Capítulo 19
*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Libro publicado en formato físico en Amazon. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo en Patreon.com/chispasrojas
Capítulo 19. Mágico
Era demasiado pronto para sacar a una sirena en brazos por la orilla. Jungkook llegó a casa empapado, soltó sus cosas, agarró un bañador negro que intercambió por sus jeans y ropa interior mojada, y luego salió a la playa por el porche trasero. Caminó descalzo con los pies sobre la arena, se deshizo de la sudadera y la camiseta interior, y fue directamente al agua. Allí hacía mejor temperatura, el mar estaba más limpio y el ambiente era mucho más salado que en el puerto.
Taehyung no se había mofado; llegó antes que él y llevaba allí un buen rato. Pensaba que saldrían del agua al principio, pero Jungkook mostró una actitud juguetona y él no pudo rechazar un buen juego en su terreno. Bien, desafiarse con un humano siempre era distinto, ellos tenían sus limitaciones, si bien fuese indudablemente divertido. Jungkook se zambulló, buceó hasta una zona más profunda donde sus talones no llegasen al fondo. Tae pasó cerca, la corriente de agua dejó unas diminutas burbujas tras la agitación de su cola. El pelinegro la atrapó con los brazos, era fornida y ágil, por lo que fue arrastrado unos metros por su increíble fuerza. Quedó varado, como una estrella de mar perdida, sin gravedad, que tuvo que salir a respirar a la superficie con una sonrisa.
Cuando volvió a introducirse en el agua limpia y cristalina, desde el suelo oceánico, Taehyung le dirigió una miradita divertida.
«¿Has terminado?», pareció decirle, apoyando un codo en la arena y su mentón en la mano.
Jungkook le hizo una mueca, bajó hasta él y agarró su antebrazo. El tacto de su cálida mano sobre su piel siempre atrapaba su atención. Le miró fijamente, apreciando su belleza humana bajo el agua. Cabello negro e ingrávido, plena seguridad en su elemento pese a que sus pulmones no hubiesen nacido para vivir bajo la superficie. Jungkook señaló con la cabeza para que le siguiese.
Buceó a su lado —a un ritmo más lento— buscando algo. El joven salió a la superficie para tomar aire y Taehyung le acompañó sin apartar sus ojos de él.
—Por allí hay un saliente rocoso. ¿Quieres verlo?
—¿Podrás nadar hasta allí?
El pelinegro presionó la punta de la lengua contra el interior de su propia mejilla.
—¿Bromeas?
Taehyung sonrió un poco, ya sabía que su humano favorito era valiente y enérgico, pero él le ofreció a llevarle más rápido.
—Agárrate a mí.
Esas fueron las palabras que pensó que nunca le diría a un humano fuera del acuario. Y como hicieron una vez, Jungkook se aproximó a él con sereno nado, abrazó su espalda con media sonrisa y le sugirió que no fuese demasiado rápido (podría soltarse). Tae asintió, esperó a que tomase aire y se sumergió junto al humano para nadar más rápido. Se ahorraron unos cuantos minutos de camino. Taehyung era tan rápido, con un cuerpo dinámico, que Jungkook no dejaría de sorprenderse.
Por aquella zona rocosa había pececillos, conchas de colores y cangrejos pequeños de un tono beige y tostado. Jungkook se sentó en una roca y atrapó uno con los dedos, el cual observó en la palma de su mano.
—Es mono —expresó en voz baja, seguido de un parpadeo.
Tae llegó a él tras dar un barrido —en su instinto de sirena quedaba el inspeccionar la zona antes de distenderse—, el pelinegro soltó el cangrejo sobre la roca y este salió corriendo de medio lado.
—Llevas mi anillo.
La voz de Taehyung le hizo girar la cabeza, la sirena agarró la falange de sus dedos para contemplarlo puesto.
—No me lo he quitado —murmuró Jungkook.
La sirena sonrió un poco, se acercó tanto que apoyó su mentón sobre la rodilla del chico. Los dedos de su mano izquierda se entrelazaron con los suyos y Jungkook se quedó muy quieto, observándole desde arriba. Su belleza le dejó pasmado, su gesto de confianza, la forma en la que ahora el contacto formaba parte de ambos, pese a que su raza siguiese siendo distinta, le dejó sumergido entre una tormenta de mariposas y una parálisis nerviosa. No sabía si debía tocar su cabello, cuya fina y delicada corona trenzada reposaba sobre su frente y entre sus mechones ondulados.
