Capítulo 13


*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Libro publicado en formato físico en Amazon. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo en Patreon.com/chispasrojas.

Capítulo 13. Fracción de debilidad

—¿Qué es eso?

Jungkook levantó la mirada y bajó el móvil. Esa noche, junto a la puerta de su habitación, Taehyung se posó en el marco cruzándose de brazos.

—Un teléfono —contestó.

—¿Qué uso tiene?

—Sirve para llamar a alguien —sonrió Jungkook—. A alguien que está lejos.

—Como la voz de las sirenas.

El rubio fue hasta él, se sentó a los pies de la cama, flexionando una pierna bajo el muslo. El humano se arrastró hacia un lado, tocó unos mechones de su cabello en un fugaz silencio.

—Extraño tu pelo azul.

Su compañero se pasó una mano por el flequillo, ni siquiera le había dado tiempo a acostumbrarse a sus nuevas piernas, como para extrañar su antiguo tono de cabello.

—Quiero cantar para ti.

—¿Cantar?

—Sí. Puedo cantar muy bien —le aseguró—. Las voces de las sirenas atraen a los marineros de todas partes.

—Pero yo no soy un marinero. Y no necesitas cantar para atraerme.

Tae bajó la cabeza con una sonrisa tímida dibujándose en sus comisuras. Cuando volvió a mirarle, su tono de voz fue muy distinto, rico, profundo, melodioso. El humano sintió como si su corazón se detuviese, los cilios de sus oídos se encogieron viéndose sometidos a una suave caricia de terciopelo. En ese momento, todo se distorsionó para el pelinegro. El mar tras la ventana a donde daba su dormitorio palpitó en el nombre de una de sus hijas predilectas, Taehyung. Su voz encandiló su corazón, hechizó su mirada, concentró el bombeo de su sangre en su deseo por agarrarle con unos dedos.

Jungkook olvidó sus pálpitos, su respiración, se sintió sentado sobre una nube, en lugar de su propia cama. Los iris de Taehyung cobraron vida, se iluminaron y prendieron sus deseos, así como las ideas más estúpidas. Quería tenerle entre sus brazos, quería lanzarse al mar en medio de una tempestad, liberar una extraordinaria pasión y devorar sus labios hasta que quedasen sin respiración. Necesitaba entregarle todo lo que tenía e incluso más y cuando Taehyung terminó su preciosa canción sacada de algún mito marino, el chico se sintió tan mareado que le costó respirar.

El rubio extendió una mano y tocó su hombro, denotando su exacerbada respiración.

—¿Estás bien?

Los ojos de Jungkook se habían vuelto más oscuros, él asintió y tragó saliva, desviando su mirada.

—E-es más fuerte de lo que esperaba.

—Lo siento. Pensé que te gustaría.

—Y me ha gustado —reconoció con palidez.

—Jungkook. Siento lo de antes. Confío en ti —tuvo una pausa—. Quiero devolverte todo esto de alguna forma, me has sacado de allí, estás protegiéndome, y yo-

—Está bien. Salgamos a pasear. Necesito... aire...

Hablaron con tranquilidad durante los siguientes minutos. Bajaron de la casa y pasearon por la playa; Jungkook necesitaba tomar aire fresco y Tae agarró su mano mientras caminaban. Sentir la arena en los dedos de los pies era algo totalmente nuevo. La vista era preciosa, una playa vacía, varias manzanas a la redonda compuestas sólo por casas, sin apenas luz, con la lejana ciudad a kilómetros, resplandeciendo en el otro extremo de la isla.

—¿Extrañas el agua? —formuló Jungkook.

El rubio volvió a mirarle, casi con un respingo.

—Sólo el mar.

—¿Y tus hermanas? O lo que sea que hicierais ahí abajo —comentó el humano—. ¿Jugar al dominó acuático? ¿Discotecas de medusas luminosas?

—No demasiado. Y no hay mucho de eso.

Jungkook esbozó una sonrisita, estrechó su mano mientras caminaban. Y poco después, su sonrisa se extinguió sintiéndose egoísta. Había algo que flotaba en su mente, de forma ingrávida. Por primera vez, recelaba del mar que les acechaba bajo la bóveda del ciego índigo. Algo que había amado toda su vida, era una de las mayores amenazas, capaces de robarle a Taehyung.

—¿Puedo ir contigo? —pidió Tae.

—¿A dónde?

—A donde tú vayas. Quiero conocer a los humanos y ver qué cosas hacen. ¿Puedo?

El azabache le redirigió a casa mientras conversaban.

