Capítulo 17

*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Libro publicado en formato físico en Amazon. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo en Patreon.com/chispasrojas.

Capítulo 17. Partida

El teléfono de Seokjin comenzó a vibrar sobre la mesa. Eran más de las doce de la noche y él estaba a punto de meterse en la cama. No podía ni imaginarse todo lo que descubriría una vez descolgarse esa llamada entrante de Jeon Jungkook. Cuando se llevó el auricular al oído, escuchó una voz distinta. Supo que era la sirena, por su forma de pronunciar las palabras. Por su breve explicación. Por la seguridad de su tono. Le necesitaban y no había espacio a preguntas. La vida de Jungkook era más urgente que todo eso.

—Os veré allí —aseguró Seokjin, con un pálpito molesto.

En la madrugada, condujo hasta el hotel céntrico de Busan. Llevaba el tomo en el bolsillo interior de su elegante chaqueta. Estacionó en el párking y bajó del coche para dirigirse a la entrada del hotel. Encontró a dos chicos, uno de ellos, con el rostro de Taehyung. Cabello distinto, pero mismas facciones alargadas, de inconfundible belleza y piel tostada. El segundo joven no lo había visto en su vida, pero también era rubio y parecía mucho más frío, de belleza cruel y afilada.

—¿Devoradores de sirena? ¿Son reales? —exhaló Seokjin tras escuchar la historia.

—Necesitamos tu tomo para salvar su vida —expresó Taehyung.

—¿Puedo verle?

—No —esta vez habló Jimin—. El tomo —exigió—. Podemos hacerlo nosotros, no necesitamos vuestra ayuda.

—Jimin —Tae tocó su antebrazo, tranquilizándole. Luego volvió a dirigirse a Seokjin, mediando entre ellos—. Cada hora que pasa, Jungkook está más cerca de la muerte. Necesitamos saber cómo quitarle esa caracola.

—Está bien —aceptó el humano, sacó el tomo del bolsillo interior de su chaqueta y lo mantuvo entre sus dedos—. Pero a cambio, quiero ver el segundo. Necesito leer algo.

—¿Qué? Tú ni siquiera podrías leerlo, está en un idioma antiguo —dijo Jimin con desprecio.

—Lo estudié —expresó Seokjin con seriedad—. Entiendo la mayoría de lo que está escrito, excepto las runas.

Jimin apretó la mandíbula, sacó su libro y se lo ofreció a Seokjin, a cambio del primer tomo. El intercambio fue justo y rápido. Seokjin les acompañó hasta el hotel, subieron a la planta y Jimin entró en la habitación para buscar lo que fuera acerca de la caracola de Mera.

Tae vio a Seokjin ojear el libro, también le miró de reojo e intentó expresar lo muy sorprendido que se encontraba de verle con un par de piernas.

—Jamás pensé que tu esencia híbrida se activaría, ¿cómo lo habéis hecho? —le preguntó fascinando.

La sirena no le respondió. Hablar de sentimientos no era fácil, y a pesar de que estuviera allí, Seokjin seguía siendo un humano para él. A Tae sólo le agradaban realmente Yoongi y Jungkook, después de todo.

—Ven, quiero que le veas —dijo Tae.

Jin le acompañó al interior de la habitación, Jungkook estaba envuelto en sudor a esa hora, pálido, sin color en los labios y pómulos. Una sola lámpara alumbraba el dormitorio. Seokjin dejó escapar su aliento, observando la escena. Justo después, él y Yoongi se miraron.

—Hola.

—Hola —Seokjin le identificó de inmediato—. Tú debes ser... su amigo.

—Y tú, el capullo de Jin —suspiró el segundo.

—Veo que no estáis en vuestro mejor momento —valoró el mayor.

—Me lo dices o me lo cuentas.

Jin volvió a posar sus pupilas sobre Jungkook. Taehyung se sentó junto a su regazo, entrelazando los dedos de su mano.

«Así que era eso», acertó el hombre. «Se habían enamorado. Eso era lo que debía activar los corazones de las sirenas, su esencia híbrida les proporcionaba piernas».

