Capítulo 15
*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Libro publicado en formato físico en Amazon. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo en Patreon.com/chispasrojas.
Capítulo 15. Hermanas del mar
Durmieron juntos esa misma noche, puesto que ninguno se movió del sofá. Compartieron un corto espacio abrazando al otro. Jungkook soñó con la sedosa arena de playa dorada de la costa, con Taehyung caminando sobre esta, oscura y húmeda, con mechones rubios y ojos limpios de un tono azul celeste. Llevaba unos pantalones cortos y blancos, una pamela de color tierra y una sonrisa que brillaba tanto como un rayo de sol. Su corazón se llenó de su luz, se sintió increíblemente feliz, aunque su sueño se diluyó lentamente como si algo le llamase.
Cuando se despertó en el condenado sofá, fue por una caricia tibia que iba y venía como el oleaje. Unos dedos cálidos a un lado de su mejilla, y una mano en la coronilla, acariciándole. Sus ojos eran heterocromáticos, salpicados por tonalidades de azul, gris plateado y rosa coral, líquidos, volubles y mágicos. A unos centímetros por encima de él.
A Tae le encantó traer a Jungkook hasta la orilla de su consciencia. Inclinó su rostro y dejó un lento beso en su mejilla. Jungkook durmiendo era algo bonito, más bonito que una corriente de medusas bioluminiscentes. Su respiración había sido como el rumor de las olas, y sus brazos, cálidos, un refugio musculoso y sereno en el que no le importaría sentirse atrapado. La luz de la madrugada asomaba bajo las persianas del porche trasero.
—Buenos días.
Jungkook rodó los ojos.
—Eres madrugador —murmuró, volviendo a cerrar los párpados.
—Sí, ¿eso es malo?
—No. Sólo, duerme un poco más.
—Pero he escuchado a Yoongi moverse. Creo que ha salido.
—Yoongi tiene una vida a la que atender... y... habrá ido a hablar con los cangrejos...
—¿Yoongi puede hablar con cangrejos? —exhaló Tae, asombrado.
—Más o menos —esbozó una débil sonrisa, sin abrir los ojos.
Tiró de Tae para que se relajase sobre su hombro. Lo hizo como le exigieron sus brazos, manteniéndose junto a su cintura, con una pierna entre las suyas, apoyando una mejilla en su hombro. Jungkook no sabía qué hora era, pero estaba demasiado bien así como para preocuparse. Tal fue su paz, que empezó a dejarse llevar lentamente por la somnolencia mientras sentía la respiración de Taehyung bajo su oreja. Su piel se erizó un poco, una pincelada de su mente pensó en él, en su calidez, en que le tenía a su lado. Con desinterés, pensó en besarle perezosamente. Quizá el frenesí no le afectaba de la misma forma. Puede que, ahora que Yoongi no estaba, pudiesen besarse sobre el sofá para explorar un poco más esa tensión indirecta que compartían.
Jungkook quería dormir. De verdad que lo quería. Pero de un momento a otro, su estúpido cerebro se vio recreándose en cómo besar a su compañero, hasta el punto de espabilarse. Abrió los ojos sintiéndose un pervertido, miró a Tae de soslayo y decidió levantarse del sofá antes de que aquel hormigueo de su muslo presionando con suavidad entre sus piernas, se volviese algo más incómodo.
—¿A dónde vas? —preguntó Tae somnoliento.
—Al baño, ¿quieres desayunar algo?
Taehyung tomó todo el espacio del sofá para él sólo, le miró con una sonrisa perezosa, cabello rubio un poco despeinado.
—Lo que tú desayunes.
Jungkook se dio la vuelta, ruborizado.
«Por el amor de dios, sólo le había sonreído», se dijo largándose de allí. «No era para tanto».
Luego preparó unos huevos revueltos con beicon y tostadas, una jarra de cristal de café con leche, desayunaron sobre la isla de la cocina, con la televisión de fondo.
—Según aportaban fuentes diversas, ha habido un robo en el Gran Acuario de Geoje —anunciaron en el noticiario—. El presidente de la corporación, el señor Kim, habló ayer por la mañana frente a unos periodistas.
Jungkook giró la cabeza, clavó los ojos sobre el rostro de Kim, con forma de corazón, cabello dorado e iris oscuros. Odio tanto su cara, como su estúpida y aterciopelada voz.
—¡Señor Kim!
—Señor Kim, ¡tenemos unas preguntas!
—¿Es cierto que han robado una de las especies que habitan en el acuario? Si es así, ¿estaríamos hablando de tráfico de animales y comercio de especies?
—Se han puesto las medidas necesarias para que no vuelva a suceder —respondió Kim Namjoon, recolocándose la perfecta corbata con unos dedos—. Y moveré cielo y tierra para recuperar lo que me pertenece; porque, sí, se han llevado algo que me concierne directamente. Pero lo recuperaré.
Namjoon miró a la cámara, sus iris conectaron directamente con los de Jungkook, a través del televisor.
—Lo recuperaré.
