Capítulo 18

*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Libro publicado en formato físico en Amazon. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo en Patreon.com/chispasrojas

Capítulo 18. Entre mar y tierra

Taehyung llevaba meses sin nadar en mar abierto; y no había nada como eso. Su cola libre y musculosa ondeando, su rápido y grácil nado, permitiéndole atravesar grandes distancias fácilmente. El cabello ingrávido, la sal acariciando su piel e hidratando sus músculos, sin cansancio. Su primer amor, el mar. Azul, de profundas aguas oscuras y cristalinas, donde los secretos y susurros de las criaturas tomaban forma en la bruma de la superficie y en las corrientes más profundas. El silencio de las profundidades meciéndole, los animales moviéndose libremente. Nadó entre los bancos de peces como uno más, y cada una de las joyas del mar rozaron su cola; plantas, flores, rocas, algas y arrecifes tan espolvoreados de colores como una paleta de pinturas.

Sus dedos nunca se arrugaban, su corazón aletargaba un pálpito lento y casi apagado. Sus branquias le proporcionaron el oxígeno necesario y mientras volvía a sentir aquella profunda y excelsa libertad refrescando su alma, se sintió tan feliz, que pensó que había vuelto a casa. Sólo que su casa no tenía paredes y recubría dos tercios de la corteza terrestre.

En un atisbo de consciencia humana, pensó en Jungkook. Sí. Él era esa orilla a la que deseaba regresar.

Jimin nadó a su lado, señaló con un dedo para indicarle algo. A una decena de metros, pudieron verlo. Nadaron kilómetros para llegar hasta allí, se sumergieron tanto que no llegaban los rayos de luz del astro solar. Puede que incluso no estuviesen en las horas solares, pues el agua era tan densa, profunda y oscura que no se veía nada. Los dos se deslizaron en las aguas con un plácido y pacífico movimiento de cola.

Taehyung vio la grieta, la corriente cálida llegó hasta él como el líquido de un suero amniótico que una vez le creó como un ser pequeño e inconsciente. Sumergiéndose entre la escarpada ladera marina, se acercaron tanto como pudieron, hasta que la presión se volvió demasiado fuerte y tuvieron que agarrarse al saliente de uno de los lados. Jimin sacó la caracola, la precipitó hacia la grieta y la presión la sostuvo ingrávida. Los filamentos comenzaron a sacudirse, los dos escucharon el mismo grito; un chillido agudo y extraño. La caracola moldeándose, comprimiéndose, fracturándose en mil pedazos. Los trozos siendo succionados hacia la oscuridad, sin compasión.

Jimin agarró su mano, observaron hasta la última pieza de un arma mortal creada para matarles. Cuando desapareció, se miraron. Tae tiró de su mano, los segundos pasaron y decidieron alejarse. Aquel lugar estaba demasiado profundo, el ronco sonido de las profundidades erizaba su piel y duras escamas. Era un lugar donde nadie se acercaba. Los dos se marcharon con suaves movimientos de cola, un grave mugido les hizo levantar la cabeza. A muchos metros, sobre ellos, una gigante ballena surcó las aguas, seguida de cientos de peces que carroñaban el plancton y los diminutos seres que escapaban de su enorme boca.

La sirena azul indicó con el dedo, subieron lentamente, pasando junto a la ballena. Abandonaron las profundidades para nadar a su gusto, dirigiéndose poco a poco hacia una zona más superficial. Su hermana desapareció un instante, y cuando regresó, agarró el antebrazo de Taehyung y tiró de él para que le acompañase. La superficie estaba despejada, oscura, iluminada por una preciosa luna creciente con miles de estrellas centelleando sobre sus cabezas. Delfines saltando entre las suaves olas a unos kilómetros de la orilla más cercana.

—Mira todo eso —señaló Jimin con una sonrisa.

—Vamos con ellos.

Taehyung se sumergió, nadó hacia los delfines, y se unió a las pacíficas criaturas. Jugaron con ellas casi toda la noche. Saltaban sobre las olas, se impulsaban para hacerlo más rápido, con más clase y una hermosa gracilidad. Los juegos eran una cosa que apasionaban a las sirenas; las competiciones de salto, de velocidad, de escondites.

Después de eso, se trenzó el pelo con Jimin.

—Llevaba tanto tiempo sin hacer esto —dijo la sirena con serenidad.

—¿No sueles nadar?

—Nadar sí, pero... me siento errante...

—¿Por qué? —musitó Taehyung con tristeza.

—No lo sé. Ni la tierra ni el mar me compensan —sus iris se perdieron en el amanecer—. Quizá esa es mi maldición. Tal vez por eso tengo que regresar a la orilla, sintiéndome vacío. Cuando tuve el primer tomo en mi mano, después de salvar a Jungkook, no te engaño, pensé que encontraría alguna forma de regresar al mar para siempre.