—¿Qué es eso? —formuló en voz baja, con los ojos sobre la caracola.

—Un parásito que va a matarle —murmuró Yoongi con una voz apagada.

Jimin encontró el dibujo de la caracola de Mera en el tomo, detuvo su paso de páginas y lo leyó.

—Lo tengo —dijo, levantándose de la silla—. La caracola de Mera puede soltar a su anfitrión con un ritual, necesitamos escamas de sirena, sal, sangre y agua de mar. Tenemos ocho horas antes que le succione el corazón.

—¿Ocho? Han pasado cuatro —respiró Taehyung.

—Bien, pues no perdamos tiempo —habló Yoongi.

—Esperad, tengo el coche en el párking —intervino Seokjin, pasándose una mano por la mandíbula—. Podemos llevarle hasta una playa vacía, conozco una bahía que...

Todos le miraron con cierta desconfianza, excepto Taehyung. Él se levantó de la cama y fue hacia Seokjin.

—¿Sí? ¿Estaremos en paz allí?

—Os lo prometo.


*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Libro publicado en formato físico en Amazon. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo en Patreon.com/chispasrojas


La bahía azul era una playa de varios kilómetros que sólo se utilizaba para recoger moluscos. La tierra no era fina, su tono era mucho más oscuro, el terreno estaba completamente vacío. La gasolinera más cercana quedaba a un kilómetro, sin casas, cabañas, o tiendas, más que la zona montañosa recubierta de árboles en la que se sumergía uno de los lados de la isla.

Sacaron a Jungkook cuidadosamente, extendieron una manta de cuadros sobre la arena y posaron su cuerpo allí. Jimin llevaba encima lo necesario, varios cuencos de madera que adquirió en una tienda de suvenires, una cantimplora, un paquete de sal gruesa, varias mantas extras, y un saco de leña y carbón que compraron en la gasolinera.

Seokjin había aparcado el coche cerca de la playa, Jimin sacó todo en una enorme bolsa de tela.

—Eh, te dejas el saco de leña —mencionó Yoongi, echándole un ojo al maletero.

—Servirá para encender el fuego. Cógelo.

El humano agarró el saco y maldijo a Jimin mentalmente. Aquello pesaba como el infierno. Mientras la sirena lo colocaba todo sobre una de las mantas, Seokjin releía la información de la caracola de Mera en el segundo tomo que el ojiazul dejó en sus manos.

—En ese cuenco, la sal —señaló Seokjin—. En ese otro, las escamas de sirena. En el tercero, el agua. Ah, necesitamos hacer fuego.

Yoongi dejó caer el saco sobre la arena.

—A mí no me miréis, yo no escupo fuego —jadeó.

—Llevo un encendedor encima —Jin se encogió de hombros—. Montemos esa hoguera. No tiene por qué ser muy grande.

Los dos humanos se pusieron manos a la obra, y en unos minutos, lo dejaron todo preparado. Yoongi fue a llenar un recipiente con agua salada a la orilla. Jimin dejó todo preparado, tomó el recipiente de agua, rellenó un cuenco y se detuvo.

—¿De dónde sacaréis las escamas? —dudó Seokjin.

—Serán mías.

—¿Vas a transformarte? —respiró Taehyung.

—No importa. Me secaré rápido —alzó la cabeza, hablándole con seguridad—. Tú te encargas de la sangre.

—Pues si alguien va a convertirse en sirena, que sea rápido —insistió Yoongi, mirando el reloj de su muñeca—. Amanecerá en una hora, y no podemos usar más veces la excusa del cosplay.

Jimin desabrochó su pantalón de tela, lo bajó por la cintura y se lo sacó. A Yoongi casi se le desencajó la mandíbula, sus piernas eran finas, de blanca y sedosa piel. Se sacó el jersey por encima de la cabeza y lo dejó caer junto a la otra prenda. Se sentó sobre la arena en ropa interior y pensó que sería mejor mirar hacia otro lado. El joven ojiazul agarró el recipiente de agua y se mojó las piernas. La transformación se demoró unos segundos. Seokjin no sabía qué diablos estaba pasando o a qué venía aquel repentino estriptis. Pero de repente, la arena se levantó, sus piernas se unieron rasgando la prenda interior y su longitud creció notablemente, cubriéndose de brillantes y delicadas escamas.

