Capítulo 16

*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Libro publicado en formato físico en Amazon. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo en Patreon.com/chispasrojas.

Capítulo 16. Rumor de caracola

Pantalón corto, blusa blanca y una larga bata de seda semitransparente para cubrir sus brazos. Taehyung dejó el corazón de coral bajo la almohada de Jungkook, bajó la escalera arrastrando la mano por la barandilla y encontró a los dos jóvenes, intercambiando unas palabras. Ambos vestían de blanco, Yoongi con una camisa simple y pantalón níveo, y Jungkook con un fino chaleco con cuello de pico, abotonado.

—¿Seguro que no vas a llevar nada encima? —masculló Yoongi, mostrándole una navaja de hoja plateada—. No seas tonto, podrían estar pisándonos los talones ahora mismo. No son pulpos de mar, Jungkook, son monstruos de las profundidades.

Jungkook se mordisqueó el labio, miró de soslayo a Taehyung, detenido en el último escalón de la escalera.

—Guarda eso —le dijo a Yoongi a regañadientes, seguidamente se aproximó a la sirena—. ¿Estás listo?

Tae asintió con la cabeza, apretó los nudillos con nerviosismo. Tomaron el coche a las nueve de la noche, y se vieron con Jimin cerca del resort Paraíso sobre las nueve y media. Jimin siguió los mismos patrones de blanco, si bien él parecía más etéreo y sublime que cualquier humano. Sobre el cuello de su airada camisa de picos largos, yacía el colgante que había atrapado las pupilas de Jungkook la previa tarde. Taehyung le había explicado que ese era su cristal de sirena, el cristal de las profundidades, cuyo fin era el de amplificar las ilusiones mentales.

—No te queda mal la ropa humana, aunque prefiero verte de azul —le aduló Jimin a su hermana.

El joven pelinegro tragó saliva desviando la mirada, pensó que quizá Yoongi tenía razón, tenía que haberse armado con algo, por si las moscas. Taehyung entrelazó sus dedos mientras caminaban, atrajo su atención y sonrió un poco, dulcificando el momento. Cuando llegaron al resort, la fiesta estaba servida. Música, extranjeros, una enorme piscina de lujo que formaba parte del hotel, copas gratis sirviéndose en bandejas, y un enorme bar al aire libre donde servían aperitivos y alcohol.

—Por allí —presintió Taehyung, arrastrando a Jungkook de la mano.

Tanto Yoongi como él se mantuvieron alerta, si bien nada tenía por qué salir mal, ya tuvieron suficiente con bajar la guardia el día de la exhibición.

—Hay muchos humanos —dijo Jimin entre la gente—. No podré olerles, si hay devoradores cerca.

—Cojamos ese cristal y larguémonos —articuló Yoongi con voz rasposa, y con una nuevo e inesperado botellín de cerveza helada en la mano—. Que mañana me levanto a las seis.

—¿De dónde has sacado eso? —exhaló Jungkook, incrédulo.

—De la barra de allí —señaló despreocupadamente con un dedo—. ¿Quieres un sorbito?

—Dijisteis que hay una zona de exposición, pero no veo nada —dijo Taehyung.

—Quizá está dentro del edificio —intervino Jimin.

—Ese hotel es gigante, no podemos buscar allí, nos llamarán la atención —refunfuñó Yoongi.

Jimin le miró mal, tomó aliento y lideró la situación.

—Muy bien, yo mismo iré a comprarlo. No os mováis de aquí.

Les ofreció la espalda y se largó en lo que Yoongi le regalaba una mueca repelente.

—Bueno, ahora que se ha largado podemos tirarnos a esa piscina —suspiró—. Mira la de extranjeros disfrutando.

Junto al bar, Noah encontró a Haeri en compañía de Leslie y unas cuantas amigas. Se saludaron amablemente, Noah aprovechó para robarles unos aperitivos y mencionó que acababa de ver a Jungkook con su novio. Leslie se atragantó con un cacahuete y a Haeri casi se le salió la bebida por la nariz.

