Capítulo 03
*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Libro publicado en formato físico en Amazon. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo en Patreon.com/chispasrojas.
Capítulo 3. Enredo marino
Esa noche Jungkook soñó con diversas formas de ahogarse. La gama de pesadillas tocó todos los palos a su alcance, desde la desembocadura de una de las piscinas tragándole como si fuera un desagüe, hasta él asfixiándose con un café demasiado aguado. En su última pesadilla, unos labios desconocidos le insuflaron oxígeno cuando estaba a punto de asfixiarse, una extraña quemazón se esparció por su pecho, se vio arrastrado hacia una mullida orilla de arena clara, donde su oído disfrutó de una dulce, rica y profunda voz entonando una melodía.
Se despertó de madrugada, con la nuca empapada y el cabello como un nido de pájaros. «Quién diría que lo que había vivido le afectaría tanto».
El joven se levantó de la cama y se metió en la ducha. Instantes después salió renovado, se enfundó en una camisa blanca y ancha, pantalón vaquero ajustado y unos sencillos tenis. Recogió su dormitorio y comprobó el teléfono antes de partir en dirección a su nuevo trabajo, aún era temprano, pero Seokjin le había escrito diciéndole que ya tenía su credencial y le esperaría en la zona trasera del complejo. Él agarró su mono de neopreno doblado, lo metió en la bolsa y se la echó al hombro sin dilación. Salió de casa para tomar el tren y bajó en el complejo turístico que envolvía al acuario. Como no había desayunado, se pidió un batido de helado de plátano en uno de los puestos móviles, lo sorbió en dirección a la zona del muelle trasero por la que Seokjin le orientó.
Había una zona de carga y descarga de comida fresca, productos de limpieza, y otros enseres. Jungkook se colocó por una de las puertas de las naves, no tan bonitas y vistosas como la zona preparada para los grupos de turistas. Entró por uno de los compartimentos de carga, avanzó dentro del edificio y encontró a Seokjin esperándole.
—Aquí estás —emitió con una agradable sonrisa, vestido con blazer beige y una distinguida elegancia—. Gozas de buena orientación, eso es muy positivo.
—Hm, buenos días —saludó Jungkook.
—¿Qué hay? ¿Has pensado bien lo que...?
—Quería preguntarte algo —intervino Jungkook, mientras el otro sacaba la credencial del bolsillo interior de su chaqueta, y se la ofrecía—. ¿Qué se supone que debería... hacer con...?
—¿Él? Vale, ehmn —suspiró Seokjin, con un leve fruncimiento de cejas—. Creo que estoy tan perdido como tú.
—Oh, genial —pronunció el azabache con sarcasmo—. Está bien, me las arreglaré de alguna forma. Nos vemos más tarde.
—Escucha, lo único que quiero es que le saques una sonrisa, ¿vale? —argumentó de forma muy estúpida—. El señor Kim está muy frustrado, sólo necesito que cuando regrese a Corea y venga a verla, no intente partir la aleación de cristal frente a su cara, con la cola.
Jungkook le miró con una tremenda dosis de sarcasmo.
—Claro, le pediré una selfie de paso —arrojó hirientemente—. ¿Qué tal si también le obligo a que escriba «con dedicatoria especial, para mi amo?» Seguro que estará encantada de saludar al tipo que le ha metido ahí dentro.
Seokjin apretó los dientes y bajó la cabeza. Los dos se separaron no mucho después, pues el azabache se dirigió a la zona privada donde pudo entrar con su tarjeta y Seokjin se marchó para atender a unas cuantas de sus labores como encargado del complejo.
Una vez más, allí estaba Jungkook; un precioso acuario celeste de enormes dimensiones, completamente vacío. Y sin ningún plan concreto, el joven planeó iniciar la fase de contacto como había hecho con todas y cada una de las criaturas con las que había tratado. Cuando estaban asustadas, heridas, o simplemente demasiado aisladas, lo más eficiente era intentar relacionarse sin forzar demasiado. Ese día se sintió mucho más cómodo con su mono de neopreno, se vistió junto a la taquilla, salió al exterior de la sala que daba al acuario y se zambulló en el agua.
Como contrapartida, la sirena no apareció por ningún lado. Es más, por mucho que Jungkook diese varias vueltas por la zona, no pudo verla ni de soslayo. Él salió con irascibilidad del agua. Estuvo más de una hora dentro, y otra más sentado afuera como un pelele. Era evidente que no le estaba haciendo caso, su ausencia sentenciaba su primer rechazo.
«Puede que la primera sólo se hubiese acercado a él para identificarme», se dijo, sonrosándose fugazmente al recordar el beso robado. «¿Así era como las sirenas identificaban a otros? Caray, sólo era un roce de labios, ni siquiera entendía por qué estaba sintiéndose tan perturbado».
Jungkook se asomó desde la orilla y pensó en colarse en alguna de las cuevas artificiales más profundas. Pero no era tan estúpido como para meter la cabeza en la boca del lobo. Si estaba en alguna de esas, que era lo más probable, intuía que estaba haciéndolo sólo para torturar la conciencia de Jin por tenerle encerrado. Y él no era quién para negárselo.
—¿Cómo le alimentáis?
Seokjin dio un respingo del que casi se le cayó el bloc de notas que llevaba en la mano.
—¿Qué haces aquí? —masculló en mitad del recinto principal del gran acuario.
Su cabello estaba húmedo, se había vuelto a vestir, y había una clara humedad en su bolsa deportiva que representaba a la bola de su neopreno mojado.
—Su alimentación —repitió Jungkook, ignorando que estaba en un lugar público.
La secretaria del castaño se aproximó con un café listo.
—Aquí tiene, señor Kim —le ofreció amablemente.
Seokjin tomó el café de plástico con una mano, se lo intercambió por su bloc, y agarró el codo de Jungkook para arrastrarle hacia una zona menos pública y concurrida. Se detuvieron en uno de los relucientes pasillos donde se indicaban los distintos sectores del acuario.