Sus ojos nunca vieron nada igual, se quedó sin aliento, impresionado por la sublime extremidad marina insertada de escamas como joyas rosadas. Yoongi giró la cabeza y se sintió mareado. El cabello de Jimin seguía siendo dorado, si bien parecía más blanco. Su cola era tan rosa como una puesta de sol, del tono pastel, con reflejos de tintes dorados y más cálidos en la enorme aleta.

Taehyung en su forma de sirena era increíble, precioso, un hijo del mar. Pero Jimin, parecía una pieza delicada, un trozo de seda de dulce bailarina marina, lejos de su aparente frialdad.

—¿Quieres que lo haga yo? —Tae se arrodilló junto a la sirena—. Será rápido.

—De acuerdo, se regenerarán, no te preocupes —contestó Jimin con suavidad.

Taehyung arrancó tres escamas sin pensárselo, cuya punta enrojecida debió haber estado enterrada bajo la dura dermis de su cola.

—¿Así está bien?

—Déjalas ahí —señaló su compañera, sobre la arena—. Ahora, la sangre.

Frente a la pequeña fogata, Yoongi sacó su navaja plateada. Taehyung le ofreció su mano, con la palma extendida.

—Lo siento.

—Tranquilo —Tae tocó su hombro afablemente—. Hazlo, cicatrizo rápido.

Yoongi hundió la hoja en su mano, atravesó la longitud con un pulso endeble, comprobando como se llenaba de sangre. Taehyung cerró la palma y dejó caer las gotas sobre el último cuenco vacío. Siete gotas, según el tomo.

Mientras tanto, Seokjin le pasó una toalla a Jimin para que secase su cola.

—Es fabuloso. Nunca había visto una transformación así, ¿qué es lo que os hace mantener vuestra fisiología híbrida?

—Cierra la boca, humano. Eres de esos científicos, ¿no? —Jimin se mostró irascible—. De los que os creéis que podéis meter vuestras manos en nuestro Mar del Este. Pronto, despertareis a las peores de las criaturas sedientas de vuestra sangre mortal.

Seokjin alzó ambas cejas, tomó nota mental: no hablarle a esa sirena. Si había alguien irascible y con más dientes que un tiburón en esa playa, era él. Cuando lo tuvieron todo preparado, arrastraron la manta sobre la que yacía Jungkook frente a los recipientes, con la hoguera tras ellos. Taehyung se arrodilló, tomó el pequeño libro y lo posicionó frente a él. Musitó las runas, unas palabras en otra lengua, dedicadas a la caracola de Mera. Las repitió una, y otra vez, hasta que las llamas titilaron. Súbitamente, se volvieron azules, de un azul índigo, helado como las profundidades del mar, como la brisa salada de esa madrugada mientras una fina línea solar se asomaba tras el desierto horizonte marino.

—¡Ahora! —exhaló Jimin—. ¡Funciona!

La caracola absorbió el azul de las llamas, el agua se evaporó, la sal se consumió, la sangre hirvió hasta desparecer y las escamas de sirena, se deshicieron.

Taehyung sintió la vibración de la caracola, se inclinó sobre Jungkook y la tomó con una mano. Su textura dorada estaba helada, como un glaciar. Poco a poco, los filamentos que perforaban el pecho del chico dejaron de hurgar, se soltaron, perdiendo la fuerza parasitaria que trataba de excavar en él.

Retiró el artefacto, cuya boca llena de sangre movió unos peligrosos filamentos en su dirección. Taehyung la lanzó hacia el otro lado de la playa, se inclinó sobre un Jungkook pálido, recubierto de una capa de sudor.

—Jungkook...

Yoongi pateó los recipientes y se arrodilló a su lado.

—¿Está vivo? Jungkook, despierta.

—Esa herida es profunda —respiró Seokjin, horrorizado—. Está perdiendo sangre.

—Mi pantalón —Jimin se arrastró por la arena, clavando los codos. Metió la mano en el bolsillo y sacó un diminuto frasco relleno de un líquido resplandeciente—. ¡Taehyung!

