Capítulo 07
*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Libro publicado en formato físico en Amazon. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo en Patreon.com/chispasrojas.
Capítulo 7. Hechizado
—Hoy hace... calor... ¡mucho calor! Pero eso no evitará el monzón que se acerca.
El hombre del parte meteorológico señaló en el mapa la suave bajada de temperaturas de la próxima semana, acompañada de una extraña llovizna que enfriaría la cálida isla. Yoongi se encontraba repantingado frente al televisor, con un ventilador de mano frente a la cara y pocas ganas de seguir viviendo.
Jungkook llegó a la cocina, soltó su mochila en el suelo y saqueó la nevera, llevándose una lata de refresco y una bolsa de patatas fritas.
—¿Se puede saber por qué utilizas un ventilador, cuando tenemos aire acondicionado? —preguntó de soslayo, deteniéndose en el marco de la puerta.
—Porque no encuentro el mando a distancia, ¿a ti que te parece? —soltó Yoongi con malas pulgas.
Jungkook se acuclilló un instante, agarró el control tirado que vio bajo la mesa y se lo pasó con la boca llena de patatas. Yoongi lo tomó con un gruñido.
«Estúpido Jungkook, que siempre lo encontraba todo a tiempo», le maldijo mentalmente, con una sonrisa falsa dibujándose en su rostro.
—Hace días que te noto extrañamente feliz —habló el sabueso de Yoongi, arrugando la nariz.
—Y yo a ti... extremadamente cascarrabias —ideó el más joven—. ¿Se puede saber qué te ha pasado?
—Se me ha muerto el cactus —pronunció Yoongi en tono neutro—. ¿Me compras otro? Sufro de carencias afectivas.
Jungkook chasqueó con la lengua, se rio levemente y dejó la bolsa de patatas sobre el pecho de su amigo. Se encargó de recoger unas cuantas cosas del salón en lo que Yoongi ponía el aire acondicionado y comentaba de fondo el aura rosa pastel que últimamente rodeaba a Jungkook. Según él, «era molesto». El pelinegro se lo tomó en broma, poco después, preparó el almuerzo con Yoongi y comió con su compañero mientras él le hablaba de sus compañeros de trabajo, lo mal que se llevaba con un tal Jack, y el absurdo enfrentamiento que había tenido con alguien de su familia por teléfono.
El azabache no quería desatender a su amigo, pero cuando Yoongi mencionó algo sobre la fundación Arrecife Turquesa, su estúpido estómago lleno de caballitos de mar enamorados colisionó contra su pecho, trayéndole el flashback de una cola turquesa esa mañana. Jungkook pasaba por el habitual túnel de cristal antes de llegar al ascensor. Apreció el fondo marino, atisbando el destello de la cola de Taehyung. Él se detuvo frente al cristal, acercándose a la pared y apoyando una mano en ella para verle mejor. La sirena se deslizó en el agua con elegancia, cabello ingrávido y un bonito recogido trenzado con una nueva diadema.
«A Tae no le gustaban repetir accesorios», pensó Jungkook divertido.
En esa ocasión, había enlazado el trozo de corazón de coral azulado en su diadema, y se encontraba flotando entre unos mechones cobalto de su cabello. ¿Cómo podía ser tan maravillosamente creativo?
Taehyung le sonrió desde el otro lado, con unos ojos rasgados e iris irreales brillando con el reflejo de una docena de tonos marinos. Se aproximó al cristal y apoyó una mano sobre la suya, justo al otro lado del cristal del acuario.
Jungkook sonrió con una inhabitual dicha palpitando en su pecho. Se sintió feliz por su buen aspecto, porque le dedicase una sonrisa y por esos desconocidos sentimientos invadiéndole de nuevo. Aprovechando el bonito encuentro, le dedicó una carantoña a Taehyung desde el otro lado, poniendo varias caras feas para provocarle una risita. Lo logró con éxito, y la sirena le miró como si dijera «menudo tonto estás hecho». Después le hizo unas señales para indicar que tomaría el ascensor para poder verle de cerca.
—Oye, ¿qué hay de tu cara de bobo? —Yoongi sacudió su hombro toscamente, sacándole de su ensueño—. ¿Es que te ha hechizado una sirena?
La cara de Jungkook fue digna de un poema, cuando sus ojos muy abiertos se posaron sobre el rostro de su compañero.
—¿Q-qué? —farfulló con nerviosismo—. ¡N-no, por dios!
Yoongi se rio destartaladamente y procedió a continuar contándole su hazaña sobre cómo cambió la rueda del coche esa mañana. El pelinegro se levantó de la isla de la cocina y se paseó por el salón pensando en algo más. Él le siguió con la mirada, Jungkook se detuvo junto a la puerta de cristal corrediza que daba al porche, donde había un montón de tablones apilados bajo una lona, más un par de paneles de cristal.
—¿Qué hace eso ahí? —dudó, levantando la lona oscura.
Yoongi soltó su plato en el lavabo, y le miró de medio lado.
—¿Bricolaje?
—¿Bricolaje? —repitió Jungkook como un loro.
