viii. Six Years

eight six years


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DESDE PRIMERO, LAUREL HABÍA pasado suficiente tiempo yendo de la biblioteca a la sala común, por lo que la biblioteca de Hogwarts se sentía como su segundo hogar. Si pudiera, tendría su habitación allí, con las paredes formadas por viejos libros apilados hasta el techo. Una vez que fuera adulta, planeaba tener su propia biblioteca en su casa, no una grande, sino una bonita llena de todas sus lecturas favoritas. Desde la ficción muggle hasta los teóricos mágicos... Sería increíble.

Cuando estaba en la biblioteca, sentía que tenía espacio para respirar. En la sala común, o en su dormitorio, siempre se sentía abrumada por algo. En casa, con sus padres, sentía como si la presión de los Crouch se convirtiera en un peso real sobre sus hombros. Pero en la biblioteca estaba feliz.

Encontró a los cuatro chicos sentados en una de las mesas y reclamó el asiento vacío al lado de Remus.

—Bueno, llevamos casi un año planeando esto —empezó a decirle Remus—. Pero aún no estamos seguro de qué hechizo utilizar, porque la cosa en sí parece que va a funcionar, pero que lo haga siendo algo confuso...

—Ah, el juego del pronombre —Laurel asintió—. ¿Qué es?

—El mayor invento de todos —respondió James—. Los hacedores de travesuras de las generaciones venideras verán esto y nos agradecerán por nuestro servicio.

Laurel estaba confundida.

—Todavía no habéis dicho qué es.

Esperaba que lo que sea que estuvieran planeando fuera interesante, al menos. Estaba aburrida. Y por mucho que James enfatizara la importancia de esta idea, ella no estaba segura. Uno de ellos pasó un mes con una hoja en la boca y terminó convirtiéndose en una rata. Ella no estaba completamente segura de sus ideas.

—¿Recuerdas cuando te comenté acerca de un mapa viviente del colegio? —preguntó Sirius.

Laurel asintió, entrecerrando los ojos.

—¿Por qué...? ¿Habéis hecho uno?

La cosa era que los mapas vivientes eran difíciles. Había leído un par de libros sobre ellos y todos advirtieron sobre las complejidades de la magia. No era solo un hechizo: el que lo lanzaba tendría que cambiar el idioma de acuerdo con el tipo de pergamino, el tipo de tinta utilizada... Cada parte de un mapa viviente tenía cincuenta cosas que podrían salir mal, y no te darías hasta haberlo probado. Era como codificar algo a ciegas. Solo alguien que entendía la creación de hechizos sería capaz de resolverlo...

—Sé que has creado hechizos antes —dijo Sirius, y Laurel asintió. Tenía unos siete volúmenes de hechizos escondidos. Todos ellos fueron experimentales, no destinados a ser utilizados. Algunos eran un poco desagradables, si era sincera. Pero era por eso que los escondió: quería ver si podía hacerlos, y podía, pero nadie necesitaba saber al respecto—, y me preguntaba si podrías ayudarnos.

—Nosotros creemos que sabemos los hechizos adecuados para acabarlo —dijo Remus—, pero nos dimos cuenta de que tú serías la mejor persona para preguntar al respecto.

—Nosotros, dice —comentó Peter en voz baja, y Sirius resopló.

Laurel se encogió de hombros.

—No me importa ayudar.

—¡Si! —vitoreó Sirius, sonriendo—. ¡Eres la mejor, Laurel Crouch!

—Sin embargo, no se lo puedes contar a nadie —advirtió James.

Laurel asintió. Lo entendía; no podía imaginar que Dumbledore se impresionara por un mapa de la escuela que mostraba dónde estaban las personas en todo momento.

—Enseñadme el mapa cuando lo tengáis y me las apañaré —dijo Laurel.

—Eres increíble —dijo Sirius.

Peter frunció el ceño.

—¿Pero cómo haces los hechizos?

James se encogió de hombros.

—Añade 'cadabra' al final. Mapa-viviente-cadabra.

Remus se rió.

—Es difícil de explicar —dijo Laurel, con el ceño fruncido—. Es como... hornear. Una vez que lo domines, puedes cambiar los ingredientes para obtener el efecto deseado.

Sirius frunció.

—Tú eres un asco ordenando.

—Nunca dije que lo fuera —Laurel le lanzó una mirada. Apartó la vista de él y miró a los demás—. Vale, ¿cómo queréis animarlo? ¿Os gustaría que muestre cuándo las escaleras cambian o dónde están los profesores?

—Estaba echando un vistazo —comenzó Remus, hablando para Laurel. Parecía ignorar a los otros tres—, y vi que puedes cambiar quién se ve en el mapa, dependiendo de cuándo es importante para el propietario. Así que, ciertos estudiantes solo aparecerían si los quisieras, o si fueran amigos...

Oooh —los ojos de Laurel se iluminaron—, eso es guay.

Levantó la vista hacia el reloj en la pared. Eran cerca de las siete y les prometió a Harleen y Roman que terminaría para entonces.

—Tengo que irme, pero traed el mapa la próxima vez, y podremos comenzar.

James asintió con la cabeza.

—Eres una leyenda, Crouch.

Ella puso los ojos en blanco.