—No creo que eso sea buena idea —sonrió, pensando en los probables peligros de llevárselo por la ciudad de Geoje. No obstante, el puchero de sus labios le hizo recordar algo que se le hizo más convincente—. Aunque creo que podríamos ir a un lugar, quizá...

—Oh, ¿sí? ¡Vale, sí, quiero ir!

Taehyung se mostró emocionado por su iniciativa, la aceptó comprometiéndose a cualquier cosa. Jungkook esperó no haberse equivocado, después de todo, creyó que podría llevar al joven a aquella exhibición marina. Habría mucha gente, animales marinos, un lugar que probablemente se le haría familiar, y podría ver que no todos los humanos eran un peligro sobre dos piernas. Pensó en decírselo a Yoongi en otro momento, y cuando llegaron al porche de la casa, Jungkook le detuvo tirando de su mano.

—Espera.

Miró hacia ambos lados, alegrándose de que la ventana y puerta del salón, que daba al espacio trasero, se encontrasen sin rastros de luz. Eso quería decir que Yoongi se había ido a dormir, y también quería decir que podía tener un momento con Taehyung. A solas. Sin molestias.

—¿Crees que puedo darte un beso de buenas noches? —preguntó el humano en un susurro.

Él sólo acarició su labio inferior con un dedo. El corazón de Taehyung retumbó en su pecho, se sintió nervioso y desvió sus iris ligeramente. Sabía que no se refería al simple sello de labios que compartieron en la entrada de la casa, un rato antes. Jungkook quería algo más, y pese a que sus venas de ser acuático aún le concediesen rasgos gélidos por su conexión al mar, la pasión humana de su compañero acompañó a las yemas de sus dedos.

—No sé si te haré daño.

—¿No quieres besarme tú?

—Sí —contestó Tae con timidez.

—No me harás daño.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque no quieres —Jungkook sonó tan seguro, que el rubio pestañeó por su decisión.

Agarró su muñeca y le hizo retroceder unos pasos. La espalda de Taehyung presionó contra la pared del porche, Jungkook apoyó un brazo sobre esta, por encima de su hombro. Dejó un beso en la comisura de sus labios, sin llegar a tomarlos.

—¿O sí quieres?

—¿No? —Tae llegó a dudar de sí mismo, por un segundo.

—Tu canto dice lo contrario.

—No... Jungkook...

—No estaré con humanos ni humanas —murmuró sobre sus labios—, escucha: me mudé a esta isla para descubrir algo sobre mí que no entendía. Desinteresado, asustado del compromiso, perdido. Pero desde que entré a ese maldito complejo, desde que crucé las puertas de esa condenada pecera, desde que te vi a través de aquel grueso cristal que nos separaba; supe lo que me había estado pasando.

—¿El qué?

—Estaba esperándote.

—¿Tú... a mí...?

—Quizá creas que yo accedí a rescatarte, pero lo hice por mí —reconoció Jungkook con dureza—, lo hice porque soy jodidamente humano.

—¿Qué tiene que ver ser humano con eso?

—Verás, la gente es egoísta —se humedeció los labios—. El amor, el deseo, el poder, los secretos. Todo termina trayendo la misma satisfacción, cuando te llevas el gran premio.

Taehyung negó con la cabeza.

—Tú no eres así, no me harías daño.

—No —murmuró—. Pero me haría daño a mí mismo para seguir contigo.

—No lo entiendo.

—Una milésima parte de mí, una pequeña pero poderosa fracción —respiró Jungkook—, se alegró de no poder liberarte. De qué perdieses esa cola. ¿Estás seguro de que quieres confiar en un humano? Porque yo soy igual, Taehyung. Kim te quiere para él, y yo... te quiero... para mí...

—Tú no me quieres de esa forma.

—Ah, ¿no? —esbozó una sonrisa torcida—. ¿Acaso eres capaz de comprender de qué formas puedo quererte en este instante? ¿De qué formas te he querido ahora y antes?

—Dime, ¿me encerrarías? ¿me tratarías como un prisionero?

—No.

—Entonces, no comprendo por qué dices eso.

Jungkook ladeó la cabeza, buscando sus labios. Sintió su respiración contra la suya y rozó sus labios contra los propios levemente, tanteando si aquello seguía allí. Necesitaba besarle, pero no quería volverse loco por el frenesí de la sirena. No más de lo que ya estaba. Tae jadeó brevemente, Jungkook se mareó con su reacción. Estaba seguro de que eso no era parte de su terrible hechizo, pero escucharle jadear por primera vez tenía su encanto. Ahora era humano, como él. Podía sentir estímulos físicos, estímulos sexuales, de la misma forma que él los sentía. No importaba que los dos fuesen chicos, no importaba que jamás se hubiese sentido atraído por otro ser de género masculino. Lo suyo iba más allá, mucho más.

