Capítulo 20

*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Libro publicado en formato físico en Amazon. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo en Patreon.com/chispasrojas

Capítulo 20. Sal y arena

Al día siguiente, en el muelle, Yoongi le echó un vistazo al pequeño barco de Hyunjin. El joven surfero comenzó a contarle detalles sobre su vida útil, el encerado exterior, los metros cuadrados, el armario de almacenamiento y los controles. Jungkook les siguió por la cubierta, entró en la cabina y tocó el volante de cuero. Podía imaginarse una tarde tranquila con el equipo de buceo, bajando a explorar el fondo marino en lo que Yoongi trataba de pescar algo. El chico paseó por la zona de controles y se cruzó de brazos mientras Hyunjin y su amigo bajaban la escalera para ver el camarote.

Tae se quedó junto al borde del muelle, con las manos enlazadas tras su propia espalda y sin pisar ni un instante la cubierta. Sus pupilas siguieron al pelinegro, se perdieron en unos humanos que pasaron tras él mismo (ni siquiera le miraron) y pensó lo divertido que era ser uno de ellos. Antes, hubiera entrado en pánico. Pero después de lo de la exhibición y aquella fiesta en el resort, había ganado más confianza en sí mismo. Ahora comprendía mejor sus formas de vivir, si bien nunca podría excusar que la curiosidad de algunos se convirtiese en una crueldad injustificada.

Jungkook le miró de soslayo, percibiendo su profunda nube de pensamientos, fue hasta el borde del yate y le extendió una palma abierta.

—Ven, no vas a caerte ni nada así.

El rubio le miró pensándoselo dos veces. Dio unos pasos inseguros como si creyese que aquello iba hundirse y tomó su mano. Para empezar, no tenía ni idea de cómo funcionaban las flotas humanas. No sabía por qué algo grande —pese a que más grande eran los pesqueros y barcos de carga que había visto en las costas— lograba mantenerse sobre el agua como una pluma. Jungkook enlazó su mano y se lo llevó por la cubierta despreocupadamente. A su compañero casi se le aflojaron las rodillas, pero pronto comprendió que no se hundiría. Era algo mágico.

—¿Te gusta? —le preguntó el humano.

—Con esto, ¿podéis viajar por el agua?

—No grandes distancias, pero, sí se podría dar varias vueltas alrededor de la isla.

Tae se ilusionó rápidamente.

—¡Hala, podría ir con vosotros!

Jungkook colgó un brazo alrededor de sus hombros, lo atrajo a sí mismo y pasearon sobre la pequeña cubierta.

—Podría acompañarte a cualquier sitio —murmuró Jungkook y para su satisfacción, Tae se mostró encantado.

Tocó su nariz con un dedo, sus rostros se acercaron bajo la zona techada de la cubierta y estuvieron a punto de probar los labios del otro, pero Yoongi subió la escalera con Hyunjin e interrumpieron el momento. Jungkook no logró leer nada claro en el rostro de su mejor amigo, él parecía indeciso.

—Entonces, ¿qué vais a hacer?

—Si lo bajas a ciento cincuenta, nos lo quedamos —soltó Yoongi sin consultarlo.

—¿Ciento cincuenta? Ufff —Hyunjin se pasó una mano por la frente—. Pero el camarote está nuevo. Y el sofá es de cuero.

Yoongi cruzó los brazos y le regaló su mirada más inexpresiva. Él era una auténtica bestia cuando trataba de mostrar su indiferencia.

—Está bien. Ciento cincuenta —le ofreció una mano.

—Ciento cincuenta —Yoongi estrechó la mano del surfero.

Luego de cerrar el trato, Hyunjin posó los ojos en el joven que iba con Jungkook y sonrió.

—Hola, soy Hyunjin. Creo que no nos han presentado.

—Hola —le devolvió Tae.

Hyunjin le ofreció una mano, la última vez que tocó a alguien que no fuese Jungkook, fue a Jesse y tuvo un mal presentimiento que no supo cómo gestionarlo. En esta ocasión volvió a hacerlo porque, Hyunjin le pareció muy guapo y quería comprobar que su sonrisa no fuera como ese tal Zaázil que le hizo daño a su humano.

Sin embargo, tras un breve intercambio de apretones, no tuvo ningún estremecimiento. Su vello no se erizó, su mano era cálida como la de cualquier mortal. Él estaba muy bronceado, olía a sal y parecía sentir algún apego por Jungkook. Tae no se dio cuenta hasta ese día; a la gente siempre le gustaba Jungkook. Hacía amigos en cualquier lado, era amigable, ya fuese por su naturalidad, porque se le daba bien cualquier cosa o porque parecía alguien desinteresado, así como responsable.

—¿Vives en la isla? Estoy seguro de que no te he visto antes.

Tae abrió la boca, sin saber muy bien que responderle.