—No pongáis mi nombre —dijo, y en su cabeza, agregó, mi padre me mataría...

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DESPUÉS DE LA CENA, Laurel vio a Barty Jr. y terminó caminando por los pasillos con él. Apenas hablaban durante el periodo escolar, por lo que sus conversaciones generalmente eran para ponerse al día y mencionar todo lo que sus padres habían dicho en sus respectivas cartas. Aunque solía ver a Aster con más frecuencia... Los dos siempre eran un poco más cercanos.

—¿Has oído algo sobre Aster? —preguntó Barty—. Hablé con mamá el otro día. Dice que no habido ninguna mención en el Ministerio, según papá.

Según papá. Según papá, ella estaba perdiendo el tiempo queriendo ser profesora. Según papá, su "pequeña y tonta obsesión" con los muggles la iba a matar. Había muchas cosas en las que la opinión de su padre distorsionaba la imagen.

Le molestaba ver a Barty Jr. así. Laurel sabía que las opiniones de su padre también la habían influenciado, pero parte de ella sentía que su hermano pequeño aún no se había dado cuenta del daño que esos pensamientos causaban.

—Le pregunté si podía comprobar qué libros de hechizos dejé en casa —le dijo Laurel.

—¿Los qué tú hiciste?

Laurel asintió.

—Pero mamá aún no ha respondido. En cuanto a Aster, no lo sé. Estoy esperando que aparezca algo en el Profeta, o algo que tenga algún tipo de relevancia para su desaparición.

Él se burló. Laurel se volvió hacia él y Barty encogió los hombros.

—¿Qué? —preguntó—. No veo que estés tan en contra de ella. Tal vez se esté convirtiendo en mortífago. Bien por él. ¿Viste a los sangre sucia cuando llegaron por primera vez? No saben que hacer. Apuesto a que les dicen a todos que tienen magia, los sangre sucias son la prueba para los muggles de que existimos. Creo que alguien aplasta sus problemas para que sean peores.

—Vete a la mierda —escupió Laurel.

Barty la miró.

—... ¿Qué?

Laurel sintió como si su sangre estuviera hirviendo.

—¿De verdad crees que es un mortífago?

—Tiene más sentido —argumentó Barty.

Laurel levantó las cejas. Estaban cerca de su sala común ahora; ella estaba planeando ir a hacer la tarea, de todos modos, pero ahora no podía esperar para alejarse de su hermano.

—Que te den —se quejó Laurel—. Aster no es un mortífago, madura.

Con eso, Laurel se alejó. Podría haber jurado que escuchó la voz de su hermano llamarla perra, pero no podía molestarse en tratar con él, no ahora. Era solo un idiota. Justo como su padre.

Fue directamente a su dormitorio, donde Harleen y Roman se habían puesto el pijama. Laurel tomó uno de los bombones de la caja donde estaban comiendo, antes de ir a cambiarse.

—¿Cómo está tu hermano pequeño?

—Cómo un idiota.

—Entonces, ¿normal?

Laurel, con su camiseta de Frankenstein a medio camino sobre su cabeza, se burló

—Sigue diciendo que Aster se ha convertido en mortífago. Es muy molesto,

Roman y Harleen guardaron silencios. Las cejas de Laurel se fruncieron mientras se ponía el pantalón del pijama.

—Bueno, suena cómo la razón más probable de su desaparición —señaló Harleen—. No veo que hay de malo en ellos...

—¿Qué hay de bueno? —dijo Laurel. Roman le ofreció otro de los bombones, pero Laurel negó—. ¡Son supremacistas!

Harleen le arrojó uno de los bombones a Roman, quien lo atrapó en su boca.

Roman se rió.

—¡Y dijeron que no podía ser buscadora!

Harleen recogió los bombones de nuevo para ofrecer a Laurel, quien volvió a negar. Ella no sabía qué decir. ¿Acababan de decir que los mortífagos estaban bien y habían cambiado la conversación por completo? ¿No se daban cuenta de lo que acababan de decir?

—Hay una gran diferencia entre coger la snitch y capturar comida con la boca —le dijo Harleen—. Pero poder capturar la snitch con la boca sería gracioso.

Laurel estaba a punto de hervir.

—¿Estáis de broma?

Roman suspiró.

—¿Recuerdas cuán vertiginosos se vuelven los hijos de muggles cuando se enteran por primera vez? —dijo, y Harleen asintió sombríamente de acuerdo—. ¿Qué pasa si nos exponen?

—¿Queréis niños muertos porque podrían hacer algo? —dijo Laurel, entrecerrando los ojos—. Tal vez debería ser responsabilidad del gobierno evitar que los muggles descubran a los magos... ¡No hay razón para culpar a los niños! No hay razón para culpar a alguien que haya hecho algo, solo porque el Ministerio no se molesta en ayudar.

—Oh, ¿porque una política interna va a detener todas las amenazas que se exponen? —dijo Roman.

Podría —dijo Laurel, sin lugar a dudas.

Harleen le ofreció otro bombón y Laurel le quitó la caja.

—Me gusta comer chocolate sin prejuicios.

—Woah, ahora...

Laurel ignoró sus protestas. No podía creerse esto. ¿Cómo había pasado seis años sin darse cuenta de quiénes eran realmente sus amigas?

Le da asco, sinceramente.

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