa interior y colocarse la blusa. La piel de sus muslos se erizó, agarró la chaqueta vaquera de Jungkook y la dejó sobre sus propios hombros, para después acercarse al muchacho. Abrazó uno de sus costados, frente a aquel sereno y susurrante mar que les observaba como un desierto azul e imperturbable.
Jungkook posó una mano sobre las suyas, cuyos brazos se entrelazaban alrededor de su cintura.
—Hacía años que no dormía en una playa —murmuró.
Taehyung no dijo nada, frotó su nariz sobre su pecho izquierdo y le estrechó mimosamente.
—Tengo hambre —dijo más tarde.
—Puedes comer pizza. Quedaron unas porciones.
Su pareja ni siquiera se lo pensó, le liberó de sus brazos y se acuclilló frente a las cajas de pizza cerradas y manchadas de grasa. Abrió una y robó una de las porciones sobrantes, fría e intacta. Cuando se lo llevó a la boca, se dejó caer de rodillas sobre la arena.
—¡Hmnh! ¡Hmmnh! —mugió descubriendo una de las siete maravillas del planeta.
Él ya estaba haciendo su lista mental, la cual se decidiría algún día por contarle. Número uno, los labios humanos de Jungkook; número dos, el sexo; número tres, la pizza fría por la mañana en una playa desierta.
—Qué rica. ¡Me encanta!
Jungkook liberó un suave carcajeo, se puso la camisa y luego se la abotonó echándole un vistazo. Tenían que recoger todo lo que dejaron por en medio, y estaba seguro de que después podía buscarle a Taehyung algo más recomendable para desayunar que la pizza de la previa noche. Antes de que volviese a abrir la caja para buscar una segunda porción de pizza, le dijo que aguantase su hambre.
—Espera un poco —sugirió, y tiró de la toalla para enrollarla—. Vamos a por café, hay un veinticuatro horas a un kilómetro. Podemos comprar el desayuno.
Taehyung le ayudó a recoger, aunque estaba muerto de hambre.
—¿No puedo comerme el trozo que queda? ¡Tengo hambre! —reiteró como un crío.
El pelinegro le miró como si tuviese siete años.
—¿Qué? —Tae hizo un puchero con los labios—. No es mi culpa que mi yo humano se tenga que mantener con alimentos.
—Será por todos los años que no has podido comer —se burló Jungkook—, eres como el monstruo de las galletas.
—¿El monstruo de qué? —saltó, casi ofendido.
El humano sacudió la cabeza, divertido. Se llevaron las cajas, las toallas y mantas, y una bolsa con restos de comida y otros, que dejaron en el coche. Revisó su teléfono móvil en lo que Taehyung regresaba de hacer sus necesidades en otra parte, encontró que tenía varias llamadas perdidas de Yoongi y entonces sorbió entre dientes. Había olvidado por completo el hecho de que no le había dicho que pasarían la noche fuera.
«Bueno, todo había sido improvisado», pensó el joven.
Tranquilamente, le escribió por Whatsapp, y al cabo de unos minutos, Yoongi respondió e intercambiaron unos cuantos mensajes de texto donde le pidió que comprase pan, beicon y una docena de huevos para el desayuno. Evitó las preguntas estúpidas y personales de Yoongi, quien tenía un instinto canino adivinando que casi parecían haberse fugado para hacer cosas de adultos, y le dijo que no tardarían demasiado.
Cuando Taehyung regresó al auto, Jungkook se puso en marcha. Pasaron por el veinticuatro horas, se deshizo de las cajas de pizza y la bolsa de basura en un contenedor situado junto al local, y antes de entrar a comprar, decidieron separarse puesto que la tienda quedaba a unos cien o doscientos metros de la hilera de casas que subía por esa serena calle.
—Voy para allá —se ofreció Taehyung.
—Llévate esto —Jungkook le ofreció la bolsa con las toallas y el resto de elementos, pasó una mano por encima de su cabello dorado y despeinado, adorándole—. Y si Yoongi te dice algo, ignórale.
—¿Crees que Jimin y él se habrán matado?
—¿Durante nuestra ausencia? —ladeó la cabeza y chasqueó decididamente con la lengua—. Sí. Es lo más probable.