—¿Realización artesanal de trabajos caseros de decoración?
—¿Quieres dejar de utilizar el tono de preguntita para responderme? —profirió Jungkook con voz aguda, dejando caer la lona—. ¿Qué vas a hacer con todas esas tablas? —le inquirió directamente, con una bombilla prendiéndose en su cabeza.
Yoongi se aproximó al marco de la puerta y se apoyó con un hombro.
—Me he apuntado a unas clases de artesanía. Así que... haré una caseta para nuestro perro...
—Yoon, no tenemos perro.
—Pues... ya sabes... haré mi propia zona zen.
Jungkook arqueó ambas cejas, como si fuera el tío más raro del planeta. Spoiler: lo era. Pero el más joven tuvo una idea súbitamente, se mordisqueó el labio y musitó algo como que tenía que hacer una cosa, justo cuando salió disparado hacia su propio dormitorio. Yoongi no le dio importancia. Jungkook subió la escalera y fue hasta su habitación, tomó un cuaderno de notas en blanco y un lápiz, y en menos de unos minutos, dibujó una excelente idea que hasta entonces no se le había ocurrido. Cerró el bloc cuando decidió que aún debía perfilar bien su idea; necesitaba contar con un mínimo de un aliado. Puede que dos. Después de darle varias vueltas a la cabeza, comprobó la hora que era.
Marcó el contacto de Seokjin y le llamó por teléfono. No tardó más de dos tonos en descolgar la llamada.
—¿Jungkook? —escuchó su voz al otro lado de la línea.
—Jin, eh, hola —Jungkook se pasó una mano por el cabello—. ¿Podríamos vernos más tarde?
—No, no —exhaló, deteniéndose en el interior de un elegante edificio—. Estoy con unos socios, tendré una cena de empresa más tarde, y...
—Ya sé qué es lo que Kim quiere de Taehyung —interrumpió el más joven, yendo directo al grano—. Su voz, y... sus lágrimas...
—¿Sus lágrimas? Pero...
—Tienen propiedades cur-
—Curativas, sí —intervino Seokjin desde el auricular—. Lo leí en el tomo número dos del mar negro.
—Mhn, por qué no me extraña que no dijeras nada —refunfuñó Jungkook en voz baja.
—Jungkook, le veré esta noche —informó Seokjin con un pausado andar—. Hablaré con él sobre... quién-tú-sabes... ¿podríamos vernos tú y yo mañana?
—Vale.
Seokjin colgó la llamada, con Jungkook mordiéndose el interior de la boca. Ahí estaba de nuevo, sólo ante sus propios pensamientos. Y no eran pocos.
Al otro lado de la isla, el castaño acudió a la reunión empresarial y después se unió a Kim Namjoon, quien llegó el último para cerrar los pactos. Eran seis empresarios, sumando a tres clientes y dos inversionistas. Más tarde, la cena transcurrió pacíficamente en un restaurante de cinco estrellas. Namjoon no le miró ni una sola vez; Seokjin sabía que algo no iba bien. Estaba acostumbrado a su mal humor desde hacía algún tiempo, pero nunca había olvidado su amistad durante tanto.
Tras la cena, dos largas rondas de copas y la indiscreta invitación al presidente de la corporación para continuar la noche en un reservado club de mujeres ligeras de ropa, Seokjin siguió los pasos de su viejo amigo, quien decidió retirarse en su limusina, camino al Hotel Marina. Él lo acompañó hacia fuera del edificio como acostumbraba, Namjoon le miró de soslayo un segundo, desabotonándose la americana e indicándole con el mentón para que subiera al coche.
—Yun te acercará a tu apartamento —le invitó con los iris perdidos en otra parte—. ¿Sigues en la zona vip de la ciudad?
—Por supuesto —contestó Seokjin, y se detuvo a punto de declinar su oferta—. Pero tomaré un taxi, no te fuerces.
Namjoon le miró de medio lado, guardando las manos en los bolsillos de su pantalón. Sus ojos afinaron una mirada felina.
—¿Qué escondes? —preguntó Namjoon.
—¿Para qué quieres lágrimas de sirena, Nam? —formuló Seokjin con unos iris oscuros y desafiantes. Él mismo sabía el peligro que conllevaba sacar aquello a relucir, pero estaba cansado de su forma de darle la espalda—. Te conozco bien desde que teníamos trece años. Piensa bien en cuál será tu respuesta, porque, te aseguro que...
—Voy a venderla —determinó Namjoon con soberbia—, a la sirena. La expondré en mi pecera y esperaré al mayor postor. Se la llevará el más cretino jeque árabe que aparezca. ¿Sabes cuánto podrían ofrecerme por ella?
Seokjin exhaló su aliento, bajó la cabeza y sorbió entre dientes sin creerse ni una de sus palabras.
—Inténtalo de nuevo, pero ahora haz que suene más creíble.
—¿Qué no? —Namjoon alzó ambas cejas y esbozó una presuntuosa sonrisa—. Bien. Espera, y verás, Jinnie. Tendrás tu parte por cuidar de esa criatura insolente.