—¿Alimentar? No, no, no —negó Seokjin con voz aguda—. No come.
—¿Que no come? —Jungkook le miró con escepticismo—. Venga ya.
El hombre negó repetidamente con la cabeza.
—Nada de nada —le aseguró.
—Ni siquiera... ¿plancton, o algo así? —insistió el más joven—. ¿Peces pequeños? ¿caracolas? ¿moluscos?
—Jungkook, no creo que necesite atender a ninguna función biológica atribuida a los humanos —expresó Seokjin en voz baja—. ¿Comprendes?
Jungkook maldijo en voz baja.
—Joder, pues no sé cómo voy a sacarle de ahí —soltó enfurruñado—. Cuando me meto en el agua, no hay forma de que aparezca.
—¿No? —Seokjin se mostró genuinamente sorprendido, tomó un sorbo de café con la duda en sus iris—. ¿Cómo? Pensé que el primer día, habíais... conectado.
El pelinegro sopló lentamente el contenido de sus pulmones.
—Bien. Pues creo que se ha arrepentido, después de lo de, ehm-
Su compañero le indició con un gesto para que continuase.
—¿Después de lo de qué? —emitió Seokjin frunciendo los labios—. ¿Después de qué, Jungkook?
El más joven carraspeó como si no le hubiera escuchado, se maldijo interiormente y desvió la mirada. «Maldita bocaza que tenía».
Seokjin le siguió con unos iris castaños inquisitivos.
—¿Le has hecho algo? Te dije que no fueses brusco, es más sensible de lo que parec-
—Eh, ¡él fue el que se abalanzó sobre mí para besarme! —bramó Jungkook.
Seokjin derramó el café sobre su propia chaqueta, soltó un chillido similar al de una urraca y le miró como si fuera una bestia.
—¡¿B-be-besarte?! Pero, ¡¿qué dices?!
—¡Chst, baja la voz! Fue él, he dicho —farfulló el pelinegro, poniéndose a la defensiva—. ¿Qué pasa? ¿Es como una pena de muerte, o algo así? ¿Voy a morir?
Seokjin sacó un pañuelo de su bolsillo e intentó limpiarse el café cómo podía.
—¿Q-qué? No, no... que sepamos.
Jungkook suspiró sin llegar a sentirse realmente aliviado.
—Veamos, busquémosle un sentido a esto —comenzó el mayor, apelando a sus neuronas—. Yo nunca me he podido acercar a él a más de unos cuantos metros. Así que... imagino que tú... eres el que entra en sus gustos personales. Te felicito.
Las mejillas del azabache palpitaron como si alguien le abofeteara. Le dio la espalda a Seokjin y se largó por el mismo lugar que vino.
«Menudo incompetente», pensó.
Regresó a casa a mediodía, sumergido en su propia sopa mental. Seokjin le había dicho que tenía los mismos estudios de biología marina que los suyos, sin embargo, mientras que Jungkook se había vuelto escéptico y terrenal, el mayor adoraba y creía fervientemente en las leyendas y mitos que envolvía el mar.
«Claro, y, ¿quién era él para decirle a esas alturas que una sirena era algo imposible? Imposiblemente fría, imposiblemente hermosa, imposiblemente desconocida».
—Eh, voy a salir a correr —emitió Yoongi apoyándose en el marco de su dormitorio—, ¿vienes conmigo?
Yoongi y Jungkook hicieron footing por la tarde. Su compañero mayor le habló sobre su labor en las rutas marítimas de Geoje.
—Extraemos minerales y cosas así —comentó Yoongi mientras volvían a casa reduciendo el ritmo. Seguidamente se llevó una mano al bolsillo y sacó algo brillante—. Mira, para ti.
Jungkook sujetó una perla entre las yemas, jadeó levemente y esbozó una sonrisa. Sus pasos se redujeron hasta caminar.
—¿Me la das?
—Había un montón de ostras tiradas —Yoongi se encogió de hombros—. Esa fue la única perla que parecía valer algo.
—Huh —el más joven cerró la mano alrededor de la perla, miró a Yoongi de medio lado, pensando que él era como ese tipo de ostras duras, cerradas, y difíciles de encontrar. Estaba seguro de que él en el fondo estaba blandito, era un poco más baboso de lo normal, y sin duda, escondía una de las mejores y más brillantes perlas.
—¿Qué tal tu primer día de trabajo? —formuló Yoongi, cortándole su hilo argumental de pensamientos.
—Huh, eh, bueno...
—Tienes que acostumbrarte, lo sé —valoró su compañero por su propia cuenta—. Dale tiempo, todo lo nuevo necesita un poco de intervalo, ¿no?
Jungkook pensó que nunca había acertado tanto en un consejo, sin ni siquiera saber qué era lo que en realidad estaba sucediendo.
—¿También le dices eso a las cajas con tus cosas, que siguen acumulando polvo en tu estantería?
Yoongi soltó una risilla.
—Qué puto desgraciado —bufó.
Esa noche, después de una cena sencilla y una buena ducha, Jungkook volvió a soñar con las profundidades. Eran oscuras, las más oscuras y espeluznantes que jamás hubiera podido imaginarse, donde el frío y la presión de la profundidad apretaba su cabeza y le hundía el pecho como si de un muñeco de plástico de tratase. En el fondo, había una perla. La misma perla que Yoongi le había dado y la cual ahora yacía en su mesita de noche.
Jungkook se despertó bruscamente, sofocado, empapado en sudor. Aún no había amanecido, pero su compañero se despertaba a las cinco de la mañana y le había escuchado.
—Tienes pesadillas, como hace años —dijo su voz desde la puerta—. Pensé que las habías superado.
Jungkook se sentó sobre la cama, apartó su sábana de una patada, sus ojos se encontraron en la oscuridad con los del otro.