El rubio estiró los talones, buscando sus labios. Jungkook se lo puso difícil, apartando lentamente la dulzura que hasta entonces había tenido con él. Evadió sus labios y pasó una mano entre los mechones de su pelo, sujetando su rostro con cuidado. Se inclinó y dejó un beso en la punta de su nariz. Quería portarse un poco mal con él.

Taehyung frunció inmediatamente el ceño.

—Bésame —le exigió.

El pelinegro se rio con suavidad y le dio un beso muy dulce. Fundió lentamente sus labios sobre los de él, fue un beso gentil, agradable, extendiendo un hormigueo entre sus bocas. Los labios de Jungkook le acariciaron con suavidad, esperando que sintiera toda la ternura de su alma. Lo muy agradecido que se sentía de tenerle allí, todo lo que significaba para él, en un periodo de tiempo tan corto. La respiración de la sirena se volvió entrecortada, nerviosa, entre los varios besos, desperdigados, algunos más profundos y otros más suaves que Jungkook le proporcionó. Era la primera vez que se besaban sin agua de por medio, sin el frígido líquido rebajando la temperatura de sus pieles. Sin ese frenesí adictivo, similar al alcohol más lascivo del planeta.

Sus besos se volvieron más exigentes poco a poco. Jungkook sonrió ligeramente sobre sus labios, sintiéndose satisfecho.

—¿Sientes algo? —formuló Tae débilmente.

—No —y volvió a besarle.

Taehyung suspiró una sonrisa, sujetando el cuello de su camiseta. Por fin eran libres, sin frenesí, sin paredes de cristal reteniéndolos. Sólo él y Taehyung jugando a ser dos humanos. Y Dios, cómo le gustaba poder controlar aquello. Disfrutar de un beso humano como deseaba, con toda la fuerza de dos imágenes atrayéndose. Taehyung enredó los brazos alrededor de su cuello, profundizó en su beso y lo volvió sinuosamente lento, curioso, con ánimo de exploración. Jungkook le mantuvo entre sus brazos con firmeza, se desvió de sus labios traicionando a su compañero por algún motivo que no comprendió. Se encogió ante la nueva sensación, los labios del humano presionando en su cuello, sus propios dedos se clavaron suavemente en su espalda, sus ojos se entrecerraron y su aliento volvió a marchitarse. ¿Por qué hacía eso y se sentía tan bien? No sabía si podía pedirle que parase o si quería continuar, pero Tae se asustó ante las emociones humanas que le perturbaron. Un pinchazo físico, una excitación que nunca había conocido, el temblor de su aliento, el estrés de Jungkook mordiendo suavemente el borde de su mandíbula con los dientes.

Dejó escapar un suave gemido, sin comprender qué le sucedía. Quería preguntárselo, pero Jungkook sintió el impulso de volver a besarle con un poco más de furia, presionándole contra la pared y su cuerpo, su aura caliente, transmitiéndose a través de su ropa.

El azabache tomó sus labios apasionadamente, en un beso mucho más dinámico. Se sintió enfadado por no haberle besado así hasta entonces. Lo hizo con más profundidad, entreabriendo sus labios con los propios, rozando sus dientes, su lengua, probando su saliva. Quería besarle. Besarle. Con su corazón vibrando, bombeando sus venas con sangre espesa. Más. Más. Quería ahogarse en su beso de sirena, volverse esclavo de sus labios, corresponder a sus deseos. Lo que él quisiera. Era suyo hasta ahogarse en-

—Jungkook —Tae se desvió de sus hambrientos labios, forcejó ligeramente con su ansiedad por seguir besándole, percibiendo que algo no iba bien—. J-Jungk-

—No —jadeó el pelinegro—. M-mierda. No —maldijo resoplando. Pudo sentir la familiar sensación de frenesí y desamparo, cuando su compañero rehuyó bajo su brazo.

Él respiró despacio, apretó los puños y posó la frente contra la pared, concentrándose en superarlo. Cuanto antes se esforzase en racionalizar que no iba a morir si dejaban de besarse, antes podría superarlo.

—No me puedo creer que...

—Creo que puedo controlarlo —dijo Taehyung.

—¿Qué? —giró la cabeza, tragando saliva.

Los iris de la sirena emitían un destello de luz que se fue apagando lentamente.

—Que... creo que... perdí el control —especificó—. Pero puedo controlarlo. No es como antes.