Tae sonrió con lástima, tocó su cabello ondulado, trenzado con una corona de florecillas marinas. Apoyó sus brazos en una roca mientras le escuchaba. Jimin no podía pasar demasiado tiempo en el agua, su organismo le volvía débil y le obligaba a regresar al cabo de unos días.

—Si te ayudé con lo de Jungkook es porque estás en transición.

El peliazul giró la cabeza y le fijó sus pupilas sobre su rostro. Los finos hombros de Jimin, clavículas marcadas y escamas de un rosa dorado esparcidos por aquí y por allá, centellearon de forma cálida mientras el sol se alzaba tras el horizonte.

—Yo le perdí a él y ahora no puedo sumergirme en el mar para siempre —se lamentó, desviando su mirada—. Si te hubiese sucedido, estarías viviendo en un infierno gélido. Como yo. Aún puedes salvarte, ve hasta otro océano y olvida la superficie. No hay nada allí para nosotros; sólo dolor. Si yo vuelvo es por una fuerza mayor.

Taehyung extendió unos dedos y tocó su mejilla húmeda, fría. Ninguno de los se veían afectados por las bajas temperaturas en forma de sirena.

—No. Volveré contigo cuando salgas. Ya no tienes por qué estar solo ahí afuera.

En ese instante, Jimin le pareció vulnerable. Mucho más frágil de lo que se mostraba en forma humana; su corazón estaba helado, sin duda, pero su sufrimiento se reflejaba con una extraña forma de coraza gélida. Él le miró, como si hubiese dicho algo demasiado grave y comprometedor.

—¿Sabes lo único que me gusta de la superficie? —formuló Jimin—. Poder ver el cielo y a las estrellas cuando el atardecer se desvanece. Es lo bueno de estar entre el mar y la tierra.

—Es hermoso.

Se movieron un poco en silencio, con el suave susurro del mar y el agua sosteniendo sus dinámicos cuerpos.

—Así que él te ama de verdad —dijo Jimin de repente, con cierto tormento—. Dime, ¿qué se siente? Yo casi no puedo recordarlo.

Taehyung se encogió un poco, se deslizó sobre la superficie del agua sin girar la cabeza.

—Es como el mar.

—¿Cómo el mar?

—Fuerte, con la misma gravedad de marea, con esa corriente que te empuja hacia algo más. Cuando respira suena bien, como las olas —expresó de una forma redundante—. Siempre quieres más.

—¿Más?

—Como si no pudieses dejarlo atrás.

Jimin no dijo nada, pero las palabras de su hermana fueron suficientemente esclarecedoras, sintió cierto recelo, angustia y desasosiego. Sonaba tan bien en sus labios, que le dolía. Él mismo despreciaba tanto esa emoción que no sabía si sentir miedo o anhelo.

—No puedo convencerte de lo contrario —murmuró sobre el agua—, ¿verdad?

Taehyung le miró entonces, con las comisuras curvadas, globos oculares húmedos y una extraña sensación palpitante en su pecho.

—No. De ninguna manera.


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—Recordad, debéis recostar vuestro cuerpo sobre la tabla, de forma que quede alineado —dijo el instructor frente al grupo—. Podréis usar los brazos y las piernas para volver hasta la orilla o agarrar una buena ola. Ah, ¡y no olvidéis la correa del tobillo o saldrá disparada!

Jungkook se encontraba mucho mejor del gemelo tras dos semanas de recuperación, agarró su longboard, y fue caminando hacia la orilla con un traje de neopreno. Sus tobillos se sumergieron en el agua, luego sus rodillas, colocó la tabla frente a su cuerpo y se recostó en ella. Remó con los brazos bastantes metros hasta encontrar el lugar idóneo. Se sentó en la tabla, de espaldas a las pequeñas corrientes y esperó a una buena ola en la que montarse. Utilizó los brazos y los pies para moverse, sintió el impulso de la fresca agua cargada de espuma y en unos segundos más, se puso de pie sobre la tabla, logrando deslizarse velozmente sobre la superficie.

Todos los alumnos de surf le envidiaron, le señalaron con un dedo y él esbozó una sonrisa socarrona. En realidad, no necesitaba instructores ni clases de surf, a él se le daba bien las tablas desde siempre. Y si estaba allí, era por Noah. El pobre joven se tragó la primera ola, literalmente.

Comenzó a toser agua cerca de la orilla y cuando Jungkook se zambulló a su lado tras un exitoso deslizamiento, le dio unas palmaditas en el hombro, esperando que se recuperase.

—Te ha atrapado a ti, en lugar de tu a ella.