La imagen cambio posteriormente al plató del parte de noticias matutinas. Comenzaron a hablar sobre el turismo en la isla. Tae ni siquiera se dio la vuelta, sus hombros se tensaron ligeramente al escuchar su voz, sosteniendo el tenedor en la mano.
—Menudo gilipollas —soltó Jungkook, permitiéndose maldecir en voz alta.
Miró a Tae de soslayo, él pinchó su desayuno de huevos revueltos, se llevó un trozo a la boca y masticó lentamente, sin decir nada. El pelinegro pasó por su lado y tomó una tostada, le dio un mordisco y trató de centrarse en sus obligaciones diarias.
—Tengo que salir, ¿estarás bien aquí, solo? —masticó, clavando un codo en la isla de la cocina.
—Sí —dijo Tae—. No me moveré.
—Vale —Jungkook tocó su cabeza como si fuera un buen chico—. Puedes ver la televisión, o subir a mi dormitorio, si quieres. Te dejo que toques mis cosas —le ofreció despreocupadamente—, pero no salgas afuera. Y si alguien llama a la puerta, no abras. Yoongi tiene llave y yo también, nosotros no tocaríamos. Y si fuera algo importante, se pasarán más tarde.
—Mhn, de acuerdo —asintió nuevamente.
El pelinegro abrazó sus hombros cariñosamente. Tae bajó la cabeza, sus mejillas se sonrosaron un poco en lo que el humano le estrechaba.
—¿Debería escribirte mi número? Podrías llamarme desde el teléfono fijo —mencionó en voz baja, con un toque de preocupación.
—¡Sí, yo también quiero usar un teléfono!
Jungkook le dejó escrito su número y le explicó brevemente cómo llamarle, en caso de que necesitara algo. Estaba seguro de que no lo necesitaría, pero sentía cierto reparo por dejarle totalmente a solas. Le dio un beso en la mejilla antes de marcharse y le aseguró que por la tarde irían a buscar el cristal de luna que le pertenecía.
Taehyung se quedó a solas, subió hasta el dormitorio de Jungkook, tomándose muy en serio lo de tocar sus cosas. Se cambió de ropa y tomó prestada una de sus camisas anchas y blancas, la cual se abotonó sintiéndose muy cómodo. Agarró uno de sus comics, una bolsa de patatas fritas de la cocina y se tumbó en su cama para leer algo. La ficción de los humanos le pareció maravillosa y creativa. No entendió por qué les costaba tanto creer en mitos y leyendas, si escribían cosas como un multimillonario justiciero vestido de murciélago. ¿Creían en payasos asesinos y hombres-murciélago, pero no en sirenas? Debían estar majaras.
Pasó gran parte de la mañana solo, sin perturbaciones. Leyendo, mirando por la ventana hacia el mar, mirando qué cosas guardaba en los cajones (no metió la mano ni desordenó nada, sólo quería husmear) y cuando iba por el tercer volumen de Batman, escuchó el timbre de la casa.
Dio un respingo y se incorporó sobre la cama, con los ojos muy abiertos. Jungkook le dijo que él y Yoongi tenían llave. No tenía que abrirle a nadie. Tae se quedó quieto y miró hacia la puerta del dormitorio, salió de la habitación con curiosidad y se asomó por la barandilla de madera, que daba al rellano junto a la puerta. El timbre volvió a sonar y su vello se erizó. Cuando comenzó a escuchar sacudidas en la puerta (alguien aporreándola), retrocedió unos pasos y caminó por el pasillo descalzo, con el corazón palpitando rápido.
—¡Vamos, sé que estás ahí! ¡Puedo sentirte! —escuchó la voz de alguien.
Era una voz masculina, lejanamente familiar. Su tono no era especialmente grave, tenía una nota suave, como si fuera la de un chico joven.
—¡Taehyung!
Cuando escuchó eso, se tapó la boca con ambas manos y contuvo brevemente su respiración. ¿Cómo sabía su nombre? ¿Quién era? Él no tenía amigos humanos, excepto Yoongi y Jungkook, quien técnicamente, a esas alturas lo consideraba como su humano, más que un amigo.
¿Sería Hoseok? Su voz no se parecía en nada. ¿Seokjin había averiguado que estaba allí? No creía que fuese posible. Y, la presencia de Kim Namjoon era como un aura oscura. Nada que ver con la voz de un joven.
«¡Boom, boom, boom!», la puerta volvió a resonar con fuerza.
Taehyung se sentó en el borde de la cama de Jungkook, con el corazón cabalgando en su pecho. No volvió a escuchar su voz, ni ningún ruido, por lo que se estremeció. Los minutos pasaron y se volvieron densos, cargados de una extraña sensación que trató de envolver su mente.
¿Tenía miedo? ¿Estaba asustado sin ningún motivo?
De repente, la luz del pasillo se prendió. Comenzó a centellar, como si una chispa se hubiese prendido. Escuchó una voz, una risita, pudo ver una silueta, moviéndose como una cortina de humo. Taehyung se levantó y fue hasta el marco de la puerta.
—¿Hola? ¿J-Jungkook? ¿estás ahí?