Taehyung se rio un poco, se despidió con un movimiento de mano, echándose sobre el hombro la pesada bolsa de playa.
—Nos vemos en diez minutos —dijo Jungkook animadamente.
—Vale, ¡chao!
El rubio caminó en dirección a casa despreocupadamente, tenía una copia de las llaves de Jungkook en el bolsillo, restos de arena pegada a su piel y un cálido pálpito en su pecho que reflejaba lo feliz que se sentía esa mañana. Todo era maravilloso, tanto que, se mareó por el camino. Al principio pensó que era porque tenía hambre, pero luego descubrió que tenía sed. Mucha sed. Su garganta se encontraba seca, tenía la cabeza embotada y estaba seguro de que comenzaba a palpitarle como si fuera una extensión de su pecho.
Cuando llegó a la casa, metió la llave y abrió la puerta débilmente. Dejó caer la bolsa en el suelo apoyó ambas manos en la mesa de la entrada, buscando tomar aire y tranquilizarse. No sabía de dónde salía esa repentina sensación, pero alzó su mirada y se fijó en su propio reflejo, en el espejo de la entrada. Piel canela, cabello rubio, las mejillas sonrosadas, con los labios abiertos, secos.
Tragó saliva, pensando que necesitaba agua. Necesitaba mucha agua. Pasó de largo de la entrada sin ni siquiera cerrar la puerta y fue directamente a la cocina. Estaba tan sediento, que ni siquiera se percató del intenso y conocido perfume masculino que de haber sido así, hubiera detectado en el pasillo. Taehyung atravesó la cocina, agarró un vaso de cristal y luego lo llenó de agua en el grifo. Cuando se llevó el vidrio a los labios y probó el agua, no se sintió mucho mejor.
«Necesitaba agua en su piel, necesitaba respirar agua», pensó de repente.
Pero entonces escuchó su carraspeo, unos pasos de unos brillantes zapatos negros con un ligero tacón. Giró la cabeza y le encontró allí mismo. Kim Namjoon no era una ilusión creada por Jimin; lo supo porque las visiones de Jimin no tenían olor. Él nunca sentía sensaciones físicas en aquel espacio onírico.
Y la mirada de Namjoon le provocó una taquicardia, el vaso se le escurrió entre los dedos y golpeó el suelo fracturándose en una decena de pedazos. Los trozos afilados permanecieron entre ellos, Namjoon a unos pasos, guardando las manos en el pantalón de su traje sin corbata. Cabello bien peinado hacia atrás, porte elegante y adulto. Y él mismo, completamente paralizado, sin palabras, sin aliento. Sus pupilas clavándose sobre las del humano y cerrando un ciclo que él mismo había comenzado. La primera vez que se vieron, Taehyung ni siquiera podía apreciar a un humano. Ahora tenía sentimientos por ellos, deseaba ser uno y su corazón se había abierto.
Pero no por él. No con él.
No obstante, ya no le tenía miedo.
Ya no temblaría bajo el timbre de su voz humana.
Estaba preparado para enfrentarse.
—Taehyung —pronunció el hombre, como si fuese un dardo silencioso.
—Namjoon —le devolvió, descubriendo que su nombre no era difícil de pronunciar.
Y no necesitaba ser adivino para advertir que, ni Yoongi ni Jimin estaban allí. Tampoco quería saber por qué, o cómo lo había hecho. Pero si les había hecho daño, pensaba devolvérselo con la misma intensidad con la que su corazón ahora palpitaba.
—Tú y yo tenemos un asunto pendiente —procedió a decir el humano.
—Diría que más de uno...
Namjoon ladeó la cabeza, entornó los párpados y le echó un vistazo a Taehyung. su aspecto era juvenil, el de un chico isleño como cualquier otro; pantalón corto, cabello claro y tez bronceada. Cualquiera le pasaría por alto de no ser tan exageradamente guapo, con facciones poco usuales para un corriente coreano.
—Sigues teniendo piernas —valoró.
—Bingo.
—¿Aún puedes convertirte en sirena? —formuló seguidamente.
El rubio parpadeó. ¿Qué sabía él de eso? ¿Estaba preguntándole sobre su transición?