«En realidad, vivo en el mar», quiso decirle con cierta ingenuidad. «Aunque me gusta la isla. Pero me gusta más Jungkook».

—E-está aquí de visita —ideó Jungkook tras su silencio—. Es decir, se queda conmigo.

Hyunjin asintió con la cabeza, sin desvanecer su sonrisa. Ya le había visto agarrar su mano antes, estirar un brazo sobre sus hombros y hablar con él en voz baja, como si mantuviesen una relación íntima.

—Guay. Podríamos surfear otro día —inspiró Hyunjin alegremente—, los cuatro.

Yoongi se frotó una sien. Ni de coña iba a surfear, Dios le había dado inteligencia, vocación por su trabajo y un hermano más joven con el que no necesitaba compartir lazos de sangre. Pero si no le había dado equilibrio, era por algo. Además, dudaba que una sirena pudiese surfear sobre una longboard.

—Claro que sí —suspiró Yoongi con énfasis sarcástico.

Luego de intercambiar los datos de la transferencia que le harían a Hyunjin para adquirir el yate, se marcharon del puerto y dejaron allí al muchacho.

—Es muy amable —comentó Tae mientras caminaban.

—Es un pijo de cuidado —refunfuñó Yoongi, mirando al azabache de soslayo—, ¿oíste lo de que era de su padre? Por el amor de dios, la de orgías que se deben haber montado en ese barco.

—Ugh.

—¿Qué son orgías?

Jungkook miró mal a Yoongi por utilizar esa palabra frente a la sirena. Ahora sí que estaban jodidos.

—Eh, uh...

—Sexo grupal —contestó el mayor—, entre humanos.

Taehyung parpadeó.

—¿Sexo?

Yoongi carraspeó.

—Verás, el sexo es-

—Yoon, sabe perfectamente qué diablos es el sexo —interrumpió Jungkook.

—Claro que sí —Tae se mostró indignado—, la reproducción humana es mucho más efectiva que la marina. Las sirenas sabemos todo eso.

El mayor le echó una miradita divertida.

—Y mucho más divertida, te lo aseguro —soltó con descaro.

Jungkook puso los ojos en blanco. A Tae se le sonrosaron un poco las mejillas, y el pelinegro tiró de su mano, distrayéndole con otro asunto. Como era temprano dieron un buen paseo por la zona turística de Geoje, Jungkook le compró a Tae un accesorio que pudiese llevar. Una pulsera trenzada de color azul, con una concha diminuta. Era lo típico que se vendía por esas zonas, lo había de todos los colores y no tenía ningún valor, pero a Taehyung le pareció un tesoro.

Comieron en un pequeño puesto de ramen picante y a él le maravilló la cocina humana. El agradable señor mayor del puesto le dio una porción extra de tallarines, y cuando se largaron, Tae le preguntó a Jungkook si realmente existían distintos tipos de cocina (a él le maravillaba).

—Vamos al coche, lo aparqué por allí —indicó Yoongi más tarde.

Tae tiró de la mano de Jungkook y se detuvo frente a una floristería. Se quedó embobado con las flores terrestres, las plantas y todo lo que vendían.

—¿Qué es eso?

—Rosas —contestó Jungkook—. ¿Quieres una?

El rubio no le dio ninguna respuesta clara, pero él le compró una, de todas formas.

—¿Y no hay tiendas de plantas marinas?

—No.

—Los remedios balsámicos son muy útiles para los animales, seguro que a los humanos también les gusta —comentó la sirena mientras caminaban, sin soltar la rosa de su mano.

Jungkook le miró con interés. Tae tenía buenas ideas, después de todo. Era astuto, más lógico de lo que parecía y veía el mundo con otros ojos.

—¿Cómo sabes eso?

—Pues, una vez, una de mis hermanas y yo curamos a una orca. Utilizamos un ungüento de plantas marinas.

—¿Por qué no utilizasteis vuestras lágrimas? —intervino Yoongi—. Viendo los resultados que tienen, apuesto a que es el remedio más efectivo del planeta.

Taehyung negó con la cabeza.

—Nosotras no lloramos fácilmente.

El pelinegro no dijo nada, pero sintió una fina y aguda punzada en su pecho. A él le había llenado un diminuto frasco con sus lágrimas, sólo para ofrecérselo. Era doloroso pensarlo.

—Medicina marina, herbología —Yoongi desbloqueó el coche—. Con tus conocimientos podrías dejar perplejo a más de uno. Y ni siquiera has ido a la universidad.

—¿Universidad?

De camino a casa, siguieron conversando de otros temas. Yoongi se vio invadido por la curiosidad.

—Oye, ¿qué hay del chico ese? —preguntó directamente.

—¿Chico?

—Ya sabes, uh... el de las escamas rosas...

—Oh, Jimin está en la ciudad —le contó Taehyung—. Me dijo que estaría resolviendo algunas cosas, y que volveríamos a vernos en unos días. ¿Queréis que le llame? No debo utilizar mi voz, pero tenemos su número de teléfono.

