Capítulo 01
*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Libro publicado en formato físico en Amazon/digital. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo en Patreon.com/chispasrojas.
Capítulo 1. Cola azul
Centro de Protección de Animales Marinos, Isla de Geoje.
—Ssshh, ya casi está, pequeña —murmuró Jungkook.
Sus dedos se deslizaron cuidadosamente sobre la fina y escurridiza piel de la foca, que sujetaba con ayuda de su compañero. Su equipo médico para animales acuáticos reposaba justo en el borde calizo de la piscina en la que se encontraban sumergidos. Jungkook se hizo cargo de limpiar la piel del mamífero, comprobar que no hubiese ningún resto metálico clavado en la zona, y tratarla como un buen veterinario marino.
—Doy gracias a que este bicho no mide más de metro y medio —masculló Yoongi entre dientes—. ¡Cómo me ha costado pillarte, foca insufrible!
—Chst, calla —el más joven agitó un spray de sutura por encima de la herida del animal, sellando finalmente sus arañazos—. Estaba lastimada, ¿cómo quieres que reaccionara cuando nos vio acercarnos?
La foca se movió alegremente entre sus brazos.
—Cicatrizarás bien, ya verás —le habló Jungkook al mamífero.
—Casi se hace más daño ella solita, que tú y yo tratando de sacarla de esa valla metálica —mencionó el pelinegro, dejando seguidamente unas palmaditas sobre el lomo de la criatura, como aliento—. ¿Estás mejor ya, tragapescao? Menudo festín te vas a pegar hoy, ¡caraerizo!
—Hyung, es un pinnípedo —prosiguió el más joven, omitiendo la estupidez de su compañero.—. Está en su naturaleza huir de los... ¡oh!
Yoongi parpadeó, mientras la sonrisa de su compañero se ensanchaba ampliamente como si acabase de discernir algo.
—¿Un qué? —repitió Yoongi desorientado.
—Pero si es una hembra —exhaló el segundo—. ¿Cómo no me había dado cuenta antes? ¡Coochie, coochie, coo!
Jungkook se esforzó en hacerle unas cuantas monerías a la foca, la cual se mantuvo con una excelente cara de póker.
—Ojalá te esforzases tanto con todas las hembras, porque... vaya —ironizó su amigo.
Los dos soltaron cuidadosamente a la criatura, la cual se deslizó con una sorprendente agilidad en el agua limpia y cristalina de la piscina, hasta desaparecer de su vista.
—¡Adiós, Claudette! —se despidió Yoongi.
Jungkook le miró de soslayo, bufó una carcajada y negó con la cabeza.
—Eres un idiota —reconoció abiertamente—. ¿Quieres dejar de hablarle como si entendiera algo? Y, ¿qué nombre es ese?
—Disculpa, ¿acabas de meterte con su nuevo nombre? —se mofó Yoongi en tono grave—. Ay qué ver, qué maleducados son hoy en día estos jóvenes. Está bien, se llamará Axel. Es un nombre sexy; Axel.
—Suena a desodorante —pensó Jungkook en voz alta.
Él y su compañero de trabajo, antiguo camarada de la universidad, y con certeza, único amigo sin interés platónico, salieron de la piscina por la escalerilla metálica dando por finalizada su jornada laboral como voluntarios de la Protectora de Animales Acuáticos de la isla.
El día era soleado, sofocante, y el sol pegaba verticalmente sobre sus cabezas. La temperatura de julio se había recalentado hasta el punto de que el mono de neopreno pareciese un condenado traje de terciopelo. Salir del contacto directo del refrescante agua les produjo un bochorno considerable. Yoongi agarró su toalla y se secó la cabeza, sacudiendo su cabello bajo la sombrilla. Jungkook tardó un instante en seguirle, portando el kit de primeros auxilios clínicos para mamíferos que dejó junto al poste.
Leslie, la joven encargada de la Protectora de Animales Acuáticos, se aproximó al dúo para felicitarles por su buen trabajo.
—¿Cómo está Claudette? —formuló la chica.
Jungkook frunció el ceño fugazmente.
—Genial —contestó Yoongi en su lugar—. No sabes cómo se mueve debajo del agua. ¡Qué tiburón!
—Está controlado. Creo que podréis soltarla en veinticuatro horas —le informó Jungkook.
Ella levantó el pulgar positivamente y esbozó una sonrisita.
—¡Maravilloso, chicos!
Yoongi se inclinó con disimulo junto al oído del azabache.
—En realidad, me refería a ti, tiburón blanco —murmuró a su compañero en tono de guasa.
El pelinegro puso los ojos en blanco.
—Debo agradeceros vuestra intervención —prosiguió Leslie amablemente—. No pensábamos que pudiéramos rescatarla. Pero, habéis sido tan eficientes... como siempre, no me cabe duda.
Jungkook tiró de la cremallera de su neopreno situada en el cuello y descendió lentamente, abriéndolo hasta el ombligo. Reveló parte de sus abdominales, sacando sus brazos con bíceps marcados de las estrechas mangas.
—Menudo calor hace, ¿no? —resopló sacudiendo su cabello azabache.
A Leslie casi se le desencajó la mandíbula. Jeon Jungkook era el tipo de joven biólogo, veterinario, soltero y de sonrisa increíblemente fresca, al que todo el mundo le echaba el ojo en la isla. Sin embargo, no parecía tener muy en cuenta muchos de sus «dones naturales».
Yoongi le miró de soslayo, con un claro «no te aguanto, mocoso».
—S-sí que hace, sí —valoró Leslie con un leve carraspeo—. B-bueno, ¿puedo invitaros a tomar algo? Habéis hecho un gran esfuerzo, os felicito.
—Está bien, ya nos íbamos, Les —respondió Jungkook, echándose una toalla al hombro.