—Sí.
—Hmnh. Así que es verdad, te enamoraste de él —dijo con un tono grave.
Lo que más le extrañó a Taehyung, fue que no parecía satírico. No estaba cuestionándole, no parecía irritado. Más bien, curioso y pensativo.
—Sí. Me enamoré de él —pronunció Tae casi en un desafío.
¿Tenía algún problema con su biólogo favorito? Él seguía teniendo colmillos y pensó en que sus dientes de sirena podían proporcionarle un buen mordisco.
—Trágico.
Namjoon bajó la cabeza, con unas pupilas insondables, indescifrables. Taehyung percibió cierto recelo en él, el cual se escondía bajo una sutil capa de frialdad.
—¿Qué es lo que quieres de mí? —formuló la sirena—. No puedo ayudarte a desactivar un corazón. Morirías. No puedes ser inmortal.
El humano sonrió ligeramente, sus iris conectaron con los suyos unas décimas de segundo, liberando una chispa de diversión. Retrocedió unos pasos y caminó tranquilamente por la cocina, hasta apoyar su cadera en el respaldo del sofá, desde el cual le observó.
—Muy agudo. Seokjin me acusó de lo mismo. Pero os equivocáis, ni por todo el oro del mundo seguiría vivo más años de los que debo vivir —comentó—. Este planeta es insufrible.
Taehyung parpadeó. No esperaba ese tipo de comentario de alguien que lo tenía todo. O casi todo. No creía que Namjoon fuese ese tipo de pusilánime.
—¿Seokjin te trajo hasta aquí?
—Sí.
El rubio apretó los labios. «Traidor», pensó.
—¿Vas a decirme lo que quieres de mí, o no?
—Taehyung —se cruzó de brazos y le habló con seriedad—, si algo he aprendido tras estos años, es que las sirenas tenéis la cabeza bien dura. Casi tanto como el corazón.
—Qué irónico que tú seas igual.
Namjoon soltó una suave carcajada. «Wow. Sabía responder bien. Debía haber aprendido de Jungkook», pensó el humano.
—¿Qué le has hecho a Jimin?
—¿Jimin?
—¿Dónde está Yoongi? —insistió Taehyung.
Y luego elevó su tono, comenzando a cansarse de todo eso.
—¿Qué es lo que quieres de mí? ¿Qué es lo que has buscado todo este tiempo? ¡Dilo!
Error. Gritarle sólo hizo que Namjoon frunciera el ceño y cerrase su caparazón. No iba a decírselo a él. Él sólo era una sirena, uno de sus medios para conseguir lo que fuese que había estado buscando. Pero, si no era la inmortalidad, ¿qué diablos era? ¿Fama? ¿Popularidad entre los humanos por exponer a la especie de las sirenas frente a los de su raza? ¿Puro coleccionismo, como si fueran piezas de exposición? ¿Más dinero?
«No. Namjoon no quería eso», razonó entonces Taehyung. «Namjoon nunca había querido eso. Quería algo más. Estaba desesperado. Lo vio en sus ojos aquel día que le interrogó en el acuario, y ahora volvía a verlo bajo la capa de frialdad y crueldad que vendaba un corazón tan de piedra como el suyo. ¿Amor? ¿Era amor? ¿Era esa desesperación de la que Jungkook un día le habló?».
Fue como un flash, como un bofetón de sol brillante y cegador. No era el tipo de amor cálido y dorado que él sentía. Eran como esos cristales del suelo, el dolor por perder lo que uno ansiaba, la poderosa emoción que contrastaba frente a algo sanador, y que, en contraste, se clavaba en tu pecho, robándote el sueño: el corazón roto. Tan hecho añicos como un trozo de vidrio lanzado al suelo.
Namjoon había estado enamorado. ¿De quién? Taehyung dio unos pasos hacia él, impulsado por la curiosidad. Sólo debía tirar de la cortina para verlo bien; y él mismo iba a contárselo. Él mismo le dejaría ver lo que tenía dentro.