—No.

—No —contestaron los dos humanos al unísono.

—Sin ofender, ricura —expresó Yoongi, mirándole de soslayo—. Prefiero comer un kilo de hielo a que le invites. No soporto su pasivo-agresividad, me gustan las criaturas con colmillos y superfuerza, y que provienen de las profundidades, pero siempre lejos de mi integridad.

A Jungkook no le caía tan mal Jimin; él conocía su historia y en mayor medida, comprendía que era una criatura distinta a ellos.

Cuando llegaron a casa, Jungkook y Yoongi comenzaron a sacar trastes de la habitación que había en la planta de abajo, llenaron varias bolsas de basura, discutieron porque uno de ellos quería desprenderse de algo y el otro no, y mientras tanto, Tae estuvo leyendo algo en el sofá hasta ponerse inquieto. Después salió al porche y le echó un vistazo al estanque de Yoongi. Las flores amarillas de la calta podían cortarse y hacer un buen té con ellas. Le preguntó a Yoongi en el pasillo si podía tocar sus cosas —sabía lo ñoño que el chico era con lo de que alguien tocase sus cosas—, y el joven le concedió permiso, inesperadamente.

El rubio se puso unos guantes que llegaban hasta la mitad de su antebrazo para no mojarse y cortó las flores de la calta. Puso algo de la tierra de abono que había en un saco en donde vio una vez hurgar a Yoongi y cuidó su pequeño estanque. Luego dejó las flores sobre la mesa del porche para que se secasen. Se quitó los guantes y volvió al salón, oyendo a Yoongi y Jungkook tirarse de los pelos por no querer tirar una silla muy vieja.

—Está bien, me desharé de ese traste. Pero tú limpias el armario —suspiró Yoongi, dándose por vencido—. Deja las cosas en el coche y mañana por la mañana lo dejo en el vertedero ecológico que hay al este.

—¿Habéis terminado? —Tae echó un ojo al interior.

Con todos los trastos en el pasillo y las bolsas cargadas en la entrada de la casa, aquel dormitorio le pareció asombrosamente espacioso. Había una cama sin sábanas ni almohada y el armario estaba vacío.

—¿Qué te parece? —formuló Yoongi, apoyándose en el marco—. Jungkook quiere que te quedes con nosotros y que tengas tu propia habitación —se puso una mano en la boca y masculló algo cerca de su oreja—. Aunque yo estoy seguro de que sólo se hace el estrecho, en el fondo le encanta que reclames su cama.

Jungkook agarró por una oreja a Yoongi para que dejase de murmurarle cosas a su sirena. Y esperaba que esa bocaza que tenía no soltase nada más de orgías grupales.

—Acabo de cargar todas las bolsas. El resto es tu cometido —soltó con un jadeo, se pasó una mano por la frente y miró la hora que era. Debía estar casi atardeciendo—. Mañana sacamos el equipo viejo de buceo y ese mueble esperpéntico.

—Va —emitió Yoongi, y pasó de largo pateando el mueble esperpéntico a propósito.

Tae le miró como un cachorrito que necesitaba atención, había estado unas horas a solas, entre el cuidado de las plantas de Yoongi y sentarse en el sofá para leer algo. Jungkook se mordisqueó el labio y ladeó la cabeza, con media sonrisita.

—¿Quieres pasear por la playa?

Él y el pelinegro se quitaron los zapatos, dieron un breve paseo por la playa sin alejarse demasiado. En ese rato que hablaron, Tae le dijo que Jimin necesitaba a alguien. Requería su compañía, porque, pese a que no tuviese emociones humanas, había cosas que aún le perturbaban.

—Él quiere estar en el mar.

—Entiendo, dile que se venga con nosotros mañana. Podemos dar una vuelta en ese yate. Seguro que le viene bien algo de aire salado —sonrió Jungkook.

Taehyung detuvo los pasos en mitad de la arena, desprendiéndose de su mano. Jungkook dio unos pasos más a solas, hasta detenerse por completo. Le miró de medio lado, preguntándose si había dicho algo malo. El rubio se inclinó, agarró un puñado de fina arena tostada, que comenzó a deslizarse lentamente entre los dedos. Alzó la cabeza comprobando si Jungkook seguía allí, plantado con aquella expresión de duda. Y entonces, Tae hizo un movimiento tan inesperado que le obligó a bufar una carcajada. Le tiró un puñado de arena a Jungkook y esta golpeó en su pecho, sobre la fina camiseta holgada.

El rubio se rio un montón y Jungkook sonrió maliciosamente. ¿Así que quería jugar con él?

—Oh dios, no sabes en qué pantano acabas de meterte —le amenazó discretamente, una voz grave.

Tae salió corriendo cuando el joven repitió su movimiento, un puñado de arena le dio en toda la espalda. Él se agachó de nuevo y le salpicó tierra a Jungkook como si estuviesen jugando con agua.