Los dedos de sus pies se humedecieron por el agua. Agua fría. Una corriente atravesó el pasillo y bajó la escalera, levantó los muebles y le hizo tambalearse. Taehyung se apoyó en la pared, estuvo a punto de caer de rodillas, empaparse, puede que se viese arrastrado por la misma corriente, pero en cuestión de unos segundos, se dio cuenta de que sus pies no estaban mojados. Nada de eso estaba pasando. No había agua. La luz no centellaba, estaba apagada. La única luz que entraba a la casa era natural y venía desde las ventanas. «Era una ilusión».
La abstracta silueta de aquel chico bajó por la escalera, deslizó la mano por la barandilla y fue hasta el porche. Taehyung le siguió, con los ojos muy abiertos. Pudo sentirle allá afuera, en la puerta trasera, desvaneciendo su manipulación cognitiva lentamente.
—Oh, dios —exhaló la sirena—, eres tú.
Atravesó el salón rápidamente y empujó la puerta. En el porche no había nadie, tampoco entre los árboles y arbustos traseros, donde la zona zen de Yoongi fue recientemente inaugurada. Pero tras todo eso, sobre la arena fina y blanca, encontró a un chico joven, de cabello dorado, labios gruesos y suaves, mandíbula triangular y ojos rasgados, fríos, como los de un felino desconfiado.
O como los de una hermana a la que llevaba un siglo sin ver.
Taehyung salió del porche, dejó escalar su aliento y corrió hacia él. Se abrazaron con tanta fuerza, con lágrimas emanando en las comisuras de sus ojos y sonrisas, que cayeron de rodillas sobre la arena. Tae no podía creérselo. No entendía cómo era posible volver a verle, que estuviese allí, que se hubiesen reencontrado tras todos esos años.
—Sabía que estarías bien, Jimin —murmuró Tae sobre su hombro, abrazándole con afecto.
—No puedo decir lo mismo —rebatió su compañero, estrechándole un poco—. Jamás pensé que te encontraría con un par de piernas.
Tae se distanció de él con una ancha sonrisa.
—No eres humano, ¿verdad?
—No lo soy, ni voy a serlo —dijo Jimin, entrecerrando los párpados. Se incorporó a su lado—. ¿Y tú... eres medio... medio?
El heterocromático asintió, su compañero apretó su muñeca, comprobando su pulso. Efectivamente, Tae tenía un buen ritmo. Por eso le había sido tan fácil engatusarle con una de sus tontas ilusiones.
—Oh, dios, ¿te han activado? —Jimin se mostró eventualmente preocupado—. Vale, no pasa nada. Aún estamos a tiempo, no tienes por qué ser como ellos.
Tae no comprendió nada, pero agarró su mano y le miró fijamente.
—¿Cómo me has encontrado?
—Volví a la isla ayer, siguiendo el rastro de los devoradores —dijo pausadamente, sacudiéndose la arena de los pantalones—. Creo que hay un puñado en la isla, sintieron tu cola y yo utilicé un conjuro de sangre.
Jimin le mostró la palma de su mano, tenía una finísima cicatriz rojiza que estaba regenerándose con sus capacidades de sirena.
—¿Con tu propia sangre? —agarró su palma y la miró horrorizado.
—Somos hermanas, ¿no? —Jimin se encogió de brazos y estrechó su mano en confianza—. Sólo quería avisarte. Irán detrás de ti como una jauría de perros hambrientos. Sólo pisan Geoje cada sesenta años, su apetito les ayuda a rastrear —ladeó la cabeza, observándole—. ¿Por qué no vuelves al mar? Si volvieses a ser cien por cien sirena, no podrían hacerte daño a no ser que tú lo quieras.
Taehyung suspiró con tristeza.
—No tengo mi cristal. Debo recuperarlo.
—Oh, ¿perdiste el tuyo? —pestañeó—. Está bien, te ayudaré a recuperarlo. Tengo un libro que-
—Ya sé dónde está. Lo averigüé anoche.
—Huh, entonces me lo pones fácil —Jimin tiró de su mano poniéndose en marcha—. Lo conseguiremos.
Tae se vio arrastrado unos pasos sobre la arena, pero de repente, le hizo detenerse.
—Espera, Jimin —dijo Tae con seriedad—. No puedo irme.
—¿Por qué?
—Estoy con un humano.
Jimin se llevó una mano a la cara antes de que lo dijera.
«Por supuesto, alguien le había activado el corazón, por eso tenía ese par de piernas», razonó con desagrado.
—Por eso estabas en esa casa de humanos —suspiró Jimin, volviendo a mirarle—. Vale, ya sé cómo funciona todo eso; ellos nos activan como un interruptor y nosotros nos vemos arrastrados por una vorágine emocional para la que nuestra raza no ha sido preparada. Debes estar en transición, así que no tenemos de qué preocuparnos —tocó su mentón fraternalmente y le habló con cariño—. Pronto volverás a enfriarte, serás inmortal para siempre y dejarás de poner tu valiosa vida en peligro. Yo te protegeré de ellos.
Taehyung pestañeó, preguntándose de qué diablos hablaba su hermana. Fuera como fuese, tiró de su mano en la otra dirección, decidido a volver a casa con él.