El hombre tiró de la puerta de la limusina para abrirla, pero rápidamente Seokjin agarró su codo y frenó bruscamente su marcha.
—Las lágrimas —insistió con voz muy grave, ante la sorpresa de su compañero—. Para qué las quieres, ¿estás enfermo? ¿alguien más lo está? ¿en qué vas a usarlas, Nam?
Sus pupilas se enfrentaron a las del castaño claro de Namjoon, su mirada fue tan dura como la de un muro imposible de penetrar, la tensión muscular de su cuerpo reveló una gran rigidez, y de una forma casi inapreciable, los iris del presidente parecieron emitir un leve destello rosado que se desvaneció en un simple parpadeo. Seokjin se sintió extraño, dudó un instante. Namjoon insistió en el pestañeo y se frotó los lagrimales con un par de dedos, sacudió el codo y se deshizo de su agarre, recomponiéndose lentamente.
—Venderé un frasco de sus lágrimas —expresó el rubio dorado de forma inédita—. La primera cura contra cualquier enfermedad conocida y por conocer.
Namjoon le dirigió unos iris cargados de altivez. Se introdujo en el auto y Seokjin se quedó paralizado frente a la ventanilla tintada de su puerta. La limusina arrancó y se perdió de su vista en la carretera.
—Estás obligándome a protegerte de ti mismo, Nam —murmuró Seokjin con abatimiento—. No permitiré que te equivoques de esta forma.
*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Libro publicado en formato físico en Amazon. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo en Patreon.com/chispasrojas.
—Mírale, ahí está —masculló Leslie agazapándose.
Haeri giró la cabeza en su dirección, la otra chica le guiñó un ojo. A un par de metros de ellas, Jeon Jungkook se encontraba en una sala clínica con un ave marina que recientemente él y otro compañero habían rescatado. Ambas podían verle a través de un cristal, y estaban comportándose como un par de adolescentes de quince años.
—Está tremendo, chica. Como veterinario, bombero, o socorrista —soltó Leslie con un profundo suspiro hormonal—. ¿Por qué es tan duro estar soltera?
—¡P-pero qué haces! —Haeri tiró de su brazo para que se comportase—. Les, por el amor de dios. ¡Que no es un playboy!
—Claro, tú no vas a quejarte porque estáis saliendo —Leslie le acuso con un dedo—. Te vi la semana pasada, caminando con él por el paseo marítimo. Espera, ¿no es mucho menor que tú?
—¡C-cierra la boca!
Su amiga soltó una risita socarrona, mientras tanto, Jungkook trasladó al ave a la zona de descanso junto a un ayudante de clínica, después se despidió de su compañero, se quitó los guantes y colgó la bata en el perchero de la sala. Terminó saliendo por la puerta comprobando la hora en su teléfono, y seguidamente guardándoselo en el bolsillo del pantalón. Leslie y Haeri se encontraban muy cerca, farfullando como un par de cotorras. Él las escuchó, se aproximó, detectando una divertida discusión en voz baja en donde le apeteció meter las narices. Por suerte o por desgracia, Jungkook se aproximó sigilosamente y se topó de bruces con la morena, ella hizo el amago de intentar salir corriendo. Como consecuencia, Haeri acabó con la cabeza metida en el cuello de Jungkook, y él, sujetando sus muñecas.
—Vaya, sí que tenías ganas de verme —ironizó Jungkook en voz baja.
Haeri le miró con un sonrojo, apartó las muñecas y se apartó tragando saliva pesada.
—¡H-hola! —el rostro de Leslie esbozó una enorme sonrisa, levantando una mano como saludo—. ¿Qué hay? ¡No sabíamos que estabas ahí!
Jungkook les saludó con un movimiento de cabeza, ladeó la misma y dudó un instante.
—Hay un cristal justo ahí. Juraría que os vi desde dentro.
Leslie también se puso tan roja como un tomate, pero Jungkook no pareció darle demasiada importancia.
—Eh, bueno, tenemos que hacer un par de cosas —Haeri exhaló una risita neurótica, y tiró del codo de su amiga para llevársela—. ¡Adiós!
—Hasta luego —Jungkook se despidió de ellas con una posición despreocupada, de manos guardadas en los bolsillos.
Ellas atravesaron el pasillo con un paso rápido y rítmico.
—Oh, wow, chica, ¿eso significa que aún no os habéis besado? —murmuró Leslie, volviéndose algo teatral—. Qué tensión, parece un casquete polar. ¡Tú eres el Titanic, y él, tu iceberg!
Haeri sacudió la cabeza y suspiró con frustración. «Más bien era al revés, desde que ella era la que parecía cruzarse en su camino», se dijo.
—Les, n-no vamos a salir juntos —decretó la morena con fastidio.
—Espera, ¿te dio calabazas? —farfulló Leslie llevándose una mano a la boca—. Oh...
—¡Chsstt!
Jungkook pasó por su lado con un compañero, giró la cabeza y ambas le saludaron con una sonrisita especialmente tensa. Él se fue de la Protectora poco después, con un bolso deportivo colgado del hombro, camisa ancha y blanca, y unos envidiables mechones oscuros ondulados.
