Capítulo 7

Habían pasado solo veinte minutos desde que había hablado con ella, pero a él le parecieron horas. Su llamado lo había sorprendido tanto que, sin pensarlo, lo había dejado todo —y a todos— para acudir en su auxilio. Tenía que ir, no solo por lo nerviosa que la había oído al teléfono sino porque hacía días que se moría por verla.

Nunca se habría imaginado que estaría en esa situación, pero lo estaba y de pronto, se sentía entusiasmado. Había estado muy cerca de explotar con Tamara más temprano en la casa de sus padres. Escucharla hablar así de Paula, sin siquiera conocerla, casi lo había sacado de sus casillas. Lo irónico era que ni siquiera él la conocía realmente. No obstante, le había molestado mucho que se refiriera a ella en esos términos.

Hacía meses que las cosas con Tamara no andaban bien. Se sentía sofocado y atrapado en una relación a la que no sabía cómo ponerle fin, aun sabiendo que la misma no tenía futuro. Sin embargo, no fue hasta que conoció a Paula, que advirtió lo mucho que deseaba acabar con todo y volver a ser libre. No lograba entender cómo una mujer a la que había visto una sola vez, lo afectaba tanto, pero algo en ella, en su mirada, en el tormento que había visto en sus ojos lo conmovió profundamente y desde entonces, no pudo apartarla de sus pensamientos.

Consciente de que lo que sentía no podía ser más que una simple fantasía, una locura sin sentido, se obligó a sí mismo a olvidarla. Pero le resultó imposible. Día y noche su imagen acudía a su mente reviviendo una y otra vez la apacible calidez que lo había alcanzado en ese fugaz, aunque intenso, intercambio de miradas. Él siempre había sido una persona racional y en extremo lógica y por esa misma razón, se sentía tan desorientado.

Por todo eso, había decidido finalmente romper con su novia. Jamás había sentido por ella ni la mitad de lo que había experimentado con tan solo una mirada de Paula y eso era algo que no podía seguir ignorando. Pero la había visto tan angustiada en ese momento, que no había tenido el coraje necesario para hacerlo. Sabía que no podría perdonarse a sí mismo si algo le pasaba por su culpa y aunque se dio cuenta de que lo estaba manipulando, su sentido de responsabilidad fue más fuerte.

Entró en la agencia sin problemas. El guardia de seguridad ya había sido notificado de su llegada y lo estaba esperando. En el edificio funcionaban otras oficinas, pero todas lo hacían de lunes a viernes por lo que dudaba de que hubiese alguien más en el lugar. Por un instante, la idea de estar a solas con ella lo puso nervioso y una extraña, aunque placentera, sensación en la boca de su estómago lo forzó a respirar profundo en un intento por serenarse.

Continuó avanzando hacia el ascensor y presionó el botón del piso correspondiente. Podía sentir cómo su corazón comenzaba a latir más rápido a medida que subía y una vez más, se sorprendió del efecto que ella tenía sobre él. Caminó con sigilo por el pasillo en dirección a su oficina. Todas las luces se encontraban encendidas, pero no había un alma alrededor, por lo que el silencio era ensordecedor.

Se detuvo justo frente a su puerta. La misma se encontraba abierta y en el interior, Paula estaba sentada frente a la computadora con sus ojos cerrados. Su postura era rígida y sus manos, fuertemente cerradas en puños, estaban apoyadas sobre el escritorio. A pesar de eso, su respiración era lenta y pausada, como si estuviese en medio de un ejercicio de relajación. Se aclaró la garganta para ponerla en aviso de su presencia, pero estaba tan ensimismada en lo suyo que no lo escuchó.

—Él me va a ayudar. Va a encontrar una solución. Yo sé que sí —susurraba una y otra vez con voz trémula.

—¿Paula? —saludó con suavidad intentando no asustarla.

Ella se sobresaltó de todos modos y abrió los ojos, de repente, posándolos en él. El miedo que llegó a advertir en ellos lo atravesó con violencia provocándole un intenso impulso de abrazarla. Avanzó dos pasos de forma refleja, pero se detuvo a tiempo. ¿Acaso estaba loco? ¡No podía simplemente abrazarla! Él era solo un técnico en sistemas y ella su jefa, porque podría no tener el cargo en sí mismo, pero estaba casada con el presidente de la empresa lo cual la convertía inevitablemente en eso.