—Te he visto surfear —confesó Taehyung.
—¿Qué? —exhaló el joven.
Si el peliazul le había visto el día de antes, significaba había estado cerca de una costa plagada de humanos. Él se sintió tan curioso como fastidiado por aquel dato. Si le había visto el día de antes, ¿por qué no habían interactuado antes? Le había echado tanto de menos, que casi se preguntó si era legal reclamarle algo así a una sirena.
—Es un juego divertido el que hacen los humanos. Dime, ¿tan hermoso es deslizarse de pie sobre el agua?
Jungkook pestañeó.
—Nunca lo había pensado así —reconoció con un timbre bajo—. Supongo que sí, pero dura tan poco.
—¿Por eso subís tantas veces sobre esa tabla?
Él asintió.
—El anillo reaccionó en una ocasión.
—Oh, funciona contigo, ¡qué bueno! —celebró Tae con una sonrisita—. Aún me preguntaba si sólo te serviría como amuleto para que yo te encontrara, pero has conseguido utilizarlo
Jungkook sonrió con cierta dulzura, se sintió un poco tímido con él en ese momento. No sabía por qué, pero su pecho retumbaba al ritmo de sus palabras.
—No fue apropósito. Si te soy sincero, aún no sé cómo funciona —ladeó la cabeza, con los ojos sin abandonar su rostro—. ¿Qué hiciste tú mientras viajabas?
La sirena se tomó un instante para responder, sus iris parecían perdidos, evocando algún sueño marino.
—Una noche, chapoteé con Jimin y unos delfines hasta el amanecer —le contó con encanto.
—¿Con delfines? —el pelinegro sonrió, un par de dedos pellizcaron suavemente su mejilla destemplada y húmeda.
—También vi a una ballena blanca y gigante. ¿Sabes que la oí cantar?
—¿Puedes oír eso? —murmuró el humano.
—Si cierras los ojos y dejas de moverte, puedes escucharlas comunicarse. Sus voces atraviesan kilómetros, la vibración se extiende por el agua, cerca de la superficie.
Jungkook respiró lentamente, observándole. Sonaba demasiado mágico en sus labios, ni siquiera podía imaginárselo. Su mano se estrechó suavemente antes de deshacerse.
—¿Viste a tus hermanas? —formuló en último lugar.
Taehyung negó con la cabeza.
—Ellas no están aquí; no después de lo que pasó. Cuanto más lejos estén de la humanidad, más sencilla será su supervivencia.
El joven entendió a lo que se refería y era lo mejor para todas, para sus nidos y sus pacíficas formas de vivir. No sabía si Tae quería regresar, buscarlas o unirse a ellas. Pero por el momento, prefería pensar en las palabras que le dijo en el puerto: esa tarde quería salir del agua y estar en sus brazos.
Jungkook bajó de la roca y se sumergió nuevamente en el agua para no enfriarse. Apoyó una mano en el saliente y se pasó la otra por el cabello húmedo, Tae le miró como si pensase en algo. Se quitó la fina diadema de la cabeza y se la puso a él, colocándosela con mucho esmero. El pelinegro soltó una risita, dejarse adornar por una sirena siempre era divertido, pese a que él dudaba mucho de que le quedase bien ese estilo.
Para Tae, todo era distinto. Le parecía que Jungkook era guapo, si bien no tenía el tipo de belleza de una sirena. A él no podía imaginarle con cola y aleta, le gustaba demasiado que tuviese un par de piernas, le gustaba que fuese un ser humano y sus diferencias eran interminablemente hermosas. No quería que Jungkook fuese como él, él era el que, en muchas más ocasiones, deseaba profundamente asemejarse a su persona. El azabache se vio ligeramente desorientado por el toque en su mejilla, por el roce de sus dedos en el borde de su mandíbula, los iris irreales perdiéndose sobre las facciones humanas, desde sus pestañas, ojos y cejas oscuras, hasta labios rosas con la afilada forma de cupido bien esculpida.