—¿Q-qué has dicho? —Leslie se levantó de la mesa, se acercó al joven Noah levantando su falda larga por encima de los tobillos—. ¿Acabas de decir novio? —bajó la voz—. ¿Jeon Jungkook? ¿gay?

El corazón de Haeri subió por su esófago lentamente, provocándole una punzada de escepticismo. Tenía ganas de vomitar, pero sólo por confirmar que Jungkook siempre había sido demasiado bueno para cualquier humana mortal. ¿Ese era el motivo? ¿Por eso le dio calabazas? ¿Era gay?

Le dio un sorbo disimulado a su bebida y entre el jaleo de sus amigas hablando sobre qué Hana estaba embarazada, se levantó, fue hasta los otros dos y apoyó una mano en el hombro de su amiga Leslie.

—¡Sí! Y trabajaba en la exhibición del otro día, ¡los que iban de sirena!

—¿De sirena? —repitió Leslie, ladeando la cabeza—. Creo que me perdí ese número, ¿estaba morreándome con Martin?

—¿Martin, el canadiense? Pero si mañana se va de Corea —apuntó Noah, tocándose el mentón.

—Por eso —sonrió la chica.

—No había sirenas en la exhibición —Leslie sonó mucho más seria—. Yo soy una de las encargadas en posicionar los números. No lo hubo la semana pasada, tampoco en esta ocasión.

—Ah, ¿no? Meh, ¿qué más da? —a Noah no pareció importarle demasiado aquel dato, le dirigió una gran y blanca sonrisa, como si estuviera equivocada.

El tema no era que hubiese o no sirenas, a Haeri le pareció mucho más relevante que Noah hiciera hincapié en que Jungkook tenía pareja. Ella ni siquiera estaba al tanto, es más, habían hablado tantas veces, que podía habérselo dicho. Tal vez la semana pasada, cuando le acompañó a la salida del trabajo, echándose la banda de la mochila deportiva sobre el hombro. Jungkook siempre había sido alguien reservado, de ojos y sonrisa limpia, un aura cálida y segura, y sin duda, inaccesible. Después de todo, ella pensó que tenían o habían tenido algo especial. ¿Por qué no fue sincero? Jamás le hubiese juzgado si prefería salir con un chico.

Haeri tomó aire cuando se fue hacia la barra, vio pasar a Jesse con una amiga que le presentó desinteresadamente el otro día. Ella parecía adulta, puede que de su misma edad. Se tomó una copa cargada, con una aceituna y hielo picado, que descartó después de su primer trago. De soslayo pudo encontrarse con la guinda del pastel, Min Yoongi, el compañero de piso de Jungkook, tomó otro botellín que acababa de pedir en la barra y se sumergió entre la gente. Haeri estiró el cuello, pestañeó, y pudo ver con quién estaba.

Su corazón le clavó una punzada, Jungkook y Yoongi se encontraban junto a otro joven de cabello claro, de estatura más corta, cuyo aspecto se le hacía más juvenil que ambos. Puede que fuese un amigo del dúo, pero su forma de agarrarle la mano al azabache le aclaró que él era el protagonista de la confidencia de Noah.

Pudo ver de medio lado a Jesse y fue directamente hasta él, agarró su brazo y le pidió que le acompañara. Lo que hizo fue una estupidez, pero quería asegurarse de demostrarle a Jungkook que ella no estaba tan colada por él como pensaba. Instantes después, alguien tocó el brazo de Jungkook, el joven se volteó y halló su sorpresa. Haeri, en compañía de un apuesto chico de ojos azules y aspecto occidental, dirigiéndole una sonrisa.

—Oh.

—Vaya, qué casualidad —dijo la chica, con una sonrisa falsa—. No puedo creer que hayas venido, Jungkook.

Yoongi y Tae abandonaron su conversación.

—Haeri, ¡hola, hola! —saludó Yoon.