—Facundo —musitó a la vez que exhaló, aliviada.

El sonido de su nombre susurrado en sus rosados y generosos labios, le generó una inesperada sensación de calidez que recorrió su cuerpo en segundos. Se perdió de inmediato en el océano de su mirada y aunque en su rostro no había maquillaje alguno, le pareció más hermosa de lo que la recordaba. Tenía un rasgo de vulnerabilidad que no había visto antes y eso lo cautivó por completo.

—Por fin llegaste —balbuceó nerviosa ante su intenso escrutinio.

—Vine lo más rápido que pude. Cuénteme bien qué problema tuvo —respondió, un tanto avergonzado por haberse quedado mirándola como si fuese un maldito adolescente.

Paula notó la formalidad con la que la había tratado y aunque sabía que era una manera de demostrarle respeto, no le gustaba la distancia que ponía entre ellos. En ese momento, necesitaba sentirlo cerca, sentir que podía contar con él, con su apoyo. Se levantó de la silla para darle espacio y quitó de en medio la taza llena del café que no había llegado a tomar. Si bien había intentado disimular el temblor de sus manos, estuvo segura de que no había tenido éxito. Acercó otra silla y se sentó a su lado para comenzar a detallarle la situación.

—Estuve trabajando desde mi casa con un archivo que está en el servidor. Pero cuando mi marido volvió de... tuve un problema y... salí rápido para acá y cuando quise abrirlo para poder seguir, me di cuenta de que no era la última versión. La verdad que no supe que hacer. Lo primero que pensé fue en llamarte. ¡Dios, soy una tarada! ¡Seguro que se perdió todo lo que hice y ahora voy a perder al cliente! Se va a poner furioso... me quiero morir...

Hablaba tan rápido y con tanta desesperación que comenzó a atropellarse con las palabras. Pero no podía evitarlo; estaba demasiado nerviosa. Las lágrimas asomaron rápidamente por sus ojos y su respiración se tornó acelerada. "Oh no. Otra crisis no, por favor", pensó. Pero entonces, las cálidas manos de Facundo cubrieron las de ella provocando que lo mirara a los ojos.

A pesar de la velocidad con la que hablaba, él había sido perfectamente capaz de entenderla. Algo había sucedido en su casa que la hizo irse de repente —estaba claro que su marido estaba involucrado— y al hacerlo, había cerrado el archivo sin guardar los últimos cambios. Su reacción era más que entendible. No había forma de que ella supiese que el sistema de resguardo del servidor estaba preparado para ese tipo de contingencias. Además, solo un administrador podría acceder a esa parte de la configuración del sistema utilizando las credenciales —permisos— necesarias.

Paula parecía estar al borde de un ataque de pánico por lo que se apresuró a calmarla. La tomó de las manos, con suavidad, para llamar su atención y esperó a que ella lo mirara. ¡Dios, sus ojos eran increíbles! No solo tenían un color hermoso, sino que transmitían, con fuerza, todo lo que ella tanto se esforzaba en ocultar. En ese preciso momento, no había nada de frialdad en su mirada. Más bien todo lo contrario y supo, con total certeza, que ninguno de los rumores eran ciertos.

—Shhh, tranquila —le dijo con voz baja y pausada mientras le acarició el dorso de sus manos con ambos pulgares—. Hay formas de recuperar lo último que hiciste. Solo necesito unos minutos.

—¿De verdad? —preguntó ella con una chispa de esperanza en la mirada.

—Sí. Pero necesito que te tranquilices y confíes en mí. ¿Podrás hacerlo?

Paula advirtió que la había tratado de vos y eso le gustó mucho.

Asintió, con seguridad, sin apartar la mirada de aquellos apacibles ojos marrones. Nunca había visto tanta calidez en los ojos de un hombre. De hecho, los mismos le recordaban los de un niño. Serios y tiernos a la vez, llenos de paz y serenidad. Aun consciente del contacto de sus manos, cerró sus ojos, con fuerza, permitiéndose sentir todo lo que él le generaba.