Su hermano no tardó más de unos segundos en ir hasta él, agarró el frasco sabiendo perfectamente de qué se trataba.

—Utilízalas. Son mías.

A Taehyung le temblaban las manos cuando sacó el tapón de corcho. Derramó unas cuantas gotas sobre el pecho de Jungkook, que se deslizaron sobre su herida. Rápidamente, comenzó a sanar.

—¿Qué es eso...? —formuló Yoongi en voz baja, junto a él.

—Lágrimas de sirena —reconoció Seokjin con los ojos muy abiertos.

Tae asintió, abrazó el cuello de Jungkook con la llegada del amanecer. Las madrugadas siempre eran frías, y frente al mar, la temperatura se volvía húmeda. La punta de la nariz se le heló, así como la falange de sus dedos y los pies. Nunca tuvo tanto miedo, ni siquiera la vez que le atraparon o que Kim Namjoon le amenazó cuando aún estaba cautivo.

Antes de que Jungkook despertara, frente al mar del que una vez había salido, supo que ni las olas ni la marea, podrían enfriar su corazón. Si le perdía, no se congelaría, ni desactivaría. Se fracturaría, se acercaría a la orilla sólo para convertirse en espuma, con la esperanza de algún día verse arrastrado hasta una orilla tan cálida como esa mañana que despertó con él en el sofá.

—Ha vuelto —dijo Jin en voz baja.

Lo primero que el chico soltó fue un mugido, débil, casi inaudible. Yoongi clavó las rodillas frente a su costado, apretó su hombro y derramó unas lágrimas en su mejilla como un mocoso. Taehyung sólo se incorporó para verle abrir los ojos, apartó la tela de su camisa blanca, sin chaleco, hecha girones, manchada de sangre, sudor y arena. Tocó la cabeza de Yoongi para consolarle y la mejilla de Jungkook con un par de dedos suaves. Su herida se estaba curando a una velocidad inestimable, el rubor de sus labios volvía lentamente, si bien él parecía cansado, débil, aturdido, desorientado.

—Su temperatura está bajando —dijo Tae.

Seokjin les acercó una manta, le cubrieron ligeramente mientras Jimin recobraba su forma humana y volvía a vestirse. A Jungkook le costó un poco estabilizarse en este mundo, se incorporó poco a poco con la ayuda de su mejor amigo y Tae. Cada uno sujetó un brazo, Tae dejó caer la manta sobre sus hombros y peinó su cabello negro y húmedo con los dedos.

—¿Estás bien? —le preguntó Yoongi—. A partir de hoy voy a puto patear todas las caracolas que vea.

Su amigo sonrió débilmente, sin decir nada.

—Es como un sedante —Jimin se abotonó el pantalón en la cintura—. Se le pasará.

Taehyung abrazó su espalda.

—No importa, estás con nosotros. Es lo importante.

—Casi preferiría no estarlo —bromeó Jungkook, tocando la nuca de Yoongi—. ¿Sabes lo feo que estás cuando lloras?

—Calla, bella durmiente —contestó el otro humano—. Casi nos matas a todos del susto.

Jungkook se rio un poco, también Taehyung, sin soltar su espalda con las manos enlazadas sobre su pecho. El azabache no tardó demasiado en advertir que Seokjin estaba allí, de pie, sobre la arena, a unos pasos de ellos, como si no desease perturbarles.

—¿Jin? —exhaló, incrédulo.

¿Cómo había llegado hasta allí? ¿Lo sabía todo? ¿Les había ayudado?

—Jungkook —sonrió afablemente—. Parece que hay cosas de las que tenemos que hablar.


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Jungkook estaba débil, apenas podía caminar por el desgarro del gemelo. Se sentó en el coche de Seokjin, donde Tae acarició su nuca mientras volvían a casa. Yoongi abrió la puerta del hogar, Jimin les siguió. Los cinco se reunieron en casa, pudieron cambiarse de ropa y recuperarse de esas últimas ocho horas en las que no habían dormido ni probado bocado.