—Casi ha sido improvisado —reconoció Jungkook con una aparente sinceridad y sin un ápice de molestia posó sus iris sobre el tipo desconocido—. Buenas noches, ¿qué tal?

—Él es Jesse, mi novio —aclaró Haeri, miró a Taehyung y le ofreció una mano—. Soy Haeri, creo que no nos conocemos. ¿Eres nuevo, por aquí?

Tae intuyó quién era y descartó ofrecerle la mano, abrazó el brazo de Jungkook instintivamente, reclamando a «su humano» frente a la otra mortal. Si tenía algo de lo que preocuparse profundamente, no era de la bruja del mar, del Leviatán o de la maldición de Davy Jones. Era por ella, una humana que tenía una conexión con Jungkook le daba más miedo que una tormenta eléctrica.

—Él es Taehyung.

—Mi novio —bromeó Yoongi con un timbre grave—. Es broma, es el de Jungkook.

—Ah, no sabía que salías con alguien, Jungkook —dijo Haeri.

—Yo tampoco sabía que tú lo hacías —reconoció el pelinegro.

—Pero nadie le importa que yo sigo soltero, ¿verdad? —Yoongi sacudió una mano.

Jungkook miró de soslayo a Tae, quien aplastó la mejilla contra su hombro, sus ojos lanzaron chispitas de rivalidad a la chica, y él le farfulló algo qué sólo ellos dos escucharon:

—¿Tienes frío?

—No.

—¡Pues suelta mi brazo!

—¡Pues no!

El ataque de celos de Tae fue evidente, él puso los ojos en blanco. Mientras tanto Yoongi soltó un chiste sobre marineros tratando de romper el hielo.

—Esto es un capitán y un marinero —dijo en su segunda cerveza—. El marinero dijo, capitán, ¿puedo desembarcar por la izquierda, por favor?; se dice por babor; ¡Oh, vale! Entonces, ¿puedo desembarcar por la izquierda, por babor?

Hubo una risita grupal, más tensa que otra cosa.

—Me alegra conoceros, Haeri me ha hablado mucho de vosotros —pronunció Jesse con el tono más jovial del planeta.

—Oh, ¿sí? Pues yo no sabía nada de ti —dijo Jungkook.

Y casi sonó receloso, si bien poco le importaba con quién estuviese Haeri, se le hizo extraño que, de la noche a la mañana, hubiese aparecido un joven occidental de ojos azules a su lado. Aunque claro, quién era él para dudar de su integridad, mientras agarraba la mano de una sirena.

En un corto hilo argumental de pensamientos, supuso podía excusar el hecho de que Geoje siempre se llenaba de extranjeros. El tipo señaló a Jungkook, como si algo se le hiciese terriblemente hilarante.

—¿El biólogo marino? Creo que eres famoso en la Protectora Animal de la isla.

—Así es.

Jesse le ofreció la mano y ambos la estrecharon con normalidad.

—No dudo de tu profesionalidad.

—¿Te dedicas a la cría o el cuidado?

—No, soy modelo.

—Modelo, ya —asintió Jungkook.

Taehyung se quedó embobado con el aura del hombre, la mano de Jesse le apuntó en los siguientes segundos, y la sirena, más tímidamente, tomó sus dedos un instante en una cortés señal de saludo (a los humanos les gustaba hacer esas cosas). Inmediatamente, un escalofrío recorrió su brazo, estremeciéndole. Miró fijamente a Jesse, apuesto, elegante, adulto, vestido de blanco, con un collar de conchas bajo su cuello. Parecía tan mundano, tan normal, como un súper modelo de los que fotografiaban en la playa para los carteles publicitarios de perfume o ropa humana.

Yoongi le dio su botellín de cerveza a Jesse cuando este le ofreció la mano en último lugar.

—Está vacío, tráeme otro —sugirió con desfachatez—. Sólo tomo Hite.

Jesse se quedó a cuadros, Haeri le quitó la botella y carraspeó un poco. Ella ya conocía a Yoongi y su humor pesado, y con el tiempo, uno terminaba acostumbrándose.

