Capítulo 22
*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Libro publicado en formato físico en Amazon. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo en Patreon.com/chispasrojas
Capítulo 22. Mar de estrellas
Jimin llevaba tiempo sin temblar como lo hizo esa noche, la sensación de revivir sus recuerdos, de sentirse manipulado, controlado por alguien más, le hizo tener miedo. Recordaba lo que vio esa noche antes de perder el control de su propia voluntad: unos tentáculos trepando por el borde de la barandilla.
—Abrí la ventana de la cabina y me asomé para comprobar qué diablos era —dijo en la casa de los jóvenes—. Algo llegó hasta a mí. Se introdujo en mi mente.
—¿Qué era? —preguntó Taehyung quien frotaba su brazo con una mano.
—No lo sé.
—Algo controlaba tu mente —exhaló Jungkook en reflexión—. Para nosotros fue tan real, que, casi diría que...
—Intentaba matarte —interrumpió Tae en voz baja—. Te arrastró hasta el agua, te convenció para saltar y ahogarte, como si algo más lo hiciera.
Los cuatro permanecieron en silencio durante unos instantes.
—Si tiene ese poder, es peligroso —continuó Taehyung—. Podría controlarnos a cualquiera de nosotros.
—Yo soy el más peligroso —declaró Jimin por su propia cuenta—. Podría hacer que vierais cualquier cosa. Podría convenceros de lo que sea, incluso de suicidaros, como Jungkook.
—Quizá deberías separarte de tu cristal.
Su hermano no se lo pensó ni dos segundos, agarró el colgante y se lo sacó por encima de la cabeza. Se lo ofreció a Yoongi —él era el menos peligroso de los cuatro, puesto que el pelinegro ya llevaba el anillo de Taehyung—, y el humano lo tomó en la palma de su mano.
—¿Yo? —pestañeó—. ¿Quién dice que no puedo usarlo?
—No puedes. No he volcado mi poder en él.
—El cristal sólo potencia o encierra el poder de una sirena —le explicó Taehyung—, Jimin seguirá teniéndolo, sólo que, sin un amplificador tan efectivo.
—Ah.
—Guárdalo bien, humano. Es mi mayor reliquia.
Yoongi chasqueó con la lengua y se humedeció los labios.
—Confía en mí, ricura. Acabas de confiar tu tesoro en el Guardián del Faro —soltó teatralmente.
Jungkook bajó la cabeza, estaba mordisqueándose el interior del labio cuando recordó algo.
—Seokjin estaba convencido de que alguien controlaba a Kim Namjoon.
Su comentario hizo que todos los ojos se posasen sobre él.
—¿Crees que Kim Namjoon tiene algo que ver con esto? —formuló Taehyung.
—No lo sé. Jin buscaba el control mental en el volumen de Jimin...
—No podemos confiar en ellos, tampoco en Seokjin, ni en ninguno de los humanos en los que habéis confiado hasta día de hoy —Jimin sonó irascible—. Ellos no conocen la lealtad.
—Oh, gracias —masculló Yoongi con la boca pequeña—. Ahora me apetece vender tu colgante en una casa de empeños.
Jungkook se levantó del sillón, decidido a apartar el suceso de momento. Estaban cansados, mojados, y nada más bajar del coche y entrar en casa lo habían dejado todo por medio.
—Hagamos algo: nada de volver al agua hasta que sepamos qué es lo que está pasando —ideó el azabache—. Me pondré en contacto con Seokjin para-
—No. No hables con él —le detuvo Jimin—. Aún no.
Él se puso de pie frente a Jungkook, su altura les diferenciaba por unos diez centímetros.
—Déjamelo a mí —agregó la sirena—. Iré a por esa cosa.
—Jimin, no —Tae agarró su codo.
—Escucha —el ojiazul le miró de medio lado—, sabemos que tiene tentáculos. Sé lo que vi. Puede penetrar en la mente de alguien; pero en forma de sirena, somos mucho más fuertes. No puede hacerlo, por eso nos atacó en la noche, cuando éramos humanos.
—Vale, comprueba ese tomo. Pero permanezcamos en tierra hasta que tengamos una idea de a qué nos enfrentamos.