—No sabéis todo el trabajo que nos habéis ahorrado este verano, y ni siquiera os hemos hecho ni un pago —añadió la joven, arrastrando sus ojos castaños entre ambos—. El equipo me ha preguntado varias veces por ti, Jungkook-ssi.
—¿Hmnh? —dudó el chico.
Yoongi abrió la boca en forma de canuto.
—¿Estás seguro de que no quieres volver a pensar lo de tu contratación? —insistió Leslie—. Creo que encajarías muy bien con nuestr-
—Oh, no. No —renegó rápidamente el azabache, buscándose su peor excusa—. Ohmn, estoy, eh, trabajando en otro lugar, y... uh, Yoon también está muy ocupado, ¿no es así? ¿Yoon?
Yoongi y él se miraron fijamente.
—¿Eh? —emitió su amigo, frunciendo levemente el ceño—. Pero si llevas semanas rechazando tu oportunidad con los del Arrecife Turques-
Jungkook le pegó un discreto codazo en las costillas que le obligó a reconsiderar sus palabras.
—¡Oh, sí! —teatralizó Min Yoongi—. ¡Ocupados, ocupados noche y día!
—Estamos de mudanza —resolvió Jungkook con agilidad—. Además, apenas llevamos un mes en la isla. Todavía estamos recolocando nuestras pertenencias.
—Hmnh, entiendo —sonrió Leslie—. Ya veo. Si necesitáis a alguien para conocer mejor Geoje, no dudéis en levantar el teléfono, ¿de acuerdo? Conozco un restaurante excelente para tomar unos calamares en salsa.
—¿Calamares? —pronunció Jungkook con la voz ronca y una reservada muesca de asco—. Huh.
—Encantados. Iremos de cabeza. Mañana te mando un Whatsapp —rescató Yoongi con maestría.
Jungkook le perforó con una mirada asesina.
—Oh, e-eh, mejor cuando acabemos... la mudanza, sí, claro —solucionó el mayor a tiempo.
No mucho después, los dos se marcharon del recinto de la Protectora de Animales cargando con un par de mochilas deportivas, sandalias húmedas, y la puesta de sol en el horizonte.
—¿Qué rayos te pasa? —gruñó Yoongi caminando a un lado de su amigo, con las manos guardadas en los bolsillos del pantalón corto—. Últimamente, percibo que estás autosaboteando tu vida social.
Jungkook se encogió de brazos e ignoró su pregunta.
—¿No quieres calamares? Bien, ¿una cerveza? —insistió Yoongi—. ¿Qué hay de, no sé, un contrato de trabajo que pague el alquiler de nuestra casa?
—No necesito dinero —declaró cabizbajo.
—Huh, ya veo. Tanta agua te ha dejado el cerebro como una sopa —bufó el pelinegro.
Jungkook arqueó una ceja.
—¡Oh, ya sé! Estás en esa fase, ya sabes —se aventuró a decir Yoongi—; quieres ser vegano.
—¿Vegano? Qué va —repitió Jungkook, desviando la mirada.
—¿Vas de Bob Esponja? —continuó el otro—. Confiésalo. No sabía que te gustaban las estrellas de mar en la cama.
—¿Quieres salir con ella? Si te gusta, díselo —valoró el azabache con frialdad—. Es amable. Aceptará.
Yoongi se interpuso en su camino, señalándole con un dedo acusatorio.
—Eh, eh, ¡no me gusta! —declaró bastamente—. Pero nunca se rechazan unos calamares en la costa de Geoje, chaval. Y, por cierto, tú eres el que le gusta a ella —añadió con voz aguda—. Por si no te habías dado cuenta, cerebro de mosquito.
—Huh, perdone usted, señor del calamar —ironizó Jungkook con malas pulgas—. ¿Le ha ofendido que rechace la oferta, Min Calamardo?
Yoongi soltó una carcajada silenciosa.
—Payaso —pronunció.
Retomaron el paso en dirección a la parada de autobuses, y Jungkook se mostró algo más serio durante los siguientes segundos.
—Son cosas de trabajo, nada más, hyung-nim —suspiró con sinceridad.
Yoongi se quedó en silencio. Sus hombros se chocaron amistosamente mientras caminaban y no tuvo más remedio que compadecerse de ellos mismos.
«Eran demasiado asociales como para interesarse por alguien más que no fueran sus traseros», pensó el mayor. «Jóvenes, guapos, solitarios. Quizá lo de guapo sólo era para su amigo. Pero a Jungkook no parecía que hubiese nada que le interesase más que un arrecife de coral».
Yoongi extendió una mano y la posó en el hombro del más joven. Le detuvo en mitad de la calle de nuevo, con un rostro circunspecto y un tono muy distinto al que aquel día había estado utilizando.
—Oye, creo que deberías aceptar el trabajo, Kook —le aconsejó—. Te llaman casi a diario, y eres bueno en lo que haces. Te he visto, y te veo, desde que eras pequeño. Hazme caso, se te dan bien estas cosas. Es como si hubieras nacido para...
—Lo sé, hyung, es sólo que... aún tengo algunas ofertas más que contemplar —intervino Jungkook pausadamente—. Quiero elegir bien. Necesito sentirme tan cómodo como en Busan.
—Ya fuiste veterinario el año pasado —evocó Yoongi, con una leve sonrisa—. Eso es lo tuyo, ¿no? Piénsalo.
Jungkook asintió decididamente. Yoongi ladeó la cabeza, suspiró y desvió sus iris castaños oscuros antes de reanudar el paso.
—Eres la persona más testaruda que conozco —dijo en voz baja—. Cabeza rellena de cemento, ese eres tú.
Jungkook le siguió con una sonrisita.
—Será que he aprendido del cabeza más dura de todo Corea —respondió el joven con diversión.
Yoongi reprimió su sonrisa. Sabía que tenía razón, por lo que prefirió cerrar la boca y no volver a insistir con el tema.