Jimin salió de la zona hotelera con información; la exhibición de joyas y piezas marinas se encontraban al otro lado del complejo, en un edificio con columnas. No era necesario pagar entrada. Buscó entre la multitud a Taehyung y los dos humanos que le seguían, les atisbó rápidamente y fue hasta ellos atravesando la marea de humanos sudados que se arrejuntaban a esa hora.

Cuando el ojiazul regresó, Haeri y su acompañante se habían marchado, según ellos, a saludar a otras amistades. Haeri se sentía terriblemente deprimida, casi como si Jungkook le hubiese fracturado definitivamente el corazón. Jesse, por su lado, sabía perfectamente cuál era su target. Podía ver su aura, como un foco de luz radial. Todos los humanos eran dorados, desprendían un brillo cálido e inofensivo, sin embargo, el de ese chico era azul, flamante, como el de las sirenas cuyos jóvenes corazones inmortales aún palpitaban.

—Es él. Sabía que terminarían viniendo a por la joya, reconocería un cristal de sirena en cualquier lado.

—Lo sé —masculló Suni—. Pero está acompañado de alguien más. No sé qué es.

—¿Otra sirena?

—No tiene la misma aura. Su corazón no palpita.

—Bien, saca la caracola —sugirió Jesse.

—¿La de Mera?

Jesse apoyó un hombro en el tronco de un árbol.

—Nos dará tiempo —dijo él relamiéndose—. No tendremos que compartir botín.

—No me comeré un corazón helado, Zaázil.

El hombre clavó sus ojos sobre su acompañante al escuchar su auténtico nombre.

—Ponle la caracola, Nicté —le ordenó, guardó las manos en los bolsillos del pantalón y pasó de largo—. Nos repartiremos la cena después.


*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Libro publicado en formato físico en Amazon. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo en Patreon.com/chispasrojas.


—Seguidme.

Jimin lideró el paseo que dieron hasta el otro lado del resort. Dejando la fiesta a un lado, encontraron un edificio vacío, cerrado por la hora que era, donde se encontraba el pequeño museo de expositores.

—Tiene que ser aquí —dijo Taehyung, levantando la cabeza—. Puedo sentir el cristal.

—Está cerrado —observó Jungkook, aceleró el paso y se separó del grupo para dar la vuelta.

Había una puerta trasera, giró la manija y encontró una sala pequeña, compuesta por un contador de luz, un escritorio con un viejo ordenador con varias pantallas, donde se mostraban el control remoto de las cámaras de seguridad, un archivador y una diminuta vitrina colgante donde guardaban algunas llaves. Jungkook lo abrió, leyó en cada llavero el nombre en cuestión; depuradora, bomba de calor, almacén, expositorio. Tomó la última y salió de allí. Casi se dio de bruces con Yoongi cuando cerró la puerta.

—Me has asustado.

—Podemos romper una ventana —propuso Yoongi, y ante la cara rara de su amigo, añadió—. No te preocupes, yo lo haré. Mi hombro es duro, pero no tanto como mi corazón.

Jungkook sacudió la llave frente a su rostro.

—No rompas nada, Rambo —le dijo—. Entramos, cogemos lo que hemos venido a buscar y nos vamos.

Cuando regresaron a la entrada, Jimin estaba agarrando la mano de Tae, para el fastidio del humano. Si lo pensaba en profundidad, tampoco debía importarle demasiado, eran hermanas marinas y ahí finalizaba su trayectoria sentimental. Sólo tenía que concentrarse en obviar que ese joven quería llevarse a su sirena de vuelta al mar, para siempre.

Jungkook les mostró la llave, miraron en todas las direcciones, esperando que nadie anduviese cerca. El joven desbloqueó la puerta y los cuatro entraron en fila, con los ojos bien abiertos. Yoongi encontró el interruptor de la luz. El suelo era de un mármol viejo, allí dentro olía a salitre, almizcle y madera. La sala era cuadrangular con dos pasillos. Había unos grandes expositores de madera oscura, piedra y cristales de seguridad, que alejaban las manos golosas de cualquier reliquia.