—Ah. Me quedé embobado viendo cómo lo haces —sonrió débilmente, frotándose la boca con la manga—. ¿Surfeas a menudo?

—Uhm, llevaba años sin hacerlo —reconoció el pelinegro.

—Vale, bien. Muy bien. Voy a intentarlo de nuevo. ¡Voy a lograrlo!

El chico se apartó con decisión, estuvieron por allí media hora más. Jungkook cogió hasta once olas. En la última de todas, tomó más profundidad para deslizarse durante más metros. Remó sobre la longboard y vio algo moverse en el fondo. Por un segundo, su vello se erizó. Algo rozó su tobillo y su corazón saltó en su pecho. Hundió la cara en el agua, pero no vio nada.

No quería pensar en Taehyung; ya lo había hecho demasiado esos días. Le extrañaba, le echaba en falta cada día, a cada hora, en cada tarde que no caminaban por la arena o se recostaban en el sofá de su casa. Se apartó el agua de los ojos y trató de concentrarse en el impulso marino que se le acercaba. Hacía un viento fuerte, si bien cálido, el agua entró con fuerza y barrió casi toda la orilla. Él se deslizó hacia delante con un impulso, se incorporó y tomó velocidad, se elevó sobre las aguas tanto, que supo que caería.

Y estuvo a punto de hacerlo, se tambaleó hacia un lado, la correa de su tobillo se tensó, estaba demasiado cerca de la orilla y se encontraba a punto de probar la arena húmeda. No podía pararlo. Se sintió tan tenso que sus manos se posicionaron abiertas, frente a él, como si planeasen amansar las aguas. El anillo de su mano izquierda, en el dedo anular, vibró con suavidad. El cristal azul oscuro se iluminó y de repente, la cresta de la ola se suavizó bajo sus pies, la tabla de surf comenzó a perder velocidad lentamente y Jungkook acabó en el agua sin ningún impacto de por medio.

Cuando sacó la cabeza y agarró la longboard, soltó un jadeo.

«Wow. ¿Eso lo había hecho él?».

Miró su propio anillo y tragó saliva, con el cabello mojado y el rostro salpicado de gotas que se deslizaban.

—He visto eso —dijo la voz de Noah.

Casi dio un respingo cuando el chico apareció tras su espalda, con el agua hasta la cadera.

—Eres increíble, casi parece que tú eres el que controla esas olas —añadió el chico, con los ojos desprendiendo chiribitas.

Afortunadamente, se largaron de allí sin que nadie sospechase de la forma en la que Jungkook lo hizo. Él se sentía igual de sorprendido, había sido la primera vez que percibía el poder de ese anillo. En los vestuarios, se quitó el neopreno y se dio una ducha templada en la que se deshizo de la sal en pelo y en sus partes más personales. Salió de allí echándose la mochila en la espalda, con Noah masticando una barrita energética. Jungkook comprobó su teléfono, tenía varios mensajes de Yoongi, quien alegaba encontrarse en un bar junto a la academia de surf.

—Vamos por allí —le dijo a su acompañante.

En una terraza exterior, bajo una de las grisáceas sombrillas cuadradas, encontró a Yoongi repantingado en una silla. Con pantalón corto, sombrero y gafas de sol que hacían ver su pálido rostro aún más pequeño.

—¡Hola, Yoongi! —saludó Noah.

Él le saludó con un movimiento de cabeza, Jungkook arrastró la silla de una mesa contigua a su lado y se sentó junto al chico.

—Estoy muerto de hambre, ¿qué hora es?

—Una y media —contestó el más joven.

—Voy a jubilarme —soltó Yoongi de repente.

—Apenas tienes veintiséis años, Yoon —suspiró Jungkook, comprobando el menú la carta.

—Me da igual, me he levantado a las cinco de la mañana y hemos tenido que hacer una expedición a una de las cuevas de la zona montañosa de la isla —dijo con voz rasposa—. Alguien había perdido su sandalia allí, ¡su maldita sandalia! ¿Qué somos, bomberos? ¡No voy a rescatar gatitos de los árboles!

—Pero eso es lo que hacéis, ¿no? Cuando no hay nada más que hacer, quiero decir.

Cuando el camarero se acercó, Jungkook pidió un sándwich mixto y un refresco. Noah imitó su movimiento.

—Escucha lo que tengo que decir, mocoso: con diez cañones por banda, viento en popa a toda vela, no corta el mar, sino vuela, un velero bergantín-

—Yoongi, eso es un puto poema de Espronceda —gruñó Jungkook, interrumpiendo su catarsis—. Aún recuerdo cuando estudiábamos literatura.

—¿Tú siempre tienes que saberlo todo? —formuló su amigo con voz aguda, luego gruñó con su tono—. ¿Por qué siempre lo sabe todo?

