Blue
Viendo que el tren que lleva las horas se demoraba en las vías del tiempo y día, los fantasmas de Itadori comenzaron a perturbarlo, y no solo eran ellos, sino cierta voz que coexistía en su cabeza desde aquel incidente del dedo.
Por un lado, escuchaba las risas de Sukuna, por el otro las presiones de un fantasma a ignorar la hora y salir de su habitación en dirección a cierto lugar. Mientras, el segundo y último fantasma, tan inútil como su débil heterosexualidad, intentaba contrarrestar la impaciencia y burla sobre los hombros de Itadori.
Tal intento por ayudarlo fue en vano cuando observó la hora de su reloj.
La impaciencia era enorme, no podía ignorarla tan fácilmente.
—Las cinco de la tarde... —dijo, recostado en su cama y con el silencio abrumando las cuatro paredes de su habitación.
Todavía faltaban tres horas para su cita con Fushiguro. El azabache retornó a su mente como un mensaje en deriva en medio del mar y sus sentidos se sometieron a su nombre, su cuerpo a su voz y su corazón a su existencia.
Las palabras acostumbradas por un enamorado, perdían color cappuccino para Itadori, así como valor y sentido, pensando que no serían suficientes para plasmar en papel o cielo sus sentimientos por Fushiguro.
¿Qué palabras eran correctas para explicar el cielo azul y su belleza? Así de complicado era para él. Tan lejano llegaba a sentirse de la realidad como si las nubes de la noche estuvieran altísimas.
De pronto el silencio en su cabeza lo alertó. Los fantasmas habían muerto muy de repente y aquella maldición calló de golpe. La ansiedad comenzó a dominarlo, temiendo que algo malo pasara pues conocía muy bien el interés de Sukuna por su pareja, además de lo adicto que era a causar estragos a los humanos. No quería seguir manchando sus manos de sangre, colapsar y encontrar la solución en Fushiguro.
—Sukuna —llamó al Rey de las maldiciones, más como cuestión que afirmación.
Un silencio respondió y temió que los orificios bajo sus ojos comenzaran a abrirse, así que se concentró en mantenerlo bajo control.
Poco después y casi haciendo saltar a Itadori de su lugar, en su interior Sukuna suspiró. Como si hubiera hecho un trabajo nada pesado.
—Al fin se fueron esos dos —dijo Sukuna, dentro de su cabeza, con ese tono que en realidad significaba que se había desecho de buena forma de los fantasmas mentales de Itadori—. Algún día te vas a volver loco, mocoso. Deja de pensar tanto, tu trabajo es ser mi recipiente.
Itadori relajó el semblante. No podía asegurar si era bueno pensarlo, pero fue un alivio escuchar a Sukuna dentro de sí. Colocó sus manos tras su nuca y nuevamente se estiró lanzando un bostezo.
—Mira quien lo dice —respondió Itadori rodando los ojos.
Dispuso que lo correcto para matar el tiempo y no caer en las garras de la ansiedad por su cita era irse a dormir un rato, al menos una hora y media y después arreglarse. Ni bien cerró los ojos, la risa de Sukuna llena de locura y maldad estalló en su cabeza, dejándolo a orillas de un mar de migraña.
—Espera ¿De verdad ya quieres verlo? —burló la maldición, acomodándose en su trono, formando una sonrisa siniestra—. Acabas de pensar que nada es tan perfecto como él. Ah, lindos pensamientos para un mocoso como tú, ¿Qué sigue? ¿Decir que las estrellas son testigos de su amor? ¡¿Un beso al atardecer?! ¡Anda, dilo!
Nuevamente Sukuna se echó a reír tan fuerza y sustancioso, que Itadori enrojeció completamente. Que sus pensamientos fuesen expuestos con ridiculez le causó conflicto, más no llegó a pensar que estuvieran errados, porque todos eran para Fushiguro.
Una de las desventajas de compartir cuerpo con aquel hombre, era sin duda que él podía echarle un vistazo a sus pensamientos, sensaciones y hasta emociones. Era cierto que en algún punto Itadori se sentía celoso, para él era como compartir a su pareja. Era molesto. El camino desde entonces no había sido fácil, al menos soportable si Sukuna no se metía en donde no le llamaban.
Pero eso era pedir demasiado. Además de ser el Rey de las maldiciones, también era un excelente chismoso.