—Pues nada, pajarito. El amor es así; no siempre se es correspondido.
Era un poco más tarde que de costumbre, pero ajeno a los comentarios de dos de sus compañeras de trabajo, Jungkook se paseó tranquilamente hasta el acuario de Geoje. Se vería con Seokjin algo más tarde, por lo que pensó que podría dedicarle varias horas a Taehyung con toda la atención de su mundo.
No había pensado otra cosa en todo el día, lo tenía clavado como una perla en una ostra. Su corazón alzaba su pulso siempre que regresaba al complejo turístico, y esa tarde, cuando volvió a pasar por el túnel de cristal previo al elevador, se detuvo para intentar volver a ver a la sirena desde allí bajo. Jungkook volvió a apoyar una mano sobre el grueso vidrio, recibiendo el frío tacto del agua al otro lado, sobre sus yemas. Y la reminiscencia de una de sus últimas pesadillas, le atravesó fugazmente como una flecha. Por un segundo, vio a sus puños como en aquel sueño; golpeando desde el otro lado, deseando sacarle, gritando su nombre sin que le escuchase. Apartó su mano con un horrible estremecimiento.
Jungkook tragó saliva, soltó lentamente su aliento. No podía soportar la idea de que algo o alguien quisiera herirle, o encerrarle en un sitio así de horrible. La revelación de su desagradable sueño le acompañó hasta la sala del personal, donde se vistió con el neopreno y apartó su ropa dejándola doblada en el interior de una taquilla. Salió al exterior del acuario, paseando por la superficie de suave arena extraída de la playa. Lo que no se esperaba, era encontrarse a Taehyung tumbado sobre la arena, con los codos clavados sobre esta y mirándole con el ceño fruncido. Su cola se movió tras la sirena, como la de un gato ladino.
—¿Tae? —dejó escapar Jungkook entre los labios al encontrárselo allí.
—Mnh —refunfuñó la sirena.
—¿Qué haces aquí? —el pelinegro se aproximó sonriendo un poco, se acuclilló frente a él con un rostro divertido.
Taehyung le miró mal. Muy mal.
—¿Dónde estabas? —demandó de forma apremiante—. ¿Por qué has tardado tanto en venir?
—Tenía cosas que hacer —expresó con honestidad, ladeando la cabeza para apreciarle mejor con sus iris—. ¿Has estado muy solo hoy?
La sirena desvió la mirada, disgustada. Jungkook se rio levemente, sintiéndose atacado por su adorabilidad.
—Huh, me echabas de menos —prosiguió como un presumido—. Ya entiendo.
Taehyung volvió a mirarle con un par de colmillitos asomando bajo sus labios.
—¡Deja de suponerlo todo! —chirrió malhumorado.
En realidad, sí que le había echado de menos, e incluso tuvo miedo durante un rato, pensando que quizá le había pasado algo. ¿Y si desaparecía? ¿Y si nunca más volvía a verle? Y como Taehyung era difícil de comprender, y aún más complicado buscarle un sentido a cualquiera de sus actos, se abalanzó sobre él agarrando su cuello como si acabase de adquirir la propiedad legítima de ese espacio.
Jungkook se quedó muy quieto, pero sus ojos se entrecerraron sobre su hombro, y las yemas de sus dedos, no tardaron en posarse en la parte más baja de su espalda, reptando suavemente por la sedosa piel salpicada de partículas celestes, hasta sus omoplatos. Que Taehyung le reclamase era desolador para su corazón, estaba arañando su tórax, y eso era lo que más le preocupaba del suceso.
La nariz de Taehyung rozó la piel de su cuello, justo por encima del borde de la tela de neopreno. Taehyung se preguntó a sí mismo cómo era posible que Jungkook fuera agradable estando totalmente seco, él necesitaba nutrirse y estar hidratado para no padecer ninguna contrariedad, pero, aun así, abrazarle y degustar un aroma en él distinto a la sal, le pareció estimulante. Hasta que detectó algo.
—Hmnh, h-hueles a humana.
Jungkook abrió los ojos y se quedó fugazmente perplejo.
—¿A humana? —reiteró desorientado.
La sirena apartó su rostro para volver a mirarle con fastidio.
—¿Estabas con una mujer? —le arrojó enfurruñado—. Por eso no venías conmigo, ¡ja!
El pelinegro se quedó boquiabierto. Sin palabras. Tic número uno: las sirenas eran realmente recelosas con lo que consideraban suyo. Él no se lo tomó demasiado enserio, sostuvo su rostro con ambas manos (agradeciendo que a pesar de su fastidio no le estuviese rehuyendo) y dejó un tierno beso sobre su nariz, que enfurruñó aún más a la sirena.
—Tengo varias amigas, sólo es eso —expresó Jungkook con honestidad.
No mucho después, Taehyung se arrastró orgullosamente ruborizado hacia el agua y se esforzó por nadar como un príncipe digno de heredar las aguas de Poseidón, recordándole lo que se estaba perdiendo por andar coqueteando con humanas. Allá donde vio unas burbujitas provenientes sacudiendo la superficie, Jungkook se zambulló, sabiendo que le atraparía. El agua fría abrazó su cuerpo y apretó la segunda piel de su traje sobre su auténtica piel. Taehyung nadó en círculos veloces a su alrededor, jugueteando con las burbujas que acompañaban su zambullida.