Yoongi recogió a Jungkook a la salida del centro de recuperación de animales, y los dos hablaron sobre todo ese asunto del cristal de luna que Taehyung les había contado.
—Encontré a Haeri, me dijo que este fin de semana habrá una fiesta de blanco en el complejo de ese resort.
—¿En serio? —Yoongi le miró de soslayo, girando el volante—. Entonces, tal vez, deberíamos ir a buscarlo otro día. Habrá demasiada gente.
El pelinegro abrió la boca, sorprendiéndose. ¿Min Yoongi estaba siendo precavido?
—No has desayunado, ¿verdad?
—Imbécil.
—No creo que Tae pueda esperar otro día más.
—Mira, Jungkook —sonrió su mejor amigo, concentrándose en la carretera—, tienes a Tae en la palma de tu mano; es una sirenita, con dientes de tiburón, que dan fiebre, y probablemente con el poder de manejar las aguas como Poseidón. Sí, claro, tiene más años que tú y yo juntos, pero es una monada que podría ahogarte. Lo que quiero decir es que; es tu sirenita. Tú dale un beso, seguro que besas de puta madre (no es que yo quiera comprobarlo), y dile, nena, mañana vamos a por ese cristal que te quita el sueño. Esta noche voy a quitártelo yo.
Jungkook se frotó la frente, pensando que era un completo idiota.
—No funciona así. Los besos de sirena están malditos —expresó con voz rasposa—, y, aunque no fuese así, no le manipularía de esa forma, Yoon.
—Malditos, del tipo, ¿te besaría toda la noche, hasta borrar nuestros labios? —interpeló Yoongi sensualmente—. O malditos, malditos. Ya sabes. Del rollo; si te beso, meteré la cabeza en el lavabo y contaré hasta un millón de mississipis.
—Tienen un frenesí que controla tu voluntad y tu mente.
—Oh —Yoongi puso la boca como un canuto—. Lo pillo. Okay. Nada de besos hasta que consigamos ese cristal.
Aparcó frente al garaje, los dos salieron del auto, Jungkook cargando la bolsa de sus materiales médicos y Yoongi, abandonando todo su equipo de expediciones en el maletero. Se sacudió el cabello negro mientras Jungkook giraba la cerradura de la puerta. Entraron a la casa y se separaron como si nada.
Jungkook dejó caer su mochila deportiva junto a la entrada.
—¡Tae! —llamó al chico, quitándose la chaqueta vaquera para quedar en manga corta—. ¡Ya hemos vuelto!
—Paso de cocinar —dijo Yoongi, entrando en la cocina americana—. ¿Y si pedimos algo?
—¿Taehyung?
Rápidamente, los dos se dieron cuenta de que la puerta del salón estaba abierta. Jungkook sintió una punzada atravesando su pecho, salió disparado y se maldijo por no haber agarrado algo. Lo que fuera para defenderse o si tenía que atacar a alguien.
En la arena, encontró a Taehyung de la mano con un desconocido, ambos acercándose a la casa. Jungkook exhaló su aliento, se quedó perplejo, con los ojos muy abiertos. El chico que tomaba su mano era delgado, pero no flacucho. Esbelto, grácil, con un rostro delicado de rosados labios gruesos. ¿Quién diablos era ese chico? No pudo pronunciar palabra cuando ambos se acercaron, los iris de Tae se posaron sobre los del humano.
—Jungkook.
—Oh, ¿tú eres el que le ha activado? —formuló el muchacho, con una sonrisa irónica.
El pelinegro abrió la boca. ¿Qué forma de hablarle era esa? ¿Cómo sabía lo de su corazón? Taehyung estrechó su mano y los dos se detuvieron frente al joven, como si fuesen realmente cercanos.
—¿Y tú eres? —articuló Jungkook sin una pizca de gracia.
—Jimin.
—Es mi hermana —dijo Taehyung—. Llevaba años sin verle.
—Creo que más de los que podrías contar —sonrió Jimin y miró de soslayo a la sirena—. Noventa, ¿verdad?
—¿Noventa? —repitió el otro—. Pensé que había pasado más tiempo.
—¿Cómo le has encontrado?
Jungkook sonó ligeramente irascible, Tae volvió a mirarle con un parpadeo. El humano notó en Jimin un ligero toque orgulloso, unos rastros de altiveza.
—Los devoradores siguen el rastro de su cola.
El azabache afinó su mirada. ¿Devoradores? ¿El rastro de su cola? ¿Él era otra sirena? Había demasiadas cuestiones y sus pupilas chispearon en contacto con las de Jimin, en una rivalidad inmediata. No supo por qué, pero el joven no le gustó ni un pelo, ni su tono de voz, ni que hubiese aparecido de nada. Y mucho menos, que sostuviese la mano de Taehyung como si tratase de mantenerle a su lado.
Yoongi salió al porche masticando un trozo de hierbabuena.
—Al final he pensado en hacer algo yo mismo —comentó, ajeno a la crispada situación—. Oh, hola. Añadimos un cuarto plato a la mesa, genial —ironizó sin auténtico ánimo.