—No lo sé, pero él sí que parece que vuela en esa tabla —sonrió Noah—. Tendrías que verlo.

Yoongi arqueó una ceja, él y Jungkook se miraron de soslayo, y su mejor amigo agarró su muñeca izquierda astutamente.

—Oh, me pregunto de dónde habrá salido ese talento —canturreó, balanceando la mano donde llevaba el anillo puesto.

Jungkook apartó la mano y le miró mal. Su talento no era ese anillo, simplemente, le había servido en la ola donde más se lució.

El camarero dejó los sándwiches y refrescos sobre la mesa. Comenzaron a tomar un almuerzo, cuando de repente, Haeri y Leslie pasaron por allí con un par de mochilas deportivas. Les vieron de soslayo, se acercaron para preguntar qué tal les había ido el día, y al final, terminaron sentándose con ellos.

—La Protectora está a reventar —suspiró Leslie—. Jungkook, cuando no te pasas por allí, todo es un caos.

—Iré mañana —aseguró el joven.

—¿Aún no has firmado el contrato? —dudó Haeri.

Jungkook se encogió de brazos.

—Lo firmaré. Voy a hacerlo. Voy a trabajar allí.

—Oh, ¿en serio? —sonrió Noah—. Pensé que aún seguías trabajando en el acuario.

Jungkook se atragantó con la bebida. Yoongi trató redirigir la conversación hacia otro puerto más interesante.

—Oye, ¿dónde está Jesse?

—¿Jesse? —repitió Haeri, haciéndose la tonta—. Ah, pues...

—¿Aún no se lo has dicho? —Leslie pecó de bocazas, su amiga la miró fatal como si desease estrangularla cuando ella siguió hablando—. Se largó de Geoje sin decirle nada. Ni una nota, ni un mensaje de texto. Ni siquiera una petición de amistad en sus redes sociales.

—Ha regresado a Estados Unidos. Supongo —Haeri se rascó la nuca—. Era un tipo ocupado.

—Vaya, se podría decir que las aguas se lo tragaron —satirizó Yoongi, sabiendo que no lo pillarían ni de broma—, quizá se deshizo como el polvo. Puede que fuese un monstruo marino, ¿quién sabe?

—Ah, ¡Jungkook! —Noah tomó la palabra frente a todos, con una amplia sonrisa—. ¿Qué hay de tu pareja? ¿Sigue siendo una sirena?

Su cara sí que fue un poema de Espronceda. Haeri clavó los ojos sobre él y Leslie se encendió un cigarro sin darle mayor importancia. Para ella, que Jeon Jungkook fuera gay sólo aclaraba por qué estaba tan bueno y era tan encantador. Él ya estaba fuera de su liga mucho antes.

—No. Nada de eso.

—Su traje estaba bien conseguido —Yoongi apretó su hombro con una mano, tratando de improvisar algo para cubrirle—. Ahora está en Busan, ¿no? Buenas playas, mejores exhibiciones. Es un profesional.

—Sí, sí.

—Guay.

—Genial —agregó Haeri, hundiéndose en su silla.

Las chicas se tomaron unas cervezas con ellos y algunos aperitivos. Yoongi terminó pidiéndose una hamburguesa casera que devoró de cuatro bocados. Cuando se levantaron, mencionó que tenía tortícolis, se separaron amistosamente; Haeri tenía que trabajar más por la tarde, Leslie tenía asuntos familiares y Noah se fue a casa (era su día libre). Jungkook y él buscaron el coche de Yoongi perezosamente, atravesando la calle.

—Qué pesado es ese crío, ¿es que no tiene padres?

—Yoon, es mayor de edad. Trabaja en el maldito centro marino de auxiliar, su padre era uno de los veterinarios. Te lo he dicho mil veces.

—Oh, claro —su amigo pelinegro desbloqueó el coche y entraron.

Volvieron a encontrarse en el interior. Yoongi de piloto y él de copiloto. Jungkook dejó la mochila húmeda sobre sus propias rodillas, dejó caer la cabeza hacia atrás, extenuado.

—Solo lo digo porque, ya sabes, últimamente, siempre estás con él —metió la llave en el contacto y arrancó el motor.

Jungkook abrió la boca, giró la cabeza y pestañeó.

—¿Estás celoso?

—¡¿Qué?! ¡No!

Yoongi estuvo a punto de ruborizarse. A punto.

—He superado que salieses con una sirena. Creo que puedo superar que ahora tu mejor amigo sea un mocoso.

—Él no es mi mejor amigo.

—Ya, claro —refunfuñó su compañero—. Por eso ahora surfeas con él todos los fines de semana.

—Sólo han sido dos sábados, Yoon.

—Y un domingo.