Después, jugaron un rato en una zona menos profunda. Comunicándose exclusivamente con un par de señales, se las arreglaron para que Taehyung se escondiese por algún recóndito lugar entre el colorido arrecife lleno de formas, flores marinas, y plantas de un atractivo verde oscuro. Su larga cola le delató en un par de ocasiones, Jungkook intentó atraparla divertido. Abrazó la zona más delgada, por encima de la aleta y se enganchó a él liberando unas burbujas de oxígeno. Taehyung le arrastró cuidadosamente (con la fuerza que tenía, podía haberle aventado de una sacudida), más tarde deslizó a su lado, en movimientos rápidos, evitando su contacto.
Jungkook se encontraba en una clara desventaja, pero, sin lugar a dudas, proclamó secretamente en su mente que, si él también tuviera una cola de sirena, hubiera sido el más rápido de los dos. Por desgracia, no la tenía y constaba de cansancio muscular, así como sus pulmones comenzaban a mostrarse resentidos cuando regresó a la superficie. Taehyung le acompañó, asomando la cabeza a su lado para verle tomar aire.
—Necesito parar un poco —jadeó el azabache—. ¿Te importa?
—Te acompaño —se ofreció Taehyung con dulzura.
Le siguió felizmente hasta la orilla, después de todo, Jungkook era su único amigo allí dentro y prefería que descansara si quería volver a jugar más. Se sentó a su lado, con media cola sumergida en la orilla, observándole secar su bonito cabello oscuro con una toalla.
Sus iris regresaron a la cremallera plateada que colgaba de su cuello. Decidió enterrar los dedos en la arena lugar de atacar a esa molesta cremallera que tanto distraía a sus pupilas.
—¿Por qué tienes el pelo negro? —preguntó puerilmente en el siguiente minuto.
Jungkook le miró como si estuviese de broma.
—Lo normal es tenerlo —contestó, inmediatamente corrigiéndose a sí mismo—. Aunque depende de la parte del mundo de la que provengas, tu genética y ascendencia, por supuesto.
La sirena clavó los codos en la arena y le miró con una apasionante atención. Nunca antes le había mirado de esa forma, con iris fijos y parpadeantes que observaban desde las facciones de su rostro humano, hasta los dedos de sus pies. Jungkook comenzó a sentirse extrañamente sonrosado por su esporádico interés en él. Y no era como si se sintiese mal por su propio físico, pero cuando alguien te gustaba, simplemente no podías evitar sentirte «inquieto» por no parecerle lo suficientemente atractivo.
Sin tocarle, Jungkook se permitía acariciarle con sus ojos. La luz natural proveniente del otro lado del acuario mostraba su piel bronceada como una escultura en un material tostado, las escamas de colores azulados salteaban su aspecto entre lo exótico y etéreo, sobre un costado, en un hombro, a un lado de su cuello. Aquí y allá, pintado como un bonito lienzo de acuarelas aguadas.
—¿Sabes? lo extraño es tener el cabello azul —comentó, desviando su atención—. ¿Qué eres, un trozo de algodón de azúcar?
—¿Hmnh? ¿Qué es algodón de azúcar? —Taehyung alzó sus iris sin entender nada.
Jungkook exhaló media sonrisa, pensó que ojalá pudiera mostrárselo un día, aunque Taehyung no estuviera nada interesado por la comida.
—¿De qué color tienen las otras sirenas el pelo? —continuó el pelinegro, indagando en su compañera.
—De todos, de cualquiera, de ninguno en concreto —Taehyung le ofreció la respuesta más ambigua posible—. Pero negro, no.
—Oh, los colores mundanos sólo son para los de la superficie, ¿verdad?
Taehyung ladeó la cabeza con cierto encanto. A él, el negro no le parecía mundano. El cielo era negro por la noche, las bestias más peligrosas de las profundidades también eran oscuras por algo.
—¿Por qué tenéis dos piernas en vez de una? ¿No es... poco estético? —formuló con tono infantil.
Jungkook comenzó a reírse abiertamente.
—No sé, no querrás que fuéramos brincando por ahí —dijo con una amplia sonrisa, más las comisuras de sus ojos levemente arrugadas.
«Quizá también tenía que ver con el asunto de poseer órganos sexuales», pensó Jungkook, ahorrándose el comentario.
Al peliazul no le convenció demasiado la respuesta, frunció los labios, y se incorporó un poco, sin dejar de mirarle. Se encontraban sentados a unos centímetros del otro, por lo que Jungkook extendió las cálidas yemas de sus dedos y tocó su mejilla con el propósito de comentarle algo. Taehyung dio un leve respingo por el inesperado contacto de su tibia mano sobre su pómulo, más la visión de volver a tenerle tan cerca.