Taehyung pareció convencerle con su argumento, luego de eso, se separaron para recogerlo todo, pisar la ducha, cambiarse de ropa, etc. Cuando Taehyung salió del baño, agarró la muñeca de Jimin y se lo llevó hasta la habitación del piso de abajo. Le persuadió para recolocar alguno de los muebles (Jungkook les echó una mano con la limpieza), y más tarde, estuvieron mirando latas de pintura en una página web, hasta elegir un tono verde azulado.
Tras el almuerzo, Yoongi sacó el Uno. Se echaron unas buenas partidas de cartas, donde Jimin parecía mucho más relajado. Y en cuanto a Jungkook, él se quedó durmiendo en la hamaca del porche, tras sacudirse los recuerdos de la desagradable visión del Kraken llevándole consigo.
Despertó casi dos horas después, cuando Tae se sentó en la hamaca del porche con él. Apartó unos mechones oscuros de su cabello y sonrió con dulzura, mientras el joven humano pestañeaba.
—Te dormiste.
—Ah, sí —Jungkook estiró los brazos por encima de su propia cabeza.
Posó los iris castaños en Taehyung, desde abajo y contempló el perfil del rubio perezosamente.
—¿Estás bien?
—Sí, sólo... me preguntaba, cuánto tiempo tenemos...
—¿Tiempo?
—Sigo en transición.
Jungkook posó los ojos en el cielo, era por la tarde, los arbustos y árboles del porche cubrían su visión de la playa, pero por la luz, sabía que el atardecer se encontraba cerca.
—¿Eso te preocupa? —preguntó el humano en voz baja.
Taehyung no dijo nada, los dedos de Jungkook se cerraron alrededor de una de sus muñecas. Sabía que no era sólo eso. Más cosas sucedían alrededor de ellos, mientras un lento reloj de arena se llevaba su tiempo.
—Bien. Aprovechemos este día.
Dejaron a Jimin y Yoongi en la casa en la última hora de la tarde. Jungkook llevaba el teléfono encima, así como su anillo, y no pensaban regresar muy tarde. Cuando se despidieron de ellos, Yoongi atravesó la casa y fue hasta el porche para encargarse de sus plantas. De soslayo, vio a Jimin sentado sobre la arena, sujetando el anciano tomo del mar.
Se lo pensó unos minutos, hizo lo que tenía previsto y luego fue hasta él para incordiarle un poco.
—¿Encontraste algo útil?
—Sí.
Su respuesta le dejó desconcertado, terminó sentándose a su lado, echándole un vistazo por encima al libro. Jimin le mostró la página y señaló con un dedo. El dibujo era como si fuese de carboncillo, estaba casi borrado sobre aquel extraño papel imposible de mojar. Sus iris se posaron sobre una perturbadora figura, largos tentáculos oscuros y púrpuras, y torso superior como el de una mujer, de piel de un azul cetrino.
—Cecaelias. Demonios del mar.
—¿Demonios?
—Son mudos, pero peligrosos.
—¿Cómo sabes si es eso? —dudó Yoongi.
—Encierran la voz de una sirena en unas caracolas cilíndricas y místicas —explicó lentamente—. Mientras la gastan, poseen la capacidad de manipular mentalmente.
—¿Y tienen forma humana? Es decir, ¿podrían tener piernas?
Jimin sacudió la cabeza.
—Nada de eso está aquí. Quizá... puedan crear una ilusión para parecer humanas... pero no lo son —contestó el rubio—. No he visto una en siglos. Es más, ni siquiera deberían existir. Son caníbales y se extinguieron hace mil años.
Yoongi apoyó ambas manos en la arena, recostándose ligeramente. Clavó su vista en la puesta de sol y en el suave oleaje.
—Si una tía con forma de calamar quiere matarnos, dimito.
Jimin soltó una ligera risita.
—Técnicamente, no es calamar, sino pulpo.
—Como sea.
Jimin cerró el libro y suspiró. Yoongi le miró de reojo, los segundos en silencio pasaron y se sintió ligeramente incómodo.
—¿Por qué no sientes nada? —preguntó sin filtros.
No recibió su respuesta, por supuesto.