Jungkook respiró profundamente, le contempló a una distancia de seguridad, separada por varios metros.

—¿Eso crees?

—Ha sido diferente a otras veces.

—Al principio —observó Jungkook, relamiéndose—. Hacia la mitad estábamos bien, pero después...

Tae bajó la cabeza, sus labios estaban más rosas, besados por él.

—Puedo apagarlo de alguna forma —repitió—. Debo concentrarme.

Consideró silenciosamente que no era tan fácil como decirlo. Besar a un humano conllevaba más emociones de las que hasta entonces, en toda su vida de ser mitológico, había recaudado.

—Me siento un poco extraño —reconoció Tae seguidamente—. Mal.

Jungkook dio unos pasos hacia él, los dos se miraron como si acabase de romper alguna barrera invisible. No iba a hacer nada más, pero quería comprobar de qué se trataba. Posó una mano sobre su frente, esperando que no volviese a aparecer aquella fiebre que le hizo perder su cola.

—No tienes fiebre —susurró.

—¿No? —dudó Taehyung, bajó la cabeza con las mejillas iridiscentes y se tocó una—. Pues tengo calor.

—No estás caliente.

—No sé...

—Oh.

El pelinegro abrió los ojos, allí, en el porche, bajo la luz del manto nocturno, denotó su evidente rubor. Tomó una muñeca de Tae y retiró su mano del rostro, advirtiendo su elevado pulso y pupilas dilatadas.

—Ya sé lo que es —mencionó con cierta maldad, se inclinó junto a él, aproximando sus labios a su cuello—. ¿Es por esto? —posó la almohadilla de estos, acompañados de un roce de nariz sobre su dermis.

Tae encogió los hombros, su compañero dejó unos cuantos besos cariñosos por allí, que casi le obligaron a gemir ahogadamente. Rápidamente, agarró su camisa y le apartó para que cesara.

—No. No, no, no —gimió la sirena—. No sigas.

Jungkook soltó una risita oscura, volvió a mirarle y se mordió el labio inferior.

—Entonces, ¿es eso?

—¿Qué? —soltó molesto—. M-me siento raro.

—No te sientes raro, Tae —le dijo Jungkook, retrocediendo un paso—. Estás excitado, eso es todo.

—¿Hm? ¿Excitado?

—Estimulación sexual —detalló, cruzándose de brazos—. Es una respuesta humana a los estímulos físicos. Aumento de ritmo cardiaco y sistema nervioso, erección del miembro masculino, en el caso del hombre. Sucede cuando algo te gusta.

Taehyung parpadeó, atónito.

—Venga, no pasa nada. En un rato se te pasará —aseguró Jungkook, dirigiéndose a la puerta. Se dio media vuelta con una sonrisita—. Eso no es malo, significa que eres humano.

—Pero, ¿tú también...?

—¿Yo? —repitió, rodando los ojos—. ¿Contigo? Sí.

—¿Ahora?

—Ahora —sonrió Jungkook, reprimiendo una carcajada.

De alguna forma, se sintió tan divertido como tímido.

—No sabía que... se sentía así...

—Ya, bueno.

Tae clavó sus iris heterocromáticos sobre él, como si acabase de descubrir el mundo. La extraña sensación se había metido bajo su piel y Jungkook le atraía tanto como le imponía en ese momento. No sabía si quería lanzarse hacia sus brazos para comprobar cómo continuaba aquello de la estimulación sexual, o prefería no volver a tocarle. Estaba seguro que, desde que era humano, las yemas del chico habían comenzado a quemarle con su tacto.

Él, en su vida de sirena, jamás había sentido ese tipo de deseo por algo. ¿Cómo se suponía que debía sobrevivir a algo tan complejo?

—Necesitas dormir —dijo Jungkook—. Vamos, se está haciendo tarde.

—Pero te quedas conmigo.

—Nah, para nada —suspiró, con media sonrisa—. Prefiero el sofá antes que verte la cara.

Taehyung pasó de largo y entró en la casa, ciertamente enfurruñado. Jungkook no es que no quisiera dormir con él. Llevaba semanas pensando en él antes de dormir, preguntándose si estaba bien en el acuario, sintiendo su pecho dolorido por la distancia entre ambos. Sus pesadillas le habían torturado y mortificado cada noche, haciéndole sentirse alerta. Deseaba con vehemencia tumbarse junto a él, pero Tae era como un caramelo del que no quería abusar. Una joya preciada. Su joya.

¿Cuánto tiempo más podría tenerle? ¿Recuperaría su cola antes de expresarle que estaba enamorado? Cuando entraron en la casa, Taehyung fue en dirección a la escalera y Jungkook, posó ambas manos sobre el respaldo del sofá, resignándose a pasar la noche allí.