—¿Ayer... me escuchaste ayer?
—Oh, sí. Te recuerdo que duermo justo en frente de tu dormitorio.
El más joven chistó con la lengua, lamentándolo.
—Me voy en veinte minutos, te subiré un vaso de leche —decidió su amigo deliberadamente.
Jungkook volvió a recostarse sobre su cama, en la más densa penumbra de sus pupilas. En unos minutos más, Yoongi le trajo una taza de un líquido caliente y con olor a miel. Se largó poco después, mencionándose que no volvería antes de las cuatro de la tarde.
El tercer día que Jungkook regresó al acuario, lo hizo por pura testarudez. No iba a permitirse darse por vencido «contra esa cosa». No con él. Jeon Jungkook no perdía contra una sirena.
Lo que le hizo más gracia, fue que logró verla cuando aún estaba atravesando el pasillo cilíndrico que traspasaba la zona más baja de la pecera. En cuanto él se dispuso a entrar, desapareció como un fantasma.
Jungkook apretó la mandíbula, tomó el ascensor y subió a la sala.
«Vas a tenerme aquí todos y cada uno de los días», le lanzó mentalmente, levantándose la camiseta que cubría el ceñido neopreno y acto seguido, desnudándose.
En el exterior del acuario, se zambulló en el agua con una nueva estrategia. Mantuvo la calma dando unos buenos largos por la superficie. Si iba a estar allí, al menos, pensaba aprovechar el espacio como zona de natación. Él era bueno nadando, nadaba rápido, le gustaba entrenarse. Bajó la cremallera apretada del neopreno de su cuello, e incluso sacó los brazos para anudarlo a su cintura. Se quedó con el torso desnudo, se dio una buena dosis de natación para relajar sus músculos, como llevaba años sin hacerlo.
Él estaba delgado, pero su cuerpo era fibroso, con piel blanca y fina. Tenía bíceps, piernas de suaves músculos alargados, su espalda estaba arqueada, gozaba de una buena complexión natural que siempre se había pulido con algo de ejercicio físico y una buena alimentación. El agua era su elemento, el lugar donde se sentía más cómodo, a pesar de sus recientes e inexplicables pesadillas. Se sumergió para bucear un poco, y forzándose para llegar al fondo artificial marino, arrancó un trozo del arrecife plantado, llevándose un chillón coral poroso. Regresó a la superficie con cierto picor en el pecho, liberando las burbujas de oxígeno. Dejó el trozo de coral junto a la orilla de la superficie, pensando en que ese tipo de azul tan intenso sólo se encontraba en los arrecifes más profundos
Practicó algo de buceo un rato más, esencialmente, comprobando algunas zonas ocultas de las profundidades. Cuando comenzó a sentirse exhausto, regresó a la superficie y se movió hacia la orilla pacíficamente, presintiendo unas inesperadas burbujas bajo sus pies desnudos. Jungkook creyó que fue casualidad al principio; algún conducto de ventilación, el dinamismo con el que se movía o algo por el estilo.
Sin embargo, las burbujas provenían de lo más profundo y una leve corriente cosquilleó por sus pies como si le alertase de algo. Su corazón emitió un vuelco, no dejó pasar la oportunidad y se sumergió unos palmos bajo el agua para encontrar a su no-amigo mitológico.
Ahí estaba, a tres o cuatro metros bajo él, mirándole, con una delicada pero musculosa cola de preciosas escamas compuestas por los tonos zafiro, añil y cobalto. Ojos rasgados y recelosa mirada que le enviaban un mensaje directo «basta de jugar en mi territorio, humano».
Jungkook contrajo su propia garganta, para que sus burbujas de aire no se escapasen demasiado rápido. Era hermosa, como una pieza bonita y brillante que cualquier pez gordo colocaría en su estantería. El joven le señaló con la cabeza a la superficie, pero ella se largó con una sacudida de cola y una palpable desconfianza en su persona. Jungkook captó su mensaje y se retiró con elegancia. Salió a la superficie y tomó aire. Cuando volvió a mirar bajo la superficial capa de agua, se había marchado.
Esa misma noche, no pudo dejar de pensar en que la sirena parecía algo más frágil que el día que la vio. Su aspecto parecía cansado, con un tono algo más pálido y ojos hundidos.
«¿Tenía razón Jin, y estaba muriendo lentamente?», dudó mirando el techo del salón, con un cojín abrazado sobre su pecho. «¿Realmente moriría, sin que él pudiera hacer nada? Chst, pero, ¿qué demonios esperaba Seokjin de él? ¿Ser... especial? ¿Qué le salvase la vida a un ser que ni siquiera él mismo podía comprender?».
Jungkook lanzó el cojín hacia el otro lado del salón. Yoongi entró por la puerta del bastidor, recibiendo un casual cojinazo en toda la cara.
—Gracias, lo necesitaba —declaró su amigo con una sonrisa forzada.
El más joven se rio levemente.
—Me voy a dormir, buenas noches.
—Buenas noches —se despidió Yoongi mientras saqueaba la nevera.
Jungkook se largó a su dormitorio, sostuvo el trozo de coral que sacó del acuario en alto y se permitió tallarlo con una navaja y una lima de uñas. No tenía mucha imaginación, por lo que le dio una simple forma de corazón poroso, que terminó abandonando sobre su mesita de noche, junto a la perla que ahora guardaba en su bolsillo, esperando obtener algo de buena suerte. El joven durmió profundamente esa noche. Por suerte, le despertó una llamada de teléfono, pues Yoongi se había marchado en la madrugada y él había olvidado poner su alarma. Tomó la llamada de Leslie, quien le avisó de que tenían a una cría de tortuga que encontraron en la playa, y que probablemente había salido del huevo, perdiendo de vista a sus hermanas. Jungkook no tardó demasiado en desperezarse, salió cuanto antes y se plantó en la protectora para conocer a su nueva amiga. Con una bata de clínica, un guante protector y unos minutos, comprobó el estado de la cría.