Con la espalda apoyada contra la roca, advirtió que los ojos de Tae se volvieron coquetos. El peliazul pestañeó aproximándose a su rostro y dejó un beso en la comisura de sus labios para no tentar a la suerte. Su cola, abrazó levemente a una de sus piernas.
—¿En qué piensas ahora? —susurró el azabache.
Las manos de su compañera se deslizaron por sus hombros desnudos. Sintió una terrible curiosidad por su piel. Jungkook no estaba muy bronceado, el neopreno y la crema solar le había cubierto bien de sus horas de surf y al aire libre. Su torso era blanco y se encontraba desnudo a diferencia de otras tantas veces donde el apretado neopreno oscuro o una capa de ropa le ocultaba. Era diferente a acariciarle siendo sirena, cuando no estaba en el agua y él mismo tenía un par de piernas, todo se sentía distinto. Sus dedos eran más débiles y temblaban con facilidad, su calor le atravesaba de una forma muy significativa. No obstante, la emoción persistía.
—¿Alguna vez te he contado que, en el pasado, las sirenas eran carnívoras? —musitó una grave voz que erizó el vello de su nuca.
Tae estaba jugando, sí. Pero no dejaba de ser un juego perverso.
—¿Significa que vas a morderme? —desafió con media sonrisa.
La sirena posó la lengua en el extremo de uno de sus hombros y la deslizó por toda la longitud del deltoides, un lado de su cuello, hasta el hueco bajo la oreja. Fue tan inesperado su movimiento, que Jungkook le miró como si fuese algo salvaje. Tae se lo tomó como un simple juego, el azabache estaba seguro de que no tenía ni idea de que su piel se había erizado por él.
—Puede —jugueteó Tae ligeramente.
Él tragó saliva, agarró sus codos y sorbió entre dientes. Tenía suerte de que el agua estuviese fría y su cuerpo templado en ese momento.
—No hagas eso —le recomendó Jungkook con las comisuras curvadas—. Por tu bien, no quieras provocar una reacción cuando vuelvas a ser humano.
Taehyung se mostró divertido —no sabía muy bien a qué se refería y le daba igual—, se deslizó en el agua hacia atrás y chapeó con una risita. Cuando se sumergió en el agua, su aleta azul fue lo último en despedirse. Luego, Jungkook trató de nadar para que sus músculos entrasen en calor, Tae y él jugaron como un par de críos atrapándose bajo la superficie (con bofetones de burbujas incluidos), y más tarde, regresaron a la playa frente a su casa, acercándose a la orilla.
El joven le recomendó esperar hasta que anocheciese, por si llamaban la atención de algún vecino. Generalmente, casi nadie pasaba por allí, pero prefirió asegurarse de todos modos. Había pasado más horas de lo recomendable en el agua, tenía las yemas arrugadas y un cansancio muscular producto de la falta de alimento y el ejercicio físico. Tras la puesta de sol, cuando la playa se oscureció, se detuvo en la orilla allá por donde el agua bajaba de su cadera.
Yoongi estaba cruzado de brazos en mitad de la playa. Su rictus era una mezcla ambigua entre alivio por verle de una pieza (su sudadera y camiseta estaban en el suelo), y ganas de machacarle por haber desaparecido sin decirle nada. Jungkook le hizo un gesto con la cabeza para que volviera a casa —después hablarían de ello—, vio a su compañero recoger su ropa del suelo remolonamente y marcharse hacia su hogar.
—Ven, vamos a salir. Te secaremos adentro.
Tae abrazó su cuello desnudo, el azabache le arrastró en brazos sobre el agua y seguidamente, mientras el tierno oleaje les mecía reflejando un cielo que se volvía índigo, le alzó continuando su camino hasta la tierra húmeda. La sirena movió la cola un poco e instintivamente, tal y como un gato se mostraba feliz por conseguir lo que quería. Desde su perspectiva marina, los brazos de Jungkook eran un terreno seguro, probablemente, el más seguro de la corteza terrestre, lejos de un bello y amado océano azul.
El joven atravesó la playa de fina y tibia arena seca, hasta el porche de casa. Empujó la puerta entreabierta y Yoongi celebró el regreso de su amigo-sushi preferido.
—Así que estáis aquí, como dos críos, empapados, imprudentes, ¡y estúpidos! —vociferó mosqueado, en lo que extendía un par de toallas sobre el sofá.
Jungkook miró de soslayo a la sirena.