Facundo tragó con dificultad ante su reacción. Supo que había logrado calmarla y se alegró por ello. No obstante, notó la solitaria lágrima que comenzaba a deslizarse lentamente por su mejilla. Siguió su recorrido hasta verla desaparecer en sus labios entreabiertos y en ese preciso instante, tuvo que recurrir a toda su fuerza de voluntad para no ceder ante la tentación. Deseaba besarla y lo deseaba con fuerza, pero no podía hacerlo. No debía hacerlo.

—Será mejor que empiece —le dijo con voz ronca.

Decidido a apartarse de ella antes de hacer algo inapropiado, le soltó las manos y girando hacia el monitor, comenzó a teclear en la computadora.

Paula no entendía qué era lo que acababa de pasar entre ellos, pero, por un momento, sintió que él había estado a punto de besarla. Lo extraño era que ella quería que lo hiciera. Deseaba tanto por una vez sentir un beso de verdad, que ni siquiera se detuvo a pensar en las posibles consecuencias. De ninguna manera podía permitir que eso sucediera. No solo estaba casada, sino que él era su empleado y encima, uno mucho más joven que ella.

No lograba terminar de comprender la razón por la que Facundo la confundía de esa manera. Pero de algo estaba segura, él alborotaba todo en su interior reanimando una llama en ella que creía extinta. Tenía que tener mucho cuidado. No podía dejarse llevar por sus emociones. Estas no la habían llevado a nada bueno en su vida y no podía volver a equivocarse.

Sin saber bien qué hacer, recogió su taza y se incorporó. Necesitaba concentrarse en otra cosa o se volvería loca.

—¿Querés tomar un café? —le preguntó evitando mirarlo a los ojos.

Sin embargo, no hizo falta ya que él no apartó la mirada de la pantalla en ningún momento.

—No, estoy bien. No se preocupe.

¡Y ahí estaba de nuevo la formalidad y la distancia! Con cualquier otra persona no le habría importado ni lo más mínimo, pero con él era diferente. Le molestaba y mucho.

—Por favor, no me trates de usted. Me hacés sentir... vieja —le dijo, de repente, sorprendiéndose a sí misma por sus palabras.

En ese momento, él interrumpió lo que estaba haciendo para mirarla y ella se arrepintió al instante de haber dicho eso. No entendía por qué de pronto le preocupaba la edad. Nunca antes lo había hecho y no quería parecer una acomplejada ante él.

—Disculpame. No fue mi intención —respondió con una sonrisa sincera volviendo a tratarla de vos—. Pero creo que no deberías sentirte así. Sos joven.

—Soy mucho mayor que vos —continuó sin poder refrenarse.

"¡Dios, Paula! ¿Qué te pasa? ¡Cerrá la boca de una vez!", se reprochó a sí misma.

Facundo frunció el ceño al escucharla y la miró, sorprendido por su reacción. Jamás pensó que una mujer como ella podría sentirse insegura en relación a su edad. Mucho menos estando en su posición. De igual modo, tampoco tenía demasiado sentido. Su aspecto era increíble, incluso más que el de muchas chicas de la edad de él. ¿Acaso tenía que ver con eso, con su edad? No estaba seguro, pero, de pronto, sospechó que a ella también le estaban pasando cosas con él. Decidió indagar un poco más.

—La edad es solo un número. Jamás le di importancia a eso —le dijo mirándola fijamente a los ojos—. Además, tampoco debe ser tanta la diferencia. ¿Cuántos tenés? ¿Treinta y dos? ¿Treinta y tres?

Paula no pudo evitar sonreír ante su claro intento por averiguar su edad.

—Treinta y ocho, pero gracias —respondió bajando la mirada. No quería ver la desilusión en su rostro al enterarse.

—Yo tengo veintiséis —afirmó a la vez que se encogió de hombros desestimando la cuestión—. Pero, como te dije recién, nunca le di importancia a eso. Lo que vale es cómo uno es por dentro y por lo que puedo ver hasta ahora, me parecés una persona determinada, llena de sueños y con mucho empuje. Dudo que alguien pudiese detenerte en caso de que te propongas algo. No sé, para mí estás llena de energía, de luz... de vida.

Ella alzó la mirada, sorprendida. Era consciente de que era una persona determinada y gracias a eso había llegado más lejos de lo que nunca hubiera imaginado. Sin embargo, jamás se había sentido llena de vida. Al menos, no desde hacía muchos años. Lo miró una vez más y entonces, sucedió algo mágico. Se sintió feliz. Tanto que no pudo impedir que una sonrisa aflorara en su rostro. Sus ojos se humedecieron rápidamente a causa de la emoción que sus dulces palabras habían provocado.