—Pesa un kilo y medio, pero pesará más de cien en un año —dijo Jungkook con cierta fascinación—. Menos mal que ahora podemos sujetarla en una mano.
—Eres un encanto —dijo Leslie—. Es maravilloso que se te den así de bien todas las criaturas.
«Parece que no todas», pensó Jungkook. Bajó la cabeza y se tomó su cumplido con cierta humildad. Estuvo un poco más por la Protectora, pero no tardó en quitarse la bata y recordar lo que quería hacer más tarde. En esa ocasión, llegó al acuario varias horas después de lo que había estado acostumbrando esos días. Se propuso repetir su rutina con una cara muy larga; meterse en el agua y molestarte un poco. Si volvía a salir para mirarle como si fuera un imbécil, incluso se sentiría recompensado por dar otro pequeño paso. Pero en esa ocasión, pensaba forzar el contacto.
«Prefería no decirle a Seokjin sobre el mal aspecto de la sirena», se dijo. Y para su fortuna, Seokjin no se encontraba esa mañana en el complejo del acuario. Él salió al exterior de la gran pecera subiendo la cremallera del neopreno hasta su pecho, y se zambulló en la refrescante agua salada. Buceando y estirando sus músculos bajo el agua, rebuscó en la profundidad con sus manos algún elemento que pudiese tallar como el trocito de coral que se había llevado.
Parecía una nimiedad, y podía haberlo hecho en la playa exterior, pero empezó a parecerle divertido comprobar si había algo más que pudiera llevarse de ese fascinante sitio. En las profundidades, tomó una concha vacía salpicada de colores. La sostuvo entre los dedos un instante, comprobando la rugosidad de la cáscara formada por proteínas y carbonato de calcio entre sus yemas.
Estaba a punto de llevársela, pero súbitamente, una ráfaga de burbujas le azotó haciéndole tambalearse y caer ingrávidamente hacia atrás. Él parpadeo bajo el agua y dio un respingo cuando vio pasar a la sirena. Pasó por su lado, vapuleándole con la cola con molestia.
Jungkook comprendió su indirecta, «no toques mis cosas, largo». Soltó la concha para no irritarle (ni siquiera tenía un auténtico valor) y regresó a la superficie para recuperar su aliento. En su primera bocanada de aire se sintió levemente indignado.
—Así que eres territorial y dominante, interesante —jadeó para sí mismo, tomándoselo como un desafío.
Fue realmente irónico que no tuviese ni idea de que una sirena le daría de su propia medicina. Jungkook se tomó muy en serio lo de pasearse por la zona donde le había visto. Se hizo unos cuantos largos, como si estuviese en una piscina pública, campó a sus anchas y buceó apartando las algas que acariciaban su rostro bajo un ala rocosa. No volvió a verle. Pero en la superficie, él se posicionó junto al cristal contiguo al mar celeste. Se marcó una meta, como cuando sólo era un adolescente; contar en cuántos segundos necesitaba para atravesar el acuario de una punta a otra.
Tomó aire y se sumergió en el agua, buceó lo más rápido posible, con todo el dinamismo que le permitía su ágil movimiento de piernas y brazos. Llegó al otro extremo, tocando un lado de la orilla con una mano. Cuando salió, exhaló una sonrisa. Recordó los viejos campamentos de verano a los que asistió y las clases de natación en las que siempre superaba a sus compañeros. Siempre ganaba las competiciones, siempre fue el más rápido.
Un poco después, Jungkook repitió la fórmula en el sentido contrario, intentando superar su récord. No supo cómo, perdió la cuenta de cuántos largos había hecho; casi había olvidado dónde se encontraba por estar divirtiéndose.
Tras varios intentos, una sombra subacuática pasó bajo sus piernas. Fue tan veloz, que su rápido corazón y respiración agitada se contrajeron cuando recordó a la sirena. Jungkook parpadeó en la superficie, nadó lentamente hacia el cristal y posó una mano sobre este.
Arqueó una ceja, cuando detectó a la borrosa figura de la criatura seguirle.
«¿Estaba desafiándole?», dudó. «Porque si era así, dudaba que pudiera ganarle en una carrera de nado a una sirena. Estaba seguro de que sus piernas no tenían demasiado que hacer contra esa poderosa cola».
Jungkook se sumergió en el agua brevemente, se topó con sus iris a unos cuantos metros, mucho por debajo de él. El pelinegro le hizo una señal con el dedo para apuntarle la dirección de su nado. No sabía si le habría entendido, pero si iban a enfrentarse en un duelo, esperaba que al menos nadasen en la misma dirección.
Ella le regaló una mirada cargada de altanería, algo que Jungkook entendió como «voy a hundirte como un barquito de papel, listillo».
Jungkook tomó una última bocanada de aire, volvió a meter la cabeza y le señaló para arrancar su carrera. Se empujó con los pies tomando impulso, deslizándose por el agua como un pez. Mientras se desplazaba, miró hacia un lado percatándose de que iba solo.
«¿En serio era más rápido que él? Qué fácil», pensó ingenuamente. «Nunca creyó que algo sería tan pan comido cómo enfrentarse a aquel pescadito».
No obstante, no tardó en entender que la orgullosa sirena tan sólo le regaló un margen de ventaja para que tomase algo de distancia, y de una simple aleteada, pasó por su lado, sin rozarle, dejándole una molesta nube de burbujas que le zarandeó y le obligó a salir a la superficie antes de tiempo.
—¿Estás de coña? —exhaló frotándose los ojos. Escupió agua salada, encontrándose a la sirena al otro lado del acuario, tocando uno de los escalones de la orilla con una mano—. Esa velocidad no es mínimamente legal —refunfuñó, con un notable mal perder—. Pero si no ha necesitado ni tres segundos para...