En un rato, Yoongi sirvió unos tallarines con verduras y pollo frito con salsa teriyaki.

Jungkook se metió los tallarines en la boca, se había duchado, aún tenía un extraño hormigueo en el pecho, una herida sonrosada que cicatrizaba a una increíble velocidad, y la pierna vendada. Tae se sentó a su lado para su desayuno-almuerzo, había aprendido rápido a tomar los palillos, pero más que alimentarse, ese rato estuvo pendiente de Jungkook como si quisiese cuidarle.

—¿Conocías a esos devoradores? Escuché que dijiste sus nombres —le preguntó Jungkook a Jimin.

Jimin cruzó las piernas, les observó desde la silla con un rostro reflexivo.

—Zaázil y Nicté son viejos devoradores de sirena —dijo—. Uno de sus compañeros es un rastreador que me ha estado siguiendo como una hiena.

—Espera, ¿queda uno de esos, ahí afuera? —formuló Yoongi—. ¿Y dices que es el que está siguiéndote el rastro?

—Me siguió en Busan, le descubrí acechándome. Una vez —sonrió por algún motivo—, hace dos años, intenté matarle. Pero se tiró al agua y desapareció.

—Sabían que el cristal estaba allí —suspiró Jungkook—. Estoy seguro de que nos estaban esperando.

—Haeri te dijo que estaba saliendo con ese tipo. Le tuvimos en nuestras narices —dijo Yoongi.

Jungkook le miró fijamente, como si acabase de decir algo perturbador.

—No, ella no está implicada en eso —razonó.

—¿Cómo lo sabes? —dudó su amigo.

No supo cómo responderle, pero Jimin se adelantó con una queja:

—Ah, ¡venga ya! ¿Estáis diciendo que ya habíais visto a Zaázil?

—Come —escuchó a Tae decirle cerca de su oreja.

Jungkook movió los palillos y sorbió el resto de sus tallarines, llenándose las mejillas. Miró a Taehyung de soslayo, advirtiendo que él no quería saber nada más de todo eso. Sólo quería verle recuperado.

—¿Quieres agua?

—No.

Tae pasó una mano tras sus omoplatos, acariciándole. Inclinó la cabeza y apoyó una mejilla en el borde de su hombro. No le dijo nada más, pero Jungkook soltó su plato y posó una mano en su rodilla, notando algo más en él. ¿Se sentía culpable? ¿Tanto había temido perderle por ese estúpido parásito?

—Bueno, tú. Dame el tomo que me pertenece —soltó Jimin.

Lo siguiente que presenciaron fue a Seokjin y él discutiendo sobre los tomos.

—Si pudiera hacerle una fotocopia, me sería útil para mis estudios —manifestó Seokjin con tono científico—. Pero ni siquiera pude fotocopiar el uno, esa cosa no pasa por el escáner.

Jimin se levantó y fue hasta él.

—Nada de fotocopias. Dame el tomo dos.

—¿Y el uno? ¿No me lo devolverás?

La sirena negó con la cabeza.

—Esos tomos son del mar, mi hogar. Me pertenecen a mí más que a ti.

Seokjin retrocedió unos pasos, negando con la cabeza.

—Nuestro trato no era así.

—¡Dámelo!

—No.

Jungkook abandonó el sofá e intervino rápidamente.

—Basta —dijo con voz grave, posicionándose entre los dos—. Intercambiaos los tomos, dejad las cosas como estaban.

—Estos libros no son para humanos, Jungkook —Jimin le llamó por su nombre por primera vez.

—Sí, pero él lo tenía antes, ¿no?

Repentinamente, Jimin se reveló. Se movió tan rápido que todos se quedaron con la boca abierta, agarró a Seokjin por el pelo con una fuerza sobrenatural y le obligó a ponerse de rodillas. Giró su cuello peligrosamente y sus colmillos de sirena crecieron.

—Dame ese maldito tomo, o lo pagarás con tu vida, sabandija —siseó amenazante.

Jungkook trató de pararle, pero Jimin sólo le bufó, gruñó como una criatura, con unas pupilas que se dilataron tanto como sus iris. Seokjin casi perdió el aliento, se quedó muy quieto, con la presión de su mano tirando de su cabello, rodillas clavadas en el suelo, espalda arqueada y el corazón bombeando en sus oídos.