—Solo cállate —atinó a murmurar Itadori, teniendo en mente lo tierno que era Fushiguro cuando se mostraba curioso o lo regañaba.
—Otra vez estás pensando en él —agregó Sukuna, limpiándose las lágrimas de la risa. Tomó aire y sus risas fueron callando—. Su cita es dentro de unas horas, así que, si tanto lo extrañas, ¿por qué no te masturbas? Correrte pensando en él te ayudará.
La simple propuesta espantó el sueño de Itadori. Su cuerpo se tensó y negó con vehemencia.
Cierta parte de su voluntad ya se había puesto del lado de Sukuna, pero se mantuvo reacio.
—¡No puedo hacer eso! —gruñó, con las mejillas caliente y sus manos temblorosas. Se removió en su sitio, sintiendo incomodo el roce de las cobijas en su piel—. Eso... está mal. Además, ¿no estás hablando con mucha seguridad? Pervertido.
—¡Mira quien viene a hablar sobre qué está bien o mal! —Sukuna elevó su voz, alzó sus brazos y tomó más presencia dentro de la conciencia de Itadori—. Si antes ya te has tocado pensando en él. No puedes mentirme, mocoso.
El menor desvío la mirada, mudo y con sus argumentos tan muertos como su voluntad en este punto.
—¿Ves? Sólo piénsalo bien —planteó Sukuna con tal tentación en su voz que, sin darse cuenta, Itadori se sentó a la orilla de su cama, debatiéndose, a nada de acceder a la propuesta—. Es normal que tu novio te haga sentir así, ya lo han hecho más de una vez antes así que solo tocarte no sería raro.
—Pero...—la voz de Itadori fue muriendo ante la de Sukuna.
—¿No crees que él se ha tocado pensando en ti? Tiene cara de que sí —atinó a decir el mayor, relamiéndose los labios, encontrando el cuerpo que comparten con un nuevo calor inusual—. Lo que puedes hacer es ir al baño, tomar una ducha y mientras tanto, encargarte de la dureza que ya tienes ahora mismo.
—¡No estoy duro! —gruñó Itadori con la mirada firme frente a él, como si sukuna se encontrase en esa habitación.
—¿Seguro? —provocó Sukuna—. ¿Quieres voltear a tu entre pierna? Mientras tanto te puedo recordar lo caliente y apretado que es estar dentro de Fushiguro y la forma en cómo te pide que lo hagas más rápido ¿te acuerdas? La última vez...
—¡Ya cállate!
A la orden de Itadori, Sukuna volvió a reírse poco más, hasta que poco a poco el eco de su presencia se fue perdiendo en su cabeza hasta estar en un aparente sueño o descanso. Encontrándose solo y con la memoria fresca en cuanto a la ultima vez que lo hizo con Fushiguro, Itadori observó su miembro para encontrarlo erecto. La sangre humeante estaba acumulándose, torturándolo y dándole la razón a Sukuna.
Estar agradecido con él o culparlo, no quería ser impulsivo al decidir por lo que se limitó a continuar con el plan impuesto por su huésped. Con el cuerpo pesado y tenso, además de con la incomodidad a la que estaba sometido, Itadori tomó su toalla y un cambio de ropa, la que había escogido para la cita.
Tomaría la ducha mencionada mientras Sukuna no estaba y, con una culpa que él mismo se impuso, acabaría con ese trabajo en su intimidad.
Unos momentos después, tras haberse asegurado de cerrar la llave y con perlas de agua decorando su cuerpo mientras resbalada con elegancia cual cascada natural, Itadori tuvo la osadía de llevar su diestra a su pene. Con los labios mordidos, se dijo que sería rápido, que no se tomaría demasiado tiempo y en un tronar de dedos estaría fuera, camino a encontrarse con su novio, dejando este incidente bien enterrado y olvidado.
Cada poro de su piel se enteró de su acción al tacto y un cosquilleo ardiente ascendió desde su abdomen hasta todo su cuerpo, advirtiéndole lo caliente que era y fácil de provocar. Mantenía viva la acción de bombeo en su intimidad mientras que su presión se aceleraba y su aliento se entre cortaba. A veces se detenía, y volvía a apretujarse, pensando en las paredes de Fushiguro.