—Jungkook.

Giró la cabeza, clavando sus ojos sobre el joven. Su rostro era sereno, sin rubores, sin brillo mágico en los ojos. Sólo Taehyung.

—¿Sí?

—Ya sé por qué no quiero volver a mi mundo.

—¿Por qué?

—Porque no quiero regresar a un mundo en el que no existas —le dijo y luego de insertar su corazón con una afilada cuchilla, le ofreció las buenas noches con una sonrisa.


*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Libro publicado en formato físico en Amazon. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo en Patreon.com/chispasrojas.


Haeri salió tarde del centro de recuperación de animales marinos. Con un par de bolsas de basura, fue hasta el contenedor más cercano. Llevaba su mochila en la espalda, una camiseta de nadador y una minifalda. Cuando abrió el contenedor, tiró una bolsa y agarró la segunda con ambas manos. Un extraño sonido siseante le hizo girar la cabeza. No había nadie, pero su vello se erizó. Lanzó la segunda bolsa al contenedor y sacudió las manos, volviendo a mirar en la misma dirección. La calle estaba vacía, silenciosa, el suave rumor de las olas tejiéndose al otro lado de la calle, más allá del paseo marítimo. De repente, encontró una figura. Una silueta masculina, con capucha, alto, varonil, de hombros cuadrados.

—¿Jungkook? —preguntó en voz alta, casi sintiéndose estúpida.

Su corazón se lanzó sobre su pecho ante su falta de respuesta, metió la mano en el bolsillo y sacó su teléfono, encendiendo la linterna. En cuanto levantó la cabeza, la figura se había acercado tanto, que una mano enorme tocó su codo. Soltó un grito, antes de descubrir sus ojos azules. Cabello negro y largo, piel morena, guapísimo. ¿De dónde había salido ese chico?

—H-huh, dios.

—Discúlpame —soltó su codo—. ¿Te he asustado?

Haeri parpadeó, tragó saliva y le miró fijamente.

—Un poco.

—Creía que me habías llamado, oh —sonrió—. Por un momento pensé que te conocía.

—Ah, no. No nos conocemos —la joven se humedeció los labios—. Quiero decir, m-me encantaría hacerlo, pero, uf.

Él sólo ensanchó su sonrisa.

—Soy Jesse —le ofreció su mano—. Un placer conocerte. Y siento haberte asustado.

Haeri estrechó su mano con una sonrisita tonta. Sus dedos eran cálidos y largos. No sabía de dónde había salido Jesse, pero ella guardó las manos en los bolsillos de la falda y caminaron juntos, conversando superficialmente. Él le preguntó si trabajaba en ese centro de recuperación animal, ella asintió, comentándole un poco su extraordinaria labor. Jesse estaba en Geoje de vacaciones (aunque no fuesen las mejores fechas), era estadounidense, modelo y hablaba perfectamente coreano. En definitiva: fue un flechazo a primera vista.

Captó a Jesse mordisquearse el labio mientras hablaban, lo que era sinónimo de que, a él también le gustaba, o simplemente, tenía un montón de hambre. Como no se le ocurría otra cosa, le invitó a tomar algo, se hicieron amigos e intercambiaron sus teléfonos.

—Iré a esa exhibición a verte —tomó su mano y dejó un beso por encima de sus nudillos—. Buenas noches, Haeri.

Cuando se separaron, Haeri aún se sentía atontada. Era como si hubiese estado montada en una nube, pese a que el vello de su nuca erizado persistió como escarpias.

Al día siguiente, Jungkook dejó todo organizado para no meterse en un lío.

—Y si ves a Seokjin, nos largaremos de inmediato.

—Sí —repitió Yoongi con una voz pedante. Él le daba la razón a todo lo que decía, desde hacía un buen rato.

—Si aparece Seokjin, estamos jodidos —se pasó una mano por la mandíbula—, debí haberle dicho que no a Haeri. Ahora creo que es un mal plan.

—Mira, aún estamos a tiempo de quedarnos en casa. Podemos ver Tiburón 2 —enumeró Yoongi—, comer palomitas, y preparar tacos veganos para que la sirena se sienta como en casa. Yo haré de caballito de mar, tú muévete como un alga.

—¿No vamos a ir?

Taehyung apareció en la puerta con una mueca de tristeza. Vestía una blusa azul celeste de la ropa que Jungkook le había comprado. Unos pantalones piratas muy monos y unas sandalias que le daban un toque más juvenil de lo que esperaba.