—T-tendrás que quitármelo a la fuerza —jadeó Seokjin en un desafío.

—¡Detente! —gritó Jungkook.

—¡¿Es que estás mal de la cabeza?! —gimió Yoongi, paralizado.

Sólo entonces Taehyung se levantó del asiento. Sus iris resplandecieron brevemente, el vaso de agua de la mesa estalló en añicos y todos guardaron silencio.

—Suéltale, Jimin. Ahora mismo.

Su voz sonó tan grave que a Jungkook se le erizó el vello de la nuca. Jimin y Tae se miraron, el ojiazul soltó a Seokjin, quien se inclinó en el suelo apoyando ambas manos.

—Namjoon está bajo la influencia de algo —dijo el mayor, volviendo a alzar la cabeza—. Lo sé. Le conozco. En estas horas, revisé el tomo dos buscando alguna respuesta.

Jungkook entrecerró los ojos, le ofreció una mano para que se levantase y suspiró. Pensó que la crueldad de Kim Namjoon no se debía a un hechizo, un artefacto marino o cualquier otro aliciente. Era su ambición, su avaricia, su egoísmo. Esa respuesta no la obtendría en un libro.

—"Namjoon" no es nuestro problema, Jin —Jungkook sonó áspero.

—Dáselo —murmuró Tae, con una mano en el brazo de Jimin.

La sirena agarró el tomo uno y se lo ofreció a Seokjin. Él sacó el segundo tomo del bolsillo de su chaqueta y lo intercambiaron pacíficamente. Después de eso, Jimin miró a Taehyung como si fuera un niño rabioso.

—Necesito tomar aire —dijo.

Había metido la caracola de Mera en una bolsa de tela, que cerró para la seguridad de todos. Agarró la bolsa, empujó la puerta del salón que daba al porche y salió de allí para caminar sobre la arena. El aire que respiraron era tenso, Seokjin decidió marcharse tras intercambiar unas palabras con los chicos.

—Cuídate —le recomendó a Jungkook, acto seguido miró a Taehyung. Hubiese deseado decirle que también le cuidase a él, pero Tae, fuera de aquel acuario, parecía alguien muy distinto. Su aura había crecido, su mirada era más humana pese a mantener unos singulares iris heterocromáticos—. Estaremos en contacto.

Yoongi y Jungkook le acompañaron hasta el coche. El hombre se sentó en el asiento de piloto, cerró la puerta y bajó la ventanilla cuando Yoongi se inclinó para decirle algo.

—Oye, ¿a qué te refieres con que Namjoon no es así? ¿Qué es lo que buscabas en ese libro?

—Manipulación mental, algo... así...

Yoongi le miró con cierta lástima. Jungkook se mantuvo impasible; desconfiaba demasiado de Kim como para creérselo.

—Adiós, Jin —se despidió el azabache.

—Chao.

—Adiós.

El mayor giró las llaves del contacto y se marchó de ese lado de la isla. Cuando Jungkook y Yoongi quedaron a solas, se miraron.

—Oye, ¿crees que sobreviviremos a más aventuras marinas? Desde que te has echado una novia sirena, nuestra vida roza el caos, el sarcasmo y la muerte cada día.

Jungkook soltó una risita, dejó unas palmaditas amistosas en la espalda de su amigo, con la otra mano guardada en el pantalón vaquero.

—Nunca es tarde para convertir nuestras aventuras en viñetas —sonrió, regresaron a casa con mucho mejor ánimo, aunque Yoongi dijo necesitaba dormir porque tenía jaqueca.

Ellos no habían pegado ojo en toda la noche, así que lo entendió perfectamente. Yoongi chasqueó con la lengua y en mitad de la escalera se detuvo y le dijo:

—Intenta que la sirena número dos no acabe mordiendo a nadie, quiero dormir en paz una noche.