Se separaron en la entrada, esparciéndose por el lugar.

—¿Cómo se supone que es? —dudó Yoongi, con un puntito ebrio—. ¿Cómo una patata frita?

—Brillará —fue lo único que dijo Jimin, desapareciendo en la otra dirección.

Jungkook arrastró sus pupilas sobre los expositores, vio piedras en forma de escamas, reliquias cuyo aspecto parecía destruido, una katana muy vieja, cuya hoja plateada se encontraba oxidada, una corona de un oro renegrido, cuya descripción contaba una historia probablemente inventada.

Taehyung, a unos metros de él, lo encontró rápidamente. Estaba en el centro, en un pedestal, sobre una almohada azulada. La vibración que emitió le hizo saber que era el suyo. La última vez que lo tuvo, lo llevaba colgado del cuello con un simple cordel, la toxicidad de las aguas y la presión le hizo perder la consciencia mucho antes. Cuando despertó, alguien se lo había arrancado del cuello.

Pero en esta ocasión, algún humano debía haberse puesto creativo con su cristal; pues su aspecto había variado tanto, que ahora era un anillo. El metal era cobrizo y renegrido, deslustrado, y el cristal tan azul, de afiladas aristas, que poco tenía que envidarle al mar de olas encrespadas.

En la descripción ponía «Una joya del mar, el tesoro de la Atlántida». Taehyung enarcó una ceja.

«Los humanos siempre tan creativos», se dijo.

—Es este. Este es mi cristal de luna —posó las manos sobre el cuadrado cristal, tratando de levantarlo.

Jungkook llegó a él en unos segundos, con los ojos muy abiertos e iris castaños reflejando el brillo del anillo.

—No puedo moverlo.

El azabache se dio la vuelta, buscó cualquier cosa que fuese arrojable y cogió una silla de la entrada que resultó bastante pesada. Regresó al expositor con decisión.

—Hazte a un lado —le dijo a Taehyung.

La sirena se apartó y Yoongi regresó a la sala céntrica, vislumbrando su golpe en el cristal. Se fracturó rápidamente y se hizo pedazos. Taehyung metió una mano, apartó los cristales y agarró el anillo.

—Por fin —musitó, reencontrándose con su cristal.

Jimin regresó desde la otra punta, tras escuchar el golpe. Justo en ese instante, atisbó a dos personas más. Sus aromas de sal, acidez y salitre llegaron hasta su olfato. Supo que no eran humanos sólo entonces, cuando uno de ellos se arrojó sobre Taehyung.

—¡Devoradores! —gritó Jimin demasiado tarde.

Taehyung cayó al suelo, al anillo saltó por los aires y cayó lejos de su mano. Tras su espalda, un peso pesado comprimió sus pulmones y le hizo perder la respiración. Jungkook vio a Jesse, su mandíbula deformándose y sus dientes afilándose como los de un tiburón. Trató de defender a Taehyung, pero el conocido le empujó con tal fuerza, que salió disparado y su espalda golpeó las vitrinas. Se escurrió hasta el suelo, quedándose aturdido.

Yoongi sacó un cuchillo de su bolsillo, una navaja plateada con la que apuntó a Jesse. Se sintió paralizado, Jungkook estaba sin respiración al otro lado de la sala, Jesse mordió el brazo de Taehyung, desgarrando la seda de su ropa. La piel bajo ésta se oscureció, llenándose pronto de sangre. Lo tuvo claro entonces, con un pinchazo de adrenalina se arrojó hacia el tipo y apuñaló su hombro. Jesse le tiró al suelo, Yoongi rodó sin soltar su navaja manchada de sangre, consiguió toda su atención en ese instante.

El hombre intentó lanzarse sobre él, pero Jimin llegó más rápido. Pateó al devorador y lo empujó unos metros lejos del chico.

—Zaázil —pronunció Jimin con una lengua afilada.

