Capítulo 09

*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Libro publicado en formato físico en Amazon. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo en Patreon.com/chispasrojas.

Capítulo 9. Un plan sin cabos sueltos

Un día más tarde.

Una hora de footing por la playa, una ducha templada y varios aperitivos hicieron que Jungkook terminase tumbándose sobre su cama con los auriculares de su teléfono insertados en las orejas.

Una vieja melodía de Looking Glass resonaba desde su playlist. De cada uno de sus lóbulos, colgaba un par de aritos plateados de los que siempre se deshacía antes de dirigirse a cualquiera de sus jornadas laborales. Toqueteó uno distraídamente con el pulgar. En esa ocasión se los puso por costumbre, y con la capucha de la sudadera sobre su cabeza, se sintió como si el monzón que se aproximaba a la isla trajese un breve otoño en mitad de aquel cálido verano de Geoje.

El cielo se encontraba gris, hacía algo de viento, tanto que, desde su ventana podía apoyarse junto al cristal y observar cómo las suaves olas se encrespaban como la cresta de un gallo.

La música de sus auriculares tranquilizaba su inexplicable desasosiego; preocupación por el estúpido encontronazo que tuvo con Kim, por Seokjin y que no supiera manejar las cosas, por liberar a Taehyung y... por la inevitable forma de extrañarle que surgió en su pecho. Yoongi apareció en el marco de la puerta, observándole bajo el velo gris que asomaba desde su ventana. Jungkook ni siquiera le miró, la música que desprendía la letanía del tono de sus auriculares le sumió en una burbuja distante.

Yoongi entró en su dormitorio, se tumbó a su lado empujándole con uno de sus hombros para que le dejase algo de espacio y recibió una mirada de soslayo poco interesante. Desconsideradamente, arrancó el auricular izquierdo de su oreja y se lo colocó en el oído derecho.

—Creo que me he cargado una lámina de madera en la clase de bricolaje —comentó con tono neutro—. Pero lo he dejado como si eso ya estuviera así antes de que yo llegase. Soy un genio, ¿verdad?

Jungkook se quedó en silencio, con sus iris perdidos en el techo, exhaló una débil sonrisa. Yoongi alzó la cabeza un poco y le miró con el ceño fruncido.

—¿Qué has hecho tú?

—Estuve en el acuario —contestó Jungkook sin más relevancia.

—Oh, claro. El acuario.

—¿Qué tal tu día, hyung? —prosiguió el azabache, como si no le hubiera escuchado.

—Mejor que el tuyo, parece —consideró Yoongi con voz ronca—. ¿Qué tal si pedimos una pizza? Tenemos que acabar con el sarcófago de Blancanieves. No queda mucho, hay que atornillar las bisagras.

—Que sean dos —aceptó Jungkook pacíficamente, giró la cabeza y contempló su perfil unos instantes—. Si quieres, te la sujeto mientras atornillas.

—Dime que te refieres a mi porción de pizza—Yoongi se sacudió con un repentino escalofrío—. Porque podríamos comenzar a sacar esa frase de contexto.

Jungkook soltó una risita despreocupada. Después de todo, pidieron una de pollo a la barbacoa y otra de cuatro quesos. Estuvieron trabajando en la caja de madera y cristal hasta tarde. Jungkook terminó comiéndose el setenta por ciento de los trozos mientras Yoongi montaba las piezas y él hacía de sujeción.

—¿Se saldrá el agua de eso?

—Nah, le eché una masilla en las juntas —expresó Yoongi con seguridad, después se mordisqueó la lengua, salió al porche a por un cubo que rellenó de agua con una manguera, y lo comprobó derramando todo su contenido en el interior para cerciorarse—. Veamos.

Jungkook se sentó sobre la isla de la cocina, con los pies colgando y un frío trozo de pizza mordido. Consideró que la caja estaba bien hecha, el agua se mantuvo sin ninguna fuga, y Yoongi comprobó la rendija de ventilación de la cubierta de cristal.

—¿Crees que podremos los dos con eso? —dudó Jungkook—. Si lo llenamos de agua, digo.

Yoongi arqueó una ceja y le miró como si estuviera loco.