«Eso era lo bueno de Min Yoongi», pensó Jungkook. «No le presionaba demasiado».
Los dos se conocían lo suficiente como para meter las narices en los asuntos del otro, pero sin inmiscuirse de forma directa. Era una relación beneficiosa. Compartir piso con él nunca había sido tan malo como sus antiguos compañeros de la facultad hablaban de otros. Yoongi era solitario y silencioso, como Jungkook. No se metía en la vida de los demás, no le gustaban demasiado las redes sociales, y tampoco contaba demasiado lo suyo a no ser que le preguntasen (e incluso entonces).
Los dos se sentían cómodos con eso. Eran tal para cual. Y si realmente compartían algo, era su pasión y afición por el mar. A esas alturas, Jungkook con veintitrés años, y Yoongi con veinticinco, también colaboraban en su trabajo. Sus talentos eran algo diversos, Jungkook siempre se decantó por su carisma natural y mano clínica en lo relacionado a los seres vivos, mientras que Yoongi era más de terrenos subacuáticos, extracciones de materiales y equipos de buzo. ¿Quién les hubiera dicho con dieciséis años, que llegarían a formar tan buen equipo?
Tras un breve paseo que se extendió en un cómodo silencio, se detuvieron en la habitual parada de autobús con las mochilas cargadas a sus espaldas, y una bolsa con sus monos de neopreno húmedos. Tomaron el trasporte público en unos minutos, y un rato después bajaron en una bonita calle de casitas frente a la playa, ligeramente apartadas de la ciudad más céntrica de la isla. Caminando por el pavimento, Jungkook deslizó sus iris hacia la costa llena de arena, montículos desproporcionados y hierbajos verdes frente el horizonte marítimo apagándose lentamente. Eso era lo bueno del lugar al que se habían mudado el último mes; la casa era preciosa, y se localizaba justo frente a la playa.
Su ubicación le permitía salir a correr libremente por las mañanas, respirar aire puro y realizar estiramientos sobre la arena. De vez en cuando se daba un chapuzón, recogía algún molusco o simplemente se sentaba en uno de los montículos, disfrutando de lo pacífico que era encontrarse lejos de una ciudad atestada de turistas.
Jungkook había trabajado de prácticas como veterinario marino en Busan durante su último año universitario. Su colchón económico se lo había proporcionado su familia; no es que estuviese bien posicionado, pero por suerte, obtuvo unas buenas becas y matrículas gratuitas durante su periodo lectivo que le había permitido ahorrar. Ahora podía permitirse pensar bien cuál sería su trabajo. Tenía excelentes notas, un máster en biología marina y demasiado talento en su bolsillo.
Después de todo eso, Yoongi y él se mudaron desde Busan a la isla con más movimiento del país, en busca de nuevas oportunidades.
Cuando los jóvenes llegaron a casa, el azabache abrió la puerta y entró sintiéndose pesado. Su cabello olía a sal, tenía la ropa interior mojada y había estado todo el día moviéndose de un lugar a otro bajo el sol abrasador. La casa estaba compuesta de dos plantas; en la primera, un salón abierto con vistas al mar, una preciosa cocina americana digna de una casa familiar, y un pequeño cuarto de baño que tenían atestado de útiles de pesca, expedición y buceo. En cuanto a la segunda, había tres dormitorios, dos individuales con cuarto de baño personal, y el tercero, lleno de cachivaches que no utilizaban, ropa, zapatos, y bañadores que probablemente ni siquiera les ajustaban tras tres años.
Cualquiera diría que no era la casita familiar de una encantadora pareja homosexual en Corea.
«Les faltaba el perro», se dijo Jungkook. «Aunque seguro que Yoongi prefería un cangrejo».
Él soltó el equipo con el que cargaba bajo la escalera, sacó los neoprenos de la bolsa y los metió en la lavadora junto a un puñado de su ropa. Yoongi se metió en la ducha sin decir nada. El más joven se preparó algo de ramen instantáneo que devoró con un pasivo apetito sobre la encimera de la isla de la cocina, y después, sacó los monos de la lavadora, los estiró y los tendió en el tendedero del porche.
Cuando regresó a la casa, sacudió los pies llenos de arena en la alfombrilla frente a la puerta deslizante de cristal. Pasó al salón y encontró al repantingado de su amigo con una cerveza en la mano, cabello húmedo y despeinado, y una cara absolutamente demacrada. Yoongi agradeció mentalmente que fuera sábado, y no tuviese que trabajar hasta el próximo día laborable. Puso el aire acondicionado con el control remoto y le dio un profundo trago a su deliciosa cerveza helada con la otra mano.
Aún tenían algunas cajas de pertenencias de por medio, cosas sin desenvolver, y un cierto desorden sobre las estanterías que parecían desear cargarse antes de pereza en lugar de con objetos.
Jungkook subió la escalera arrastrando la mano por la barandilla y se metió en el cuarto de baño. Se dio una buena ducha para librarse de la piel pegajosa y el olor a sal. Salió con una camiseta de manga corta, su brazo derecho salpicado de tatuajes, descalzo, cómodo. Volvió al salón sólo para dejarse caer sobre el sofá, tras agarrar una bolsa de snacks y comprobar su cuenta de Twitter desde su teléfono.
Yoongi estaba viendo un absurdo programa de entrevistas a celebridades morbosas, el azabache revisó su propio correo electrónico pasando por encima de varias ofertas de trabajo que aún tenía pendientes. Ser joven y tener su currículum le ofrecía muchas oportunidades de entrar al mercado laboral. Desinteresadamente, descubrió varias llamadas perdidas de las que ni siquiera se percató hasta entonces. Había recibido un SMS de un mensaje de voz entrante en su contestador automático.
Jungkook se mordisqueó la punta de la lengua. «¿Un mensaje de voz? ¿quién hacía eso en el siglo veintiuno?».