Sus piernas temblaron a causa de la sensación y sus ojos se volvieron pesados. Pudo darse cuenta que hasta el camino recorrido por el agua que se secaba era estimulante cada vez que su mano subía y bajaba, desde el tronco a la punta húmeda, pero su simple tacto también lo dejaba insatisfecho.
Jadeó, su voz se endureció y puso los ojos en el cielo, sensible por su dureza y con su semilla emergiendo, obtuvo la mejor de las fantasías hasta entonces. Los segundos corrían rápido, tanto como el bombeo de su corazón y la faena de su diestra.
Tan irreal como un oasis en el desierto, Itadori creó en su cabeza la imagen de un Fushiguro empapado, desnudo y con su falo tan alto como el orgulloso tallo de una rosa. En esa fantasía el azabache bajaba con lentitud por todo su cuerpo, repartiendo besos y marcas sin consideración, hasta llegar a lo que parecía su objetivo.
—Me...gumi... —gruñó Itadori, dejándose llevar por su sueño.
En él observó un brillo candente en la oscura mirada del azabache, y con su silencio y esa sonrisa traviesa, entendió sus intenciones al arrodillarse. Itadori tomó su ultimo aliento y justo cuando su mente dibujó la imagen de Fushiguro comiendo su pene con cuidado y deseo, se corrió con desespero.
La imagen mental era muy buena, tanto que poco después de haberse corrido dentro de su propio puño cerrado, Itadori volvió a endurecerse a causa de su juventud y su libido tan despierta. Se convenció de que todavía tenía un poco más de tiempo y no sería correcto salir del baño si mantenía ese estado; retornó la imagen de Fushiguro y con ella, la habitación aumentó en vapor y calor hasta que Itadori llegó a calmarse.
Había metido la pata, vuelto a caer y ser el mismo Itadori de siempre. De pronto la hora en que se duchó corrió con rapidez engañándolo cruelmente y dejándole pocos minutos para llegar más que tarde a la cita.
No podía no concebir la expresión de rabia del azabache.
Cuando abrió las puertas y desfiló por los pasillos llenos de mesas del restaurante en donde habían acordado cenar, eran casi las diez de la noche. Había llegado dos horas tarde a su cita y todo por haber escuchado las palabras de Sukuna, quien por cierto había vuelto a aparecer, como siempre, en el peor de los momentos y cuando le convenía reírse del chico.
Camino al lugar acordado, Itadori había corrido con todas sus fuerzas sin preocuparse de revisar la hora ni su celular, casi como un automóvil, pero ni siquiera esa extraña habilidad le pudo asegurar llegar a tiempo y evitar un mal momento como ese.
—Estás en problemas —acusó sukuna, conociendo las emociones de Itadori en ese momento al no encontrar a Fushiguro entre los comensales. La culpa era algo que le causaba asco—. Te dije que lo hicieras una vez, no tanto. ¿Ahora qué piensas hacer? Pedirle perdón, diciendo que se te hizo tarde mientras te tocabas. Ya quiero ver eso.
El castaño claro tuvo que ahorrarse su respuesta. Una cosa era hablar solo en su habitación en la escuela y otra, era que lo hiciera en un lugar público, arriesgándose a que lo tomaran como un loco. Simplemente chasqueó los dientes, dio una última vuelta al lugar y asegurándose de la ausencia de su novio, salió de este y le escribió un mensaje.
Sukuna no calló para entonces e Itadori, dispuesto a dejarlo pasar, no prestó atención a sus provocaciones, risas y hasta insultos. Dando por hecho que comenzaba a ser aburrido que el joven se la pasaba atento al chat de Fushiguro, Sukuna decidió dejarlo solo hasta que algo le interesara.
En ese preciso momento en que Itadori pudo respirar aliviado de no tener dos voces dentro de su cabeza, un mensaje llegó a su buzón.
"¿Qué quieres?"
Fueron las palabras de Fushiguro, y aunque solo era un texto, Itadori pudo sentir a la perfección lo filosas que eran. Llegó a temblar, porque el azabache molesto sí era de tener cuidado.
No quiso perder más tiempo y mientras se encaminaba devuelta a la escuela, le devolvió el mensaje.
"¿Estás en la escuela? Se me hizo tarde, te juro que mi plan era llegar temprano. En serio, estaba impaciente por verte".