Yoongi hizo una mueca, movió el volante poniendo en marcha el coche y el azabache soltó una risita holgazana. En veinte minutos llegaron a casa, Jungkook estaba tan fatigado por el ejercicio físico que subió la escalera, dejó la mochila en el marco de la puerta de su dormitorio, se quitó las deportivas y se lanzó sobre la cama. Había comido bien y se encontraba en paz, por lo que no fue muy difícil dejarse llevar por los brazos de Morfeo. Fue Yoongi el que tiró de la cremallera de su mochila y sacó su neopreno, se lo llevó al porche para colgarlo.

En el sueño del más joven, se encontraba frente a un océano muy profundo. El agua llegaba por sus tobillos, pero tiraba de él, deseando absorberle hacia sus entrañas. Susurraba desde las profundidades, frío, helado, salvaje y temible. Una terrible talasofobia le invadió cuando una boca gigante se abrió al fondo, como un portal a un infierno oscuro. Se tragó la arena, el agua y succionó hasta arrastrarle a él. Se despertó repentinamente, con el cabello pegado a la nuca.

Eran más de las nueve de la noche y el sol se había puesto. En su mesita de noche, lo único que brillaba era el diminuto frasco de lágrimas de sirena, que resplandecían con luz propia junto al corazón de coral que una vez talló y que Tae dejó bajo su almohada. Jungkook se levantó de la cama sacudiéndose el cabello despeinado con una mano. Tras el cristal de su ventana, sólo quedaba una playa vacía, el mar oscuro, de suave oleaje. Un vecino sacando a pasear su perro, el cual corría tras una pelota y regresaba a él con el juguete en la boca. Salió de la habitación, no había luz en la casa; excepto por el cuarto de Yoongi, el cual resplandecía suavemente. Asomó la cabeza y le vio frente al ordenador, revisando algo.

—¿Cenaste?

—Sí. Dejé algo para ti en el microondas —contestó sin mirarle—. Caliéntalo.

Jungkook bajó la escalera, pasó del salón y de la cocina americana y salió de casa por la puerta del porche. Pasó frente a la calta plantada de Yoongi y se sentó tras los arbustos, sobre la arena, frente al sereno mar. Observó el paisaje nocturno y marítimo. Estrellas plateadas en el cielo, con la luna llena. Las ventanas de las casas vecinas resplandeciendo suavemente a muchos metros. El perro y su dueño ya se habían ido, ahora estaba solo. Solo. Extrañando intensamente a alguien a quien el mar se había llevado.

«Volveré, volveré a ti», recordó su voz con nitidez. Su beso en la playa, su sonrisa, sus ojos.

Enterró los dedos en la arena.

—Vuelve —susurró.


*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Libro publicado en formato físico en Amazon. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo en Patreon.com/chispasrojas


Namjoon dio uno último sorbo de whiskey a su bebida. Abandonó el vaso sobre la barra y salió del bar-restaurante en plena noche. Con la luna llena, pudo sentir aquel susurro nuevo, penetrando en su mente, como un parásito psíquico que no cesaba. A un lado el mar, al otro, la ciudad nocturna de Busan. Frente a él, varios árboles y matorrales oscuros que comenzaron a sacudirse relevando una figura.

—Aléjate —le dijo ásperamente.

—Me prometiste a una —dijo la mujer, su cabello tan rojo como el carmín, tez blanca, y hermosura afilada. Toda una mentira.

—Se fue.

—No se fue, la perdiste, ¡dejaste que se la llevaran! ¡Iba a ser mía! —vociferó con una monstruosa deformación de su voz.

Namjoon metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y de repente, sacó un arma. Un revolver plateado de seis balas. Un arma inútil.

—Lárgate, demonio del mar —pronunció con voz grave—. O lo lamentarás.

Ella sonrió como un auténtico demonio. Sus ojos se volvieron amarillos, sus iris, tan rasgados como los de un reptil. Pronto, su susurro se metió en el oído del humano.

—Líder de un acuario vacío, de frío corazón humano, abandonado en la orilla, con un amor maldito. Sigues esperándole cada mañana, pero no volverá. Sólo yo puedo traértela y ahora, vivirás de una promesa que jamás se cumplirá —repitió el ser, clavando la tortura de sus palabras en sus células—. Pobre demonio de la tierra, solo, abandonado, con un amor maldito que le dejó descorazonado.

A Namjoon le temblaron los dedos, pero disparó. La bala rebotó contra una pared y el bronco sonido retumbó con fuerza en los alrededores, perturbando a la gente del bar. Él escuchó varios gritos, miró su propia mano: el arma usada. Volvió a dirigir sus pupilas a esos arbustos. No había nadie. Nada.

Salió corriendo para buscar su auto, pero por mucho que huyese de Geoje. Por mucho que se escondiera entre el alcohol y las calles de Busan, en esa suite donde el hielo y las botellas de vino tinto aliviasen su consciencia, volvería a encontrarle. Nerissa jugaría con él hasta que se volase la cabeza.