—Eh, tú eres el único con bíceps aquí. Además, soy mayor que tú, ¿no querrás que me parta la espalda? —gesticuló su compañero, poniendo los brazos en forma de jarra sobre su propia cadera—. Necesitaremos unas ruedas si quieres mover esto lleno de agua. Dime, ¿vas a llenarlo de pingüinos? ¿Vamos a robar un banco de ellos? Porque suena como un buen argumento. Podríamos llamarlo, «el atraco de los pingüinos».

Jungkook sonrió un poco, pero pareció reflexionar sobre algo que extinguió su sonrisa lentamente.

—Yoon, este es un pingüino muy grande —dijo, atrapando la mirada de su amigo—. Tanto que, tenemos que liberarle. Se lo prometí, ¿entiendes?

—¿De qué... hablas...?

—Está encerrada en una zona restringida del acuario —concretó Jungkook—. Tenemos que ser rápidos, silenciosos y no podemos dejar ningún cabo suelto.

—¿Encerrada? —dudó Yoongi—. ¿Ella?

—En realidad, es él —se corrigió el más joven—. Es una... ¿alguna vez te has interesado en mitología marina?

Yoongi se quedó perplejo. Por un segundo, pensó que Jungkook estaba vacilándole, pero por la seriedad de sus ojos castaños y bajo tono de voz, se sintió muy extraño y quiso detener el asunto. No estaba preparado para escuchar lo que fuera que fuese a contarle.

—E-está bien, no... no sé si quiero seguir escuchando.

—Ya. Será mejor que le veas con tus propios ojos —fue lo último que dijo Jungkook, y no volvieron a tocar el tema el resto del día—. He cuidado de él todo este tiempo, y puedo asegurarte, que... valió la pena conocerle...

No mucho después de terminar la caja, recogieron todos los materiales cortados y limpiaron el salón y parte del porche. Jungkook retrasó la hora de acostarse, pues encontrarse consigo mismo a solas no era fácil. No sólo estaba nervioso, se sentía extraordinariamente afectado por algo que no podía discernir del todo. Aquella mañana había visitado a Taehyung por última vez para explicarle los detalles de su traslado de la mejor forma posible.

La sirena parecía distraída con sus preguntas de, «¿podré ver a tu familiar?», refiriéndose a Yoongi. Por algún motivo, era lo único que le llamaba la atención, como si Yoongi fuese declarado como de confianza sólo por ser amigo de su humano favorito. Instantes previos a su charla, se negó a hablar con Jungkook en la superficie mientras Seokjin estuviese delante. Taehyung rehuía del contacto humano, desconfiaba de todos como un gato asustado, excepto de él mismo.

—¿Jugamos a ver quién llega más rápido al fondo? —le preguntó de forma pueril, cuando terminaron de hablar sobre la estrategia de su salida.

Esperó a que se metiese en el agua, como acostumbraba. Pero en esa ocasión, Jungkook negó con la cabeza. Tenía demasiadas cosas que organizar el día previo a su salida, y no podía permitirse unas horas más a su lado. Jungkook lo hizo porque era necesario, así como que sabía resultaba lo mejor para no agarrarse a él demasiado.

—Tengo que marcharme, debo organizar algunas cosas más.

—P-pero, ¿volverás a por mí?

—Claro que volveré a por ti —expresó el azabache, con suavidad—. Mañana, durante la noche. ¿de acuerdo?

Sus manos se entrelazaron en la orilla. El sabor de la libertad casi rozaba la lengua de la sirena de forma inhabitualmente amarga.

—Taehyung, ¿qué se siente al nadar en mar abierto? —formuló Jungkook con un pálpito en su pecho.

La mirada de la sirena resplandeció levemente, evocando una hermosa vida de mar abierto y libertad.

—No hay nada parecido —exhaló con una radiante añoranza.

Jungkook se sintió desamparado por su leve sonrisa.

—Eso es lo que siento por ti —confesó el humano.

Taehyung se quedó mudo en el momento que comprendió su significado. Después de eso, Jungkook se marchó del acuario. Cuando esa noche se fue a dormir, no tardó demasiado en conciliar el sueño. Los labios de la sirena llegaron a él durante su descanso, como el rumor de las olas. Sedimentó su sufrimiento tras el fuerte oleaje de su corazón, mientras el monzón de aquel verano comenzaba a deshacer las nubes grises del cielo en una taciturna lluvia que recubrió la isla.