—No se lo tengas en cuenta, olvidé preparar el almuerzo —jadeó, dejándole sobre la misma superficie.
—Hola, Yoongi —sonrió Tae, de todos modos—. ¿Querías nadar con nosotros?
—No, no quería nadar con vosotros.
—Humh.
Jungkook agarró otra toalla y se la pasó por la cabeza a Tae como si fuera un crío, luego la dejó por encima de sus hombros. Se echó una por encima de los propios para secarse un poco y fue hasta Yoongi cruzándose de brazos.
—Lo siento, se me fue la hora.
—Jungkook, son las ocho y media, llegué a las cuatro y no había nada de ti por ningún lado. La puerta abierta, tu ropa tirada en mitad de la playa, frente al agua —su amigo se frotó la frente, bajó la voz durante su sermón—. Joder, podías al menos dejarme una nota o algo. Hace poco estuvimos a punto de perderte, ¡vi a un tío que se transforma en sirena atravesando con una katana a un condenado reptil que come pescado!
—Sirenas, comen sirenas —rectificó Tae desde el sofá.
—¡Y ahora vuelvo a tener a una sirena en mi sofá! —Yoongi la señaló con un dedo—. No te ofendas, encanto. Me encanta que hayas vuelto, pero tu novio humano es un idiota y debe saberlo.
El peliazul hizo un puchero con los labios. Jungkook resopló y se disculpó con él, inclinando la cabeza.
—Dame un rato, yo prepararé la cena —le prometió, apretó los párpados un instante y se quitó la toalla de los hombros—. No he comido nada desde esta mañana.
Yoongi le robó la toalla con un tirón.
—Nah. Ve a la ducha, yo me encargo de la comida —repuso inmediatamente.
Su compañero dudó, pero Yoongi lo hizo de buenas. Después de todo, Tae estaba allí. Había vuelto, con ellos, y Yoongi estaba seguro de que nada le hacía más feliz a su compañero en ese momento. Ese tipo de emoción podía excusar que fuese algo irreflexivo pese a que quisiese zarandearle por haber desaparecido. Jungkook sonrió un poco, se secó superficialmente y se encargó de Taehyung. Apartó la humedad y aplicó un poco de calor en su cola con un secador, las escamas comenzaron a dejar paso a un par de suaves piernas lentamente. Cuando sus extremidades regresaron y sólo quedaban unas cuantas de escamas esparcidas por aquí y por allá, le pasó algo de su ropa. Se largó a la ducha (Yoongi le aseguró de que se encargaba del resto), se quitó de encima la pesada sal marina, arena y acidez. Poco después, salió del baño cansado del vapor y de tanta agua. A ese paso, él sí que iba a convertirse en un anfibio.
Tae tomó el baño de la planta baja para deshacerse de los rastros salados en su piel, el agua dulce le venía bien, no estimulaba su organismo híbrido y le permitía lavarse sin inconvenientes. Cuando salió de la ducha, utilizó una sudadera de rayas aguamarinas, grande y ancha, que pertenecía a Jungkook y que le llegaba por encima de la mitad de los muslos, un pantalón muy corto, de chándal, el cual apenas asomaba bajo la primera prenda. Salió tras sacudirse el cabello claro, ahora de un rubio pálido, mucho más humano. Su piel se había vuelto sedosa, sin ninguna azulada escama, excepto por la base de su cuello, la cual mantenía la diminuta forma de sus branquias intactas.
Llegó al salón descalzo, sintiendo la pulida madera del suelo en sus pies. Yoongi y Jungkook estaban discutiendo en la cocina americana, él se apoyó en el marco de la puerta, encantado de escucharles de nuevo.
—Te estoy diciendo que saquemos las cosas de esa habitación, sólo está llena de trastos. Y debajo, hay una cama —farfulló Yoongi apuntándole con una paleta de plástico con la que preparaba varias tortillas coreanas enrolladas—. No tienes por qué volver a dormir en el sofá.
—Para empezar, todos esos trastos son tuyos —rebatió Jungkook en voz baja—. Y aunque lo saquemos de allí, no pienso dejarle dormir aquí abajo.
—Jungkook, por el amor de dios —Yoongi estuvo a punto de arrancarse el delantal y lanzárselo en un brote teatral—. Sigue siendo nuestra casa, ¡sigue estando con nosotros!