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Un día más tarde, isla de Geoje

Jungkook firmó su contrato en la Protectora Marina de la isla. Una decisión que había meditado profundamente tras pasar demasiadas horas en ese centro. Necesitaba pasar página después de lo del acuario y sus manos veterinarias eran buenas, todo el mundo le quería allí, con las focas, con las tortugas, o con el perro de Noah que poco o nada tenía que ver entre todo aquello.

—¡Buenas tardes, doctor Jeon! —se despidió uno de los muchachos.

—Doctor Jeon —murmuró él, saliendo por la puerta.

Sonaba demasiado bien. Más de lo que se hubiera esperado.

—¿Doctor? —repitió entre sus labios, sin poder creérselo. Técnicamente, sí que tenía un doctorado en cuidados a mamíferos marinos, pero nadie le había llamado doctor hasta ese momento.

Un conocido se cruzó con Jungkook a la salida del trabajo, Hyunjin, a quien semanas atrás conoció gracias a la academia de surf a la que acompañó a Noah. Hyunjin era instructor, le chiflaban las tablas, el mar y tomar el sol. Con el cabello largo, rubio, piel bronceada, ojos rasgados, labios gruesos y buena forma física, a todo el mundo le parecía guapísimo. Tanto que, podía competir con Jungkook, sin mucho esfuerzo. Aunque él tampoco lo intentaba demasiado.

—¿Quieres verlo? Es una pasada, lo estoy vendiendo, pero está como nuevo. Fue de mi padre.

Jungkook se fue con él hasta el puerto (no quedaba muy lejos), por el camino, compró un perrito caliente con mostaza y lo devoró. En la ciudad, había una zona de muelles sólo para yates privados. Hyunjin le llevó hasta un pequeño yate con camarote, estaba impecable, de un blanco bien cuidado, madera lacada. La zona de la cubierta tenía una mesa atornillada al suelo, y dentro, una cabina de mandos.

—El motor está genial, lo cambié hace tres años.

—¿Lo usabas para pescar? —Jungkook acarició el volante con una mano.

—No, no —sonrió Hyunjin—. Para emborracharme.

El pelinegro le miró de medio lado, esbozando una ligera sonrisa.

—¿Emborracharte?

—Bueno, me juntaba con cinco o seis, cogerte una cogorza en alta mar es una maravilla —soltó el chico, provocando una risotada en ambos—. Pero tienes que tener cuidado con no lanzarte por la barandilla.

Jungkook abandonó la pequeña zona techada de mandos y bajó la escalerita. Abajo, se encontraba una zona cerrada con un sofá circular y una mesa. Un baño diminuto y una habitación muy estrecha con dos camas.

—Tampoco te recomiendo echar un polvo ahí dentro —Hyunjin apareció tras su hombro—. En serio, es una locura si hay oleaje. Pero enrollarte en el sofá está guay.

El pelinegro esbozó una sonrisa, volvió a subir la escalera y Hyunjin le dijo algo como que su padre se compraba un cacharrito de esos cada cinco años. El más grande se lo quedó su hermano. Ahora él estaba vendiendo ese, deseando comprarse una moto acuática (estaba sacándose la licencia).

—Vale, pues, ¿cuánto me darías? —le preguntó a Jungkook junto al puerto.

—¿Qué? —parpadeó.

—Que... ¿estás interesado, o...?

El chico se percató de que, en realidad, estaba vendiéndole aquel pequeño barco. Él había ido hasta allí sólo por curiosidad, no pensaba que le alcanzase el presupuesto.

—¿Por cuánto me lo dejas?

—120 millones de wons. Un precio justo.

—¿Ciento veinte? Venga ya, apenas llegué a Geoje hace unos meses —sonrió Jungkook.

Lo dijo con tanta naturalidad, que Hyunjin se lo bajó a cien. Jungkook tenía un colchón de dinero gracias a sus antiguas becas y el dinero que se guardó en Busan, gracias al apoyo económico de sus padres. Pero cien millones de wons era demasiado.

—Díselo a ese amigo tuyo, si no —insistió Hyunjin y cruzó los brazos—. Seguro que pone una parte de lo que necesitas.

—¿Noah?

—Ah, no, no. El expedicionario, ¿cómo era? —vaciló un instante.

—Yoongi.

—Ese.

Jungkook se pasó una mano por la mandíbula. No sabía si Yoongi estaría interesado en un yate, puede que sí, puesto que él odiaba a la humanidad tanto como a sí mismo. Él ganaba bien, aunque, en términos económicos, no sabía muy bien hasta qué punto podría interesarse por un yate.