Taehyung sintió una extraña angustia en el agua la última noche que pasó en el acuario, se sintió desorientado mientras flotaba en el elemento que le envolvió desde su nacimiento.

«¿Jungkook sentía lo mismo que él, por el mar?», se preguntó acongojado. Él amaba el océano más que a nada, acariciar la espuma con sus dedos, recolectar cada una de sus misteriosas maravillas, confeccionar complementos y deslizarse entre otras criaturas que emigraban por las distintas partes del Mar del Este con los cambios de corrientes y temperaturas. Adoraba la caricia del sol dorado sobre su piel, cuando se permitía visitar la superficie tan prohibida y lejana a la costa. Incluso disfrutaba del sonido de las gaviotas, que le obligaban a sacar la cabeza para seguirlas con la mirada cuando rozaban su pico con el agua. Él se fundía con las olas, saltaba por encima de ellas con fuerza y era el más veloz entre las sirenas de su nido.

«Pero, ¿amar a otro ser? Eso nunca lo había sentido», pensó. «Ni siquiera estaba permitido. ¿Podía amar a otro ser tan diferente al mar que le había cultivado? Jungkook era... Jungkook. Como ese efecto de gravedad que la luna llena ejercía sobre las olas nocturnas. Su calidez, su delicadeza, su empatía, sus dedos cálidos... sus ojos castaños, los latidos de su corazón... y, sus labios».

En el fondo de su frío pecho, recibió un profundo latido que golpeó su esternón. Taehyung liberó un jadeo y se retorció. El pánico invadió su persona, mientras la hormigueante sensación se extendía por su espina dorsal de nuevo.

«¿Otra vez aquella sensación? No, ¡no!».

Algo apretó su pecho y le estrujó con fuerza. Taehyung gritó bajo el agua, liberando un puñado de burbujas que ascendieron hasta la superficie. Su grito no llegó a ninguna parte. Nadó débilmente hacia arriba, buscando escapar del miedo que le carcomía. En la superficie, agarró su garganta con ambas manos como si se ahogase. Sintió náuseas. Quería gritar de nuevo. Comenzaba a jadear sin saber bien cómo hacerlo. El agua quemó las escamas de su cola, como si estuviese sumida en un extraño ácido. Taehyung llegó a la orilla, se deslizó por la arena débilmente, enterrando los dedos en la tierra húmeda. Le acuchillaban por dentro, tiraban de su piel como si unas agujas frías se clavasen en cada una de sus escamas. Sintió un repentino frío, helador. Jamás había sentido aquel frío, pero la primera vez que su cuerpo tembló, comprendió que había algo en él que no marchaba del todo bien.


*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Libro publicado en formato físico en Amazon. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo en Patreon.com/chispasrojas.


Seokjin dejó un par de billetes sobre la redonda mesa de la cafetería, junto al café de Jungkook.

—¿Qué es eso?

—Tu coartada —contestó, sentándose en la silla frente al chico—. Son entradas para una exhibición de delfines y otros, esta misma noche.

Jungkook agarró los tickets y los comprobó. Los datos de las entradas marcaban las 21.30h, el lugar exacto y el tipo de exhibición. Reconoció por encima que era donde Haeri daba sus espectáculos, aunque con el descenso de temperaturas y aquella extraña lluvia golpeando los cristales de la cafetería, estaba seguro de que la joven pescaría un resfriado.

—Necesitas una excusa para esta noche, por si a Namjoon se le ocurre investigarte —prosiguió Seokjin—. Cuando descubra que Taehyung ha desaparecido del acuario, vendrá a por mí. E indudablemente, irá rápidamente detrás de ti. Será mejor que organicemos bien cómo escurrir tu responsabilidad de los eventos. Haremos que parezca lo que realmente es; una filtración de datos y un robo premeditado. Las cámaras de seguridad exteriores al edificio estarán desconectadas un rato antes, he programado una congelación de pantalla.

—¿Sabes programación? —dudó Jungkook.

Jin ladeó la cabeza con un gesto humilde.

—Siempre es útil saber algo.

—Joder, y yo que te subestimaba al principio —agregó el más joven, guardándose los billetes en su cartera.

—En cuanto a mi posición, estaré con él esta noche, en una cena de negocios —continuó Jin—. Todo está bien atado, Jungkook. Podréis sacarle de allí.