—¿Él te dejó? —añadió Yoongi, y esta vez, giró la cabeza observando su llano perfil, de mandíbula triangular.
—Algo así.
Yoongi tenía una idea, había escuchado a Tae y Jungkook hablar de eso: pero no estaba seguro de si su pérdida residía en la ruptura o la muerte de su pareja. Ambas eran motivos muy dispares.
—Si crees que la solución es volver al mar definitivamente, te equivocas. Crees que no sientes, pero estás resentido, tienes miedo.
—¿Miedo? —frunció el ceño y se encontró con sus pupilas negras—. Yo no tengo miedo.
—Claro que lo tienes; de perder a Taehyung si se convierte en mortal, porque es el único que puede entenderte. De que alguien revele tu dolor, de que puedan leer tu mente y convertirte en algo, como tú dices, vulnerable. Pero déjame decir, Jimin, tu irascibilidad refleja un claro pavor a que tu entorno se salga de tu control.
Jimin se levantó de la arena, el chico le siguió y agarró su codo antes de que fuera a ningún lado.
—Eh, ni se te ocurra largarte ahora que-
—¿Cómo sabes todo eso? —respiró la sirena, con desconfianza.
Yoongi suspiró.
—Tengo una maldición: la de observar todo el tiempo —le dijo—. Pero, ¿sabes qué? Serías más fuerte si permitieses que tu corazón volviera a latir.
—Muy bien —asintió Jimin inesperadamente, y acto seguido, el libro impactó contra el pecho de Yoongi—. Pero no va a ser contigo, listillo.
Yoongi puso cara de póker. Agarró el libro y le miró mal.
—¿Cuándo he dicho yo que deba ser conmigo? ¡A mí no me gustas!
—No quiero que te hagas ilusiones, prefiero regresar al mar que acabar en los brazos de alguien. Es más, considero hacerlo.
El pelinegro se frotó la frente y luego se abanicó con el pequeño tomo.
—Haz una cosa, olvida lo que dije. Es más, hagamos como si nunca hubiéramos hablado.
—¿Y besado?
—¿Huh?
—Me besaste en el barco.
—¡Eso fue porque estabas estrangulándome con una visión horrible! —gruñó el humano.
—Tienes razón —Jimin se encogió de hombros, tocó su cabeza y sonrió un poco—. Bueno, no me caes mal del todo. Tae tiene suerte de haberse topado con un par de humanos inteligentes.
A Yoongi casi se le desencajó la mandíbula. Más tarde, acompañó a Jimin hasta la orilla con una nueva intención.
—Guarda bien el libro. Voy a darle una vuelta a la isla.
—¿Cómo?
—Nadaré alrededor, volveré en unas horas. Tal vez vea algo.
—No, no —agarró al joven por el brazo cuando se bajó los pantalones hasta los tobillos— Espera.
El pelinegro apartó su mirada, con un ligero rubor.
—¿Qué?
—Levántate esos pantalones, ¡idiota! Dijimos que nada de agua, que esperaríamos un poco hasta tener más datos sobre-
—Tienes mi cristal. Cuídalo bien, sólo voy a hacer una ronda por aquí cerca. Volveré en varias horas, ¿de acuerdo?
—¿Seguro que quieres ir nadando? —insistió el humano.
—Oh, no. Voy en moto de agua, ahora la saco de las profundidades, no te preocupes.
Yoongi dio un vistazo alrededor de sí mismo, reuniendo la paciencia suficiente para no zarandearle. Sólo confió en Jimin, porque en ese momento no estaba actuando irasciblemente y parecía ir en serio.
El rubio se deshizo de su ropa junto a la orilla y caminó hacia el agua. Yoongi le vio cuando esta le llegaba por la cintura, lo último que vio de él fueron sus piernas blancas, sumergiéndose. Y más tarde, a muchos metros, una aleta rosada volviendo a zambullirse en el agua.
*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Libro publicado en formato físico en Amazon. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo en Patreon.com/chispasrojas
El pelinegro se puso una camiseta a cuadros, un pantalón vaquero azul claro y estrecho, y sus viejas Mustang. Taehyung vistió una camisa blanca y un cómodo pantalón pirata.