Jungkook cerró la boca rápidamente. Cayó en la cuenta de algo; estaba jugando con él. El joven se desplazó hasta la orilla con la respiración agitada y una espontánea sensación de furor. Metió la cara en el agua y comprobó que le estaba esperando para una «segunda ronda» en la que derrotarle.
Sus ojos se encontraron, su compañera sirena estaba mucho más cerca de él y parecía excitada por el juego. Su estómago revoloteó, con la incómoda sensación de seiscientos caballitos de mar golpeándose como idiotas en su interior.
«Calma», se dijo. «Aquello era lo más interactivo que había conseguido hacer con la criatura en esa semana».
Pensó que debía sentirse aburrido allí dentro. Estaba solo, sin nada más que esperar a morir. Puede que Jungkook hubiese logrado resultar un incordio, perturbando sus aguas y metiendo las manos entre corales que consideraba como «de su propiedad», pero al joven se le hizo divertido comprender que aquel ser también era competitivo. Quizá quería demostrarle lo patético que resultaba su nado.
Jungkook se giró ciento ochenta grados, tomó aire en la superficie y volvió a sumergirse. Le hizo una señal de salida y los dos arrancaron. En esta ocasión, ni siquiera le vio pasar. Las burbujas le zarandearon y se metieron en sus ojos, el azabache las apartó con las manos, continuó buceando y llegó a la meta arqueando una ceja.
La mirada de su compañero marino era pretenciosa, de una cristalina heterocromía. Con la cola enrollada sobre sí misma, comprobó sus perfectas uñas bajo el agua, y le miró con suficiencia.
«Se está burlando de mí», confirmó Jungkook en su mente. «Está bien, tú eres el rápido de los dos. Tú ganas».
Él sacó la cabeza del agua, tomando una gran bocanada de aire. Soltó una carcajada apartándose el cabello empapado de los ojos. Y con una gran curiosidad, volvió a sumergirse, encontrando unos ojos curiosos más abajo, con un interesante destello de diversión.
«Así que le gustan las carreras...», pensó Jungkook, entrecerrando los ojos bajo el agua. «Humhn».
La sirena volvió a posicionarse como si esperase su señal de salida, movió la cola como un gato orgulloso, buscando la complacencia de derrotarle una vez más. Jungkook deslizó su mirada sobre su belleza inhumana, y fortuitamente, localizó unos severos arañazos que levantaban la piel y escamas en el costado de su cola. El azul se oscurecía dando paso a un rojizo oscuro, púrpura renegrida.
Jungkook dejó escapar unas burbujas de aire.
«¿Qué demonios tiene ahí?», se preguntó con hastío. «¿Quién le ha hecho eso?».
Su compañera no era necia. Se apartó unos centímetros con desconfianza, advirtiendo que su mirada acababa de posarse indiscretamente sobre algo más. El azabache se sintió tan inquieto, que le hizo una señal con el dedo para que subiese a la superficie en su compañía. La sirena negó con la cabeza, se desplazó por el agua y se distanció de él varios metros, sumergiéndose en las profundidades del acuario.
«¿De verdad? ¿¡En serio vas a alejarte!? ¡¡Agh!!», maldijo en su mente, suprimiendo las ganas de gritarle.
Él sacó la cabeza del agua una vez más para respirar oxígeno, jadeó brevemente y se apresuró para regresar al interior de nuevo e insistirle. Y, para colmo del sastre, no encontró rastro alguno de ella. Ese día, Jungkook dio un par de vueltas más por la zona, sin lograr encontrarle. Terminó saliendo al exterior con los músculos exhaustos y unas probables agujetas que le punzarían al día siguiente por haber nadado demasiado. El neopreno estaba pegado a su piel, bajó la cremallera hasta la cintura y se dejó caer en la orilla con los dedos arrugados.
Se preguntó qué demonios eran aquellos arañazos que había visto en su cola. Tenían mal aspecto.
«Estaba seguro de que Seokjin no estaba al tanto», reflexionó «Si nadie más había ido a verle, ¿de dónde había salido eso?».
Él había estado admirando su cola, pero en ningún momento llegó a notar ni por asomo aquellos cortes profundos, rojizos, y oscurecidos que rodeaban parte de sus escamas.
Aquella noche, Jungkook no durmió tranquilo. Después de una ducha, la cena, y organizar sus tareas pendientes y e-mails de la Protectora, se tiró sobre la cama con un extenso cansancio físico. Sostuvo en alto el trozo de coral en forma de corazón que había tallado la noche de antes. Suspiró lenta y profundamente, cerrando los dedos alrededor de este y dejando el puño sobre su pecho. Tenía una extraña sensación hormigueando en su pecho.
No podía sacarse aquellas heridas de la cabeza. No podía dejarlo pasar.
Yoongi se encontraba en la planta de abajo, con su habitual cerveza helada en una mano y el teléfono en la otra, más la televisión resonando de fondo. Él estaba ocupado con no sé qué asunto de su trabajo, pero antes de que Jungkook se marchase a la cama, le preguntó si todo marchaba bien.
—¿Necesitas que vaya a ayudarte con algo? —agregó desinteresadamente sin despegar los iris de la pantalla del teléfono.
Jungkook no quería hablar de eso. No era porque desconfiase de Min Yoongi; si no confiaba en algo, era en la corporación Kim y el peso de ese secreto. No sabía hasta qué punto podría guardárselo, pero si eso iba a involucrarle en algo demasiado «serio», prefería mantenerle, de momento, al margen. Conocía a Yoongi y estaba seguro de que se reiría de él (en su maldita cara, señalándole con un dedo), recriminándole por contarle una trola. No podía culparle si lo hacía, él también se hubiera reído si alguien le dijese que estaba preocupándose por una sirena que no podía sacarse de la cabeza.
Entre toda su marea de pensamientos, Jungkook tomó un cordón negro entre los dedos, y se le ocurrió insertarlo por uno de los poros del trozo de coral. Ideó un colgante que contempló oscilar lentamente, después frunció el ceño y lo guardó en el primer cajón de su cómoda.