—Yo no como —dijo Jimin, con soberbia.
Yoongi alzo una ceja. ¿De dónde había salido ese tipo? Jimin le pareció como un príncipe helado, bien vestido, con un pantalón liso de color beige y una camiseta blanca metida bajo la tela. Sus clavículas eran finas y delgadas, asomaban bajo el cuello doblado de la camisa. Llevaba un colgante de oro blanco, con una piedra rosada, colgando sobre su pecho.
—¿Podemos hablar adentro? —sugirió Tae, tratando de rebajar la tensión de los cuatro.
Cuando entraron en la casa, Tae y Jimin desenlazaron su mano y Jungkook aprovechó la ocasión para colgar un brazo sobre sus hombros. Lo atrajo a él con un instinto de protección, casi como si pudiese temer que, después de todo, Jimin terminase por arrancárselo de los brazos.
—¿Cuánto tiempo llevas en transición? —preguntó Jimin, una vez que los tres se sentaron.
Yoongi permaneció cruzado de brazos, apoyándose en la isla de la cocina americana, desde donde su visión de pájaro de presa era mucho mejor.
—Varios días —contestó Tae.
—¿Sólo días? Oh, bien. Imagino que aún estemos a tiempo de revertirlo.
—¿Revertir el qué? —cuestionó Jungkook con un timbre grave.
Jimin desvió sus iris hasta él.
—Su conversión en humano. Si está en transición, su corazón se debatirá entre tú y el mar.
Taehyung abrió la boca, pero no dijo nada.
—Verás, es una decisión ancestral a la que siempre se ve sometida nuestra raza —prosiguió Jimin—. Si su corazón se calienta, se convertirá en mortal, perderá su cola y sus poderes. Pero, si su corazón vuelve a enfriarse, se congelará para siempre. Será inmortal y más fuerte, perderá las piernas y volverá al mar. Nadie volverá a tentarle. En pocas palabras, si no eres lo suficiente, te olvidará.
Jungkook y Yoongi se quedaron en silencio. En esos segundos, Tae no les escuchó ni respirar.
—No te preocupes, cielo —le dijo Jimin a Tae—. Tú no puedes hacer nada contra eso, nuestro instinto es primario. Regresar al mar está en nuestras venas.
—Pero...
— El corazón elige siempre por encima de nuestra voluntad y el mar te consolará.
—Espera, estás diciendo todo eso como si ya estuviese decidido —intervino Yoongi, a unos metros de ellos.
Jimin le miró de soslayo, con fastidio.
—Es una de mis hermanas y le amo —se defendió—. No voy a dejar que pierda su vida por algo pasajero.
—¿Pasajero? —repitió Taehyung.
—El amor humano lo es —Jimin desvió sus ojos hasta él, sus globos oculares se volvieron vidriosos y su timbre, afectado—. Ser mortal te arrastrará hacia la muerte por algo que se desvanecerá mucho antes.
—Jimin.
—¿Tú eres humano e inmortal? —volvió a interrumpir Yoongi, con escepticismo—. Hasta donde yo veo, tienes un par de piernas.
—¿Y a ti qué más te da, mundano?
—Un momento —Taehyung habló mucho más sosegado, Jungkook permaneció en silencio, se cruzó de brazos a su lado y bajó la cabeza—. Si tú no eres humano, ¿qué eres?
Jimin apretó los párpados.
—Hablaremos de eso más tarde, ahora no es el momento. Tienes que recuperar tu cristal, mientras tengas piernas. Y debemos preocuparnos por los devoradores, ellos pueden seguir tu rastro hasta aquí, leer tu aura. Sabrán que estás en transición y eres vulnerable.
—¿Qué son los devoradores? —Jungkook abrió la boca por primera vez, en toda la conversación.
—Devoradores de sirena —pronunció Jimin, con índole explicativa—. Cambiaformas. Llevan siglos saliendo del mar, hace mil años que evolucionaron para tomar formas humanas. Pueden caminar por la superficie.
—¿Y qué hacen?
—Comer sirenas —respondió Taehyung en voz baja—. Es... una vieja leyenda... nosotras nunca nos cruzamos nada así por el mar.
—Porque sólo atacan a las que salen a la superficie con piernas —agregó Jimin—. Es cuando son vulnerables, cuando sus corazones laten y aún no se han convertido en mortales. Su corazón sigue siendo el de un inmortal, succionan la esencia de estos, sacian su hambre y viven durante unos siglos más gracias a eso. Así es como ha perpetuado una especie casi extinta por los tiempos.
—¿Y dices que pueden rastrearle?
—No todos tiene la habilidad de rastrear. A mí me ha seguido uno hasta Busan—Jimin se cruzó de brazos—, siempre he viajado por las zonas de costa. Llevaba muchísimos años sin venir a esta isla.
—¿Un devorador te sigue a ti? —preguntó Tae.
Jimin asintió con la cabeza.
—Sí, es que... bueno... sabe quién soy y está obsesionado conmigo. Pero yo soy fuerte, si me atacase podría aplastarle con una mano —sonrió con frialdad—. Creo que es lo único que le retiene.