Se acercó tanto, que vislumbró su propio reflejo en los iris del humano. Sólo entonces apreció el enrojecimiento de sus globos oculares, vidriosos, ligeramente faltos de sueño. El sufrimiento limaba la aspereza de su alma. Y puede que Namjoon fuese atractivo para los de su especie, pero de cerca, su buen aspecto denotaba una distintiva desesperación. No era tan sereno como se mostraba. No estaba tan equilibrado como había pensado.
—Dime, Taehyung —pronunció Namjoon con una suave voz—. ¿Crees que algún día recuperaré lo único que me ha importado?
Taehyung sintió su fragilidad, y en un acto premeditado, tomó su rostro y fundió sus labios con los del humano. Namjoon no pudo distanciarse, pues el beso de sirena le impidió evitarlo, y el hechizo de sus suaves labios, le obligaron a abrir las compuertas de su mente a un nuevo huésped infiltrado.
La presión de la boca de la sirena buscó la respuesta a sus preguntas, deslizándose lentamente en el interior de su mente. Lo que vino durante ese beso, sólo fue como un telón roto, corriéndose hacia un lado para mostrarle sus más vívidos recuerdos. El susurro de una voz femenina, el tacto de unas yemas. No necesitó buscarla demasiado. Las capas de su mente pasaron como páginas bien escritas en su alza, sujetó su rostro y profundizó en sus labios para leerle mejor:
»Namjoon fue un joven alegre en la universidad. Tenía el cabello de un gris claro, tintado. Su sonrisa era amplia y brillante. Su familia acomodada le facilitó las cosas, pero sin duda, la universidad fue una etapa resplandeciente en su vida. Amistades, estudios, una novia humana. Era carismático, no llegó allí con trampas. Le apasionaba el mar e invirtió su pasión en sus estudios. Seokjin siempre estuvo a su lado; incluso cuando perdió a su madre a los diecinueve. Su joven amigo estaba obsesionado con la mitología, era un ratón de biblioteca, con los libros pegados a las manos, sin demasiados amigos, y sin acudir a ninguna de las fiestas universitarias. No tenía remedio. Hoseok era mucho más despampanante, con él se emborrachaba y cometía locuras, como lanzarse desde una ladera al agua sin ropa.
»En una ocasión, Jin le agarró del brazo y le arrastró lejos de allí, recordándole lo peligroso que era si se golpeaba contra las rocas. ¿Es que no podía pensar en su familia? ¿En que su padre sólo le tenía a él? ¿En que ya tenía veinte años?
»Luego de la universidad, Hoseok se dedicó a las expediciones y tuvo su propio grupo y equipo profesional gracias a la financiación de Namjoon. Le encantaban las islas y Geoje le pareció un buen lugar para comenzar con la construcción del Gran Acuario. Mientras tanto, Seokjin se sacó tres doctorados. No le vieron el pelo en dos años, hasta que un día le asaltaron en una conferencia sobre estudios de la corteza terrestre y las profundas grietas sumergidas en los mares del este. Los tres tomaron demasiadas cervezas esa noche y Seokjin les mostró el mayor tesoro que había guardado en uno de sus viajes por Europa: un maravilloso tomo escrito hace miles de años.
»Aún estaba estudiando el significado de las runas y el viejo idioma para identificar su contenido. Pero hablaba de seres sobrenaturales; especies marinas nunca encontradas, rituales que parecían mágicos, armas sacadas de la mitología. Bestias inmundas. Tesoros inestimables. Sirenas.
»—¿Sirenas? Las sirenas no existen —la voz de Namjoon sonó como un eco en su cabeza.
»Hoseok estaba de acuerdo con su afirmación. Aunque Jin tenía una ubicación concreta: unas coordenadas situadas en el Mar del Este, el místico Mar de Japón.
»—Si lo hacemos, necesitaríamos un equipo muy profesional para sumergirnos —Hoseok puso las manos sobre la mesa, sobre un mapa arrugado de la península y sus mares colindantes—. Ni siquiera estoy seguro de que lleguemos, necesitamos un submarino preparado para altas profundidades, microcámaras con visión térmica, y un presupuesto. Un gran presupuesto.
»Taehyung quería saber más sobre sus planes, pero la mente de Namjoon le arrojó a una orilla muy distinta. Mucho más tarde, meses después, en una taciturna noche junto al puerto de Busan; Namjoon llevaba más de una cerveza encima, por su estado anímico y el dinero desembolsado, Taehyung supo que aquello se lo tomaron mucho más en serio de lo que debería.