Jungkook tomó el coche de su compañero, repostó gasolina en una parada y pasó por una estupenda pizzería situada a las afueras de la ciudad. Para llevar, eligieron dos pizzas cuatro quesos y margarita, unos refrescos y una cesta de fresas. Dejaron todo en el asiento trasero, junto a varias toallas enormes y dobladas.
—Creo que sé el mejor lugar para un picnic.
Taehyung no sabía qué era un picnic, pero en sus labios sonó como el paraíso. Su conducción fue hasta la extensa y solitaria playa que bordeaba el volcán inactivo de la isla. La puesta de sol era cálida y dorada, el paisaje se veía salpicado del llano mar frente a zonas escarpadas y cubiertas de verdosa vegetación cuyas colinas subían hacia la montaña.
Lo primero que Taehyung hizo al bajar del coche, fue correr hacia la arena y quitarse los zapatos.
—Wow, ¡mira eso de allí!
Jungkook bufó una risita, giró la cabeza y vislumbró la montaña de la isla. Era preciosa, vestida de verde, con silenciosas carreteras por las que no pasaba nadie. Consiguió que Taehyung le echase una mano con eso de sacar las cosas del coche; las toallas, la comida y antes de bloquear el auto, él se llevó el saco de leña y carbón que cargaba en el maletero. Montar una pequeña hoguera era fácil, lo hizo mientras Taehyung extendía el par de toallas sobre el suelo y colocaba las cajas de comida.
Cuando prendió el carbón, sopló sobre él y levantó la mirada hacia el pacífico mar, quien se llevaba los últimos rastros de sol. Taehyung se acuclilló a su lado y le ofreció una fresa.
—Ten.
Jungkook la atrapó con los dientes y el joven la soltó.
—Me muero de hambre, ¿podemos comer ya? —preguntó como un crío mientras él masticaba.
Luego de quitarse los zapatos, se sentó con él y compartieron las porciones de pizza, de una masa gruesa y crujiente bajo un queso fundido que se deshacía en su lengua.
—¿Por qué los humanos construyen hacia arriba? —formuló Taehyung durante su cena.
Él apoyó los codos sobre la toalla extendida y a Jungkook le pareció adorable.
—Supongo que, nos gusta estar cerca del cielo.
—¿Supones?
El azabache se encogió de hombros.
—No lo sé. Yo prefiero el mar al cielo —dijo en un timbre bajo.
Tae ladeó la cabeza y contra todo pronóstico, dijo:
—Yo ya no. He pasado demasiados años bajo el agua, Jungkook —expresó—. Ahora quiero sacar la cabeza de las profundidades y ver ese manto de estrellas. Como la otra noche, en el yate.
Jungkook comprendió el romanticismo de sus palabras; en realidad, Taehyung era mucho mayor que él. Una criatura con cientos de años.
—¿Quieres ver las estrellas? —propuso—. Podemos quedarnos aquí, tengo alguna manta en el coche por si refresca.
El rubio asintió con la cabeza, luego de robarle la última porción de pizza se comieron las fresas y pasearon por la playa sin alejarse demasiado de las toallas y la pequeña hoguera. No hacía frío a esa hora, pero las noches en la costa de Geoje siempre refrescaban.
—Mis padres viven en Busan, cuando les dije que me iría con Yoongi a Geoje pensaron que estaba saliendo del armario.
—¿En serio? —Tae soltó una risita, le observó de medio lado—. Entonces, ¿querer a alguien de tu mismo sexo es una noticia en tu mundo?
—Algo así.
—Mhn.
Jungkook estrechó sus dedos entrelazados, giró en redondo y se puso frente a él.
—No te preocupes, es más fácil decir que salgo con un chico, a que lo hago con una sirena —le dijo el pelinegro—. Pero si quieres, también puedo presentarte así. Noah no se lo tomó nada mal.
Taehyung se deshizo de su mano y repentinamente, abrazó su pecho. Jungkook envolvió su espalda con los brazos y parpadeó sin comprender su súbito afecto. Sintió como si un rayo de sol le atravesase, Tae parecía profundamente feliz por algo. Y pese a todas las complicaciones, sentía que su vida había cambiado. No podía volver al mar y olvidarle. No después de todo lo que habían vivido.