Jungkook sonrió un poco, fue hasta el salón para buscar a Tae (aún tenían una conversación pendiente), sin embargo, lo único que encontró fue la puerta del porche abierta, con una brisa salada que venía desde la playa. Se asomó al porche, bajó la escalera y pasó junto a la zona Zen de Yoongi buscando al rubio con la mirada. Le vio junto a Jimin, sentado en la arena, mirando el mar y conversando sobre algo.

No quiso molestarles, por lo que suspiró y regresó a la casa para recoger los platos. Limpió la cocina, se dejó caer en el sofá sintiéndose muy fatigado y tocó su pecho, por encima de la camiseta. Levantó el cuello con unos dedos sólo para comprobar su torso. Se encontraba intacto, blanco, sin vello. Con delgados pectorales bien marcados. La herida ya había desaparecido y era extraño. No quedaba ni una marca de aquella cosa que había estado a punto de matarle.

Y no tenía miedo, a pesar de los devoradores de sirenas, Kim Namjoon, o un artefacto legendario capaz de succionar corazones. Su único y exclusivo miedo era perder a Taehyung. Se relajó tanto sobre el sofá, que cerró los ojos un instante y pasó más de una hora. De repente, una presencia llegó hasta él. Taehyung tocó su brazo y Jungkook dio un respingo, como si regresase del otro mundo en unas décimas de segundo.

Se acuclilló junto al asiento, sus ojos estaban vidriosos, como si hubiese llorado. El pelinegro se incorporó lentamente y Taehyung atrapó los dedos de una de sus manos.

—Tenemos que destruir la caracola. Puede que sea la última que queda —dijo en voz baja—. Es un peligro tenerla con nosotros.

—Destruirla, ¿dónde? —dudó Jungkook con debilidad.

—En el mar. Jimin encontró en el primer tomo las coordenadas del vientre marino del Mar de Japón —expresó la sirena—. La presión de ese lugar la destruirá. Iré con él para asegurarme.

Jungkook sintió un pálpito molesto. Sería la primera vez que Taehyung tocase el mar desde que había salido desde ese acuario. Por un segundo, sintió un profundo miedo a perderle. A que nunca regresase, a que le dejase allí, varado, esperando cada amanecer y anochecer frente a la costa a una silueta que jamás volvería. Tae percibió una chispa de inseguridad en sus ojos, sus labios resecándose, su respiración vacilando.

—Jungkook... ¿recuerdas cuando me pediste que confiara en ti?

El chico asintió, desvió su mirada con pesar.

—Ahora debes confiar tú. Y si el mar me llevase —pronunció Tae casi en un susurro—, volvería para besarte. Estoy seguro de que tus labios me atraerían a este mundo terrestre, así mi corazón pereciese en hielo o fuese enterrado bajo el más duro glaciar. Confía en mí. Volveré, volveré a ti.

Jungkook se inclinó para besarle, apenas tenía fuerza en sus dedos, pero sus labios se encontraron apasionadamente con los de su compañero. Tae le devolvió la misma intensidad, sujetó su nuca, permitió que el roce se extendiese durante unos largos segundos, compartiendo un tibio y ansiado beso donde se obligó a arrancarse de él antes de que el frenesí les afectase. Cuando respiraron, Tae bajó la cabeza, se quitó el anillo donde se encontraba su cristal y lo dejó en la palma de su mano.

—Quédatelo.

El pelinegro negó con la cabeza, pero Tae le interrumpió antes de que lo rechazase con cualquier excusa.

—No lo necesitaré en el agua —aseguró la sirena—, todo mi poder está ahí.

—No sé cómo usarlo.

—Puede que nunca necesites hacerlo. Pero si es así, sólo tienes que sentir el agua: concentrarte en sus moléculas. Ese elemento siempre ha estado contigo, lo sé —le alentó el rubio, apretando su mano—. Yo puedo sentir la vibración de este cristal. Sabré dónde buscar cuando estés cerca de la orilla, podré encontrarte.

Jungkook apoyó su frente contra la suya, los mechones de sus cabellos se mezclaron con un bonito contraste.

—¿De verdad? —musitó.

—Una cosa más...

Taehyung entrecerró los ojos, sacó de su bolsillo el diminuto frasco de cristal que en la madrugada utilizó para sanarle. Entonces lo había vaciado, pero en ese momento, volvía a contener un líquido brillante.