»El océano era como el espacio, y ellos, unos astronautas de las profundidades. El océano era un terreno salvaje e inexplorado en el que habían invertido los dos últimos años de su vida, sin parar, hurgando en sus grietas y misterios, investigando pergaminos, cuevas, cortezas submarinas y criaturas inimaginables. Cualquiera pensaría que estaban locos; sus trabajadores sabían lo mínimo, pero Hoseok y Seokjin tenía fotografías. Las protagonistas de estos archivos podrían ofrecerles millones de wons a cambio de información. Pero las imágenes parecían tan ficticias, que nadie les creería. Eran criaturas largas, gráciles e híbridas, captadas a muchísimos kilómetros de la superficie terrestre. Mitad pez, mitad humanas. Con formas masculinas y femeninas, de una belleza peligrosa y difícil de desprenderse. Metieron sus narices donde no debieron, y habían sufrido el ataque de un puñado de ellas sobre su último vehículo submarino. Estaban enfadadas, hambrientas, como leones detrás de unas gacelas con piernas.
»Seokjin no cerraba la boca por sus estudios, quería confraternizar con ellas. Hoseok y su equipo de submarinismo estaba hasta las cejas de trabajo, tenían miedo por volver a esas profundidades donde vieron mucho más que sirenas, y criaturas de una belleza no tan frágil. Namjoon no estaba muy seguro de en qué terrenos pantanosos se estaban metiendo, pero esa noche, mientras caminaba por el puerto, escuchó una preciosa canción.
»No pudo resistirse. Fue hasta ella y la encontró con sus ojos. Ella quería matarle. Por supuesto que quería. El humano curioso, de sed insaciable y planes remotamente misteriosos. Las sirenas odiaban a los humanos y su equipo de investigación había sido considerado como una amenaza por las de su estirpe.
»Pero cuando se vieron, cuando se miraron a los ojos; Namjoon se enamoró. Y ella se vio arrastrada a un destino incierto cuyo corazón helado deseo romper el iceberg que lo envolvía.
»Una sirena. Una hermana. Taehyung reconoció su cola verde y brillantes escamas esmaltadas. Su tonalidad era como el bosque profundo y oscuro que observaba con sus ojos desde la superficie. Como la esmeralda más intensa y pura. Y el cabello tan negro como la noche, de ojos atrapantes, que robaron el corazón de Namjoon tan pronto como su canción cesó esa noche.
»Y durante meses, fue a verla a ese mismo lugar. Era un secreto. La pequeña y sinuosa criatura, la sirena que se acercó una vez para atraerle con su canto y hundirle en las profundidades, sólo mostró curiosidad, delicadeza, interés. Inteligencia. Logró hablar con ella, se vieron en lugares distintos, se conocieron. Se convirtió en la pequeña perla a la que Namjoon adoró, y él contaba los minutos y las horas para volver a verla.
»Le entregó su corazón a consciencia y cuando tuvo piernas, se la llevó a su hogar para consumar la extraordinaria pasión que sintió por el amor de su vida. Creyó que sería humana. Y durante semanas, ella también lo creía. Pero por algún motivo, su ilusión se desvaneció como esa fina espuma que arrastraban las olas.
»Su corazón eligió la mar. Su cola retornó. Sus entrañas se enfriaron y el amor por el humano se extinguió como esas brasas que quedaban al final de una pequeña hoguera. Y lo próximo que vino, cuando la perdió para siempre, fueron las noches en vela.
»Días de tormento, noches sin luna llena. No sintió nada parecido. Sin presente, sin futuro. Con un pasado que necesitaba arrancarse para seguir viviendo. Pero no podía hacerlo. No sin ella. No sin su sirena. Mandó equipos de búsqueda, dio caza a las sirenas. Conocía la ubicación de uno de los nidos, y envió dos equipos con redes y otros tantos métodos, preparados para atraparlas. La quería. La necesitaba de vuelta. Quería gritarle, preguntarle por qué le había abandonado, ¿fue una mentira? ¿Tan pronto se había olvidado? ¿Por qué le abandonó de esa forma?