Él se levantó perezosamente del sofá, buscando alejarse del ruido del televisor. Se llevó el teléfono a la oreja frunciendo el ceño por el zapping a todo volumen de su compañero. La yema de su dedo se deslizó distraídamente por encima de la vitrocerámica de la cocina.
Mientras tanto, Yoongi cambió de canal muriéndose en el más absoluto asco por la programación. De repente se detuvo en el canal de telenoticias con un rótulo que atrapó su atención. Lo reconoció rápidamente, pues había leído esa misma mañana la noticia en el periódico digital que habituaba a ojear desde su Smartphone.
«El gran acuario de Geoje».
—El acuario de Geoje fue inaugurado el pasado lunes —dijo la voz femenina proveniente de la televisión. Las imágenes del complejo acuático comenzaron a superponerse sobre la pantalla—. Conocido como el acuario más grande del mundo, se sitúa en la zona este de la isla. Cuenta con más de treinta mil metros cúbicos de agua, veinte mil toneladas de agua dulce y una zona subacuática de túneles instalados bajo un cercado del Mar del Japón. El complejo alberga miles de especies diferentes de animales marinos, desde ballenas blancas, hasta mantarrayas, belugas, anémonas, tiburones, y especies imposibles de encontrar en las costas asiáticas, trasladadas desde los paraísos del caribe.
Yoongi le dio un trago a su fría cerveza y clavó un codo sobre el reposabrazos, apoyando el mentón sobre sus nudillos con curiosidad.
—Los tiburones toro, se alzan como las estrellas del acuario —informó un periodista—. Pero sin duda, los supuestos hallazgos por parte del equipo privado de expedición del presidente de la corporación, han dejado las expectativas de todo el mundo por las nubes.
—¿A qué se debe, señor Lee? —preguntó la presentadora.
—Por si aún no lo sabe toda la prensa, e incluso puede que el todo país, la página web de la Corporación de Kim Namjoon, anunció recientemente que, dentro de poco, exhibirán una especie desconocida; los reyes del océano.
—¡Wow! —exhaló la mujer con fascinación—. ¿Qué nueva especie esperan mostrar al mundo?
El periodista rio levemente a su lado.
—¡Tritones, seguro! —bromeó seguido de un tonto carcajeo.
Yoongi frunció los labios, se pasó unos dedos por la sien, reflexionando. Lo próximo que vio fue al presidente Kim Namjoon elegantemente trajeado, cabello dorado peinado hacia atrás, pómulos marcados y hoyuelos pretenciosos, abriendo la inauguración de «El Gran Acuario de Geoje». Como extra, mencionaron que el acuario había sido rápidamente premiado por el record Guinness del acuario más grande del mundo, superando a los chinos.
—¿Nueva especie? —murmuró Yoongi con voz grave—. Ese tío sí que es una especie aparte... menudo pez gordo...
—Las pre-compras de las entradas para el acuario de Geoje se agotaron el primer día de lanzamiento —escuchó la voz de la presentadora, cuyo rostro reapareció en la pantalla—. La próxima tanda de entradas podrá reservarse a través de la página web GeojeAqua.ko/tickets o a través de la venta de entradas de Lotte.
Jungkook volvió de la cocina, bajó el teléfono móvil de su oreja con los ojos muy abiertos, dejando que sus pupilas se perdiesen en el resplandor de la pantalla. Se sentó con media pierna en el reposabrazos justo al lado de Yoongi, el cuál levantó la cabeza, advirtiendo la expresión de su rostro.
—Qué, ¿has visto un fantasma nenúfar? —musitó su compañero, seguido de un trago de cerveza.
Jungkook bloqueó su teléfono móvil antes de volver a mirarle.
—Si te digo... ¿tengo una entrevista en el acuario más grande del mundo?
Yoongi se atragantó con su propio trago, manchando el cuello de su camiseta.
—Que, ¿tienes qué? —chilló.
—El encargado de Recursos Humanos parecía muy interesado en que me acercase esta tarde —comentó Jungkook neutralmente—. No me di cuenta de sus llamadas.
Yoongi se pasó una mano por el cabello negro, despeinándoselo agresivamente.
—Como no vayas a esa entrevista, patearé tu culo y te meteré en una jaula de tiburones, ¡en bolas!
Jungkook se cruzó de brazos con una sonrisa.
—Hmnh, debo pensarlo —dijo con la intención de sacarle de quicio.
Después de su declaración, procedió a darle las buenas noches y subió a su dormitorio. Yoongi se prometió a sí mismo que lo haría; si Jeon Jungkook no iba, pensaba atarle a una tortuga marina el resto del verano.
El azabache se metió en la cama esa noche, y miró el techo. Le sorprendió gratamente que el encargado de Recursos Humanos de la Corporación Kim pareciese saber tanta información de él, sobre su grado universitario, sus excelentes prácticas, y su currículum completo. Jungkook ni siquiera había presentado su currículum en esa empresa. No le gustaban los acuarios. Prefería los espacios abiertos y los parques naturales, a las cárceles de cristal o los «zoos» de los que la gente tanto disfrutaba.
Era capaz de reconocer la importancia de lugares así; inversión de dinero a cambio de un incremento de turismo. Era probable que, ahora, Geoje se convirtiese en uno de los lugares más bellos y llamativos del mundo. Pero Jungkook ya conocía sobre la construcción del acuario de Geoje con anterioridad, y su olfato le había hecho seguir el proyecto arquitectónico a través de internet.
«Sí, era el acuario más enorme del mundo, y merecía, a pesar de que detestase sitios como ese, una pequeña visita», se dijo a sí mismo. «Había algo que le llamaba la atención de ese sitio. Puede que fuese la exquisitez con la que estaba construido, o la capacidad de contener tantas especies de criaturas diferentes, que jamás hubiera visto de no moverse de su localización surasiática».