La sirena le miró con un ingenuo parpadeo, sin apartarlo. Sus mejillas se sonrosaron mínimamente, y en su pecho, percibió una minúscula sacudida que nunca antes había apreciado. ¿De dónde salía eso? ¿Era por Jungkook?
—¿Tú también sientes eso? —pronunció el pelinegro, desconcertándole.
—¿E-el qué?
—Nuestra diferencia de grados. Tu temperatura es la del agua —dijo Jungkook con una voz suave—. ¿Sabes que te adaptas al bioma genuinamente? Tu organismo es muy funcional.
—Huh, sí —comentó despreocupadamente—. Los humanos siempre estáis calientes.
Jungkook alejó sus propios dedos y se sonrosó definitivamente más que su compañera. Se le ocurrió preguntarle algo más, pero Taehyung, con cierta frustración, atrapó entre la pinza de sus dedos la cremallera plateada que colgaba de su cuello. Cuando quiso percatarse, sólo le tenía a unos centímetros, con una expresión muy mona. Él se sintió ligeramente retraído por su cercanía, y como su cerebro estaba lleno de serrín y agua, preguntó, tragando saliva:
—¿Las sirenas no engendráis?
Sí, cuando lo dijo sonó tanto o más estúpido que en su cerebro. Jungkook se maldijo instantáneamente por decir esa mierda. «A ver quién le explicaba ahora a una sirena en qué consistía la procreación humana».
—¿Engendrar? —repitió Taehyung con neutralidad.
—Que si... no procreáis, o a-algo de eso —balbuceó del azabache como un estúpido.
Taehyung se rio un poquito, soltando su cremallera.
—¿Con humanos, dices?
—¿Hm? —Jungkook dudó tímidamente—. M-me refiero a...
—Nosotras somos engendradas en el caldo primitivo marino —contestó con pulcritud—. No conocemos la reproducción.
Jungkook conocía esa información, Seokjin se lo mencionó el día que le acompañó a su apartamento. Sin embargo, él se sintió algo extraño pensando en que las sirenas no tenían madre, tampoco corazón o intereses románticos. Sólo eran hermanas; hermosas, inmortales, perfectas... y heladas.
—¿Es cierto lo del vientre marino, en... el Mar del Este?
—Antes había tres —expresó Taehyung depositando su confianza en él—; una en la Asia meridional, otra en la Europa septentrional, y, la última, en el hemisferio sur occidental. Pero... se fueron cerrando... poco a poco.
—Vaya... —suspiró el pelinegro.
—Vuestras técnicas de reproducción son las que os han ayudado a poblar convenientemente la tierra durante milenios —añadió Taehyung, inculpándole sutilmente—. Supongo que vuestras funciones reproductivas son más... oportunas...
Jungkook se rio levemente, contuvo su lengua para no hablar demasiado, porque después de esto, estaba cien por cien seguro de que Taehyung no sabía «cómo funcionaba» el asunto.
—Okay, te será útil saber que también necesitamos dos piernas para eso, aparte de para caminar —bromeó Jungkook con un ligero toque pícaro.
—¿Oh? Bueno, en mi nido no se habla de humanos —continuó Taehyung ingenuamente, bajando la cabeza—. Hay, cierto... pudor... y está prohibido mencionarlos.
—¿Tienen miedo... a que les den caza? —formuló Jungkook, dejando el otro tema a un lado.
—No es sólo eso.
Taehyung se quedó en silencio unos segundos, antes de proceder a explicarle.
—Es como un tabú —explicó abstraído—, los humanos provocan cosas que... las sirenas no pueden permitirse sentir...
—Si lo dices por lo de que no tienes corazón, estoy seguro de que-
—No lo tengo —determinó Taehyung bien testarudo.
Jungkook apretó sus propios labios, se mordisqueó la lengua oponiéndose a su pensamiento. No sabía por qué, pero estaba muy seguro de que Taehyung se equivocaba respecto a eso.
—Hemos perdido hermanas durante años —prosiguió la sirena—. Algunas eran cazadas. Otras se exiliaban buscando morir, puesto que las más antiguas no deseaban seguir extendiendo una inagotable existencia en este planeta, y... otras, simplemente, desaparecieron cerca de la orilla.
—¿Cómo que desaparecieron? —inquirió Jungkook.
Taehyung se encogió de hombros, volvió a mirarle con ojos limpios y redondos.
—No lo sé. Las sirenas dejamos ir a las demás, cuando toman una decisión. No podemos interponernos.
—Espera, en un hipotético caso —formuló el humano, tratando de entenderle—, si una de tus hermanas favoritas decidiese morir, ¿no... la detendrías?
El peliazul sacudió la cabeza como respuesta negativa.
—¿Por qué iba a hacerlo? Yo no puedo determinar su existencia.
—No sé, ehmnh, ¿afecto? —decretó Jungkook, intentando hacerle reaccionar.
—¿Afecto? —Taehyung lo repitió casi como si no conociese la palabra.
—Tú no quieres que me marche, ¿verdad? —insistió el pelinegro—. ¿Me dejarías morir si así lo decidiera?
Taehyung se mostró considerablemente incómodo, movió la cola un poco, desviando sus iris heterocromáticos hacia la suave salpicadura que provocó del agua en la orilla.