—¡Cuidado con los ojos! ¡Cuidado con los ojos! —gritó el pelinegro, y tomando ventaja con su excusa, fue hasta él y agarró su cintura con un brazo para desequilibrarle.

Los dos cayeron al suelo entre risas, Tae se arrastró hasta ponerse a gatas y se incorporó tirándole otra bola de tierra algo más húmeda. Impactó en un costado de Jungkook, quien gruñó teatralmente.

—¿Todos los humanos sois así de tramposos? —jadeó el rubio.

—¡Sí! ¡Acostúmbrate porque pienso ganar siempre! —le devolvió Jungkook arrogantemente.

Después, trató de atraparle y los dos se revolcaron por el suelo como un par de niños.

En un rato más, Yoongi se sentó fuera del porche, dejándose caer sobre un montículo de tierra con hierbajos verdosos. Posó sus iris castaños sobre ellos con cierto encanto y sus comisuras se curvaron ligeramente escuchando sus voces y risotadas. Mientras atardecía, apoyó el mentón sobre una mano, clavando el codo sobre la rodilla flexionada. Eran dos críos: exactamente iguales. Sólo esperaba que después de su batalla campal no le llenasen la casa de arena.

Cuando Tae y Jungkook dejaron de reírse, trataron de tomar aire y se miraron en el suelo. Jungkook se incorporó junto a su regazo. El cabello de Tae, de un rubio dorado, estaba esparcido alrededor de su cabeza y sobre la tierra. Sus iris le contemplaron desde abajo y su sonrisa se extinguió poco a poco, mientras el humano se inclinaba sobre su rostro.

Jungkook no pudo evitar hacerlo. Quería besarle. Besarle de verdad, entreabrir sus tiernos labios salpicados de algún grano de arena con los suyos. La brisa marina acarició sus cabellos frente a la puesta de sol, con el tibio roce de sus bocas. En el horizonte, el cielo derramaba destellos púrpuras, rojizos y anaranjados. Le besó dulce y gratamente, y esperaban que fuese así, como una suave ola cargada de espuma. Taehyung cerró los párpados, permitiéndose disfrutar de la sedosa y tierna textura del beso. Dulce en su paladar, ligeramente húmedos por la tímida caricia de su lengua.

—¡Eh! ¡Parejita! —escucharon la voz de Yoongi y los dos giraron la cabeza.

A bastantes metros de ellos se encontraba la hilera de casas, la suya tenía las ventanas del porche iluminadas y en uno de los montículos de tierra estaba sentado Yoongi, vestido con una camisa de manga corta, pantalones cortos y cómodas sandalias. Por su gesto, Jungkook supo que tenía que cortarse un poco. Había un par de niños en la costa, con un padre y un perro paseando. Los vecinos estaban deambulando tranquilamente y no era el momento de besar al amor de su vida sobre la arena, por mucho que su encanto por él le sugiriese seguir haciéndolo.

Los dos se incorporaron con el pelo lleno de granos de arena, la ropa hecha un desastre, jadeantes y una sonrisa dibujada en el rostro.

—¿Eso es un perro? —formuló Taehyung ingenuamente.

Casi se le escurrió a Jungkook de entre los brazos, puesto que salió corriendo hacia la orilla aún jadeante y el joven entró en un brote de pánico, esperando que no pisase ninguna de las serenas olas que acariciaban los tobillos de los niños.

No obstante, Tae se mantuvo en la zona más próxima, donde la arena estaba ligeramente húmeda sin llegar a resultar mojada en absoluto. Se acuclilló cuando vio al perro acercarse a él con la misma curiosidad y extendió una mano esperando tocarle. Era un Golden Retriever de pelo largo y dorado, pero eso él no lo sabía. Conocía vagamente que los humanos adoptaban a algunos animales, los trataban como si les perteneciesen y les ponían el nombre que les gustase. Había visto a esos delfines entrenados, ¿los perros también podían hacer ese tipo de cosas? Tae pensó que era una forma curiosa de tratar a la naturaleza, como si pudiese pertenecerle a alguien.

El perro empujó su mano con el hocico y después la cabeza, él pudo tocar y acariciar sus largas orejas. Estaba seco, era cálido, y parecía feliz y saludable. Sus patas estaban mojadas de correr por la orilla. El perro pareció encantado con él y se mostró tan amigable que estuvo a punto de echarle las patas encima. Taehyung retrocedió asustado, pensando en que el agua salada causaría una incómoda e inexplicable escena frente a esas personas.

Miró de soslayo al adulto que paseaba a unos metros.

—Tranquilo —le dijo Tae al perro en voz baja, para que no se emocionase—. Quieto ahí.

—No muerde, no te preocupes —un niño apareció junto a él con una sonrisa. Había llegado corriendo.