Jesse perdió lentamente su forma humana, su ropa se desgarró convirtiéndose en un monstruo acuático, verdoso, cubierto de escamas, con una gran y amenazante mandíbula. Sus iris se rasgaron como los de un reptil.

Jimin gruñó con un sonido gutural que erizó el vello del humano, le mostró sus colmillos de sirena y de repente, toda la sala comenzó a temblar con fuerza. Zaázil retrocedió unos pasos, dejándose invadir por el pánico mental que le provocó morir sepultado. Jungkook creyó que la sala se derribaría sobre ellos, pero vio los ojos de Jimin: resplandecientes, clavándose sobre el devorador con desprecio.

«Era una ilusión», pensó, concentrándose en sus pies, como Taehyung le había aconsejado.

Se levantó lentamente por el dolor de su golpe, viendo más allá del espejismo provocado por la sirena. Taehyung se arrastraba por el suelo, en dirección al anillo, pero estaba demasiado lejos. Jungkook advirtió que se encontraba manchado de sangre, quiso ir a por el anillo para ayudarle y escapar de allí. Sin embargo, una segunda persona, una mujer, apareció tras Jimin con algo que parecía un arma. Emitía un resplandor dorado, y era un poco más grande que su mano. Jungkook supo lo que estaba viendo; una caracola, por cuya oquedad asomaban unos finísimos y punzantes filamentos.

Se abalanzó hacia la mujer rápidamente, Jungkook sabía lo más básico para pelear. Apretó un puño y trató de golpearle, pero la mujer lo esquivó con unos increíbles reflejos, dirigiéndole unos fríos y amarillos ojos de reptil.

—¡Tú! —masculló con lengua de serpiente.

—¡Y tú! —jadeó Jungkook, su siguiente puñetazo impactó en sus costillas.

La mujer cayó al suelo sin soltar la caracola, agarró la pantorrilla de Jungkook con unas uñas que se volvieron afiladas como garras. El humano le siguió hasta el suelo, perdiendo el equilibrio. Sus garras entraron en su carne y lastimaron su gemelo. Jungkook forcejeó con ella, mientras tanto Jimin rompió el cristal de un expositor y sacó la katana. Atacó a Zaázil con la hoja, propiciándole un corte que degolló su cuello.

Yoongi se encargó de la herida de Taehyung, acuclillándose a su lado.

—¿Estás bien?

—Mi cristal —señaló Tae.

El humano fue hasta el anillo, lo miró entre los dedos y se lo regresó a Taehyung. Cuando la sirena lo tomó, sus iris heterocromáticos se iluminaron, se puso de pie con su ayuda y alzó una mano.

—Aquí no hay agua, Taehyung —dijo Yoongi.

Él perdió el aliento cuando se percató de que Jungkook estaba forcejeando con una mujer que comenzó a deformarse como otro devorador.

—Sí que lo hay —contestó la sirena en un tono lúgubre—. En todos lados. Hasta en vosotros mismos.

Súbitamente, las paredes de piedra estallaron, unas tuberías se rompieron e impactaron sobre la devoradora. Ella agarró a Jungkook con tanta fuerza, que clavó la caracola en el chico. Jimin llegó por su espalda con la katana, atravesó a su adversario y agarró el cabello de su coronilla con los dedos, dirigiendo levantando su rostro.

—Adiós, Nicté —Jimin esbozó una sonrisa maléfica—. Saluda a tus amigos de las profundidades de mi parte.

Arrancó la katana de su espalda y la devoradora cayó al suelo, con un sangrante agujero en el pecho. El mármol se llenó de agua y sangre, pegando las ropas blancas a los cuerpos de los jóvenes. Yoongi estaba sin aliento, Taehyung bajó la mano, se puso el anillo y fue hasta Jungkook. Cuando pudo verle, se asustó tanto que casi se tiró sobre su regazo.

—¡No! —gritó, trató de quitarle la caracola dorada, pero estaba clavada en su pecho y sólo provocó en Jungkook un gemido—. No, no, no.