—Vale, bien. Voy a meterte un rollo de tortilla en la boca, a ver si te atragantas.
—Atrévete, marine.
Tae soltó una risita desde el marco, los dos giraron la cabeza y carraspearon. Cortaron su discusión de inmediato, con un gran disimulo.
—¿Te gusta la tortilla, Tae? —preguntó Yoongi amablemente.
—¿Tortilla?
—Te gustará —Jungkook fue hasta él, le agarró por el codo y le arrastró hasta la isla de la cocina sin lugar a reproches.
Trató de no mirarle demasiado durante ese rato, en los que servían los platos y la cena con un hambre vital. No porque no le gustara su aspecto humano, sino todo lo contrario. Todo lo que incluía a su persona de cintura para abajo, tenía la capacidad de estimular a las yemas de sus dedos por los cambios de texturas existentes entre escamas recias y muslos suaves. No le apetecía atragantarse con la comida, pensando en eso.
Los tres cenaron en la isla de la cocina, algo de ramen, arroz y tortillas. Tae llevaba tanto tiempo sin comer, que su apetito humano se vio complacido.
—Hyunjin quiere vendernos ese yate, ¿en serio? —formuló Yoongi atónito.
—Sí, tienes que verlo, es genial —dijo Jungkook con un par de palillos en la mano, se metió un rollo de tortilla en la boca—. No demasiado grande, creo que es perfecto para dos.
—¿Qué es un yate?
—Un barco pequeño —contestó el azabache, le miró de medio lado y apartó un grano de arroz de la comisura de sus labios—. Como los que estaban en ese lado del puerto.
—Oh, sí. He visto muchos cerca de la costa —expreso el rubio—. Hoy pasé bajo uno.
—Mnh.
—Bueno, llevo un siglo sin pescar —Yoongi se encogió de brazos—. Quizá estaría bien retomar mis hábitos. Me gusta aislarme del mundo y ahora que sé que el Kraken existe, me encantaría morir tragado.
—¡Ssshh! —siseó Taehyung, histérico.
—Espera, ¿no te parece carísimo? —parpadeó Jungkook, ignorando su otro comentario.
Su compañero le miró fijamente, con un rostro reflexivo.
—Tú pones un tercio del dinero y yo los otros dos.
—¿Yoon? —Jungkook arqueó una ceja, sin poder creérselo—. ¿En serio? ¿Quieres ese yate?
—Oye, no tengo nada mejor en lo que gastar mi dinero —se defendió su amigo—. Ni siquiera tenemos hipoteca.
El pelinegro apoyó su mentón en la mano, cavilando su interés.
—Eso sí, tengo que verlo antes —discurrió Yoongi—. No pienso poner mi dinero en un cacharro averiado.
—Yo también quiero verlo —agregó Tae felizmente—. ¿Puedo ir?
Jungkook sonrió un poco, tragó su bocado y aceptó.
—Está bien, le escribiré para que mañana podamos pasarnos por allí.
Yoongi se levantó de la isla con media sonrisa, apuntó a Tae y le dijo que, si iban a ese lugar, debía mantenerse lejos del agua. Nada de oportunos cachalotes.
—Tendré cuidado —le aseguró con seriedad y firmeza.
Jungkook recogió algunos platos mientras él terminaba, abrazó sus hombros holgazanamente, apoyando el mentón sobre su hombro. Cerró los ojos unos segundos, advirtiendo que podría dormirse de pie, si era necesario. Estaba cansadísimo, tenía los músculos débiles por haber nadado un montón. El agua siempre causaba hambre y cansancio. Taehyung le miró de medio lado, agarró su morro entre los dedos adorablemente.
—¿Tienes sueño?
—No —mintió débilmente—. Estoy a tope.
En lo que Yoongi recogía la cocina (esa noche le perdonó lo de recoger, sólo porque Tae había vuelto), el rubio se puso de pie y abrazó su pecho; cálido, seco, con la diferencia de altura, por ser un poco más pequeño físicamente. Jungkook le arrastró de la muñeca por el pasillo, subieron la escalera jugando con el otro y el humano se dejó caer en la cama exhausto. Taehyung dio una vuelta por allí antes de hacerle compañía, tocó la bola de nieve de su estantería y la agitó. Se llenó de copos plateados que comenzaron a descender inmediatamente. Pasó un dedo por los libros, cómics, por el cuadro donde tenía un mapa físico de Corea del Sur. Curioseó su escritorio, el portátil abierto y la pantalla oscura, unos libros de mamíferos marinos que recientemente había ojeado. Un lapicero, un peine, y un frasco de perfume de un tono azabache.