De un momento a otro, creyó que no era eso. No sabía por qué, pero por un segundo, sintió como si un tintineo sonase a lo lejos. Él alzó la cabeza y parpadeó en la oscuridad.
«El murmullo de las olas, tras la ventana, a treinta o cuarenta metros de casa», pensó, reposando de nuevo la nuca sobre el almohadón. «No había ninguna campana».
Sólo era su corazón, desbordándose de una extraordinaria atracción por aquel complejo. Él era especialmente escéptico con eso de las casualidades, pero se había estado cruzando el condenado acuario de Geoje por todas las revistas, por todas las páginas de internet que visitaba, en Twitter, en Instagram, e incluso en los postes publicitarios de los que se colgaban carteles que nadie miraba. Y ahora, el mismo acuario llamaba a la puerta de su casa. ¿Suerte o fatalidad?
Entre un pensamiento y otro, Jungkook se quedó dormido. El cansancio físico le arrastró entre las olas de su consciencia con facilidad. Durmió bien, la suave brisa que entraba por la ventana le refrescó toda la noche sin que las sábanas se le pegaran. Por la mañana se despertó muy atontado, tomó un bol de cereales y repasó el mensaje de voz en su contestador como si necesitase comprobarlo. Después del desayuno, se enfrentó a su reflejo en el cuarto baño. Decidió que el salvajismo de su pelo era un enfrentamiento al que no le apetecía encararse, por lo que lo recogió parcialmente tras su nuca y se vistió de la forma más casual posible. Pantalón vaquero y ajustado, camiseta negra de manga corta, con una desgastada y abierta camisa azul a cuadros.
El acuario de Geoje se encontraba justo en el otro extremo de la isla. Yoongi aún estaba enredado en sus propias sábanas cuando Jungkook salió de casa por su cuenta. Tomó el tranvía que atravesaba el corazón turístico de la ciudad, y observó la bonita ciudad costera, turquesa, llena de palmeras, de gente alegre, restaurantes y clubes animados, tiendas de suvenires, apartamentos de verano y hoteles.
Jungkook pensó en la voz del amable hombre que le había dejado el mensaje de voz. Su acento era de Seúl, no de la isla. Había insistido en que se acercase al complejo para enseñarle las instalaciones y hablar cara a cara, informándole de que estaba al tanto de su currículum y de lo joven que era.
Momentáneamente, se preguntó qué diablos estaba haciendo. «A él no le gustaban los acuarios. ¿Qué trabajo pensaba que le ofrecería? ¿cuidar pingüinos? ¿alimentar a las orcas? No iba a ponerse a limpiar cristales ni de broma».
Al bajar del tranvía, Jungkook ubicó fácilmente el recinto. No era grande por nada. Las instalaciones se veían enormes, e incluso a pesar de ser un domingo, se encontraban abiertas y llenas de gente que hacía picnic en el césped exterior, tomaban refrescos y perritos calientes en alguno de los puestos móviles, y se agrupaban para fotografiarse junto a la entrada. El edificio principal era redondo, abovedado, de un tono blanco-grisáceo, más el celeste provocado por las decenas de cristales que atrapaban el sol y hacían resentirse a sus pupilas. Jungkook se dirigió a la cúpula de cristal observando los paneles solares. La entrada era lujosa. Los grupos de turistas se encontraban formando hileras para pasar por las taquillas o el mostrador de información, adquiriendo un reproductor de guía o esperando al orientador asignado a su grupo.
Él se detuvo en el centro del gran hall solitariamente. Alzó la cabeza y observó el cartel: «El gran acuario de Geoje».
Casi resonaba en su mente, como si alguien acabase de leerlo con un micrófono amplificado, antes de saltar a un cuadrilátero.
Jungkook volvió a mirar a toda esa gente, sintiéndose excesivamente solo. Con las manos en los bolsillos, permaneció junto a la entrada. Las apariencias de aquel lugar resultaban desconcertantes, pero su corazón era difícil de conquistar. Lo que realmente le interesaba era el interior, el detrás de la escena, los bastidores y que los almacenes de comida mantuviesen la temperatura idónea, así como el trato a los animales.
«¿Qué demonios estaba haciendo en un sitio como ese?», se repitió maldiciéndose. «La culpa la tenía Yoongi y su estúpida jaula de tiburones».
—Jeon Jungkook, ¿me equivoco?
El joven giró la cabeza con un leve sobresalto, por un segundo, esperó que aquel hombre no hubiera detectado su estúpido respingo. Sus pupilas se fijaron sobre el individuo; alto, joven, de cabello castaño, y una americana grisácea, sin corbata.
—Eh, hola —respondió Jungkook con neutralidad—. Qué pasa.
«¿Se notaba mucho que le daba igual si conseguía aquel trabajo?». La estrategia a la que Jungkook se ajustó fue la de mostrarse indiferente, nada sorprendido por las instalaciones, y con la mayor parsimonia del mundo.
—Vaya, acerté —celebró con una distinguida sonrisa—. Bienvenido al acuario de Geoje, señor Jeon.
Jungkook reconoció su voz, por la cantidad ingesta de veces que había repetido el mensaje del contestador automático en su oreja. Su acento de Seúl. La amabilidad implícita en cada una de sus sílabas.
—Gracias, ¿usted es...?
Sus iris se arrastraron hasta la tarjeta de identificación plastificada que colgaba del cuello a la altura de su pecho. «Kim Seokjin».
Seokjin inclinó la cabeza cortésmente, ofreciéndole su mano. Jungkook respondió con otra inclinación distraída, olvidando estrecharla.
—Mi nombre es-
—Kim Seokjin —interrumpió Jungkook, señalando tímidamente con un dedo—. Disculpe, lo pone en su tarjeta.
Seokjin se sintió levemente divertido.