Otra de las cosas del ser humano que le fascinaban, esos humanos diminutos. Siempre parecían hablar con claridad y en voz alta. Los había visto por la calle y en más de una ocasión, jugando junto al mar. Había cierta transparencia en sus miradas que los mayores parecían haber perdido.

—Ah —Taehyung no supo muy bien qué decirle, así que fue sincero—. Me gustan los animales terrestres, todos tienen mucho pelo. En el mar no hay nada así.

El niño abrió la boca como si él fuera un extraterrestre. Quizá lo era, puesto que sus ojos estaban salpicados de colores distintos, azul y rosa coral, esparcidos sin ningún orden por sus iris.

—Vamos a cenar, Tae —Jungkook agarró su antebrazo para zafarle de la situación.

El chico se incorporó y los dos se despidieron del niño, quien les siguió con la mirada totalmente alucinado.


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Busan, ese mismo día

El timbre de la suite de Kim Namjoon resonó en todo el lugar. Nadie abrió. Seokjin le llamó desde el otro lado, aporreó y estuvo a punto de insultarle, pero al final utilizó la llave que le había dado el portero del edificio e invadió su territorio sin consentimiento. Lo primero que encontró fue un par de botellas de whiskey vacías, una copa rota, en el suelo. La ropa desperdigada, un reloj, una corbata cortada, todo por medio. Lo poco que se había llevado de Geoje estaba allí, tirado sobre el suelo.

—¿Namjoon? —Seokjin dio una vuelta por el apartamento.

El resto del lugar se encontraba desprovisto de enseres personales. Seokjin se detuvo en el marco de la puerta del dormitorio: una de las ventanas estaba abierta, la cortina blanca ondeaba y una fresca brisa entraba por esta.

Seokjin pensó lo peor. Se había arrojado al vacío. Fue hasta allí rápidamente, se asomó por el ventanal y tragó saliva. El corazón bombeaba con fuerza en su pecho.

—¿Joon?

De repente, algo frío rozó su cabeza. Seokjin sostuvo su aliento, con los ojos muy abiertos se dio lentamente la vuelta. Alzó las manos en son de paz, sus latidos estaban mareándole. El cañón le apuntaba entre ceja y ceja. Un revolver plateado, cuya empuñadora estaba siendo sostenida por su viejo amigo. El cabello de Namjoon no estaba peinado hacia atrás, como acostumbraba. Su aspecto parecía desaliñado, confuso. Como si no hubiese dormido. Cuando sus ojos se encontraron, Seokjin pudo percibir algo más. Él no sólo estaba bebido (apestaba a alcohol), sino desesperado, asustado, iracundo. Había algo en él, terriblemente afilado y tormentoso.

—Nerissa —pronunció.

—No. No —reiteró Jin con un timbre bajo.

—Hija de puta.

—Namjoon, no dispares. Soy yo.

— No puedes engañarme.

—¡Namjoon, soy yo! ¡Soy Seokjin!

—¡Ya no estás en mi mente, no puedes manipularme!

Jin extendió una mano y agarró su muñeca, su compañero estuvo a punto de disparar, pero el forcejeo se extendió entre ellos, tratando de controlar al otro. Seokjin cerró el puño y golpeó su mandíbula, Namjoon no estaba con todos sus sentidos en vilo, por lo que se tambaleó y acabó en el suelo.

El castaño pateó el arma, la cual se escurrió sobre el brillante mármol del suelo y fue a parar al otro extremo de la habitación. Luego clavó una rodilla en el suelo, junto a Namjoon. Agarró el cuello de su camisa y le obligó a mirarle, sus pupilas estaban desorientadas, su aspecto era como el de alguien fuera de sí.

—¿Quién es? ¡¿Quién es Nerissa?! —le exigió, zarandeándole—. ¡Confiésalo!

Podía haberle escupido, devuelto el puñetazo o deshecho de él. Pero Namjoon exhaló una sonrisa, una tenue risa, amarga y perturbadora.

—Mi peor pesadilla.

—¿La amas?

—No.

—¿Qué es lo que te prometió, entonces? —jadeó Jin.

No obtuvo respuesta, por lo que volvió a tirar del cuello de su camisa.

—¿Quieres ser inmortal? ¿Por eso querías sirenas? ¡Namjoon, dime la verdad! ¡¡Dime la maldita verdad!! —llegó a sacudirle en su último brote de desesperación, hasta que entonces, mencionó al único cuyo nombre podía despertar una pizca de rabia en él—. Llamaré a Hoseok.

Se levantó y sacó el teléfono de su bolsillo con malos modos.

—Aquí no tienes poder, estás en la península, no en tu querida isla —le amenazó Jin—. Y necesitas que alguien que una vez quisiste te diga en la cara todos los errores que has cometido.

—Inmortalidad —la voz de Namjoon sonó rasposa—. Para qué iba a querer eso, ¿para recordar lo mucho que todos me odian, mientras os hacéis los héroes?