A la mañana siguiente, se levantó con una idea muy clara. Recogió parte de su equipo médico y lo guardó en su mochila deportiva; vendas, spray de sutura, pinzas metálicas, unas diminutas y afiladas tijeras inoxidables y parches adherentes resistentes al agua.
Tomó el tranvía y bajó donde siempre, en el interior de las instalaciones turísticas. Era sábado y se encontraba a rebosar de gente haciendo colas, sentándose en las zonas de merienda y concentrándose frente a las tiendas de suvenires y aperitivos. En esa ocasión, tuvo un encontronazo con Seokjin. Él estaba elegantemente vestido, como siempre. Con un teléfono en la mano, dio de lado a un par de empresarios con los que se reunía en el exterior del edificio principal para fumarse un cigarro.
—Jungkook —le saludó cortésmente—, estaré ocupado atendiendo a un grupo de empresarios japoneses. Mañana me encontraré fuera de la ciudad de nuevo, ¿necesitarás algo?
—Mmnh, no. Yo voy a... —Jungkook señaló con la cabeza a la parte trasera por la que generalmente entraba.
—¿Has podido tener algún nuevo avance con... quién-tú-sabes?
Jungkook tarareó sin saber muy bien si guardarse su honestidad para sí mismo.
«¿Debía contarle la adorable competición de natación, o prefería callárselo?», dudó. «Porque no pensaba mencionarle lo de la cola hasta que tuviese la situación bajo control como mínimo».
—Le vi nadando un rato, como si yo no existiera —optó responder de forma piadosa.
—Oh, bien, bien —manifestó el hombre—. Eso es bueno. Supongo.
Poco después, Seokjin se largó con sus empresarios, y él, se dirigió a la parte por donde habitualmente entraba. Ahora que sabía que estaría solo ese día, dejó su mochila sobre la mesa de la sala del personal, se deshizo de su ropa y se quedó con un cómodo bañador, descartando el neopreno.
Se llevó con él el pequeño botiquín de primeros auxilios que él mismo había armado. Lo dejó junto a la orilla, después hacer unos estiramientos se zambulló en el agua. No era como si fuese a sacar a la sirena de allí con un tirón de orejas, pero había decidido utilizar toda su obstinación para insistirle.
Pensó que le rehuiría durante un buen rato (como siempre) pero en esa ocasión le encontró muy rápido. Destellos turquesas en su cabello celeste flotando sobre su cabeza. Párpados rasgados, ojos líquidos, piel canela salpicada de brillantes escamas como joyas y polvo de diamante.
Jungkook se aproximó a él haciéndole señas para subir a la superficie, la sirena ladeó la cabeza y estrechó la mirada. Con un movimiento de cola, le rodeó sinuosamente como un cuervo rodeando a un trozo de carne inútil.
Su mirada le decía, «¿por qué no me sorprende verte por aquí otra vez?».
Él insistió obstinadamente, señaló hacia la orilla y sus labios liberaron varias burbujas de agua. La sirena negó con la cabeza, e hizo un inesperado mohín con los labios que distrajo al pelinegro hasta el punto de hacerle necesitar un tanque de oxígeno.
«Era más testaruda que el condenado de Yoongi». Pero como él no pensaba ni valoraba la opción de dejarlo pasar ni un sólo minuto más, se arrojó sobre su compañera agarrándole firmemente la muñeca bajo el agua. El contacto de su mano cálida sobre la muñeca de la criatura le transmitió la baja temperatura que percibió la última vez que se tocaron. Ella tiró súbitamente de su agarre, se alejó de Jungkook con los ojos muy abiertos, y un cierto temor por su inesperado agarre.
Jungkook le imploró con la mirada.
«Por favor, confía en mí», verbalizó en su propia mente.
La expresividad de la criatura fue mayor de lo que esperaba, y con iris apesadumbrados, observó a Jungkook quedarse sin burbujas de oxígeno. El azabache comprimió la garganta, su pecho comenzó a picarle, necesitaba volver a respirar antes de que su corazón le provocase una taquicardia.
Ella lo contempló como si necesitase comprobar qué tanto lo necesitaba. «¿Estaba valorando si era capaz de ahogarse si no le seguía hasta afuera?».
Jungkook no pudo más, se impulsó con las piernas hacia la superficie y salió velozmente sacando la cabeza. Su boca se abrió de par en par, jadeó y tomó el aire fresco que necesitaba. Se apartó el cabello del rostro, pestañeó deshaciéndose del agua que empañaba sus ojos. Y para su enorme satisfacción, comprobó que una tímida sombra le acompañaba.
Él flotó en la superficie, respirando agitadamente sin poder creerse su pequeña victoria. Lentamente, su acompañante salió a la superficie con unos cristalinos iris clavados sobre él. Asomó hasta la nariz, con timidez. Él no jadeaba, ni siquiera necesitaba respirar mientras permaneciese en el agua.
El pelinegro pestañeó. Su corazón latía rápido. Respiró, tragando saliva con una mezcla de saliva y agua salada.
«Por fin le había seguido», pensó sintiéndose brevemente inmovilizado. «¿Cómo podía seguir con aquello para no asustarle?».
—Permíteme curar tus heridas —pronunció Jungkook con voz ronca, arrepintiéndose mientras lo decía—. ¿Te importa sí...?
La sirena le miró con cierta aflicción, desvió la cabeza como si lo descartase.
—E-estoy aquí para cuidarte —continuó tras su silencio—. He visto lo que tienes en la cola. Necesito que vengas a la orilla para que... pueda encargarme...
Ella ni siquiera le miró. Las gotas de agua recorrían su cabello de un extraordinario azul y las hermosas facciones de su rostro húmedo. Su piel era lisa y cremosa, no parecía resentida a la sal, si no perfectamente hidratada. Intacta. Jungkook nadó lentamente hacia el lado donde orientaba su rostro, ladeó la cabeza tratando de atrapar la escurridiza mirada de su compañera.