Se sentía extraño, tener que ser honesto hasta cierto punto de la historia, además, no era grato atenerse a lo que seguramente Fushiguro llamaría excusas.
A los pocos segundos tuvo su respuesta.
"Nos vemos todos los días, no seas exagerado y deja tus excusas que yo no te pedí nada. Sí, estoy en la escuela, volví cuando supe que no ibas a llegar".
Itadori no esperó mucho para redactar su misiva corta, sin obtener una ultima vuelta.
"¡No puedes saber si iba a llegar o no! Voy para allá".
Esa noche fue una completa tortura para los dos, estando separados conocían perfectamente el estado en que se encontraban; una pelea de pareja. Itadori comía ansias por llegar a la escuela, recorrer sus pasillos y llegar a la puerta de Fushiguro para aclarar el problema, pero sabía que no podía llegar y decir la verdad, lo que Sukuna tanto burló.
Y corrió devuelta, un poco más calmado, pero con las ideas cruzadas dándole vueltas en la cabeza. Si no podía decirle la verdad, tampoco encontraba una mentira convincente como para ganarse la comprensión del azabache cuando habían planeado esa noche dos semanas atrás.
Se supone que debía ser especial, que debía ser una noche exclusivamente para los dos, olvidando un poco su trabajo como hechiceros, pero gracias al despiste de Itadori, todo se había visto comprometido.
Y tan solo era el comienzo de todo lo que sucedería esa noche.
Fue hasta que llegó al patio de la institución que tuvo la idea de no llegar directamente con Fushiguro; tenía miedo por las medidas a tomar y además, el haberlo pensado tanto le había dado un dolor de cabeza insoportable con todo tipo de demonios mentales culpándolo y haciéndole sentir miserable.
Además, no olvidemos ese tema en donde nadie le dijo que tener a Sukuna todo el tiempo consigo le iba a regalar de vez en cuando una migraña.
Sea verdad o no si en esa noche padecía de ese dolor, Itadori llevó sus pasos hasta la pequeña habitación que servía como una enfermería improvisada. Al ser de noche, no se esperaba encontrar con nadie más que la luz de la luna traspasando las ventanas.
El plan era fácil, tomar unas pastillas y volver a su habitación para dormir y esperar al día de mañana para hablarlo con Fushiguro, siendo blanco de burlas de su propio profesor y compañera.
—Con permiso... —murmuró en cuanto abrió la puerta y una sombra entre la oscuridad de la habitación le recibió con sorpresa.
Itadori reaccionó con rapidez, encendió las luces y antes de lanzar el primer golpe, dejó calmarse por la sonrisa que le recibió con nervios.
—¿Profesor? —preguntó Itadori con tanta incredulidad, porque era hora de que la mayoría de los ocupantes estuvieran dormidos—. ¿Qué hace aquí? ¿Por qué tenía la luz apagada?
Y una ultima pregunta que Itadori no tuvo el valor de formular, ¿por qué parecía que ni bien fue descubierto quería escapar?
Satoru reaccionó con la naturalidad de otros días riendo tan bien que no parecía ser actuado y que hasta Itadori podía creérselo.
—Haces muchas preguntas, Itadori-kun —respondió el mayor mientras en un parpadeo se robaba un frasco con pastillas azules—. Nanami me pidió unas pastillas y vine por ellas para llevárselas.
Parte de su respuesta era cierta, solo que el rubio jamás le pidió algo así.
—Ya veo —respondió Itadori—. ¿Y por qué tenía las luces apagadas? ¿Puede ver de noche hasta con los ojos tapados?
Sin rastros de mucha sospecha, Itadori se dirigió hasta el mismo mueble de donde Satoru había sacado esas pastillas y se tomó su tiempo buscando algún medicamento. En el ambiente se podía leer que no pensaba dejar ir a su profesor hasta saber la verdad, o al menos lo que él creía que lo era.
Satoru negó, risueño.
—¡¿Qué cosas dices?! No puedo ver así —inquirió el albino—. Solo no quise causar problemas con la luz encendida. Mejor dime, ¿qué haces aquí?
Itadori suspiró en respuesta, dándole más o menos a su mayor una idea de la razón de presencia. Se rascó la nuca y al no ver las pastillas rosas que le ayudaban con los dolores de cabeza, se resignó a tener que soportarlo.