El rubio se levantó del suelo, con una mueca de desconsuelo, dolor y sarcasmo.

—Sé que me traicionaste —pronunció—. Sé que tú y ese biólogo os la llevasteis, y que aún escondes ese tomo del mar, así como todas tus mentiras hacia mí.

Y entonces, Jin fue hasta él hasta que su rostro quedó a penas a unos centímetros.

—Ah, ¿sí? ¿Y qué vas a hacer? ¿Qué vas a hacer, Joon? —exhaló desafiante—. ¿Vas a encadenarme los pies a un trozo de cemento y lanzarme al mar que tanto ansías?

A Namjoon le pesaron los párpados, sus iris recorrieron su rostro un instante, hasta que el castaño se apartó con una evidente molestia.

—Está bien. Te lo contaré. Te lo contaré todo —escuchó su voz tras darle la espalda.

Seokjin le miró de soslayo, sus globos oculares estaban brillantes, rojizos. ¿Iba en serio? ¿Pensaba decirle en qué diablos estaba metido? No podía ser cierto.

—Pero a cambio, debes decirme algo —agregó Namjoon, atormentado.


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Luego de una consecuente ducha, retirar la arena de la entrada (Yoongi iba a matarles) y cenar una ensalada de pasta, Jungkook se lavó los dientes y regresó a su dormitorio. Tae estaba allí, con un pantalón vaquero largo y una blusa ancha. Tenía uno de sus libros sobre animales marinos en la mano y acababa de lamerse un dedo para pasar página.

Jungkook pensó en que necesitarían comprarle más ropa. Cosas con las que llenar el armario una vez que lo hubiesen limpiado. Quizá a Tae le gustaría decorarlo.

El rubio cerró el libro cuando Jungkook bajó levemente la persiana. Sus iris se posaron sobre el joven, con una duda dibujándose en sus ojos.

—¿No quieres que duerma contigo? No tienes por qué irte al sofá, yo también puedo dormir allí.

—No es eso.

—Entonces, ¿lo de la habitación extra es...?

—Para que tengas tu espacio. Pero aún no está lista, necesitaremos unas semanas, si de verdad queremos pintar esas paredes.

En realidad, era algo positivo. Aunque no sabían ni siquiera si Tae iba a superar la transición o cuánto tiempo tenían hasta que finalizase el proceso. Taehyung le miró como si no comprendiese nada, bajo la tenue luz de la lámpara del dormitorio, se arrastró hasta el borde de la cama. Posó la punta de los pies en el suelo y miró significativamente al humano.

—¿Se te ocurre algún color? —formuló Jungkook.

—Azul.

—Azul —repitió el pelinegro en voz baja. Debía ser su color favorito, sin lugar a dudas—. Sí, ese es el color con el que te describiría.

—¿Me describirías con un color?

El joven se guardó el dato, no creía que Taehyung o alguno de los colores que encerraban sus preciosas escamas brillantes como el nácar fuesen sólo azules.

—Y con un sustantivo: cola. Cola azul.

Taehyung sonrió un poco, el chico se aproximó a él y tomó su mandíbula con los pulgares.

—Tú serías amarillo.

—¿Amarillo? —Jungkook se mostró divertido—. Oh, ¿sí?

—Como el sol —murmuró entonces—, cálido, radiante.

La sonrisa del humano se apagó lentamente, sus dedos se deslizaron por su rostro, hasta el cabello dorado rizándose tras sus orejas.

—Lee mi mente —le pidió con una voz baja.

—¿Qué?

El pelinegro se humedeció los labios, se acercó tanto a su boca que sintió su respiración contra la suya.

—Léeme. Hazlo.

Taehyung no pudo decir nada, puesto que sus labios taparon los suyos con una inestimable expresividad. Su aliento se fundió con el del humano, abrió la boca dejando paso a una tibia lengua que le acarició con suavidad. Sus labios fueron delicados, si bien le arrastraron a un beso más profundo y cargado de anhelo que le robó el aliento. Él nunca sintió nada así, excepto la noche que le besó en el porche hasta asustarle.

Pero Jungkook también quería que leyese algo y Tae liberó su mente, la presión de sus bocas le arrojó rastros de su persona, una laguna de pensamientos, unas pinceladas de algo más.

La boca del mar, abriéndose ante él. El agua corriendo lejos de sus tobillos, la arena clavándose en sus dedos. El mar alzándose en una ola oscura que le miraba, Taehyung presintió aquella talasofobia y las pesadillas que tenía. ¿Jungkook tenía pesadillas? ¿Cuántas? Sus dedos golpeando un cristal, en otra escena su garganta llenándose de agua, y en la última de todas, aquel gruñido marino.

Él apartó su boca con los iris brillantes, el frenesí de sus labios también se había disparado. Y ya no estaba sentado, sino recostado sobre la cama, con Jungkook clavando una rodilla entre sus piernas. El azabache se pasó la manga por la boca, tratando de controlar el hormigueo y la humedad de sus labios que le hacían sentirse asfixiado. Miró fijamente a Taehyung.