El viento salado les acarició en ese momento, el susurro del mar, la arena en sus pies y la cúpula de un cielo azul marino y limpio, que lentamente se apagaba para dejar que sus estrellas resplandeciesen libremente.
—Hay algo que aún no te he dicho.
El pelinegro sintió un pálpito, cuando volvieron a mirarse. Tae tenía los ojos vidriosos, sus iris brillantes, líquidos, con ese extraño e inusual toque variocolor.
—Tae, no tienes que...
—No, espera —le detuvo, tragó saliva y respiró lentamente—. N-no estaba seguro, por eso no lo hice. Nunca lo había sentido. Nunca sentí nada así. Pero ahora lo entiendo; es como respirar, como caminar, como tener hambre. Es esa gravedad que hace que quiera permanecer en una orilla.
Jungkook le observó en silencio, con el pulso disparándose.
—Tú —explicó Taehyung, sus iris descendieron por su rostro—. ¿Recuerdas lo que me dijiste el día que nos separamos?
—¿Mis sentimientos? —formuló Jungkook con una voz casi rasposa.
Su compañero asintió y le miró significativamente.
—Ya lo sabía entonces —dijo—. Jungkook...
El pelinegro perdió su aliento, su garganta se comprimió un instante.
—Te amo —pronunció Taehyung—. Por eso sé que perderé mi cola. Pero no me importa.
—Tae, yo nunca quise arrancarte del mar.
—No, ya lo sé.
—Te dije que detestaba ser egoísta. Que está en mi naturaleza quererte para mí, pero no tienes por qué-
—Jungkook, te amo —repitió Taehyung y sujetó su rostro para que le escuchara—. Te amo porque mi corazón eligió hacerlo. Lo hago por mí mismo, no por ti.
El humano liberó su aliento, con una agridulce sensación que poco a poco derretía su deseo.
—Te lo dije —prosiguió el rubio—. No quiero volver a un mundo donde no estés tú. Porque si vuelvo al mar, si nunca más vuelto a tener piernas, mi corazón se quedará en tu mano y no en mi pecho helado.
Jungkook se inclinó para besarle, le sujetó contra él con tal fuerza, con una mano en su cintura y un brazo tras sus hombros. Sus labios presionaron sobre los de la sirena con vigor, con todo lo que sentía. Taehyung no pudo respirar durante segundos, pero cuando se soltaron, volvieron a contemplarse de cerca, con su nariz rozando por debajo de la suya. El pelinegro no podía pensar en perderle. No podía.
Después, Taehyung tiró de su mano por la playa. Regresaron a las toallas y la hoguera, y se sentaron allí mientras el cielo oscurecía hasta volverse de un negro azabache. En un momento indefinido de la noche, el chico fue hasta el coche para agarrar una manta extra y su chaqueta vaquera.
—Quiero ir a la montaña —le dijo Tae cuando volvió—. Siempre las he visto desde fuera.
—Tendremos que dejar las excursiones para otro día —Jungkook le echó una manta sobre los hombros—. Ten.
El rubio le miró con aprecio, pese a que no necesitase resguardarse. Hacía buena temperatura y gracias al tenue calor del fuego, terminaron recostándose juntos para ver el cielo. Taehyung apoyó la oreja sobre el hombro del pelinegro. Sus pies no llegaban a la arena blanca que había bajo la toalla. Sus iris se fijaron en el montón de estrellas que resplandecían como puntitos plateados sobre ellos. Su brazo colgó por encima de su pecho, hasta que giró la cabeza para contemplar algo más bello.
De un momento a otro, se incorporó sobre su costado y acarició el pómulo del pelinegro con unos dedos.
«Dios, Jungkook sí que era precioso», pensó. Cabello negro y revuelto, sus ojos almendrados de pestañas negras e iris aún más oscuros, reflejando la suave llama de la hoguera y a él.
—¿Qué? —musitó Jungkook, con labios rosas, finos, entreabiertos, esperando a ser besados por los suyos.
Taehyung acarició los rizos tras sus orejas como si fuese algo valioso.
—No quiero que este momento se acabe nunca.