—Solo me duele la cabeza, sensei —repuso, con un tinte cabizbajo en su tono y fue suficiente para que Satoru hiciera de las suyas—. No es nada.
—¡oh! —ese era el albino, recuperando su tono infantil y nada seguro—. ¿Será que te duele por pensar tanto en una pelea con Fushiguro?
Los ojos del azabache claro se abrieron y brillaron con ternura. Pensó que, como siempre, su querido sensei podía leerlo y comprenderlo ¿cómo iba a sospechar lo que planeó un segundo atrás?
Itadori asintió como un niño caprichoso.
—Pero no fue mi intención —dijo formando un puchero—. Creo que fue más un mal entendido y no quiere escucharme. No sé qué hacer, sensei.
—¡Ah! —contestó el mayor entregándole a Itadori solo una pastilla azul del frasco—. Toma esta pastilla, espera unos minutos a que te quite ese dolor de cabeza y después ve a habar con Fushiguro. Seguro que te escucha.
Itadori jamás pudo saber la intención y el verdadero significado tras esas palabras hasta que el mismo azabache le hubo explicado. Sin protestar tomó la pastilla, la tragó con agua frente a un Satoru sonriente y se despidió de él con un "nos vemos mañana" acompañado de un agradecimiento profundo por haberlo escuchado.
¿Qué había hecho para merecer un profesor tan bueno como Satoru? Era la pregunta incorrecta que se hizo mientras volvía a su habitación a esperar y encontrar el valor para enfrentar al azabache. Tomó asiento en la orilla de su cama y comenzó a revisar su Instagram y fotos que compartía con Fushiguro.
¿Qué tenía que pagar como para ser víctima de su profesor? Esa sí era la pregunta más que correcta cuando pasó un tiempo en su habitación y comenzó a sentirse extraño. No tardó mucho tiempo en darse cuenta que su estado se debía a lo que había ingerido hace poco.
Y, por palabras de Satoru, Nanami también lo haría.
—Ahora que lo pienso... —se dijo obteniendo un silencio de su habitación como respuesta—. Dijo que Nanamin quería esas pastillas, debo advertirle que son raras y...
Se colocó de pie, con la tarea de alcanzar a su profesor y advertirle que pudo haber tomado las pastillas equivocadas, pero ni bien dio el primer paso hizo una pausa.
El roce de su ropa lo incomodó repentinamente. Sus pantalones cortos lo molestaron y algo en el medio de sus piernas estaba despierto casi como por arte de magia, en su limite de dureza y hasta dolor.
—¡No lo entiendo! —se dijo—. Dejé pasar el tiempo que me dijo, pero...
Pero era cierto que el dolor de cabeza había desaparecido, ahora solo tenía un problema con su apetito sexual que repentinamente creció aumentando su respiración y ansiedad.
Esperó un momento y no hallando otra respuesta lógica a su problema, no tardó en ir al baño con la intención de acabar con su erección, pero por más que lo intentaba se sentía insatisfecho y tras correrse una vez, supo que no era suficiente.
Con los sentidos aturdidos salió del baño, revisó el celular que dejó en la cama y continuó con lo que recordó que le dijo Satoru; "Espera unos minutos y ve con Fushiguro".
Recordó tan bien ese paso que, cuando se dio cuenta, Itadori ya se encontraba llamando a la puerta del azabache, intentando controlarse y cubrir su vergüenza con ambas manos. Pasearse por los pasillos a oscuras y con el pene despierto no era lo más cómodo del mundo, aunque sus puertas estuviesen una al lado de la otra.
Llamó una vez y al no obtener respuesta insistió otras pocas hasta que del pequeño espacio que se hizo, apareció el azabache con los cabellos despeinados y con los ojos hinchados. Itadori supo que estaba durmiendo y que lo interrumpió.
—¿Qué quieres a estas horas? —le preguntó con hastío, sin darle permiso de entrar. Su vista todavía estaba nublada, pero no era tan mala como para revelarle la impaciencia de Itadori y esa vergüenza escrita en la frente—. Vete a dormir, podemos hablar mañana.
Pero Itadori hizo oídos sordos y se mantuvo rígido en las afueras del espacio del azabache.