—No estoy diciendo eso.

—Está echándose para atrás, porque es un cobarde —Yoongi azuzó a Tae, como era de esperar.

—¿De qué tienes miedo?

—De nada —Jungkook se cruzó de brazos.

—Kim no va a estar allí, él no va a eventos públicos —le dirigió Yoongi con mala gana.

Jungkook le lanzó una mirada mordaz. Él nunca podía mantener su bocaza cerrada.

—Espera, no creo que me reconozca —sonrió Tae, dando unos pasos—. Mi pelo es rubio, no azul. Y no tengo cola, ni escamas.

—Y eres más bajito de lo que esperábamos —comentó el azabache casi como una confidencia.

Yoongi agarró un sombrero de paja, de los que utilizaba cuando salía al exterior, pescaba, o se dedicaba a balancearse en la hamaca del porche. Se aproximó a Tae y se lo encajó en la cabeza.

—Nadie tiene por qué verte la cara —dijo Yoongi, le echó una mirada de soslayo a Jungkook y este suspiró, dándose por vencido.

—Está bien, vamos a ese condenado sitio. Pero me debes una cerveza y un burrito —Jungkook señaló a Yoongi—. Y tú —apuntó a Tae con un gruñido—, no sueltes mi mano.

El mundo humano era más alegre de lo que Tae pensaba. El parque temático de Geoje estaba repleto de gente, grupos amistosos, familiares y niños. A Tae le llamaban especialmente la atención los niños. ¿Cómo podían existir seres humanos tan diminutos? ¿Y por qué parecían tan patosos y adorables caminando?

Jungkook tiró de su mano tras pagar el ticket de sus entradas, Yoongi les siguió, tras birlar una bolsa de cacahuetes que regalaban a la entrada.

—Pingüinos por allí —indicó Yoongi, bromeando un poco.

El pelinegro puso los ojos en blanco, atravesaron la marea de gente a la entrada y se aproximaron a un chiringuito exterior donde vendían bebidas.

—¿Te gustan los pingüinos? —formuló Tae, distrayéndose rápidamente—. ¡Ahí va! ¿por qué hay una catarata ahí?

El pelinegro esbozó una sonrisa falsa.

—Claro —mintió—. Me chiflan.

—Porque esto es un parque temático, la gente hace ¡uuh! —gesticuló Yoongi, echándose un puñado de cacahuetes a la boca—, y, luego, ¡aaah! Y cuando los pingüinos dan saltitos hacen ¡ji, ji, ji!

Jungkook siguió los pasos de Tae, cuando tiró de su mano para acercarse a la catarata. Levantó su sombrero sólo para observar con una mejor perspectiva. Se notaba que era una creación artificial, y, aun así, le pareció bonita. Había un montón de niños fotografiándose junto a la barandilla metálica.

—¿Te gusta? El agua es dulce, creo.

—Me encanta —reconoció Tae, con una fugaz sonrisa.

Yoongi se aproximó al par de chicos.

—Si queréis bebidas, prestad atención a esa cola —señaló con un dedo.

Jungkook se frotó la frente, había ido hasta allí por un burrito y no pensaba descartarlo. Yoongi le dijo que no iba a tragarse semejante espera ni así ese burrito fuese el más delicioso del planeta.

—Vamos, no es para tanto.

—Ten —Yoon le dio su parte del dinero—, cómpralo tú. Y tú, ven conmigo, vamos a ver a esos delfines antes de que te lo pierdas.

El pelinegro cedió sólo porque confiaba en Yoongi, su mejor amigo arrastró a la sirena, llevándosela hasta la siguiente zona del parque temático. Allí había una playa artificial, con zona rocosa, mini cataratas y una distancia de seguridad. Estaba plagado de gente, había delfines saltando al ritmo de la música. Tae se apoyó en la barandilla, con la boca abierta. Observó a una joven liderarlos, casi parecía una valquiria. ¿Se comunicaban mentalmente? ¿Era algún poder humano? Razonó que no, pues hasta donde sabía, los humanos carecían de ese tipo de dones. Se le hizo admirable ese talento, entrenamiento o lo que quiera que fuese.

Jungkook estuvo tanto rato en la cola, que maldijo a todos sus ancestros. Giró la cabeza tratando de encontrar a Yoongi y Taehyung, pero no pudo verles. El cielo se encontraba terriblemente soleado esa tarde, la música comenzó a resonar a lo lejos y él, empecinado a tener su burrito, logró mantenerse allí hasta tomar su turno. Pidió un refresco para Tae y su propia comida, esperando que les sirviesen rápido. Encontró a Noah cuando se dirigía hacia allí, mordiendo la tortita y con un vaso de refresco en la mano.