—Son mis lágrimas —lo sostuvo frente a Jungkook, ofreciéndoselo—. Para ti.

El humano lo tomó y apretó el frasco en la palma de su mano, la misma donde se había puesto el anillo.

—Tae...

Él posó un dedo sobre sus labios, como Jungkook hizo en otras ocasiones.

—Eso sólo es un obsequio por todo lo que has hecho —le dijo—. Es mi regalo. Úsalas bien.

El azabache la apartó sus dedos, con un rictus muy serio.

—Escúchame —respiró Jungkook—, te prometí que te lo diría cuando recuperásemos el cristal.

Taehyung se distanció unos centímetros, parpadeando.

—¿Qué es?

A Jungkook se le atragantaron las palabras, pese a que lo tuviese en la punta de la lengua. Eran tan evidente, tan visible, tan claro como el propio sol.

—Salgamos afuera.

Guardó el frasco de lágrimas en el bolsillo y entrelazó sus dedos mientras caminaban sobre la arena. Jungkook se quitó las deportivas, pudo ver a Jimin en la distancia, muy cerca de la orilla.

—Me gusta caminar contigo —dijo Tae, sintiendo la arena en los pies.

Jungkook sonrió ligeramente, le miró de medio lado y se detuvo en mitad la playa, sosteniendo su mano con firmeza. Y entonces, lo dijo; necesitó expresarlo porque no quería que aquello le consumiese, que fuese demasiado tarde para contárselo, y que tal vez, algún día, se preguntase si lo suyo sólo había sido un sueño.

—Estoy enamorado de ti.

El corazón de Taehyung cabalgó en su pecho como nunca. Se aproximó a él entrecerrando los ojos, acarició su mejilla con unos dedos, y le adoró en silencio.

«Amor humano», esa tormenta de mariposas que entonces pudo sentir.

—¿Cómo lo sabes? —le preguntó frente al mar y el suave murmullo de las olas.

—Porque dejaría que te marchases, tal y como Jimin dijo.

Taehyung comprendió a lo que se refería, y en un acto emocional atrapó sus labios con intensidad, con el cabello revuelto, el corazón palpitante y el mar susurrante a sus espaldas. Abrazó su cuello y le costó tanto trabajo soltarle, alejarse de él, abandonarle en aquella arena fina, una cálida orilla soleada donde deseó ser humano, que casi sintió como si perdiese algo de sí mismo, que recientemente había descubierto.

—No tardaré demasiado —le aseguró con los ojos llenos lágrimas, soltó sus manos y se forzó a dar unos pasos—. Vas a esperarme, ¿verdad?

—Sí —respiró Jungkook—. Sí.

Tae esbozó una sonrisa.

—Espero que ninguna humana se te tire al cuello mientras yo no estoy.

Jungkook se rio un poco, los bordes de sus lacrimales estaban brillantes por la emoción sin derramar.

—No son tiburones Taehyung, suelen tener capacidad de autocontrol —alzó la voz mientras se alejaba.

—Los humanos siguen sin gustarme demasiado —ironizó la sirena, a unos metros de distancia.

La brisa salada revolvió aún más su cabello, alzó en vuelo su ropa blanca y hecha girones. Tocó a Jimin cuando llegó hasta él. El ojiazul sólo se giró un instante, con una mirada inesperadamente neutral. Jungkook esperó algún desafío, algo más irreverente, como cuando le hubo conocido. Sin embargo, no hubo nada más. El joven se echó la bolsa de tela al hombro, los dos corrieron hacia el mar y se zambulleron en sus aguas.

El corazón de Jungkook palpitó rítmicamente, el agua se llenó de burbujas y pronto, vio una cola rosa y otra azul sumergirse.

Todo lo que quedó después, fue él, frente a un desierto azul, el insondable mar extendiéndose hacia el horizonte. Una tormenta de arena en su pecho, mar, desierto, la esperanza y la desesperación encontrándose en un punto medio.

*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Libro publicado en formato físico en Amazon. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo en Patreon.com/chispasrojas

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