—Que te metas en el agua hasta quedarte sin respiración se llama «ser idiota», no tomar una decisión —contrarrestó astutamente, estrechando sus párpados.
—Oh, vale —ironizó Jungkook, mostrándose escéptico con su respuesta—. Por eso me dijiste que te gustaba, porque no sientes nada.
La sirena no dijo nada más, se quedó tan helada como un témpano de hielo.
—Pero yo sí que siento afecto por ti, Tae —agregó el humano con un tono tan bajo y suave como el terciopelo—. Te adoro.
Esa fue su primera declaración directa, el dónde el silencio se volvió como una masa espesa e invisible entre ellos. Jungkook se levantó de la arena, sacudiéndose las manos. En un acto de impulsividad, se acuclilló brevemente tras su espalda, rodeándole ambos hombros con sus brazos.
—Debo irme —musitó junto a su oreja, erizando extraordinariamente el vello húmedo y azul de su nuca—. ¿Vas a extrañarme? Te prometo que volveré por la mañana, no llegaré tan tarde como hoy.
Y de forma efectiva a su provocación, Taehyung se sintió paradójicamente molesto, triste y quejumbroso con su despedida. Tenía miedo de que se marchase, pero no porque pensase que Jungkook no iba a volver o jamás cumpliría su promesa de liberarle. Por primera vez, en toda su existencia, ansió más estar en los cálidos brazos de alguien que en la insólita y sorprendente agua fría.
La sensación se expandió por su cuerpo como una onda, cuando Jungkook se incorporó arrancando de cuajo el suave contacto que existió entre ambos. Taehyung le miró de lado y se despidió con cierta lástima. Jungkook se marchó allí, denotando un enigma contenido en su persona. ¿Le daba miedo reconocerlo? ¿O realmente no podía sentir nada?
Por supuesto, cuando Jungkook llegó a la sala personal con la toalla sobre un hombro y el neopreno mojado y pegado sobre la piel, supo que sobre él recaía la exclusiva responsabilidad de enamorarse de una sirena. No podía exigirle reciprocidad, Taehyung no le debía nada. Pero él tampoco podía frenar la forma en la que estaba comprometiendo su corazón humano con una excepcional criatura que, cuando la liberase, la perdería para siempre.
No mucho después, salió del edificio y atravesó el complejo turístico con una puesta de sol extinguiéndose en el horizonte. El cielo se mostró calmado, pacífico, con tonos de un naranja dulce desgajado. Se dirigió hacia la zona costera por la que Seokjin le mandó su ubicación. Paseó hasta encontrar al castaño en una excelsa cafetería frente al mar, de amplios ventanales y terrazas, sofás blancos y mosquiteras vaporosas que ondulaban bajo la tenue brisa. Había un puñado de mesitas donde las parejas y amistades se sentaban para tomar un cóctel de coco y lima, con una suave y agradable música de ambiente, bajo unas sombrillas que protegían de las horas más cálidas.
Jungkook llegó hasta su mesa, y se sentó en la silla de mimbre acolchada y contigua a la suya.
—Tú invitas —declaró el más joven de buen humor.
Los iris oscuros de Jin no parecían compartir su estado de ánimo.
—Qué tal, ¿bien? —le saludó Seokjin.
—Quiero preguntarte algo concreto. Muy concreto —emitió Jungkook, bajando el tono de voz—, ¿qué sabes del corazón de las sirenas?
Seokjin abrió mucho los ojos.
—¿El corazón...? —reflexionó brevemente, recordando algunas páginas del tomo escrito en un antiguo idioma que releyó cien veces—. ¿Por qué lo preguntas?
—Tae cree que no tiene corazón —contestó el azabache—. Y yo pienso que se equivoca, ¿y bien?
—Huh... no estoy seguro... —manifestó Seokjin, cruzándose de brazos—. Creo que se menciona algo sobre la inactividad de su corazón. Supongo que es normal, no necesitan uno, mientras sean... ¿inmortales?
—¿Inactividad? O sea, dices... no sé... ¿cómo si fuera activable?
—Sí, creo que es, ciertamente, activable —el mayor apoyó su idea—. Aunque no tengo ni idea de qué quiere decir eso. Imagino que es lo negativo de sólo tener el tomo número dos —reveló con una leve sonrisa—. Imagínate de secretos que sabríamos con el uno.
Jungkook se mordisqueó el interior de la boca. Un camarero se aproximó hasta su mesa, y Seokjin pidió dos bebidas con hielo y un cenicero. Volvieron a encontrarse a solas en un instante, donde el mayor sacó una cajetilla de tabaco para prenderse un cigarro.
—Tenemos que hablar de algo más importante.
—Lamento no haber podido encontrarme antes contigo —expresó Seokjin.
—No, yo... siento mi carácter del otro día —resumió Jungkook, frotándose la sien—, estaba un poco nervioso por todo eso de...
—Lo sé, descuida —su compañero le restó importancia con una voz grave—. Creo que tienes de qué preocuparte. Kim Namjoon oculta algo.