—¡Eh, has venido!

—Sí —masticó Jungkook.

—Es genial, Haeri acaba de salir.

—Mierda, estoy perdiéndomelo —maldijo Jungkook, tragó su bocado y le habló con más claridad—. No sabía que esto se llenaría tanto.

—Ya ves, yo tampoco. Supongo que la gente apenas pudo venir el otro día, por lo de la lluvia y eso.

—Ah, sí.

—Oye, ¿vienes con alguien?

—Huh, con Yoongi y... un... mi... ah...

—¿Un-mi-ah?

—M-mi pareja —a Jungkook le explotó el cerebro en el mismo instante que logró pronunciarlo.

No estaba muy seguro de si aquello estaba bien, pero la noche de antes, Tae y él se habían considerado como que estaban saliendo, pese a que salir con una sirena como él no dejaba de ser muy raro. Además, era un chico.

—Joder —escupió Noah, abrió los ojos muchísimo y posó una mano en su hombro—. ¿Tienes novia? Wow, debo conocerla. ¡Sabía que últimamente estabas perdiéndote demasiado, bribón!

Jungkook le dio un gran bocado a su burrito sólo para llenarse la boca. Ahora sí que le apetecía maldecirse.

—Vamos, quiero verle.

—Por allí —indicó, afrontando el peligro.

De todos modos, no era como si le importase que alguien pudiera pensar que a él le gustaban los chicos. Tenía ciertas dudas de si su orientación se basaba en el género o en las conexiones. Fuera como fuese, quería a Taehyung. Con todas sus fuerzas.

En cuanto arrancaron el paso, un tipo enorme chocó con su hombro, se le cayó el burrito de la mano y la bebida estuvo a punto de escurrirse entre sus dedos. Jungkook giró la cabeza frunciendo el ceño, su vello se erizó instantáneamente, desde el de su nuca, hasta el casi inexistente de sus brazos.

—¡Eh! —profirió, pero el tipo ni siquiera se disculpó. Pasó de largo, con el cabello negro y ondulado hasta los hombros, de su misma altura, de brazos fuertes.

Jungkook parpadeó, preguntándose qué problema tenía alguna gente. Había estado esperando por ese condenado aperitivo una hora, pero hubo algo que le hizo sentirse extraño y no fue precisamente el de perder su burrito.

—Oh, vaya —exhaló Noah—. Se ha caído todo. Una lástima.

El pelinegro le miró de soslayo.

—¿Estás bien? —agregó Noah.

—Eh, sí. Sí. Vamos.


*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Libro publicado en formato físico en Amazon. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo en Patreon.com/chispasrojas.


Instantes antes

Yoongi y Taehyung querían dirigirse a sus asientos ubicados en la pequeña grada semicircunferencial, pero el humano no llevaba los tickets de sus entradas encima (las tenía Jungkook) y se percató de que no tenía ni idea de cuáles eran sus asientos. A Tae no pareció importarle demasiado durante el rato que estuvieron esperando. Él se esforzó por perseguirle, mientras la sirena iba de un lado a otro; estaba fascinada por la exhibición, alucinó cuando vio pasar a las morsas haciendo fila y retrocedió unos pasos al encontrarse con un tiburón gigante (una maqueta enorme, pintada de tonos plateados y cobaltos). Al rubio le sorprendió la creatividad humana, la capacidad para que tanta gente pudiese reunirse en el mismo lugar y pareciesen tan jubilosos confraternizando.

Todo marchaba bien, hasta que alguien tropezó con Tae, derramándole el refresco por encima. Yoongi entró en pánico y le agarró del brazo.

—Discúlpame, dios. No miro por donde camino. Perdona.

—Está bien, no se preocupe —afirmó el joven con una sonrisa.

El otro pasó de largo, sintiéndose avergonzado. Yoongi le abanicó con un abanico de papel, sopló en su blusa y le miró con los ojos de par en par, como si fuese a pasar algo.

—¿E-estás bien? —dudó el humano.

—Sí. No sabía que los humanos eran tan agradables entre ellos.

—No lo son —suspiró Yoongi—. Créeme que no. En su mayoría, todos son unos chupapollas.

—¿Qué significa chupapollas?

—Oh, mejor te lo explico en otro momento —ladeó la cabeza, con un tono sarcástico—. A Jungkook no le gustará saber que te lo he dicho. Pero, espera, mírame. ¿Está todo bien? —sujetó sus hombros, con un rictus tenso—. ¿No te va a salir cola, ni nada de eso?