—Puedes... ¿entender algo de lo que digo? —repitió Jungkook, dudando de sí mismo.
La sirena le miró de medio lado, entre el retraimiento y la desesperanza. Y por un segundo, Jungkook pensó que jamás iba a responder a ninguna de sus cuestiones.
—Sí —le contestó casi en un susurro.
Jungkook se quedó sin aliento. Retrocedió un instante, preguntándose si aquello había sido una respuesta, o si su voz era así de rica y suave. Tragó saliva y se sintió increíblemente nervioso por su avance.
—Ven conmigo —dijo Jungkook con suavidad, apelando a su corazón—. No puedo trabajar en el agua. Déjame ayudarte.
La sirena desvió los iris de los del humano. Jungkook conocía bien esa táctica. La había practicado frente al espejo; y era la estrategia de alguien que intentaba protegerse, a toda costa. Posiblemente aún desconfiaba de él, pero por su forma de mantenerse en silencio, supo que se encontraba dudando y eso le hizo saber que sólo debía presionar un poco más.
—Confía en mí —suplicó Jungkook, ofreciéndole una mano bajo una fina capa de agua—. ¿Por favor...?
La criatura salió del agua poco a poco, los iris de Jungkook se deslizaron brevemente por las bonitas escamas en uno de sus hombros y brazos, y mostrándole su consideración, apartó las pupilas para no intimidarle.
Ella emitió un suspiro casi imperceptible, se guardó un mechón azulado tras la oreja lentamente y rindiéndose ante sus palabras, su mano regresó al agua, posándose con timidez sobre la palma extendida del joven. Sus ojos fueron cautelosos, atentos, de un toque cuidadoso sobre el otro.
«¡Sí!», gritó interiormente. Jungkook apretó sus dedos con firmeza. En ese momento, cualquier nervio transitorio le abandonó para recordarle lo que había venido a hacer, y por lo que realmente se encontraba en ese sitio. Tiró de su mano gentilmente asegurándose de que no se echase atrás mientras avanzaban, y en lo que se aproximaron a la orilla, sus dedos se escurrieron entre los propios.
Sus pies pisaron la tenue curva de la orilla, salió del agua sin dilación, agarró la toalla para secar sus manos. Se hizo con el botiquín y lo arrastró sobre la arena húmeda, lo abrió y sacó unos cuantos elementos útiles como el algodón, agua oxigenada, gasas y un parche adherente. La sirena se encontraba en el borde de la orilla, con el agua aproximadamente por la cintura y unos ojos reservados que le hablaron de lo incómodo que se sentía.
Jungkook se aproximó a él precavidamente, se arrodilló fuera del agua y le habló con suavidad.
—Necesito que salgas un poco más, si permaneces dentro del agua no puedo hacer nada.
La criatura marina pareció pensárselo, Jungkook se quedó en silencio unos segundos. Creyó que lo negaría en el último momento, pero entonces, se deslizó sobre la arena mojada ágilmente y logró sacar más de media cola del agua.
Jungkook pudo verle bien en detalle; su cola de pez era larga, esbelta, preciosa. Las escamas estaban dotadas de un suave relieve, de un azul nácar que resplandecía como si fuesen joyas insertadas. Eran elegantes, ordenadas milimétricamente, mostrándole diferentes tonalidades que parecían variar dependiendo de cómo la luz incidía sobre ellas. Sin embargo, el costado de su cola estaba marcado por unos oscuros arañazos que levantaban la dura capa de escamas. Fuera del agua supuraban sangre, y el joven percibió que los cortes se extendían hasta un lado de la cadera.
Él se inclinó a su lado, mirando bien la zona. Prefirió no decir nada, pero tuvo claro que debería darle unos puntos con hilo y aguja si no quería que eso empeorara. Levantó sus iris castaños hasta el rostro de la criatura, y casualmente, se topó con que él estaba observándole como si estuviese tratando de descifrar el significado de su mirada.
«Y, ¿qué le parece, doctor?», leyó en sus ojos.
Jungkook extendió una mano y tomó un par de algodones que humedeció con agua oxigenada, después arrastró su trasero sobre la arena flexionando las piernas para colocarse más cerca. Los hombros de su compañero se tensaron de momento por la corta distancia existente entre ellos. El humano levantó el algodón empapado en antiséptico y se lo mostró, permitiéndole que lo reconociera.
—Es una medicina, me ayudará a desinfectar tu herida —le explicó cortésmente—. ¿Puedo?
La sirena miró hacia otro lado, asintió medio segundo con la cabeza y Jungkook llevó el algodón hasta sus cortes. El líquido antiséptico burbujeó dolorosamente sobre las escamas levantadas, él apretó los párpados y cuando no resistió más el dolor, su mano agarró la muñeca de Jungkook con fiereza. Jungkook le miró fijamente, su compañero le mostró unos afilados colmillos seguido de un jadeo que casi le pareció un bufido.
«Estaba enfadado y amenazándole».
—Lo siento —musitó el pelinegro quedándose muy quieto—. Eso debe picar, ¿te he hecho daño? Lo retiraré, ¿de acuerdo? —emitió con la mayor dulzura del mundo.
El segundo permaneció impasible bajo sus espesas pestañas. Jungkook se sintió un poco nervioso, detectando en el líquido heterocromático de sus ojos su irascibilidad, pesar y frustración. Hasta ese momento, no se percató en las finas uñas y casi imperceptibles membranas de sus dedos de baja temperatura, retiró el agarre de su muñeca sin lastimarle, aunque Jungkook sabía que había gastado el único comodín antes de que decidiera abandonarle.
Él comprobó el algodón, había retirado sangre oscura, parte de piel y escamas muertas. Lo hizo a un lado, sobre el botiquín. Tomó una pequeña aguja metálica y comenzó a hilarla con un hilo de nylon que cortó entre sus dientes.