—No toques nada —Jimin se inclinó sobre su hombro—. ¿Estás bien?

Jungkook parpadeó con debilidad, poco a poco, comenzó a perder fuerza en los músculos, las ganas de hablar o siquiera pensar. Fue como un sedante, apagando su consciencia.

—¿Qué es eso? —preguntó Yoongi.

Jimin le miró de soslayo.

—Una caracola de Mera. Ni siquiera sé cómo pueden tener una de esas.

—No, no, no... —mascullaba Taehyung, entrelazó los dedos con el pelinegro y tocó su pelo mojado—. No cierres los ojos, quédate a mi lado. Por favor.

El humano se apagó lentamente, inexpresivo, con párpados sellados, y los labios rosados volviéndose pálidos.

—¡¿Qué mierda es una caracola de Mera?! —vociferó Yoongi, perdiendo los nervios—. ¡Jimin, responde!

Jimin frunció el ceño.

—Tenemos que salir de aquí. Ahora —dijo con voz grave, dejando caer la catana en el suelo—. Antes de que esto se llene de humanos curiosos.

—¿Qué hay de los devoradores?

—Desaparecerán. No quedará ni rastro de ellos.

Yoongi miró el cadáver de uno, estaba volviéndose baboso, desintegrándose rápidamente, como si fuera alguna especie de gelatina.

—Taehyung —Jimin tocó su hombro y la sirena le miró con los ojos llenos de lágrimas—, vamos a levantarle. Llevémosle a mi hotel, está más cerca que su casa.


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Veinte minutos después, todos subieron a la suite donde Jimin se alojaba. Era un hotel enorme, cuyo edificio se elevaba en el centro de la ciudad marítima, como el más alto de Geoje. Lograron entrar cargando a Jungkook, sólo porque Jimin le creo una ilusión a la recepcionista, donde un montón de gatos pasaron corriendo frente a la recepción, en dirección al restaurante. Ella se levantó y pasó corriendo, y Jimin les dio la señal para que pasasen.

Arriba, en la habitación 213, dejaron sobre la cama a un Jungkook inconsciente. Taehyung se sentó a su lado sin soltar su mano. Yoongi se inclinó sobre sus propias rodillas, jadeante, empapado, con una mancha de sangre en la camisa blanca. No podía apartar sus pupilas de Jungkook, estaba tan asustado, que ni siquiera fue capaz de volver a utilizar su sarcasmo.

Jimin regresó a la habitación instantes después con toallas y un botiquín médico.

—Ten —se lo dio a Yoongi con frialdad—. Cúrate, no me gusta el olor a sangre.

Yoongi se lo ofreció antes a Taehyung, pero el mordisco de su brazo estaba curándose de por sí solo. El humano utilizó un apósito en un rasguño situado en su antebrazo, y con la ayuda de Taehyung, vendaron el gemelo de Jungkook esperando que la hemorragia cesase.

Jimin no paraba de dar vueltas por la habitación, se cambió de ropa, rebuscó entre sus cosas y sacó un libro pequeño. Era un tomo marrón, raído, con la superficie rugosa. En el canto, pudo ver un II. La sirena se sentó en una silla, junto al tocador.

—Buscaré qué podemos hacer —dijo Jimin, se lamió los dedos y pasó página.

Taehyung asintió, sin soltar la mano de Jungkook.

—Tranquilo, te lo quitaremos —le susurró al chico.

—¿Alguien va a decirme qué está pasando? —preguntó Yoongi histérico—. Qué mierda es eso que tiene en el pecho y por qué no podemos quitárselo.

—La caracola de Mera es un parásito legendario —habló Jimin—. No podemos arrancársela sin matarle. Pero si la lleva demasiado tiempo, succionará su corazón y morirá.

—¿Qué? —Yoongi se pasó ambas manos por el cabello negro—. Tienes que estar de broma.

—No, no lo está —la voz de Taehyung sonó débil—. Nunca había visto una, pero las sirenas hablamos todas las lenguas y reconocemos los artefactos que salen del mar. La caracola de Mera tiene tres mil años, una de mis hermanas estuvo cien años de su existencia buscando una de esas.