—Huh, ¿por qué?

El rubio le miró bajo el sombrero de paja con una naturalidad, que transmitió a Yoongi que todo marchaba sobre ruedas. Apartó las manos y las colocó en su propia cintura, resoplando.

—Últimamente, estoy hecho un paranoico. Ya sabes. Agua, sirenas —masculló tragando saliva pesada—, pero no vas a recuperar tu cola porque alguien te derrame un Seven Up encima, ¿verdad?

—¿Un Seven Up?

De repente, un enorme revuelo se esparció entre todos los asistentes. La gente comenzó a aplaudir y los ojos Yoongi se abrieron como un par de ventanas.

—Me cago en la puta —agarró su antebrazo y tiró de él—. Jungkook tenía razón. ¡¿Por qué siempre tiene razón ese hijo de puta?!

—¿Qué? ¡¿Qué?!

Taehyung giró la cabeza y abrió la boca, entre todo el revuelo, un tipo trajeado paseó por el parque temático, arrastrando a un puñado de prensa. Kim Namjoon era el ser más reconocible del planeta, cabello claro, traje gris perla, porte elegante y esa aura fría y soberbia. El corazón palpitante de Taehyung se lanzó contra sus costillas, se sintió tan mareado por el impacto de volver a verle, que tuvo que agarrarse a la barandilla.

—Vamos.

Comenzó a caminar hacia donde Yoongi le arrastraba. Él no tenía ni idea de por dónde moverse, pero creyó que sería suficiente con andar en la dirección contraria. Ya se preocuparía más tarde de encontrar a Jungkook. Por suerte, Tae no era alguien reconocible. Su sombrero le tapaba el rostro, su aspecto de chico flor, con un bronceado sureño, le hacía pasar desapercibido. Además, el señor Kim ni siquiera conocía a Min Yoongi. Era imposible que les detectara.

—J-Jungkook, tenemos que buscar a Jungkook —escuchó decir a Tae mientras el otro tiraba de su muñeca.

—N-no. Jungkook es una maldita diana con letras de neón ahora mismo —dijo—. Ese imbécil trajeado le conoce, es mejor que ahora sólo estés conmigo. Vámonos de aquí.

Tae no dijo nada, pero Yoongi se detuvo en un cruce del parque temático (no sabía hacia donde diablos arrastrarle), agarró su mano en confianza y en uno de los mapas del lugar, comprobó dónde diablos quedaba la entrada por la que un rato antes habían pasado. Estaban a doscientos metros de la salida, sólo tenían que rodear la maldita catarata.

—¿No puedes llamarle con la cosa esa?

—¿Cosa? ¿Qué cosa?

—Eso que transmite vuestra voz humana a la persona que deseáis. Vi a Jungkook utilizarlo anoche.

Yoongi alzó ambas cejas y le escudriñó con la mirada.

—¿Un maldito teléfono? —se quedó con la boca abierta—. Joder, qué creativo eres a la hora de describir algo. Te ha quedado indescriptiblemente romántico.

De repente, algo les salpicó un montón de agua. Tae ya tenía la blusa mojada por su tonto tropezón de antes, pero de todas formas, Yoongi soltó un gruñido, giró la cabeza y señaló con un dedo al estúpido cachalote que acaba de emerger de las profundidades para lanzarles un montón de agua.

—¡Nunca me habéis gustado, seres del inframundo! —le gritó Yoongi, fuera de control—. Si no fuerais tan gigantes, ¡os cocinaría en mi horno, con patatas asadas y tomillo!

Taehyung abrió la boca, pero no por la cantidad de blasfemias del humano, sino porque, inesperadamente, un extraño cosquilleo invadió su sistema nervioso. Su ropa mojada, pantalón, y piel, centellearon suavemente bajo el salpicón de agua salada que les había atacado.

—¡Ah! —su grito fue inaudito, y llegó a los oídos de Yoongi no mucho antes de ceder al vértigo de sus lánguidas piernas.

Precipitadamente, su piel dorada y canela se volvió escamosa, su pantalón se rasgó y recuperó el tono azulado que una vez caracterizó a su cola. Cayó al suelo desprovisto de ayuda, y Yoongi, aún sin soltar su mano, se inclinó y soltó un grito al unísono cuando le vio convertirse nuevamente en un pez.

Estaban en un parque plagado de gente, a la luz del sol, con Kim Namjoon casi pisándoles los talones y sin Jungkook. Y Taehyung, volvía a ser una maldita sirena.

*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Libro publicado en formato físico en Amazon. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo en Patreon.com/chispasrojas.

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