—Espera, ¿y tu contacto? ¿no dijiste que tu amigo me prestaría un vehículo?

—Lo hará, le di tu dirección, así que pasará por tu casa por la tarde.

—¿Le diste mi dirección? —se quejó el más joven—. Seokjin, tenemos que empezar a hablar de la toma deliberada de decisiones que siempre tom-

—Es mejor así, Hoseok ni siquiera debía estar en la isla; si Namjoon lo averigua, le aniquilará.

Jungkook arqueó una ceja. No dijo nada más, pero creyó que Hoseok debía haberle cabreado mucho como para convivir con aquella amenaza sobre no pisar Geoje. Después de su mañana en el centro de protección y cuidados, regresó a casa. Yoongi aún no había vuelto de su trabajo, pero Jungkook encontró el porche totalmente recogido, con un bonito estanque terminado y relleno de agua. Su compañero había plantado unas cuantas semillas en la tierra fértil, y otras tantas diminutas plantas subacuáticas cuyas hojas flotaban en el cristalino elemento.

«Bonita zona zen», pensó con cierto humor, mientras el cielo comenzaba a liberar un tenue chispeo de suaves gotas que salpicaron el plácido estanque, y sobre su cabeza. Regresó al interior de la casa y corrió la puerta, comprobando la hora. Apenas eran las cuatro de la tarde, el arcón que habían elaborado se encontraba en el rellano de la casa, tras la escalera que daba a la entrada.

Miró la televisión un rato hasta hartarse, se preparó algo de comida y esperó fielmente a Yoongi sintiéndose muy nervioso. Su compañero regresó a casa durante la segunda mitad de la tarde.

—Estaba a punto de llamarte por teléfono —dijo Jungkook junto a la entrada.

—Lo siento, me demoré con algunas cosas. ¿Todo bien?

—Huh, sí —Jungkook alzó un par de billetes en alto—. Mira esto.

—¿Me invitas a algo? —bromeó Yoongi fijándose en las entradas—. Qué romántico.

—Es una exhibición. Nuestra coartada.

—Genial, ya podemos cometer el «atraco de los pingüinos» sin que nadie sospeche —Yoongi agarró su propio billete y lo comprobó sin demasiado interés—. Ah, ¿en esta es en la que sale tu novia?

Jungkook se frotó una sien, ignorando su estupidez humana.

—Por cierto, sabes que esa caja no cabe en mi coche, ¿no? —agregó el mayor mirándole de medio lado.

—Estamos esperando a alguien más. Traerá un vehículo.

—Alguien más, ¡huh! —Yoongi pasó de largo para soltar sus pertenencias—. Si somos tres, deberíamos buscar un nombre para el grupo. Qué tal, ¿los chicos antibalas?

Él tomó la escalera y Jungkook le siguió con la mirada hasta que desapareció.

—En realidad, somos cuatro —musitó el pelinegro sin que le escuchara.

Yoongi bajó una muda de ropa distinta un poco después. Camiseta negra de cuadros y pantalón vaquero y ancho, con una gorra negra sobre su oscuro pelo despeinado. Jungkook estaba tan inquieto, que tuvo que darle una palmadita en la espalda.

—Al menos ha parado de llover —comentó el mayor mirando a través de la puerta que daba al porche.

Con la hora que era, y el atardecer extinguiéndose en la isla, Jungkook sacó su teléfono y remarcó a Seokjin para preguntarle dónde demonios estaba su contacto. Yoongi desapareció un instante del salón, subió un par de peldaños de la escalera pensando en si debía agarrar un par de guantes para no lastimarse las manos arrastrando aquel arcón, pero el sonido de una furgoneta estacionando frente a su casa atrapó su atención.

El chico se aproximó a la puerta y abrió una rendija para asomar la cabeza. Vio a un tipo de cabello castaño y puntas rubias, gafas de sol y camisa floreada con tonos rojizos y llamativos.

«¿Qué demonios hacía estacionando frente a su garaje?», se preguntó con desagrado, saliendo de la casa con el ceño fruncido.

Yoongi guardó las manos en los bolsillos de su pantalón y se aproximó a la ventanilla con un gesto fisgón. La ventanilla de la furgoneta se bajó de inmediato, y el desconocido apoyó un despreocupado brazo en esta, bajando sus gafas de sol anaranjadas con un dedo.