—Bien, señor Jeon —esbozó media sonrisa—. ¿Le importaría acompañarme? Desearía mostrarle alguna de las zonas del recinto mientras le explico el motivo de mi llamada.
—Huh, claro.
Jungkook siguió sus pasos, con una extraña sensación recorriendo su piel y erizando el vello de su nuca. Recordó las palabras de la publicidad del recinto; «la nueva especie». Él le acompañó gentilmente, comprendiendo en cuestión de minutos, que aquello se había convertido en una pequeña guía de introducción y explicación de las diferentes zonas de las grandes instalaciones.
Lejos del hall, por los pasillos del complejo del gran acuario, había túneles, enormes peceras, espacios totalmente abiertos que se sumergían bajo el ala natural del mar turquesa. Jungkook se reacomodó su bolsa deportiva sobre el hombro, sin poder evitar sentirse ligeramente pequeño frente a cada uno de los espacios. Seokjin parecía saber sobre su trabajo, su voz era amable y explicativa, vestía con blazer grisácea y pantalón de pinza oscuro. ¿Pensaba preguntarle por algo de su currículum, o aquello iba a ser una extensa visita sin dirigirse al «tema» que de verdad le importaba?
Seokjin le habló sobre la cantidad de metros cúbicos y toneladas de agua que encerraban. Le dio una vuelta por allí, paseando el suelo de mármol brillante y el insistente «olor a nuevo». Atravesaron numerosas zonas asignadas por el nombre y tipo de criatura, más allá de las resistentes y enormes paredes de cristal, existía una bonita cafetería de tonos azulados y terrosos, situada bajo la cristalina cobertura que dejaba ver decenas de llamativos peces, corales de colores y construcciones de aspecto natural. Un grupo de jóvenes se encontraba fotografiándose con bebidas especiales, de aspecto caribeño y llamativas sombrillitas, con varios tiburones meneándose justo detrás. Había numerosos carteles explicativos y pantallas LED que ilustraban acerca de la procedencia de cada espécimen, y el olor a café y cruasán inundaba sus sentidos.
Sin duda era, un lugar maravillosamente ideado para crear un gran negocio. Niños, adultos, gente joven, todos parecían estar pasando el mejor día de sus vidas.
—Wow —exhaló el pelinegro en voz baja.
Seokjin le miró con satisfacción.
—Sí, esa es la sensación general de... todo el mundo...
«El ser humano expone a los animales como trofeos y se regodea de sus hazañas como si aún estuviesen en la edad media», pensó Jungkook con sarcasmo. «No es que le molestase ese tipo de lugares turísticos, era el complejo más impresionante que jamás había visitado. Sin embargo, seguía sin ser especialmente partícipe de mantener tras unos vidrios a unos seres que, esencialmente, debían ser libres. Los peces pequeños eran pasables, pero no todas las grandes criaturas eran capaces de sobrevivir en espacios limitados».
Posó una mano tocando la fría pared de cristal y se sintió sobrecogido.
—Mira todo esto —murmuró Jungkook para sí mismo—, unos milímetros de vidrio, y cientos de toneladas de agua al otro lado, esperando a aplastarnos bajo su masa. Tan resistente, y tan frágil.
Seokjin se sorprendió por su comentario.
—El señor Kim ha sido muy exigente con estas instalaciones —expresó—. No se trata de cualquier tipo de vidrio, claro. Este es indestructible. La construcción está preparada para soportar cualquier tipo de presión y peso, sin poner en riesgo a los visitantes.
—He leído respecto a eso.
—¿Qué ha leído al respecto, señor Jeon? —sonrió Seokjin astutamente—. No sabe nada de este lugar, más allá de lo que dice la prensa.
Jungkook se humedeció los labios, dispuesto a expresar su juicio.
—Cada una de las especies que existen en el mundo, reunidas bajo el mismo complejo —comentó el azabache—. ¿No es una idea muy ambiciosa y rocambolesca? No cualquier empresario del mundo se permitiría tal prestigio.
—Oh, se sorprendería —manifestó Seokjin, ladeando la cabeza—. El presidente de la corporación tiene unas ocurrencias muy... especiales.
—Especiales —repitió Jungkook cruzándose de brazos, y dirigiendo su mirada hacia él por primera vez en toda su visita guiada.
—Sí... ideas... vanguardistas —continuó el hombre, pausadamente—. Con resultados, sorprendentes.
La sonrisa de Jungkook se asomó en su rostro poco a poco.
—¿Estamos hablando del típico millonario con una sala roja? —bufó con diversión—. Hmnh, ¿le va el BDSM, o qué?
Seokjin se rio alegremente, sus iris castaños titubearon sin demasiada convicción, como si estuviese replanteándose la forma de enunciar sus próximas palabras.
—Prefiero no ahondar en esos términos. Conozco al presidente Kim desde que tengo memoria, pero sus asuntos privados siguen siendo exclusivamente personales —esclareció el hombre con media sonrisa—. Verá, Jungkook-ssi, contacté con usted tras examinar detalladamente su currículum.
El azabache alzó las cejas, descruzó los brazos con un inesperado pálpito en su pecho.
—Ah, ¿sí? Vaya, algo me pareció notar por su mensaje en mi contestador —ironizó el pelinegro—. Deben recibir miles de currículums de todas partes del país, a diario. Fue sorprendente que alguien se mostrase interesado por mí tan rápido. ¿Dónde me conoció?
—No fue tan difícil; conozco al decano de la universidad de Busan —explicó Seokjin, restándole magia al asunto—. Yo también estudié allí hace unos cuantos años. Me prestó los mejores expedientes y me concedió el lujo de seleccionar un posible candidato. Conozco su talento de primera mano, Jungkook, ha tratado suficientes especies de mamíferos acuáticos, e incluso asistió a unas prácticas universitarias con un contrato parcial durante su último año —le aduló levemente, como si llegase a apreciarle—. Es un diamante en bruto, y a nosotros, en la corporación Kim, nos complace formar y contratar a jóvenes con su potencial.