—Lo has visto —respiró.

El rubio asintió con la cabeza, tragó saliva y se sintió ansioso.

—Es como si fuese a tragarme, por quererte a ti. Por apartarte de él —suspiró Jungkook con frustración—. Por querer ser egoísta contigo.

—El mar no es vengativo, Jungkook —le dijo—. Es armonioso, pacífico.

—Entonces, ¿qué es? ¿Mi mente? ¿Está jugándome una mala pasada? —se aventuró a decir con cierto estrés—. Dime, ¿por qué siento que dejaría que eso me tragase si te pierdo?

Tae se quedó sin palabras, y luego, el azabache se inclinó sobre él en un espeso silencio tan sólo acompañado de sus respiraciones.

—Te dije que este era un territorio peligroso —casi ronroneó, ladeando su cabeza para bajar por su cuello.

Dejó un beso bajo su oreja y deslizó sus labios en sentido descendente. Tae entrecerró los ojos, la respiración del pelinegro golpeó sobre su piel, le estremeció de una forma inexplorada. Pronto, sus dedos pellizcaron su camiseta y gimió suavemente ante la sensación. La tensión sexual le invadió como una ola impactando sobre él, no sabía si quería o podía. O necesitaba más. O siquiera si estaba preparado para descubrirlo. Las yemas del chico levantaron la prenda hasta su ombligo, la caricia fue sutil y cariñosa, pero a él le quemaron, y nunca antes unos dedos le habían quemado así.

Jungkook regresó hasta sus labios, y sin tocarlos, se detuvo, sosteniendo su mentón con unos dedos. Sus iris oscuros se derramaron sobre los de la sirena, labios entreabiertos, mirada perdida junto a la serena y cálida luz de la pequeña lámpara.

—¿Crees que puedo volver a hacerlo? —murmuró, para su seguridad.

Taehyung tragó saliva, no disparar el frenesí era cosa suya. Y en una ocasión, le aseguro que podía sentirlo, que podía retenerlo para no transmitírselo. El beso de sirena formaba parte de sus instintos depredadores, y el frenesí, ese cálido almíbar capaz de desquiciar a cualquier humano.

—Sí —respiró el rubio—. Sí.

Podía controlarlo. Iba a hacerlo. Y tampoco quería leer sus miedos, no necesitaba entrar en su mente o hurgar en él, ni tratar de comprender aquel chorro de pasión: Jungkook era muy humano y sentía de una forma más básica, sus sentimientos por él iban del rosa pastel al rojo carmín como la sangre o el fuego que devoraba los árboles. A él le daba miedo ese fuego, y como criatura del agua que era, lo desconocía.

Sus labios se encontraron, pero con mucha más calma que instantes antes. Se fundieron, con el roce de almohadillas tibias y húmedas permitiendo que Tae sintiese curiosidad por más. Se preguntó por qué no llegaba el trazo de su lengua, por lo que enterró los dedos en su cabello negro y le besó con más ganas. Presionó en su boca y obtuvo lo que quería. Un rastro de saliva, respiración, dientes duros y lengua suave. «Cómo había extrañado sus labios, cómo los adoraba». Tenía una ciega pasión por sentirse besado por él y le apetecía tanto decírselo, que abandonó su boca para intentarlo.

Pero como estaban en su cama, recostados uno sobre el otro, Jungkook rozó su erección con la suya y Taehyung perdió el hilo de lo que quería. Su miembro estaba duro y apretado, como el de cualquier varón de su especie. El pelinegro se mordió el labio, dejando escapar su aliento. Las rodillas de Tae se levantaron y apretaron su cintura. Jungkook estaba más caliente que el volcán de esa isla, nunca había tenido una relación sexual en su vida y no estaba del todo seguro si debían hacerlo o si Tae pensaba que debía ser en otro momento.

Después de todo, estaban en su cama. Tenía en sus brazos a la persona de la que se había enamorado y era algo inherente a su naturaleza. Taehyung le miró como si fuese su mundo, con los iris reflejando parte de la tenue luz, deslizó unos dedos por su rostro, dudando de por qué había parado.

—Me has mordido —susurró bajo sus labios, pestañeó con dulzura y no pareció muy alterado, excepto por la dilatación de pupilas y labios más rosas.

Jungkook soltó una risita suave y ácida. Claro que le había mordido, pese a no clavarle los dientes (no estaba tan loco), no pudo evitar dejar un mordisquito bajo el cuello en una zona donde nadie vería su tenue marca, en el labio inferior, tirando de él con esmero y cierta pasión, y luego, a un lado de su preciosa mandíbula marcada.

—No soy un devorador de sirenas —masculló con cierto sarcasmo—. Creo.

—Pero, ¿tendremos... sexo...? —agregó Tae suavemente.