El azabache descubrió que había algo más en los iris de la sirena, un toque de devoción, curioso, inexperto. Su compañero se inclinó para besarle y fue tan tímido en su roce, que consiguió encandilarle. Jungkook afianzó su beso con seguridad, enterró las yemas en su cabello rubio y dejó que sus labios dominasen el encuentro. Ser besado siempre era de buen agrado. Y en las décimas de segundos que se separaron, respiraron cerca del otro, como si estuviesen tanteando un terreno inseguro. ¿Había frenesí o sólo era el pálpito de sus venas? ¿Querían más? ¿Podían permitirse tomarlo? Estaban solos, con la playa desolada y el cielo limpio y oscuro. La calidez de ambos sobre las toallas y la arena hizo el resto.
—Bésame —murmuró Taehyung.
—Pero...
—No pasará nada.
Jungkook entendió su mirada, él podía controlar el hechizo de sus labios. Tenía suficiente voluntad para hacerlo. Y entonces, sus bocas volvieron a fundirse con mucho más anhelo. La nuca de Jungkook tocó la toalla, respiró en su aliento, entre besos apasionados y un tembloroso entusiasmo reflejándose en sus dedos. Sus manos fueron a parar a la cintura de su compañero, a la camisa holgada que podía levantar sobre su vientre para acariciarle, mientras el otro mordía su labio inferior.
Esa noche no había agua, ni paredes, ni miedo. Sólo estaban ellos, junto a una hoguera, frente al desafiante mar que vería desnudarse a una de sus hijas por otro. Podía besarle sin miedo; sentirle como una cerilla prendiéndose para consumirse en un único aliento. Quería unirse a Jungkook de todas las formas posibles y sólo aferrarse a ese sentimiento.
Con la tormenta de besos entrecortados, Jungkook fue el que terminó volcándole sobre la toalla arrugada, su camisa se encontraba entreabierta, el pecho desnudo, los abdominales marcados y de suave volumen. Sus mechones de cabello sobre su rostro, y el anillo en su dedo anular, entrelazándose con sus dedos sobre la fina arena.
—Me volverás loco —le aseguró casi en un susurro.
El roce de sus cuerpos reveló sus erecciones, y lentamente, el azabache se liberó del pantalón de su compañero hasta desnudarle por completo. Besó su ombligo, su pecho, sus clavículas y hasta la línea de su mandíbula. Taehyung deslizó los dedos por sus hombros, la camisa a cuadros de Jungkook cayó tras él y el joven se inclinó entre sus piernas, cuyas rodillas levantadas y muslos apretaron alrededor de su cadera para tenerle más cerca.
—Eres increíble —ese fue Taehyung, en su primer halago.
El agua podía secarse con él, con su físico y por culpa de lo mucho que le alteraba su sistema nervioso. Más tarde, comprendió el placer de una caricia, que su temperatura física podía variar pendiendo de la compañía y que deseaba físicamente a ese humano, más de lo que había deseado en su vida deslizarse en aguas cristalinas.
Los besos en su cuello le hicieron encogerse, sus párpados se cerraron unos largos segundos, disfrutando de la sensación que se trazaba descendientemente. Cuando volvió a abrirlos, sólo vio el cielo, el mar de estrellas y su precioso humano. Él pudo besar su vientre mientras el joven se detenía para sacar algo del bolsillo trasero de su pantalón. Un pequeño envoltorio brillante y plateado, el cual abrió extrayendo un preservativo, con el envoltorio cayendo a un lado. Jungkook nunca había tenido sexo, pero prefería sentirse responsable de lo que estaba haciendo. En ese momento, él marcaba el ritmo y sabía cómo quería hacerlo.
La lubricación natural del profiláctico le ayudó en el proceso, se masturbó ligeramente junto a él, mostrándole a Taehyung el dichoso placer humano. Pasión e inexperiencia, una sonrisa cómplice y una mirada de seguridad y aprecio. El rubio pensó que desfallecería en sus brazos, pero aún estaba lejos de sentir el auténtico deleite. No tuvieron que verbalizarlo, y en la primera embestida de Jungkook, él clavó las uñas en sus hombros. Abrió la boca y frunció el ceño como si algo no fuera bien; pero iba de maravilla. Y estaba seguro de que no era lo único que podía hacerle sentir con ese movimiento.