—Hablaré con él —decretó Jungkook tras una reflexión.

—Bien, tienes mi número —esbozó otra sonrisa.

Hyunjin le invitó a tomar algo mientras paseaban por el puerto, él aceptó amistosamente. En lo que caminaban, un colega de Hyunjin apareció y requirió su atención. Entró en una nave donde bajaban cargamento, pidiéndole a Jungkook unos minutos. Él se quedó cerca de la entrada, comprobando su teléfono. Por la hora que era, decidió decirle a Hyunjin que debía marcharse. Le tocaba preparar el almuerzo y ni siquiera había pasado por el supermercado.

Sin embargo, un chapuzón en el agua le hizo girar la cabeza. Se quedó atónito, cuando vio deslizarse algo bajo la superficie. Su corazón casi le atragantó, Jungkook se acercó al borde e inclinó la cabeza.

Había visto algo, estaba seguro. Segurísimo. Una aleta azul, el resplandor de unas escamas brillantes bajo el agua. El agua se onduló de momento y él abrió mucho los ojos. Guardó en teléfono en su bolsillo y siguió la ondulación hacia otro lado. Movió la cabeza en ambas direcciones, esperando que nadie estuviese viéndole. No había casi nadie por allí a esa hora, pero la sombra fue hacia un lugar nada transitado, y en una esquina, tras unos enormes contenedores metálicos vacíos, emergió una cabeza.

Jungkook exhaló su aliento, sus comisuras se curvaron y sus labios revelaron una sonrisa. Cabello azul empapado, gotas de agua recorriendo su rostro, facciones alargadas, ojos líquidos, escamas esparcidas por un lado de su hombro, en una clavícula y bajo el cuello, recubriendo su sistema respiratorio de branquias. Su propio corazón humano intentó salir por su garganta, Jungkook se arrodilló, creyendo que era un espejismo. Que no estaba allí. Que estaba soñando. El mejor sueño que tuvo desde su marcha.

—¿Qué haces aquí? —murmuró.

—Estaba buscándote —sonrió la sirena—. El anillo, ¿recuerdas? Puedo sentirlo.

El joven asintió con la cabeza, la distancia entre ellos, el medio metro que les separaba entre el agua y la superficie le hizo verse agobiado. Taehyung alargó una mano fuera del agua y Jungkook enlazó la suya. Los dedos de la sirena se encontraban a la misma temperatura del agua fría, húmedos, bajo su mano cálida y seca.

—Has tardado —susurró, casi como en un lamento—. ¿Pudisteis destruir la...?

—El viaje fue largo, pero la llevamos hasta allí —le aseguró Taehyung—. Ya no queda rastro de ella.

—¿Y Jimin?

—Mi hermana debe pisar tierra a cada poco. Me separé de Jimin en una orilla, hace horas.

Los iris de Jungkook le acariciaron. No sabía si Taehyung iba a salir del agua o no, pero no le importaba. En ese instante, soltó su mochila, su teléfono, sus zapatos e incluso se quitó la sudadera.

—¿Qué haces? —Tae sonó más ingenuo de lo que pensaba.

Jungkook le miró desde arriba, con una camiseta fina y blanca, los jeans holgados de un azul claro.

—Unirme a tu medio —declaró, se incorporó y se lanzó al agua de cabeza.

La sirena no se lo esperaba, pero la impulsividad del azabache se le hizo más que divertida. Soltó una risita y se sumergió tras él. Jungkook entró de cabeza, con los brazos abriéndose en forma de aspa. El cabello de un negro brillante, de mechones largos e ingrávidos bajo la superficie. La ropa flotando alrededor de su cuerpo, el ombligo desnudo con suaves abdominales sobre este.

Taehyung le rodeó como la primera vez que pudieron verse, bajo el agua, su tamaño era mayor al de un humano, con una fuerte y musculosa cola azul de ágil y bella aleta. Las escamas resplandecían en él, salpicándole con los tonos marinos más hermosos. Jungkook era blanco, de una terrible humanidad a su lado. Sus dedos se extendieron, tomó el rostro de la sirena y sus cuerpos se acercaron lentamente.

Sus labios liberaron unas burbujas, los de Taehyung nada, si bien permanecieron entreabiertos hasta posarse sobre los del pelinegro. Un sello, un beso corto que tan sólo duró unos segundos. Jungkook sonrió en él, y recuperando unos cuantos centímetros, sus yemas acariciaron el sedoso cabello azul de la criatura de grandes ojos rasgados que le observaron con detenimiento. Las yemas de la sirena se deslizaron por uno de sus angulosos pómulos.