—¿Quién te ha hecho eso? —preguntó en voz baja, mirándole de soslayo.
Sabía que no iba a responderle, pero insistió de todos modos.
—Tengo que suturar tu herida. El desgarro puede ser peligroso —continuó, señalando a uno de sus cortes—. Lo demás se pondrá bien, pero ese de ahí estaba infectado.
La sirena no respondió, pero Jungkook percibió una importante chispa de desagrado en sus ojos, los cuales se desviaron una vez más.
—¿Está bien? ¿Crees que puedo hacerlo? —formuló Jungkook de nuevo, sosteniendo la aguja entre los dedos.
—¿No puedes dejarme en paz? ¿Y ya? —le devolvió con un deje molesto.
Jungkook parpadeó ante la suavidad de su voz. «Era bonita. Hablaba bien su idioma. Estaba seguro de que le entendía», pensó con cierto orgullo por conseguir una de sus réplicas.
—Está muy abierta —contestó el pelinegro con sencillez, humedeciéndose los labios—. Debe ser doloroso. Duele mucho, ¿verdad?
La sirena frunció los labios y reprimió su respuesta. A pesar de que Jungkook sólo pudiese ver su perfil, se compadeció de ella e intentó animarle como si fuera un chiquillo.
—Qué, ¿tienes miedo? —preguntó bajando la aguja—. Sólo voy a coser tu herida. Lo he hecho cientos de veces antes, te prometo que no te darás ni cuenta.
Su compañero giró la cabeza en su dirección, entrecerrando los ojos.
—No me da miedo —respondió con orgullo.
Jungkook sonrió levemente por su soberbia.
—Vale, vale. Pues, son cuatro puntos... de arriba... a abajo —le informó con cierta picardía—. ¿Podrás con ello?
La sirena sólo movió la cabeza, pero en esa ocasión, Jungkook lo entendió como un «adelante» que le permitió continuar. Inclinándose a su lado, se aproximó a la herida e introdujo la afilada punta en su carne. Sus yemas rozaron la cola sin planearlo, y se sorprendió por un tipo de dureza de escamas que nunca antes había palpado. Nunca había cosido a un animal tan duro, aunque su compañero no era exactamente uno.
En unos minutos, atravesó el bache con profesionalidad y cosió su herida eficientemente. La sirena liberó un jadeo que Jungkook reconoció abiertamente como un quejido.
«Seguramente debía estar conteniendo el dolor», pensó.
—Lo has hecho muy bien —dijo sin mirarle—, ya casi hemos terminado.
Él apartó la aguja y pasó un algodón seco por encima de las magulladuras para terminar de limpiarlas, retirando los restos de sangre de la zona cosida. Se deshizo de los usados y no pudo evitar pronunciar la molesta idea que surgió en su mente.
—¿Te has lastimado tú mismo? —preguntó Jungkook.
Miró a sus ojos, y se sintió golpeado por su salvaje belleza. Algo frágil, lúgubre, de iris recelosos.
«Quiere morir», la voz de Seokjin resonó en su cabeza. Jungkook suspiró profundamente, temiéndose que su pregunta tuviese una consecuente respuesta positiva. No necesitó muchos más segundos para saber que así era, y chasqueó con la lengua, maldiciéndose interiormente.
—De acuerdo. Empecemos de nuevo, entonces. —dijo con voz grave, apartando el material médico para sentarse a su lado—. Soy Jeon Jungkook. Biólogo.
Él le ofreció una mano extendida, esperando a que la estrechase. Se sintió ridículo en el siguiente par de segundos, recibiendo la mirada de la sirena como si pensase que era un «idiota integral». Jungkook retiró la mano rápidamente, sonrosándose. Se rascó una sien, meditando sobre que a él tampoco le gustaba demasiado estrechar su mano con desconocidos.
«Boom. ¿Quién diría con una sirena le iba a dar de su propia medicina?».
Jungkook abrazó una de sus propias rodillas, sin apartar sus iris castaños de la bonita criatura.
—¿Puedo saber tu nombre, al menos? —preguntó con suavidad.
El individuo bajó la cabeza, sus irreales iris se deslizaron sobre la arena donde enterró esos preciosos dedos esmaltados. El pelinegro pensó que no iba a responderle, de nuevo. Consideró que había usado toda la suerte de su año, en un solo día.
—Taehyung —contestó en voz baja.
Jungkook se sintió asombrado, abrió la boca e intentó decir cualquier cosa con tal de continuar en la conversación.
—Taehyung es bonito —soltó con impulsividad.
No era como si tratase de agradarle o algo por el estilo. Casi se le escapó de la punta de la lengua, sin poder evitarlo. Se sintió satisfecho por conocer su nombre de una vez por todas. Él le miró con atención, mientras Taehyung pestañeaba levemente dirigiendo su mirada hacia el agua.
—Debería recoger mis cosas —suspiró Jungkook, mordisqueándose el labio inferior—. ¿Tendrás cuidado con los puntos? Nada con más calma hoy.
Se levantó de la arena sacudiéndose las manos y Taehyung alzó la cabeza rápidamente.
—¿Ya te vas?
Jungkook sintió un martillazo en el pecho que casi le hizo sentarse de nuevo. Se quedó de pie, mirándole desde arriba sin poder creerse que había entablado conversación con una sirena.
—Eh, sí... —respondió parpadeando—. Tengo algunas cosas más que hacer en otro lado, pero...
Taehyung retiró sus cristalinos iris de los del pelinegro, Jungkook sintió como si le robasen una bolsa de oxígeno. La sirena se deslizó suavemente sobre la arena, introduciéndose en el agua como algo etéreo, se sumergió y desapareció en sus narices.
«¿Había dicho algo malo?», dudó con el corazón en un puño.
*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Libro publicado en formato físico en Amazon. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo en Patreon.com/chispasrojas.
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