—Buenas, ¿le pongo gasolina o diésel? —le preguntó Yoongi al perfecto desconocido—. Son mil quinientos wons el litro.

El hombre exhaló una sonrisa.

—Soy del equipo de sustracción —saludó con una voz vacilona—. Un placer. Jungkook, ¿verdad?

—Joder, ¿equipo de sustracción? —repitió Yoongi anonadado—. Dime que llevaremos máscaras de Dalí, me flipan los atracos.

Jungkook llegó rápidamente hasta su compañero tras detectar la puerta abierta. Posó sus iris sobre Hoseok, reconociéndole de inmediato.

—Eh, ¿tú eres...? —respiró el más joven.

—Oh, tú tienes más cara de llamarte Jeon —Hoseok le ofreció su mano a través de la ventanilla—. ¿Qué tal?

Jungkook la estrechó con firmeza.

—Llegas un poco tarde, son... más de las nueve.

—Asumo que no eres Seokjin —emitió Yoongi—. Esperaba a alguien más serio, y sin que pareciera que acaba de llegar de las Fiyi.

—Nah, soy su chófer personal —ironizó Hoseok.

El castaño apagó el motor de la furgoneta, y desbloqueó la zona trasera. Salió del asiento de piloto estirando los brazos.

—¿Cargamos la cosa esa?

—Vamos —Jungkook se puso en marcha sin demorarse demasiado.

Puede que no conociese a Hoseok, pero apenas tenían tiempo para discutir lo que fuese que hubiera hablado con Seokjin previamente. Hoseok sujetó la puerta, y entre Jungkook y Yoongi, cargaron con el arcón vacío hacia el vehículo.

—Ánimo, que estáis cachitas —les animó el desconocido.

Los dos empujaron la caja hacia el interior, arrastrándola sobre el suelo metálico, y después, cerraron la puerta de la casa y subieron a la parte trasera de la furgoneta para sentarse en una de las bancas fijas. El castaño cerró la puerta tras los chicos, regresó al asiento de piloto y encendió el motor.

—¿Sabes dónde está la zona de descarga? —preguntó Jungkook desde atrás.

Hoseok asintió con la cabeza, agarró un chaleco azulado con el logotipo del acuario, y se puso una gorra del personal, con el mismo símbolo.

—Seokjin me dijo que entrase por el muelle —expresó felizmente mientras tanto—. Descuida, voy preparado.

El chico puso en marcha la furgoneta y salió de la zona, atravesando tranquilamente la carretera. Las luces del auto iluminaron una carretera húmeda por la fina y persistente lluvia. Jungkook y Yoongi permanecieron un minuto en silencio, el azabache giró la cabeza y comprobó a Hoseok a través del espejo retrovisor. Sus ojos se encontraron en unos segundos, y el más joven desvió la mirada mientras su compañero Yoongi se cruzaba de brazos.

—Entonces, ¿tú eres el de la sirena? —le arrojó Hoseok desde adelante.

«El de la sirena», repitió Jungkook en su cabeza, con una palpitación directa. Él asintió y sus ojos volvieron a encontrarse en ese pequeño espejo retrovisor.

—¿Y tu nombre completo era...?

—Jung. Jung Hoseok —contestó.

—¿Por qué estás aquí? —la pregunta de Jungkook fue tan directa, que Yoongi le miró como si se extrañase por sus malos modos—. Y no me digas que sólo es por Seokjin.

Hoseok se concentró en la carretera, pero sus labios se curvaron con una sonrisa.

—Rectifico —la voz del castaño sonó unos tonos por debajo de lo que había hablado hasta entonces—. No desconfíes de mí, no me acercaré a la sirena.

Jungkook tragó saliva pesada y miró a Yoongi de soslayo. Él estaba tan quieto e inexpresivo como una estatua, sin embargo, sabía que era la primera vez que escuchaba la palabra «sirena» en aquel asunto.

—Aparcaré en el muelle, detrás de los furgones de carga —continuó Hoseok—. No debería haber nadie a esta hora. Yo me quedaré afuera, ¿estará bien así? ¿podréis con ella entre los dos?

—Sí —asintió Jungkook con seguridad.

Hoseok les miró de soslayo en el retrovisor, en lo que un semáforo en rojo a la entrada de la ciudad detenía su vehículo.