Jungkook se sintió tan halagado, que sus mejillas se sonrosaron un poco y se vio forzado a desviar la mirada.
—Oh, ¿es una especie de fan? —suspiró, interponiendo un muro personal—. Me pregunto para qué quieren el talento del que hablan, si se trata de alimentar pingüinos. Adoro a esos pequeños sphenisciformes, pero no soy un cuidador de mascotas.
—Huh, ¡no, no, no! —negó Seokjin rápidamente—. Vayamos al grano de una vez; le contaré de qué se trata, pero antes necesito la certeza de que se implicará en su encomienda.
El pelinegro arqueó una ceja.
—¿Cómo? —formuló Jungkook con escepticismo—. ¿Está pidiéndome que me comprometa incluso antes de comentarme para qué me ha llamado?
Seokjin se pasó un par de dedos por la sien, masajeándosela.
—Es algo confidencial, créame —trató de expresar—. Se trata de una especie única. Uno de los mayores tesoros de... Kim Namjoon.
El más joven percibió que había algo más allá de sus palabras. Mucho más allá de lo que Seokjin podía atreverse a mencionarle. Pero Jungkook era una persona sencilla y directa. No quería hablar de dinero, u oportunidades únicas. Él necesitaba ir al corazón de todo eso de una vez por todas, y descubrir por qué demonios se había dejado arrastrar hasta un sitio como ese.
—No puedo aceptar una oferta que desconozco, compréndame —insistió Jungkook con sensatez—. Si tan sólo pudiera dejar que me hiciera una idea, le ofreceré mi discreción.
Seokjin suspiró y pareció decidirse.
—Hmn, ¿me permite tutearle? —preguntó al joven.
—Por supuesto.
—Genial, Jungkook. Verás, a veces, los mayores tesoros nos esperan en las mayores profundidades —comentó el hombre, observando detenidamente el acuario con los iris perdidos en los corales—. No es oro, ni tampoco es algo domesticable. Pero su valor es incalculable, y su presencia... un regalo que habita en secreto entre las paredes de este complejo. Si usted acepta, deberá sumergirse en su labor por completo.
Jungkook ladeó la cabeza, observó los reflexivos ojos del mayor, sin comprender muy bien su comentario.
—Y, ¿qué... en qué puedo ayudarte, exactamente, Seokjin? —preguntó el azabache, apoyando el hombro sobre el grueso cristal sin abandonar su persistencia por ahondar más en la situación, de una vez por todas—. ¿En qué asunto pantanoso debo sumergir mi cabeza, sin perderla?
Seokjin le señaló con la cabeza.
—Sígueme, te mostraré algo —anunció, reanudando su paso—. ¿Serías tan amable?
Jungkook tuvo una corazonada de que se trataba de algo grande. «Algo muy grande». Más de lo que había pensado. ¿Por qué si no, sentía como si estuviese a punto de meterse en la mátrix?
Sus pasos se dirigieron a un ala muy separada del resto, a la que llegaron en un par de minutos. El lugar se ampliaba bajos los muros del complejo, pero de forma privada. Sólo se podía acceder con una credencial, pues la entrada estaba restringida. Sin demora, Jungkook y Seokjin se aproximaron a un gran acuario cilíndrico de cristal, de decenas de metros de altura, y conectado a un piso superior que quedaba fuera de su vista.
El más joven no dijo ni una palabra, pero estar allí le hizo abrir la boca levemente; era el sitio más enorme y curioso que había visto en toda su vida. El fondo marino estaba hermosamente adornado, predispuesto para darle un toque marino, con cuevas de roca, algas, hondonadas y arrecifes. Colores azulados y turquesas, lilas, pasteles, salpicados de algún rojo coral que parecía cincelado por la mano de la naturaleza.
Y a pesar de ser reticente a ello, supo que sería afortunado si terminase trabajando en un lugar como ese.
Al otro lado del túnel de cristal, Jungkook vio una pequeña sala, que conectada un ascensor a la planta superior que asomaba a la superficie.
—Esta es la parte privada del señor Kim —explicó Seokjin—. Tiene un alojamiento en el mismo recinto, podríamos decir que... este es su santuario.
«¿En serio?», pensó Jungkook. «Hasta dónde podía llegar la vanidad de alguien, como para permitirse tener un acuario de exclusivo disfrute personal».
—Quiere decir, que, esta zona no se exhibe al público —concordó Jungkook, caminando lentamente bajo el pasillo de cristal—. ¿Cuál es la razón?
—No a cualquier público, al menos —mencionó el otro—. Namjoon es especialmente receloso con sus tesoros.
Jungkook movió la cabeza en todas las direcciones. La instalación era enorme, arena sedosa en la superficie, piedras de todas las tonalidades, corales y plantas marinas que florecían en lo más profundo. La densidad del agua oscurecía las profundidades, volviéndola mucho más intrincada y secreta que cualquier otro de los acuarios. Era un lugar hermoso, sin embargo, no pudo vislumbrar ni a una estrella de mar pegada al arrecife. El acuario carecía de especímenes o fauna visible.
—¿Está vacío? —dudó ante la falta de criaturas.
—No, claro. Pero... no está en condiciones de exhibirse —musitó Seokjin, apuntando con la cabeza al interior de la gigantesca pecera—. Creo que está por allí.
Jungkook se volteó en su dirección siguiendo la orientación de su mirada. Fue increíble la forma en la que pensó que no vería nada más grandioso de lo que ya había visto en las otras salas, pero en cuestión de segundos, intuyó que algo estaba a punto de superar sus expectativas, y con creces.
—¿El qué? ¿qué cosa?
Seokjin se aproximó al cristal, posando brevemente una mano sobre este.