Jungkook clavó su mirada de ojos castaños sobre el hombre, con el corazón agitándose.
—No sé qué es lo que tiene en la cabeza, o quién se lo ha metido, pero no le reconozco y no puedo permitir que esto continúe —prosiguió Seokjin honradamente—. Quiere exponer a Taehyung, públicamente. No sé cuáles sean sus verdaderos motivos, no obstante, apartaremos a la sirena de sus garras. Le haré entrar en razón tarde o temprano, pero para eso necesito tiempo. Cosa de la que ambos carecemos, por cierto.
—¿Qué? Genial, ¿cuándo pensabas decírmelo? —satirizó Jungkook, molestándose rápidamente—. ¿Cuándo le cuelguen como una pieza disecada? ¿Cuándo un millonario pague por su cuerpo para meterlo en un laboratorio? Joder, Jin...
—Ju-Jungkook, escucha —solicitó su compañero—. He estado en contacto con Jung Hoseok, ¿de acuerdo? Desde que supe esto, ayer-
—¿Jung Hoseok? Espero que ese tipo sea Sherlock Holmes, Jin, porque estamos bien jodidos.
—Es más como el detective Conan; nos servirá. Él es alguien de confianza —expresó el mayor—. Le pedí que regresase a la isla.
Jungkook se quedó en silencio unos segundos, hasta lograr arrancarse a sí mismo lo que había estado pensando.
—Vale, dejando a un lado vuestras aventuras como el trío calavera —Jungkook se centró en lo importante—. Tuve una idea.
—¿Una idea? Tus ideas me causan tanta confusión como fascinación.
—Para sacar a Taehyung —continuó el pelinegro con decisión, rebuscando en un bolsillo de su mochila—. Mira esto.
Entre los dedos sacó un trozo de papel dibujado, el cual extendió sobre la mesa, justo después de que el mesero dejase sus bebidas.
—¿Un sarcófago? Fantástico —bromeó Seokjin, inclinándose desde su asiento para verlo mejor—. Indica lo súper genial que saldrá todo esto.
—Es una caja rectangular de cristal —Jungkook ignoró su mofa, procediendo a explicarle su plan—. Taehyung no puede estar demasiado tiempo sin agua; así que le trasladaremos en ella. La confeccionaré artesanalmente, se puede cargar en una furgoneta —comenzó a enumerar en voz baja—, descargar en el muelle, arrastrarla hasta el acuario, subirla en el ascensor, y finalmente, rellenarla allí con agua. Taehyung estará en buenas condiciones. Lo último sería... llevarle hasta el vehículo de nuevo, y liberarle, lejos de aquí. Creo que... puede salir bien... ¿no te parece?
Seokjin se reclinó y volvió a mirarle, apagando su cigarrito.
—Y, ¿todo eso se te ha ocurrido... sólo a ti?
Jungkook asintió con la cabeza, su compañero se quedó sin palabras.
«No era mal plan», pensó Jin. «De hecho, parecía bastante práctico».
—Eso sí, necesitaría la mano de alguien más. No podré tirar ni de broma de una caja llena de agua, con una sirena dentro —consideró Jungkook arqueando una ceja—. Tú me vendrías bien, por ejemplo.
—No, yo no puedo estar ahí —Seokjin tomó un trago de su bebida y sostuvo su vidrio en la mano—. Debes hacerlo por la noche, nadie puede ver a Taehyung. Los únicos que te cruzarás a las afueras del acuario serán los de mantenimiento, y quizá, algún guardia de seguridad —se detuvo, replanteándose sus opciones—. Puedo encargarme de que no haya seguridad esa noche, pero no de los de mantenimiento. Además, alguien tendrá que ocuparse del señor Kim... por si aparece... yo haré eso.
—¿Estás diciendo que estás de acuerdo? —dudó Jungkook.
Jin asintió y ambos se quedaron en silencio.
—¿Qué es lo que te ha hecho cambiar de parecer? —insistió el azabache.
—Kook —pronunció Seokjin en confianza—. Namjoon... no permitiré que lleve esto más lejos...
Jungkook comprendió su razonamiento, prefirió no ahondar más en aquello, para abordar el tema que realmente consideraba importante.
—En ese caso, necesitamos a alguien más —valoró Jungkook—. Un... aliado...
—Y la furgoneta —agregó Seokjin—. Se lo diré a Hoseok, él puede conseguir un vehículo sin ventanas. Será más discreto.
—Bien, creo que yo... —Jungkook titubeó un instante—. Tengo a alguien que me ayudará.
—Vale, pero —Jin plantó la semilla de la duda—, ¿es de confianza...? Te recuerdo que nadie más puede saber de la existencia de las sirenas.
Jungkook exhaló una débil sonrisa. Sólo tenía que pensar en su cabello negro y despeinado para creer que así era. Su humor de perros. Sus frases estúpidas sacadas de alguna comedia muy mala. Y, sin lugar a dudas, su afición por las hamburguesas y cerveza. Min Yoongi alias Genius.
—Muy, muy de confianza —aseguró.
*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Libro publicado en formato físico en Amazon. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo en Patreon.com/chispasrojas.
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