vii. Unfinished Symphony
seven unfinished symphony
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LA COSA ERA QUE LAUREL NUNCA había sido cercana a Lily Evans.
Desde septiembre, sin embargo, fueron compañeras en Encantamiento, lo que significaba que pasaron una cantidad decente de tiempo juntas. Pero Laurel sabía que no eran cercanas. Hablaban sobre los deberes, el trabajo que estaban haciendo, y nada más. Tal vez dirían lo que harían el fin de semana. Pero eso era lo más lejos que llegarían sus conversaciones.
Por otro lado, James pensaba que esta asociación era equivalente a una amistad cercana. Laurel, desde el comienzo del trimestre, no podía contar la cantidad de veces que James había decidido hablar con ella al comienzo de las lecciones de Encantamientos, por lo que también podía ver a Lily.
Laurel llegó a clase un par de minutos después de Lily ese día, y cuando se sentó, Flitwick comenzó la lección. Afortunadamente, ya que casi llegaba tarde, James perdió la oportunidad de acercarse a ella, pero sabía que él trataría de compensar esto al final. Era lo que hacía.
—Hola —saludó Laurel en voz baja—. ¿Qué te parecieron los deberes?
—No estuvo tan mal —dijo Lily, sonriendo suavemente—. Aunque, algunas preguntas eran un poco extrañas.
Laurel asintió con la cabeza. Estaba contenta de que Lily lo mencionara, porque no hubiera querido admitir la derrota primero. Era conocida por ser inteligente, no podía admitir que le resultara difícil el trabajo.
—Ya, no me gustó la segunda —dijo Laurel, y recordó el número exactamente. Lily tuvo que mirar hacia abajo para ver de qué pregunta estaba hablando. Pero Laurel se crió pensando que si no era la más inteligente, no era nada... Era divertido ser una Crouch. Nacías y al instante eras advertido para tratar de no romperte bajo presión.
—Ah, esa no me molestó —afirmó Lily. La pregunta estaba vinculada a la primera, pero esta preguntaba cómo el hechizo podría afectar a un muggle—. Pero, supongo que tengo ventaja...
Laurel olvidó que Lily había nacido de muggles.
—Oh, eh, sí —dijo. Parte de ella no pudo evitar pensar: debería haberlo sabido—. Lo había olvidado.
Lily bufó.
—Ojalá yo pudiera —respondió ella, y Laurel sintió que su estómago se retorcía. No tenía que pensar en prejuicios de sangre: era de sangre pura y su familia era una de las más ricas, nunca tuvo que luchar por factores predeterminados. No puedo evitar sentirse horrible.
—Lo siento, no era mi intención...
—Tranquila, no pasa nada —Lily se encogió de hombros—. oí a James y Sirius hablar sobre un plan para emparejarte con Remus. Pensé que deberías saberlo, si es que no estabas enterada.
—Sí, me lo han dicho —señala Laurel—. Es una larga historia... Pero, um, creo que los muggles son realmente geniales, sinceramente...
—No voy a mentir, mis padres pensaron que esto era realmente genial cuando nos enteramos —le explicó Lily—. Mi hermana, Petunia, pensó que era extraño, aunque mis padres están orgullosos de que me vaya bien en clase. Incluso si no entienden lo que aprendemos.
Laurel asintió con la cabeza. Reprimió el comentario de que Petunia sonaba como el nombre más presuntuoso y pretencioso después de Bernice (o, nombrar a un hijo después de uno mismo, como con su padre y su hermano), mientras que Lily parecía todo lo contrario.
—El plan de estudios apenas cambia, por lo que mis padres siempre dicen que tuvieron problemas con ciertos temas cada vez que los menciono —dijo Laurel. Pensó en su padre, cuando le explicaba sus lecciones y él asentía, porque también las recordaba—. Y, oh Dios, eres muy afortunada de que tus padres no sepan sobre el sistema de casas. Los míos, durante años, decían cuáles preferían.
Su primera opción era Slytherin, pero no les importaba que Laurel fuera Ravenclaw. En todo caso, fomentó su jactancia sobre su hija genio. Fíjate, ¡incluso estaba en Ravenclaw!
—Tu padre es el que está en el Ministerio, ¿verdad? —preguntó Lily.
Laurel asintió con la cabeza.
—No puedo imaginar a mi padre siendo ministro, wow.
—Yo sigo sin poder —dijo Laurel, y ella se burló—. Aunque yo quiero ser profesora, pero mi padre piensa lo contrario...
Lily frunció el ceño.
—Bueno, no es su vida.
Laurel sonrió y pensó, pero lo es.
—Petunia nunca me pregunta sobre el colegio —dijo Lily—. Actúa como si yo no fuera una bruja. Y nunca cierra la boca sobre su novio, un tal Vernon que conoció en bachillerato.
—¿Bachillerato?
—Es la versión muggle de los ÉXTASIS.
—¡Ohhhhhh...!
Flitwick pasó junto a su escritorio y las dos se callaron, volviendo a su trabajo. Normalmente no hablaban tanto, pero a Laurel le gustaba. Ya sabes, hablar con gente nueva. Se sentía como un soplo de aire fresco.
—Pero, sí —dijo Lily una vez que Flitwick pasó a la mesa de al lado—, le encanta jactarse de su novio. Cada vez que menciono el colegio en la cena, Petunia cambia instantáneamente la conversación para hablar de Vernon. Es muy molesto.
—Mi tía solía ser así —Laurel comentó, asintiendo.
Lily arqueó una ceja.
—¿Solía ser?