No podía decirle nada ahí abajo, pero hubiese deseado expresarle a Jungkook que tanto adoraba sus pómulos, sus labios rosas y sus ojos profundos y castaños. Salieron a la superficie y él tomó aire. Taehyung también lo hizo con los pulmones en funcionamiento. Volvió a rodearle con encanto, acariciándole con las escamas de su dura cola alrededor de sus piernas.

—Estás loco —expresó Tae con una juguetona diversión—, ¿ahora no temes entrar en mis aguas? Qué ingenuo, podría arrastrarte lejos de tus cosas. Podría secuestrarte lejos de este puerto.

Sus dedos se enlazaron bajo el agua, estaba helada, pero Jungkook sonreía felizmente y parecía estar encontrando un punto de humor en todo aquello. Le recuperó en sus brazos, como si la sirena fuese una criatura pequeña. Su sirena. Y con el corazón palpitando en el pecho —ambos corazones—, Tae acarició su mentón y se dejó arrastrar por la superficie suavemente. Sus piernas y su cola uniéndose y un precioso encuentro.

—Ahógame con un beso, si es lo que quieres —suspiró el humano con una devoción que ni él mismo se esperaba.

Sonó demasiado teatral, pese a que Jungkook se moría por ser besado y Taehyung por convertirse en el cruel verdugo de sus tiernos labios.

—Resfriarás —se preocupó por él—, deberías salir del agua, no llevas el neopreno.

El pelinegro negó con la cabeza. Taehyung enredó los brazos alrededor de su cuello y apoyó su frente contra la suya.

—Te he extrañado —confesó le peliazul casi como si fuera un secreto.

—Y yo a ti.

—Te prometí que volvería.

—Lo sé.

—Quiero estar contigo.

—Si sigues hablándome así, serás tú el que tenga que arrastrarme hasta la orilla —bromeó Jungkook.

Su sonrisa era preciosa, agradable, su calidez debilitaba sus células. Taehyung sujetó su nuca, mucho más serio, concentrándose en su rostro, en sus brazos, en sus ojos.

—No he dejado de pensar en ti, en la última vez que nos vimos —dijo.

—Tae...

—¿Podemos estar ahora juntos?

—Dios —suspiró el pelinegro, sujetó su rostro como si fuese algo frágil—. Me quedaría a tu lado, así la sal resecase mi piel y el agua me convirtiese un trozo de corcho.

Tae sonrió un poco, a él le parecía maravilloso tenerle ahí. En el agua, para él. Y su dopamina le hacía pensar que quería nadar en mar abierto con Jungkook, divertirse en una orilla y jugar como lo hicieron en el acuario en el que se conocieron. Pero en ese momento, quería tener piernas, como él.

Jungkook escuchó unas voces y miró hacia un lado, los dos se movieron casi bajo el muelle, esperando que nadie les descubriera.

—Tengo que tomar mis cosas —formuló Jungkook en voz baja—, ¿podemos vernos en casa? ¿Sabrás ir hasta allí?

—Sí —contestó la sirena—. ¿En la orilla?

—Ahí.

Jungkook besó dos yemas de sus dedos, la del índice y su vecino, llevó los mismos dedos hasta los labios de Taehyung creando un beso indirecto.

—Te espero allí.

—Más bien, yo te esperaré —sonrió el peliazul—. Soy mucho más rápido de lo que crees.

El humano se rio un poco, no dudaba de ello; se le hacía fascinante pensar en que él podía rodear la isla y acabar en otro lado mucho más rápido de lo que Jungkook atravesaba la ciudad y se dirigía hacia las aisladas casas de su zona.

—¿Quieres que te achuche? —preguntó Tae de repente.

—¿Hmnh?

—¿Puedes subir sólo a la superficie? Está alto.

—Claro que puedo, ¡je!

Jungkook le miró como si fuese un desafío. ¿Estaba subestimando su buena forma? Se largó de allí antes de que Taehyung le matase por una parada cardíaca de adorabilidad. Subió por el bordillo fácilmente, aunque estaba empapado. Camiseta, pantalón calado hasta los huesos, sacudió la cabeza como un perro mojado, con cabello negro y húmedo ondulándose sobre su frente. Suerte que había dejado allí los zapatos, la sudadera y mochila, antes de precipitarse hacia el elemento de su sirena.

Se colocó la sudadera y se anudó las deportivas, pensando en Hyunjin. Le había dejado totalmente colgado (ya pondría alguna excusa otro día). En ese momento, se echó la mochila al hombro y miró a Tae de soslayo, quien se asomó tímidamente y con mucho encanto. Jungkook guiñó un ojo, su cola se sumergió en el agua y su silueta se desvaneció en los más profundo. Se alejó de allí para encontrar a su cita donde habían quedado. El corazón de Jungkook latió con fuerza, y él atravesó el muelle con pasos rápidos.

*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Libro publicado en formato físico en Amazon. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo en Patreon.com/chispasrojas

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