—¿Buscándola? ¿Para qué?

—Para quitarse la vida.

La piel de Yoongi se erizó.

—Arranca tu corazón y te deja marchar en paz —agregó Taehyung, casi en un mascullo.

—Es terrible —suspiró el chico—, ¿por qué querría un ser inmortal quitarse la vida?

—Porque vivimos demasiado —murmuró la sirena.

El silencio se volvió presente en la habitación, mientras Jimin revisaba aquel extraño libro.

—¿Jungkook va a morir? —formuló Yoongi, clavando sus ojos sobre ellas.

Jimin no le respondió y a él le apeteció zarandearle.

—Cambiaría mi corazón por el suyo —sollozó Taehyung, inclinándose sobre el brazo inmóvil de Jungkook.

—No vas a hacer eso —Jimin sonó distante—. Encontraremos un método. Estoy seguro de que ese artefacto prefiere nuestro corazón al de un humano.

—Eso es lo que querían los devoradores —jadeó Yoongi—. ¿Inhabilitar a una, mientras se comían a la otra?

—Sí —contestó Jimin directamente.

Yoongi fue hasta él, puso una mano sobre el libro y Jimin la apartó de un bofetón.

—No lo toques —alzó la voz, levantándose de la silla.

Y cuando se encontró con los ojos del humano, sintió su punzada de dolor.

—¡Tú! Tienes que salvarle la vida, ¿me oyes? —le exigió Yoongi, una vena se marcó en su cuello y frente—. Le vi protegerte, esa caracola iba para ti, ¡él te protegió de esa cosa!

Jimin sabía que tenía razón, cerró la boca y apretó los labios. No tenía emociones humanas, pero fue capaz de empatizar con la rabia del joven. Yoongi sentía por Jungkook, lo mismo que él por Taehyung. También eran hermanos.

La sirena controló su respiración y miró a Tae de soslayo, volvió a posar sus iris azules sobre Yoongi.

—Lo sé. Y no pienso deberle la vida a nadie, por lo que le liberaremos de la caracola —dijo con altiveza, levantó su tomo y se lo mostró—. Pero yo tengo el tomo número dos. Y aquí sólo salen los cristales. Necesito el uno, si es que queremos saber cómo desactivar esa cosa.

—¿Otro tomo? —repitió Yoongi.

—Está aquí, en Geoje —intervino Taehyung, se levantó de la cama y se aproximó a los chicos—. Kim Seokjin lo tiene. Cuando me encerraron, me preguntó si yo sabía leerlo. Una vez lo trajo bajo el brazo, pero yo nunca quise hablar con él.

—¿¡Kim Seokjin!? —Yoongi retrocedió unos pasos—. Mierda, joder.

—¿Qué? —soltó Jimin.

—Joder, mierda —reiteró el humano, pasándose una mano por el cabello.

Jimin agarró el cuello de su camisa.

—Dispara, mortal —le exigió.

El humano arqueó una ceja y le miró con malas pulgas, deshaciéndose de su agarre.

—Seokjin no tiene ni idea de que no liberamos a Tae —dijo—. Jungkook quería mantenerlo en secreto, tenía miedo de que Kim buscase a Tae.

—¿Kim? ¿Es ese millonario que decís que le tenía encerrado?

—Sí —suspiró Tae, bajando la cabeza—. No importa. No temo que Kim venga a por mí. Ya no.

—Que se atreva a ir a por ti, ahora que estoy yo aquí —dijo Jimin con suficiencia.

—Vale, centrémonos —Yoongi se rascó la nuca—. ¿Debería llamar a Seokjin? Puedo tomar el teléfono de Jungkook y decirle que es una urgencia.

—Yo hablaré con él.

Jimin y Yoongi miraron a Taehyung, sorprendiéndose de su temple.

—Dejadme hacerlo a mí —insistió—, él también me ayudó para que yo saliese del acuario.

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