—Fushiguro —levantó la mirada con un brillo pesado y con autoridad se abrió paso dentro del lugar hasta cerrar la puerta. El rostro furioso del azabache era todo un poema en ese momento—. Estoy caliente, vamos a hacerlo ¿sí?
En ese momento Fushiguro no tuvo tiempo para pensar en la pelea de la víspera, estaba molesto y aseguraba que se mantuvo negativo a la petición tan repentina de Itadori, pero llegó a perder la razón en algún momento entre los forcejeos, besos bruscos y las caricias que los llevaron a caer en la cama.
Aquello en Itadori no podía ser alguna técnica o algo por el estilo, pero había hecho perder la cabeza a Fushiguro con sus besos, aquellos que le robaban el aliento y compartían un combate romántico de lenguas. La mano grande de Itadori subiendo desde su barriga hasta su pecho y aprisionando su pezón en dos dedos lo había hecho perder el juicio y de pronto, con un solo parpadeó, se encontró arrodillado frente a un Itadori expectante.
Levantó la mirada y se aferró a las piernas del azabache claro.
—Dices que ya lo habías hecho... —murmuró Fushiguro con la voz pesada. Itadori asintió—. Tocarte...
—Sí, lo hice —habló Itadori con un poco de fuerza—. Pero no dejo de estar duro... Megumi.
Escuchar su nombre bajo esta circunstancia calentó al azabache. Asintió con lentitud y su zurda, temblando un poco, trabajó en bajar los pantalones y ropa interior de Itadori. No podía engañarse, estaba ansioso por volverse a encontrar con la intimidad de su pareja y volver a jugar con ella para obtener su semilla como premio.
De pronto un falo sutilmente curveado a la derecha se erigió en todo su esplendor y dureza. Estaba húmedo y palpitante, tanto que Itadori echó la cabeza para atrás no solo por vergüenza, sino por lo increíblemente sensible que se encontraba.
—Estás muy duro —afirmó Fushiguro comiéndolo con la mirada.
Un ultimo vistazo arriba y encontró a Itadori, luchado por ver el espectáculo con atención, porque desde su perspectiva, era sexy ver a Fushiguro arrodillado y con su pene entre sus labios. Exasperado, el azabache no tardó en pasar su lengua con primicia, siendo testigo del estremecimiento del castaño claro.
Itadori suspiró, mordió su labio inferior y se abstuvo de poner una mano encima de Fushiguro. Nunca había sentido la necesidad de apresurarlo en los orales.
Mientras tanto, el azabache comenzó a repartir besos mientras Itadori no paraba de jadear. Comenzó a ser divertido y excitante ver cómo el castaño claro temblaba y se dejaba llevar por sus sensaciones.
—Estas muy sensible —agregó Fushiguro, para poco después introducir el pene de Itadori a su boca, adhiriendo su lengua en él y teniendo cuidado de no usar los dientes.
Era grande, lo suficiente como para que las palabras del azabache se distorsionaran al hablar. Parecía que tenía la boca tan llena que su mejilla lo expresaba con una sutil montaña elevándose cada que lo introducía.
—Es extraño... —gruñó Itadori, sintiendo las paredes de la garganta de Fushiguro atrapándolo una y otra vez—. El sensei...
Escuchar algo así era nuevo. Itadori no solía hablar de nadie en un momento así, Fushiguro detuvo su faena y con el falo en manos se repasó los labios con la lengua.
—¿El sensei? —preguntó, saboreando hasta la mirada de su pareja—. ¿Él qué?
Itadori se pudo tomar un respiro, su vista se aclaró y viéndose debajo de la mirada pesada de Fushiguro tuvo que explicarse.
—Me dio una pastilla azul cuando le dije que me dolía la cabeza —expresó Itadori, queriendo terminar de hablar rápido para continuar en lo que estaban—. Y me dijo que dejara pasar unos minutos y viniera contigo. Dijo que Nanami usaba esa pastilla...
Fushiguro suspiró y una sonrisa se ensanchó en sus labios.
—¿Y te preguntó si habíamos peleado? —dijo Fushiguro.
Itadori asintió, recordando parte de la charla que tuvo con su mayor.
—¿Seguro que te tomaste esa pastilla? —volvió a preguntar e Itadori asintió impaciente—. Entonces todo fue planeado por él.
—¿Planeado? —esta vez Itadori preguntó sin alcanzar a entenderlo.