—¿Tu amigo sabe algo de...? —intuyó Hoseok.

Yoongi apretó los labios.

—Lo justo y necesario.

—Mejor, cuanto menos sepas de esta mierda, antes podrás escapar de todo esto —soltó el castaño para el estupor de ambos.

Jungkook se sintió inquieto por su amigo; sólo esperaba no meterle en problemas por haberle arrastrado hasta allí. En unos minutos más, Hoseok tomó un atajo y llegó al complejo turístico de la ciudad mucho antes de lo esperado. Entró por la zona trasera, atravesando el oscuro muelle de asfalto húmedo, y camiones vacíos y apilados. Jungkook le indicó por donde quedaba la entrada de carga y descarga, y Hoseok estacionó a unos metros de ella. Apagó el motor, dejó la luz de posición prendida y el silencio abarcó el párking desolado en el que se encontraban.

—Voy a echar un vistazo —se adelantó Hoseok, desabrochándose el cinturón y recolocándose la gorra del personal con unos dedos sobre sus divertidas mechas rubias—. Si no veo a nadie, os doy una señal.

Salió del vehículo enérgicamente, cerrando la puerta tras su espalda. Yoongi y Jungkook se quedaron a solas en la parte trasera. El más joven apretó los nudillos y se armó de valor para decir algo.

—Siento... no haberte implicado en todo esto antes, pero...

—Tranquilo —respondió Yoongi, sin mirarle—. Sé que no es personal... ya sé que confías en mí.

—Ya, bueno. Es que... —Jungkook bajó la cabeza y suspiró lentamente—. Te he traído hasta aquí, prácticamente, sin que supieras qué está pasando.

—Jungkook —le detuvo, Yoongi giró la cabeza y clavó sus iris rotundamente sobre el chico—. Te conozco desde hace años, ¿crees que soy tonto? Te pones nervioso cada vez que te pregunto sobre el acuario, vas y vienes como un fantasma, apenas hablas, ni siquiera me has contado qué es lo que estás haciendo realmente allí —expresó con un tono que puso su vello de punta—. Pero sé que te preocupa. La última vez que te vi así, tenías diecisiete.

Los ojos de Jungkook se abrieron ligeramente, parpadeó unos instantes antes de evocar su referencia.

—Sí, ¿no lo recuerdas? —prosiguió Yoongi, sus ojos se desviaron, y voz se volvió grave y profunda—. El campamento marino de Busan. Había una piscina salada en la que un puñado de monitores nos mostraron a una cría de delfín a la que le faltaba una aleta.

—Lo recuerdo vagamente.

—Pues yo, con nitidez —dijo el mayor—. Tú le dabas de comer todos los días. Todos los malditos días. Te levantabas a las cinco y media de la mañana, entrabas en la piscina con un frío insufrible y te quedabas allí hasta que se acostumbró a tenerte en el agua.

—Es lo que hubiera hecho cualquiera.

—Estaba muriéndose, Jungkook —intervino Yoongi—. No quería comer nada.

—Pero, comió algo...

—Yeun se despertó una madrugada y nos llamó a todos los que compartíamos cabaña, te vimos sentado en el bordillo de la piscina, con el bañador puesto por debajo del abrigo —contó Yoongi pausadamente, bajando la voz—. Ni siquiera sabíamos cómo lo conseguiste, pero ese bichejo se abrió contigo.

El pelinegro no dijo nada, sólo escuchó sus palabras.

—Cuando nos fuimos del campamento —continuó Yoongi—, te costó una barbaridad aceptar que no volverías a verlo nunca más. Unas semanas después, vimos por la página de Facebook que la cría había fallecido. Ya sabíamos que tenía problemas disfuncionales, los monitores nos dijeron que no tenía mucha esperanza de vida y por eso la cuidaban en cautividad —suspiró lentamente—. Cuando lo supiste, lloraste tanto, que pensé que no querrías volver a tocar el agua. Desapareciste una semana entera. Los chicos siempre me preguntaban por ti y yo no sabía muy bien que decirles.

—Hmnh. No hablábamos tanto en esa época.

—No —confirmó su compañero—. Pero después, apareciste como si nada. Hiciste las pruebas para entrar en la universidad y elegiste tus optativas de veterinaria en biología marina sin consultar a nadie. Supongo que a veces el corazón es más testarudo que la razón.