—No entiendo —Taehyung le habló con seriedad—, dices que eres inmortal, pero tienes un par de piernas, como yo.
—Te lo explicaré —le aseguró con delicadeza—. Pero escúchame, debes revalorar tu vida, Taehyung. Ningún humano merece tu corazón. Y cuando lleves un tiempo aquí, con ellos, te darás cuenta. Eres demasiado puro para este mundo.
Taehyung respiró entrecortadamente, apretó los párpados y se sintió fundido. De repente, se levantó del asiento y se largó del salón, atravesó la puerta del porche y caminó más allá, hasta desaparecer de sus vistas.
—Genial, lo has conseguido —escupió Yoongi.
Se fue hasta la cocina para preparar el almuerzo, apartando toda aquella cantidad de perturbadora información.
Jungkook tenía el corazón en un puño, y ver qué Tae había salido corriendo no le tranquilizaba mucho más. Se levantó y salió de allí para buscarle. Jimin le siguió con la mirada y no pudo evitar seguir sus pasos hasta el exterior.
El pelinegro encontró a Taehyung en la arena, sentado, con los codos apoyados sobre sus rodillas y la cabeza enterrada sobre estos. Estaba llorando y lo supo por la sacudida de sus hombros. Cuando se acuclilló a su lado, tocó su brazo. Él le miró y Jungkook apartó sus brillantes y particulares lágrimas de sirena con un par de dedos.
Jimin agarró el brazo de Jungkook en ese momento. Él giró la cabeza, encontrándole. Sus ojos ardían, reflejando el sol de la tarde.
—Dale espacio —dijo Jimin.
Jungkook se quedó en silencio, se levantó y ambos se miraron fijamente.
—No es personal —añadió Jimin seguidamente—. Debes entenderlo. Yo sólo quiero protegerle.
—¿Protegerle de qué?
—De lo que yo he sufrido.
—¿Qué eres? —desconfió Jungkook.
Jimin ladeó la cabeza, observando el ardiente sol que brillaba por encima del horizonte marítimo.
—Mi corazón... se activó hace años.
—¿Y?
—Él murió —tuvo una pausa—. Durante mi periodo de transición.
Silencio. Eso fue todo lo que acompañó a la brisa marina, mientras Taehyung se restregaba los ojos y los otros dos se hablaban. El cabello de Jungkook se vio acariciado por el viento, pero Jimin permaneció como una estatua de hielo.
—Lo bueno del mar, es que nos hace olvidar —suspiró, con los iris perdidos en la distante orilla—. Nos enfrían. Si dejas que Tae se vaya, no sentirá dolor por ti.
Jungkook sintió una puñalada en el pecho. No quiso escuchar más. ¿Realmente existía una forma de evadir el dolor para las sirenas?
Taehyung se incorporó tras el chico y se aproximó a Jimin.
—¿Qué tiene que ver su muerte, con que tú seas inmortal? —le preguntó con voz ronca.
—No lo sé —reconoció Jimin—. Supongo que... yo quería ser humano. Pero cuando se murió, se congeló —puso una mano sobre su propio pecho—. Mi dolor se marchó. Desapareció. Y ya.
Taehyung agarró la mano de su pecho, comprendió la frialdad de sus iris claros. Hermosos, irreales, escarchados, como un mar helado.
—No sientes emociones humanas.
—No.
—Entonces, eres el único inmortal tanto con piernas como con cola.
—Sí —respondió Jimin con sinceridad—. A la última sirena la ayudé a marcharse. Siempre las busco, las protejo de los devoradores y de ellos —señaló a Jungkook como si fuera un gran villano.
Él apretó la mandíbula, Tae le miró de soslayo, sin darle importancia.
—Entiendo. Ya no puedes comprender por qué deseamos quedarnos —razonó Taehyung con suavidad—. Tú no puedes sentir el amor humano.
El pelinegro contuvo su aliento. ¿Taehyung había dicho amor? ¿Amor humano? Ellos no habían hablado de eso. Él no le había dicho que le amaba, y ni siquiera estaba seguro de que Tae fuese consciente de que existía algo así entre ellos, ¿o sí?
—Si él te ama, dejará que vuelvas al mar —dijo Jimin con una perturbadora serenidad—. No tengo por qué comprender por qué querrías morir por alguien.
Taehyung suspiró, agarró la mano de Jimin y guardó silencio.
—Seguro que no pensabas eso antes de perder a esa persona.
Jimin le miró como si no estuvieran hablando el mismo idioma. Tae se sentía triste por él, pese a que sus intenciones no fuesen malas. Jungkook dio unos pasos hacia la casa y se marchó, él lo entendió perfectamente. La falta de humanidad en Jimin le impedía empatizar sobre lo que realmente estaba sucediendo con Taehyung. Sus palabras podían sonar crueles, e incluso hirientes, pero a él sólo le interesaba «no perder a una hermana». Su frío corazón le alejaba de las emociones humanas.
Jungkook regresó a la casa, se topó con Yoongi en la puerta del porche.