—Vas a estar duro por un rato —expresó Fushiguro, sin saber si estaba molesto o no—. La pastilla que te tomaste no era para dolor de cabeza, digamos que era un estimulante. Gojo-sensei me llegó a hablar de ella y que la usaba cada que Nanami se molestaba con él.
De repente todo volvió a cobrar sentido para Itadori, e incluso las palabras de Satoru habían revelado su intención si tan solo se hubiese detenido a pensárselas.
Lo que divertía ahora a Fushiguro fue que, gracias a ese sucio truco de su profesor, ya no podía estar molesto con Itadori. Y, una vez aclarada la raíz del problema, el azabache continuó con su trabajo hasta que Itadori dejó salir todo lo que tuvo que salir.
Fushiguro se limpió los labios de esos rastros blancuzcos y con una sonrisa traviesa, comió con sus ojos la expresión de Itadori hasta haberlo recostado en la cama. Entonces el azabache se desnudó por completo, subiéndose al regazo de Itadori. No parecía ser el mismo Fushiguro de siempre, pero había planeado en sacarle todo el provecho a la situación que el sensei había creado para ellos dos.
—Vuelves a estar duro otra vez, Itadori —murmuró con aquella expresión deseosa que solo Itadori podía presenciar.
Fushiguro se removió sobre las piernas de Itadori, rozando sus nalgas contra su erección y su acto fue más que claro en ese momento. Se inclinó a juntar por unos momentos sus labios y hacer realidad un beso brusco, poco después, Fushiguro se levantó de rodillas y con una mano apoyada en la cama y con la otra sosteniendo el pene de Itadori, comenzó a rozar la punta con su entrada.
No tardó en suspira y temblar. Itadori supo que necesitó de su ayuda y lo tomó por sus caderas delgadas y pálidas. Entonces una pregunta que no era tan mala para ese momento se le vino a la cabeza.
—Espera, Fushiguro... —le dijo, compartiendo la misma sonata de jadeos. Megumi levantó la mirada, llena de placer y deseo con los hombros temblorosos—. ¿Antes... te has tocado... mientras piensas en mí?
Había tomado desprevenido al azabache, el cual ocultó su sorpresa tras una sonrisa orgullosa. Arqueó sutilmente las cejas y con lentitud introdujo un poco de la intimidad de Itadori en sí mismo.
—¿Qué estás preguntando... ahora? —gruñó, estremeciéndose hasta la medula de sentirse tan abierto e invadido. Su propio pene comenzó a palpitar, sintiendo que sería el primero en correrse—. Claro que... lo hago...
Su voz se cortó de tajo cuando pudo poner todo el tamaño dentro de Itadori dentro. Estaban unidos y a la par dejaron escapar un par de gemidos de alivio, cerraron sus ojos. Itadori había llegado más dentro que en ningún otro momento que se sintió completo.
Poco después Fushiguro comenzó a moverse a su propio ritmo, levantándose un poco y sentándose. Lo hacía con cuidado al inicio hasta que habiéndose cansado y con sus piernas tambaleantes como gelantina, recibió la ayuda de Itadori para aumentar las estocadas y con ellas el mismo placer.
—Me gusta... cada que... —murmuró Fushiguro con la voz ronca—. Lo metes y... pienso en eso... me pone caliente.
Entonces fue como si un interruptor se accionase en Itadori. Cansado de esa posición donde Fushiguro lo montaba, se apropió de la poca fuerza de su pareja y sin hacer un gran esfuerzo, logró recostarlo en la cama. Fushiguro lo abrazó y enredó sus piernas por entre sus caderas sin deshacer el lazo que los mantenía unidos.
Demasiado excitado, Itadori volvió a entrar una y otra vez, asegurándose de que Fushiguro pusiera los ojos en blanco tras haberse corrido con tan solo ser invadido. Pero aquello que comenzó con la propuesta de Sukuna sobre tocarse y terminó con el engaño de Satoru, no iba a ser suficiente.
Itadori poco después se corrió fuera de Fushiguro y de lejos pensaron que iba a ser suficiente por esa noche, el mismo azabache lo comprendió y se puso en cuatro, exponiendo su entrada con sumisión. Observó a Itadori, y este no tardó en actuar hasta que los dos hubiese encontrado la misma satisfacción un rato después.
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