Jungkook esbozó una débil sonrisa.

—Supongo...

—Lo que quiero decir —Yoongi fue directo al punto más importante, le miró con seriedad y un aura familiar—, es que... Jungkook... debes recuperarte de esto si le liberamos. Puede que no vuelvas a verla, pero ya no puedes desaparecer, ni dejar de lado al mundo. Eres adulto.

El pelinegro se mordisqueó el labio en silencio. Respiró lentamente, considerando bien su mensaje.

—Nada cambiará —se mintió a sí mismo.

Hoseok golpeó con los nudillos en la puerta trasera de la camioneta, ambos alzaron la cabeza y se levantaron para ponerse en marcha.

—Como sea —bufó Yoongi, inclinándose para agarrar la caja de cristal—. Pero no me pidas que esté ahí, si no estás dispuesto a superarlo. Soy tonto, Jeon, pero no un imbécil.

Jungkook tragó saliva, le comprendió perfectamente. Su mentira no podía creérsela ni él mismo. Yoongi tenía miedo de perder al Jungkook que conocía, pero él también había mentido; por supuesto que le ayudaría, hasta el final.

Hoseok abrió las puertas traseras del vehículo, y Jungkook saltó sobre el asfalto para agarrar el borde de la caja que Yoongi comenzó a empujar. El castaño les ayudó un poco, terminaron sacando el arcón con su ayuda y Jungkook y Yoongi lo sujetaron por las asas.

—Cómo pesa esa cosa —exhaló Hoseok—. ¿Podréis sacarlo de ahí si lo llenáis de agua?

—Sí.

—Sí —respondieron al unísono, por pura obcecación.

Hoseok arqueó una ceja.

—Vale, equipo de sustracción. Os acompañaré hasta la nave.

Los chicos cargaron el cofre de cristal por el interior de la nave, Hoseok caminó a unos pocos pasos por delante de ellos, con la linterna de su teléfono iluminando el camino, y comprobando que el almacén de aprovisionamiento se encontraba completamente vacío. En la intersección de puertas, Jungkook desbloqueó la entrada al edificio. Pasaron al interior, sus pisadas resonaron en el suelo. Hoseok estaba a punto de regresar sobre sus pasos para volver al párking, pero, a unos metros, frente a la puerta bloqueada que daba paso a la zona privada, vislumbraron a un tipo de seguridad con un uniforme negro y un walkie talkie en la mano.

—Mierda —masculló el castaño.

Les indicó con un dedo que se posicionaran tras unas gruesas columnas y, Jungkook y Yoongi soltaron el arcón en el suelo con un jadeo.

—Jin me prometió que no habría seguridad en los alrededores —jadeó Jungkook.

—Y ahora, ¿qué hacemos? —murmuró Yoongi, con una fina capa de sudor bajo el flequillo.

—Ese tipo sólo está dando vueltas afuera, no sabe lo que hay allí adentro —expresó Hoseok, apoyándose en la columna con los brazos cruzados.

—Lo sabrá, si sacamos a Taehyung metido en esto —argumentó Jungkook, masajeándose la frente—. Tenemos que distraerle. Tienes que quedarte aquí con nosotros.

Hoseok descartó lo de vigilar la salida, y los jóvenes escucharon el plan que Jungkook improvisó decididamente.

—Tendrás que distraerle, llevas un chaleco y una gorra del personal —Jungkook le señaló con un dedo—. Yoongi y yo cargaremos con la caja, y entraremos en el acuario.

Hoseok negó con la cabeza, mirando fijamente a Jungkook.

—No. No pueden verme a mí —negó con insistencia—. Créeme, Jungkook, yo ni siquiera debería estar en la isla. Namjoon debe tener un póster con mi cara, al que escupe con una cerbatana, en su suite de lujo.

—Okay, ya lo hago yo —Yoongi se ofreció como voluntario, alzando una mano.

Jungkook le miró estupefacto.

—¿Qué? No, hyung-

—¿Sabes hablar con un poco de dialecto? —le interrumpió Hoseok, quitándose la chaqueta de mantenimiento.

—Soy el rey del dialecto y la improvisación —declaró Yoongi con arrogancia—. Además, ahí está la puerta del personal.