Taehyung extrajo suficiente información de sus labios como para querer llorar, podía sentir su corazón fracturado, su alma torturada en el profundo pozo de su mente. Y entonces, llego lo que más ansiaba saber.
»Nerissa llegó al acuario la misma noche en la que Namjoon planeó acabar consigo mismo. Las instalaciones personales de su apartamento quedaban sobre el fondo marino, dentro del lujoso complejo. Y sólo unos días antes de capturar a Taehyung, ella sedujo al humano con una proposición bien sencilla:
»—Tráeme a una sirena —dijo—. Y yo traeré a la tuya.
»—Su corazón eligió el mar —expresó Namjoon—. No puedes hacer que desee estar conmigo, criatura.
»—Entonces, consígueme a más sirenas y yo enfriaré tu corazón —ofreció—. Dejarás de sentir, para siempre. Ni siquiera volverás a amarla; es más, no amarás a nadie. A nada. Vivirás en paz, sin ese dolor que te perfora cada día.
»Namjoon aceptó el trato, pero Nerissa entró en su mente a cambio. Se introdujo en su cabeza, afianzó la desesperación y crueldad de sus actos. Le ofreció un débil hechizo para enfriarle, lo justo para no percibir sus emociones y desligarse temporalmente de su auténtico raciocinio. Ella quería sirenas; y él, un corazón helado. ¿Qué podía salir mal?
»Trató de utilizar a Taehyung para que llamase a sus hermanas. Sabía que no funcionaría, las sirenas tenían la cabeza dura. También pensó en que él podría llamar a su viejo amor, pero dudaba en que apareciera. Y cuando Taehyung desapareció de ese acuario, Nerissa le volvió loco. Le arrancó la capacidad para soñar y le torturó con visiones del océano. Una boca tragándole, el agua arañando sus tobillos, sirenas estrangulándole. Estaba volviéndole loco. Y para colmo, había alejado de su vida a las dos únicas personas que una vez fueron sus amigos, Hoseok (a quien detestaba por haberse revelado meses atrás contra él y sus métodos), y a Seokjin, quien no tenía ni la más remota idea de qué diablos estaba ocurriendo.
Taehyung soltó sus labios, detuvo el beso y respiró sobre estos con los ojos llenos de lágrimas y los dedos temblorosos. Namjoon lo había visto todo, como un mero espectador de su propia vida mientras otro indagaba en su corazón y memoria. Cuando se miraron, los dos tenían los ojos vidriosos. Vio a Taehyung compadecerse y en un acto cercano, una de sus yemas barrió la brillante lágrima de sirena, que se deslizó por la comisura de sus ojos.
—¿Crees que podré dejar de sentirlo? —murmuró con suavidad.
El rubio abrió la boca, tomó aliento y sintió una profunda lástima por él. Quería decirle que aún estaba a tiempo de enmendar sus actos, pero un fuerte ruido le distrajo. Los dos giraron la cabeza y encontraron a Jungkook.
El joven aparcó el coche frente al garaje instantes antes, se sorprendió porque la puerta de la casa estuviese abierta, atravesó la entrada y en el marco de la puerta del salón, les encontró besándose. La bolsa de la compra que hizo cayó al suelo, él retrocedió unos pasos con los ojos muy abiertos. Su corazón zumbó en su garganta con fuerza, casi atragantándole. No podía creerse lo que había visto, lo que había oído.
¿Taehyung y Namjoon? No podía ser cierto.
—Jungkook —respiró Taehyung, levantó las manos en su dirección, advirtiendo la repentina punzada de dolor que atravesó su rostro—. No es lo que crees. Espera.
Los iris castaños del pelinegro fueron hasta Namjoon, cuyo rostro parecía desecho, oscuro, receloso, con labios rosas por el apasionado beso que segundos antes vislumbró compartir con Taehyung. Jungkook le dio la espalda y salió de allí precipitadamente. No quería escucharle. No podía. No después de contemplar cómo la persona que amaba besaba al ser humano que más había despreciado en su vida.
*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Libro publicado en formato físico en Amazon. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo en Patreon.com/chispasrojas
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