—¿Así? —susurró el pelinegro.
—Sí —respiró.
—Despacio. Ah...
—Jungkook...
—Dime si quieres que pare.
—No —casi le amenazó en su dicha.
Y en cada embestida suave y poco profunda, logró acostumbrarse hasta lograr un mejor ritmo en compañía. Eso era lo que se sentía al ser uno, al unirte a alguien distinto. El azabache besó sus labios superficialmente y sus frentes se rozaron. El mar y el cielo fueron los únicos testigos, Jungkook le sujetó con firmeza en un vaivén sin fin. Taehyung comprendió por qué el sexo les gustaba tanto a los humanos, y él debía estar muy cerca de serlo, pues Jeon Jungkook, su biólogo marino, se le hizo adictivo. Jadearon al unísono y desordenadamente, rítmicamente, con un vaivén que a veces se detenía y otras veces parecía enfurecerse. Las llamas del fuego reflejaron sus sombras agazapadas sobre el terreno, la toalla arrugada y la arena blanca bajo la cabeza del rubio.
Hubiera pagado cualquier cosa por detener el tiempo o por extenderlo. Por ser humano. Por saber que podría volver a sentir algo como eso. Luego, las estrellas salpicadas por el cielo se difuminaron en la vista de la sirena, escuchó un pálpito que no provenía de su pecho, sino del azul horizonte marino. Giró la cabeza, una de sus manos se encontraba entrelaza con la del chico, y más allá, el océano, bombeando como un tambor en su cabeza. ¿Estaba diciéndole algo? ¿Osaba reclamar que su heredero perdiese la virginidad con un mortal? Tarde. Muy tarde. Le deseaba más que ahogarse en sus olas y perderse en las mareas altas. Y él cerró los párpados por el placer compartido, con la sensación recriminatoria se desvaneció lentamente, desconectándose.
El mar que una vez le acunó les dejó a solas, tanto que, cuando alcanzó el clímax en su compañía, sólo escuchó la letanía del susurro de la espuma, sus alientos rápidos y entrecortados sobre el hombro del otro, Jungkook enterrando la frente en el hueco de su cuello, una sacudida de sus cuerpos. Sus pieles calientes en contacto, acariciadas y admiradas por el otro.
El joven salió de él, pero no se deshizo de su contacto. Sus piernas se enredaron sobre la toalla, la sien de Jungkook tocó la tela arrugada y ambos se miraron tras unos largos segundos de consecuente orgasmo.
—Te amo —le escuchó decir en voz baja, con la hoguera a su espalda y una de sus manos enterrada en la arena blanca y granulada.
El rubio curvó las comisuras, extenuado.
—Y yo a ti.
Tocó su rostro y tragó saliva, todavía con el corazón bombeando en sus oídos y un exceso de sangre en la cabeza.
—¿Has sentido eso? Fuimos nosotros.
—¿El qué?
Jungkook no entendió a lo que se refería, tal vez, él no había escuchado nada. Pero para Taehyung fue suficiente, íntimo, especial. Significativo. Le abrazó sin decir más, disfrutando del calor que irradiaba la piel de su compañero. Después giró la cabeza, contemplando aquel cielo estrellado. Lo entendió entonces, como un montón de cosas que su corazón ahora palpitaba.
—Eres mi cielo —le dijo esa noche.
El azabache esbozó una sonrisa.
—Y tú, mi mar —contestó inmediatamente—, Taehyung.
Luego, cuando decidieron volver a vestirse, se quedaron en la playa con un mar de mantas, las toallas extendidas y la chaqueta de Jungkook sobre su compañero. Compartieron unas delicadas caricias y tiernos besos en la sien, nariz y mejilla. No regresaron a casa en toda la noche, el calor del fuego fue suficiente para estar a gusto, y Taehyung se durmió bajo aquel espectacular cielo lleno de estrellas, abrazando el torso desabotonado de su compañero.
Jungkook no tardó demasiado en acompañarle, y cuando la hoguera se apagó, el cálido abrazo del rubio le mantuvo sereno y seguro.
*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Libro publicado en formato físico en Amazon. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo en Patreon.com/chispasrojas
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