Los tres dirigieron la cabeza a una puerta azul donde ponía «Limpieza». Yoongi la empujó con una mano y encontró el resto de su disfraz de Halloween; nunca se sintió tan inspirado como esa noche.

Instantes más tarde, Jungkook se pasó una mano por el cabello con nerviosismo. Hoseok esperó a su lado tras una columna, asomando la cabeza para no perderse su jugada.

El tipo de seguridad merodeaba tranquilamente cerca de la entrada, sus oídos percibieron un silbido, un tarareo, una pegadiza melodía que le obligó a girar la cabeza. Se topó con Yoongi, vestido con una bata azul, una gorra de mantenimiento y una fregona muy fea en la mano.

—Eh, chaval —emitió el guardia—. ¿Se puede saber qué haces tú aquí?

Yoongi se detuvo en seco, levantó su gorra con un par de dedos y miró al guarda de seguridad con una increíble perplejidad sacada de algún manual de actuación.

—Pero ke dise.

—¿Cómo has entrado? —dudó el guardia de seguridad, alzando ambas cejas.

—Nene, eske se ma derramao el tanke de loh erizoh —expresó Yoongi con una extraña voz—. No vea la ke sa liao.

—¿Disculpe?

El hombre le miró extrañado, posando una mano sobre el cinturón donde guardaba el walkie talkie y el arma de servicio, mientras se preguntaba de dónde diablos había salido un chico tan raro.

—De verdad, ke necesito ke me ese una manilla. Mi arma, ke ehtá to' lleno agua —ingenió Yoongi con mucho arte—. ¡Y pensá que aún soy becario y no me han serrao el contrato, dio mío de mi vida!

—Joven, p-pero, ¿esos erizos se encuentran bien? —preguntó aturdido.

—Mire, no se lo quería desí, pero, ¡se man escapao todoh loh erizoh! ¡Ayúdeme!

—S-sí, claro, de acuerdo —contestó el guardia, con un leve tic nervioso en el párpado izquierdo—. ¿En qué zona están?

—¡Por aquí! —Yoongi salió disparado, con el tipo de seguridad pisando sus talones—. ¡Tenga cuidao' que pinshan musho!

No sabía a dónde diablos llevarle, pero con sacarle de allí para que los otros dos pasasen de largo, tenía suficiente. Jungkook y Hoseok se mantuvieron tras una de las esquinas, observando sigilosamente y aguantándose la risa.

—Cómo rima, joder, parece el dios del rap —carcajeó Hoseok en voz baja.

Jungkook no sabía si reírse o llorar; estaban realmente en problemas.

—Vamos, ¡se ha ido! —le avisó al castaño—. ¡Pasemos ahora!

Se agacharon para levantar el arcón, y Hoseok casi estuvo a punto de chillar por el peso. Ambos cruzaron el pasillo, desbloquearon la puerta con la acreditación secreta de Jungkook y pasaron al acuario.

—M-me voy a quedar sin brazos —se quejó Hoseok ahogadamente—. Esto pesa u-una barbaridad..

Jungkook le animó mientras atravesaban el túnel de cristal situado en el fondo del acuario. Llegaron junto al ascensor y pudieron permitirse descansar unos instantes. Entre jadeos, el azabache pulsó el botón del elevador y se inclinó sobre sus propias rodillas para tomar aire. Estaban cerca, muy cerca de conseguirlo.

Apenas eran las once y media de la noche en ese momento. Esa sería la última vez en la que Jungkook pensaba pisar aquel maldito lugar. Hoseok tragó saliva y contempló el lugar, girando sobre sí mismo. Dio unos pasos hacia el grueso cristal que dejaba ver el enorme acuario. El fondo se encontraba repleto de plantaciones, hermosas decoraciones de roca, coral y otros materiales, no obstante vacíos, yermos de vida.

—Joon... —murmuró Hoseok, liberando uno de sus pensamientos en voz alta—. Cómo has podido llegar tan lejos...

Jungkook le miró de soslayo. Su compañero se lamentó por su amigo, apreciando en silencio aquel palacio de cristal dedicado al mar. Frente al océano, hundiendo sus barrotes con las mismas aguas saladas de un mar índigo, como si pudiera compararse a ellas.

«¿Una cárcel o un santuario?», pensó Hoseok. «¿Qué tipo de amor u odio le arrastró al que una vez fue su amigo a perpetrarlo?».

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