—Su casa se infectó de arañas, entonces se mudó, y su nueva se plagó de insectos que comían carne —explicó Laurel—. Pero es raro, porque ella planeó un montón, ya que nos llegan regalos de cumpleaños y de Navidad de su parte, porque nos los encargó hasta que tengamos cincuenta años, por lo menos.
—Eso es... interesante —comentó Lily—. Había una mujer en mi pueblo que murió ahogada con una bomba de baño... No sé cómo terminó en su boca...
Laurel tuvo que taparse la boca con la mano para no reírse.
—Me encanta eso —dijo con seriedad—. Cuando muera, quiero que sea así de aleatorio.
Lily se puso rígida.
—Si...
Y Laurel se dio cuenta de que no era lo mejor que podía decir. Ella vivía en un mundo donde la gente moría en circunstancias misteriosas, muertes que obviamente eran a manos de un mortífago, pero nadie quería admitir la amenaza que enfrentaban...
Menuda forma de cortar el rollo, pensó.
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UNA VEZ TERMINADA LA CLASE, Laurel planeó buscar a Roman y Harleen después de abandonar el salón. Estaban en lados separados del aula, y actualmente había una estampida para salir por la puerta e ir a almorzar. Y por mucho que quisiera una muerte extraña e interesante, no creía que una por pisadas de adolescentes fuera una de ellas.
Así que esperó afuera. Se apoyó contra la pared envejecida, cruzando los brazos. Cada día hacía más frío, una cuenta regresiva para la parte más profunda de los meses de invierno y, a veces, la única forma de mantenerse caliente era cruzando los brazos con fuerza.
—Hola —saludó Remus, caminando hacia ella.
Laurel sonrió.
—Hola...
—Así que, um, ¿irás a Hogsmeade la próxima vez que nos dejen ir? —preguntó él. Laurel de inmediato pensó en el horrible plan que habían hecho Sirius y James—. Quiero decir, está bien si no vas, pero yo solo preguntaba, ya sabes.
Era raro. Para alguien que sabía que estaba siendo seria, estaba extrañamente... sorprendida de que en él la estuviera invitando a salir.
—Estaría bien —dijo, comenzando a sonreír—. Estaba pensando en preguntarte, en realidad...
—¿En serio?
—Podríamos hacer turismo... —Laurel sonrió—. He oído que la Casa de los Gritos es divertida.
Remus puso los ojos en blanco.
—Oh, ja, ja.
Laurel sonrió.
—Pero, ¿me ibas a preguntar?
Laurel se encogió.
—Ajá —normalmente no se sonrojaba, pero en este momento podía sentir sus mejillas arder. Esperaba que no fuera obvio—. Pensé que podría ser agradable...
—Sí —dijo Remus, asintiendo—. Yo también lo creo.
Remus le sonrió y ella le devolvió la sonrisa. No pudo evitar pensar que él tenía unos ojos muy bonitos.
—¡Lunático, príncipe! —llamó Sirius mientras salía del aula. No podía recordar la última vez que Sirius la llamó príncipe, pero normalmente significaba que quería algo.
Se acercó a ellos. Laurel pudo ver, unos pasos detrás de él, que Roman y Harleen también habían salido.
—Laurel —dijo Sirius—, estamos haciendo un proyecto ultra secreto con el que, sin duda, necesitamos ayuda.
Laurel frunció el ceño.
—Sí quieres ser vegetariano, tengo un libro de recetas de cocina en mí mochila.
—No pero... ¿por qué tienes un libro de cocina en tu mochila?
—Me aburro —respondió Laurel, encogiéndose de hombros.
Sirius frunció el ceño.
—... ¿Estarías dispuesta a ayudarnos?
—Depende —Laurel espetó—. ¿Recibiré reconocimiento?
Sirius preguntó:
—¿Lo quieres?
Ella negó con la cabeza.
Remus rió.
—No te culpo —dijo él.
Laurel le sonrió. Sirius rodó los ojos.
—Entonces, nos veremos mañana en la biblioteca después de clase —dijo Sirius, mirándola con aires de esperanza. Ella asintió y él se vio encantado—. Gracias a Dios. Tenía miedo de tener que chantajearte con chocolate, o algo así.
Los labios de Laurel se levantaron.
—No me importaría el chocolate...
—A Lunático le gusta el chocolate —dijo Sirius, como si Remus no estuviera a su lado. Laurel entró en pánico, porque no creía que Remus supiera sobre el plan.
Remus frunció.
—A la mayoría de gente le gusta, Canuto.
—Aún así —dijo Sirius, y sonrió—. Biblioteca. Mañana. Seis en punto.
Laurel le levantó el pulgar y puso los ojos en blanco.
Fue en ese momento que Harleen agarró la mano de Laurel y la apartó. Laurel hizo una mueca (deseaba que Harleen y Roman la dejaran hablar con otras personas) cuando Roman comenzó a hablar sobre los deberes que olvidó.
—Sexta vez consecutiva —dijo Harleen a Roman.
Roman sonrió.
—Qué puedo decirte, quiero batir un récord.
—El récord de olvidar los deberes —comenzó Harleen— es de cincuenta y cuatro semanas para Flitwick, me parece. Creo que para Sprout son tres años.
Las cejas de Laurel se fruncieron.
—¿Por qué intentas romper ese récord?
Roman sonrió nuevamente.
Mientras caminaban por un pasillo, pasaron junto a Lily con sus amigas; Marlene McKinnon, Dorcas Meadowes y Alice Fortescue. Laurel le sonrió a Lily antes de volverse hacia Roman, aún hablando sobre sus planes de poner su nombre en algo.
—Obviamente hay otras cosas que podría hacer —dijo Roman—. Pero tendré que esperar para eso.
Harleen y Roman intercambiaron una mirada. Laurel no se dio cuenta.
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