—¿Se ha ido ya ese imbécil?
—No creo que se vaya.
—No te preocupes, yo le sacaré a patadas. ¿Recuerdas ese viejo bate de béisbol que usaba en el instituto? Lo tengo arriba, voy a por él.
El pelinegro agarró su codo para que no se marchara.
—Déjalo. No es tan malo. Al menos nos ha contado algo, esos devoradores siguen el rastro de Taehyung —razonó Jungkook—. Y él quiere ayudarle a conseguir ese cristal. Tal vez podamos deshacernos de esos seres antes de que hagan algo.
—Oye, ¿y si Kim es un devorador?
—¿Kim Namjoon? Nah, no creo.
—¿Seguro? Tiene pinta de villano de película. Piénsalo.
—Kim es humano, si no lo fuese, hubiera matado a Taehyung mucho antes —expresó Jungkook en voz alta—. Pero él quería que Tae llamase a más sirenas, que las atrajese para...
Se mordió la lengua justo entonces.
—¿Ves? Hay algo raro en todo esto —apuntó Yoongi, astutamente—. ¿Para qué quería llamar a una o varias sirenas más, si no es para comérselas?
El pelinegro sacudió la cabeza. No tenía ni la más remota idea, pero Yoongi tenía razón; había algo muy extraño en todo eso. Taehyung regresó junto al otro chico, con un rostro muy distinto.
—Jimin quiere ayudarnos a recuperar mi cristal —dijo Tae.
—Bien, pero como esto es una democracia —comenzó Yoongi con desgana—, habrá que hacer una votación grupal para añadir alguien más al grupo de los Guardianes de la Bahía. ¿Votos a favor? ¡Oh, ninguno! —gesticuló—. Ahora, ¡votos en contra! —él fue el único en levantar el brazo, y seguidamente miró mal a su mejor amigo— Jungkook, levanta la puta mano. Coño.
—Estate quieto, anda.
—¿Y a este que mosca le ha picado? —soltó Jimin, cruzándose de brazos con una mueca de asco.
Yoongi le perforó con la mirada, tenía ganas de partearle el culo hasta que le saliera cola de sirena.
—Bueno, ¿cuándo se supone que vamos a por ese cristal?
—Tenemos que hablar de eso —dijo Jungkook—. Tal vez deberíamos buscarlo mañana.
—Debe ser por la noche —intervino Jimin.
—¿Por qué por la noche? —cuestionó Yoongi, con malas pulgas—. ¿Es cuando te transformas en cisne y te callas?
Jimin le miró fatal.
—Porque es un cristal de luna —Taehyung contestó en su lugar—. Significa que, por la noche, podré detectar mejor su vibración.
—Hay un problema con todo eso —suspiró el azabache—. Una amiga me dijo que hay una especie de festival, estará a rebosar de gente durante todo el fin de semana.
—Podemos ir —aseguró Jimin—. Iré con vosotros. Sólo tenemos que evitar el agua salada, y si no es en la playa, será pan comido.
—Y también el cloroformo —carraspeó Yoongi.
—¿Cómo dices?
—Nada.
—Vale, bien —Taehyung sonrió felizmente, fue hasta Jungkook y agarró su brazo—. ¿Jimin puede quedarse?
Jimin hizo un puchero con los labios. Su intención era quedarse allí, con Taehyung, pero no necesitó muchas señales para saber qué ninguno de los dos humanos recibían bien su presencia. Además, Tae notó cierta indecisión en Jungkook bajo una impermeable cara inexpresiva.
—Bah, no pasa nada —sonrió Jimin—. Vente conmigo. Estaré en un hotel, en la ciudad.
—Tae no puede estar en la ciudad —fue lo único que dijo Jungkook.
—¿Por?
—Mira, llegas como tres temporadas tarde —Yoongi alzó las manos y expuso su argumento—. Tuvimos que sacarle de la pecera gigante de un multimillonario obsesivo que quiere coleccionar sirenas como si fuesen pececillos de colores. Nadie sabe qué sucedió, pero nuestro principal antagonista da mucho más miedo que un puñado de sapos que se comen los corazones de las sirenas.
Jimin arrugó la nariz.
—¿Qué poder tiene?
—Dinero. Supera eso en el mundo humano.
La conversación se quedó ahí, Jimin le dio su número de teléfono, le pidió a Tae que contactase con él si necesitaba algo, pero que no utilizase ninguna canción para llamarle (los devoradores podrían encontrarle antes). Después de todo, se abrazaron intensamente, frente a la puerta principal de la casa. Taehyung enterró la cabeza en su hombro, le estrechó con cariño, percibiendo por primera vez en toda su vida que, realmente, le había extrañado. Nunca se preguntó por la desaparición de Jimin, jamás pensó en buscarle. Las sirenas eran así, dejaban ir, marchar y desvanecerse a aquellas que simplemente desaparecían.
—Adiós.
—Adiós —contestó Jimin con dulzura.