Se lo llevó a la nariz sólo para percibir el olor. Así olía de vez en cuando el cuello de alguna de sus prendas, pero su aroma natural era bien distinto. Más cálido, salado, con alguna especia suave más el jabón.
—He cerrado mi contrato laboral con los del centro de recuperación al que asisto —dijo la voz del chico—. Trabajaré para ellos definitivamente.
Tae se dio media vuelta, regresó hasta él serenamente, observándole tumbado, con una rodilla flexionada y un brazo tras su cabeza, sobre el par de mullidos almohadones bajo el cabecero.
—Ah, ¿sí? —se sentó junto a su regazo, con los pies aun rozando el suelo.
—Me necesitan. Los animales también —comentó en voz baja, reflexivamente—. Creo que he tomado una buena decisión, después de todo.
Jungkook extendió una mano y levantó la capucha a rayas de su compañero.
El rubio se hizo un hueco a su lado, Jungkook le dejó un poco de espacio, pasó un brazo bajo su cintura y permitió que se amoldase a su postura, sobre las almohadas y con las piernas desnudas entre las suyas. Con la cabeza cómodamente sobre la almohada, le contempló de medio lado. Unos mechones de cabello rubio asomaban bajo la capucha, sobre sus ojos heterocromáticos.
—¿Sabes lo que me preguntaba? —enunció la sirena.
—¿No?
—¿De qué color crees que serían tus escamas si tuvieses cola?
Jungkook se rio un poco.
—Plateado, como un tiburón blanco —soltó con cierto orgullo.
—Yo creo que azul marino, como las aguas de las profundidades —pronunció con cierto afecto, como si aquella idea le gustase—. O como el cielo, sin estrellas.
El pelinegro le miró sonriente, pero pronto, su sonrisa comenzó a desvanecerse. ¿A Taehyung le gustaría que fuese con él? ¿Qué no tuviesen que salir del mar? ¿Qué su piel nunca se arrugase? Sintió una punzada de inseguridad ese instante.
—¿Te gustaría que fuera como tú?
—No —contestó decidido y con un timbre bajo.
Jungkook parpadeó, sin comprenderlo.
—¿Por qué?
—Me gusta cómo eres... así...
—¿Cómo?
—Cálido, seco —los dedos de Taehyung se afianzaron al cuello de su camiseta—, humano.
—Suena aburrido —el pelinegro dejó escapar lentamente su aliento.
—No es aburrido, es mágico —debatió en un susurro.
Jungkook entrecerró los ojos. ¿Cómo podía un ser mágico, pensar que lo más corriente del mundo también lo era? Taehyung le estrechó, hundió su cabeza en el hueco de su cuello y cerró los párpados. Le escuchó respirar, con un tenue pálpito entre ambos transmitiéndole serenidad.
No iba a soltarle ni tampoco dejaría que se fuese de allí. No quería que durmiese en el sofá, llevaban demasiado tiempo sin verse y mucho antes Jungkook le prometió que dormiría con él. Jungkook se vio incapaz de luchar contra él, se encontraba exhausto y mientras que no estuviesen besuqueándose —aún no lo habían intentado—, sabía que podía dejarse llevar por Morfeo plácidamente, sin apartarle ni un instante de sus brazos.
El pelinegro sucumbió al sueño antes que Tae, él permaneció quieto, a su lado, valorando cada instante de su transición mientras el plazo se extendía indefinidamente hacia un horizonte desconocido. Jungkook no sabría cuando adoraba acariciar su suave cabello negro con los dedos, lo mucho que iluminaba su sonrisa y aura humana o que preferiría escuchar el tono de su voz en ese susurro en el que hablaron, al rumor de las olas.
Tampoco sabría qué quería decirle que él también estaba enamorado. Y no de cualquier humano, de Jeon Jungkook.
*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Libro publicado en formato físico en Amazon. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo en Patreon.com/chispasrojas
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