—Lo he intentado, Jungkook. Pero créeme, quiere morir —dijo con pesar—. Está muriéndose porque odia esto.
Jungkook no comprendía nada, pero su corazón comenzó a martillearle en el pecho, mandándole una descarga adrenalínica a todo su sistema nervioso. Se acercó al cristal junto a Seokjin, estrechando sus ojos para afinar su visión, e intentando comprender qué era lo que quería que viese exactamente. Colocó las yemas de sus dedos sobre el frío vidrio, recibiendo el tacto helado del agua que presionaba desde el otro lado.
Apenas distinguía nada por la densidad del agua, pero de repente, advirtió cómo algo se movió a gran distancia. Sus movimientos eran lentos, cansados, otros rápidos y nerviosos. Erráticos. Sin un rumbo fijo. Los ojos del joven se abrieron de par en par. Una gran cola azulada y escamosa, con leves destellos de la luz solar que se derramaba por las enormes cristaleras del acuario, contiguo al mar. Más esbelto que un delfín, deslizándose en el agua como si se mimetizase con el elemento. La mayor elegancia que jamás pudo observar, cabello turquesa con destellos cobaltos. Porte de un ser de la realeza, heredando las aguas como si de Poseidón se tratase.
No, Jungkook no podía creer lo que tenía ante sus ojos.
«¿Era eso...? ¿Es posible que eso fuera una auténtica...?».
Y como si el ser lo hubiese escuchado mentalmente, se giró en las aguas y sus iris conectaron con los del humano. Decenas de metros cúbicos de agua les separaban, pero la primera vez que sus iris se cruzaron, Jungkook perdió el aliento, sintiendo como si estuviese siendo arrastrado al fondo del océano más profundo.
—Él es... bueno, no creo que esté demasiado contento de que haya traído a alguien más aquí —pronunció Seokjin, cortándose de forma interrumpida—. No le gustan los humanos, es comprensible. Se ha dedicado a evitarme desde hace algún tiempo.
Jungkook soltó su aliento bruscamente, su corazón se encontraba al borde de atragantarle. La sirena se aproximó a su posición con una espontánea decisión, y él, de forma instintiva, retrocedió varios pasos, tropezándose torpemente con sus propios pies.
—Es imposible —masculló Jungkook para sí mismo—. E-es imposible...
—Lo es —dijo Seokjin casi en un susurro.
La criatura se acercó lo suficiente a ellos, pasando por encima del túnel cilíndrico en el que se encontraban. Jungkook lo supo entonces; estaba perdido. Sus ojos eran salvajes, rasgados y dispares, con la capacidad de arrancar el aliento a cualquier mortal. De cerca, apreció que sus iris poseían una particular heterocromía que nunca antes había visto. Las tonalidades eran líquidas y celestes, con tonos pasteles y lilas como los corales. Comprendió que su cola escamada era demasiado extraordinaria para ser «sólo azul». No, era más que eso. Encerraba todos los matices del Mar del Japón. Turquesas, índigos, aguamarinas, verdosos, celestes, ultramarinos...
Su piel se encontraba bendecida por el asombroso tono de la fina arena tostada de la costa. Y sus rasgos, eran exóticos, digno de un ser legendario.
Él miró a Jungkook con altanería, y el joven pensó en que su belleza era capaz de arañarle sin piedad.
Pudo sentir su desprecio a través de los milímetros de cristal que les separaban. Su desdén, su rabia, su ira. Su odio hacia cualquier impresentable humano.
Después, la sirena aleteó y se alejó, deslizándose sinuosamente hasta perderse en alguno de los recovecos de aquel enorme lugar, lejos de sus ojos mortales.
Jungkook se quedó segundos entero sin aliento, se sintió inesperadamente indefenso. Era como si un león marino hubiese mirado a un conejo, avisándole de que aquel lugar era su territorio. Y él, por supuesto, acababa de entender lo que significaba experimentar una auténtica intimidación dedicada a su persona.
«Seokjin tenía razón, no estaba feliz porque hubiese traído a alguien nuevo a su condenada prisión de cristal», se dijo.
El joven se forzó a volver a respirar, descubriendo que casi estaba ahogándose.
—Increíble —estimó Seokjin—. No te ha recibido tan mal, e incluso parecía que tenía curiosidad por verte de cerca. No le tengas en cuenta su mala cara... ha pasado unas semanas duras desde su traslado...
«¿Tener en cuenta?», repitió Jungkook en su mente, mirando a Seokjin con una pavorosa expresión.
El joven percibió cómo algo inesperado comenzaba a rasparle la garganta, mientras un nudo se le formaba en el estómago. «¿De dónde habían sacado a esa criatura? Él era biólogo y veterinario marino, y jamás había visto algo como eso, lejos de los cuentos de hadas».
Sus rodillas habían comenzado a flaquear, con tan sólo una de sus miradas. Ése era el inestimable poder de una criatura como esa.
«¿Tenía miedo de la sirena? Quizá. El ser humano siempre temía lo que desconocía», reflexionó con sensatez. Pero en su pecho, comenzó a raspar una fuerte sensación compasiva por algo que aún no conocía. «Una criatura como esa, encerrada en una cárcel de cristal. Como un prisionero. Como un animal. Como una estatuilla de oro sin padecimientos, y con la única finalidad de que su belleza fuese admirada como un vano pez de colores..., en cautiverio».
—Algo tan salvaje y admirable, encerrado entre estas paredes de cristal —alcanzó a decir Jungkook, con una voz reconocible—. Pero, ¿qué es lo que habéis hecho...?
Seokjin le miró con cautela, tensando la mandíbula.
—Podrías, entonces..., ¿ayudarnos, Jeon Jungkook?
*Escrito por @chispasrojas, prohibida la adaptación y/o resubida de esta historia. Por favor, respeta a la autora. Puedes leer los capítulos anticipados de esta y más historias disponibles en Patreon ♡
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top