Su rostro se transformaba cuando hablaba con Tae, puede que no sintiese el amor humano, pero sí que tenía afecto, quería y trataba a Tae casi como si fuesen algo más. Si Jungkook no supiesen qué conexión tenían, habría dicho que eran más que amigos. El joven le siguió con la mirada, recibió la bofetada de sus fríos iris antes de marcharse. Tenía un coche aparcado junto a la acera, a unos metros por encima de su casa, casi enfrente de la casa vecina.
Cuando se marchó, Tae volvió a mirarle.
—¿De verdad crees que vienen a por ti?
—No lo sé.
—Tae —Jungkook apretó sus hombros—, esos seres, si son reales no deberías estar aquí. Tendrías que volver al mar, allí eres mucho más fuerte.
—No, quiero estar aquí —le discutió—. Contigo.
—Tae-
—Jungkook, por favor —interrumpió con fuerza—. Por favor. Quiero estar aquí, ¡aquí!
Repentinamente, sus ojos se llenaron de lágrimas.
—¿Y qué pasa si te pido que vayas?
—No —rodeó su cuello con unos brazos en un inminente sollozo que le hizo romper a temblar—. No, no, no...
Jungkook le estrechó, sintiendo la garganta raspándole. No quería decirle algo así, pero tenía miedo de lo que pudiese suceder.
—Quiero aprovechar mi tiempo. Le has oído. Estoy en transición, y si me voy, nunca más volveré...
Aún tenían cosas de las que hablar, pero Tae tenía razón en eso. Ese era su tiempo de descuento, la transición podía durar días, semanas o meses. En ese momento, era cálido como un humano y su corazón inmortal como todas las sirenas. Jimin era la única excepción de un ser congelado entre los dos mundos.
—Mírame —dijo Jungkook, sostuvo su rostro de ojos brillantes y le habló muy en serio—. No dejaré que me olvides, así tengas que marcharte.
—¿No? —pareció dudar un instante.
Jungkook ni siquiera podía creerse que dudase de lo loco que estaba por él, agarró su mano y tiró del chico hacia el interior de la casa. Le costó bastante comer (por la tensión), pero Taehyung almorzó bien, aunque a deshora. Yoongi acuarteló la casa, como si estuviesen esperando enemigos. Un bate de béisbol, el machete con el que cortaba la leña y un par de cuchillos.
—Voy a cargarme al que entre por la puerta y me da igual que tenga la carita de ángel de esa sirena psicópata —sentenció, cerrando la puerta del porche con llave.
Tae y Jungkook terminaron tumbándose por la tarde en la cama del chico. Se tendieron allí, juntos, tras ver varios episodios de una sitcom que a la sirena pareció encantarle. Estaban conversando tranquilamente mientras la puesta de sol se extinguía en el horizonte marítimo, tras la ventana de Jungkook.
—Entonces, ¿ese era su cristal?
—Sí, Jimin puede introducirse en la cabeza de otros y jugar con lo que ven —expresó Tae, con su mejilla aplastado sobre uno de los brazos del joven—. Es muy útil, pero si eres consciente de que puede ser una ilusión, es más fácil zafarse de eso.
—¿Cómo...? —parpadeó el humano.
—Si bajas por una pendiente y te hace creer que se cae a pedazos o se está deshaciendo, caerás —le dijo—. Pero si te concentras en tus pies, y en lo que realmente estás pisando, notarás esa ilusión mental, sobreponiéndose a tu realidad. Es un juego mental. Podría hacerte creer que te estás ahogando, mientras respiras.
—Oh, vaya —Jungkook miró al techo, cruzando ambos brazos tras su propia nuca—. Suena aterrador.
—Lo es.
«Y más que eso», pensó. Tenía suerte de que Tae no le hubiese hecho algo así cuando se conocieron. Suficiente tenía con casi haberse ahogado por uno de sus besos.
El rubio se incorporó sobre su regazo, acarició su cabello hundiendo los dedos lentamente, y como no volvieron a hablar sobre nada, presionó con unos tibios y sedosos labios por encima de los del humano. Jungkook los entreabrió un poco, recibiendo gratamente su inesperado beso. Sin embargo, no tardó ni tres segundos en abrir los ojos y sujetarle por los antebrazos para que no siguiese.
—T-Tae.
—¿Qué? ¿No puedo besarte en tu cama? —murmuró coquetamente.
—No lo creo. Tampoco creo que debas —se humedeció los labios— besarme, en sí.
—Tú lo hacías en mi cueva —jugueteó la sirena, modelando su pómulo con un pulgar.
—Mhn, pero, entonces estábamos en tu terreno —Jungkook se incorporó ciertamente ruborizado—. Ahora estamos en el mío, y créeme, este es mucho peor la cueva del acuario.
Tae sonrió un poco, se sentó de rodillas junto a él, deslizó una mano por su hombro, hasta el borde de su camiseta.
—Extraño tu neopreno, ¿por qué no te quitas la ropa y te lo pones ahora?
Jungkook se levantó de la cama, con una mezcla de frustración, rubor, más unas carcajadas desenfadas. Taehyung era un peligro para él tanto como humano, como sirena.
*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Libro publicado en formato físico en Amazon. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo en Patreon.com/chispasrojas.
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