El pelinegro se ruborizó bastante, se hizo hacia atrás, hasta quedar sentado sobre la cama. Ante sus piernas flexionadas, entre las que hace unos instantes estaba.

—Sólo estábamos besándonos —sus iris se desviaron con un titubeo de voz—. Un poco más de la cuenta, eso sí —reconoció tímidamente.

—Nunca había sentido deseo sexual.

—¿Y ahora? ¿Lo sientes...? —se sintió como un pervertido preguntándole eso.

Tenían suerte de que la puerta del dormitorio estuviese cerrada. ¿Tal vez debía arrastrar un mueble o arrepentirse por no haber instalado un cerrojo?

—Sí —suspiró Taehyung, acto seguido miró al techo, hundiéndose sobre la almohada—. Es fuerte.

Jungkook se pasó una mano por el cabello. «Fuerte», repitió en su mente. Después de todo, estaba bien saber que él también le deseaba ahora que era medio humano.

—Es como, ansiedad —añadió, ruborizado y sin mirarle—. Como si quisiera que sólo me respirases.

—Sí —reconoció Jungkook, asintiendo con la cabeza.

Los segundos transcurrieron entre ellos, en un aparente silencio. Tae se incorporó frente a él de repente, avanzó sobre las rodillas y no pareció muy perturbado.

—He controlado el frenesí —tomó su rostro cariñosamente—. No lo has sentido, ¿verdad?

Jungkook negó, aunque el otro frenesí salía de su propio anhelo por besarle. Pero nada de querer ahogarse, o que le ejecutase.

—Nada —murmuró.

—Vale. Eso es bueno para nosotros —repitió su murmullo, llevó los dedos al borde de su camiseta inesperadamente e hizo el amago de levantarla.

Jungkook se quedó atónito, no supo cómo, pero colaboró para que se la sacase por encima de la cabeza. Sus labios se entreabrieron en busca de decir algo. Tal vez debía preguntarle qué diablos estaban haciendo ahora, cuando Tae besó su mejilla y arrastró las yemas tras sus omoplatos, sus propios párpados le pesaron.

—¿Taehyung? —pronunció cómicamente, arqueando una ceja.

—Podemos hacerlo en otro momento —reconoció la sirena, volviendo a besuquearle suavemente.

—Oh, sí. ¿Y por qué acaba de salir volando mi camiseta?

—Porque me gustas sin camiseta —confesó Taehyung, se mordisqueó la lengua con timidez.

El pelinegro rodó los ojos. En fin, iba a volverle loco. En realidad, a Taehyung la ropa humana le parecía un incordio. Le hubiera pedido a Jungkook si podía desnudarse, pero estaba seguro de que a él no iba a gustarle demasiado la idea y la desnudez estaba explícitamente relacionada con el sexo. Por lo que Tae tiró de su muñeca desnuda y le arrastró hasta su posición para recostarse de nuevo. Puede que no fuesen a acostarse esa noche, pero él quería besarle más. Mucho más. Quería acariciar sus hombros con los dedos, su piel seca, suave y sedosa sin la necesidad de estar húmeda o salada.

Besó por encima del pecho de Jungkook, adorando que hubiese desaparecido la marca de la caracola de Mera. Sus yemas se arrastraron por los tersos abdominales sobre su ombligo. Era bonito. Y la textura sus bíceps comenzaban a atraparle. El corazón del pelinegro palpitaba rápido, sus pezones eran oscuros y estaban erizados. Estaba allí, permitiendo que tomase lo que quisiese, aprobando un contacto personal que nunca había compartido con nadie. Y aun así se sentía tan secreto. Tan intacto. Jungkook no esperó que fuese a besarle así, con esa delicadeza y dedicación, pero cuando uno de sus dedos acarició la aureola de su pecho, casi dio un respingo.

—Escucha, hay ciertas cosas que, si no vamos a acostarnos, no puedes hacer. Son reglas básicas y te prohíbo que me acaricies así —refunfuñó Jungkook, recuperándole en sus brazos—. De momento —corrigió.

Taehyung sonrió un poco.

—Okay —aceptó de buen agrado y apartó unos mechones de su cabello—, no voy a ser malo, Doctor Jeon.

—Más te vale —emitió el biólogo, sonrosado.

Su compañero rubio acortó los centímetros que quedaban y dejó un sello muy dulce sobre sus labios, media sonrisa y una palpitante felicidad. Sujetó su pómulo durante unos largos segundos, parpadeando sobre él con largas pestañas. ¿Eso era lo que se sentía? ¿De eso tenían tanto miedo las sirenas? Por descontado, era para tenerlo. Amar a un humano requería recordar un montón de detalles, lidiar con sensaciones estresantes y tener una especie de ansiedad continua por querer poseer sus labios.

Además, jamás quiso tanto rozarse con otra criatura, como con él.

*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Libro publicado en formato físico en Amazon. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo en Patreon.com/chispasrojas

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