Facundo se sintió cautivado por tan maravillosa visión. Era la primera vez que la veía sonreír y el saber que en algo tenía que ver, lo colmó de alegría. Vio el destello en sus ojos y supo que se había emocionado. Paula lo intrigaba como ninguna otra mujer y le generaba algo inexplicable —al menos, de momento—. Apenas la conocía, era verdad. Pero quería saberlo todo de ella. Cómo había sido su infancia, su adolescencia. Cuáles eran sus miedos y sus fantasías. Por qué seguía al lado de un hombre al que parecía no amar. Qué anhelaba para el futuro. ¡Todo!

No estaba seguro de si alguna vez podría hacerlo. Era consciente de que la situación era bastante complicada, pero no quería ignorar lo que creía que ambos estaban sintiendo. Sus ojos no lo engañaban. Tampoco su respuesta cuando le había acariciado las manos. Contrario a toda lógica y a lo que siempre había considerado correcto, no le importaba que estuviese casada o que fuese doce años mayor que él. Solo deseaba pasar más tiempo con ella y descubrir lo que tanto se esmeraba en esconder tras ese frío muro que había construido a su alrededor. 

Quince minutos le bastaron para encontrar una copia del archivo corrupto y restaurarlo de forma correcta. Para su fortuna, el mismo se encontraba completo. Le gustó ver la alegría y el alivio en ella al momento de darle la noticia y eso aumentó sus ganas de acercarse más. Mas temprano la había encontrado hecha un manojo de nervios y ahora no solo estaba relajada, sino también motivada y contenta.

Le devolvió la silla y le pidió que revisara la presentación de forma exhaustiva para chequear que todo estuviese correcto. Por lo que había mencionado antes, no era mucho lo que le faltaba para terminarla, pero después de semejante susto, intuyó que querría hacerlo esa misma noche. Mientras ella se sumergía de lleno en el mundo publicitario, él utilizó otra computadora para modificar las políticas de respaldo del servidor de la empresa. No quería que volviese a pasarle lo mismo, por lo que, de esa forma, se aseguraba de que el sistema hiciera copias de seguridad en períodos más cortos de tiempo.

Para cuando terminó, Paula seguía compenetrada con su trabajo. Como no quería interrumpirla, aprovechó para observarla. Mas allá de su innegable belleza, su personalidad le parecía increíble. No cualquier persona llegaba a ese lugar en el mundo de los negocios, sobre todo en un rubro tan competitivo. No importaba con quien estuviese casada, si estaba allí, de seguro tenía que ver con sus propios méritos.

No conforme con eso, al parecer lidiaba con un trastorno de ansiedad que indudablemente no le facilitaba las cosas. Sin embargo, no permitía que eso la detuviese. Era una mujer inteligente, interesante y sumamente atractiva. Contrario al apodo que tanto le había llamado la atención al conocerla, no veía más que un intenso y ardiente fuego en su interior.

Muy a su pesar, su trabajo estaba terminado y debía marcharse. Apagó la computadora, se puso de pie y se acercó para despedirse. Sin embargo, ella lo detuvo tomándolo de la mano.

—Facundo, ¿te molestaría quedarte un rato más? Ya casi termino, pero no quiero estar sola en este momento. Por supuesto que se te va a pagar por todo el tiempo que estés acá... Igual si no podés no hay problema, seguramente te están esperando...

—Me quedo —la interrumpió con una sonrisa—. Y no hace falta que me paguen de más.

—No, pero quiero compensarte de algún modo. No solo me ayudaste con mi trabajo. También me calmaste y yo...

La miró por unos instantes pensando en varias formas en las que le gustaría que lo compensara, pero quedarse con ella un rato más también le parecía bien.

—Lo hice con gusto y volvería a hacerlo las veces que sean necesarias —la interrumpió nuevamente—. No te preocupes por eso ahora. Seguí tranquila, no me voy a ningún lado.

Paula lo miró a los ojos, sorprendida por su respuesta. Su corazón latió con fuerza ante sus palabras y una vez más, sintió esa adorable sensación en la boca de su estómago. ¿Qué le estaba pasando?

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